Los tres hornos que ocupan el rectángulo superior de esta plancha penúltima, corresponden separadamente a cada uno de los tres personajes situados directamente por debajo, a fin de evocar juntas las tres partes principales y netamente distintas de la última cocción. Estas dos mujeres, con su rueca pasada en la cintura, y este muchacho que ha puesto su raqueta y su pelota, en la atención y el cuidado que dispensan para el buen funcionamiento de la lámpara de calefacción, expresan cuán necesario es que el calor sea mantenido y bien regulado, en el curso de esta minuciosa operación. Es así que con mucha destreza y simultáneamente, se les ve arrancar, con las tijeras, la parte quemada de la mecha y rellenar de combustible el reservorio.

A continuación de los dos astros minerales en exaltación una aprehensión invisible vuelca dos cúpulas encima de dos discos de reborde delgado, que prolonga un mango con empuñadura. A menor escala, estos cortadillos se muestran bastante semejantes a los recipientes que se perciben en los hornos inmediatamente superiores. Se derrama un delgado y espeso chorrillo, que cubre la placa de la izquierda, pero falla en la de la derecha y resbala hacia el exterior. Aquí, la falta que subraya la mujer es grave, dos dedos levantados en imitación de los cuernos del diablo; allá el éxito que el hombre muestra con el índice; llevándose uno y otra la mano izquierda a la boca en la mímica del silencio.

Este disco, provisto de un burlete y de un mango, aparece como el espejo respecto al cual los antiguos autores se mostraron tan discretos y en el cual el alquimista sorprende todos los secretos de la Naturaleza. La luna maravillosa está constituida por el mercurio de los sabios impulsado al punto más extraño de su purificación. A este mercurio solar se le ve en el interior del matraz, bajo el jeroglífico bien conocido, completado sin embargo con el punto central que hace, del círculo, el símbolo del oro y del sol.