Capítulo 8

El nuevo apartamento de Dani era mucho mejor. Estaba en un barrio agradable, era moderno... Y, lo más importante, el resto de los inquilinos no le daban miedo.

Eso le hizo recordar a su «protector», Michael. Si era sincera consigo misma, debía reconocer que le gustaba mucho, pero su parentesco con Abby hacía que una relación entre ellos fuera imposible. Además, trabajaban juntos, aunque Ned les había asignado casos diferentes después de ganar la demanda por acoso sexual.

Cuando se sentó frente a su escritorio, Dani tuvo que sonreír. Aquella noche pensaba regalarse a sí misma un baño de espuma y una buena novela... En ese momento sonó el interfono.

—¿Señorita Langston?

—Dime, Angie.

—La señora Crawford ha vuelto a llamar. ¿Tengo que seguir diciendo que está ocupada y no puede ponerse al teléfono?

—No, déjalo. La llamaré yo.

Tragando saliva, Dani marcó el número del rancho.

—¿Dígame?

—Hola Abby, soy Dani. Mira, quiero pedirte disculpas por haberme ido así...

—No tienes que disculparte —la interrumpió ella—. Mis hermanas y yo queremos hablar contigo. ¿Podemos comer juntas?

—¿Para qué?

—¿Puedes? —insistió Abby.

—Sí, supongo que sí.

—Muy bien. Nos encontraremos en Sunny’s a las dos. Está a una manzana del bufete.

—Allí estaré.

Dani colgó el teléfono, pero se quedó mirándolo, pensativa. Tenía que saber qué iban a decirle...

Michael. Él lo sabría, pensó.

—Angie, ¿hay alguien con el señor Crawford?

—No, está solo —contestó la secretaria.

—¿Te importa preguntarle si puedo hablar con él un momento?

—Ahora mismo.

Unos segundos después, Angie llamó para decir que la estaba esperando.

—Gracias.

Cuando entró en su despacho, Michael estaba de pie frente al escritorio.

—¿Qué ocurre, Dani?

—¿Por qué crees que ocurre algo?

—Porque llevas toda la semana evitándome y ahora, de repente, quieres hablar conmigo.

—Es que... tenía mucho trabajo.

—Ya. Bueno, ¿y qué querías?

—Abby me ha llamado por teléfono. Quiere que comamos juntas. Ella y sus hermanas.

—Me parece muy bien.

—¿Qué pasa, Michael?

—¿Qué quieres decir?

—Tú sabes por qué quieren comer conmigo, ¿verdad?

—¿No crees que es Abby quien debe responder a esa pregunta?

—Sí, pero me gustaría estar preparada.

Michael la tomó por los hombros.

—¿Preparada para qué? ¿Crees que Abby querría hacerte daño?

—No, claro que no.

Sin poder evitarlo, Michael la atrajo hacia sí y buscó sus labios.

Dani no quería responder, pero... en cuanto rozó los labios del hombre sus buenas intenciones se fueron por la ventana. Cuando la envolvió en sus brazos, sintió una combinación de cariño y protección... dos emociones raras en su vida.

Pero, haciendo un esfuerzo, dio un paso atrás.

—No deberíamos hacer esto —dijo con voz ronca.

—Sí deberíamos —replicó Michael, sin dejar de mirar sus labios. Entonces volvió a besarla otra vez, más exigente en aquella ocasión.

Dani no podía pensar nada, procesar nada excepto el calor de su cuerpo, el roce de sus labios. Podría quedarse en sus brazos para siempre... pero «para siempre» fue interrumpido por una voz masculina.

—Michael, ¿podrías...?

Dani intentó apartarse, pero él la sujetó.

Ned acababa de entrar en el despacho y estaba mirando de uno a otro.

—¿Qué querías, Ned?

—He recibido una llamada sobre uno de los casos que te he asignado y quería comentarlo contigo... cuando tengas tiempo, claro —contestó el fiscal del distrito, irónico.

—Iré a tu despacho en cinco minutos —dijo Michael—. ¿Qué caso es?

—El caso Blackburn —contestó Ned antes de cerrar la puerta.

Dani dejó escapar un suspiro.

—No deberíamos... mira lo que ha pasado.

—No ha pasado nada —sonrió Michael.

—Sí ha pasado. Tú y yo somos colegas...

—Pero nos conocimos antes de vernos en el despacho.

—¡Eso da igual!

Michael abrió la boca para protestar, pero luego dejó caer los brazos, derrotado.

