Capítulo 3
Michael pensaba pasarse el sábado trabajando en la antigua casa del capataz, que iba a ser su nueva vivienda. Aunque no necesitaba demasiadas reparaciones, sólo una mano de pintura y un par de arreglos. Pero cuando bajó a desayunar aquella mañana, se encontró con Logan en vaqueros y con una camiseta manchada de pintura.
—No sé si habrás pintado algo, pero te has echado todo el bote de pintura en la camiseta.
—Muy gracioso.
Abby entró en la cocina en ese momento, también con la camiseta manchada de pintura.
—¿Tú también vas a pintar? No, de eso nada —protestó Michael—. Tú debes tener un millón de cosas que hacer.
—No seas tonto. Claro que tengo que ayudar. Y Beth y Jed también. Y el carpintero de la familia, Rob. Incluso Melissa va a venir para cuidar de los críos.
—Estupendo, pero no era necesario. Pensé que sólo íbamos a darle una mano de pintura...
—¿Una mano de pintura? Qué ingenuo —suspiró Logan—. Estas señoras cuando se encargan de un proyecto llegan hasta el final.
Abby empezó a contarle sus planes. Aparentemente, Floyd había trabajado como fontanero en sus años mozos y él sería el encargado de instalar las cañerías nuevas que Abby había comprado dos semanas antes. Y Jed se encargaría de la electricidad.
Michael la miró, sorprendido.
—¿Cañería nuevas, cableado nuevo?
—Es para aumentar el valor de la propiedad —sonrió Abby.
No era cierto, era para que él estuviera cómodo. ¡Menuda familia! Aunque, en realidad, le recordaba mucho a la suya. Por eso le gustaba vivir en Wichita Falls.
Una hora después, todos se pusieron manos a la obra. Michael estaba sacando las cañerías viejas cuando vio que un coche se acercaba por el camino. Lo reconoció enseguida: el coche de Dani Langston.
—¿Qué está haciendo aquí?
—Abby la ha invitado —contestó Logan—. ¿Por qué, te molesta?
—No, claro que no.
¿Qué podía decirle si estaban arreglando la casa del capataz para él?
Dani, que también iba en vaqueros, pasó a su lado. Michael la saludó con la cabeza. Pero nada más.
¿Por qué no podía ser simpático con ella?, se preguntó. Normalmente, él era simpático con todo el mundo.
No volvió a verla hasta una hora después, cuando asomó la cabeza en la cocina. Abby y ella estaban colocando el suelo de linóleo.
—¿Suelo nuevo? Abby, no sabía que ibas a llegar tan lejos.
—Lo estamos pasando bien, ¿a que sí, Dani?
—Sí—contestó ella, sin mirarlo.
—Bueno...—empezó a decir Michael, incómodo—. Logan dice que tiene hambre. Resulta difícil de creer después de lo que se ha metido entre pecho y espalda como desayuno, pero dice que tiene hambre.
—Ah, estupendo. Ven, Dani —dijo Abby entonces, levantándose de un salto—. Ahora te lo explico.
¿Ahora te lo explico?
Michael se quedó en la cocina, en jarras, preguntándose qué iba a explicarle. Luego admiró el linóleo blanco y negro. Comparado con el viejo suelo, que estaba allí desde que se construyó la casa treinta años antes, era un lujo.
Entonces oyó el claxon de un coche y volvió al salón, donde Logan y él habían estado pintando. Y descubrió en ese momento qué iba a explicar Abby: toda la familia Crawford había aparecido en el rancho Círculo K.
Aunque sólo había dos horas hasta el rancho de los Crawford en Lawton, Oklahoma, Michael no sabía que su familia iba a ir a pasar el día. Seguramente, Abby no le había dicho que los había llamado para darle una sorpresa.
Y ahora estaba organizando una mesa en el porche mientras sus hermanas y sus cuñadas sacaban fiambreras de la furgoneta.
Fiambreras y niños, que se reunieron con Mirabelle y Scotty lanzando gritos al más puro estilo apache.
—¿Abby ha planeado todo esto? —sonrió Michael mientras salían de la casa para reunirse con su familia.
—Claro. Ya sabes cómo es.
Después de saludarlos a todos, Michael vio a su madre hablando con Dani. Y supo de inmediato cuál sería el resultado de esa conversación.
—Papá, ¿puedo hablar contigo un momento?
Caleb Crawford era un hombre alto y robusto. Y muy activo, aunque estaba a punto de cumplir los sesenta.
