AGRADECIMIENTOS
Dice el personaje interpretado por Ángela Molina en un capítulo de Gran Reserva que «es de bien nacidos ser agradecidos». Y la primera persona a la que he de estar agradecido es Miguel Merino Navajas, enólogo de la serie y mi guía en la Rioja. Gracias a él aprendí todo lo que sé sobre el vino y, lo más importante, fue un excelente anfitrión que me hizo amar su tierra y desear regresar a ella.
Su padre, Miguel Merino, su bodega, del mismo nombre, y su familia y amigos también me acogieron con igual calidez e ilustraron mi paladar con un gran reserva, que salió directamente de su calado para que yo lo probase, realmente espectacular. Dentro del círculo de Miguel Merino Navajas tampoco puedo olvidarme de Olaya Fernández, oriunda de Vigo igual que yo, y que con su cortesía y buena conversación hizo aún más agradable mi estancia en esas tierras.
También he de dar las gracias a Luis Vicente Elías por su sabia y amable forma de guiarme por las Bodegas López de Heredia y por la historia de la Rioja. Y a la Vega, de Rodezno, que hace la mejor menestra del mundo. Y no es una exageración. Si fuese un espárrago, sin duda, querría acabar mis días en su sartén.
A Ramón Campos y Gema R. Neira, creadores de la serie, por darme la oportunidad de escribir esta novela. A Carlos Cruz, por la rapidez y generosidad con que acudió a hacerme la foto de cubierta. Y a toda la gente de temas de Hoy que ha trabajado en este libro, especialmente a Raquel Gisbert, Emilio Albi y Maya Granero, con quienes más he tratado, por su fe en un desconocido, su amabilidad, simpatía, profesionalidad y buen asesoramiento.
Muchos agradecen a sus esposas la paciencia con que acompañan sus labores creativas. Eso debe dar la idea de que los escritores son unas personas un tanto volubles y quisquillosas, como el Krasnujin de Chéjov, ese maniático escritor que tenía a su mujer e hijo aterrorizados con su necesidad de silencio y concentración. Y no es que yo, a veces, no sea un poquito así. Pero no solo he de agradecer a mi mujer, Rocío, su paciencia, sino también su consejo y esfuerzo a la hora de leer las primeras y torpes versiones de este manuscrito, robando horas a su sueño.
Mi hijo es aún muy pequeño, poco más de dos años, y cuando me ve ante el teclado del ordenador suele decir, con un sentido de la supervivencia muy irlandés, «papá trabaja para comprar patatas». Ese no es el motivo que me llevó a escribir, aunque sí que es importante tenerlo en cuenta a la hora de cumplir plazos y ser responsable. Pero sobre todo he de agradecer a su presencia la fe en el futuro, algo que sí resulta esencial a la hora de encarar tareas a largo plazo como la escritura.
Si me olvido de alguien, que sepa que mi corazón es más agradecido que mi memoria eficiente. Así que gracias a todos, nombrados o no nombrados. Y tenga claro el lector que si ha llegado hasta aquí, e incluso ha leído esto, también es deudor, por su entrega e interés, de mi más sincero agradecimiento.
ELIGIO R. MONTERO