Capítulo 19

No me daba tiempo a esconderme debajo de la cama o en el baño y de todas formas, tampoco quería quedarme sin libertad de movimientos. Salté hacia delante y me coloqué muy quieto detrás de la puerta cuando se abrió.

Entró un hombre, delgado, bajo, con aspecto agobiado. El pelo, una lánguida sombra marrón, lo tenía peinado hacia atrás y recogido en una coleta. Llevaba unos pantalones de algodón oscuros, una chaqueta oscura y una bolsa en bandolera. Cerró la puerta y miró a su alrededor, lleno de inquietud. Pero, como la mayoría de personas que están demasiado nerviosas para pensar con claridad, veía menos de lo que debería y aunque yo me encontraba dentro de su campo de visión, no se dio cuenta de que estaba allí. Era un hombre apuesto, o eso parecía, con la mandíbula y los pómulos muy marcados.

Cruzó la habitación y se paró en seco al ver la cama manchada de sangre. Apretó los puños. Hizo un ruidito extraño, como un graznido, antes de correr a tirarse al suelo, al lado de la cama, y empezar a toquetear por ahí abajo. Después de unos segundos, creció su desesperación y oí que maldecía en voz alta.

Deslicé mis dedos sobre la lisa superficie del carrete que llevaba en el bolsillo. Bueno, así que el misterioso fotógrafo que merodeaba por fuera de la casa del lago de Victor Sells estaba aquí buscando la película. Tuve una sensación en el estómago como cuando terminas un rompecabezas muy difícil, una especial satisfacción mezclada con un toque de autocomplacencia.

En silencio, coloqué mi bastón y el cetro en el rincón de detrás de la puerta y saqué del guardapolvos mi insignia oficial de asesor de la policía, con mi foto y todo, para que contrastara con la tela oscura. Me cubrí con el abrigo mi vieja camiseta raída y recé para que el hombre estuviera demasiado nervioso como para ver que debajo llevaba pantalones de chándal y botas camperas.

Seguí con las manos metidas en los bolsillos, empujé la puerta con un golpecito de mi bota para cerrarla y, mientras se cerraba, dije:

—Conque volviendo a la escena del crimen. Sabía que te atraparíamos si esperaba.

La reacción de aquel hombre me hubiera hecho desternillarme de risa cualquier otro día. Se sobresaltó, se dio un golpe contra los pies de la cama, dio un gritó, salió de debajo, se giró para mirarme y por poco se cae sobre la cama de la sorpresa que se llevó al verme. Cambié de opinión en cuanto a su aspecto: tenía la boca demasiado apretada, los ojos demasiado pequeños y muy juntos, que le daban la mirada penetrante y rapaz de un hurón.

Entrecerré los ojos y me acerqué a él a paso lento.

—No podías mantenerte a distancia, ¿verdad?

—¡No! —exclamó—. ¡Ay, Dios! No lo entiendes. Soy fotógrafo. ¿Ves, ves? —Revolvió en la bolsa que llevaba colgada y sacó de allí una cámara—. Saco fotos, para la prensa. Eso es lo que hago aquí, solo intentaba echar un buen vistazo.

—Ahórratelo —le corté—. Ambos sabemos que no estás aquí para sacar fotos. Estabas buscando esto.

Saqué el carrete de fotos del bolsillo y lo levanté para enseñárselo.

Dejó de farfullar y se quedó inmóvil, mirándome fijamente. Después miró al bote. Se humedeció los labios e intentó decir algo.

—¿Quién eres? —pregunté.

Lo hice con voz áspera, exigente. Pensé en cómo sonaría la voz de Murphy, si estuviera en el centro con ella en ese momento esperando a que me hiciera preguntas.

—Emmm, Wise. Donny Wise. —Tragó saliva mientras me miraba detenidamente—. ¿Me he metido en algún lío?

Arrugué el entrecejo y le dije con desdén:

—Ya lo veremos. ¿Tienes el carné?

—Sí, por supuesto.

—Déjamelo ver. —Le lancé una mirada y luego añadí—. Despacio.

Me miró con los ojos desorbitados y buscó en el bolsillo trasero del pantalón con una lentitud exagerada. Con una mano, sacó la cartera y la dejó abierta para mostrarme el permiso de conducir. Me acerqué a él, se lo arrebaté de las manos y lo examiné. El carné y la foto coincidían con el nombre que me había dado.

—Bien, señor Wise —le dije—, se está llevando a cabo una investigación, así que mientras coopere, no creo que…

Cuando alcé la vista, me lo encontré mirando mi nombre en la insignia. La voz se me apagó. Él apartó la cartera.

—¡Tú no eres un poli! —me reprochó.

Incliné la cabeza hacia atrás desde una perspectiva prepotente.

—Vale, quizás no lo sea, pero trabajo con la policía y tengo tu carrete.

Volvió a maldecir y empezó a meter su cámara de nuevo en la bolsa, sin duda para marcharse.

