Todos somos ignorantes, solo depende del tema que se elija.

WILL ROGERS (1879-1935)

¿Quién realizó el primer vuelo tripulado?

No sabemos su nombre, pero sí que se adelantó unos cincuenta años a los hermanos Wright.

Trabajaba para sir George Cayley (1773-1857), un aristócrata de Yorkshire (Inglaterra), pionero de la aeronáutica y el primero en estudiar científicamente el vuelo de las aves. Cayley describió correctamente los principios de «elevación, arrastre e impulso» que rigen el vuelo y así pudo construir toda una serie de prototipos de máquinas voladoras. Sus primeros intentos con alas batientes —impulsadas con motores de vapor y pólvora— fracasaron, así que decidió centrar su atención en los planeadores.

En 1804 presentó el primer prototipo de planeador del mundo y, cinco años después, probó una versión de tamaño real, pero sin piloto. Transcurrieron más de tres décadas antes de que, por fin, se sintiera preparado para confiar un pasajero humano a su «paracaídas dirigible». En 1853, en Brompton Dale, cerca de Scarborough, el intrépido baronet persuadió a su reticente cochero para que dirigiera el artefacto y cruzara el valle. Este empleado anónimo fue el primer ser humano que voló en una máquina más pesada que el aire.

Según las crónicas, el cochero no quedó satisfecho en absoluto. Presentó su dimisión en cuanto volvió a poner los pies en tierra firme. Dijo que le habían contratado para conducir, no para volar. El Museo de Aviación de Yorkshire alberga una réplica moderna del planeador de Cayley, con el que se consiguió repetir el vuelo de Brompton Dale en 1974.

De todos modos, las alas no fueron el único legado de sir George. Su trabajo con el tren de aterrizaje del planeador supuso, literalmente, volver a inventar la rueda. Necesitaba algo ligero y resistente, capaz de absorber el impacto del aterrizaje, y se le ocurrió utilizar ruedas con radios que se aguantaban por la tensión, en lugar de tallarlas en madera sólida. Transformaron el desarrollo de la bicicleta y del automóvil y se siguen utilizando mucho en la actualidad.

Pero aún hay más, pues Cayley fue un inventor extraordinariamente prolífico: diseñó botes salvavidas automáticos, ruedas de oruga para las apisonadoras, señales automáticas para los pasos a nivel y cinturones de seguridad. Y lo más sorprendente es que realizó todos estos inventos por el bien general, sin esperar compensación económica alguna.

Los hermanos Wright levantaron el vuelo medio siglo después, en 1903. Se inspiraron en Cayley y en otro héroe desconocido de la aviación: Otto Lilienthal (1848-1896). Este prusiano, al que llamaban el Rey de los planeadores, fue la primera persona en volar regularmente. Una década antes de que los Wright emprendieran el vuelo, él ya había planeado unas dos mil veces, antes de despeñarse y morir en 1896. Sus últimas palabras fueron de una humildad demoledora: «Hay que hacer pequeños sacrificios».

STEPHEN: ¿Quién inventó el avión?

RICH HALL: Orville y Wilbur Wright.

**BOCINA** «Los hermanos Wright.»

PETER SERAFINOWICZ: ¿No eran los hermanos Wrong?1

¿Cuántas patas tiene un pulpo?

Dos.

Los pulpos tienen ocho extremidades que crecen desde el cuerpo, pero la investigación más reciente sobre cómo las utilizan ha redefinido cómo deberíamos llamarlas. Los pulpos (cuyo nombre en griego significa «ocho pies») son Cefalópodos («cabeza-pie»). Se sirven de los dos tentáculos posteriores para impulsarse por el fondo del mar y de los seis que quedan libres para alimentarse. Por lo tanto, los biólogos marinos actuales tienden a describirlos como «animales con dos patas y seis brazos».

Los tentáculos del pulpo son unos órganos milagrosos. Pueden endurecerse y crear una articulación temporal, parecida a un codo, o plegarse para que su propietario pueda camuflarse cual coco rodando por el fondo del mar. Además, contienen dos tercios del cerebro del molusco —unos cincuenta millones de neuronas—. El tercio restante tiene forma de dónut y está en la cabeza, o manto.

Como las extremidades albergan gran parte del sistema nervioso del pulpo, el nivel de autonomía que presenta cada una es muy elevado. Un tentáculo amputado puede seguir desplazándose solo y, en algunas especies, incluso sobrevivir durante unos meses.

Cada brazo cuenta con dos hileras de ventosas equipadas con papilas gustativas que le permiten detectar el alimento. El pulpo prueba todo lo que toca, y los machos, además, tienen un brazo especial en el que almacenan el esperma. Se denomina «hectocotilo» y se utiliza durante la cópula. Para transferir el esperma, el macho introduce el brazo en un orificio de la cabeza de la hembra. Es habitual que el hectocotilo se rompa durante el acto, pero vuelve a crecer a lo largo del año siguiente.

Aristóteles (384 a. J.C.-322 a. J.C.) fue el primero en describir la cópula de los pulpos, pero tuvieron que pasar más de dos mil años para que alguien le creyera. El zoólogo francés Georges Cuvier (1769-1832) redescubrió el proceso en el siglo XIX y bautizó al hectocotilo, que en griego significa «cien copas diminutas».

En ocasiones, la variación genética produce un pulpo con más de ocho extremidades. En 1998, el acuario Marineland Shima de Japón exhibía un pulpo común con noventa y seis tentáculos. Lo habían capturado en la cercana bahía de Matoya en diciembre de 1998, pero murió cinco meses más tarde. El Cefalópodo de múltiples extremidades consiguió poner huevos antes de morir. Todas las crías nacieron con el número normal de tentáculos, pero ninguna logró sobrevivir más de un mes.

