9
Si no podía llegar a Skinner, pensó Eve, llegaría a la esposa de Skinner. Y si Angelo y Peabody no la habían ablandado y calmado lo suficiente, se podían ir a la mierda también. Maldito si iba a andar de puntillas alrededor de mujeres lloronas y hombres agonizantes, luego tendría que volcar el caso a los muchachos interplanetarios.
Era su caso, y tenía la intención de cerrarlo.
Ella sabía que parte de su cólera y urgencia provenía de la información que Roarke le había proporcionado. Su padre, el de ella, Skinner, y un equipo de policías muertos. Skinner tenía razón sobre una cosa, ella pensó mientras se dirigía a su suite. La sangre hablaba a la sangre.
La sangre de los muertos siempre le había hablado.
Su padre y el de Roarke habían encontrado un final violento. Era toda la justicia que podía ofrecer a las insignias perdidas tantos años atrás. Pero había dos cuerpos en cajas frías. Para esos, sin importar lo que ellos hubiesen hecho, ella estaría de pie.
Ella tocó, y esperó impacientemente. Fue Darcia quién abrió la puerta y saludó a Eve con un pequeño gruñido lleno de disculpas.
—Ella está hecha una nulidad, —susurró Darcia—. Mira palmea su mano, dejándole llorar por su ahijada. Es una buena base, pero no hemos podido pasar de ahí todavía.
—¿Alguna objeción a que le dé a la base una sacudida?
Darcia la estudió, y apretó sus labios.
—Podemos intentarlo de ese modo, pero yo no la agitaría con demasiada fuerza. Se rompe, y volvemos al punto de partida con ella.
Con una cabezada, Eve entró. Mira estaba en el sofá con Bella, y en efecto sostenía su mano. Una tetera, tazas, e innumerables pañuelos llenaban la mesa delante de ellas. Bella lloraba suavemente en uno nuevo.
—Sra. Skinner, lamento su pérdida. —Eve se sentó en una silla por el sofá, inclinándose por la intimidad. Mantuvo su voz tranquila, comprensiva, y esperó hasta que Bella levantara sus ojos hinchados, y enrojecidos hacia los suyos.
—¿Cómo puede hablar de ella? Su marido es el responsable.
—Mi marido y yo casi volamos en pedazos por un dispositivo explosivo en la puerta del apartamento de Zita Vinter. Un dispositivo puesto por su asesino. Siga los puntos.
—¿Quién más tenía motivos para matar a Zita?
—Eso es lo que queremos averiguar. Ella saboteó las cámaras de seguridad la noche que Weeks fue asesinado.
—No lo creo. —Bella hizo una bola con su pañuelo en su puño—. Zita nunca sería cómplice de un asesinato. Era una joven encantadora. Preocupada e inteligente.
—Y dedicada a su marido.
—¿Por qué no debería? —La voz de Bella se elevó cuando se puso de pie—. Él intervino cuando su padre murió. Le dio su tiempo y atención, la ayudó con su educación. Él se habría desvivido por ella.
—¿Y ella por él?
Los labios de Bella temblaron, y se sentó otra vez, como si sus piernas también temblaran.
—Ella nunca sería cómplice de un asesinato. Él nunca se lo pediría a ella.
—Tal vez ella no lo sabía. Tal vez sólo le pidieron ocuparse de las cámaras y nada más. Sra. Skinner, su marido se está muriendo. —Eve vio el tirón de Bella, el estremecimiento—. No le queda mucho tiempo, y la pérdida de sus hombres se alimenta de él mientras se prepara para morir. ¿Puede usted sentarse allí y decirme que su comportamiento durante los últimos meses ha sido racional?
—No hablaré de la condición de mi marido con usted.
—Sra. Skinner, ¿cree usted que Roarke es responsable de algo que su padre hizo? ¿Algo que ese hombre hizo cuándo Roarke era un niño, a tres mil millas de distancia?
Ella vio inundarse de lágrimas los ojos de Bella otra vez, y se inclinó hacia ella. Presionó.
—El hombre solía golpear a Roarke hasta dejarlo medio muerto por diversión. ¿Sabe usted lo que se siente al ser golpeado con los puños, o con un palo, o con cualquier cosa que sea malditamente conveniente… y por la persona que se supone cuida de usted? Según la ley, por simple moralidad. ¿Sabe usted lo qué es estar ensangrentado, magullado e impotente para defenderse?
