El pretendiente que escogió a la joven equivocada

Rosaline de Ferbes se encontraba pavoneándose con su vestido nuevo cuando un criado le avisó que su prometido había ido a visitarla.

El rostro rubicundo se alteró visiblemente. No podía ser, había ido sin avisarle…

La doncella ajustó su corsé y el efecto fue estupendo, sus pequeños senos quedaron abultados y la cintura minúscula.

—Mademoiselle está hermosa—dijo su doncella.

Ella respondió con un mohín, lo era, y sin embargo su prima la huérfana siempre había llamado más la atención. Y sabía por qué,  era rolliza y su piel era de porcelana y a pesar de tener el cabello oscuro y los ojos cafés (algo muy común en el Languedoc) su mirada era dulce y las facciones suaves y hermosas.

Todos los tontos suspiraban por la jovencita y su madre estaba furiosa, cómo se atrevían a pretenderla, ella era la heredera de Ferbes, Agnes Guerine solo era la parienta pobre de su padre, hija de un hermano de este, a quien habían acogido por caridad.

—Llama a mi prima—ordenó luego.

—Sí, mademoiselle.

Ese día le tenía reservada una sorpresa.

No iba a casarse con ese hombre, le duplicaba la edad y todas sus esposas habían muerto en el parto. Era feo, beodo y de mal carácter. 

En vano le había suplicado a su madre, el compromiso había sido celebrado mucho tiempo antes por su padre, quien la odiaba tanto que no dudó en dejar en su testamento que su hija se casaría con el caballero al cumplir los quince años.

Rosaline derramó unas lágrimas al pensar en su padre muerto, nunca la había amado por no ser varón, y en cambio sentía especial cariño por la hija de su hermano, esa necia atolondrada. Pero se las pagaría…

El nuevo  conde de Pinaud entró en el recinto con expresión ceñuda.  Su prometida demoraba en aparecer y eso era casi un insulto, la madre de la joven ya no sabía cómo entretenerle así que se disculpó y fue a buscarle. Una mujer extraña y desagradable, con el rostro lleno de afeites.  Esperaba que su hija no fuera igual.

Agnes se presentó en su habitación con expresión temerosa, lucía un vestido sencillo y su cabello estaba suelo y descuidado. No parecía una belleza con esas ropas, ni enamoraría a nadie con ese aspecto.

—Marie, por favor, quiero que vistas a mi prima con un vestido bonito y la peines para que parezca una verdadera dama.

Al escuchar sus palabras la joven se asustó, ¿qué tramaba su prima? La pobre Agnes vivía encerrada, confinada a sus aposentos, solo un día a la semana se le permitía salir a los jardines, el resto debía quedarse en su habitación rezando o zurciendo. No había recibido instrucción y sus vestidos eran lo que su prima desechaba, pero no los más bonitos. Los más bellos eran donados a los pobres u obsequiados a sus doncellas.

—Quítate ese horrible vestido, vamos.

La joven se quedó parada sin saber qué hacer, nunca se desnudaba frente a extraños pero su prima tenía prisa y estaba furiosa, nerviosa y en un santiamén le quitó el vestido pidiéndole ayuda a su criada. Sentía una morbosa curiosidad por verla semidesnuda y comprobar si tenía algún defecto.

Ella chilló y pidió ayuda pero su prima le ordenó callar. Maldita niña tonta, era perfecta, su cintura, la curva de sus piernas y los pechos llenos y redondos… No había nada mal hecho y le dio rabia, pues su madre solía decir que no había una dama perfecta, y que los vestidos disimulaban defectos. Se equivocaba, la pequeña huérfana sí lo era.

—Vístela ahora Marie, y peina su cabello, debe verse como una dama… Aunque no lo sea.

Agnes se cubrió secando sus lágrimas, sintiéndose triste e indefensa al estar desnuda frente a esa prima malvada. Sabía que tramaba algo, lo vio en sus ojos pero no podía imaginar que era.

