Capítulo 5
Cuando Michael abrió los ojos se dio cuenta de que había dormido más de lo previsto. Y de que iba a llegar tarde a misa.
Y la culpa era de Dani, porque no había podido dejar de pensar en ella hasta las cuatro de la mañana.
El no haber dormido y tener que salir corriendo contribuyó a aumentar su mal humor. Y todo gracias a Daniele Langston.
No oyó ruido en la casa, de modo que ella debía estar ya desayunando. ¿Por qué no lo había despertado?, se preguntó, mientras entraba en la ducha.
Después de ducharse fue a la cocina y encontró a Dani sola.
—¿Por qué no has ido a la iglesia?
—Abby me dijo que te esperase. Tu plato está en el horno —contestó ella.
Michael abrió la puerta del horno y sacó su plato de huevos revueltos con beicon.
—Si como deprisa llegaremos antes de que termine el sermón —dijo, suspirando.
—¿Qué tal has dormido? —preguntó Dani.
—Pues… tardé un rato en pillar el sueño —contestó él, sin mirarla.
—Yo también.
—¿Porqué?
—No sé, la casa era nueva, la cama era nueva... y todo estaba muy tranquilo.
Ese no había sido precisamente su problema.
—Iremos en mi coche —dijo Michael cuando terminó de desayunar.
La iglesia sólo estaba a cinco minutos del rancho y después de aparcar salieron los dos corriendo del coche.
—Abby me ha dicho que nos guardaría dos sitios... —empezó a decir Dani—. Ah, ahí están.
Michael la siguió, pero iba con el ceño fruncido. Abby y Logan se movieron para hacerles sitio, pero no lo suficiente, en su opinión.
Iba a sentarse en el banco de atrás, pero Abby lo agarró del brazo. El diminuto espacio entre el brazo del banco y la pierna de Dani lo obligaba a estar pegado a ella.
—Lo siento, es que no hay más sitio —dijo en voz baja.
—No pasa nada.
Durante una hora estuvo pegado a Dani y mirando a Abby por el rabillo del ojo de vez en cuando. Para cuando terminó la ceremonia religiosa, supo que aquello había sido una trampa. Y su malhumor se había convertido en furia.
Michael se levantó para dejar salir a Abby y a Dani, pero agarró a su hermano del brazo.
—Muy apretaditos, ¿no?
—Sí, un poco.
—Oye, ¿qué está pasando aquí?
—No sé de qué hablas —contestó Logan, apretando el paso.
Michael supo entonces que sus sospechas eran ciertas. Abby le estaba tendiendo una trampa y debía tener cuidado. Ya tenía suficientes problemas al compartir casa con Dani. Y, maldición, él había empeorado las cosas ofreciéndose a hacer el papel de su prometido.
Todos estaban atrapados, en realidad, por ayudar a una completa extraña. Y después de haber visto cómo su hermano terminaba en el altar, debía estar alerta.
Cuando salió de la iglesia, descubrió que Dani le había pedido a Logan que fuera con Mirabelle en su coche, mientras ella iba con Abby y Scotty.
¿Por qué? ¿Lo odiaba? Después de todo lo que hacía por ella...
Un momento, se dijo a sí mismo. Él no quería estar a su lado, ¿no? Entonces, ¿por qué se enfadaba? Aquella mujer lo estaba confundiendo.
—¿Todo bien? —le preguntó Logan.
—Sí, todo bien. No, no va todo bien —dijo Michael entonces—. Dile a Abby qué deje de intentar emparejarme con Dani. Y tú, aplícate el cuento.
—¿De qué estás hablando?
—Por favor, no te hagas el tonto... Dani podría haber ido a la iglesia con vosotros en lugar de esperarme. Y habría estado bien tener un poco más de medio metro en el banco. Estaba prácticamente sentada sobre mis rodillas.
—¿Y te quejas? ¿Tienes a una chica guapísima pegada a ti y protestas? —rió Logan—. ¿Qué te pasa, chico?
—No estoy preparado para el matrimonio, muchas gracias. Y, además, si lo estuviera, no elegiría a Dani. Seguro que ni siquiera sabe cocinar. Y tampoco querría dejar de trabajar para tener un niño...
—¿Por qué iba a hacerlo? ¿Estás tú dispuesto a dejar de trabajar?
—Claro, para ti es fácil decir eso. Como Abby se encarga de todo... —replicó Michael, sin poder disimular su irritación.
—Abby lleva el rancho. Y cuidamos de los niños los dos, con la ayuda de Ellen. ¿Cómo que Abby se encarga de todo?
Michael deseó haber cerrado la boca.
—Sí, pero...
—Todas nuestras cuñadas trabajan además de cuidar de sus hijos.
—Bueno, de acuerdo. Pero el asunto es que yo no estoy dispuesto ni a casarme ni a tener hijos. Y no quiero que nadie me presione.
Logan levantó las manos en un gesto de resignación.
—Muy bien. No creo que Dani esté interesada en alguien que la detesta...
—¡Yo no la detesto!
—La pobre ya ha tenido suficientes problemas en la vida. Por cierto, Abby te agradece mucho que la hayas ayudado con ese asunto del bufete.