A veces, los pulpos se comen sus propios brazos. Antes se creía que era debido al estrés, pero ahora esta conducta se atribuye al ataque de un virus sobre el sistema nervioso.

MEERA SYAL: ¿Sabes cómo copulan los pulpos?

STEPHEN: No, dime.

ALAN: Con dificultades.

MEERA: No, con su tercer brazo derecho.

ALAN: ¿En serio?

MEERA: ¡Sí!

CLIVE ANDERSON: ¿No es eso lo que hacemos todos?

¿De qué color son las naranjas?

Depende.

En muchos países, las naranjas son verdes, incluso cuando ya están maduras, y las tiendas las venden así. Lo mismo sucede con los limones, los mangos, las mandarinas y los pomelos.

No se conocen naranjas silvestres. La naranja es un cruce de mandarina y pomelo o «naranja china» —de color verde o amarillo— y se cultivó por primera vez en el sudeste asiático. Allí eran verdes, y lo siguen siendo. Las naranjas vietnamitas y las mandarinas tailandesas tienen la piel de color verde intenso y la pulpa naranja.

Las naranjas no son una fruta tropical, sino subtropical, y el color depende de dónde se cultiven. En los climas más templados, la piel verde se vuelve naranja con el fresco; por el contrario, en los países donde siempre hace calor, el frío no destruye la clorofila, y la fruta conserva el color verde. Por ejemplo, las naranjas hondureñas se comen verdes en el país de origen, pero se «anaranjan» artificialmente para su exportación.

Para conseguirlo, se rocían con gas etileno, un subproducto de la industria petrolera cuya aplicación principal es la producción de plástico. El etileno es el compuesto orgánico más fabricado del mundo: se generan más de cien millones de toneladas anuales. Elimina la capa exterior, verde de forma natural, y revela el color naranja, más conocido.

El primer productor de naranjas del mundo es, con gran diferencia, Brasil —dieciocho millones de toneladas anuales—, seguido de Estados Unidos, que cultiva menos de la mitad. Las naranjas estadounidenses proceden de California, Texas y Florida. Se las solía teñir de forma sintética hasta que la Agencia de Alimentos y Medicamentos (FAD, por sus siglas en inglés) lo prohibió en 1955.

Independientemente de su procedencia, el color de la naranja no permite determinar su grado de maduración. Si no se recogen, pueden permanecer en el naranjo hasta la temporada siguiente; mientras tanto, las fluctuaciones de temperatura pueden hacer que pasen de verdes a naranjas y de nuevo a verdes, sin que la calidad del sabor se vea afectada.

Cierto es que las naranjas que se ven en los supermercados parecen de color naranja, pero quizás ahora le preocupe que las puedan haber gaseado. Estese tranquilo.

El etileno es inodoro, insípido e inocuo, y son muchas las frutas y verduras que lo emiten de forma natural una vez han sido recolectadas: las manzanas, los melones, los tomates, los aguacates y los plátanos, por ejemplo. El etileno no es perjudicial para las personas, pero puede alterar otras frutas y verduras; por eso habría que guardar las manzanas y los plátanos aparte de, por ejemplo, los limones y las zanahorias, y, por supuesto, de las naranjas.

Además de la producción de plástico —y de detergentes y anticongelantes— y de la alteración del color de las naranjas, el etileno tiene muchas otras aplicaciones: si quiere acelerar la maduración de un mango que aún está verde, métalo en una bolsa junto a un plátano.

¿Cuál es el punto más meridional de África?

No es el cabo de Buena Esperanza.

Los residentes de la cercana Ciudad del Cabo tienen que explicárselo con frecuencia a los turistas. El punto más meridional del continente es el mucho menos famoso cabo de las Agujas, ciento cincuenta kilómetros al sudeste del cabo de Buena Esperanza.

En general, el motivo que suele darse para explicar la fama, y el nombre, del cabo de Buena Esperanza es su gran importancia psicológica: era el punto a partir del cual los marineros, en el largo trayecto descendente a lo largo de la costa oeste africana de camino al Lejano Oriente, empezaban a navegar por fin en dirección este en lugar de sur.

Por otro lado, es posible que se tratara de un ejemplo temprano de estrategia de marketing.

Bartolomé Díaz (1451-1500), el navegante portugués que descubrió el cabo de Buena Esperanza y el primer europeo en finalizar el espeluznante viaje alrededor del pie de África, lo llamó «cabo de las Tormentas». Su patrón, el rey Juan II de Portugal (1455-1495), que deseaba animar a otros a que adoptaran esa nueva ruta comercial, le corrigió y lo rebautizó como «cabo de Buena Esperanza».

El monarca falleció sin descendencia a los cuarenta años de edad. Bartolomé Díaz falleció cinco años después. Naufragó durante una tormenta terrible que se llevó cuatro naves y a todos sus marineros, frente al cabo al que tan ominosamente había bautizado.

El cabo de las Agujas es igualmente traicionero y debe su nombre a las afiladas rocas y a los arrecifes que infestan sus aguas enfurecidas. La ciudad local alberga un museo del naufragio que conmemora «un cementerio de barcos».

Gracias a que está muy aislada y a que la playa es inaccesible y muy rocosa, se trata de una zona rica en fauna y flora. En tierra firme, acoge a la microrrana Microbatrachella capensis, en grave peligro de extinción, y a la alondra aplaudidora de las Agujas (Mirafra [apiata] majoriae), cuyo ritual de apareamiento incluye un batido de alas muy ruidoso.

En las aguas frente a la costa y entre mayo y agosto, el mar hierve con miles de millones de sardinas sudafricanas (Sardinops sagax) en plena migración. Estos bancos forman una de las mayores congregaciones de vida salvaje del planeta y equivalen a las grandes migraciones de ganado salvaje en tierra firme. Pueden llegar a extenderse a lo largo de seis kilómetros de largo y dos de ancho. Cientos de miles de tiburones, delfines, focas y aves marinas viajan en pos del banco, del que se alimentan pero al que apenas afectan en su conjunto.

