–¡Deberíamos dispararle aquí y ahora!
El humano encapuchado caminaba sobre la colina, arrastrando sus botas por el barro.
–Hemos llegado –dijo, manteniendo su voz firme. No tenía ningún sentido disculparse. No en este lugar... ni ante esas personas–. Sólo muéstranos dónde está nuestro transporte.
Los guerreros Sith Daimanitas no bajaron sus rifles. Incluso en el planeta Oranessan, con sus lluvias torrenciales, Lord Daiman insistía en que sus soldados lucieran cada día sus trajes de combate plateados. Ese día, el planeta parecía especialmente interesado en poner a prueba su armadura. El granizo rebotaba sobre ellos en todas direcciones, levantando un ruidoso alboroto que obligó a que la primera persona que había hablado –una mujer con cicatrices de quemaduras vestida con un mono de trabajo– tuviera que gritar para ser escuchada.
–¡No está donde se supone que debería estar, piloto! –Interponiéndose entre los guerreros, la mujer hizo destellar una linterna de mano ante la cara del recién llegado, un hombre robusto de unos cincuenta años–. Se suponía que debía haber llegado aquí hace veinte minutos para la preparación de vuelo –gritó–. ¿Qué demonios estaba haciendo en las llanuras de barro?
–Nuestra lanzadera fue dañada en la tormenta –dijo el recién llegado, señalando la cresta de la colina. Dos compañeros encapuchados de manera similar llegaron detrás de él, ambos mostrando sus placas de identificación–. Hemos aterrizado a donde hemos podido. ¿Qué importa? Hemos llegado.
Entrecerrando sus ojos azules como el hielo, Vannar Treece examinó los alrededores. Más allá de la malencarada jefa de la tripulación de tierra y los cuatro centinelas se alzaba un enorme transporte Sith provisto de varios cañones, en espera de su equipo de vuelo. Transportes idénticos ya estaban levantando vuelo en la distancia, ascendiendo por encima de los altos hornos nucleares que proporcionan el combustible para las naves de Daiman en esta estación de paso. Las llamas en la cima de los gigantescos conos de permacemento proporcionaban la única iluminación de la zona, obligando a los equipos de tierra a usar las luces de sus cascos, incluso a mediodía... como ahora.
Bienvenido de nuevo al Espacio Sith, pensó Vannar. Disfrute de las vistas... si realmente quiere hacerlo.
Vannar dio un paso hacia el transporte que esperaba, sólo para ser bloqueado por la líder del equipo de tierra. Iluminando las manos enguantadas del hombre, la mujer desgastada por los años montó en cólera.
–¿Dónde está su valija de envío? ¡Más vale que no me diga que ha llegado hasta aquí sin ella!
La compañera de Vannar, de baja estatura, dio un paso al frente. Con sus ojos de color avellana destellando por debajo de su capucha, levantó la mano ante la jefa de equipo Sith.
–No necesitamos una valija de envío.
–¡Desde luego que la necesitáis, niñata! –La líder del equipo de tierra arrancó la capucha de la recién llegada, revelando a una muchacha de dieciocho años, de pelo y tez morenas–. No sé en que están pensando, enviándonos aquí niños como pilotos. ¡Seguramente Daiman lo haría mejor que tú!
Con aire molesto, la chica miró a Vannar con urgencia. Él ya lo sabía. Esto no estaba funcionando.
–Esto no está bien –dijo la mujer con cicatrices, dando un paso hacia los soldados–. Un transporte de menos en el convoy no supondrá ninguna diferencia. Matadlos.
El cuarteto de guerreros levantó sus fusiles. Los compañeros de Vannar saltaron hacia adelante, con luces brillando frente a ellos. La chica llegó en primer lugar hasta los Daimanitas, cortando en dos el cañón del arma del guerrero más cercano con su sable de luz. Una fracción de segundo más tarde, hizo lo mismo con el propio centinela.
–¿Qué dem...? –La jefa de equipo retrocedió y extrajo su bláster–. ¡Jedi!
Despojándose de su manto, Kerra Holt se abalanzó, saltando sobre los hombros del segundo guerrero y lanzándose contra la jefa. El comunicador voló de la mano de la mujer mayor, enterrándose en el lodo de Oranessan. Al ver al segundo centinela volviéndose hacia ella, la joven Jedi empujó hacia atrás su sable de luz, atravesando el cuerpo de la jefa de equipo. El grito de dolor de la mujer todavía estaba en el aire cuando el centinela atacante se derrumbó ante Kerra, asesinado por la espada de luz amarilla de Vannar Treece.
