Capítulo Tres

Brody se despertó cuando los rayos de la luna aún se reflejaban en la pared de su dormitorio. Se acurrucó y se acarició la barba que le estaba saliendo.

Había estado soñando con ella. Había soñado que acariciaba el torrente de rizos de Lucy justo antes de besar sus desafiantes labios.

Se apoyó sobre los codos y agitó la cabeza. No era un hombre propenso a soñar, sobre todo con mujeres que acababa de conocer. Pero había algo en Lucy que despertaba su curiosidad. Era cabezota y agresiva. Además de muy inteligente. Pero llevaba un peso en sus espaldas del tamaño de Marazur.

Escondía algo. Algo que Brody no terminaba de averiguar, a pesar de que tenía que ver con la forma en que lo había mirado aquella noche después de la oración de la señora Polcyk. Podía ser gélida, sin embargo había algo en ella que atraía a Brody.

No obstante estaba decidido a ignorar esa atracción. La vida de Lucy era completamente distinta de la suya y él no iba a olvidarlo. Ya se había quemado una vez… y había tenido suficiente.

Era una locura pensar en ella de aquella forma, reconocer que se sentía físicamente atraído por ella. Se había dado cuenta desde el principio, pero no había querido admitirlo. Sin embargo, tras el sueño, no cabía duda.

Se levantó de la cama y se asomó a la ventana abierta. La brisa nocturna le erizó la piel. El viento cálido de julio había desaparecido y habían llegado las noches despejadas y frescas de agosto, cuando las estrellas más brillaban.

De repente vio luz.

Las luces de la parte trasera del establo brillaban en la oscuridad de la noche. Y estaba completamente seguro de que las había apagado todas antes de acostarse.

En un instante se puso los vaqueros y agarró las botas. Suavemente bajó las escaleras y consultó la hora. Eran las dos y veinte. Cuando llegó a la puerta vio que la chaqueta de la señora P estaba colgada junto a su cazadora vaquera. Agarró la última y salió.

Se dirigió hacia la puerta de la nave, que estaba ligeramente abierta. Oyó un ruido, evidentemente había alguien dentro. No había luz en la habitación de Lucy. Oyó unos pasos y su atención se centró de nuevo en la nave.

Lucy había llegado ese mismo día y había alguien en sus establos en mitad de la noche. ¿Pura coincidencia? No.

¿A qué estaba jugando? ¿Qué estaría buscando? Brody inspiró despacio. Todos los documentos importantes estaban cerrados bajo llave en el despacho de la casa. Y era muy probable que ella lo supiera. Lo que quería decir que…

Lo que quería decir que Lucy estaba husmeando entre los caballos. Sabotaje, manipulación… lo que fuera iba a terminar bien pronto.

Se deslizó sigilosamente dentro y caminó en la oscuridad. El sonido provenía de un establo en el ala derecha. Brody contuvo la respiración. De nuevo un paso y después el sonido de los cascos de un caballo. Era el establo de Pretty. La única yegua que Lucy había conocido. El corazón de Brody dio un vuelco.

Se cuadró y dio cuatro zancadas muy sigilosamente que lo llevaron hasta la puerta de los establos.

También estaba entreabierta.

Brody la abrió un poco más y se preparó para lo que se podía encontrar. Nadie podría salir de allí sin pasar por encima de él.

Una voz de mujer lo hizo detenerse.

—No es justo —escuchó bajo una respiración entrecortada—. Tú eres una princesa, Pretty. No yo.

No es justo. A Brody se le encogió el corazón. Si Lucy intentaba hacer daño a Pretty

Entró en el establo y se detuvo ante la mirada atónita que tenía frente a él. Una mirada que reflejaba sorpresa y miedo. Lucy estaba acariciando las crines de la yegua.

Brody abrió la boca, pero no supo qué decir. Las pestañas de Lucy estaban humedecidas por las lágrimas que, para horror de Brody, estaban corriendo por sus mejillas. Tenía los labios también humedecidos, tal y como él los acababa de imaginar en su sueño, suaves y frágiles. Sus dedos estaban agarrados a las crines de Pretty, quien permanecía tranquila a su lado.