Cuando rato después se vio en el espejo no se reconoció. Estaba hermosa y de pronto sintió agujazos en la espalda, una sensación horrible y entonces vio su mirada llena de odio y envidia.

—Marie, dile a mi prometido que vaya a los jardines, que tendré placer en verle allí.—dijo después.

Al fin ese pequeño estorbo serviría de algo. Y pensar que su madre esperaba enviarla a un convento para no tener que cuidar de ella. No tenía dote, sus padres habían muerto en la ruina, jamás podría tener un esposo. Pero ella era tan buena… Esperaba conseguirle uno de inmediato y convencer a su madre de que ofreciera una dote. No quería tener a esa chiquilla robando la atención de todos sus pretendientes. Ella debía ser la más admirada por su belleza y su cabello rubio, no esa tonta huérfana sin fortuna.

—Ve a los jardines, al rincón de las rosas y quédate allí, finge que estás recogiendo flores. Te quedarás hasta que yo vaya y te presente a mi prometido. Lleva un pequeño canasto.

La joven obedeció, siempre lo hacía, y temía la ira de su prima.

—Y seca esas lágrimas, arruinan tu belleza tonta.

El hermoso vestido le dio confianza, pero estaba asustada, sabía que su prima tramaba algo y no sería bueno. La detestaba y vestirla como una dama solo podía ser parte de un plan perverso.

Etienne de Pinaud habló con la condesa de Ferbes de la muerte de su primo y de que lamentaba no poder honrar su compromiso por una absurda superstición de que no debía desposar a quien sería su prometida.

Madame de Ferbes lamentó la tragedia pero las razones del joven le parecieron insólitas.

—Cuando conozca a mi hija, caballero, cambiará de opinión, se lo aseguro. Le ruego que lo haga y luego, tome su decisión.

Una doncella apareció en ese momento avisándole al conde que mademoiselle Rosaline lo esperaba en los jardines.

El caballero dirigió sus pasos, intrigado por las palabras de su anfitriona, guiado por un extraño presentimiento.

Al ver a la joven recogiendo flores pensó que era la damisela más hermosa que había visto en su vida. Sus delicados rasgos, la mirada dulce y su ajustado corsé enseñando su pecho generoso… el pobre joven estuvo perdido en el instante en que vio a Agnes Guerine.

—Buenos días mademoiselle Rosaline—dijo él.

La joven lo miró sobresaltada. Ese joven vestía con mucha elegancia una casaca con botones de oro y no llevaba peluca como se estilaba entonces pero sí el cabello oscuro atado en una cinta. Sus ojos eran de un azul profundo y pensó que era atractivo.

—Buenos días, creo que me confunde usted, mi nombre no es Rosaline–dijo la joven  con voz melodiosa.

A medida que se acercaba a ella sentía el embrujo, la fascinación. ¿Quién era esa adorable niña de ojos cafés y piel de porcelana?

Agnes Guerine—respondió ella.—Rosaline es mi prima.

Madame de Ferbes apareció en escena disgustada al ver al conde fascinado con esa sobrina suya, con un vestido lujoso y peinada como una dama, estaba hermosa, maldición.

—Oh, señor de Pinaud, se ha confundido usted, ella es mi sobrina, Agnes Guerine, mi hija está aquí.

Rosaline hizo una reverencia y miró al joven, sorprendida. Era muy guapo, pero ese no podía ser su prometido, demonios, debía haber un error…

Etienne besó la mano y se inclinó ante la heredera de Ferbes pero no le pareció bonita, su rostro estaba pintado, era pálida, muy rubia y delgada. Nunca le habían agradado tan delgadas. Quería a la otra joven, y su mirada se deleitó con su contemplación una vez más. Era hermosa, como un ángel, bella y etérea y rolliza… Adoraba a las damas con carne y esa niña colmaba sus fantasías. Sería su esposa.

—Eso es imposible Monsieur, oh, es usted muy generoso pero mi sobrina es pobre, sus parientes se arruinaron y no tiene dote—se apuró a decir su tía.

