8

Con la ausencia de cierto caballero, la cena vuelve a consistir en los platos de siempre, y en la cocina, no en la elegante mesa de comedor de la abuela. George lleva desabrochado el primer botón de la camisa y nadie recibe una reprimenda por olvidar sus modales. No hay vino, ni traje de los domingos ni tarta tatín de piña.

Pero sí que hay seis ojos pendientes de mí, observándome mientras me obligo a comer. Mi silencio lo dice todo, y Gregory está que no cabe en sí de contento. La abuela lo ha puesto al día antes de que yo bajara a cenar. Los he oído cuchichear, reprimir exclamaciones de asombro, y a la abuela tranquilizando a Gregory con excusas sobre malentendidos y socias de negocios que no son lo que yo pensaba que eran. Gregory no se lo ha creído, así que me quedo sentada a la mesa todo lo que puedo para evitar a toda costa que me interrogue. Lleva un ojo morado y la mano hinchada. Es imposible no verlo, y me pregunto qué explicación le habrá dado a la abuela.

Cuando ella empieza a recoger la mesa, Gregory ladea la cabeza para indicarme que salga de la cocina. Sé que no puedo evitarlo por más tiempo. Le doy las gracias a la abuela, me despido de George con una cariñosa palmadita en la espalda y sigo a mi mejor amigo al pasillo.

Pero empiezo yo.

—¿En qué estabas pensando? —siseo mirando la puerta de la cocina y tirando de él escaleras arriba—. ¡No necesitaba que chocarais la cornamenta ni que pusieras a prueba tus músculos con él!

Llegamos a lo alto de la escalera y veo que mi regañina lo ha dejado boquiabierto.

—¡Estaba protegiéndote!

—¡Al principio! ¡Luego se convirtió en una lucha de egos! ¡Tú le pegaste primero!

—¡Se te llevaba a la fuerza!

Los dos miramos a un lado al oír a la abuela.

—¿Qué está pasando ahí arriba?

—¡Nada! —grito metiendo a Gregory en mi habitación y dando un portazo—. ¡Me arrancaste de sus brazos y me tiraste al suelo antes de derribarlo a él! —Me inclino hacia adelante y señalo mi cabeza—. ¡Me tiré horas en urgencias para que me curaran la herida mientras tú te peleabas en plena calle!

—¡Desapareciste sin más! —me grita poniéndome el índice delante de las narices—. ¡Y no tienes móvil!

Levanta las manos, frustrado.

Yo guardo silencio un instante, pienso en algo en lo que de verdad que no quería volver a pensar.

—Nos está afectando —digo con calma.

Echa la cabeza y los hombros atrás.

—Ese hombre es imposible.

—No me refiero a Miller.

—¿Entonces…? —Cierra la boca un instante y luego abre mucho los ojos—. ¡Ah, no! No le eches la culpa a ese momento de locura —dice señalando la cama mientras se ríe con sarcasmo—. ¡Esto es cosa de ese capullo engreído del que te has enamorado!

—¡No es un capullo! —grito buscando en mi interior las fuerzas para tranquilizarme.

—¡Te juro por Dios que si vuelves a verlo dejamos de ser amigos!

—¡No digas chorradas!

Me horroriza lo que acaba de decir. Lo he ayudado a superar infinidad de rupturas de mierda y nunca lo he amenazado con nada parecido.

—No es ninguna chorrada —dice más calmado—. Va en serio, Olivia. Sabes tan bien como yo que ese soplapollas te va a traer problemas, y sé que no me lo has contado todo.

—¡Sí que lo he hecho! —Salto en mi defensa un pelín demasiado rápido.

—¡No me insultes!

—¡Al menos, él vino a buscarme!

Gregory retrocede asqueado.

—Te está arruinando la vida.

Se muerde el labio y me estudia con atención unos segundos eternos. No me gusta su expresión, y no sé si me va a gustar lo que va a decirme. Lo está pensando mucho.

—No puedo seguir viéndote mientras continúe en tu vida.

Trago saliva y él da media vuelta y se marcha. Cierra de un portazo y yo me quedo patidifusa en mi habitación. Me ha dejado sin habla, dolida y enfadada. No puede ponerle condiciones a nuestra amistad cuando a él le conviene. Yo nunca lo he hecho.

Me tiro sobre la cama maldiciendo y me escondo bajo las sábanas. Una vez más, mi mente agradece poder dejar de pensar en cosas dolorosas, y no tardo en soñar con algo cálido y duro contra mi espalda y alguien que me tararea dulcemente al oído. Sólo es un sueño, pero las líneas rectas del traje hecho a medida y la sensación familiar de unas manos suaves que se deslizan por mi vientre desnudo me consuelan incluso cuando no son reales. Es mucho mejor que las pesadillas habituales.