—No. —Las lágrimas se desbordaron—. No.
—¿Tiene aquel niño que pagar por la maldad del hombre?
—Los pecados de los padres, —Bella comenzó, luego se detuvo—. No. —Cansadamente, se limpió sus mejillas mojadas—. No, Teniente, no lo creo. Pero sé lo que eso ha costado a mi marido, lo que sucedió antes, lo que perdió. Sé como eso lo ha obsesionado… a ese hombre bueno, y amable, ese hombre honorable que ha dedicado su vida a su insignia y todo lo que eso significa.
—Él no puede exorcizar a sus fantasmas destruyendo al hijo del hombre que los creó. Usted sabe eso, también.
—Él nunca dañaría a Zita, o a Reggie. Los amaba como si fueran propios. Pero... —Ella recurrió a Mira otra vez, y agarró sus manos violentamente—. Él está tan enfermo… en cuerpo, mente, y espíritu. No sé cómo ayudarlo. No sé cuánto tiempo puedo seguir observándolo morir por etapas. Estoy preparada para dejarle ir porque el dolor… algunas veces es tan horrible. Y él no me deja entrar. No comparte la cama conmigo, o sus pensamientos, sus miedos. Es como si se apartara de mí, poco a poco. No lo puedo detener.
—Para algunos, la muerte es un acto solitario —dijo Mira gentilmente—. Íntimo y privado. Es difícil amar a alguien y apartarse mientras ellos dan esos pasos solos.
—Él consintió en solicitar la auto terminación por mí. —Bella suspiró—. Él no cree en ello. Cree que un hombre debería hacerle frente a lo que le sea dado y soportarlo. Temo que él no piensa de forma muy clara. Hay momentos...
Ella estabilizó su respiración y volvió la mirada atrás hacia Eve.
—Hay furia, cambios de humor. La medicación puede ser parcialmente responsable. Él nunca ha compartido el trabajo conmigo a gran nivel. Pero sé ahora que durante meses, quizás más tiempo, Roarke ha sido una especie de obsesión para él. Como usted. Usted eligió al diablo sobre el deber.
Ella cerró sus ojos un momento.
—Soy la esposa de un policía, Teniente. Creo en ese deber, y lo veo por todas partes en usted. Él lo vería, también, si no estuviera tan enfermo. Le juro que él no mató a Reggie o a Zita. Pero pudieron haber sido asesinados por su causa.
—Bella. —Mira le ofreció otro pañuelo—. Usted quiere ayudar a su marido, aliviar su dolor. Dígale a la Teniente Dallas y al Jefe Angelo lo que sabe, lo que siente. Nadie conoce el corazón de su marido y la mente de la manera que usted lo hace.
—Lo destrozará. Si él tiene que enfrentar esto, lo destruirá. Los padres y los hijos, —dijo ella suavemente, luego sepultó su cara en el pañuelo—. Ah, querido Dios.
—Hayes. —Hizo clic para Eve como un eslabón en una cadena—. Hayes no perdió a su padre durante la redada. Es hijo del Comandante Skinner.
—Su única indiscreción. —Las lágrimas ahogaron la voz de Bella cuando levantó su cabeza otra vez—. Durante un tropiezo en un joven matrimonio. Y tanto de ello fue mi culpa. Mi culpa, —repitió, girando su mirada fija suplicante a Mira—. Estaba impaciente, y enojada, que tanto de su tiempo, sus energías entraran en su trabajo. Yo me había casado con un policía, pero no había querido aceptar todo lo que eso significaba… todo lo que eso significaba para un hombre como Douglas.
—No es fácil compartir un matrimonio con el deber. —Mira sirvió más té—. En particular cuando el deber consiste en lo que define al compañero. Usted era joven.
—En efecto. —La gratitud se derramó en la voz de Bella cuando levantó su taza—. Era joven y egoísta, y he hecho todo lo posible para compensarlo desde entonces. Le amé terriblemente, y quise todo de él. No podía tener eso, así es que presioné y aguijoneé, luego me alejé de él. O todo o nada. Bien. Él es un hombre orgulloso, y yo era obstinada. Nos separamos durante seis meses, y durante aquel tiempo él se lío con otra persona. No puedo culparlo por eso.
