¿Qué programa radiofónico fue el primero en convencer a los oyentes de que se acercaba el fin del mundo?
Fue el programa «Broadcasting the Barricades» (1926), de la BBC. Lo había escrito un sacerdote católico inglés e inspiró a Orson Welles a adaptar para la radio La guerra de los mundos, de H. G. Wells en 1938.
El 16 de enero de 1926, el padre Ronald Knox interrumpió su programa habitual de radio para leer un boletín de noticias, acompañado de efectos de sonido alarmantes. Anunció que había estallado una revolución en Londres; el hotel Savoy se había quemado hasta los cimientos y la Galería Nacional había sido saqueada; la torre del Big Ben había sido derribada con fuego de mortero; y los airados manifestantes estaban quemando vivo al rico corredor de Bolsa sir Theophilus Gooch. «La turba tiene retenido al señor Wurtherspoon, el ministro de Tráfico, que intentaba escapar disfrazado. Ahora le están colgando de una farola en Vauxhall.»
Debería haber sido obvio que se trataba de una broma. Para empezar, Knox era un conocido cómico satírico que una vez había escrito un ensayo académico en el que afirmaba que In memoriam, de Tennyson, era obra de la reina Victoria. Los oyentes que se habían perdido el anuncio de la BBC en que se vendía el programa como una sátira deberían haber adivinado que se trataba de una broma cuando se les dijo que el líder del alzamiento era un tal señor Popplebury, secretario del movimiento nacional por la abolición de las colas en los teatros.
Sin embargo, esto sucedía tan solo ocho años después de la Revolución rusa. Muchas personas de clase media y alta creían que la revolución comunista en Gran Bretaña era más que inminente, por lo que se tomaron en serio el absurdo boletín de noticias. Las mujeres se desmayaban, y cientos de personas telefonearon a las comisarías para obtener información sobre la anarquía. Al día siguiente, por casualidad fatídica, un temporal de nieve impidió que los periódicos llegaran a muchas áreas rurales, lo que confirmó la impresión de que, efectivamente, la civilización había llegado a su fin.
La BBC se apresuró a ofrecer sus «más sinceras disculpas por cualquier intranquilidad causada», y la prensa, abiertamente hostil contra la radio por motivos comerciales, no perdió tiempo a la hora de exagerar la intensidad de dicha «intranquilidad», con titulares como: «La radio finge una revolución y siembra el terror en pueblos y ciudades». El director general de la BBC, lord Reith, se dedicó a contar las quejas con toda tranquilidad (249), las comparó con los mensajes de felicitación (2.307) y declaró que el programa había conseguido tal éxito que quería más. Knox cumplió y más adelante explicó en su espacio que se había inventado un aparato que amplificaba el sonido de las verduras cuando se quejaban de dolor.
Ronald Knox (1888-1957) fue el primero de su promoción en Estudios Clásicos en Oxford. Aunque su padre y sus dos abuelos habían sido obispos anglicanos, G. K. Chesterton le inspiró a convertirse al catolicismo romano y llegó a ser un teólogo muy respetado. Al igual que Chesterton, Knox también fue un escritor de novelas policíacas prolífico y de éxito. En 1928, publicó Los diez mandamientos de los escritores de novelas de detectives. Algunos de ellos eran: «Todos los elementos sobre o preternaturales quedan descartados por principio»; «No puede haber más de una habitación o un pasaje secretos»; «El detective no puede ser el criminal»; y, por motivos un tanto misteriosos: «En la historia no debe aparecer ningún chino».
El New York Times informó con satisfacción sobre el «Broadcasting the Barricades», de Knox, con las palabras: «Este tipo de cosas no podrían suceder nunca en nuestro país». Doce años más tarde, Orson Welles demostró lo equivocados que estaban.
¿Qué hicieron los banqueros estadounidenses tras el crac de Wall Street de 1929?
Solo dos personas se suicidaron tirándose por la ventana. Y ninguna de las dos eran banqueros.
La prosperidad de la década de 1920 animó a millones de estadounidenses a comprar acciones y participaciones y a utilizar el valor de las acciones que compraban como garantía de los préstamos que necesitaban para comprar esas mismas acciones. Fue una burbuja económica clásica, que estalló definitivamente el Jueves Negro, el 24 de octubre de 1929, cuando el valor de todas esas acciones cayó en catorce mil millones de dólares en un solo día. El pánico hizo que las ventas fueran tan rápidas que la Bolsa de Nueva York fue incapaz de seguir el ritmo de las transacciones que se hacían.
En unas horas ya se había forjado la leyenda: los periodistas corrían por Wall Street a la caza de historias sobre inversores arruinados que saltaban de los rascacielos. El New York Times del día siguiente informaba de que se estaban difundiendo rumores «desenfrenados y falsos», incluida la creencia popular de que once especuladores ya se habían suicidado, y que la multitud se había agrupado al confundir un hombre que trabajaba en una azotea de Wall Street con un banquero a punto de saltar.
Los cómicos empezaron inmediatamente a contar chistes sobre los supuestos suicidas, y Will Rogers declaró, con elegancia, que «había que hacer cola para poder llegar a una ventana desde la que saltar».
Nada de todo esto era cierto. Aunque sí hubo mucho pánico e incertidumbre, quince días después del crac, el médico forense jefe de Nueva York anunció que los suicidios durante ese período se habían reducido respecto al año anterior. El economista John Kenneth Galbraith lo corroboró en su contrastada historia El Crac del 29 (1954), que concluía: «La ola de suicidios que siguió a la caída de la Bolsa forma parte de la leyenda de 1929. No existió».
Un estudio detallado de los registros de suicidios de la época, llevado a cabo en la década de 1980, lo confirmó. En el Nueva York de entre 1921 y 1931, saltar desde un lugar elevado era el segundo método más frecuente de suicidio. Entre el Jueves Negro y el final de 1929, el New York Times informó de cien intentos de suicidio, ya fueran consumados o no. De ellos, solo cuatro fueron saltos relacionados con el crac, y solo dos se dieron en Wall Street.
Las dos personas que saltaron en Wall Street lo hicieron en noviembre. Hulda Borowski, un corredor de bonos de cincuenta y un años de edad, estaba «al borde del agotamiento por exceso de trabajo», según se dijo; George E. Cutler, un exitoso mayorista de verduras, se sintió muy frustrado cuando le dijeron que su abogado no podía atenderlo y saltó desde la séptima planta del edificio de su letrado.