—¿Qué demonios estás haciendo?

—Yo… yo… estaba —trató de explicar Lucy. Se sonrojó. Obviamente se sentía culpable.

—Muy elocuente —dijo él cerrando la puerta. No se iba a marchar de allí sin obtener respuestas y estaba decidido a que aquellas lágrimas no sirvieran de excusa. Pretty era una yegua muy valiosa, y más importante que eso, era suya. No. La señorita Farnsworth le debía una explicación. Y rápida.

—He venido para estar sola —soltó finalmente tratando de sonar convincente.

—¿Así que estás husmeando en mitad de la noche? ¿Qué estás buscando realmente? Si estás aquí para hacerles daño a mis caballos… —dijo dando un paso desafiante—. Ningún rey te va a proteger aquí, señorita Farnsworth.

Lucy lo miró con lo que pareció descreimiento. Mejor. Quizás así consiguiera algunas respuestas. Ella se limpió las lágrimas que le quedaban y Brody se relajó un poco. Se sintió aliviado al no tener que enfrentarse a llantos y numeritos.

—¿Buscando? ¿Cree que estoy buscando algo?

—¿Me tomas el pelo? Has llegado hoy y la primera noche te encuentro cotilleando mi ganado cuando se suponía que debías estar durmiendo. ¿Qué se supone que tengo que pensar?

La observó fijamente y vio que tragaba saliva. Tenía la mirada puesta en el suelo. La había pillado.

—Lo siento. Por supuesto podría pensar eso. Yo… por favor, créame, señor Hamilton. No he venido aquí esta noche porque tenga malas intenciones.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

Ella desvió la vista y estoicamente se concentró en el cuello de la yegua, el cual acarició.

—¿No es obvio?

—No exactamente. Aunque parece que no estás muy bien —declaró Brody dando un paso al frente y estrechando la distancia entre ambos. Quería mirarla a los ojos, así sabría si le estaba diciendo la verdad—. Eso está claro.

A Lucy le tembló el labio inferior y se lo mordió. Brody se metió las manos en los bolsillos.

—He venido para estar sola. Para… llorar, ¿vale? Mi intención no ha sido en ningún momento molestarlo.

Una extraña estaba en sus establos en mitad de la noche llorando sobre uno de sus caballos. Era un comienzo. Brody se cruzó de brazos. Era cierto que él había sido seco con ella en algunos momentos del día. Pero ella había sido muy reservada y Brody la había respetado. No le había dado la impresión de que Lucy fuera una mujer llorona.

Sin embargo, era evidente que había estado llorando y tenía que admitir que su explicación parecía cierta. Aquellas lágrimas habían estado ya ahí cuando él había entrado en el establo. De repente recordó las veces que había sido el pañuelo de lágrimas de Lisa y dio un paso atrás. Ya había tenido bastante, no estaba dispuesto a lidiar con más llantos.

—Pronto se hará de día. ¿Por qué no volvemos a la casa? —preguntó.

Lucy lo miró fijamente y él sintió el impulso de abrazarla.

—Subiré en un momento —contestó ella.

Brody clavó su mirada en sus ojos. Obviamente no había pillado la indirecta de que no quería que se quedara sola en el establo. También era cierto que desde el principio Brody le había dicho que se sintiera como en su casa, pero aquello era demasiado. Más que demasiado. No le gustaba que cotilleara, fuera su jefe quien fuera. Lo primero para Brody eran sus caballos. Lo sabía desde hacía mucho tiempo. Y la lección había tenido un precio.

—Insisto. Insisto en que salgas conmigo ahora. Mañana habrá tiempo de sobra para que veas los caballos. Conmigo.

Brody no tenía nada que esconder, pero tenía que proteger Prairie Rose.

—Por favor…solo necesito un rato para recomponerme.

—Entonces me quedaré contigo —declaró cruzándose de nuevo de brazos.

Ella miró por encima del hombro de Brody, como si estuviera buscando por dónde escapar. Pretty, molesta porque Lucy no le estuviera prestando atención, movió la cabeza buscando más caricias.

