CAPÍTULO 8
- ¡Alto! -gritó uno de los nueve vampanezes que se hallaban frente a Steve cuando estuvimos a unos cinco metros.
Nos detuvimos. A esa distancia, vi que, en realidad, Steve estaba de pie sobre el cuerpo de uno de los miembros del circo: Pasta O’Malley, un hombre que solía pasear sonámbulo y hasta leer dormido. Ahora también podía ver a Gannen Harst, justo a la derecha de Steve, con la espada desenvainada, vigilándonos atentamente.
- Tira tus estrellas voladoras -le dijo a Vancha el vampanez.
Como no respondió, dos vampanezes levantaron sus lanzas y lo apuntaron con ellas. Con un encogimiento de hombros, Vancha volvió a deslizar los shuriken en sus fundas y bajó las manos.
Eché un vistazo a Shancus, balanceándose en la suave brisa. El travesaño crujía. El sonido me resultaba más fuerte de lo normal a causa de la purga; como el chillido de un jabalí salvaje.
- Bájalo -le gruñí a Steve.
- No pienso hacerlo -replicó Steve con ligereza-. Me gusta verlo ahí arriba. Tal vez cuelgue a sus padres junto a él. Y también a su hermano y a su hermana. Hay que mantener unida a la familia. ¿Tú qué opinas?
- ¿Por qué sigues a este loco? -le preguntó Vancha a Gannen Harst-. No me importa lo que Des Tiny haya dicho de él: este lunático no traerá más que vergüenza a los vampanezes. Deberíais haberlo matado hace años.
- Lleva nuestra sangre -respondió Gannen Harst con calma-. No estoy de acuerdo con sus métodos (él lo sabe), pero no matamos a los de nuestra especie.
- Lo hacéis si quebrantan vuestras reglas -gruñó Vancha-. Leonard miente y utiliza pistolas. Cualquier vampanez corriente habría sido ejecutado por ello.
- Pero él no es corriente -dijo Gannen-. Es nuestro Señor. Desmond Tiny dijo que pereceríamos si no lo seguíamos y obedecíamos. Me guste o no, Steve tiene el poder de alterar nuestras leyes, e incluso ignorarlas por completo. Preferiría que no lo hiciera, pero no me corresponde a mí castigarlo por ello.
- No puedes aprobar sus acciones -insistió Vancha.
- No -admitió Gannen-. Pero ha sido aceptado por el clan, y yo sólo soy un servidor de mi gente. Que la Historia juzgue a Steve. Yo me contento con servirle y protegerle, según los deseos de quienes me designaron para ello.
Vancha miró con furia a su hermano, intentando obligarlo a bajar los ojos, pero Gannen se limitó a devolverle una mirada inexpresiva. Entonces, Steve se echó a reír.
- ¿No son una gozada las reuniones familiares? -dijo-. Esperaba que trajeras a Annie y a Darius. ¡Imagínate cuánto nos habríamos divertido los seis!
- En estos momentos ya están muy lejos de aquí -respondí.
Quería lanzarme sobre él y abrirle la garganta con mis manos y mis dientes, pero sus guardias me habrían reducido antes de llegar a tocarlo. Tenía que ser paciente y rezar para que se presentara una oportunidad.
- ¿Cómo está mi hijo? -preguntó Steve-. ¿Lo has matado?
- Claro que no -bufé-. No tuve que hacerlo. Cuando te vio matar a Shancus, comprendió que eras un monstruo. Le hablé de tus glorias pasadas. Annie también le contó algunas viejas historias. Nunca volverá a escucharte. Lo has perdido. Ya no es tu hijo.
Esperaba herir a Steve con mis palabras, pero sólo se las tomó a risa.
- Oh, bueno, de todas formas nunca le tuve cariño. Un crío flacucho, huraño. Sin gusto por la sangre. Aunque -rió para sus adentros- ¡supongo que pronto lo desarrollará!
- Yo no estaría tan seguro de eso -repliqué.
- Yo lo convertí -se jactó Steve-. Es un semi-vampanez.
- No -sonreí-. Es un semi-vampiro. Igual que yo.
Steve se quedó mirándome con expresión confusa.
- ¿Lo reconvertiste?