Su hija observaba todo con expresión furibunda. El plan la había traicionado, todo se había vuelto en su contra, su prometido había muerto y ese joven era su heredero, pero no quería casarse con ella sino esa huérfana.

—Me casaré con ella, no me importa la dote madame. Acabo de heredar una fortuna y siendo la joven de sangre noble, no veo impedimento alguno para poder desposarla. ¿Me permite cortejarla?

Madame de Forbes estaba más furiosa que su hija, no podía ser, esa jovencita no podía llevarse al prometido de preciosa Rosaline, era tan injusto.  Pero no se rindió hasta que el caballero habló con ella en privado y le ofreció una recompensa especial si le entregaba la mano de su sobrina.

La dama no esperaba tanta generosidad. Oh, claro que accedería… Además se libraría de esa molestia, y no debería pagar dote alguna para enviarla a un convento… Era un alivio, al final todo había sido para bien.

Cuando el caballero se hubo marchado fue a ver a su hija. Pero no la reprendió por lo que adivinó fue una treta suya para huir de una boda que la atormentaba sino que sonrió, satisfecha.

—Me entregará  un cofre con joyas si le doy a Guerine.

Su hija, que estaba malhumorada de pronto sonrió, adoraba las joyas.

—Madre, deberás obsequiarme pendientes o un collar, todo fue idea mía. Oh, qué joven tan generoso, debe estar loco por mi prima.

—Bueno, creo que ayudó que me negara al comienzo, ¿sabes? Creí que al decirle que no tenía dote cambiaría de parecer pero dijo no importarle. Ahora préstame tus vestidos, debemos vestir a esa joven porque vendrá a cortejarla, la pobre no tiene nada apropiado. Siempre creí que no se casaría, pero ya ves, gracias a ti podrá hacerlo.

Rosaline sonrió  pensando en las joyas que tendría, al diablo con ese joven, no le importaba, tendría un marido mucho más guapo.

********

Una semana después madame de Ferbes le comunicaba a su sobrina que se casaría con el conde de Pinaud.

Ella palideció asustada. No podía ser. No lo haría… Pensó en Renaud de Rennes, el joven a quien amaba en secreto y que había prometido rescatarla de ese horrible castillo. Iban a huir juntos, dijo que se casaría con ella… No era un caballero de fortuna, pero eso no le importaba, lo quería tanto.

—OH tía me siento honrada ¿pero acaso ese joven no era el prometido de mi prima?

Esa respuesta enfureció a la dama quien se levantó de la silla y la miró con tal rabia que Agnes no se atrevió a decir nada más y permaneció con la mirada baja.

—Te casarás con ese joven y firmarás este acuerdo ahora mismo.

La joven se quedó mirándola con un temblor, no sabía leer ni escribir su nombre y así lo dio a entender.

Bueno, entonces yo firmaré por ti. Ahora espero que te comportes y seas amable con tu prometido.  La boda será en dos semanas, él regresará en dos días a su castillo y tú viajarás para casarte allí.

Agnes regresó a su habitación para poder llorar tranquila, no podía ser… Siempre había creído que la enviarían a un convento y Rennes había prometido rescatarla. Y ahora la casaban con el prometido de su prima… Oh, si pudiera avisarle…

Pero no volvió a verle y su tristeza se convirtió en desesperación.

Tenía vestidos nuevos y se le permitía salir a dar paseos todas las mañanas. De pronto la trataban con amabilidad y hasta le enseñaron a escribir su nombre.

Y hasta le permitieron asistir a una fiesta.

Sin embargo la joven no se sentía feliz, iba a casarse con un extraño que la miraba con deseo, y que había pagado un cofre lleno de joyas para que su tía cediera a entregarla. Porque no tenía dote, Agnes sabía que sin dote jamás podría casarse con un caballero, por eso la enviarían a un convento.

Todo era tan distinto cuando vivían sus padres, ellos sí la habían amado…

Y en vida de su tío la joven fue tratada con dignidad, con los mejores vestidos y compartiendo juegos con su prima. Pero su tía siempre la había odiado y lo que parecía una amistad de niñas se arruinó al morir su marido y bajo su maligna influencia.