El cabo de las Agujas está a 34° 49' 58" S y 20° 00' 12" E y es el punto que separa oficialmente los océanos Atlántico e Índico. Si navegara frente a él, mirando a esta costa relativamente normal que se va curvando de forma gradual, es muy probable que no se diera cuenta de ello, a no ser que viera el mojón que marca el punto exacto de la punta.

¿Cuál es la substancia más dura conocida?

Ya no son los diamantes.

En el año 2005, un equipo de científicos de la Universidad de Bayreuth (Alemania) creó un material nuevo al comprimir carbón puro sometido a un calor extremo. Se llama «hiperdiamante» o «agregado de nanobarras de diamante» (ADNR, por sus siglas en inglés). A pesar de que es increíblemente duro, tiene aspecto de asfalto o de morcilla brillante.

Hace mucho que se sabe que el calor y la presión pueden transformar una forma de carbono puro —grafito— en otra —diamante—. Sin embargo, el equipo de Bayreuth no utilizó ni la una ni la otra. Utilizaron una tercera forma de carbono puro, la fullerita, cuyos sesenta átomos de carbono crean una molécula en forma de pelota de fútbol o de una de las cúpulas geodésicas inventadas por el arquitecto norteamericano Richard Buckminster Fuller (1895-1983), de quien lleva el nombre.

Los átomos de carbono del diamante están dispuestos en cubos agrupados en forma de pirámide. La nueva substancia se compone de barras diminutas entrelazadas. Se las llama «nanobarras» debido a su pequeño tamaño (nanos significa «diminuto» en griego). Cada una tiene un micrón —millonésima de metro— de longitud y veinte nanómetros —mil millonésima de metro— de anchura. Equivale, aproximadamente, a 1/50.000 del grosor de un cabello humano.

Al someter la fullerita a un calor y una compresión extremos —2.220 °C y 200.000 atmósferas respectivamente—, no solo crearon la substancia más dura conocida, sino también la más rígida y la más densa.

La densidad refleja lo juntas que están las moléculas de un material y se mide con rayos X. El ADNR es un 0,3 por ciento más denso que el diamante.

La rigidez es una medida de la capacidad de compresión, o la cantidad de fuerza que debe aplicarse equitativamente en toda la superficie para que el material reduzca su volumen. La unidad básica, el pascal, debe su nombre a Blaise Pascal (1623-1662), el matemático francés que contribuyó al desarrollo del barómetro, el instrumento que mide la presión. La rigidez del ADNR es de 491 gigapascales (GPa); la del diamante, 442 GPa y la del hierro, 180 GPa. Esto significa que comprimir el ADNR cuesta casi tres veces más que comprimir el hierro.

La dureza es más fácil de determinar. Si un material puede rayar otro, es que es más duro. El geólogo alemán Friedrich Mohs (1773-1839) desarrolló la escala de dureza de Mohs en 1812. Empieza en el extremo más blando, con el talco (MH1). El plomo (MH1½) también es bastante blando; las uñas están en MH2½, igual que el oro, y en la zona media de la escala encontramos el vidrio y las hojas de cuchillo (MH 5½). La lija normal, hecha de corindón, puntúa MH9, y en el extremo superior está el diamante, en MH10. Como el ADNR raya el diamante, está, literalmente, fuera de la escala.

Y las malas noticias no acaban aquí para los fans del diamante: no son «para siempre». El grafito —que, sorprendentemente, es una de las substancias más blandas que se conocen, como el talco— presenta mucha más estabilidad química que el diamante. De hecho, todos los diamantes se convierten lentamente en grafito. Sin embargo, el proceso es tan lento que resulta imperceptible, y no hay riesgo de que nadie descubra repentinamente que sus pendientes se han transformado en lápices.

¿Cuál es la substancia más extraña conocida?

El H2O.

El agua, o el óxido de dihidrógeno, es la substancia más extraña de todas las que conocemos. Con la posible excepción del aire, es también la más conocida. Cubre el 70 por ciento de nuestro planeta y compone un 70 por ciento de nuestro cerebro.

El agua es oxígeno ligado a hidrógeno —el elemento más simple y abundante del universo— de la manera más sencilla posible. Cualquier otro gas combinado con hidrógeno produce otro gas; solo el oxígeno y el hidrógeno producen un líquido.

Y se trata de un líquido que se comporta de una manera tan distinta a cualquier otro que, en teoría, no debería existir. Se conocen sesenta y seis maneras en que el agua resulta anómala, y la más peculiar de todas es que ninguna otra substancia en la naturaleza puede encontrarse simultáneamente en estado líquido, sólido y gaseoso. Aunque un océano cubierto de icebergs bajo un cielo nuboso pueda parecer de lo más natural, en términos químicos no lo es en absoluto. La mayoría de substancias se encogen cuando se enfrían, pero cuando el agua está a menos de 4 °C empieza a expandirse y se vuelve más ligera. Por eso flota el hielo y por eso explotan las botellas de vino en el congelador.

Cada molécula de agua puede ligarse a otras cuatro y, como los vínculos son muy fuertes, hace falta mucha energía para que el agua pase de un estado a otro. Hace falta diez veces más energía para calentar el agua que el hierro.

Como el agua puede absorber mucho calor sin calentarse, mantiene estable la temperatura del planeta. La temperatura del océano es tres veces más estable que la de tierra firme; como es transparente, el agua permite que la luz la atraviese y hace posible la vida en el mar. Sin agua, no habría vida. Aunque podamos meter la mano en ella, comprimir agua cuesta tres veces más que comprimir diamantes, y cuando se choca con ella a gran velocidad, es tan dura como el asfalto.

