CAPÍTULO 2
Caminábamos en silencio, en una sola fila, con Darius abriendo la marcha, como Oliver Twist a la cabeza de un cortejo fúnebre. Tras la masacre en el estadio después del partido de fútbol, se había instalado una serie de controles policiales alrededor del pueblo. Pero no había muchos por esa zona, así que no perdimos mucho tiempo, pues sólo tuvimos que tomar un par de cortos desvíos. Yo iba al final de la fila, unos metros por detrás de los demás, preocupado por el encuentro que se avecinaba. En el teatro había accedido a ello con bastante facilidad, pero ahora que el momento se iba acercando, me lo estaba pensando mejor.
Mientras repasaba mis palabras, pensando en todas las cosas que podía y debía decir, Evanna retrocedió sigilosamente para caminar a mi lado.
- Si te sirve de consuelo, el alma del niño-serpiente ha volado directamente al Paraíso -dijo.
- Nunca pensé lo contrario -repliqué rígidamente, lanzándole una mirada de odio.
- ¿A qué viene esa mirada tan lúgubre? -preguntó, con genuina sorpresa en sus desiguales ojos verde y marrón.
- Usted sabía que esto iba a pasar -gruñí-. Pudo advertírnoslo y salvar a Shancus.
- No -espetó, irritada-. ¿Por qué me lanzáis las mismas acusaciones una y otra vez? Sabes que tengo el poder de ver el futuro, pero no el de ejercer una influencia directa sobre él. No puedo actuar para cambiar lo que debe ser. Ni tampoco mi hermano.
- ¿Por qué no? -gruñí-. Siempre dice que ocurrirán cosas terribles si lo hace, pero ¿qué cosas son ésas? ¿Qué puede ser peor que dejar morir a un niño inocente a manos de un monstruo?
Evanna se quedó callada un instante, y luego habló con voz queda, de manera que sólo yo pude oírla.
- Hay monstruos peores que Steve Leonard, y peores incluso que el Señor de las Sombras…, sea éste Steve o tú. Esos otros monstruos aguardan entre los eternos bastidores que rodean el escenario del mundo, nunca vistos por el hombre, pero siempre observando, siempre anhelando, siempre ansiosos por abrirse paso.
»Estoy atada por leyes más antiguas que el género humano. También lo estaba mi hermano, y también, en gran medida, lo está mi padre. Si aprovechara el presente para intentar cambiar el curso de un futuro que conozco, destruiría las leyes del Universo. Los monstruos de los que hablo quedarían entonces libres de cruzar a este mundo, y se convertiría en un caldero de interminable y sangriento salvajismo.
- Parece que ya es así -dije agriamente.
- Para ti, quizás -admitió-. Pero para otros billones de seres, no. ¿Harías que todos sufrieran como tú has sufrido… y de un modo aún peor?
- Claro que no -musité-. Pero usted me dijo que van a sufrir de todos modos, que el Señor de las Sombras destruirá a la Humanidad.
- La hará postrarse ante él -dijo-. Pero no la aplastará por completo. La esperanza permanecerá. Y un día lejano, en el futuro, los humanos podrían alzarse de nuevo. Si yo interfiriera y liberara a los monstruos reales, la esperanza se convertiría en una palabra carente de significado.
No sabía qué pensar de esos otros monstruos de Evanna (era la primera vez que me hablaba de tales criaturas), así que volví a centrar la conversación en aquel monstruo que conocía demasiado bien.
- Se equivoca al decir que puedo convertirme en el Señor de las Sombras -dije, intentando cambiar mi destino a fuerza de negarlo-. Yo no soy un monstruo.
- Habrías matado a Darius si Steve no te hubiera dicho que era tu sobrino -me recordó Evanna.
Evoqué la odiosa furia que se había desatado en mi interior al ver morir a Shancus. En aquel momento me volví como Steve. No me importaba el bien ni el mal. Sólo quería hacer daño a mi enemigo matando a su hijo. Había vislumbrado mi futuro entonces, la bestia en la que podría convertirme, pero no quería creer que fuera real.
- Eso habría sido en venganza por lo de Shancus -dije amargamente, intentando ocultar la verdad-. No habría sido el acto de una bestia descontrolada. No me convertiría en un monstruo sólo por una única ejecución.