Los juegos y bromas compartidas se arruinaron y Rosaline se convirtió en una señorita que usaba polvos en su rostro y la despreciaba por ser una huérfana. Tenía nuevas amistades y muchos pretendientes con los que coqueteaba.

Durante tres años  había soportado sus burlas y el encierro, solo tres años y tenía la sensación de que era una eternidad.

Su prima entró en su habitación con su doncella.

—Buenos días querida prima, mi madre quiere que te lleves mis vestidos, están algo pasados de modas pero harás un viaje muy largo y los necesitarás. La condesa de Pinaud no puede estar mal vestida… Oh, ¿qué te ocurre Guerine, has llorado?

La joven, confiada en su repentina amabilidad asintió con un gesto.

—Oh, pequeña tonta… Acabas de ganarte un marido rico, joven y guapo ¿y te atreves a  quejarte? Oh, ya sé por qué, tú quieres a Rennes, ¿no es así? No finjas, ya lo sé… Los he visto conversar algunas veces. Olvídate de ese joven, es pobre y se irá a Paris  a buscar fortuna en la corte del rey. No puede casarse contigo.

—Dijo que me llevaría con él a Paris. Por favor Rosaline, ayúdame… Tú debías casarte con ese caballero, ¿por qué quisiste que me viera?

Su prima sintió que su rabia crecía, Rennes, Pinaud, ¿por qué siempre tenía que robarle la atención de los jóvenes más guapos? Por fortuna se iría pronto y dejaría de ser una piedra en su camino.

—Es que no era ese joven Guerine, el que debía desposarme sino su primo, mucho más viejo y con fama de ser cruel y matar a sus esposas. ¿Cómo crees que podría casarme con él? Pero mi padre lo había dejado establecido en su testamento y yo sería sacrificada a ese vándalo… Pero ya no, tú ocuparás mi lugar, y deberías sentirte feliz y agradecida porque te casarás con el primo joven y guapo. Olvida a Rennes, no puede casarse contigo y peor será que te deshonre  y luego ya no puedas casarte con nadie.

Rosaline dejó los vestidos y se marchó sin decir más.

Eran hermosos, Agnes contempló los rasos y encajes de los colores más delicados… Estaban nuevos y debían valer una fortuna y serían suyos. Pero a cambio debía casarse con ese joven.

Oh, no lo quería hacerlo, estaba asustada. No sabía nada del matrimonio, ni que se esperaba de ella. Había vivido recluida tanto tiempo.

Los días pasaban y su tía estaba de excelente humor y hablaba de ella con sus amistades como su querida sobrina.

Uno de sus amigos era su amante y la visitaba en las noches cuando nadie los veía.  Era un caballero encantador, alegre y siempre hacía bromas.

Pero para la joven eso era incorrecto, el padre hablaba en su sermón del pecado de lujuria y sabía que su tía lo cometía con frecuencia.

Una noche despertó asustada, había soñado con ese joven que sería su esposo, soñó que la atrapaba y comenzaba a besarla…

Había visto a dos criados besándose una vez, sabía de los besos pero no sabía qué ocurría entre un hombre y una mujer en la intimidad y eso la asustaba.

Entonces escuchó un gemido, y luego otro más fuerte y fue a investigar. Toda la casa estaba sumida en sombras.

Avanzó a tientas guiada por la curiosidad y entonces se detuvo frente a la habitación de su tía. Los gemidos continuaban y quiso ver, como si el diablo la hubiera empujado abrió levemente la puerta y vio con sus ojos una imagen sórdida.

Allí estaba ese hombre desnudo, el caballero Albert de quien se sabía era el amante de su tía, sus nalgas eran de acero y su espalda musculosa al igual que sus piernas. La luz de una lámpara alumbraba la escena sensual que a ella la dejó asustada. ¿Qué estaba haciendo ese hombre?  Estaba besando a su tía en un lugar muy íntimo y ella gemía diciendo oh, non, non… Y luego se contorsionó y él no se detuvo como si hacerlo le causara mucho placer. Hasta que vio su miembro erecto, inmenso como una daga perderse dentro de sus muslos con un ritmo violento, enloquecedor…

Fue demasiado para la joven se sintió aterrada de pensar que algo similar le ocurriría a ella en poco tiempo.