Los vínculos entre las moléculas de agua son muy fuertes, pero no son estables. Se rompen y se rehacen constantemente: cada molécula de agua colisiona con otras moléculas de agua 10.000.000.000.000.000 veces por segundo.

Hay tantas cosas solubles en agua que se la conoce como «el disolvente universal». Si disolvemos metal en ácido, desaparece para siempre. Si disolvemos yeso en agua, seguirá allí una vez el agua se haya evaporado. Paradójicamente, su capacidad para disolver substancias sin hacerlas desaparecer hace que sea la substancia más destructiva del planeta. Antes o después, se lo come todo, ya sea una tubería de hierro o el Gran Cañón del Colorado.

Y llega a todas partes. Hay grandes depósitos de hielo en la Luna y en Marte. Se han encontrado trazas de vapor de agua en las zonas más frías de la superficie del Sol. En la Tierra, solo una pequeñísima parte de toda el agua está en la atmósfera. Si cayera de manera regular en todo el mundo, no se elevaría más de unos veinticinco milímetros. La mayoría del agua de la Tierra es inaccesible y permanece atrapada en las profundidades del planeta, tras haber alcanzado los puntos en que se superponen las placas tectónicas, o contenida dentro de la estructura mineral de las propias rocas.

Si toda esta agua oculta se liberara, llenaría los océanos treinta veces.

¿A qué temperatura se congela el agua?

Ni el agua pura ni el agua de mar se congelan a 0 °C.

Para que el agua se congele, es necesario que sus moléculas puedan agarrarse a algo. Los cristales de hielo se forman alrededor de núcleos, como pequeñas partículas de polvo. Si no las hay, la temperatura debe bajar hasta –42 °C para que el agua se congele.

Se llama «sobrefusión», o «superenfriamiento», al proceso de enfriar el agua sin que se congele. Hay que hacerlo muy despacio. Podemos meter una botella de agua muy pura en el congelador y sobrefusionarla. Cuando la saquemos del congelador y la golpeemos suavemente, se congelará al instante.

Enfriar el agua a gran velocidad tiene un efecto totalmente distinto. Se salta el estado de hielo —con una estructura de red cristalina regular— y se transforma en un sólido amorfo y caótico al que se conoce como «agua vidriosa», porque la disposición aleatoria de las moléculas se parece mucho a la del vidrio. Para formar «agua vidriosa» hay que bajar la temperatura del agua a –137 °C en unos milisegundos. Y aunque en la Tierra solo podemos encontrarla en los laboratorios, es, de hecho, la forma de agua más habitual en el universo. De ella están hechos los cometas.

Debido a su elevado contenido en sal, es muy habitual que la temperatura del agua del mar baje de los 0 °C sin que esta se congele. La sangre de los peces se congela a unos –0,5 °C, por lo que, en épocas pasadas, los biólogos marinos no se explicaban cómo sobrevivían en aguas polares. Ahora saben que el páncreas de especies como el blénido antártico o el diablillo antártico produce proteínas que pasan a la sangre e impiden la formación de núcleos de hielo —como el anticongelante del radiador de un automóvil.

Dadas las peculiaridades del agua a bajas temperaturas, no le sorprenderá saber que el punto de ebullición del agua, incluso a presiones normales, no tiene por qué estar necesariamente en los 100 °C. Puede ser mucho más elevado. De nuevo, hay que calentarla muy lentamente y en un contenedor sin arañazos, porque ahí se depositan pequeñas bolsas de aire alrededor de las cuales se forman las primeras burbujas.

El hervor aparece cuando las burbujas de vapor de agua se expanden y rompen la superficie. Para que suceda, la temperatura debe ser lo bastante elevada para que la presión creada por la burbuja de vapor supere la presión atmosférica. En condiciones normales, esto sucede a 100 °C, pero si el agua carece de puntos donde puedan formarse burbujas, será necesario más calor para superar la tensión superficial de las burbujas cuando aparezcan —esto también explica por qué hinchar un globo siempre cuesta mucho más al principio.

De aquí que si calentamos una taza de café en el microondas y llega a hervir, es muy posible que explote y se derrame cuando la agitemos con la cucharilla. El movimiento activa una reacción en cadena que hace que el agua del café se vaporice a gran velocidad.

Una última peculiaridad del agua: el agua caliente se congela antes que el agua fría. Aristóteles fue el primero en darse cuenta ya en el siglo IV a. J.C., pero la ciencia moderna no lo aceptó hasta 1963, gracias a la insistencia de Erasto Mpemba, un niño de una escuela de Tanzania, que demostró repetidamente que un helado derretido se solidificaba antes que uno sólido —frío.

¿Dónde está el lago más grande conocido?

Está a unos 1.355 millones de kilómetros, al otro lado del sistema solar.

En el año 2007, la sonda espacial Cassini-Huygens envió a la Tierra imágenes de Titán, la mayor de las lunas de Saturno. Las imágenes por radar revelaron que cerca del polo norte del satélite había un lago gigante con una superficie estimada de unos 388.500 kilómetros cuadrados, mucho mayor que la del mar Caspio, el mayor lago terrestre, con 370.400 kilómetros cuadrados.

Se le ha dado el nombre de Kraken Mare —el kraken es un monstruo marino de la mitología escandinava, y mare es «mar» en latín.

Titán tiene muchos lagos, las únicas masas líquidas estables conocidas fuera de la Tierra. Sin embargo, el líquido no es agua, porque la temperatura media en Titán es de –181 °C, por lo que el agua se solidificaría, estaría helada. Son lagos de gas líquido —metano y etano—, tan fríos que es posible que contengan masas sólidas de metano congelado.

Se cree que la composición química de Titán es muy parecida a la de la Tierra al principio de la aparición de la vida, y es la única luna del sistema solar que posee atmósfera.