De todos modos, es cierto que las recesiones llevan al suicidio. Durante la Gran Depresión, que siguió al crac de 1929, se registró un aumento del 30 por ciento en la tasa de suicidios en Estados Unidos y Gran Bretaña, y la misma pauta se ha visto repetida en crisis económicas más recientes. The Lancet publicó un estudio en 2009 en el que se analizaban veintiséis países europeos y detectó un aumento del 0,8 por ciento en el número de suicidios por cada punto porcentual de aumento del desempleo.
Durante la crisis que siguió a la debacle financiera de 2008, los psicólogos estadounidenses inventaron un término para describir el fenómeno: «econocidio».
¿En qué película apareció Mickey Mouse por primera vez?
No fue en Steamboat Willie [El barco de vapor de Willie], estrenada el 18 de noviembre de 1928, aunque la Walt Disney Company sigue celebrando en esa fecha el cumpleaños oficial de Mickey.
En ese año ya se habían estrenado dos películas de dibujos animados de Mickey Mouse. La primera fue Plane Crazy [El avión loco]. En ella, Mickey intenta construir un avión para emular al aviador estadounidense Charles Lindbergh (1902-1974). Pasa gran parte de su primer vuelo intentando robarle un beso a Minnie, con lo que, al final, consigue estrellar el avión. La segunda, The Gallopin’ Gaucho [El Gaucho galopante], era una parodia de The Gaucho [El Gaucho] (1927), protagonizada por el ídolo de la pantalla Douglas Fairbanks Junior (1909-2000). La película transcurría en un bar de la pampa argentina, donde Mickey fuma, bebe, baila un tango y se pelea con el malvado bandolero Black Pete, para ganarse el corazón de la bella camarera, Minnie.
Ambas películas presentan a un Mickey mucho más picante que el santurrón en el que se convertiría luego. Sin embargo, la distribución no fue muy amplia, y no obtuvieron buenos resultados en las taquillas. Walt Disney (1901-1966) y su amigo y animador jefe Ub Iwerks ya habían logrado un gran éxito con una serie de cortos protagonizados por su primer personaje animado, Osvaldo el conejo afortunado. Los estudios Universal eran los distribuidores de Osvaldo, pero cuando Disney pidió que le ampliaran el presupuesto, el estudio respondió exigiendo una reducción del 20 por ciento, por lo que Disney se fue, sin los derechos de Osvaldo y sin ninguno de sus trabajadores: solo le siguió Iwerks.
Decidieron establecerse por su cuenta. Lo intentaron con dibujos de perros, gatos, caballos y vacas, pero, al final, Disney se inspiró en un ratón que había tenido de mascota cuando era pequeño, durante su infancia en una granja de Missouri. Mortimer Mouse fue rebautizado como Mickey Mouse, por consejo de Lillian, la esposa de Disney. En los dos primeros cortos, Mickey solo era marginalmente distinto —por cuestiones de derechos de autor— a Osvaldo el conejo afortunado, lo que quizás explique por qué no capturó la imaginación del público.
La solución de Disney fue dar el salto técnico que se convertiría en la característica de sus películas. Para el tercer corto de Mickey Mouse, Steamboat Willie, grabó una banda sonora sincronizada. Hacía tan solo un año que se había estrenado la primera película sonora, El cantante de jazz, con Al Jolson, por lo que fue una decisión realmente atrevida. Steamboat Willie no solo fue la primera película de dibujos animados con banda sonora sincronizada: fue la primera vez que la música se utilizó con fines cómicos. Un distribuidor captó el potencial del filme, y el público quedó cautivado. Al cabo de un año, Mickey Mouse era el personaje animado más famoso de Estados Unidos.
Walt Disney se convertiría en el director más galardonado de la historia y ganó veintiséis Oscars de un total de cincuenta y nueve nominaciones. Mickey Mouse fue siempre su talismán, y entre 1929 y 1947 él mismo fue la voz de su creación más famosa. Tal y como dijo un empleado: «Ub diseñó el aspecto físico de Mickey, pero Walt le dio su alma».
La vida de Disney no fue tan íntegra y feliz como le gustaba aparentar. Era adicto al alcohol y a las pastillas para dormir, y sufría de ataques que le llevaban a lavarse compulsivamente las manos, impotencia e insomnio, todo lo cual complicaba en gran medida su relación con Lillian. Una vez dijo, medio en serio medio en broma: «Quiero a Mickey Mouse más de lo que jamás haya querido a mujer alguna».
¿A qué se dedicaba originalmente Dan Dare?
Era vicario. El legendario héroe de cómic empezó sus días como vicario anglicano: el pastor Dan Dare, de la Patrulla Interplanetaria.
Entre 1950 y 1969, Dan Dare fue el cómic estrella en el Eagle. Se vendían más de setecientos cincuenta mil ejemplares semanales —algo sin precedentes en la historia del cómic en el Reino Unido y que tampoco ha vuelto a repetirse—, y el merchandising de Dan Dare saturaba el mercado de los juguetes de un modo que no se igualó hasta la llegada de Star Wars y Harry Potter.
El Eagle fue idea de un pastor anglicano y ex capellán de la RAF, el reverendo Marcus Morris (1915-1989), y de un joven ilustrador gráfico llamado Frank Hampson (1918-1985). En 1949, Morris escribió un artículo en el Sunday Times en el que atacaba la importación de cómics de terror estadounidenses: «La moralidad de las niñas con trenzas y de los niños con canicas en los bolsillos está siendo corrompida por el torrente de revistas a todo color que inunda las librerías y los estancos». Afirmó que lo que se necesitaba era un cómic infantil popular donde la aventura volviera a ser «algo limpio y emocionante».
La primera cocreación de Hampson y Morris fue una tira cómica protagonizada por un valiente párroco del East End londinense, llamado Lex Christian, y que debía publicarse en el Empire News. Sin embargo, el editor del periódico murió súbitamente, por lo que nunca llegó a ver la luz, así que Morris concibió un cómic completamente nuevo, que la esposa de Hampson bautizó como Eagle, por la forma del atril eclesiástico tradicional. Las primeras dos páginas de la nueva revista presentaban una visión revisada de Lex Christian, pero en esa ocasión ambientada en el futuro. Acababa de nacer el pastor Dan Dare, de la Patrulla Interplanetaria, con alzacuellos incluido.