—Le gustas —añadió él.

—Y a mí me gusta ella —contestó Lucy acariciando de nuevo las crines de la yegua. Era evidente que aún no se había tranquilizado y Brody no quería dejarla sola allí. Se retiró un poco y se apoyó en la pared de madera.

—¿Por qué? —preguntó.

—¿Por qué qué?

—¿Por qué te interesa tanto Pretty Piece? Aún le quedan años, es cierto, pero no es lo que vienes buscando.

—No lo es. Pero es una sorpresa deliciosa. Yo conocí… conocí a su madre.

La voz de Lucy se rompió en la última palabra. Por favor, que no hubiera más lágrimas.

—Vámonos de aquí —dijo agarrándola suavemente de un brazo. Su cuerpo desprendía calor—. Antes de que aburras a los caballos y a ti misma.

La guió fuera del establo y le acarició suavemente el codo.

—Para —dijo ella bruscamente soltándose.

—Prefieres hablar sobre por qué estabas llorando. Porque yo quiero respuestas. Respuestas convincentes.

—No estoy llorando por un motivo en concreto —replicó alzando la barbilla—. Es solo que no podía dormir.

Brody soltó algo ininteligible y Lucy lo miró.

—He cruzado medio mundo hoy, ¿sabe?

Brody la miró benévolamente. Aquello no tenía nada que ver con el desfase horario. Y aunque hubieran discutido aquella tarde, también sabía que no era la razón. Había otro motivo. ¿A qué se habría referido ella cuando había murmurado que no era justo?

Nunca había sido capaz de ver a una mujer llorar y los años anteriores había tenido una buena ración de lágrimas. Aquél había sido uno de sus grandes errores, a pesar de ello no podía evitar querer consolar a Lucy. Quería creerla. Creer que sus motivos eran verdaderos aunque sus actos fueran algo sospechosos.

Dio un paso adelante y extendió el brazo. Estuvo a punto de tocarla, pero no lo hizo.

—¿Qué pasa, Lucy? ¿Qué es lo que sucede aquí que te entristece tanto?

 

 

Lucy entrelazó los dedos, como si estuviera echando de menos las crines de la yegua. Tenía que mantener la compostura porque Brody estaba muy cerca de la verdad. La estaba observando fijamente, esperando. Esperando una explicación razonable.

Brody era un hombre con carácter. Lucy se había dado cuenta desde el principio. Hacía las cosas a su manera y tenía sus propias opiniones, y la primera sobre ella no había sido favorable. Sin embargo… allí estaba, esperando pacientemente. Y Lucy no tenía ni idea de qué contestarle. En ningún caso la verdad.

Se moría de ganas de contar lo que realmente le sucedía, pero estaba segura de que él no la iba a entender.

Nadie la entendía.

Le invadió de nuevo una sensación de soledad absoluta. Nada le resultaba ya familiar, salvo el olor del heno, de los caballos y del cuero.

—¿Lucy?

No pudo evitarlo. Al escuchar su nombre las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos. Lucy. ¿Quién era ahora Lucy? Nadie.

—Apenas te conozco —contestó. Aunque no sonara bien tenía que decirlo.

Brody no contestó, pero no dejó de mirarla intensamente con sus impresionantes ojos negros. La situación se le iba de las manos y no podía hacer nada para remediarlo. Sin embargo prefería estar muerta a permitir que él la viera así.

—Por favor, deje que me vaya. Ya me he puesto bastante en evidencia. No debería haber venido.

Brody se echó a un lado invitándola a pasar. Ella se estiró para salir con la poca dignidad que le quedaba. Parpadeó y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Echaba tanto de menos su hogar.

Había sido una estúpida al pensar que podría estar a gusto en el rancho. Dio un paso, otro mientras las lágrimas nublaban su vista.

De repente tropezó.

Brody le tendió el brazo para que no se cayera, pero ella no pudo contener un sollozo. Él suavemente la abrazó.