—Ve a comer con Abby. Luego hablaremos —suspiró, abriendo la puerta del despacho. Pero antes de que Dani saliera le dio un besito en los labios delante de Angie—. Nos vemos después.

Ella entró en su oficina sin mirar a la secretaria. ¿Qué iba a hacer? Había empezado a pensar que podría quedarse en el bufete durante un año, pero... no había contado con Michael Crawford.

Tenía que aceptar que le gustaba. Y que le gustaba mucho que la besara. Y que no dejaba de pensar en él.

Por eso tenía que marcharse, decidió. Aunque fuese perjudicial para su carrera.

 

—Ahí está —dijo Abby, levantándose para hacerle señas a Dani.

—Parece asustada —murmuró Melissa.

—¿Por qué iba a estarlo? ¿Seguro que no buscaba el dinero?

—Eso da igual, Beth. Hemos tomado una decisión. Vamos a hacerlo por tía Beulah, por todo lo que nos dio.

Abby llevó a Dani a la mesa.

—Gracias por venir —dijo Melissa.

—Gracias a vosotras.

—¿Quieres que pidamos? —preguntó Abby—. Te recomiendo el pollo Alfredo. Es mi favorito.

—Muy bien —murmuró Dani. Le daba igual porque intuía que no iba a estar allí el tiempo suficiente como para comer nada.

Cuando la camarera se alejó después de haber tomado nota, las cuatro se quedaron en silencio.

—¿Y bien? ¿Qué queríais decirme?

Abby se aclaró la garganta.

—Cuando te dije que iríamos a la residencia de mayores no era porque desconfiase de ti —empezó a decir Abby—. Pero entenderás que quisiera saber...

—Sí, claro —murmuró Dani, incómoda.

—Pues fui a la residencia con Ellen. Y descubrí que mi tía Beulah había tenido una hija antes de casarse y la dio en adopción.

—Ya.

—La niña fue adoptada por una pareja que se llamaba Larigston de apellido —siguió Abby—. ¿Sabes que tu madre fue a ver a tía Beulah?

—Sí.

—Si lo sabías, ¿por qué no nos lo dijiste?

—Os dije que Beulah era mi abuela.

—Sí, pero no diste más datos —protestó Abby—. Y ahora hemos descubierto que somos familia.

—Pero no llevamos la misma sangre —insistió Dani.

—Beulah podría haber dicho lo mismo de nosotras cuando nos acogió en su casa —sonrió Melissa—. ¿Sabes que iban a separarnos? Pero mi tía Beulah nos acogió a las tres.

—Y nosotras recibimos el cariño que deberías haber recibido tú —siguió Abby—. Así que estamos en deuda contigo.

—No me debéis nada. Nada de esto es culpa vuestra —replicó Dani—. Cuando fui al rancho, sólo quería saber si Beulah estaba viva... quería conocer a mi familia, nada más —añadió, con lágrimas en los ojos—. Y descubrí que mi abuela era una persona querida por todo el mundo, respetada. Ese ha sido mi regalo y no quiero nada más.

Abby apretó su mano.

—Nosotras tenemos en mente algo más sustancioso. No podemos ofrecerte parte del rancho porque eso sería muy complicado, pero hemos decidido que un cuarto del dinero que mi tía nos dejó es para ti. Puedes hacer lo que quieras con él, pero yo te recomiendo que le pidas consejo a Joe Bell. Es el asesor financiero que nos aconsejó a nosotras...

—No quiero el dinero. Beulah no quiso dejármelo a mí, ¿verdad?

—Pero...

Dani se levantó entonces, angustiada.

—Lo siento, tengo que irme.

 

Michael cerró la puerta de su despacho para comerse un sándwich. Estaba preocupado por lo que pudiera pasar entre Abby y Dani.

Estaba seguro: de que ella no aceptaría el dinero...

Cuando llamaron a la puerta de su despacho, Michael se levantó de un salto. Y al ver a las tres mujeres que estaban en el pasillo, supo que no se había equivocado.

—¿Qué pasa?

—¿Podemos entrar? —preguntó Abby.

—Sí, claro.

Cuando Abby, Beta y Melissa se sentaron, Michael se dejó caer en el sofá.

—¿Qué ha pasado? No habéis tenido tiempo de comer.

—No hemos probado bocado —suspiró Beth.

—Le contamos a Dani que Beulah era, efectivamente, su abuela y que habíamos decidido darle parte del dinero que nos dejó... pero ella rechazó la oferta y se marchó del restaurante. Así, sin más.