Vannar miró a la derecha para ver a Dorvin Eltrom, su otro compañero, de pie sobre los cadáveres de los otros dos Daimanitas. El cereano se quitó la capucha, dejando que las gotas de lluvia salpicaran sobre su cráneo cónico. Vannar extinguió rápidamente su sable de luz y examinó la zona. El granizo se había convertido en una lluvia refrescante, y la lluvia y la oscuridad se combinaban para ocultar de la vista su refriega desde el inmenso hangar de servicio a casi un kilómetro de distancia. Oportuno, pensó. Un buen augurio para el primer paso de una larga misión.
Con el pelo goteando, la chica se arrodilló sobre el cadáver de la jefa de equipo.
–¿“Niñata”? ¿Es así como insultan los Sith hoy en día?
–Nunca sé qué esperar –dijo Vannar, riendo para sus adentros. Parte de la novedad de esta misión sería ver la respuesta de Kerra en el espacio Sith, territorio que había estudiado durante mucho tiempo desde la distancia. Kerra había estado bajo su tutela durante la mayor parte de la década que había transcurrido desde que ayudó a evacuarla de la región. Ahora, había tenido su primer contacto.
No era ninguna sorpresa que las habilidades de la Fuerza de Kerra no hubieran sido detectadas cuando vivía en el sector Grumani. Con el abandono de la República de gran parte del Borde Exterior, los exploradores Jedi ya no identificaban a los estudiantes potenciales en esas regiones. En cuanto a concernía a Vannar, era casi mejor que los esclavos Sith nunca supieran de sus potenciales talentos en la Fuerza, para evitar que fueran puestos en servicio como adeptos Sith. Cualquier cosa era mejor que eso. Pero Kerra había escapado, y aunque Vannar habría querido seguir siendo una parte de su vida, independientemente de si ella tuviera un potencial Jedi, ese hecho había hecho posible que jugase un papel activo en su educación.
Ella había aceptado rápidamente la formación. Su mente y su cuerpo eran todo lo que le quedaba en la galaxia; por eso, ella se comprometió plenamente a la absorción de conocimientos teóricos y prácticos. Vannar no era su maestro en el sentido formal; en realidad no tenía ninguno. Muchas de las formas habituales de hacer las cosas habían cambiado por la necesidad en los últimos tiempos. Con los Caballeros siendo necesarios en el frente, simplemente no había suficientes profesores para todos; los Padawans tendían a aprender durante cortos períodos de cualquiera que estuviera disponible. Pero Vannar, casi tanto padre como mentor, había querido seguir puntualmente su progreso. Una vez que comenzó a librar su propia guerra privada en el espacio Sith, Kerra le había rogado que le dejase ayudarle de cualquier manera posible.
Aunque no había pensado en llevar a la adolescente a ninguna de sus misiones, Vannar descubrió que la joven Kerra resultaba útil a su causa de innumerables maneras. Era una dinamo de la organización, ayudándole a transformar sus nobles visiones en acciones concretas. Él tenía las conexiones y el magnetismo personal necesario para atraer seguidores y apoyo material; Kerra se aseguraba de que estos llegaran donde eran necesarios. Estaba seguro de que ella haría posible que pudiera montar una operación adicional cada año. Ninguna de estas eran grandes misiones para liberar su tierra natal –Vannar se preguntaba si eso podía llegar a hacerse– pero al menos estaba haciendo una contribución.
Y ahora, años más tarde, ella finalmente estaba aquí.
–Supongo que ella tiene lo que estamos buscando –dijo Kerra, buscando entre los elementos enganchados al cinturón de la mujer muerta. Tras encontrar un dispositivo de control, se volvió hacia el gigantesco transporte y apretó un botón. La gran escotilla delantera se abrió con un gemido, dejando al descubierto una profunda área de carga en el interior.
Como habían sugerido sus informes de inteligencia, el gigantesco transporte estaba vacío, esperando a una tripulación de vuelo que nunca llegaría. Vannar se llevó el comunicador a la boca.
–Nave objetivo asegurada. Comienza Influjo. El equipo puede acercarse.
–Influjo confirmado. En espera.