—Y ella quedó embarazada, —apuntó Eve.
—Sí. Nunca lo ocultó. Nunca mintió o trató de escondérmelo. Es un hombre honorable. —Su tono se volvió agudo cuando miró a Eve.
—¿Hayes lo sabe?
—Por supuesto. Por supuesto que lo sabe. Douglas nunca esquivaría sus responsabilidades. Él le proporcionó apoyo financiero. Calculamos un arreglo con la mujer, y ella consintió en criar al niño y mantener su paternidad en secreto. No había ninguna razón, ninguna razón en absoluto para hacer público el asunto y complicar la carrera de Douglas, manchar su reputación.
—Así es que pagó por su... indiscreción
—¿Usted es una mujer dura, no, Teniente? ¿No hay errores en su vida? ¿Ningún pesar?
—Muchos. Pero un niño -un hombre- podría tener algún problema al ser considerado un error. Una pena.
—Douglas ha sido nada más que amable, generoso y responsable con Bryson. Él le ha dado todo.
Todo excepto su nombre, pensó Eve. ¿Cuánto importaría eso?
—¿Dio él las órdenes para matar, Sra. Skinner? ¿Órdenes para incriminar a Roarke por asesinato?
—Absolutamente no. Absolutamente no. Pero Bryson es ... quizás se ha dedicado demasiado a Douglas. En los últimos meses, Douglas ha recurrido a él demasiado a menudo, y quizás, cuando Bryson crecía, Douglas puso estándares que eran demasiado altos, demasiado duros para un muchacho.
—Hayes necesitaría probarse a sí mismo ante su padre.
—Sí. Bryson es duro, Teniente. Duro y de sangre fría. Usted lo entendería, supongo. Douglas… él está enfermo. Y sus estados de ánimo, su obsesión con lo que sucedió todos esos años atrás lo consumen tan brutalmente como su enfermedad lo hace. Le he oído enfurecerse, como si hubiera algo más dentro de él. Y durante su furia él señaló que algo tenía que hacerse, había que pagar, costase lo que costase. Había llegado el momento en que la ley tenía que hacer sitio a la justicia con sangre. Muerte por muerte. Hablaba con Bryson, hace meses, acerca de este lugar. Que Roarke lo había construido con los huesos de policías mártires. Que él nunca descansaría hasta que esto, y Roarke, fueran destruidos. Si él moría antes de que pudiera vengar a aquellos que se perdieron, su legado para su hijo era aquel deber.
—Deténgalo. —Eve se balanceó a Darcia—. Haga que su gente busque a Hayes.
—Ya estoy en ello, —Darcia contestó mientras encendía su comunicador.
—Él no lo sabe. —Bella se puso despacio de pie—. O no se permite saber. Douglas está convencido que Roarke es responsable de lo que ha ocurrido aquí. Se convenció que usted es parte de esto, Teniente. Su mente no es lo que fue. Él se está muriendo poco a poco. Esto lo matará. Tenga compasión.
Ella pensó en los muertos, y pensó en morir.
—Pregúntese lo que él habría hecho, Sra. Skinner, si estuviera en mi lugar ahora. La Dra. Mira se quedará con usted.
Ella salió con Darcia, esperó hasta que estuvieran bien abajo del pasillo.
—Debería haber un modo de separarlo de Skinner antes de que lo capturemos. Atrapémoslo silenciosamente.
Darcia pidió el elevador.
—¿Usted es despiadada e inflexible, no, Dallas?
—Si Skinner no le dio una orden directa, no tiene objeto salpicarlo con lo de Hayes, o hacer el arresto mientras él está cerca. Cristo, él ya es un cadáver, —ella chasqueó cuando Darcia no dijo nada—. ¿Cuál es el jodido punto de arrastrarlo en esto y destruir medio siglo de servicio?
—Ninguno.
—Puedo solicitar otra entrevista con Skinner, apartarlo lo bastante lejos de él para que usted haga el arresto.
—¿Usted renuncia al arresto? —Darcia preguntó con voz sobresaltada cuando entraron en el elevador.
—Nunca fue mío.
—Al diablo que lo no fue. Pero lo aceptaré, —añadió Darcia alegremente—. ¿Cómo cayó en cuenta de la relación entre Skinner y Hayes?
—Padres. El caso está infectado con ellos. ¿Usted tiene uno?