—Dime. ¿Pasa algo?
—No, no pasa nada. Pero quiero que hables con mamá.
—¿De qué?
—Quiero que le adviertas...
—¿Advertirle de qué? ¿Es que está en peligro?
Como siempre, su padre reaccionaba por instinto. Su familia era lo más importante para él y su trabajo, protegerlos.
—No, papá, no está en peligro —suspiró Michael—. Pero es que Abby acaba de presentarle a Dani...
—¿Quién?
—Esa chica rubia.
—Ah, la rubia —sonrió su padre, guiñándole un ojo.
—No es eso, papá. Es que los dos trabajamos en el bufete del fiscal del distrito, y mamá va a pensar que está aquí porque... bueno, ya sabes lo que quiero decir.
—¿Y no es así?
—No, no es así. Dani cree que es familia de Abby...
—¿Cree que es de su familia? ¿Cómo que lo cree?
—Déjalo, papá —suspiró Michael, pasándose una mano por el pelo—. Es una historia muy larga. El caso es que no está aquí por mí. No tenemos nada que ver. ¿Te importaría decírselo a mamá?
Caleb levantó una ceja.
—¿Estás seguro de que no hay nada? Al fin y al cabo, trabajáis juntos.
—Bueno, en realidad, ella trabaja... con otro grupo de la oficina. Pero díselo a mamá, ¿eh? Que no tenemos nada que ver. Si no, ya sabes lo que va a pasar.
Su padre soltó una carcajada.
—Tengo seis hijos y tú eres el único que sigue soltero. La pobre no tiene a nadie más de quien preocuparse. Por cierto, ¿cuándo vas a sentar la cabeza?
Michael levantó los ojos al cielo.
—Antes de eso tengo que dedicarme a mi carrera, ya lo sabes. Casarme me robaría mucho tiempo. Además, las mujeres de los Crawford dan mucho trabajo.
—Decir eso de tus cuñadas... Michael, ¿no te da vergüenza?
Joe, su hermano mayor, oyó el final de la conversación.
—¿Mi hermano pequeño está quejándose de nuestras mujeres otra vez?
—No me estoy quejando. Sólo digo que una esposa te roba mucho tiempo y yo ahora mismo estoy ocupado con mi trabajo —sonrió Michael.
Joe soltó una carcajada.
—Puedes luchar todo lo que quieras, pero mamá no descansará hasta que te encuentre una buena esposa.
—Esa no está mal —intervino Pete—. La que está hablando con mamá.
—¡No!—exclamó Michael.
Tanto su padre como sus hermanos lo miraron, sorprendidos.
—¿Qué te pasa?
—Nada. Papá, dile a mamá que no empiece con sus líos, ¿eh? Aún no tengo treinta años, así que no hay nada que hacer.
—¿Por qué? —preguntó Pete.
—Tú tenías treinta y cinco cuando te casaste, ¿no?
—Sí —sonrió Joe—. Pero es a mamá a quien tienes que convencer, no a mí.
—Me alegro mucho de que Michael tenga amigos en el trabajo —estaba diciendo su madre—. El pobre trabaja tantas horas... Al menos, podrá bromear con alguien para relajarse un poco.
Dani no pudo contener una sonrisa. Sí, seguro, se reían mucho... Una pena que Michael no fuera su amigo. La verdad era que le iría bien tener uno.
—Ha sido un detalle que hayáis venido para arreglar la casa.
—Para eso está la familia, ¿no?
—Sí, bueno...
Carol Crawford la miró con simpatía.
—¿No te llevas bien con tu familia?
—En realidad, no tengo familia...
—¿Que no tienes familia? ¿Y con quién pasas las fiestas, las navidades?
—Pues...
—Michael tiene que llevarte a casa en Navidad. Voy a decírselo ahora mismo.
—¡No! —exclamó Dani—. No, Carol, por favor.
—¿Por qué?
—Verás, Michael y yo... no nos llevamos bien. En realidad vine a casa de Abby para saber algo de mi abuela y, accidentalmente, descubrí que trabajábamos en el mismo bufete. Pero no hay nada más.
—Eso no significa que no puedas venir a casa en Navidad. O el día de Acción de Gracias. No serías la primera chica que Michael lleva a casa —sonrió Carol—. Y sé que eso no significa nada, no te preocupes.
—¿De qué habláis, Carol? —preguntó Abby, acercándose.
