CAPÍTULO VIII

AHORA, ¡COMENZAR UNA NUEVA VIDA!

LPenetraron los dos amigos en el rancho al paso lento de sus caballos. Durante todo el camino desde Dallas, hablaron bien poca cosa, pensando aún en las palabras del que fue sheriff hasta una hora antes.

El juez Carter les prometió que reuniría a las personas honradas de Dallas para nombrar el nuevo representante de la autoridad. Por lo menos de aqueda manera sería elegido un hombre digno de representar la ley y administrar la justicia. El pequeño juez había causado buena impresión en Pancho, quien por todo comentario dijo a su amigo:

—Esa miniatura, gringo, me parece que vale mucha platita.

Salieron a recibirles las tres mujeres y los tres muchachos que habían quedado en el rancho; los otros no llegaron aún de Wolf Valley.

A pesar de que Pancho trataba de esconder el brazo que llevaba herido, Dorotea dióse cuenta inmediatamente y se lanzó hacia él con una intensa palidez en el rostro.

—¡Pancho!

—No te apures, chula. «Sargento» tuvo la ocurrensia de dar una voltereta y… ¡me caí!

—Eso no e sierto, charro; te han herido.

—Bueno. Es que eso fue después de la caída.

Ellen y Ana miraron a Joe, temerosas de que también le hubiese alcanzado alguna de las balas. El joven se dio cuenta de las miradas de ellas y para calmar su ansiedad, sonrió al tiempo de desmontar y acercarse al lugar en el que quedaron detenidas, emocionadas.

—Ya estamos otra vez aquí, Ellen. Y traemos un apetito feroz, señora Ana.

—Pues en vez de comida, yo os daría una buena zurra. ¿Crees que es muy bonito hacernos pasar un mal rato porque a vosotros os de la gana de pelearos a cada momento? ¡Vamos! ¡Estos hombres!

Y la buena vieja se metió en la casa para poner la mesa, no sin antes hacerle un significativo guiño a la muchacha, que sonrió ruborizada.

—Fuisteis a Dallas, ¿verdad?

—Sí, Ellen.

—Teníamo una sita con una chica de allá, patronsita —dijo el mejicano al mismo tiempo que lanzaba una enorme risotada y se alejaba con Dorotea. Todavía, antes de desaparecer, detrás de uno de los barracones, se volvió a la pareja para gritarles:

—Oiga, patronsita; se me olvidó desirle que la chica ésa tenía bigote y se llamaba Wither.

Joe sonrió y volvió la mirada a Ellen:

—El sheriff ha confesado sus crímenes antes de morir —y levantando los ojos para contemplar todo el paisaje que encuadraba el rancho, murmuró como para sí mismo—: Ahora reinará la paz sobre estas tierras, y pronto no será necesaria mi presencia por estos lugares…

—Piensa abandonarme… ahora.

Joe la miró a los ojos y los vio fijos en los suyos, suplicantes, inocentes… y con algo extraño que no sabía definir, pero que le estaba diciendo muchas cosas que la muchacha callaba.

—Una vez, no hace mucho, le prometí que no me iría hasta que me echara.

—Pero yo no te echaré nunca. Te necesito siempre a mí lado, Joe.

—Y yo también, Ellen querida. Ahora a empezar de nuevo.

—Sí; comenzar una nueva vida.

El joven la atrajo hacia él y puso en la boca sensual de la muchacha un beso dulce, largo…