- Sí. Ahora es uno de nosotros. No necesitará matar cuando se alimente. Como ya he dicho, ya no es tu hijo… en ningún sentido.
Las facciones de Steve se oscurecieron.
- No debiste hacer eso -gruñó-. El chico era mío.
- Nunca fue tuyo, al menos en espíritu -respondí-. Tú sólo lo engañaste haciéndole creer que lo era.
Steve se dispuso a replicar, pero entonces frunció el ceño y meneó bruscamente la cabeza.
- No importa -murmuró-. Los niños no son importantes. Me ocuparé de él (y de su madre) más tarde. Vayamos al grano. Todos conocemos la profecía. -Señaló con la cabeza a Mr. Tiny, que deambulaba entre las tiendas y las caravanas, sin mostrar un interés aparente en nosotros-. Me matará Darren o Vancha, o seré yo quien maté a uno de vosotros, y eso decidirá el destino de la Guerra de las Cicatrices.
- Si Tiny está en lo cierto, o dice la verdad, sí -suspiró Vancha.
Steve frunció el ceño.
- ¿Es que no le crees?
- No del todo -dijo Vancha-. Tiny y su hija… -Miró airadamente a Evanna- tienen sus propias agendas. Acepto la mayor parte de lo que predicen, pero no me tomo sus profecías como verdades absolutas.
- Entonces, ¿por qué estás aquí? -le retó Steve.
- Por si son correctas.
Steve parecía confuso.
- ¿Cómo puedes no creerlas? Desmond Tiny es la voz del destino. Ve el futuro. Sabe todo lo que ha sido y será.
- Somos nosotros los que creamos nuestro futuro -dijo Vancha-. Pase lo que pase esta noche, creo que mi gente vencerá a la tuya. Pero yo te mataré de todas formas -añadió con una sonrisa perversa-. Sólo por precaución.
- Eres un necio ignorante -dijo Steve, temblando de rabia. Luego posó su mirada en mí-. Apuesto a que tú sí crees en la profecía.
- Tal vez -respondí.
- Pues claro que sí -sonrió Steve-. Y sabes que seremos tú o yo, ¿verdad? Vancha es irrelevante. Tú y yo somos los hijos del destino, el amo y el esclavo, el vencedor y el vencido. Deja ahí a Vancha, acércate aquí solo, y te juro que será una pelea justa. Tú y yo, de hombre a hombre, un ganador y un perdedor. Un Lord Vampanez para regir la noche… o un Príncipe Vampiro.
- ¿Cómo voy a fiarme de ti? -pregunté-. Eres un mentiroso. Me saldrás con algún truco.
- ¡No! -ladró Steve-. Tienes mi palabra.
- Como si eso significara algo -me burlé, pero advertí la ansiedad en la expresión de Steve. Su oferta era auténtica. Miré de reojo a Vancha-. ¿Tú qué opinas?
- Que no -respondió-. Estamos juntos en esto. Nos enfrentaremos a él en equipo.
- Pero si está dispuesto a luchar conmigo limpiamente…
- Ese demonio no sabe nada de limpieza -dijo Vancha-. Te ha engañado; es su naturaleza. No haremos nada a su manera.
- Muy bien. -Volví a enfrentarme a Steve-. A la mierda con tu oferta. ¿Qué es lo siguiente?
Creí que Steve iba a saltar sobre las filas de vampanezes para atacarme. Rechinaba los dientes y se retorcía las manos, temblando de furia. Gannen Harst también lo vio, pero, ante mi sorpresa, en lugar de acercarse a Steve para tranquilizarlo, retrocedió medio paso. Era como si quisiera que Steve saltara, como si ya hubiera soportado bastante a su desequilibrado y maligno Señor, y quisiera zanjar ya este asunto, de una forma u otra.
Pero justo cuando parecía que había llegado el momento de la confrontación final, Steve se relajó y recuperó su sonrisa.
- Hago lo que puedo -suspiró-. Intento hacerlo más fácil para todos, pero hay gente que está decidida a no colaborar. Muy bien. Esto es “lo siguiente”.