En 2004, Ladbrokes, la casa de apuestas, junto a la revista New Scientist, lanzó como reclamo publicitario una apuesta de 10.000 a 1 contra que se descubriera vida en Titán. ¿Valía la pena jugarse un titán a ello? —un «titán» es el billete de cien millones de libras que el Banco de Inglaterra utiliza para la contabilidad interbancaria.

Probablemente, la respuesta sea que no. Es muy poco probable que pueda desarrollarse ADN en Titán, debido al frío extremo y a la ausencia de agua líquida. Sin embargo, algunos astrobiólogos han sugerido que los lagos de hidrocarburos de Titán podrían sustentar formas de vida que inhalaran hidrógeno en lugar de oxígeno. Otra teoría es que podría haber llegado vida a Titán desde la Tierra, a través de microbios incrustados en rocas que habrían salido despedidas de la Tierra tras el impacto de asteroides. Esta teoría, que se conoce como «panspermia» (de pan, «todo», y sperma, «semilla»), ya se utilizó en el siglo V a. J.C.: Anaxágoras, el cosmólogo griego, la propuso para explicar la presencia de vida en la Tierra.

Una cosa es segura, a medida que el Sol se caliente, la temperatura de Titán se elevará y las probabilidades de que aparezca vida también aumentarán. Lo que ya no es tan probable es que Ladbrokes siga ahí, dentro de unos seis mil millones de años, para pagar a quienes ganen la apuesta.

La sonda Cassini-Huygens lleva el nombre del astrónomo italiano Giovanni Domenico Cassini (1625-1712), que descubrió las cuatro lunas más pequeñas de Saturno entre 1671 y 1684, y del erudito holandés Christiaan Huygens (1629-1695), que descubrió Titán en 1654. Entre las múltiples aportaciones de Huygens, se encuentran la teoría de la fuerza centrífuga, la publicación de un libro sobre el uso de la probabilidad en los juegos de dados, la construcción del primer reloj de péndulo y la elaboración de la primera fórmula física.

¿Dónde está el agua más salada del planeta?

En el mar Muerto... no.

El agua más salada del planeta está en el lago Don Juan, en los valles secos del noreste de la Antártida. Aunque le llamemos «lago», es más bien una charca con una profundidad media inferior a los quince centímetros. El agua es tan salada que no se congela a pesar de que la temperatura ambiente es de unos –50 °C. El agua contiene un 40 por ciento de sal, dieciocho veces más que el agua de mar y el doble que la del mar Muerto, que solo es ocho veces más salado que el resto de océanos.

El lago Don Juan se descubrió por casualidad en 1961 y se bautizó con el nombre de dos pilotos de helicóptero del ejército estadounidense, los tenientes Donald Roe y John Hickey —de ahí Don John o «Don Juan»—, que transportaron al primer equipo de campo que se desplazó allí para estudiarlo.

Posiblemente, se trate de la charca más interesante del planeta. Los valles secos de la Antártida son el punto más seco y frío del planeta, por lo que el mero hecho de que haya agua allí ya resulta asombroso. No vino del cielo, porque hace demasiado frío y viento para que llueva o nieve; ha ido ascendiendo desde el subsuelo, adquiriendo salinidad a medida que la capa superior de agua se va evaporando. Dadas estas condiciones tan absolutamente desfavorables, los primeros investigadores se quedaron asombrados al descubrir vida allí: finas capas de algas verdiazules albergaban a una floreciente comunidad de bacterias, levaduras y hongos.

A partir de esa primera expedición, y por motivos que aún se desconocen, el nivel de agua de la charca ha disminuido a menos de la mitad, y la vida ha desaparecido. Sin embargo, incluso esto es importante, porque las aguas contienen óxido nitroso —más conocido como «el gas de la risa»—, un producto químico que antes se creía que necesitaba de vida orgánica para aparecer. Ahora se ha descubierto que se trata de un subproducto, consecuencia de la reacción entre las sales del lago y la roca basáltica que lo rodea.

Si en Marte se encontrara agua líquida, es muy probable que fuera en forma de charcas frías y alquitranadas, como la de Don Juan. Y ahora sabemos que, como mínimo, algunos de los elementos químicos ricos en nitrógeno —imprescindibles para la vida— pueden darse incluso en el entorno más hostil.

A diferencia de lo que sucede en el lago Don Juan, en el mar Muerto hay mucha vida. No hay peces, pero las algas son muy abundantes y acogen y alimentan a unos microbios llamados Halobacteria. Pertenecen al dominio de los Archaea, la forma de vida más antigua del planeta. Son tan antiguos que, en la escala del tiempo evolutiva, los seres humanos estamos más cerca de las bacterias que las bacterias de los Archaea. Al igual que los antiguos habitantes del lago Don Juan, los Halobacteria son «extremófilos»: sobreviven en condiciones en las que antes se creía imposible la vida.

Las Halobacterias también son conocidas como «el microbio renacentista», porque pueden reparar su propio ADN, dañado por la hipersalinidad. Si se pudiera averiguar cómo lo hacen, sería de gran utilidad para los enfermos de cáncer. Es posible que incluso facilitara los vuelos tripulados a Marte, porque ayudaría a los astronautas a proteger su ADN de la radiación extrema del espacio interplanetario.

¿Cuál es el origen de los minerales del planeta?

La vida en la Tierra.

En la actualidad, hay unos cuatro mil trescientos minerales en el planeta, pero en el polvo primordial que luego se convertiría en el Sistema Solar no había más de una docena. Sí que contenía todos los elementos químicos, pero los minerales eran muy escasos antes de que se formaran el Sol y los planetas.