Con Arthur C. Clarke como asesor científico, Chad Varah —fundador de los Samaritanos— como asesor de guiones, y el revolucionario uso que hizo Hampson de un grupo de artistas que trabajaban a partir de una enorme biblioteca de fotografías, diagramas y maquetas tridimensionales, para que las imágenes de cada viñeta fueran lo más reales posible, el Eagle encontró un editor entusiasta en Hulton, propietario del Radio Times. Fue la intervención a última hora de Hulton lo que salvó a los niños británicos del primer cómic protagonizado por un cura. La empresa creía que Dan Dare, Piloto del futuro era una propuesta mucho más comercial, y Hampson y Morris acabaron accediendo al cambio. Se vendieron casi un millón de ejemplares del primer número, elaborado sobre la mesa del comedor de la casa de protección oficial de Hampson en Southport.
Hampson trabajó en Dan Dare hasta 1959, momento en que la presión constante y una enfermedad depresiva recurrente fueron demasiado para él. Dejó el Eagle y trabajó como ilustrador freelance anónimo durante los siguientes veinticinco años. En 1975, un jurado de colegas le escogió como el mejor escritor e ilustrador de tiras cómicas desde la guerra. Su Eagle se había convertido en un imán para ilustradores: allí se publicaron por primera vez las ilustraciones de David Hockney y Gerald Scarfe.
Dan Dare no fue el único personaje de cómic con un pasado cristiano. Los padres adoptivos de Superman eran metodistas practicantes, aunque el Hombre de Acero nunca fue a misa vestido con mallas, a diferencia del Capitán América, que era abiertamente protestante. El Spiderman de Peter Parker conversaba frecuentemente con Dios, y La Cosa, de Los cuatro fantásticos, es judío. Por su parte, la Mujer Maravilla fue explícitamente concebida y dibujada como una diosa pagana.
¿Por qué se inventaron las postales?
No para que los turistas se llevaran un recuerdo, sino para facilitar una manera rápida de mantener el contacto.
Las postales fueron el correo electrónico de la era preelectrónica y el primer medio de comunicación en masa. Entre 1905 y 1915, se enviaron unos setecientos cincuenta millones de postales anuales solo en Gran Bretaña, lo que supone más de dos millones diarios. El correo se repartía los siete días de la semana, por lo que era totalmente posible organizar y confirmar una cita por la tarde si se enviaba una postal a primera hora de la mañana.
La era de las postales empezó en la década de 1870, cuando los servicios postales públicos europeos y estadounidenses empezaron a emitir postales con el franqueo pagado. En la década de 1890, impresores privados habían producido sus propias versiones, con ilustraciones en el anverso y la palabra «postal» trasladada al reverso.
Entre 1901 y 1907, la producción de postales se duplicó cada seis meses. En aquella época, esta actividad frenética se conocía como «postalitis» o «postalmanía» y se vio impulsada por tres factores: los avances tecnológicos de la impresión facilitaron por primera vez la producción en masa de imágenes a color de alta calidad y a bajo coste; la eficiencia de los servicios de correos implicaba que enviarlas resultaba barato —1 centavo en Estados Unidos y 1 penique en Gran Bretaña—, y, por último, las mejoras en el transporte público hicieron que la población viajara con mayor regularidad y a mayores distancias.
Fue la era de las grandes ferias y exposiciones. Si se visitaban maravillas contemporáneas como la Torre Eiffel en París, la exhibición franco-británica de 1908 en el estadio de White City de Londres o los parques de atracciones de Coney Island en Nueva York, la postal era la mejor manera de demostrar que se había estado allí. Un día concreto de 1906, se enviaron doscientas mil postales desde Coney Island. La colección de postales (o deltiología, del griego deltion, «tableta de escritura») se convirtió en el pasatiempo mundial preferido.
El paralelo con el correo electrónico no deja de ser sorprendente. La publicidad vio rápidamente los beneficios de las postales, y la mayoría del tráfico de postales del siglo XIX se convirtió en una especie de spam que ofrecía bienes y servicios no solicitados. En 1906, Kodak presentó la cámara fotográfica plegable 3-A, con negativos del tamaño de postales y una obertura que permitía rascar un mensaje directamente sobre los mismos. Así, la gente podía imprimir sus propias postales, del mismo modo que ahora enviamos archivos adjuntos.
Tal y como ha sucedido con el correo electrónico, las postales también tuvieron sus detractores. El cómico satírico John Walker Harrington escribió lo siguiente sobre la postalitis en el American Magazine en marzo de 1906: «A no ser que alguien haga algo con las manifestaciones de este tipo, millones de personas que ahora disfrutan de vidas normales e irreprochables pasarán a ser víctimas de esta degeneración cerebral pasajera».
Un 75 por ciento de las postales estadounidenses se imprimían en Alemania, por lo que el estallido de la primera guerra mundial destruyó la industria de la imprenta alemana. Esto, junto a la llegada del teléfono, acabó con la edad de oro de la postal.
De todos modos, siguen siendo muy populares en el Reino Unido, especialmente en los pueblos costeros. El servicio de correos británico estima que durante el verano de 2009 se enviaron unos 135 millones de postales. Los cinco primeros lugares desde donde se enviaron fueron: Brighton, Scarborough, Bournemouth, Blackpool y Skegness, todos ellos en la costa.
¿Quién hizo el primer ordenador?
La clave está en el verbo hacer.
Se conoce al matemático Charles Babbage (1791-1871) como «el padre de la computación moderna», pero más por sus ideas que por ningún logro concreto. La primera máquina diferencial de Babbage a escala real, fabricada según sus diseños originales y utilizando exclusivamente materiales disponibles en su época, no se construyó hasta el año 2002. Mide 3,3 metros de longitud, pesa cinco toneladas, se compone de ocho mil piezas y se necesitaron diecisiete años para finalizarla. Puede verse en el Museo de la Ciencia de Londres.
En el siglo XIX, el Imperio británico se regía por una serie interminable de tablas matemáticas. Desde la banca hasta el comercio naval, todos los aspectos empresariales dependían de contar con tablas de cálculo precisas. Los errores podían costar dinero y vidas humanas, y los libros de tablas eran notoriamente poco fiables. En 1821, Babbage decidió construir una máquina que las substituyera. Una vez, frente a una serie de tablas astronómicas llenas de errores, exclamó: «¡Ojalá los cálculos se hubieran hecho con vapor!».