No empiezo el lunes con más entusiasmo que cualquier otro día desde que salí huyendo de aquel hotel. Ahora no sólo me asaltan pensamientos sombríos sobre cierto hombre, sino que también tengo que preocuparme de Gregory. Mi vida en este momento es una calamidad, y está compensando con creces lo aburrida que era antes.

Una parte de mí se pregunta por qué sugerí salir hoy a cenar con Miller si ayer deseaba que me hiciera suya con desesperación, mientras que la otra parte se plantea por qué tuve que sugerir una fecha. ¿No se ha acostado con nadie? Necesito hacer una lista de preguntas. Si es que soy lo bastante tonta para ir a su encuentro.

Me destapo y frunzo el ceño al ver mi cuerpo semidesnudo. Llevo puestas las bragas, pero todo lo demás ha desaparecido. Mi ropa está doblada con esmero en una pila en mi silla. No estoy perdiendo la cabeza. Anoche me quedé dormida vestida en cuanto Gregory se marchó hecho una furia; de eso me acuerdo. Es posible que la abuela me desvistiera en sueños, pero esa pila de ropa está tan bien doblada que sé que no ha sido ella.

Todavía con el ceño fruncido, salgo de debajo de las mantas, atravieso la habitación, abro la puerta sigilosamente e intento oír a la abuela. Está cantando, contenta, y se oye el tintineo de platos y vasos pero ninguna conversación. Miro la pila de ropa delatora, me rasco la cabeza e intento recordar si lo he hecho yo pero no me acuerdo de nada. Estoy en blanco. Puede que me haya vuelto sonámbula y me haya dado por ordenar en sueños.

Echo un rápido vistazo al reloj. No tengo tiempo para seguir pensando en este misterio. Me ducho y me visto rápidamente para ir a trabajar. Unos vaqueros y unas Converse blancas, como si quisiera que mis zapatos marcaran mi estado de ánimo: apagado…, en blanco.

Tengo un cuenco de cereales delante antes de sentarme a la mesa, y la abuela me mira con una rara mezcla de curiosidad y deleite. Estamos solas por primera vez desde ayer por la mañana, lo que significa que por fin tiene ocasión de interrogarme. Rebusco en mi cerebro las palabras adecuadas antes de que ella ataque primero y al instante se me ocurre… algo.

—¿Qué tal el baile? —pregunto.

—Los amos —se limita a contestar, aunque estoy segura de que tiene muchas historias que contarme de su noche de Ginger Rogers—. Y fue hace dos noches.

Hago una mueca.

—Lo siento.

—No importa —insiste, y sé por qué—. Miller parecía muy triste cuando se marchó ayer. —Pasa el trapo por aquí y por allá mientras estudia mi reacción—. Y no me gustó nada oíros discutir a Gregory y a ti.

Suspiro, me dejo caer en la silla y vierto leche sobre los cereales mientras ella sobrecarga de azúcar mi té.

—Es complicado, abuela.

—Ah… —Se sienta en la silla que hay a mi lado y su mirada azul marino es demasiado curiosa—. Puedo entender las cosas complicadas. De hecho, apuesto a que tengo la respuesta.

Sonrío con ternura y le cojo la mano.

—Esto tengo que arreglarlo yo.

—Tengo la impresión de que a Gregory no le gusta Miller —dice con cautela.

—Tu impresión es correcta, pero ¿podemos dejarlo ahí?

Tuerce los labios un instante, molesta porque no me sincero con ella. No voy a exponerla a mis horrendas complicaciones, así que tendrá que seguir molesta y aceptar la mentira que le ha contado Miller. No puedo arriesgarme a volver a enviarla al infierno en la Tierra.

—A lo mejor puedo ayudarte —insiste apretándome la mano.

—Ya soy mayor, abuela. —Arqueo las cejas y ella frunce el ceño.

—Supongo que sí —cede, aunque sigue poniéndome mala cara—. Sólo recuerda una cosa, Olivia.

—¿Qué?

—La vida es demasiado corta para pasársela esperando respuestas que sólo encontrarás si mueves tu culo escuálido y vas a por ellas.

Se levanta y mete las manos en el lavavajillas, luego saca un plato tras otro y los coloca en el escurridor de mala manera.

Es una tarde muy tranquila en la cafetería, hasta que Miller Hart entra por la puerta. Al instante se convierte en el centro de atención y el muy cretino lo sabe.

—¿Ya podemos marcharnos? —pregunta con educación, pero sospecho que sólo hay una respuesta correcta a su pregunta y, tras la fachada impasible, me está retando a que le dé la incorrecta.

—Pues… —Soy incapaz de articular palabra.

Del me pasa mi mochila y mi chaqueta vaquera y asiente con recelo, pero no consigo ponerme en movimiento hasta que Miller me saca de detrás de la barra. Me coge de la nuca y me conduce hacia la salida de la cafetería mientras me masajea el cuello. No me queda otra que seguirlo. El Mercedes negro está estacionado en una zona donde está prohibido aparcar.