A diferencia de otros planetas, la corteza terrestre es un rompecabezas de placas tectónicas en movimiento constante («tectónica» procede de la palabra griega tekton y significa «constructor»). Nadie sabe por qué, pero una de las teorías sostiene que el agua que hay sobre la superficie la ha resquebrajado, al igual que la humedad acaba atravesando el suelo de un cuarto de baño inundado. Las placas de la recién formada Tierra se rozaron y generaron una inmensa cantidad de calor y de presión, lo que catapultó la cantidad de minerales hasta, quizás, el millar.

Entonces, hace unos cuatro mil millones de años, la vida apareció. Algas microscópicas empezaron a utilizar la luz del Sol para transformar el dióxido de carbono que componía la mayor parte de la atmósfera en hidratos de carbono, para alimentarse. El proceso generaba oxígeno como producto de desecho. El oxígeno es simultáneamente el elemento más reactivo y más abundante en la corteza del planeta. Forma compuestos con casi todo. Se ligó al sílice, al cobre y al hierro, lo que dio lugar a cientos de minerales nuevos. Aunque cuando pensamos en el oxígeno pensamos en un gas, la mayoría de rocas terrestres lo contienen.

Al tiempo que se liberaba oxígeno a la atmósfera, el mar absorbía carbono. El carbono es la base de la vida y tan estable como reactivo es el oxígeno. Esta estabilidad lo ha convertido en el núcleo de millones de compuestos orgánicos, como todas las proteínas, grasas, ácidos e hidratos de carbono de que se componen todos los seres vivos. A medida que aumentaba la complejidad de la vida en la Tierra, aparecían minerales nuevos. Las criaturas marinas morían y descendían al fondo del mar, donde la acumulación de conchas y esqueletos se acabaría convirtiendo en piedra caliza, yeso y mármol. Mientras tanto, a lo largo de millones de años, las acumulaciones de plantas en descomposición proporcionaron los ingredientes necesarios para la formación de carbón y petróleo. Dos tercios de todos los minerales terrestres estuvieron vivos alguna vez.

La «evolución en paralelo» de la vida y de las rocas nos señala a donde deberíamos mirar cuando buscamos vida en otros planetas. Si encontráramos ciertos minerales, no sería descabellado suponer que aparecieron al mismo tiempo que un tipo concreto de seres vivos.

¿Estamos agotando las reservas minerales del planeta? A excepción del petróleo, no hay pruebas de ello. A pesar de que las plantas que han crecido en Gran Bretaña y en Estados Unidos durante los últimos cincuenta años dan muestras de un importante descenso en los minerales que contienen, esto es consecuencia de la utilización de fertilizantes artificiales, que facilitan un crecimiento acelerado a expensas de la capacidad de la planta para absorber nutrientes del aire y del suelo.

Es posible que ese sea el motivo por el que la gente dice que la comida «sabía mejor antes de la guerra». Es muy probable que tengan razón.

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?

El huevo. Fin de la discusión.

Tal y como afirmó el genetista J. B. S. Haldane (1892-1964), «la pregunta que se repite más veces es “¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?”. El hecho de que nos lo sigamos preguntando demuestra que hay mucha gente a la que no se les ha enseñado la teoría de la evolución o que no se la han creído».

Si tenemos esto en cuenta, la respuesta es obvia. Las aves evolucionaron a partir de los reptiles, por lo que la primera ave —la gallina— tuvo que salir de un huevo... puesto por un reptil.

Al igual que todo lo demás, un huevo no es algo tan sencillo como parece. Para empezar, la palabra «huevo» se utiliza de dos maneras. Para un biólogo, un huevo es un óvulo (de «huevo» en latín), la diminuta célula reproductora femenina que, cuando es fertilizada por el esperma (de «semilla» en griego) se convierte en embrión. Tanto el óvulo como el esperma son gametos (del griego gamete, «esposa», y gametes, «marido»).

En el huevo de la gallina, dos células diminutas se unen en el «punto germinal» o blastodisco (de blastos, «brote» en griego). Alrededor del mismo se forma la yema, que proporciona casi todos los nutrientes que necesita el pollo en formación. La palabra «yema» procede de gemma, «joya» en griego. La yema está rodeada de la clara o albumen (del latín albus, «blanco»), que también es nutritiva pero cuyo objetivo principal es proteger la yema, sostenida en el centro por dos hilos enrollados, llamados «chalazas» (chalaza significa «granizo» en griego: el cordoncito blanco parece una hilera de perlitas o de bolas de hielo diminutas). Alrededor del albumen está la cáscara, compuesta de carbonato de calcio, el mismo material del que están hechos los esqueletos y los comprimidos contra la indigestión. Es poroso, para que el pollo pueda respirar; el aire se queda en una bolsa de aire entre la yema y la cáscara. Cada parte está separada por membranas y todo junto se conoce como «huevo cledoico» (del griego kleidoun, o «encerrar»). El pollo construye todo esto en un solo día.

Como la cáscara es porosa, si guardamos un huevo durante mucho tiempo, la yema y la clara se secan y absorben todo el aire del interior del huevo. Por eso flotan los huevos podridos. Para saber de qué color pondrá el huevo la gallina, hay que examinarle los lóbulos de las orejas. Si tiene lóbulos blancos, pondrá huevos blancos; si son rojos, los pondrá marrones. El color del huevo depende de la raza del pollo, no tiene nada que ver con la dieta.