Babbage era un matemático brillante, pero las relaciones personales no se le daban demasiado bien. Su intolerancia a los músicos callejeros provocó que estos organizaran una campaña en su contra: su casa de Londres, en Portland Place, fue bombardeada con ruido a todas horas, y en las tiendas de la zona se colgaron carteles donde se le insultaba. Tratar con los políticos, cuyo apoyo necesitaba para que financiaran su trabajo, no se le daba mucho mejor. Un miembro del Parlamento le preguntó si la máquina daría la respuesta correcta aunque las cifras introducidas fueran erróneas, a lo que Babbage respondió: «Me veo incapaz de aprehender la magnitud de la confusión de ideas que esta pregunta podría generar».
A pesar de que patentó el apartarreses de las locomotoras y los extremos metálicos que rematan los cordones de los zapatos, Babbage murió olvidado y amargado. Nunca consiguió reunir el dinero suficiente para construir su mayor invento, una computadora en el sentido moderno de la palabra, con memoria e impresora, dirigida por un programa que utilizaba tarjetas perforadas. Este primer «lenguaje» de programación era obra de Ada Lovelace (1815-1852), hija de lord Byron, que entendió el potencial del trabajo de Babbage mejor que él mismo y que predijo —en la década de 1840— que llegaría el día en que los ordenadores jugaran al ajedrez y reprodujeran música.
A partir de los planos de Babbage, dos ingenieros suecos, George y Edward Schuetz, completaron en 1853 el primer prototipo de lo que Babbage había bautizado como su «máquina diferencial». El equipo padre-hijo no solo construyó el primer ordenador operativo de la era moderna, sino que vendió dos unidades: una a un observatorio de Nueva York y otra al despacho del director del Registro Civil de Londres. Cada una de ellas medía lo mismo que un piano.
Sin embargo, no fueron los primeros de verdad. En 1900, se descubrió un artefacto oxidado en la isla griega de Anticitera. Ahora sabemos que el «mecanismo de Anticitera» era un reloj-calculadora de dos mil años de antigüedad capaz de predecir los fenómenos astronómicos con una precisión y un detalle asombrosos.
Lo que ahora llamamos «ordenadores» o «computadoras» se llamaron originalmente «máquinas de computación». Hasta mediados del siglo XX, los «ordenadores y computadores» eran personas que ordenaban y computaban datos. Por lo tanto, estrictamente hablando, la respuesta correcta a la pregunta: «¿Quién hizo el primer ordenador?», sería: «Sus padres».
¿De qué está hecho el papel moneda?
El dinero no crece en los árboles, ni en sentido metafórico ni en el real.
El papel se fabrica a partir de pulpa de madera prensada, pero el «papel moneda» se hace con algodón o lino. El contenido en ácidos de las fibras de algodón y de lino es mucho menor que el de la pulpa de madera, por lo que no se decoloran ni desgastan con tanta facilidad. La tela se infusiona con gelatina, para dotarla de resistencia adicional. Este material aún se utiliza para fabricar el papel moneda del Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Europea. La vida media de uno de estos billetes es de dos años.
En 1988, tras varios años de pruebas y de investigación por parte de la Organización de Investigación Científica e Industrial de la Commonwealth (CSIRO, por sus siglas en inglés), Australia presentó un nuevo tipo de billetes, de plástico polipropileno. Duran más y son más difíciles de falsificar, porque permiten incluir más fácilmente sistemas de seguridad, como los hologramas. Nueva Zelanda, México, Brasil, Israel y el Northern Bank de Irlanda del Norte ya se han pasado a los billetes de plástico. En 2005, Bulgaria emitió papel moneda hecho con el primer híbrido algodón-polímero del mundo.
El primer papel moneda sí estaba hecho con papel de pulpa de madera. Se emitió en China, en el siglo XI, durante la dinastía Song, porque las monedas de oro y de plata resultaban demasiado pesadas para ser transportadas. Eran pedazos de papel con los que se accedía a pagar al portador el valor equivalente en monedas de plata o de oro si lo solicitaba. Los billetes eran de corteza de morera seca y teñida, impresa con sellos y firmas oficiales. Se los llamó «dinero cómodo». Se cree que ya se hicieron emisiones locales de moneda no metálica durante la dinastía Tang en Sichuan. Los billetes japoneses aún son de papel hecho con corteza de morera.
La garantía estatal del papel moneda es el principio sobre el que se emite la mayoría del papel moneda en la actualidad. En el pasado, las personas y los bancos privados también podían emitir pagarés, lo que acabó provocando problemas con las garantías. En 1660, el Stockholms Banco de Suecia fue el primer banco europeo en emitir papel moneda, pero cuatro años después se quedó sin monedas con las que canjearlo y quebró.
Con frecuencia, las épocas de crisis han llevado a que se emita moneda en materiales distintos al algodón o el papel. En 1574, cuando los holandeses luchaban por recuperar su independencia de los invasores españoles, la ciudad de Leyden emitió monedas de cartón, acuñadas a partir de las tapas de libros de oración. Durante la administración rusa de Alaska, a finales del siglo XIX, el papel moneda era de piel de topo. En África, durante la guerra de los Boer, en 1902, se utilizaron pedazos de camisas caqui.
A veces, el valor del papel moneda es inferior a lo que cuesta su emisión. La hiperinflación en Alemania y Austria tras la primera guerra mundial provocó que una corona de oro valiera catorce mil cuatrocientas coronas en papel —un fajo de billetes que pesaba unos quince kilogramos—. En consecuencia, la población improvisó su propia moneda y empezó a utilizar las cartas de la baraja.
¿Qué marca la «X» en los mapas del tesoro de los piratas?
En realidad, no se ha documentado que un verdadero pirata dibujara nunca un mapa del tesoro, y no digamos ya que marcara con una «X» el lugar donde el tesoro estaba enterrado. Solo se sabe de un pirata, William Kidd (alrededor de 1645-1701), que enterrara un tesoro alguna vez.
De hecho, incluso se duda de que Kidd fuera un pirata. Protegido por una «patente de corso» del rey Guillermo III, era un empleado privado de los gobernadores británicos de Nueva York, Massachusetts y New Hampshire, que protegía sus costas tanto de los verdaderos piratas como de los franceses. Legalmente, esto significaba que no era un pirata, sino un «corsario», como sir Francis Drake. Sus enemigos no estaban de acuerdo. Le vilipendiaron y le calificaron de bribón desalmado, irrespetuoso y violento. Por ejemplo, los marineros de Kidd mostraron el trasero a un yate de la Marina Real en lugar de saludar, y el propio Kidd mató a sangre fría a un miembro de la tripulación que le había desobedecido. Acabó volviéndose una gran incomodidad política y, cuando al final le arrestaron, los mismos ingleses ricos que habían financiado sus correrías decidieron entregarlo a las autoridades, en lugar de ser acusados de piratería junto a él.