- ¿No? -me retó Evanna-. Hubo un tiempo en que pensabas de forma diferente. ¿Recuerdas cuando mataste a tu primer vampanez, en las cuevas de la Montaña de los Vampiros? Después lloraste. Pensabas que matar estaba mal. Creías que había otras formas de solventar las diferencias sin tener que recurrir a la violencia.
- Aún lo creo -respondí, pero mis palabras sonaron huecas, incluso para mí.
- Si así fuera, no habrías intentado quitarle la vida a un niño -dijo Evanna, acariciándose la barba-. Has cambiado, Darren. No eres malvado como Steve, pero llevas la semilla del mal en tu interior. Tus intenciones son buenas, pero el tiempo y las circunstancias harán que te conviertas en aquello que desprecias. Este mundo te retorcerá y, a pesar de tus nobles deseos, el monstruo que llevas dentro crecerá. Los amigos se convertirán en enemigos. Las verdades en mentiras. Las creencias en chistes de mal gusto.
»El sendero de la venganza siempre conlleva peligro. Al seguir los pasos de aquéllos que odias, te arriesgas a volverte como ellos. Éste es tu destino, Darren Shan. No puedes evitarlo. A menos que Steve te mate y se convierta en el Señor de las Sombras en tu lugar.
- ¿Y Vancha? -siseé-. ¿Y si él mata a Steve? ¿Podría convertirse él en su puñetero Señor de las Sombras?
- No -respondió serenamente-. Vancha tiene el poder de matar a Steve y decidir el destino de la Guerra de las Cicatrices. Pero más allá de eso, se trata de ti o de Steve. No hay ningún otro. Muerte o monstruosidad. Ésas son tus opciones.
Y me dejó atrás, con mis inquietos y frenéticos pensamientos. ¿De verdad no había esperanza para mí ni para el mundo? Y si no la había, si estaba atrapado entre la muerte a manos de Steve o reemplazarle como Señor de las Sombras, ¿qué era preferible? ¿Era mejor vivir para sumir al mundo en el terror… o morir ahora, mientras aún era medio humano?
No podía decidirme por una respuesta. No parecía haber ninguna. Así que seguí andando penosa y tristemente, y dejé que mis pensamientos regresaran a la cuestión más acuciante: qué decirle a mi hermana adulta, que me había enterrado siendo niño.
Veinte minutos después, Darius abrió la puerta trasera y la dejó entreabierta. Me detuve, contemplando la casa, embargado por una sensación premonitoria. Vancha y Alice estaban detrás de mí, y Evanna algo más lejos, detrás de ellos. Me volví hacia mis amigos con expresión implorante.
- ¿De verdad tengo que hacerlo? -pregunté con voz ronca.
- Sí -repuso Vancha-. No estaría bien arriesgar su vida sin informar primero a su madre. Ella debe decidir.
- De acuerdo -suspiré-. ¿Esperareis aquí hasta que os llame?
- Sí.
Tragué saliva, y a continuación atravesé el umbral de la casa donde había vivido siendo niño. Tras dieciocho largos años de vagabundeo, finalmente había regresado al hogar.
Darius me condujo a la sala de estar, aunque podría haber encontrado mi camino con los ojos vendados. Mucho había cambiado en el interior de la casa (empapelado y alfombras nuevos, mobiliario e instalación eléctrica), pero la sensación era la misma, cálida y confortable, revestida con los recuerdos de un pasado distante. Era como caminar por una casa fantasma… salvo que la casa era real, y el fantasma era yo.
Darius empujó la puerta de la sala de estar. Y allí estaba Annie, con su cabello castaño recogido en un moño, sentada en una silla frente a la televisión, tomando sorbos de chocolate caliente mientras veía las noticias.
- Al final has decidido volver a casa, ¿eh? -le dijo a Darius, atisbándolo por el rabillo del ojo. Dejó la taza de chocolate caliente-. Estaba preocupada. ¿Has visto las noticias? Hay…
Me vio entrar en la habitación detrás de Darius.
- ¿Éste es uno de tus amigos? -preguntó. Me di cuenta de que estaba pensando que parecía demasiado mayor para ser su amigo. Sintió un recelo instantáneo hacia mí.
- Hola, Annie -dije, sonriendo nerviosamente, avanzando hacia la luz.
- ¿Nos conocemos? -preguntó, frunciendo el ceño, sin reconocerme.
- En cierto modo -repuse, riendo irónicamente para mis adentros.
- Mamá, éste es… -empezó a decir Darius.
- No -le interrumpí-. Deja que lo adivine ella. No se lo digas.