—No, tú no tienes nada. No hay nada que me conecte con todo esto. Me largo de aquí.

Lo observé mientras pasaba por delante de mí hacia la puerta.

—No tan rápido, señor Wise. Creo que tú y yo tenemos cosas de que hablar. Como un bote de carrete de fotos que se cayó en la terraza de una casa de Lake Providence el pasado miércoles por la noche.

Me lanzó una mirada rápida.

—No tengo nada que decirte —habló entre dientes—, seas quien coño seas.

Fue hacía la puerta y comenzó a abrirla.

Hice unos gestos bruscos hacia mi bastón situado en la esquina y, con mi voz más dramática, murmuré «vento servitas», mientras empujaba la puerta con la mano. Mi bastón, impulsado por canales de aire muy bien controlados, se movió en respuesta a mi evocación, voló por la habitación y cerró la puerta en las narices de Donny Wise. Se quedó rígido como una tabla. Giró la cabeza para mirarme con los ojos como platillos.

—Dios mío, eres uno de ellos. No me mates —suplicó—. Dios, tienes las fotos. No sé nada. Nada. No represento ningún peligro para ti.

Intentó mantener la voz calmada, pero estaba temblando. Le vi mover los ojos hacia las puertas correderas de cristal que daban al pequeño patio, como si estuviera calculando las posibilidades de llegar hasta allí antes de que pudiera detenerlo.

—Tranquilícese, señor Wise —le calmé—, no estoy aquí para hacer daño. Voy detrás del hombre que mató a Linda, Ayúdeme. Cuénteme lo que sabe y yo me ocuparé del resto.

Dejó escapar una risita cruel y dio medio paso cuidadoso hacia las ventanas de cristal.

—¿Y que me maten? ¿Cómo a Linda, como a toda esa gente? Ni hablar.

—No, señor Wise. Dígame lo que sabe y podré fin a las muertes. Llevaré al asesino de Linda ante la justicia.

Intenté mantener la voz tranquilizadora, constante, luchando contra la frustración que sentía. Dios, había querido ponerlo nervioso, pero no pretendía asustarle tanto como para que quisiera atravesar de un salto la puerta de cristal corredera.

—Tengo tantas ganas de detener a esas personas como usted.

—¿Por qué? —preguntó. Noté un poco de desprecio en sus ojos—. ¿Qué significaba para usted? ¿También te acostabas con ella?

Negué con la cabeza.

—No. No, solo era una persona muerta más que a la que no deberían haber matado.

—No eres poli. ¿Por qué arriesgas tu culo? ¿Por qué te enfrentas a esa gente? ¿No has visto lo que pueden hacer?

Me encogí de hombros.

—¿Quién lo va a hacer si no?

No me contestó, así que le enseñé el carrete.

—¿De qué son estas fotos, señor Wise? ¿Qué hay en este rollo para que mataran a Linda Randall?

Donny Wise se frotó las palmas de las manos contra los muslos. Movió la coleta mientras echaba un vistazo por la habitación.

—Te propongo un trato. Si me das el carrete, a cambio te digo lo que sé.

Negué con la cabeza.

—Puede que necesite lo que hay aquí.

—Lo que hay ahí no te servirá de nada si no sabes lo que estás mirando —señaló—. No te conozco de nada. No quiero problemas. Lo único que quiero es salir de esta vivo y de una sola pieza.

Me lo quedé mirando un momento. Si aceptaba, me quedaría sin el carrete y lo que fuera que hubiera dentro. Si no lo aceptaba y estaba diciendo la verdad, el carrete no me serviría de nada. La pista me había llevado hasta allí, hasta él. Si no descubría una pista que me llevara a otro sitio, estaba acabado.

Así que chasqueé los dedos y dejé caer el bastón al suelo. Después le lancé el carrete por encima del hombro. Se le cayó y se agachó para recogerlo, sin dejar de mirarme con recelo.

—En cuanto salga de aquí, quedamos en paz —me dijo—. Nunca le he visto antes.

Asentí.

—De acuerdo. Venga.

Donny tragó saliva y se pasó una mano por el cabello. Al finalizar el gesto, le dio a su coleta un pequeño tirón nervioso.

—Conocía a Linda de vista. Le había tomado algunas fotos para un portafolio. Lo hago con algunas chicas de la ciudad. La mayoría de ellas quieren salir en las revistas.

—¿En revistas para adultos?

—No —dijo con brusquedad, todavía nervioso—, en la revista infantil de Babar. ¡Pues claro que en revistas de adultos! No es que sea de mucho estilo, pero se gana una pasta aunque no seas Hugh Hefner.

»Así que el miércoles Linda vino a verme. Me dijo que tenía algo para mí. Le hice unas cuantas fotos y le di el carrete; fue muy agradable conmigo. Todo lo que tenía que hacer era aparecer por donde me dijo, sacar unas fotografías por la ventana y marcharme. Tenía que entregárselas al día siguiente. Así lo hice. Y ahora está muerta.