Se sabe que Kidd enterró parte de su fortuna en la isla Gardiners, frente a la costa de Long Island. Había esperado poder utilizarla como arma de negociación y así limpiar su nombre. Sin embargo, había dado los detalles de su localización a uno de sus seguidores, que la desenterró y la envió a Londres para que fuera utilizada como prueba en su contra. Kidd fue juzgado y declarado culpable de piratería y asesinato. Lo ahorcaron el 23 de mayo de 1701, en el «muelle de ejecuciones» de Wapping, en Londres. Su cuerpo se exhibió durante veinte años en una jaula de acero colgada sobre el Támesis.
El primer mapa del tesoro con una «X» apareció en la novela La isla del tesoro (1883), de Robert Louis Stevenson. Stevenson también inventó la Marca Negra —la maldición de los piratas—, así como varias de las expresiones características de la piratería, como «Yo-ho-ho», «Marinero de agua dulce» o «¡Preparados para el abordaje!», aunque debemos «¡Que me parta un rayo!» a la pluma de otro novelista victoriano, el capitán Frederick Marryat (1792-1848). Al parecer, el «paseo por la tabla» también fue una invención literaria: el único caso real que se conoce sucedió en 1829, mucho después de que la mayoría de piratas hubieran desaparecido.
Muy poco de su botín consistía en «tesoros». La mayoría se componía de alimentos, agua, alcohol, armas, ropa, aparejos marítimos o lo que hubiera en las bodegas del barco asaltado. También vendían el barco de las víctimas, o lo ocupaban si era mejor que el suyo, y la tripulación y los pasajeros también eran valiosos, ya fuera por el rescate o porque podían ser vendidos como esclavos. Durante el siglo XVII, más de un millón de europeos fueron capturados y vendidos como esclavos por los piratas de Berbería, de Argelia.
Muy pocos piratas, o corsarios, navegaban en galeones. La mayoría utilizaban galeras, con bancadas de remeros en lugar de velas. A diferencia de los barcos veleros que eran sus presas, las galeras podían remar a contra viento y en cualquier dirección, incluso en un día sin viento.
Se sabe de dos corsarios —pero de ningún pirata— que tenían piernas de madera: el francés del siglo XVI François Le Clerc, conocido como Jambe de Bois («pierna de madera» en francés), y Cornelis Corneliszoon Jol (1597-1641), a quien apodaron Houtebeen («pierna de estaca»).
No hay pruebas históricas de que ningún pirata tuviera un loro como mascota.
STEPHEN: ¿Por qué querría un pirata enterrar un tesoro?
PHILL JUPITUS: Bueno, no creo que pudieran ir al banco a ingresarlo, ¿no? «Hola, tengo un cofre lleno de doblones y de joyas.» «Muy bien, ¿interés fijo o variable?»
¿Qué utilizaban los balleneros de principios del siglo XIX para cazar ballenas?
No eran arpones, sino lanzas.
Para los primeros balleneros, el arpón no era un arma, sino una herramienta que les permitía atar una cuerda a la ballena. Lo lanzaba un arponero especialista, que se erguía en un bote de remos con una rodilla encajada en una sección de la bancada llamada «espinillera». Lanzaba el arpón desde unos seis metros de distancia de la ballena. El arpón estaba unido a una cuerda de ciento cincuenta brazas —275 metros— impregnada de grasa animal, para facilitar que se deslizara suavemente, fijada a un enorme cubo de la cubierta, y que se humedecía constantemente para evitar que la fricción generada al desenrollarse prendiera fuego.
Cuando llegaba al límite, los balleneros disfrutaban de un paseo en un «trineo de Nantucket», lo que significaba que la ballena tiraba de ellos a unos cuarenta y dos kilómetros por hora, la mayor velocidad que ningún hombre había alcanzado sobre el agua en la época —la isla de Nantucket, frente a la costa de Massachusetts, fue el centro de la caza de ballenas del Atlántico Norte durante el siglo XIX—. Muchas horas después, la ballena acababa agotada, y el bote podía remar hasta ella. Entonces, uno de los oficiales se cambiaba de sitio con el arponero, para matar a la ballena con la lanza —solo los oficiales podían lancear una ballena—. El grito de «¡Fuego en la chimenea!» significaba que el orificio de respiración de la ballena había empezado a sangrar y que el final estaba cerca.
Entonces, se remolcaba el cuerpo junto al barco a vapor y se cortaba desde la cubierta con herramientas de mango muy largo. Con frecuencia, se trataba de una carrera contra los bancos de tiburones, que arrancaban pedazos de grasa de la ballena mientras los marineros la descuartizaban. El de arponero era un oficio tan peligroso que en Noruega solo los hombres solteros podían ejercerlo.
La situación cambió en 1868, cuando Sven Foyn, un ingeniero noruego, inventó una pistola lanzadora de arpones. Mataba la ballena y podía dispararse desde la cubierta de los grandes barcos a vapor. Esto transformó la caza de ballenas, porque permitió dar captura a especies más rápidas y potentes, por ejemplo los rorcuales del tipo de la ballena azul (del noruego röyrkval, que significa «ballena arrugada», por las largas placas que tienen en el abdomen). Como los rorcuales se hundían al morir, versiones posteriores del arpón de explosión inyectaban aire en el cuerpo, para mantenerlo a flote.
La ballena azul se convirtió en la más valiosa de las capturas balleneras: una ballena de veintisiete metros proporcionaba quince mil novecientos litros de aceite. En la década de 1930, se mataban más de treinta mil ballenas azules cada año. Cuando la Comisión Ballenera Internacional prohibió su caza en 1966, la población de ballenas azules había descendido desde los 186.000 ejemplares estimados en 1880 a menos de cinco mil.
La ballena epónima en el libro Moby Dick (1851), de Herman Melville, llevaba el nombre de un cachalote albino real, avistado cerca de la isla chilena de Mocha con docenas de arpones clavados, huella de más de cien batallas con balleneros durante las décadas de 1830 y 1840.