—Lo hice porque Ned la estaba poniendo en una posición imposible. O eso creía.
—¿Qué quieres decir?
—A lo mejor está jugando. A lo mejor ella anima secretamente a Ned para que busque sus favores. O quizá montó ese numerito para tenderme una trampa.
Logan soltó una carcajada.
—Por favor, Michael. No creo que Dani tenga que recurrir a eso para encontrar un hombre. Además, ¿no estás siendo un poco presumido?
—Gracias por el voto de confianza, hermano.
—Será mejor que decidas lo que quieres de una vez. Estás enviando mensajes contradictorios...
—Papá, ¿al tío Mike le gusta Dani? —los interrumpió Mirabelle.
—Yo creo que sí, pero aún no lo sabe.
—¡Bueno, lo que me faltaba! —exclamó Michael.
—¿Te gusta Dani, tío Mike?
—Sí, bueno, claro que me gusta. Como amiga, nada más.
—También es mi amiga.
—Sí, ya. Bueno, ¿qué tenemos de comida?
—¡Ellen va a hacer pollo asado! —exclamó Mirabelle, encantada—. A Dani también le gusta mucho el pollo.
Michael dejó escapar un suspiro. Hasta su sobrina conspiraba contra él.
—El tío Michael ha dicho que le gustas —soltó Mirabelle nada más entrar en la cocina.
Las tres mujeres: Abby, Dani y Ellen, se quedaron mirando a la niña.
—Claro que le gusta, cariño. Y ahora, sube a tu habitación y quítate el vestido. Ponte una camiseta, ¿de acuerdo? —sonrió Abby.
—Sí, mamá.
Mirabelle salió corriendo escaleras arriba.
—¿Por qué habrá dicho eso? —murmuró Ellen, mirando a Dani por el rabillo del ojo.
—Quién sabe. Mirabelle tiene las orejas muy largas y Michael a veces se olvida de que hay que tener cuidado cuando hay niños —sonrió Abby.
—Seguramente le extraña que viva en la casa del capataz con él —sugirió Dani, después de aclararse la garganta.
—Sí, posiblemente —suspiró Abby—. Ay, se me ha olvidado hacer la ensalada. ¡Y aún no hemos hecho los panecillos!
—Yo puedo hacerlos, si quieres.
—¿Sabes hacer panecillos?
—Sí, pero no sé si me saldrán tan esponjosos como a Ellen —sonrió Dani.
—No te preocupes por eso.
Mientras mezclaba la masa, podía notar los ojos de Abby y Ellen clavados en su espalda. Pero sabía hacer panecillos, la había enseñado un experto. Y pronto se enterarían.
Más tarde, cuando todo el mundo estaba sentado a la mesa, Logan probó uno de ellos y abrió los ojos como platos.
—Están riquísimos. ¿Quién los ha hecho?
—¿Por qué crees que no los he hecho yo? —exclamó Ellen.
—No te ofendas, pero están riquísimos. Y sé que Abby no los ha hecho... porque es una de las poquísimas cosas que mi dulce esposa no sabe hacer.
Floyd probó uno y asintió con la cabeza.
—Tiene razón, cariño. Están buenísimos. Son tan esponjosos...
—Los he hecho yo —dijo Dani.
Michael levantó la cabeza.
—¿Tú?
—Sí —contestó ella, orgullosa—. ¡Ay, casi se me olvida que hay otra bandeja en el horno!
—Lo tenías planeado, Logan —dijo Michael en voz baja.
—¿Yo? Oye, Dani, ¿dónde has aprendido a cocinar? No creo que te hayan enseñado en la facultad de Derecho.
—No, es que trabajé de camarera durante unos años. Deberías probar mi pastel de nata.
Ellen sonrió, encantada.
—Esta chica me va a quitar mucho trabajo. ¿Podrías darme la receta?
—Encantada. Cualquier cosa para devolveros todo lo que hacéis por mí.
Michael se levantó y tiró la servilleta sobre la mesa murmurando que no tenía hambre.
La cocina quedó en silencio.
—¿He dicho algo? —preguntó Dani, extrañada.
—No te preocupes. Michael a veces se pone un poquito difícil —suspiró Logan. Pero estaba sonriendo y le guiñó un ojo a su mujer.
Dani se encogió de hombros, suponiendo que era una cosa entre hermanos.
Después de comer, le dijo a Abby que iba a Wichita Falls a comprar un par de cosas que necesitaba.
—¿Quieres que te acompañe?
—Si tienes tiempo, claro —sonrió ella, encantada. Había pasado tanto tiempo sola... Y se alegró más cuando Ellen se ofreció a acompañarlas.
Mientras iban a Wichita Falls, riendo y contando chistes, le dio las gracias al cielo por sus nuevas amigas.
Logan llamó a la puerta y como no hubo respuesta, asomó la cabeza en la habitación.
—¿Michael?
—¿Qué quieres?
—¿Seguro que no tienes hambre? Las chicas se han ido de compras, así que puedes volver a la cocina sin necesidad de disculparte.