—¿Un padre? ¿No tiene todo el mundo?
—Depende de su punto de vista. —Ella se bajó en el nivel del vestíbulo principal—. Voy a localizar a Peabody, y darle una oportunidad para coordinar su equipo. —Comprobó su unidad de muñeca—. Quince minutos deberían... Bien, bien. Mire quién recibe a la corte en el salón del vestíbulo.
Darcia escudriñó, y estudió el grupo abarrotado en dos mesas.
—Skinner parece haber recuperado su serenidad.
—Al hombre le gusta tener auditorio. Eso probablemente lo infla más que sus medicamentos. Lo podríamos jugar así. Nos acercamos, y me disculpo por interrumpir el seminario. Distraigo a Skinner, le doy conversación. Usted le dice a Hayes que le gustaría hablar con él sobre Weeks. No quiere molestar a Skinner con preguntas de rutina y blah, blah. ¿Puede encargarse de eso?
Darcia la miró suavemente.
—¿Puede usted?
—Está bien, entonces. Hagámoslo. Rápido y tranquilo.
Ellas estaban a mitad de camino del vestíbulo cuándo Hayes las localizó. Dos segundos más tarde, él corría.
—Maldita sea, maldita sea. Él tiene instintos de policía. Bloqueé aquel camino, —solicitó Eve, luego cargó por la muchedumbre. Saltó sin problemas la baranda dorada que separaba el salón del vestíbulo. Las personas gritaron, echándose hacia atrás. La cristalería se estrelló cuando una mesa se volcó. Divisó a Hayes cuando él se deslizaba por una puerta detrás de la barra.
Ella saltó la barra, ignorando las maldiciones de los camareros y clientes. Las botellas se rompieron, y hubo un olor repentino, embriagador de licor de grado superior. Su arma estaba en su mano cuando golpeó la puerta con su hombro.
La cocina estaba llena de ruidos. Un cocinero droide estaba tumbado en el piso del estrecho pasillo, su cabeza sacudiéndose por el daño hecho en la caída. Tropezó con él, y la ráfaga del láser de Hayes cantó sobre su cabeza.
En vez de enderezarse, ella rodó y se metió detrás de un gabinete de acero inoxidable.
—Entréguese, Hayes. ¿Adónde va a ir? Hay personas inocentes aquí. Deje caer su arma.
—Nadie es inocente. —Él disparó otra vez, y la línea de calor recorrió el suelo y remató al droide.
—Esto no es lo que su padre quiere. Él no quiere más muertos amontonados a sus pies.
—No hay precio demasiado alto por el deber. —Un anaquel de vajilla de mesa reventó al lado de ella, cubriéndola de fragmentos de vidrio roto.
—Jódete. —Ella envió una línea de fuego sobre su cabeza, y rodó a la izquierda. Subió el arma primero y blasfemó otra vez cuando perdió a su objetivo alrededor de una esquina.
Alguien gritaba. Otra persona lloraba. Manteniéndose agachada, ella partió en su búsqueda. Giró hacia el sonido de otra explosión y vio un fuego hacer erupción en una pila de ropas blancas.
—¡Alguien encárguese de eso! —ella gritó y giró en la siguiente esquina. Vio la puerta de salida—. ¡Mierda!
Él había reventado las cerraduras, eficazmente sellándola. Frustrada chocó contra ella, le dio un par de patadas sólidas, y no la desplazó ni una pulgada.
Enfundando su arma, se abrió paso de regreso fuera del desorden y humo. Sin mucha esperanza, atravesó corriendo el vestíbulo, salió por las puertas principales para explorar las calles. Al momento de llegar a la esquina, Darcia venía de regreso.
—Lo perdí. Hijo de perra. Me aventajaba un bloque y medio. —Darcia enfundó su propia arma a su lugar—. Nunca lo habría agarrado a pie con estos malditos zapatos. Saqué una alerta. Atraparemos al bastardo.
—El hijo de puta olió el arresto. —Furiosa consigo misma, Eve giró en un círculo—. No le di bastante crédito. Golpeó a algunas personas en la cocina. Mató a un droide, comenzó un fuego. Él es rápido, listo y astuto. Y el maldito nos lleva la delantera.
—Lo atraparemos, —repitió Darcia.
—Seguro como el infierno que lo haremos.