—Quiero que Mike invite a Dani a casa en Navidad o el día de Acción de Gracias. La pobre no tiene familia... y ya sé que eso no significa nada, pero no creo que deba estar sola.
Abby miró a Dani con expresión de sorpresa.
—Yo creo que Mike... hace que Dani se sienta incómoda.
—¿Porqué?
—No sé, cosas de los hombres. Además, no va a estar sola, pasará las navidades con nosotros.
Dani no había esperado esa invitación y sus ojos se llenaron de lágrimas. Nerviosa, corrió hacia la cocina.
—Ay, por Dios. ¿Qué pasa, he dicho algo? —exclamó Carol.
—No —suspiró Abby—. Creo que he sido yo. No había hablado con ella sobre las navidades... creo que la pobre se siente muy sola. Y cuanto más lo pienso, más creo que pueda ser la nieta de Beulah. Voy a hablar con la gente de los alrededores, a ver qué saben.
—¿Y Michael?—preguntó Carol.
—No se llevan bien. A mí me gustaría que salieran juntos, pero esas cosas no se pueden forzar.
—Lo sé. Y me alegra que estés pendiente de mi hijo. Me preocupa, pero la verdad es que estoy más tranquila sabiendo que vive aquí, con vosotros.
—Y nosotros estamos encantados de tenerle en el rancho. Si no fuera...
—¿Michael no se porta bien? —la interrumpió Carol, alarmada.
—No, no es eso. ¡Pero es que malcría a Mirabelle incluso más que su padre! —rió Abby.
Carol dejó escapar un suspiro de alivio.
—Es normal, mujer. Mirabelle es para comérsela.
Abby sonrió.
—Y tú eres la mejor abuela del mundo.
Luego entraron en la casa, del brazo.
Con el combinado CrawfordKennedy, la comida resultó ruidosa y divertida.
Michael lo pasó bien, aunque intentaba evitar a Dani por todos los medios. No quería darle razones a su madre para creer que entre ellos podría haber algo.
Porque no había nada. Ni lo habría.
Para empezar, Daniele Langston no sólo estaba intentando engañar a Abby, sino que se estaba aprovechando de la situación con Ned Cobb, en lugar de dejarle claro que no quería saber nada de él.
Desde luego, no era la madre que él querría para sus hijos... unos diez o doce años más tarde.
Después de comer, todo el mundo volvió a ponerse manos a la obra. Trabajaron hasta las siete y cuando se sentaron de nuevo para cenar, Michael les dio las gracias a todos, incluida Dani.
—Muchas gracias por venir a echar una mano —sonrió, intentando mostrarse simpático. Aunque no le salía bien del todo.
—De nada. Tienes una familia encantadora —dijo ella—. Eres un hombre muy afortunado.
—Sí, bueno. Gracias...
Dani asintió con la cabeza y volvió a toda prisa a la cocina.
Él quería ser agradable, pero aparentemente la había asustado. ¿Por qué?
Después de despedirse de su familia, subió a la habitación para sacar sus cosas y llevarlas a la renovada casa del capataz. Su madre le había llevado utensilios de cocina y ropa de cama, de modo que sólo tenía que llevar su ropa y las cosas de aseo.
—No se te ocurra desayunar solo —le advirtió Ellen—. Desayunarás aquí, con nosotros.
—Gracias, Ellen. Aquí estaré todas las mañanas. Ya sabes que no puedo vivir sin tus bollos con mantequilla.
—Ah, nada me gusta más que un hombre con buen apetito —rió el ama de llaves.
Dani estaba ayudando a Ellen en la cocina cuando Michael pasó por allí de camino a la casa con otro montón de ropa.
Y no pudo evitar sentir un poco de envidia. No sólo tenía un bonito sitio donde vivir, sino una familia encantadora que estaba pendiente de él.
Ese era un lujo que ella nunca había tenido.
Cuando la cocina quedó limpia como una patena, Dani empezó a despedirse. Logan le aseguró que podía volver por el rancho cuando quisiera y Mirabelle le rogó que no se fuera tan pronto.
Dani se aclaró la garganta:
—¿Dónde está Abby? Quiero despedirme de ella.
—Está en el despacho, hablando por teléfono —sonrió Logan—. Pero ve a decirle adiós.
Dani llamó a la puerta justo cuando Abby salía.
—Ah, iba a buscarte ahora misma Me acaba de llamar mi hermana Melissa. Dice que se le ha olvidado darte las gracias por encargarte de los niños.