Todo el equipo Jedi de Vannar estaba estacionado más allá de la siguiente cresta, con los restos de la pequeña lanzadera de personal que habían interceptado durante su acercamiento a Oranessan desde el espacio de la República. Interceptar a la tripulación de vuelo y llegar en su lugar había permitido que Vannar y sus compañeros llegasen lo suficientemente cerca de la zona de aterrizaje del transporte Sith como para asegurarlo. El gran transporte –un Starcrosser Daimanita de cargas pesadas, si la información de los informes era precisa– sería el medio de transporte de su equipo durante el resto de la Operación Influjo. Vannar golpeó el costado de la puerta de carga mientras Dorvin subía corriendo las escaleras, dirigiéndose como estaba previsto a su estación en la cabina. La nave sería un regalo muy grande para un Ministerio de Defensa de la República deseoso de obtener información acerca de las naves usadas en ese momento por las fuerzas de Daiman. Pero eso también era totalmente secundario frente al objetivo principal de la misión.
Kerra había elegido el nombre de la operación, como lo había hecho para todas ellas desde que tenía trece años. Era una especie de amuleto de buena suerte, pensaba Vannar. Su idea original había sido llamar a esta operación "Punto Muerto" hasta que Vannar señaló que, aunque hacer que los Señores Sith quedasen ocupados peleando uno contra el otro era, de hecho, uno de sus objetivos en esta misión, no era lo bastante bueno para basar abiertamente la misión en ello. Cuando los Sith luchaban contra la República, por lo menos un bando trataba por lo general de evitar víctimas civiles. Cuando los Señores Sith se enfrentaban entre sí, como Daiman y su odiado hermano Odion, cualquiera atrapado en medio estaba en grave peligro. De hecho, el nihilista Odion vivía para segar la vida a los inocentes. Otro Lord Sith enfermo.
De guardia en la parte inferior de la rampa, vio como Kerra arrugaba la nariz ante el viciado aire de Oranessan. Era la primera vez que ella no estaba en movimiento desde que partieron del punto de salto en la República.
–Volar y morir por Lord Daiman –dijo Kerra, mirando hacia atrás a los cadáveres. No era la primera vez que Kerra mataba; Vannar sabía que eso ocurrió años atrás. Pero parecía preocupada–. ¿Por qué nadie iba a estar dispuesto a hacer nada por Daiman?
–Él es quien está al mando.
–Es un enfermo mental –dijo Kerra.
Vannar asintió con la cabeza. Cualquier persona que creyera ser el creador del universo, con todos los demás seres orgánicos simples autómatas sin alma colocados allí (por él mismo, por supuesto) para su propia diversión, sin duda tenía algún serio problema en la cabeza. La mayoría de los señores de la guerra lo tenían. Pero Vannar no estaba realmente interesado en el estado del sistema de atención sanitaria de los Señores Sith.
Tampoco Kerra, por lo visto, que cambió el tema rápidamente.
–¿Qué es una valija de envío?
–No tengo ni idea –dijo Vannar. La jefa de personal de tierra les había preguntado al respecto, antes.
–Podría ser importante –dijo Kerra, mirando hacia atrás al cuerpo de la mujer muerta, bañado en el cieno.
–También podría no ser nada –dijo Vannar. Él sabía lo que estaba por llegar. Kerra se conducía y se orientaba por los detalles... y nada la obsesionaba más como darse cuenta de que había un detalle que no había considerado. Él había visto cómo eso la volvía inestable en su juventud, pero últimamente había mejorado bastante al respecto. Sin embargo...
–¿Seguro que estás bien, Kerra?
–Estoy bien No te preocupes... No hay nervios de primer día.
–Oh, no los habría esperado. Cambiaste de táctica bastante bien antes con la jefa de equipo –dijo. El intento de persuasión de Kerra no parecía haber funcionado, pero él no usaría eso en su contra. A ella nunca le había gustado usar la Fuerza para influir en los demás. Era sólo una parte de su forma de ser–. Sin embargo, es tu primera misión...
–Estoy bien –dijo Kerra, alejándose en el barro para ver la llegada del resto del equipo–. Simplemente no me gusta hacerme pasar por Sith.
Vannar se echó a reír.
–Sin subterfugios, no llegaríamos muy lejos –gritó tras ella–. Este no es un lugar donde puedas ser tú mismo. ¡No durante mucho tiempo, en cualquier caso!