La impresión solo duró una millonésima de segundo. La sorpresa de verse entre sus brazos desapareció ante la calidez de su pecho y la sensación de la tela vaquera contra el rostro. Lucy respiró, el olor era de alguna forma familiar. Era un hombre fuerte y estable. Brody le acarició la cabeza, el pelo haciendo que la angustia fuera desapareciendo. Era un hombre bueno. Y estaba allí. Eso era lo importante en aquel momento.

—Shhh —susurró Brody junto a la oreja de Lucy—. No pasa nada.

Durante los tres largos meses anteriores nadie la había rodeado con sus brazos. Nadie la había abrazado. Nadie le había dicho que no iba a pasar nada.

Se abrazó a la cintura de Brody y se agarró a la tela vaquera. Él la abrazó más fuerte sin dejar de acariciarle la nuca.

Toda la pena que Lucy había contenido salió en un sollozo, como si fuera una ola rompiendo contra la orilla. Se sintió muy frágil, pero a la vez como si le hubieran quitado un terrible peso de encima. Suspiró y sollozó mientras escuchaba la voz fuerte y tranquila de Brody.

—Lucy.

Los latidos de su corazón se detuvieron un instante. Ya no era la señorita Farnsworth, sino Lucy. Aquella noche, se había convertido en Lucy.

Se separó de Brody. Aquello era una locura. Estaba agotada y era completamente de noche. Él era un extraño. Muy guapo, pero un extraño. Estaba muy confundida.

—Lo siento —dijo horrorizada. No se atrevió a mirarlo a los ojos. Ya le había mostrado demasiado y no quería que viera nada más. Tampoco quería que él se mostrara más. La situación era peligrosa. Dio un paso atrás.

—No tienes que pedir disculpas.

—Olvide que esto ha pasado.

—¿Por qué no me dices primero qué es lo que te hace llorar así?

¿Por dónde empezar?

Pretty dio una patada al suelo. Estaban molestando a los caballos.

—Hay sillas en la oficina. Una tetera y una lata de galletas. Así podremos poner fin a esta situación —añadió él amablemente. Lucy negó con la cabeza.

—He creado una situación incómoda. Esto no va a volver a suceder —respondió en un tono de voz más convincente—. Será mejor que vuelva a la casa.

—Vas a quedarte unos días. Es mejor que me lo cuentes porque si no yo voy a estar haciéndome preguntas y tú vas a estar aguantando y eso solo puede crear fricción entre nosotros. Lo cual no es lo más apropiado en un viaje de negocios —insistió. Le tendió una mano—. Deja que te prepare un descafeinado.

—Señor Hamilton, yo…

—Llevas diez minutos sollozando en mis brazos. Creo que ya es hora para que dejes de llamarme señor Hamilton. Y si volvemos ahora a casa la señora Polcyk nos oirá y tendrás que explicarle por qué tienes los ojos hinchados.

Brody le ofreció la mano, pero Lucy no quiso tomarla. Se adelantó a él lo más dignamente que pudo.

Una vez en la oficina hizo un rápido inventario. Había un sofá viejo, una silla también muy vieja y un archivador de madera detrás del escritorio desgastado. Se sentó en la silla, ya que hacerlo en el sofá hubiera significado estar demasiado cerca de él.

Brody preparó dos cafés y le entregó uno.

—Bueno. Ha sido un día largo. Primero has llegado y antes de que termine la noche, aquí nos tienes —comentó en un tono afable.

—Lo siento. No suelo desmoronarme de esta manera.

—No me habías dado la impresión de ser una mujer que se derrumbe. Así que imagínate mi sorpresa al encontrarte merodeando en mis establos en mitad de la noche.

—No confías en mí.

—¿Lo harías tú si estuvieras en mi lugar?

—No —reconoció—. Sospecharía de cualquiera que necesitara estar cerca de mis caballos en medio de la noche. Solo puedo decir que mis actos han sido completamente inocentes y que espero que me creas.

—¿Hay alguna razón para no creerte?

Lucy lo miró y por un instante pensó en los secretos que guardaba.

—No, no la hay.

—Aquí casi todo el mundo nos conocemos. Hay gente a la que dejo entrar en mi círculo y gente a la que no. Pero a ti apenas te conozco. Todavía no he decidido si te voy a dejar entrar o no. Alguna verdad que otra vendría bien.