Regresó a tientas a su habitación. Debía escapar, no quería casarse, era demasiado horrible lo que ocurría en la intimidad…

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Al despertar Agnes se sintió enferma y se dijo que nunca más volvería a espiar, había sido muy tonto hacerlo y las consecuencias, nefastas para ella.

Su tía la mandó llamar a media mañana y ella no fue capaz de mirarla a la cara. Se veía relajada aunque bostezaba.

—Mi querida sobrina—dijo de buen talante—Pronto vas a casarte y creo que debes saber lo que se espera de ti como esposa.

Oh, no podía hablarle de esas cosas, ¿cómo podía hacerlo? La joven quiso escapar pero su tía le ordenó que se quedara.

—Los niños no los traen un hada querida, son engendrados y ese será tu deber principal, complacer a tu esposo y traer niños al mundo. Es el único fin del matrimonio  y lo que ese joven espera de ti. No debes negarte a su abrazo ni a sus caricias, debes entregarte a él siempre que él desee hacerlo y a juzgar por su entusiasmo, eso ocurrirá con frecuencia…—había una sonrisa maligna en su rostro.

Luego continuó:

—Bueno, supongo que tú no sabes nada de estas cosas, de cómo nacen los niños ¿verdad?

La joven negó con un gesto, ruborizada.

—Una dama no debería mencionar estas cosas pero he firmado un contrato con ese joven y no quisiera que luego fueras repudiada por ignorante o  por negarte a sus brazos así que te explicaré lo que se espera de ti.

Agnes habría deseado cubrirse los oídos, no soportaba escuchar esas cosas, las caricias, la penetración, el dolor que sentiría al perder la virtud. Todo la asustaba aún más. No quería casarse, no quería pasar por esa experiencia horrible. Estaba confundida. Madame de Ferbes lo notó y sonrió, ya le había dado un buen susto… Qué niña tan tonta y pacata, era igual a su madre. 

—No debes negarte, si lo haces ese joven te tomará por la fuerza y eso será peor.  Y deja de lloriquear, luego te acostumbrarás, es la naturaleza, al principio te parecerá extraño, luego no…

**********

Rennes fue a verla al día siguiente, luego de enterarse de su compromiso. Estaba serio y enojado. Ella le pidió ayuda pero él estaba demasiado furioso para escucharla.

—Firmaste ese compromiso Agnes, ¿por qué lo hiciste?

—Yo no lo hice, sabes que ni siquiera sé escribir mi nombre, mi tía lo hizo. Por favor, ayúdame Renaud, no quiero casarme con ese hombre.

—Oh, Agnes… No puedo hacer nada, si te llevo conmigo él vendrá a buscarte, prometiste casarte con él.

—Pero yo no quise Rennes, sabes cuánto te amo. Llévame contigo a Paris, por favor, no me importa ese compromiso.

Rennes no se atrevió, ese caballero era muy poderoso y tenía amigos en la corte dónde él esperaba tener un puesto muy pronto. Quería a la joven, era tan hermosa, pero comprendió que no podría llevarla como habían planeado. No tenía nada que ofrecerle y su compañía solo le estorbaría.  Conocía a Etienne de Pinaud, era amigo del rey y un caballero muy poderoso, si le quitaba a su prometida se vengaría…

Agnes lloró al comprender que nadie la ayudaría, que Rennes se había marchado sin mirarla siquiera y que su corazón estaba roto.

Nada impediría su matrimonio.

Y un día sus maletas con los vestidos de su prima fueron cargadas en el carruaje y emprendió el largo viaje al sur. 

Mientras Agnes se marchaba a Pinaud con su prometido, madame de Ferbes y su hija se prepararon para viajar al palacio de Versalles.