En 1826, el biólogo estonio Karl Ernst von Baer (1792-1876) demostró que las mujeres producen huevos, como cualquier otro animal. Desde la época de Aristóteles, se había creído que el hombre «plantaba» su semilla en el útero de la mujer, donde se desarrollaba —Anton van Leeuwenhoek (1632-1723) en 1677 fue el primero en estudiar el semen microscópicamente, y sus observaciones parecieron demostrar esta teoría: creyó ver un homunculus, u «hombre en miniatura», en cada espermatozoide—. Hasta la década de 1870 no se demostró que el embrión se desarrollaba a partir de la unión de un espermatozoide y un óvulo, e hicieron falta veinte años más para que el biólogo alemán August Weismann (1834-1914) descubriera que cada uno contenía únicamente la mitad de los genes de los progenitores. El espermatozoide es la célula más pequeña del cuerpo humano, no es más que la vigésima parte de un óvulo, que, por otro lado, es la célula más grande del cuerpo. Es mil veces mayor que la célula promedio, pero no ocupa más que un punto en esta página.

¿Podría nombrar un pez?

Ni lo intente. No existe tal cosa.

Tras dedicar toda su vida al estudio de las criaturas a las que hasta entonces llamábamos «peces», el gran paleontólogo Stephen Jay Gould (1941-2002) concluyó que, en realidad, no existen.

Lo que quería decir es que aplicamos de forma indiscriminada la palabra «pez» para referirnos a animales completamente distintos: cartilaginosos, como los tiburones y las rayas; con espinas, como la mayoría de «peces»: pirañas, anguilas, caballitos de mar o bacalao; y los que tienen cráneos pero no columna ni mandíbula, como los mixinos o las lampreas. Estas tres clases se separaron muchísimo antes que los órdenes, las familias y los géneros, por lo que un salmón tiene más en común —y es más cercano a— con un ser humano que con un mixino. Para un biólogo evolucionista, la palabra «pez» solo es útil en la carta de un restaurante.

Y no se trata de una extravagancia de Gould. La Enciclopedia Oxford de vida submarina comenta: «Por increíble que pueda parecer, los “peces” no existen. Este concepto no es más que un cómodo término paraguas que nos permite describir a un vertebrado acuático que no es un mamífero, ni una tortuga ni cualquier otra cosa». Es como decir que los murciélagos y los reptiles voladores son «aves» porque vuelan. «La relación entre una lamprea y un tiburón —insiste la Enciclopedia— no es más cercana que la que existe entre una salamandra y un camello.»

De todos modos, ahora estamos mejor que antes. En el siglo XVI, se llamaba «pez» a las focas, las ballenas, los cocodrilos, e incluso a los hipopótamos. Y, en la actualidad, seguimos llamando «pez» a las sepias, las estrellas de mar, los cangrejos, las medusas y al marisco, que, de acuerdo con cualquier definición científica, no son peces en absoluto.

Stephen Jay Gould dijo lo mismo de los árboles. La forma «árbol» ha evolucionado muchas veces a lo largo de la historia: sus ancestros eran plantas no relacionadas, como líquenes, rosas, musgos y tréboles. Por lo tanto, según Gould, los árboles tampoco existen.

Hay un pez cuya existencia podemos negar taxativamente: la sardina. Es un término genérico que aplicamos a unos veinte peces pequeños, de huesos blandos y ricos en aceite. Y solo les llamamos así una vez están dentro de una lata. En Gran Bretaña suelen ser sardinas europeas, a las que con frecuencia —y optimismo— se las llama «verdaderas sardinas», aunque es cierto que el nombre en latín (Sardina pilchardus) fomenta la confusión. A veces, lo que nos encontramos en una lata de sardinas es, en realidad, un arenque o un espadín —que se vanagloria de su nombre científico: Sprattus sprattus sprattus.

De lo que podemos estar seguros es de que no es una «sardina». Bueno, de hecho, tal y como sabe ahora, ni siquiera es un pez.

ALAN: Todos los peces feos salen por la noche. Es muy interesante.

STEPHEN: Es que, de noche, no hace falta ser guapo.

ALAN: Tienes razón. Vas al mar Rojo y, de día, los peces son bonitos y llamativos. Por la noche, todos tienen los ojos saltones. Van arrastrándose y no se dejan tocar. Y te miran. Y si les iluminas con una linterna, gritan: «¡No! ¡No! ¡No me mires, no me mires!».

¿Cómo saben los tiburones que estamos ahí?

No hace falta sangrar para que nos detecten.

Los tiburones tienen un sentido del olfato sencillamente extraordinario. Pueden detectar sangre en concentraciones de una parte por veinticinco millones, lo que equivale a una gota de sangre en un tanque de agua de nueve mil litros de capacidad.

Las corrientes determinan la velocidad y la dirección de la dispersión de un olor en el agua, por lo que los tiburones nadan con la corriente. Si sangra, por poco que sea, el tiburón lo sabrá. Si la corriente discurre a unos moderados 3,5 kilómetros por hora, un tiburón que se encuentre a cuatrocientos metros más adelante tan solo tardaría siete minutos en oler la sangre. Los tiburones nadan a casi cuarenta kilómetros por hora, por lo que le alcanzaría en unos sesenta segundos. Las corrientes más rápidas solo empeoran las cosas, a pesar de que el tiburón deba nadar contra una corriente más fuerte. En una corriente rápida de veintiséis kilómetros por hora, un tiburón que se encuentre a menos de medio kilómetro corriente abajo le detectaría en un minuto y le alcanzaría en menos de dos: tendría tres minutos escasos para escapar.

Los tiburones también tienen una visión excelente, incluso uno miope con una congestión nasal terrible —cosa que no sucede— le encontraría. Disponen de un oído magnífico para las bajas frecuencias, por lo que pueden oír que algo bate el agua a medio kilómetro. Así que, quizá, lo mejor sería que se quedara muy, pero que muy quieto.

Incluso un tiburón ciego, sordo y sin nariz podría encontrarle sin problemas. Su cabeza está repleta de unos canales llenos de gelatina, las «ampollas de Lorenzini», que llevan el nombre de Stefano Lorenzini, el médico italiano que los describió por primera vez en 1678. No hemos conocido su función hasta hace muy poco: registrar los leves campos eléctricos que generan todos los seres vivos.