- ¿Decirme qué? -espetó Annie. Ahora me miraba entornando los ojos, inquieta.
- Mírame bien, Annie -dije suavemente, cruzando la habitación hasta quedar a menos de un metro de ella-. Mírame a los ojos. Dicen que los ojos nunca cambian, aunque lo haga todo lo demás.
- Tu voz… -musitó-. Hay algo en ella que…
Se levantó (tenía la misma estatura que yo) y me miró fijamente a los ojos. Sonreí.
- Te pareces a alguien que conocí hace mucho tiempo -dijo Annie-. Pero no recuerdo a quién…
- Me conocías hace mucho tiempo -susurré-. Hace dieciocho años.
- ¡Tonterías! -rezongó Annie-. Entonces serías sólo un bebé.
- No -dije-. He crecido lentamente. Era un poco mayor que Darius cuando me viste por última vez.
- ¿Es una broma? -replicó, riendo a medias.
- Míralo, mamá -dijo Darius con vehemencia-. Míralo de verdad.
Y ella lo hizo. Y esta vez vi algo en su expresión, y comprendí que había sabido quién era yo en cuanto me vio…, sólo que aún se resistía a admitirlo.
- Escucha a tu instinto, Annie -dije-. Siempre has tenido un buen instinto. Si yo tuviera tu olfato para los problemas, quizá no estaría metido en este lío. Quizá habría tenido la sensatez suficiente para no robar una araña venenosa…
Los ojos de Annie se abrieron como platos.
- ¡No! -exclamó con voz ahogada.
- Sí -respondí.
- ¡No puedes ser tú!
- Lo soy.
- Pero… ¡No! -gruñó, esta vez resueltamente-. No sé quién te ha metido en esto, o qué crees que vas a conseguir con ello, pero si no sales de aquí enseguida…
- Apuesto a que nunca le contaste a nadie lo de Madam Octa -la corté. Se estremeció ante la mención del nombre de la araña-. Apuesto a que has guardado el secreto todos estos años. Debiste haber imaginado que ella tenía algo que ver con mi “muerte”. Tal vez le preguntaras a Steve al respecto, porque a él lo picó, pero apuesto a que nunca se lo contaste a mamá ni…
- ¿Darren? -jadeó, mientras afloraban a sus ojos lágrimas de confusión.
- Hola, hermanita -sonreí-. Cuánto tiempo sin vernos.
Me miró fijamente, perpleja, y luego hizo algo que pensé que sólo ocurría en esas horteras películas antiguas: puso los ojos en blanco, se le aflojaron las piernas, ¡y se desmayó!
Annie estaba sentada en su silla, con una nueva taza de chocolate caliente entre las manos. Yo me sentaba frente a ella en una silla que había traído del otro lado de la habitación. Darius estaba de pie junto a la tele, que había apagado poco después de que Annie se desmayara. Annie no había dicho mucho desde que se recobró. En cuanto volvió en sí, se apretó contra el respaldo de su silla, mirándome fijamente, desgarrada entre el horror y la esperanza, y tan sólo inquirió con voz ahogada:
- ¿Cómo?
Desde entonces la había estado poniendo al tanto. Le hablé con calma y premura, empezando por Mr. Crepsley y Madam Octa, explicándole el trato que había hecho para salvar la vida de Steve, haciéndole un breve resumen de los años transcurridos desde entonces: mi existencia como vampiro, los vampanezes, la Guerra de las Cicatrices, la persecución del Lord Vampanez. No le dije que el tal Lord era Steve ni que estaba involucrado con los vampanezes; quería ver cómo reaccionaba ella ante el resto de la historia antes de soltárselo.
Sus ojos no traicionaban sus sentimientos. Era imposible adivinar lo que estaba pensando. Cuando llegué a la parte de la historia que implicaba a Darius, apartó la mirada de mí para posarla en su hijo, y se inclinó ligeramente hacia delante mientras le describía cómo había sido engañado para que ayudara a los vampanezes, procurando una vez más no referirme a Steve por su nombre. Acabé con mi regreso a la vieja sala de cine, la muerte de Shancus, y la revelación del Lord Vampanez de que Darius era mi sobrino.
- Una vez que Darius supo la verdad, quedó horrorizado -dije-. Pero le expliqué que no debía culparse a sí mismo. Mucha gente mayor y más prudente que él ha sido embaucada por el Señor de los Vampanezes.