Su amante el caballero Albert de Cressons la seguía como perro fiel, moviendo la cola de un sitio a otro.

Roseline sonrió deslumbrada al entrar en el palacio, su madre tenía ambiciosos planes para su hija.

Pero la corte estaba atestada de cortesanos y muchos nobles hacían cola para hablar con el rey o ver a la reina. Ansiaban pedir un favor y había media docena de gentiles para servirles apenas se levantaba.

La orgullosa dama y su hija debieron esperar una semana para poder acercarse a la bella reina y recibir una sonrisa de aprobación.

Entre los cortesanos había un caballero muy encantador de cabello oscuro y largas piernas, madame de Ferbes fue muy astuta y averiguó que era un conde muy rico y buscaba esposa…

Le llevó algún esfuerzo acercarse y presentar a su preciosa hija.

Rosaline fue conquistada por sus galanterías, era un caballero muy agradable y su madre decía que ya era hora de casarse.

Un mes después se casaron en Notre dame y se fueron a vivir al sur.

Rosaline llevaba vestidos, joyas y muebles como parte de su dote. Estaba muy contenta y no hacía más que presumir de su marido y su fortuna, pensando cómo estaría esa tonta casada con el conde de Pinaud. Aterrada cada vez que quisiera tocarla… Tal vez la repudiara por necia.

Llegaron al castillo y Rosaline descubrió a una dama de peluca muy rubia y un lunar en su labio que la miró de forma extraña. Era amiga de su esposo, la condesa Anne de Montmorency. Su esposo y otros caballeros pasaban un tiempo en el castillo para participar de las fiestas y las partidas de caza. A Rosaline se le antojó que había demasiados amigos de su marido para su gusto, había esperado parientes no estar siempre rodeada de cortesanos como si eso fuera Versalles.

Ese día cenaron y bebieron hasta el cansancio, luego hubo un baile pero la joven novia se retiró temprano, exhausta por el largo viaje.

Pero él la despertó poco después y la joven, como solía hacer siempre despertaba malhumorada y maldecía. Eso molestó a su marido, sus ojos oscuros brillaron de rabia. Ella comprendió que lo había ofendido y se incorporó.

—Bueno, eso me agrada más, es nuestra noche de bodas querida, no puedes dormirte—le dijo.

Rosaline enrojeció y él avanzó hacia ella y la besó. No fue un beso delicado sino salvaje, mientras la apretaba contra su pecho. Luego besó su cuello y su lengua avanzó ávida hacia su escote, como si tuviera vida propia. Fuerte, poderosa escurridiza, mientras sus manos apretaban sus senos pequeños…

Mareada por la situación y por la premura con que la desnudaba Rosaline le apartó asustada y furiosa. Pero él no se enojó, era un juego delicioso y lo jugaría…

Le quitó el vestido con rapidez destrozando la preciosa tela de raso color malva, dispuesto a tener algo de placer esa noche con esa jovencita tonta.

La había escogido por su dote, no sentía nada especial por ella pero eso no le detendría…

—Suélteme, se comporta como un bribón, no puede hacer eso—protestó la malvada Roseline. Y quien tanto humilló y se burló de su pobre prima ahora debía soportar a ese horrible hombre sobre ella, recorriendo su cuerpo con esa horrible lengua una y otra vez… Y no satisfecho con ello le exigió caricias y ella se quedó mirándole aterrada, sin saber qué hacer.

Él le dijo cómo mientras se quitaba las calzas y la atraía hacia su miembro erecto. Debía hacerlo, estaba forzándola a complacerle, a introducir esa horrible cosa en su boca y lamerlo una y otra vez.

Lo hacía bastante bien para ser tan tonta… Sostuvo su cabeza para que no pudiera escapar hasta que él lo decidiera.

Rosaline sintió que su humillación sería eterna, pero ahora le esperaba lo peor, la tendió y se le tiró encima como un vándalo lamiendo su sexo hasta que se cansó y luego la penetró violentamente. Sintió un dolor agudo, espantoso, pero él no se detuvo hasta acabar.