—Fue en Lake Providence —dije.

—Sí.

—¿Qué vio allí? —le pregunté.

Donny sacudió la cabeza y, mientras pasaba a mi lado, miró hacia la cama.

—A Linda y a otras personas. No conocía a nadie. Estaban dando una especie de fiesta. Todo lleno de velas y esas cosas. Había una tormenta horrible, un montón de truenos y relámpagos, así que no podía oírles. Durante un rato me preocupó que alguien mirara hacia arriba y me viera a la luz de los rayos, pero supongo que estaban muy ocupados.

—Estaban teniendo relaciones sexuales —afirmé.

—No —me cortó—, estaban jugando a la canasta. Sí, era sexo. Pero del auténtico, nada de una burda imitación. Lo real no es tan bueno. Linda, otras mujeres, tres hombres… Gasté el carrete y me marché de allí.

Le lancé una sonrisita, pero no parecía haberse dado cuenta del doble sentido. Ya no abunda tanto el carácter de los bajos fondos.

—¿Puede describir a alguno de ellos?

Contestó que no con la cabeza.

—No estaba mirando. Pero no tenían nada de particular, no sé si me entiende. Me revolvieron el estómago.

—¿Sabía qué era lo que Linda quería hacer con las fotos? Me miró y rió por lo bajo, como si fuera sumamente ingenuo.

—Dios, colega. ¿Para qué piensa que querría nadie unas fotos como esas? Quería aprovecharse de alguien. Joder, su reputación no se mancharía en absoluto si saliera a la luz una foto de ella en medio de una orgía. Pero sí que podría afectar a una de las personas que la acompañaba. ¿Qué clase de pánfilo, aspirante a policía es usted?

Ignoré la pregunta.

—¿Qué va a hacer con el carrete, Donny?

Se encogió de hombros.

—Seguramente tirarlo a la basura.

Vi cómo se movían sus ojos de un lado a otro y supe que me estaba mintiendo. Se quedaría con el rollo de película, averiguaría quiénes eran los de las fotografías y si las cosas iban como él esperaba, intentaría sacar todo el provecho que pudiera. Tenía toda la pinta y seguí mis instintos.

—Permítame —dije y chasqueé los dedos—. ¡Fuego!

La tapa gris del pote salió volando de pronto. El bote rojo estalló en llamas mientras caía al suelo y se convirtió en una masa arrugada y humeante.

Se quedó mirando el carrete y después alzó la mirada hacia mí con la boca abierta.

—Espero que no me haya mentido, Donny —le dije.

Se puso blanco como la nieve, me aseguró que no lo había hecho, y finalmente se dio la vuelta y huyó del apartamento. A la salida quedaron dos trozos sueltos de cinta de la policía. No cerró la puerta tras de sí.

Dejé que se fuera. Le creí. No parecía tan inteligente como para inventarse una historia sobre la marcha y menos con lo nervioso que estaba. Noté que me invadía un feroz sentimiento de triunfo, de ira y de impaciencia por encontrar a aquella persona, fuera quien fuese, que estaba succionando las fuerzas puras de la vida y la creación y las estaba convirtiendo en destrucción; quería deshacerme de él y colocarlo con el resto de la basura. Quienquiera que fuese el que asesinaba con magia y mataba poco a poco a la gente con la droga del Tercer Ojo, era alguien a quien quería eliminar. Mi cerebro se puso en marcha ahora que tenía algo en lo que trabajar, otra alternativa para el día siguiente aparte de morir de unas cuantas formas horribles.

Linda Randall había pensado chantajear a alguien. Di un salto mental y me figuré que sería Victor o alguien que estuvo en la casa durante la fiesta. Pero ¿por qué? Ahora ya no tenía las fotos, solo la información que Donny Wise me había facilitado. No podía permitirme el lujo de esperar más. Tenía que seguir la pista que me había dado si quería llegar al fondo del asunto y descubrir quién había matado a Linda.

¿Cómo me las había arreglado para meterme en todo aquel lío en tan pocos días? ¿Y cómo demonios me las había apañado para dar por casualidad con lo que parecía ser una compleja y peligrosa trama en una casa de Lake Providence y una investigación totalmente diferente?

La respuesta era simple: no había sido un accidente. Todo está planeado. Alguien me quería en la casa del lago, alguien quería que me involucrara para averiguar qué estaba ocurriendo allí. Alguien al que le ponían muy nervioso los magos, que rehusaba dar su nombre, que había dejado caer frases con cuidado que me había hecho creer su ignorancia, que tuvo que dejar rápidamente su cita y que soltaba con total facilidad quinientos dólares para luego colgarme al teléfono sin apenas intercambiar unas palabras. Alguien me había arrastrado y forzado a salir al aire libre, donde había atraído todo tipo de atención hostil.

Esa era la clave.

Recogí el bastón y el cetro y salí por la puerta.

Era hora de hablar con Mónica Sells.