Me detuve y aguardé su reacción. Ésta no se hizo esperar.
- Estás loco -dijo fríamente-. Si tú eres mi hermano (y no estoy convencida al cien por cien), entonces cualquiera que sea esa enfermedad que ha atrofiado tu crecimiento, también te ha afectado el cerebro. ¿Vampiros? ¿Vampanezes? ¿Mi hijo aliado con un asesino? -Me miró con despreció-. Eres un chiflado.
- ¡Pero es la verdad! -exclamó Darius-. ¡Puede demostrarlo! Es más fuerte y más rápido que cualquier ser humano. Puede…
- ¡Cállate! -rugió Annie, con tal veneno en su voz que Darius cerró la boca al instante. Me miró, iracunda-. Fuera de mi casa -gruñó-. Mantente lejos de mi hijo. No regreses nunca.
- Pero…
- ¡No! -chilló-. ¡Tú no eres mi hermano! ¡Y aunque lo fueras, ya no! Enterramos a Darren hace dieciocho años. Está muerto, y así quiero que se quede. No me importa si eres él o no. Te quiero fuera de mi vida… de nuestras vidas… inmediatamente.
Se levantó y señaló la puerta.
- ¡Vete!
No me moví. Quería hacerlo. De no ser por Darius, me habría escabullido como un perro apaleado. Pero ella tenía que saber en qué se había convertido su hijo. No podía irme sin convencerla del peligro en que se hallaba.
Mientras Annie seguía en pie, señalando la puerta con una mano que temblaba con violencia y el rostro retorcido por la rabia, Darius se apartó de la tele.
- Mamá -dijo con calma-. ¿No quieres saber cómo me junté con los vampanezes y por qué los ayudé?
- ¡No hay vampanezes! -chilló ella-. ¡Este maniaco ha llenado tu imaginación con mentiras y…!
- Steve Leonard es el Señor de los Vampanezes -dijo Darius, y Annie se detuvo en seco-. Vino a verme hace unos años -prosiguió Darius, acercándose a ella lentamente-. Al principio sólo íbamos a pasear juntos, me llevaba al cine, a comer, y esas cosas. Me dijo que no te dijera nada. Dijo que no te gustaría, que harías que se fuera.
Se detuvo frente a ella, le cogió la mano con la que señalaba la puerta, y le bajó el brazo suavemente. Ella se quedó mirándolo sin decir palabra.
- Es mi papá -dijo Darius con tristeza-. Confié en él porque pensé que me quería. Por eso le creí cuando me habló de los vampiros. Dijo que me lo contaba para protegerme, porque estaba preocupado por mí… y por ti. Quería protegernos. Así empezó. Luego me fui involucrando cada vez más. Me enseñó a usar un cuchillo, a disparar, a matar…
Annie se hundió en su silla, incapaz de responder.
- Fue Steve -dijo Darius-. Fue Steve el que me metió en problemas, el que mató al niño-serpiente, el que hizo que Darren regresara para verte. Darren no quería…, sabía que te haría daño…, pero Steve no le dejó otra opción. Es verdad, mamá, todo lo que ha dicho. Tienes que creernos, porque fue Steve, y creo que podría volver…, venir a por ti…, y si no estamos preparados… Si no nos crees…
Se detuvo lentamente, sin saber qué más decir. Pero ya había dicho suficiente. Cuando Annie volvió a mirarme, había miedo y duda en sus ojos, pero no desprecio.
- ¿Steve? -gimió.
Asentí tristemente, y su rostro se endureció.
- ¿Qué te dije sobre él? -le chilló a Darius, agarrando al chico y sacudiéndolo furiosamente-. ¡Te dije que nunca te acercaras a él! ¡Que si alguna vez lo veías, vinieras corriendo a decírmelo! ¡Te dije que era peligroso!
- ¡No te creí! -gritó Darius, lloroso-. ¡Pensaba que le odiabas porque se marchó, que estabas mintiendo! ¡Era mi padre!
Se liberó de ella bruscamente y cayó al suelo, llorando.
- Era mi padre -repitió entre sollozos-. Yo le quería.
Annie miró fijamente a Darius mientras lloraba. Luego, me miró fijamente a mí. Y entonces también ella empezó a llorar, y sus sollozos eran aún más profundos y dolorosos que los de su hijo.
Yo no lloré. Estaba reservando mis lágrimas. Sabía que lo peor aún estaba por llegar.