No consigo abrir la boca hasta que me abre la puerta del coche.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto mirándolo a la cara.

Mi pregunta no le impide seguir intentando meterme en el coche.

—Me prometiste que saldríamos a cenar. Sube.

—Eso fue antes de que me humillaras.

Me suelto y doy un paso atrás. Mi negativa produce en él algo parecido a una mirada asesina, pero la pizca de emoción que muestra su rostro no es lo único que me llama la atención.

Se inclina, bastante, para que sus ojos queden a la altura de los míos. Su mirada es dulce y segura. Me conquistan.

—¿Por qué te empeñas en rechazarme?

Aparto la mirada antes de que me pierda en ella y me alejo de él a toda prisa, aunque no sirve de nada. No voy a llegar muy lejos.

Lo tengo pisándome los talones. Sus zapatos caros marcan el ritmo de sus zancadas.

—No me gusta tener que repetirme. —Me alcanza y me da la vuelta entre sus brazos. Luego me endereza, me arregla el pelo sobre los hombros y da un paso atrás—. Aunque esta vez haré una excepción. ¿Por qué te empeñas en rechazarme?

Su atrevimiento hace que mis sentimientos entren en acción. Me tiemblan los labios y los ojos se me llenan de lágrimas. También estoy reponiendo las reservas de rabia, el dolor se multiplica y la confusión se eleva al cubo.

—Por… —Cierro los ojos un instante, noto que me fallan las fuerzas a pesar de su arrogancia— todo.

Sé que William tiene razón. No debo dejar que Miller me atrape en su red de placer. Puede que no me guste que William se entrometa, pero no puedo negar que sabe de lo que habla.

Todo lo que ahora sé me lo ha confirmado él. Debería hacerle caso. Es sabio y conoce bien este mundo.

Los sensuales labios de Miller se tuercen en un mal gesto, agacha la cabeza y el mechón rebelde le cae sobre la frente, pero no le recuerdo su regla de mirar a la gente a la cara cuando te hablan.

—¿No me deseas? —pregunta en voz baja.

No podría estar más confusa. ¿Cómo me pregunta una cosa así en un momento como éste?

—Claro que sí. —Me doy cuenta de mi error en cuanto levanta la vista y me sumerge en… deseo. Mi propio deseo me mira a través de las profundidades infinitas de sus ojos azules.

—Y yo a ti —susurra—. Más de lo que mi cuerpo desea el agua que lo mantiene con vida o mis pulmones el aire que respiran.

Me cuesta coger aire.

—También me das miedo —confieso.

—Y tú a mí.

—No confío en ti.

Titubea al oírlo, pero se recupera enseguida.

—Yo, en cambio, te confiaría mi vida.

Me acaricia por encima de la ceja con el pulgar. El tacto de su piel me lleva a ese lugar en el que me siento tan a gusto, y saltan chispas.

—Confío en que me ayudarás. —Su dedo desciende por mi mejilla, por mi cuello, hasta mi labio inferior. Cierro los ojos y se me altera el ritmo de la respiración—. Déjame saborearte.

Asiento automáticamente. Noto que vuelvo a la vida.

—Gracias —susurra. Su aliento me acaricia la mejilla con suavidad y sus labios caen sobre mi boca como una pluma. Es dulce, casi precavido, y con la lengua acaricia la mía, haciéndome suya lentamente—. Abrázame.

—Si lo hago volveré a ser tuya —digo, y me obligo a apartarme de él.

Él permanece inmóvil, buscándome con la mirada.

—He reservado mesa. —Se endereza—. ¿Me harías el honor de compartirla conmigo?

Estoy hecha un lío de pensamientos contradictorios, intentando decidir si Miller es mi destino. Pero cuando me pasa la mano por la espalda su ardiente caricia quema la tela de la camiseta que llevo y me acuerdo de una cosa.

—¿Dónde estuviste anoche?

No me imagino el ligero temblor de su mano en mi espalda ni el brillo de culpabilidad en su mirada.

—Sal a cenar conmigo —repite.

Fue él. Se coló en mi casa. ¡Qué mal rollo! Me siento violada.

—¿Me desnudaste tú? —No me puedo creer que no me despertara—. No fue un sueño, ¿verdad?

—Espero que sí. Y cuando no estés soñando conmigo espero que estés pensando en mí.

—Creo que tienes un problema.

—Fui yo —responde a toda velocidad, muy serio—. Mi mundo se sumía en las tinieblas de nuevo y lo único que puede mantenerlo luminoso no para de huir de mí.

Parpadeo ante la nota de enfado que detecto en su voz.

—Tengo muchas preguntas —digo.