En el año 2007, unos balleneros de Alaska mataron una ballena boreal que tenía la punta de un arpón explosivo de 1880 clavada en la grasa, lo que significa que tenía, al menos, ciento treinta años cuando murió.
¿Por qué es tan especial el sello Penny Black?
No es su rareza, sino su relativa profusión, lo que lo hace tan especial.
En un momento u otro, ha habido unos asombrosos sesenta y nueve millones de Penny Blacks en circulación. Y muchos han sobrevivido intactos, porque, en lugar de usar sobres, las cartas victorianas se escribían en una cara de una hoja de papel, que luego se doblaba y se sellaba, de modo que la dirección y el sello estaban en el reverso de la propia carta. Si la carta se conservaba, el sello también.
Si cuenta con un Penny Black en su colección de sellos, tendrá suerte si le dan más de cien libras por él. Incluso eso ya es mucho si tenemos en cuenta la cantidad que hay, pero su valor se mantiene artificialmente elevado, porque los coleccionistas guardan cientos de ellos y los sacan al mercado muy poco a poco.
El sello más valioso del mundo, el Tre Skilling Yellow, se vendió en una subasta en Zúrich en 1996 por 2,88 millones de francos suizos —unos 1,8 millones de libras esterlinas— y, de nuevo, en Ginebra en mayo de 2010 por un precio que se ha mantenido secreto, ya que todos quienes pujaron tuvieron que jurar confidencialidad. Si el papel en el que está impreso el sello fuera un producto vendido a peso, estaría a un precio de 55.000 millones de libras el kilogramo. El sello raro más conocido es el de un centavo magenta de la Guayana Británica de 1856, que se guarda en una caja fuerte desde que cambiara de manos en 1980. En la actualidad, su propietario, John Du Pont, heredero del imperio Du Pont de la industria química, cumple cadena perpetua por asesinato.
El sello británico más valioso es un Penny Red impreso con la placa setenta y siete en 1864. La placa setenta y siete era defectuosa, y algunos de los sellos defectuosos llegaron a entrar en circulación. Solo se conocen seis ejemplares en la actualidad. Uno de ellos está en la Colección Tapling en la Biblioteca Británica y se ha valorado en ciento veinte mil libras esterlinas.
Hasta que sir Rowland Hill (1795-1879), el reformista social y secretario del servicio de correos, introdujera el Penny Black en 1840, era el destinatario, y no el remitente, quien pagaba el franqueo. Los miembros del Parlamento podían enviar cartas sin coste: las enviaban sellándolas con su «franco».
Sir Rowland Hill también inventó los códigos postales. Dividió Londres en diez distritos y asignó a cada uno de ellos una clasificación cardinal y una oficina de correos central. Las diez áreas originales eran EC (centro-este), WC (centro-oeste), NW (noroeste), N, NE, E, SE, S, SW (suroeste) y W (oeste). Todos se encontraban en un radio de doce millas desde el centro de Londres. La ciudad de Croydon introdujo el sistema de códigos actual en 1966. Se compone del código externo, por ejemplo, OX7, necesario para diferenciar una ciudad de otra, y de un código interno, por ejemplo, 4DB, que identifica las distintas zonas de una misma ciudad.
Los primeros buzones se instalaron en Jersey, gracias al novelista Anthony Trollope (1815-1882). Hill envió a Trollope a las islas del Canal en 1852, para que determinara cuál era la mejor manera de recoger el correo allí, dado lo impredecible del horario en que zarpaban los barcos del servicio de correos. Trollope sugirió que utilizaran un «pilar receptor de cartas», que podrían recogerse cuando el barco fuera a zarpar. El primer buzón, instalado en noviembre de 1852, era de color verde oliva. Funcionó tan bien que correos decidió extender su uso a todo el país. En 1874, eran tantas las personas que se habían dado de bruces con los buzones verdes, que decidieron pintarlos de rojo. El servicio de correos británico ha patentado el color «rojo buzón postal».
STEPHEN: ¿Conoces a Jimmy Tarbuck? Estaba en plena actuación para la familia real y, al marcharse y mirar al palco real, exclamó: «¡Esto me recuerda que tengo que comprar un sello!».
¿Cuándo empezaron las mujeres a presumir de canalillo?
No lo hicieron hasta 1946.
Hasta entonces, «canalillo» era un término que utilizaban sobre todo los geólogos, para describir algunas de las formaciones que encontraban en las rocas.
En la década de 1940, el estudio cinematográfico británico Gainsborough Pictures produjo una serie de películas de época románticas y algo subidas de tono, que se conocen en su conjunto como «la serie gótica de Gainsborough». La mujer bandido (1945) fue una historia ambientada en el siglo XVIII, protagonizada por Margaret Lockwood —entonces la estrella británica más rentable—, James Mason y Patricia Roc. Fue un éxito rotundo en Gran Bretaña, pero el revelador vestuario provocó problemas en Estados Unidos.
El Código de la administración de la producción de películas norteamericanas (MPAA, por sus siglas en inglés), conocido popularmente como el «Código Hays», era un sistema voluntario de censura cinematográfica introducido en 1930 por Will Hays (1879-1954), el director general del servicio de correos estadounidense. El MPAA sigue vigente en la actualidad y es el responsable de clasificar las películas como PG, PG-13, etc.
Cuando La mujer bandido llegó a Estados Unidos, el MPAA exigió modificaciones, pero parece que se vieron sobrepasados por el pudor. Ocultaron la vergüenza que sentían utilizando un término geológico neutro como eufemismo de «la depresión sombreada que divide el busto de una actriz en dos secciones».
En 1946, la revista Time recuperó la palabra en el artículo donde informaba de que:
Los atuendos de la época de la Restauración que visten las señoras Lockwood y Roc enseñan demasiado «canalillo». Los británicos, que siempre han entendido que las piernas descubiertas son mucho más sensuales que los pechos medio descubiertos, se han visto obligados a filmar de nuevo varias escenas carísimas.
Acababa de nacer una nueva acepción de la palabra. Hasta el final de la segunda guerra mundial, el término francés décolletage describía la exhibición parcial de los pechos femeninos, un uso registrado por primera vez en inglés en 1894, y derivado de décolleté, «cuello bajo» (1831), del verbo décolleter, «descubrir el cuello y los hombros».
Podríamos argumentar que décolletage sigue siendo la manera más bonita de decirlo. En inglés medio, el «canalillo» se conocía directamente como «la raja» y, ahora, lo mejor que ha podido ofrecernos la Federación Internacional de Asociaciones de Anatomistas es «surco intermamario» (sulcus, en latín, significa «pliegue» o «hendidura»).