¿Entrar en su círculo? Eso era lo último que Lucy quería.

—He venido aquí a realizar un trabajo.

—Es cierto —dijo cruzándose de piernas—. Pero por ahora tengo más preguntas sobre ti que respuestas y eso no me inspira mucha confianza que digamos.

—¿Confianza? El nombre de mi pa… del rey Alexander debería bastar —corrigió Lucy tratando de disimular el desliz.

—Como ya te dije antes, conozco lo suficiente a la caballería Navarro como para saber que Su Alteza busca solo lo mejor.

—En cualquier caso, ¿para qué necesitas este trato? —preguntó Lucy alzando la barbilla.

—¿Bromeas? Los establos Navarro son conocidos en todo el mundo. Una alianza con la familia real de Marazur podría cambiarlo todo.

—Es evidente entonces que tú vas a ganar más que nosotros —dijo ella tras dejar la taza sobre la mesa y cruzarse de brazos—. Quizás no te convenga hacer tantas preguntas.

—¿Y si regresaras con las manos vacías? —preguntó Brody alzando una ceja.

Lucy palideció. Aquello no podía suceder. El trabajo era lo único que le quedaba. Tenía que demostrarle a su padre lo que valía y eso implicaba también demostrárselo a Brody en aquel momento.

—El rey te ha enviado aquí. Reconócelo. Nos necesitamos mutuamente —añadió.

—¿Qué quieres de mí?

—Quiero saber por qué estabas llorando en mis establos en mitad de la noche.

—Es algo privado.

Brody se puso de pie impaciente.

—Como tú quieras —dijo dándose la vuelta para salir por la puerta.

Lucy no sabía qué decir, pero era consciente de que no podía dejarlo marchar.

—¡Brody, espera! —dijo echando a correr hacia la puerta—. Espera.

Él se detuvo y la miró. Lucy se volvió a sobresaltar.

Se suponía que aquel viaje era un respiro. No había pensado que se iba a encontrar con un vaquero sexy dispuesto a cotillear en su vida y a chantajearla.

—Ya que insistes te diré que crecí en Virginia. Rodeada de caballos. Mi madre era contable en una granja. Así es como conocí a la madre de Pretty, Pretty Colleen. Estaba en Trembling Oak cuando yo era niña, antes de que la vendieran. Este sitio… me recuerda a Trembling Oak.

—¿Echas de menos tu casa? —preguntó algo incrédulo.

—Sí… pero hay más. Mi madre… —se detuvo ante el nudo que se le acababa de formar en la garganta—. Mi madre murió hace unos meses. Ha habido tantos cambios… —inspiró profundamente para recuperar fuerzas—. Tantos cambios que no he tenido tiempo para asimilarlo. Al llegar aquí hoy me ha venido todo de golpe. Y necesitaba estar con alguien… con alguien que me entendiera.

Pretty —señaló Brody con una leve sonrisa.

—No te rías de mí —soltó ella.

—No me estoy riendo de ti —contestó acercándose a ella—. Es lo único con sentido que has dicho en toda la noche.

Lucy lo miró a los ojos. Ya no recelaba de él y solo sentía una atracción muy fuerte.

—¿Fue muy duro? —preguntó Brody en un susurro.

—Sí —murmuró ella.

—Lo sé —añadió él, y Lucy tuvo ganas de preguntarle. Él le acarició la barbilla—. Gracias por contármelo. Explica muchas cosas.

Lucy tragó saliva y trató de respirar, pero le costaba. Estaban muy cerca, casi podían besarse. Y sabía que no debía pensar en besarlo…

—Vamos a casa. Mañana va a ser un día muy largo —sugirió él. Lucy trató de sonreír.

Había dicho más de lo que había planeado… ¿Cómo podía haber mencionado Trembling Oak? Además había estado hablando con la yegua cuando él había entrado en el establo, ¿habría oído algo?

Brody ya sabía demasiado. Tenía que tener mucho más cuidado. No más revelaciones en mitad de la noche. ¡De aquel momento en adelante solo negocios!