—Sí, bueno. Pero me disculparé cuando vuelvan. ¿De verdad no lo habías planeado?
—Yo no había planeado nada. Pero creo que subestimas a Dani. Además de haberse pagado ella sólita la carrera, sabe cocinar.
—Eso no significa que sea la clase de mujer con la me gustaría casarme...
—Ah, ¿entonces te gustaría casarte?
—¡No estoy diciendo eso!
—Bueno, bueno, no te alteres —rió Logan.
—Sólo la estoy echando una mano, nada más.
—Venga, hermanito. Han quedado un par de bollos.
—¿Sólo dos?
—¡Dos y uno es para mí!
—¡No te lo crees ni tú!
Como era habitual en ellos, se lanzaron a la carrera hacia la cocina.
Dani nunca lo había pasado tan bien. No compró muchas cosas, pero Abby y Ellen la animaban. Sólo protestaron cuando compró comida.
—¡No tienes por qué comprar nada!
—¿Cómo que no? Yo también tengo que aportar algo.
Cuando volvieron a casa, los niños se habían levantado de la siesta y Mirabelle estaba montando en su pony. Dani dejó que Abby le diera una clase de equitación, pero por la noche tuvo que meterse en una bañera de agua caliente para relajar sus doloridos músculos. Y por la mañana, tomó el yogur apoyándose en la encimera, pero sin sentarse.
Cuando Michael salió de su habitación vestido con un traje de chaqueta, Dani lo saludó con la cabeza. Se había disculpado por su grosero comportamiento del día anterior, pero sabía que no le hacía gracia su presencia. Sin embargo, no tenía más remedio que trabajar con él y esperar que la charada la protegiese de Ned Cobb.
—Voy a desayunar. Te veo en la casa —murmuró, antes de desaparecer.
Aparentemente, no había visto el yogur. Lógico porque apenas la había mirado.
Muy bien, pensó Dani, lavando la cucharilla. Luego tomó su maletín, salió de la casa y entró en su coche. En unos minutos, Michael se enteraría de que no pensaba ir a trabajar con él.
Michael dio un mordisco al panecillo y supo que los había hecho Dani. No había duda de que sabía cocinar.
Floyd se dio un golpe en el estómago.
—Ellen, cariño, están buenísimos.
—Gracias, Floyd. Dani me ha enseñado a hacerlos.
—¿No los ha hecho ella? —preguntó Michael.
—No, pero me ha enseñado. No iba a pedirle que hiciera panecillos para todos si no va a desayunar con nosotros.
—¿Cómo que no va a desayunar con nosotros?
—Ella sólo desayuna un yogur —contestó Ellen.
Michael se asomó al porche. Como imaginaba: el coche de Dani había desaparecido.
—Pensé que iríamos juntos al bufete.
—¿Lo habías hablado con Dani?
—No, pero... bueno, hablaré con ella en la oficina—murmuró, sentándose de nuevo.
Mientras iba a Wichita Falls, se preguntó por qué se habría ido sin decirle nada. Sería mucho mejor si Ned los veía entrar juntos en el bufete... ¿Ya no quería su protección?
La idea debería haberlo alegrado, pero no era así. Todo lo contrario.
Se había sacrificado por ella y no quería que le tirase el gesto a la cara, como si no tuviera ninguna importancia.
Cuanto más lo pensaba, más lo indignaba. Y cuando aparcó frente al bufete, estaba echando humo por las orejas.
Michael entró en el despacho de Dani a la carga... pero no había nadie. Entonces se volvió hacia Angie, la secretaria.
—¿Has visto ala señorita Langston?
—Sí, el señor Cobb la ha llamado a su despacho.
—¡Maldita sea! Esto, bueno... voy a reunirme con ellos —dijo Michael al ver la expresión extrañada de la joven.
La puerta del despacho estaba cerrada, pero entró sin llamar. Dani estaba frente al escritorio, como si la estuvieran regañando.
—Buenos días.
—¿Ocurre algo? —preguntó Ned, levantando las cejas.
—No, nada... pensé que estaríais hablando sobre la demanda por acoso, pero veo que Dick no está aquí —contestó Michael, mirando a Dani.
—El señor Cobb quería saber si tenemos planes de boda y le he dicho que aún no hemos fijado una fecha —dijo ella, irónica—. Y que me encantaría ayudaros a preparar ese caso.
—Sí, claro, un punto de vista femenino es muy importante —sonrió Michael.
—Dani dice que vuestra relación no va a interferir con el trabajo. ¿Eso es verdad?
—Absolutamente.
—Estupendo. Bueno, ya me contaréis cómo progresa el caso.
—Sí, señor —sonrió Michael, abriendo la puerta para Dani—. ¿Por qué no me has esperado? —le preguntó, una vez en el pasillo.
—Porque estabas enfadado. Y porque quería manejar esta situación yo sólita.
—Yo he mantenido mi palabra, Dani. A partir de ahora, vendremos juntos a trabajar.
—De eso nada.
—¿Cómo que no? Habíamos quedado...
—Buenos días —los interrumpió Dick—. ¿Listos para trabajar?