Esta primera plancha es también la página de título, de la que el sujeto principal es el personaje profundamente dormido, que renueva, en ese último cuarto del siglo XVII, el sueño profético del patriarca Jacob, en tiempos del Génesis. Beatífico, nuestro héroe sonríe en su visión interior, a imitación del hijo de Isaac, la cabeza apoyada sobre la piedra que le sirve de almohada y de la que el dativo latino Rupellae (en la Rochelle), situado justo debajo del nudo que retiene las dos fuertes ramas de rosal, recuerda oportunamente que no se trata ahí de una piedra ordinaria.

Es preciso, ¡ay!, convenir de esto que, en el estado de vigilia, pese a toda apariencia, el hombre duerme de ordinario tan profundamente, que las estridencias de todas las trompetas de los ángeles del cielo no bastarían para despertarle a la visión exacta de las cosas de la tierra. Desde otro punto de vista, en el dominio operativo, no es menos cierto que el sujeto del Arte, nuestro mineral elegido, está sumido también en la modorra muy cercana a la muerte, y debe sufrir un violento choque de ondas, del cual suministran perfectamente la expresión simbólica el grito, el clamor, el sonido agudo de los instrumentos de metal.