Michael se quedó pensativo.

—¿Ha vuelto al despacho? —preguntóMelissa.

—Voy a ver... —murmuró él, levantándose para llamar por el interfono—. Angie, ¿ha vuelto la señorita Langston?

—No, señor Crawford. Salió a comer hace media hora.

—Si vuelve a la oficina, avísame.

—Muy bien.

—No sé por qué se ha enfadado tanto —dijo Beth—. Debería estar agradecida.

Michael dejó escapar un suspiro.

—Recibir a veces es más difícil que dar.

—Ya —replicó ella, haciendo una mueca.

—Michael tiene razón, Beth —dijo Melissa, más comprensiva.

—Supongo que no es la primera vez que alguien le ofrece algo —opinó Abby—. Ha trabajado mucho para llegar donde está... y no creo que le resulte fácil aceptar caridad.

—¡Pero esto no es caridad! —protestó Beth.

—Sí, pero no sé si Dani lo ha entendido —dijo Abby, levantándose—. ¿Qué hacemos ahora, Michael?

—Intentaré hablar con ella cuando llegue al despacho.

—Muy bien. Entonces, ¿nos vamos a casa?

—Yo creo que es lo mejor.

Michael las acompañó al ascensor, pero cuando iba a entrar en su despacho, Angie lo detuvo.

—Señor Crawford, la señorita Langston acaba de llamar.

—¿Dónde está?

—Dice que no se encuentra bien y que no podrá venir esta tarde a la oficina.

«Genial», pensó Michael. ¿Qué podía hacer ahora?

—¿Parecía enferma?

—Pues... no sé.

—Te pregunto porque no conoce a nadie en Wichita Falls y...

—Yo diría que ha estado llorando —dijo Angie entonces.

—Ah, ya. Voy a ver cómo está. Volveré dentro de una hora.

—Muy bien, señor Crawford.

Diez minutos después, Michael llamaba a la puerta del apartamento. Pero no hubo respuesta.

—¡Dani, si no abres le pediré al conserje que me abra porque... porque temo que te hayas suicidado!

La puerta se abrió de inmediato.

—¿Qué?

—Has llamado a la oficina para decir que estabas enferma...

—¿Y eso qué tiene que ver?

—¿Estás enferma?

—¿Por qué iba a decir que lo estoy si no fuera verdad?

—Quizá porque estás disgustada y no quieres que nadie lo sepa.

Ella no dijo nada.

—¿Puedo pasar?—preguntó Michael.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque esto no es asunto tuyo.

—Yo creo que sí. Somos amigos, ¿no?

—¿Amigos? Apenas nos conocemos. No somos amigos y no me debes nada.

—Le he prometido a Abby que hablaría contigo, Dani. Está muy disgustada.

—Lo siento. Yo no he pedido dinero...

—Y Abby lo sabe. Pero ella y sus hermanas quieren darte parte del dinero porque creen que eso es lo que habría hecho Beulah. Además, Abby no quiere perder tu amistad.

Dani parpadeó rápidamente, como si estuviera conteniendo las lágrimas.

—Yo creo que lo mejor es que... me marche cuanto antes.

—¿Por qué?

—Tengo que irme, Michael —contestó ella, empujando la puerta.

—Espera, por favor. Dani... llorar no te hace más débil. Es normal. Eso significa que Abby te importa.

—¡Claro que me importa! Pero no tenemos nada en común, no vivimos la misma vida...

—¿Y qué? Ven a cenar esta noche al rancho.

—No.

—Le diré a Abby que no la odias.

—¡Claro que no la odio!

—Ella piensa que sí —dijo Michael—. Por favor, sólo esta noche. A Logan también le haría ilusión.

Dani se lo pensó un momento.

—Pero no quiero que vuelva a hablarme del dinero.

—Te lo prometo.

—Muy bien, de acuerdo. ¿A qué hora?

—Vendré a buscarte a las ocho —sonrió Michael, inclinándose para darle un beso en la mejilla.

—Pero entonces tendrás que llevarme al rancho y traerme después...

—No me importa —dijo él, despidiéndose con la mano.

No quería darle tiempo para cambiar de opinión. Además, si no conseguía que hiciera las paces con Abby, seguramente Dani se marcharía de Wichita Falls sin mirar atrás.

Y, sobre todo, se iría antes de que pudiera convencerla de algo importante: que había algo entre ellos.