Por lo tanto, parece que el canalillo está aquí para quedarse: y su uso se está desarrollando. Una visión lateral de los senos se conoce como «canalillo lateral». Una visión desde atrás se llama «canalillo australiano». El escote inferior —la separación visible entre las nalgas— se conoce como «canalillo de camionero» desde 1988. El canalillo de los dedos de los pies, o la exposición parcial de los dedos de los pies debido a «zapatos de corte bajo», se considera tan sensual como elegante. Según el gurú de los zapatos Manolo Blahnik, «el secreto de los dedos de los pies, una parte muy importante de la sexualidad del zapato, es que solo se vean las dos primeras separaciones».
La parte superior de un tanga asomando por encima de unos vaqueros, que sugiere el canalillo inferior sin mostrarlo, se llama «cola de ballena». En el año 2005, la Sociedad Norteamericana de Dialectos escogió esta expresión como el neologismo más creativo del año.
¿Qué efecto ejerce la testosterona sobre los hombres?
Al contrario de la creencia popular, es la falta de testosterona lo que aumenta la agresividad de las personas; en todo caso, parece que el exceso de testosterona solo consigue volverlas más amistosas.
Tanto hombres como mujeres tienen testosterona, aunque obviamente, el nivel en las mujeres es significativamente inferior. Fomenta el desarrollo de masa muscular, aumenta la densidad ósea y previene la osteoporosis.
En 2009, Ernst Fehr, de la Universidad de Zúrich, dio a ciento veinte mujeres o bien píldoras de testosterona o bien placebo, y luego las hizo participar en situaciones de rol. La reputación mítica de la testosterona es tan potente que las mujeres que creían que habían tomado testosterona actuaron con agresividad y egoísmo, aunque en realidad se les había administrado un placebo, mientras que las que sí habían tomado testosterona se comportaron de un modo más justo y establecieron mejores interacciones sociales, tanto si creían que se les había administrado testosterona como si no.
La testosterona se asocia a la agresividad en animales, por lo que hasta hace muy poco se creía que ejercía un efecto similar sobre las personas. Pero, al parecer, no es así. Ahora se cree que son los niveles bajos de testosterona los que pueden provocar trastornos del estado de ánimo y agresividad. Tan solo hace diez años que se estudia la testosterona, por lo que aún no entendemos completamente la función que desempeña. Es sorprendente, pero durante las primeras semanas de vida, los bebés varones tienen tanta testosterona como la que luego tendrán durante la adolescencia, aunque a los cuatro o seis meses los niveles de esta hormona se reducen hasta apenas ser detectables.
En 2004, Donatella Marazziti y Domenico Canale, de la Universidad de Pisa, midieron los niveles de testosterona en dos grupos, cada uno de ellos compuesto por doce hombres y doce mujeres. El «Grupo del amor» estaba integrado por personas que se habían enamorado durante los últimos seis meses, y el «Grupo control», por personas solteras o que tenían una relación estable desde hacía tiempo. El estudio concluyó que el nivel de testosterona de los hombres del Grupo del amor era inferior al de los hombres del Grupo control, mientras que el de las mujeres del Grupo del amor era superior al de sus compañeras del Grupo control. Los investigadores teorizaron que, en la fase de enamoramiento de la relación, el aparente equilibrio de los niveles de testosterona puede servir para eliminar o reducir temporalmente las diferencias emocionales entre ambos sexos.
La testosterona es una hormona. Las hormonas (del término griego para «impulso» o «ataque») son substancias químicas liberadas por glándulas en una parte del cuerpo, que utilizan el torrente sanguíneo para transmitir mensajes y afectar a células de otra parte del organismo.
La progesterona, una hormona asociada a las mujeres embarazadas, también aparece en los sauces y los ñames, lo que sugiere que ejerce una función anterior a la evolución de los animales modernos.
La oxitocina es una hormona asociada a la vinculación madre-hijo, y los biólogos suelen apodarla cariñosamente «la hormona del abrazo». Puede reducir el miedo, la ansiedad y la inhibición, al tiempo que fomenta la vinculación social y sexual, además de la crianza de los hijos. Los neuroeconomistas —combinan la psicología, la economía y la neurología para estudiar los procesos de toma de decisiones— han experimentado con sujetos participantes en un juego llamado «Inversor». Y han concluido que una dosis de oxitocina por vía nasal duplica los niveles de confianza de los jugadores.
Tras un desastre, ¿cuál es la mayor amenaza para el suministro de agua?
No, nosotros también lo pensábamos, pero no son los cadáveres. Son los supervivientes.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo afirma sin lugar a dudas:
Es importante insistir en que la creencia de que las epidemias de cólera son consecuencia de los cadáveres tras los desastres naturales o por la mano del hombre es falsa.
El cólera es una infección diarreica aguda, causada por la bacteria Vibrio cholerae. Se transmite por el contacto de heces contaminadas con la boca, o por el consumo de alimentos o agua contaminados. Mata porque provoca deshidratación y fallo renal. En la Europa del siglo XIX, el cólera era tan habitual que llegó a ser una gran coartada para los herederos sin escrúpulos. Con frecuencia, se asumía que las personas envenenadas por pequeñas cantidades de arsénico habían muerto de cólera, que presenta síntomas similares.
Puede incubarse en cuestión de horas, por eso se extiende tan rápidamente y supera todo intento de contenerla, y puede matar a un adulto sano en un día. Aunque el 75 por ciento de las personas infectadas con cólera no presenta síntomas, pueden expulsar gérmenes con las heces durante quince días, por lo que contribuyen a extender la enfermedad. Las personas con sistemas inmunológicos deprimidos, por ejemplo, por desnutrición o por el VIH, son las que tienen más probabilidades de morir.
Lo más terrible es que los campos de refugiados reúnen las condiciones perfectas para una epidemia de cólera, porque los supervivientes de desastres se concentran, disponen de cantidades insuficientes de agua potable y carecen de un sistema seguro de procesamiento de residuos humanos. Lo mismo podríamos decir de una ciudad cuya infraestructura se hubiera visto dañada por, por ejemplo, un terremoto, una inundación o una «intervención humana», como las «bombas inteligentes».
