RAFAELLA
1983
Al volver en sí, Rafaella oyó voces. Intentó abrir los ojos, pero no lo logró. ¿Por qué debería hacerlo?
—¿Por qué debería? —murmuró. Y entonces se lamentó al sentir un fuerte dolor en la mejilla izquierda. Instintivamente llevó allí su mano y se dio cuenta de que tenía una venda.
En un supremo esfuerzo, logró abrir los ojos. Una mujer vestida de blanco apareció ante ella. No podía recordar nada. ¿Dónde estaba? ¿Qué le había sucedido? ¿Por qué no estaba en su casa?
—¿He tenido un accidente de tráfico? —preguntó muy despacio, con una voz que sonaba al croar de una rana.
—Te han asaltado y golpeado —le respondió una voz alarmantemente familiar.
¡Luiz! ¿Era acaso Luiz? Ella intentó sentarse, pero el cuarto se transformó de inmediato en un gran calidoscopio de intensos colores… Tratando de incorporarse de nuevo, preguntó:
—¿Dónde estoy?
—En un bar. En la trastienda. Te han traído unas personas.
—¿Luiz? —preguntó ella en un susurro—. ¿Eres tú, Luiz?
Cuando volvió a despertar, estaba en un cuarto de hospital, todo blanco y con olor a antiséptico. Nuevamente estaba desorientada. Acostada con los ojos abiertos, intentaba comprender lo que había sucedido.
—Gracias a Dios que estás bien, querida —dijo Jorge acercándosele—. Fue una pesadilla. Estábamos desesperados.
Gradualmente comenzó a recordar. Carnaval… carnaval… Ella y Odile en la calle, riendo y bailando.
—Odile —murmuró ella ansiosa—. ¿Qué le sucedió a ella?
—Está bien —le aseguró Jorge—. Arrepentida, pero se siente mucho mejor desde que sabe que te encontramos.
—¿Dónde?
—En la calle, donde esos animales te dejaron.
—¿En la calle? Creí que estaba en un bar —dijo vagamente, tomando conciencia de su propio dolor de cabeza y de una herida en el rostro.
—¿Un bar? ¿De qué estás hablando?
—Me llevaron a un bar… para que estuviese segura.
—Querida —dijo Jorge—, aún estás muy débil… es comprensible. Unos turistas norteamericanos te encontraron en la calle y te trajeron aquí directamente.
Cerrando los ojos, ella pensó: «¿Y Luiz? ¿Dónde estaba Luiz? ¿Fue un sueño? ¿Había imaginado su voz?».
—Estás muy golpeada, pero ese corte en tu cara no es algo que un pequeño toque de cirugía plástica no pueda arreglar. Mi médico personal te visitará después. Mientras tanto, los médicos piensan que debes permanecer aquí en observación durante algunos días.
Ella quiso asentir, pero no pudo. Se sumió nuevamente en un sueño profundo.
—Buenos días, señorita LeSerre —dijo una enfermera, en un inmaculado uniforme—. Ha dormido toda la noche. Seguramente se siente mejor hoy.
Seguramente. Sin embargo, se sentía mal, pero al abrir los ojos, podía comprender, lo cual ya era algo.
—Quiero irme a casa —dijo débilmente.
—Veremos —respondió la enfermera.
Una hora más tarde Rafaella tenía todo lo que deseaba. Jorge y Odile fueron a recogerla, y pronto estaba instalada en su cama, con Jon Jon jugando feliz a su alrededor.
Odile se sentó a su lado, mientras que Jorge, después de regalarle docenas de rosas, se fue a su oficina.
—Lo siento —susurró Odile.
—No seas tonta. También fue mi culpa. Yo quise ir a recorrer las calles. Tú no me forzaste a hacerlo.
—¿Cómo está tu cara?
—Sobreviviré. Es sólo un rasguño. Por lo visto el tipo que me golpeó tenía un anillo con el que me abrió la mejilla. Jorge piensa en cirugía plástica, pero a mí me gusta la idea de tener una pequeña cicatriz. Es misterioso, ¿no crees?