—Lo he pasado muy bien, la verdad. Gracias por invitarme.
Abby la metió en el despacho, cerrando la puerta tras ellas.
—Me alegro de que hayas venido. Has trabajado como una jabata.
—Gracias. Bueno, tengo que irme. No me gusta llegar tarde al hotel...
—¿Por qué no te quedas aquí a pasar la noche? Ahora tenemos una habitación libre.
—Gracias, pero prefiero marcharme.
Abby sacudió la cabeza.
—Mira que eres cabezota. Oye, por cierto, antes, cuando he hablado de las navidades, no quería disgustarte...
—No, no...
—Sólo quería que supieras que aquí eres bienvenida.
—Ya lo sé, Abby. Por eso se me han saltado las lágrimas. Eres muy amable conmigo, de verdad.
—Nos gusta tenerte aquí, en serio. Y nos gustaría que pasaras las fiestas con nosotros. Piénsatelo, ¿de acuerdo?
—Puede que ya no esté aquí para entonces —suspiró Dani—. Pero si sigo en Wichita Falls, hablaremos.
—Espera un momento. ¿Cómo que puede que para entonces ya no estés aquí?
Dani se encogió de hombros.
—Las cosas no van precisamente bien en el trabajo.
—¿Por qué? Si sólo llevas una semana en el bufete.
—Ya, pero...
—¿Pero que?
—No sé si debo contártelo.
—Por favor, cuéntamelo.
—No quiero que te preocupes por mí. Tú ya tienes bastantes problemas con tu rancho y tus hijos...
—Eso no importa. ¿Vas a contarme qué te pasa?
—Que las cosas no van bien. Por eso no he buscado apartamento.
—¿Es por Michael?
—No, qué va. Michael no tiene nada que ver.
—¿Entonces? —suspiró Abby—. No quiero que te marches de Wichita Falls. ¿Y si Beulah de verdad era tu abuela?
Dani se encogió de hombros.
—Eso da igual.
—¿Cómo que da igual? Si de verdad eres la nieta de Beulah, tu sitio está aquí. Eres parte de la familia.
Ella negó con la cabeza.
—No, Abby. Además, no es para eso para lo que vine aquí.
—¿Y por qué viniste entonces? Ven, siéntate un rato. Cuéntamelo todo, por favor.
Dani dejó escapar un suspiro.
—De mi familia sólo conocí a mi madre y no era precisamente una buena persona.
—¿No?
—No. Se portaba fatal conmigo, así que vine para... no sé, para encontrar a algún miembro de mi familia de quien pudiera sentirme orgullosa. Alguien que tuviera cosas buenas... y tú me has dado eso, Abby. Y te lo agradezco mucho.
—Cariño, pides muy poco—sonrió ella.
—Así no me llevo desilusiones.
—Mira, vamos a Wichita Falls a buscar algo de ropa para que puedas pasar la noche aquí, ¿eh? Ya volverás al hotel el domingo por la noche.
Dani hubiera querido negarse, pero la idea era demasiado apetecible. Le gustaba formar parte de una familia normal, ser tratada con cariño... aunque podría no ser verdad que eran parientes. Su madre era muy capaz de inventar aquella historia.
—Pero tienes que meter a los niños en la cama...
—Sin problema. Voy a hablar con Logan. Espera aquí.
Dani dejó escapar un suspiro. Si pudiera elegir una familia, Abby sería la primera de la lista, desde luego. Era una persona cariñosa y generosa con todo el mundo. Conociéndola, se sentía mejor consigo misma.
Abby reapareció, sonriente, unos segundos después.
—Ya está. Logan te acompañará. Tienes que traer un vestido para ir mañana a la iglesia y unos pantalones para montar a caballo.
—¿Montar a caballo? Pero si no lo he hecho nunca...
—No te preocupes. Ya te enseñaremos. Me va a encantar tenerte aquí, aunque sólo sea un día o dos.
—Un día, Abby. Mañana por la noche vuelvo al hotel. Tengo que ir a trabajar el lunes... si aún tengo trabajo.
Cuando entraron en la cocina, Dani le dio las gracias a Logan por adelantado.
—No me des las gracias a mí —sonrió él—. Yo iría encantado, pero Michael ha insistido en llevarte porque sabe que tengo que bañar a Scotty.
Sorprendida, Dani empezó a protestar:
—Pero... no hace falta que me acompañe nadie. Puedo ir sola y...
—¿Estás lista, Dani?