Steve se llevó los dedos a los labios y lanzó un silbido agudo. De detrás del patíbulo salió R.V. El barbudo ex eco-guerrero sujetaba una cuerda entre tres garfios de apariencia solitaria (Mr. Tall le había arrancado los otros antes de morir). Al tirar de la cuerda, una mujer atada salió tras él, arrastrando los pies: Debbie.
Me había estado esperando esto, así que no me dejé llevar por el pánico. R.V. hizo avanzar a Debbie unos cuantos pasos, pero se detuvo a cierta distancia de Steve. El otrora adalid de la paz y la protección de la madre naturaleza no parecía muy contento. Se removía inquieto, haciendo bruscos movimientos con la cabeza, los ojos desenfocados, mordiéndose nerviosamente el labio inferior, que sangraba allí donde se había atravesado la carne. Cuando lo conocí, R.V. era un hombre orgulloso, íntegro y entregado a su causa, que luchaba para salvar al mundo de la polución. Luego se había convertido en una bestia enloquecida, que sólo buscaba venganza por la pérdida de sus manos. Ahora ya no era ni eso; tan sólo una ruina andrajosa y lamentable.
Steve no percibió la confusión de R.V. Sólo tenía ojos para Debbie.
- ¿No es preciosa? -me pinchó-. Como un ángel. Más guerrera que la última vez que nos encontramos, pero eso la hace aún más encantadora. -Me miró astutamente-. Sería una pena que tuviera que decirle a R.V. que la destripara como a un perro rabioso.
- No puedes usarla contra mí -dije suavemente, mirando a Steve sin pestañear-. Ella sabe quién eres y lo que hay en juego. La amo, pero en primer lugar me debo a mi clan. Ella lo comprende.
- ¿Quieres decir que te quedarás ahí parado y la dejarás morir? -chilló Steve.
- ¡Sí! -gritó Debbie antes de que pudiera responder yo.
- Vosotros -gimió Steve-. Os habéis propuesto fastidiarme. Intento ser justo, pero me lo tiráis a la cara y…
Saltó de la espalda de Pasta O’Malley y vociferó y despotricó, paseándose a zancadas arriba y abajo, detrás de sus guardias. Le vigilé atentamente. Si se apartaba de ellos lo suficiente, le atacaría. Pero incluso en medio de su rabia, procuraba no exponerse.
De repente, Steve se detuvo.
- ¡Que así sea! -gruñó-. ¡R.V.! ¡Mátala!
R.V. no respondió. Miraba al suelo con expresión miserable.
- ¡R.V.! -gritó Steve-. ¿No me has oído? ¡Mátala!
- No quiero -farfulló R.V. Alzó los ojos, y vi en ellos dolor y duda-. No debiste matar al crío, Steve. No nos había hecho ningún daño. Eso estuvo mal. Los críos son el futuro, tío.
- Hice lo que tenía que hacer -replicó Steve con tirantez-. Y ahora tú harás lo mismo.
- Pero ella no es un vampiro…
- ¡Trabaja para ellos! -gritó Steve.
- Ya lo sé -gimió R.V. -. ¿Pero por qué tenemos que matarla? ¿Por qué mataste al crío? Se suponía que era a Darren a quien debíamos matar. Él es el enemigo, tío. Él es el que me costó mis manos.
- No me traiciones ahora -gruñó Steve, avanzando hacia el vampanez barbudo-. Tú también has matado gente, tanto a inocentes como a culpables. No te hagas el moralista conmigo. No te va.
- Pero… pero… pero…
- ¡Deja de tartajear y mátala! -chilló Steve.
Avanzó otro paso y se apartó de los guardias sin ser consciente de ello. Reuní fuerzas para echar a correr hacia él, pero Vancha se me adelantó.
- ¡Ahora! -rugió, saltando hacia delante al tiempo que sacaba un shuriken y se lo lanzaba a Steve.
Lo habría matado de no ser por el guardia del final de la fila, que se percató el peligro justo a tiempo y se interpuso en el camino de la mortífera estrella arrojadiza, sacrificándose para salvar a su Señor.
Mientras los otros guardias se situaban a los lados para impedir que Vancha alcanzara a su Señor, envainé mis cuchillos, desenfundé la pistola que me había prestado Alice antes de entrar al estadio, apunté hacia el cielo y apreté el gatillo tres veces: ¡la señal para la sublevación general!