Los cadáveres no tienen nada que ver: los agentes patógenos del cólera pronto se vuelven inofensivos en un cadáver. Sin embargo, el mito de que la enfermedad es consecuencia de la acumulación de cadáveres es prácticamente universal, e incluso los canales informativos más respetados lo repiten cada vez que estalla una epidemia de cólera tras un desastre.
Quizá, la mayor tragedia, o vergüenza, en función del punto de vista que se adopte, es que el cólera dista mucho de ser incurable. El tratamiento efectivo, una solución de sales y azúcares administrada por vía oral conocida como «rehidratación oral», es sencillo y barato. Si se administra a tiempo, salva la vida al 99 por ciento de quienes padecen la enfermedad. Y, sin embargo, la OMS estima que unas ciento veinte mil personas mueren de cólera cada día.
No es que queramos asustarlo, pero creemos que debe saberlo: la séptima pandemia de cólera de la historia estalló en Indonesia en 1961, y aún sigue activa, después de haberse extendido por Asia, Europa y África. En 1991, llegó a Latinoamérica, donde el cólera había desaparecido desde hacía más de un siglo. De momento es, por poco, la pandemia de cólera más prolongada de la historia, posiblemente porque los transportes modernos trasladan a las personas y los alimentos infectados con gran eficiencia.
Una pandemia es una epidemia de proporciones mundiales. Las pandemias suelen terminar cuando ya no quedan suficientes personas que infectar, ya sea porque han desarrollado inmunidad, o porque han sido vacunadas, o porque —si nos perdona— han muerto.
¿Qué consecuencias positivas tuvo el Gran Incendio de Londres?
Dio a sir Christopher Wren la oportunidad de reconstruir la catedral de San Pablo. Lo que no consiguió fue acabar con la peste.
Nadie sabe qué puso fin a la Gran Peste de 1665-1666, pero, y a pesar de que es lo que se ha venido enseñando a generaciones de escolares británicos, lo que sí sabemos es que no fue el Gran Incendio de 1666.
La peste estalló a principios de 1665, posiblemente procedente de barcos que traían algodón de Ámsterdam. Fue el primer gran brote en treinta años, pero a principios del año siguiente ya había empezado a remitir. En la última semana de febrero de 1666 solo se informó de cuarenta y dos muertes debidas a la peste en Londres, en comparación con las más de ocho mil de cada semana de septiembre de 1665. El rey ya había regresado a Londres el 1 de febrero de 1666. Aunque se cree que mató a unas cien mil personas —el 20 por ciento de la población londinense—, la crisis de la peste ya había terminado seis meses antes del Gran Incendio de septiembre.
Además, las zonas de Londres arrasadas por el incendio, la City, donde el fuego destruyó el 80 por ciento de las propiedades, no habían sido áreas especialmente afectadas por la peste, a diferencia de los suburbios al norte, al sur y al este.
Nadie sabe qué puso fin a la peste. Quizá fue algo espontáneo. Muchas epidemias terminan así: se agotan a sí mismas, porque como se expanden tan rápidamente y su tasa de mortalidad es tan elevada, no les queda ningún otro sitio al que ir. Es uno de los motivos por los que el virus del Ébola no ha matado a más personas en África. La elevada tasa de mortalidad —99 por ciento— hace que se extinga más rápidamente.
Otro posible motivo de la desaparición de la peste en Londres es que el antiguo método de precintar las casas con víctimas conocidas se aplicó de una forma mucho más estricta. Las puertas se sellaron desde el exterior durante veintiocho días, y fueron vigiladas por guardias. Es un final inconcebiblemente doloroso.
Aún resulta más difícil entender la historia de la pequeña aldea de Eyam, en Derbyshire. En septiembre de 1665, un fardo de tela infectada fue entregado al sastre del pueblo, procedente de Londres. En una semana estaba muerto. Cuando la peste empezó a extenderse, los habitantes del pueblo —liderados por el vicario anglicano y el pastor puritano— decidieron aislarse voluntariamente del resto del mundo, para no propagar la enfermedad. Cuando, un año después, se autorizó a los primeros visitantes a entrar, se encontraron a tres cuartas partes de los habitantes muertos.
La enfermedad los había atacado con fuerza, pero, al parecer, también de manera aleatoria. Elizabeth Howe no enfermó nunca, a pesar de que tuvo que enterrar a su marido y a sus seis hijos. Otro superviviente, contra todo pronóstico, fue el hombre que la ayudó a hacerlo, Marshall Howe, el sepulturero oficioso del pueblo.
¿Puede algo vivir para siempre?
Sí.
Tenemos el gran placer de presentarle a la Medusa Inmortal...
La forma adulta de la especie Turritopsis nutricula se parece a cualquier otra medusa. Tiene un cuerpo transparente con forma de campana, de unos cinco milímetros de anchura, y bordeado por unos ochenta tentáculos urticantes. Dentro tiene un estómago de color rojo intenso, con forma de cruz si se mira desde arriba.
Al igual que la mayoría de los miembros de la familia Cnidaria (de knide, «ortiga» en griego), la diminuta Turritopsis es una depredadora que utiliza los tentáculos para, primero, aturdir al plancton y luego ingerirlo por su boca-ano. Las hembras expulsan los huevos por el mismo orificio, y los machos los rocían con esperma. Los huevos fertilizados caen al fondo del mar, donde se adhieren individualmente a las rocas, y empiezan a crecer en forma de lo que parece una anémona diminuta: un tallo con tentáculos, al que llamamos «pólipo» (del griego poly, «muchos», y pous, «pies»).
Al final, los pólipos forman yemas que se desprenden y se convierten en medusas adultas en miniatura; y el proceso vuelve a empezar desde el principio.
La reproducción por yemas ocurre en miles de especies, como las esponjas, las hydras, y las estrellas de mar, y ha seguido el mismo proceso durante quinientos millones de años. Lo que hace a la Turritopsis nutricula tan especial es que ha desarrollado una habilidad única, no solo entre las medusas, sino entre todos los seres vivos.
Una vez que las Turritopsis adultas se han reproducido, no mueren, sino que vuelven a su forma de pólipo anterior. Los tentáculos se retraen, los cuerpos se encogen y descienden hasta el fondo marino para reiniciar el ciclo. Las células adultas, incluso los huevos y el esperma, se disuelven para convertirse en formas más sencillas de sí mismas, y el organismo al completo vuelve a ser «joven».
Los renacuajos y las salamandras pueden desarrollar extremidades nuevas utilizando este mismo sistema de inversión.