Ella se volvió, nerviosa.
Lamentaba haber aceptado la invitación de Abby. Incluso el corto viaje desde el rancho a Wichita Falls le parecía muy largo si tenía que estar a solas con Michael Crawford. No sabía por qué, pero la ponía nerviosa, la hacía sentir incómoda.
—Puedo ir yo sola. No hace falta que te molestes en acompañarme.
—Es muy tarde. Venga, conduciré yo —dijo Michael, abriendo la puerta.
Abby le dio un beso en la mejilla.
—Luego te veo. Y cuando vuelvas, terminaremos el pastel de chocolate que ha hecho Ellen.
Como no tenía elección, Dani salió al porche.
—Puedo ir en mi coche y volver en menos de una hora —dijo, haciendo un último intento—. Abby no se enterará.
—Le he prometido que te acompañaría. Además, la pobre se ha pasado el día arreglando una casa para mí. No puedo decepcionarla.
Suspirando, Dani subió al coche. Durante el camino, intentó pensar en algo que decir, pero no se le ocurría nada. Pero como tampoco Michael abría la boca, decidió que también él prefería el silencio.
—¿En qué hotel te hospedas? —preguntó por fin, cuando llegaron a la entrada de Wichita Falls.
Dani le dio el nombre y algunas indicaciones.
—¿Por qué no has buscado un apartamento?
Ella lo miró, disgustada.
—Supongo que ya sabes la respuesta.
—No, no la sé. ¿Debería saberla?
—Todo el mundo lo sabe —suspiró Dani—. Por eso nadie me dirige la palabra en el bufete. Hasta las secretarias me miran con cara de pena... pero tampoco me hablan. Todos saben que no seguiré en el bufete mucho tiempo.
—¿Crees que Ned va a despedirte? ¿Qué pasa, no consigue lo que quiere? —preguntó Michael, irónico.
Dani se volvió, furiosa.
—¿Cómo has dicho?
—Me refería...
—¡Pues no tiene ninguna gracia! ¡Por supuesto que no consigue lo que quiere! ¡Y por eso está furioso conmigo!
—Espera un momento, no me refería a eso, de verdad. Me refería al trabajo.
—¡Por favor! —exclamó ella, indignada.
—En serio, me refería a tu trabajo.
—¿Ah, sí? ¿Por qué, crees que no estoy preparada? ¿Te pareció que me faltaban conocimientos ayer, cuando os saqué del apuro a Dick y a ti?
—No, claro que no. Y Dick está encantado contigo.
—¿Y no te diste cuenta de lo enfadado que estaba Ned?
Michael se detuvo en un semáforo y volvió la cara para mirarla.
—Estaba enfadado, pero eso no quiere decir que vaya a despedirte. Yo creo que estás exagerando.
Dani apretó los labios. Si no lo entendía, debía estar ciego. O ser un canalla. Además, si le contaba lo que le estaba pasando corría peligro de ponerse a llorar. Y no pensaba llorar delante de Michael Crawford.
Poco después llegaron al hotel, Pero cuando iba a salir del coche, vio a su jefe en la puerta.
—¡Espera, no salgas! —gritó, escondiéndose bajo el asiento.
Michael, que ya estaba fuera del coche, la miró, confuso.
—¿Qué haces?
—¡Crawford! —gritó Ned Cobb en ese instante, acercándose—. ¿Te alojas en este hotel?
—Hola, Ned. No, yo vivo en el rancho de mi hermano. Es que... he venido a visitar a unos amigos que pasaban por Wichita Falls.
La razón por la que Ned estaba allí era evidente. Sobre todo, porque llevaba una botella de vino en la mano.
—¿Y qué haces tú aquí?
—Mantener contenta a cierta empleada —rió el fiscal del distrito—. Estas jovencitas son tan exigentes...
Luego se despidió para entrar en el hotel y Michael volvió a entrar en el coche, haciendo una mueca.
—No me habías dicho que esperases compañía.
Dani lo fulminó con la mirada.
—No esperaba compañía en absoluto. ¡Es la segunda vez que aparece en el hotel con una botella de vino!
—¿Qué pasó la primera vez?
No era asunto suyo, pero Dani no quería que nadie creyese que mantenía una relación con su jefe.
—Que no le abrí la puerta.
—¿Y se marchó?
— Sí. Luego bajé a recepción y pregunté quién le había dado el número de mi habitación. Me cambié de inmediato y les amenacé con demandarles si volvían a dárselo.