Por lo tanto, si no sangra, no se mueve y su cerebro y su corazón dejan de funcionar, no tiene por qué preocuparse por los tiburones.

Y las buenas noticias no acaban aquí. Jamie MacMahan, un doctor en oceanografía de California, ha descubierto que la idea que teníamos de la resaca marina estaba equivocada. No se dirige mar adentro, sino que es circular, como un remolino. Afirma que si nadamos en paralelo a la orilla, tenemos el 50 por ciento de probabilidades de que nos arrastre mar adentro. Sin embargo, si solo flota, tiene un 90 por ciento de probabilidades de que la corriente le devuelva a la orilla en tres minutos, tiempo suficiente para, quizás, escapar de un tiburón.

Si el tiburón consigue encontrarle, intente darle la vuelta y hacerle cosquillas en la barriga. Le inducirá a un estado conocido como «inmovilidad tónica», y se quedará flotando en el agua, como si estuviera hipnotizado. Las orcas utilizan esta técnica: ponen a los tiburones panza arriba y los sujetan así hasta que se ahogan. Debe saber que dispone de unos quince minutos antes de que el tiburón reaccione. Además, no todas las especies de tiburón responden igual. Por ejemplo, el tiburón tigre lo hará mejor si le realiza un suave masaje alrededor de los ojos. Según el experto en tiburones Michael Rutzen, es la misma técnica que se utiliza en el cosquilleo de la trucha: «Lo único que hay que hacer es defender el espacio personal y mantener la calma».

Una vez dicho todo esto, relájese. Los tiburones casi nunca atacan a las personas. Las cifras de los veintidós estados costeros de Estados Unidos, una vez hecho el promedio a lo largo de los últimos cincuenta años, demuestran que tiene setenta y seis veces más probabilidades de morir fulminado por un rayo que por el ataque de un tiburón.

¿Hay mareas en el mar Mediterráneo?

Sí, las hay, digan lo que digan las guías turísticas.

La mayoría de ellas son muy pequeñas, apenas se desplazan unos centímetros. Esto sucede porque el estrecho de Gibraltar separa el Mediterráneo del Atlántico, y por la enorme fuerza de la atracción de la Luna sobre el mismo.

Justo al lado de la entrada al Mediterráneo, el nivel del mar puede cambiar hasta ochenta centímetros, pero en el golfo de Gabés, frente a la costa este de Túnez, puede elevarse hasta dos metros y medio dos veces al día.

Esto sucede porque las mareas no son resultado únicamente del efecto gravitacional de la Luna, sino también de la presión atmosférica, la salinidad, la temperatura y la forma de la línea de costa.

Las mareas relativamente fuertes del golfo de Gabés se deben a su forma. Es una bahía ancha y poco profunda, de unos cien kilómetros de ancho por otros cien de largo. El golfo actúa como un embudo y la energía de la marea obliga al agua a introducirse en un espacio cada vez más pequeño, por lo que el nivel del mar se eleva; y, por el mismo motivo, desciende con la retirada del agua. Lo mismo sucede a una escala mucho mayor en el canal de Bristol, cuya marea supera los nueve metros.

Los efectos de la marea alcanzan su punto máximo cuando el Sol y la Luna están al mismo lado de la Tierra —luna nueva— o en lados opuestos —luna llena—. La fuerza gravitacional de ambos se combina y da lugar a las potentes mareas de perigeo.

Los fenicios fundaron Gabés cerca del año 800 a. J.C. Plinio el Viejo fue el primero en describir sus mareas extraordinariamente potentes en su Historia natural, del año 77 d. J.C. También indicó que Gabés solo iba a la zaga de Tiro en la producción del carísimo tinte púrpura que se extraía de las conchas de murex y que descubrieron los fenicios (de ahí que los griegos llamaran phoinikeos al color púrpura) y muy apreciado por los romanos: solo los reyes, los generales triunfantes y los emperadores podían llevar la toga purpurea.

El Mediterráneo es mayor de lo que quizá crea. Cubre dos mil quinientos kilómetros cuadrados, la superficie de Sudán, el país más grande de África, y sumergiría sin dificultad a toda Europa occidental —Portugal, España, Francia, Alemania, Italia, Grecia, Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Suiza y Austria—. La costa se extiende a lo largo de 46.000 kilómetros, el doble de la costa africana. Tampoco se caracteriza por ser poco profundo; tiene una profundidad media de más de un kilómetro y medio, mientras que la del mar del Norte no supera los noventa y cuatro metros. En su punto más profundo, en el mar Jónico, el Mediterráneo alcanza una profundidad de casi cinco kilómetros, lo que supera la profundidad media del Atlántico.

Hace seis millones de años, el Mediterráneo se secó completamente en lo que se ha llamado «la crisis de salinidad del Messiniense». Dio lugar a la mayor salina del mundo y elevó el nivel del mar del resto del planeta unos diez metros. Trescientos mil años después, la barrera rocosa del estrecho de Gibraltar venció en el cataclismo de la inundación Zancleana: creó la cascada más grande que jamás haya existido y volvió a inundar el Mediterráneo en tan solo dos años. El nivel del mar ascendía unos diez metros diarios, pero no volvía a retirarse.

STEPHEN: El Mediterráneo fue el mayor lago seco del mundo en el Mioceno tardío.

ALAN: El agua volvió a entrar cuando el estrecho de Gibraltar se desbordó.

STEPHEN: Sí, cierto. Fue hace seis millones de años.

ALAN: Lo sé porque lo vi en el Acuario de Plymouth.

JIMMY CARR: Seguro que fue fantástico para las ciudades españolas y portuguesas que viven del turismo. Cuando vieron entrar la marea, dijeron: «¡Genial! ¡Por fin podremos dar uso a las dichosas motos acuáticas!».