Asiente levemente y respira hondo para calmarse.

—Estoy listo para responder a cualquier pregunta que desees hacerme.

Me siento aliviada y aterrada. No estoy segura de querer oír las respuestas.

—Durante la cena —insisto. Necesitamos estar en terreno neutral. Sin camas a la vista—. Sólo vamos a cenar.

Lo vamos a hacer a mi manera. Es posible que haya descubierto mis cartas, sin embargo puedo volver a guardármelas. Bueno, en realidad, no puedo, pero Miller no tiene por qué saberlo.

—Sólo a cenar —asiente, aunque sé que lo hace de mala gana.

—No vas a saborearme ni a tocarme.

No sé por qué digo semejante estupidez. Me muero por el bienestar que me ofrece.

El enfado que cruza su rostro perfecto me da fuerzas. Puede activar su encanto arrogante y caballeresco y conquistarme igual de rápido que el amante dulce y atento.

—Lo dices por fastidiar.

Niego con la cabeza.

—No pienso ir a cenar si lo que planeas es que vuelva contigo a base de adorarme.

Ése sería el fin de la partida. Sigo loca por él, pese a todo lo que sé y a mi creciente preocupación.

—Bien. Como quieras —murmura.

Asiento y me enderezo.

—¿Dónde quedamos?

—¿Cómo? —Arruga la frente.

—Te veo en el restaurante.

Lo habitual es que Miller venga a recogerme; no obstante, no puedo permitir que mi abuela piense que todo va viento en popa cuando no es así.

Me mira mal pero mantiene la calma. Volver a encontrar la paz en Miller es peligroso, aunque me temo que no tengo otra elección, y no sólo porque él no tenga intención de dármela. Ha vuelto a mi vida y quiero que siga en ella. Necesito que me consuele, que me dé «lo que más le gusta», sus palabras… Lo necesito todo. Nada me ha hecho sentir tan protegida y tan vulnerable a la vez. Y nada me hace sentir tampoco tan fuerte y tan débil. Debe de haber un término medio.

—Está bien —dice con una mezcla de frustración y enfado—. ¿Desde cuándo te has vuelto tan difícil?

—Desde el momento en que me tocaste —respondo con calma, con ese brío que se ha vuelto indispensable desde que aterricé en el curioso mundo de Miller Hart. No sobreviviré sin él. No sobreviviré a Miller sin él.

Me coge la mejilla con la palma de la mano y la acaricia en círculos.

—En el momento en que te vi, la luz entró en mi oscuridad eterna. —Se aproxima, me acerca su boca, no puedo dejar de mirarla—. Una luz brillante cargada de esperanza que me iluminaba a través de esos preciosos ojos de color zafiro.

No me besa, sólo mantiene nuestras bocas muy cerca. Su aliento me inunda y aumenta la sensación de calor que me quema por dentro. Cierro los ojos.

—Respetaré tu petición para esta noche, pero recuerda que me perteneces, Olivia. Eres mi hábito, y no voy a rendirme sin pelear. —Me suelta. Me ha dejado sin aliento y aturdida y me siento abandonada. Abro los ojos para ver una belleza aniquiladora—. Y no voy a perder contra nadie. Ni siquiera contra ti.

—¿Dónde quedamos? —suspiro.

No voy a discutir lo que acaba de decir tan seguro de sí mismo. Lo he visto en acción, pegando puñetazos, y también lo he visto en otra clase de acción: mientras me adoraba. Con él, discutir siempre acaba mal. Yo acabaría mal.

—A las siete en punto aquí. —Coge un bolígrafo del bolsillo de su chaqueta y anota una dirección en un recibo viejo que saca de la cartera; me lo entrega—. Te estaré esperando.

Asiento y se aparta. Se alisa el traje y se mete las manos en los bolsillos. Nuestras miradas no se separan. Veo esperanza. Veo seguridad. Veo miedo y veo cautela. Pero no sé si esta última es por él o por mí. Probablemente sea por ambos.

Miller rompe la conexión, da media vuelta y se dirige al coche.

Me llevo las manos a la cara y me la froto para intentar devolverla a la vida. Tengo calor, la cabeza hecha un lío de contradicciones, preocupaciones…, miedo. Miller me aterroriza pero me hace sentir increíblemente a salvo. Me preocupo por él pero también me preocupo por mí.

No puedo seguir el hilo de mis pensamientos, que saltan de rendirse ante él a resistir con todas sus fuerzas. Nada tiene sentido.

Estoy en mi mundo, intentando averiguar demasiadas cosas, cuando de repente noto que me estoy acariciando la nuca. Se me han puesto los pelos como escarpias, me hacen cosquillas, me hierve la piel.

—Es justo lo que me temía.

Mi cuerpo se vuelve lentamente, receloso, al oír la voz aterciopelada, y el corazón se me sube a la garganta.