Michael se quedó pensativo.
—¿Tan descarado es?
—Y eso no es todo. Me lleva a comer para, supuestamente, encontrarnos con algún colega, pero el colega no aparece. Ned bebe y... ya sabes, empieza a ponerse cariñoso. La primera vez volví a la oficina en su coche, la segunda, con la excusa de ir al lavabo pedí un taxi. Y la tercera me negué a comer con él. Eso fue el viernes.
Michael se pasó una mano por el pelo.
—Creo que te debo una disculpa, Dani. No sabía que Ned se estuviera pasando tanto. ¿Vas a demandarlo por acoso sexual?
—No, prefiero no hacerlo porque llevo las de perder. Al fin y al cabo, es el fiscal del distrito y haría todo lo posible para que no encontrase trabajo en otro bufete.
—Entonces, ¿qué vas a hacer?
—Soy una buena abogada, Michael.
—No lo dudo.
—Sólo quiero una oportunidad para demostrar que soy buena en mi trabajo. Pero debería haber sospechado algo cuando me contrató. Sabiendo que no tengo experiencia...
—Bueno, ¿y ahora qué hacemos?
—Será mejor que esperes aquí. No quiero causarte ningún problema.
Dani salió del coche, pero se encontró a Michael a su lado.
—No me han educado para esconderme cuando una mujer necesita ayuda. Iré contigo.
—Te lo agradezco, pero no hace falta.
— Sí hace falta. Venga, vamos.
Cuando entraron en el vestíbulo del hotel, Ned estaba en recepción.
—Soy su jefe y ella me ha pedido que venga a verla. Si me da el número de su habitación, subiré y le dejaré este regalo en la puerta —le estaba diciendo al conserje.
El hombre negó con la cabeza.
—No, señor. No puedo. La señorita Langston nos pidió que no le diéramos a nadie el número de su habitación. Pero si quiere, subiremos la botella con una nota.
—Ah, claro. Muy bien —suspiró Ned, tomando un papel. Pero después de dárselo al botones, lo siguió hasta el ascensor descaradamente.
El encargado de recepción no había visto a Dani y Michael... hasta que Dani pidió hablar con el director del hotel.
—¿El director? ¿Ocurre algo?
—Claro que ocurre. Acaba usted de darle mi número de habitación a una persona.
—Yo no le he dado el número...
—Da igual. ¿No ha visto que ese hombre seguía al botones?
—Señorita Langston, no hay ninguna regla que prohíba subir regalos...
—El director, por favor —lo interrumpió ella.
—Sí, señorita Langston.
—Bien hecho —sonrió Michael—. Se lo merecen. Ned ni siquiera ha intentado disimular... Estoy asombrado.
El encargado de recepción volvió poco después con un hombre mayor que se presentó como director del hotel.
Dani le contó brevemente lo que había pasado y pidió su cuenta.
El director intentó convencerla de que se quedase, pero ella lo fulminó con la mirada.
—No quiero seguir discutiendo.
—Pero señorita...
—No sólo voy a demandarlos, también voy a hacer pública la poca seguridad que ofrecen ustedes a sus clientes.
El hombre siguió disculpándose, pero Dani, indignada, se dirigió al ascensor sin hacerle caso.
Michael llegó a su lado cuando las puertas se estaban cerrando. Como un tonto, se había quedado admirando su determinación y olvidó ir tras ella.
—Espero que no te importe llevarme a otro hotel. Me parece que hay uno aquí cerca.
—Te llevaré mañana, ¿no? Vamos a volver al rancho, así que no tiene sentido pagar una noche que no vas a usar.
Dani dejó escapar un suspiro.
—No quiero que Abby piense que tengo intención de quedarme en su casa.
—No va a pensar eso, no te preocupes. Oye, ¿Ned seguirá arriba?
—Espero que no. Pero si está, supongo que no vendría mal presentar mi dimisión ahora mismo. Así me ahorro que me despida él la semana que viene.
—Si te marchas después de haber estado sólo una semana en el bufete, quedará un poco raro en tu currículum, ¿no te parece?
—No puedo hacer nada —suspiró ella.
Cuando las puertas del ascensor se abrían, oyeron a Ned discutiendo con el botones, intentando convencerlo para que le abriese la puerta de la habitación.
—Sé cómo sacarte de este lío —dijo Michael en voz baja—. Tú llévame la corriente —añadió, pasándole un brazo por la cintura.