—Para nada. No creo que sea un episodio agradable de recordar. Te podrían haber matado.
—¿Para qué? ¿Por un par de pendientes y unos collares? Se ve que eran unos ineptos. Ni siquiera se fijaron en mis dedos.
Levantó la mano y miró la sortija que Jorge le había regalado.
—Mi diamante está intacto. Aunque eso tampoco importa. Jorge podría regalarme docenas de anillos como éste sin siquiera sentir el pinchazo.
—Tienes suerte. Es una situación un poco mejor que la de Eddie Mafair, exprimiendo a la familia para apostarlo todo.
—Creo que sí.
—Pronto nos iremos —dijo Odile, abrazando las rodillas de su amiga—. Pero le he hecho prometer a Rupert que volveremos para tu boda. ¿Habéis decidido ya la fecha?
Rafaella meneó la cabeza.
—No. Aún tengo que hablar con Jorge, pero, tan pronto como lo decidamos, vosotros seréis los primeros en saberlo. Como siempre, ¿verdad?
—Espero que sí —respondió Odile—. Me sentiría muy mal si no fuera así.
Dos semanas más tarde, el drama del carnaval ya estaba olvidado. Sólo una pequeña cicatriz recordaba a Rafaella que durante esos momentos de violencia su vida había estado en peligro. Eso la hizo pensar en el futuro y en lo que realmente deseaba. Su mayor logro en la vida había sido dar a luz a Jon Jon. No era algo grandioso. Millones de mujeres tenían hijos. Ahora iba a casarse con un hombre rico para tener una vida segura y lujosa. Jorge seguía insistiendo en fijar la fecha, pero ella opinaba que debían esperar.
No, ella debía obtener algo por sí misma antes de volver a pensar en el matrimonio.
Cada día se despertaba con un renovado sentimiento de determinación y vigor, hasta que un día se dio cuenta: ¿en qué era ella realmente buena? ¿Qué era lo que le gustaba hacer?
—Jorge —dijo muy tranquila—, he decidido emprender una carrera como cantante.
—¿Cómo? —preguntó él, distraído.
—Cantante —repitió ella.
Él se incorporó y le preguntó:
—¿Te sientes bien?
—Muy bien.
Decidido a complacerla, él le dijo:
—Si te divierte, querida, puedes hacer lo que desees.
—No te estaba pidiendo autorización.
—Lo sé. Sólo te daba mi bendición.
Algunas veces Jorge era un hombre realmente comprensivo. No siempre había sido así. Se había suavizado con los años.
Los meses que siguieron fueron muy interesantes. Ahora que se había decidido a hacer algo, no había quien la detuviera. La carrera de cantante era la elección perfecta. De algún modo, eso la acercaba a su padre. Él había sido uno de los grandes tenores del mundo, y tal vez ella había heredado parte de su talento, aunque la ópera no era lo suyo. A ella le atraían los sones de la samba, con una mezcla de jazz suave.
Su padre había sido un ávido coleccionista de blues y jazz. Sus favoritos habían sido Billie Holiday, Dinah Washington y Sarah Vaughan. Rafaella había heredado esa colección, y siempre se había sentido atraída por los ricos y melancólicos sonidos de esas voces. No le interesaba el rock duro ni los rasgos punk que influían en la música actual. Eran demasiado fuertes. El sabor brasileño, combinado con el jazz y los blues, era perfecto para ella. Además combinaban perfectamente con su voz algo grave.
Jorge deseaba ayudarla, pero ella rechazó su colaboración. Si alcanzaba algo, quería que fuese por sus propios medios. Por eso, aunque con cierta reticencia, él se mantuvo a su lado, dejándola hacer las cosas a su modo.
A los veintitrés años, Rafaella se embarcó en su carrera. Estaba decidida a triunfar.