Cuando la horrible tortura hubo terminado sintió que le falta el aire, quería gritar, llorar… Ese hombre era un monstruo y lo odiaba, oh, lo odiaba con toda su alma…

***********

La joven Agnes  sabía que algo andaba mal pero no se atrevía a atisbar por el carruaje, que avanzaba a mucha velocidad por los bosques rumbo a un lugar desconocido. Se estremeció al oír un trueno.  Una tormenta…

Angustiada vio como un rayo iluminaba ese paisaje oscuro y tenebroso. Un inmenso castillo apareció ante ella, oscuro y sombrío…  ¿el castillo de Pinaud?

El carruaje llegó a destino en el instante que caía una lluvia torrencial  al tiempo que una luz iluminaba un castillo oscuro y tenebroso.

La gran puerta se abrió y ella  se quedó inmóvil contemplando la magnificencia de esa sala atestada de relojes, muebles y retratos de ancestros. Un sirviente con peluca y librea le dijo que habían llegado luego de hacer una larga reverencia.

—Mademoiselle, por aquí por favor. El conde la espera. Llega usted con retraso.—dijo.

Ella avanzó nerviosa, había llegado, estaba en Pinaud y debía casarse con ese joven al que solo había visto unas veces.

Una inmensa sala cargada de muebles en tono caoba y preciosas alfombras la dejó sin habla.  Era un castillo muy antiguo y algo tenebroso.

—Por aquí por favor mademoiselle—dijo un sirviente.

Entró en una sala roja y vio al joven conde que la miraba desde un rincón con aire absorto.

—Bienvenida a Chateau Gilliard mademoiselle, llega usted con retraso—dijo con voz profunda.

Ella hizo una reverencia sin atreverse a dar un paso más.

Estaba tan nerviosa que de pronto se puso a llorar.

El caballero se impacientó, no le agradaba ver llorar a una damisela.

—Qué le ocurre mademoiselle? ¿Acaso ocurrió algo en el viaje? —preguntó consternado.

La joven no respondió, estaba exhausta y asustada, no quería estar en ese castillo quería escapar pero no sabía a dónde.  El castillo de Ferbes nunca había sido su hogar y su tía no le daría cobijo si huía de esa boda.

—Siéntese por favor, le traeré agua.

Ella obedeció, luego de beber agua se sintió mucho mejor.

—Escuche mademoiselle, no sé qué le han contado pero no soy un malvado, no debe usted temerme por favor. —dijo y acarició su cabello lentamente.

—Es que creo que soy muy joven para casarme, yo no le conozco bien—respondió la joven.

Sus ojos oscuros y luminosos lo miraron con ansiedad. Él sonrió aliviado, había temido que ese viaje fuera algo arriesgado y por esa razón había enviado una cuadrilla de mozos para cuidar a su futura esposa.

—No tema, soy un caballero, y jamás le haría daño…

—Yo no puedo casarme con usted—dijo de pronto.

—No puede negarse a hacerlo mademoiselle, firmó un contrato.

—Pues he venido a pedirle que lo reconsidere Monsieur, yo soy muy joven y no estoy preparada para casarme, ni para darle hijos… Además un pariente mío sufre una tara hereditaria, pero supongo que mi tía no le contó nada.

La pequeña Agnes había escuchado que eso había espantado a no sé qué cortesano para desposar a una joven y pensó que esta vez también daría resultado.

—¿Una tara hereditaria? ¿Qué le ocurría a su pariente?

—No lo sé, estaba un poco loco y en vez de llamarlo así decían que sufría una tara y pasó gran parte de su vida encerrado en una torre sin ver a nadie.

Etienne sonrió, sabía que mentía y lo hacía para espantarle, pero no se saldría con la suya.

—Usted dice no estar preparada para el matrimonio pero yo he notado lo contrario, tiene usted dieciséis años y solo noto que ha pasado mucho tiempo encerrada sin ir a fiestas, no es así? Por qué la mantenían tan escondida  mademoiselle?

—Porque me enviarían a un convento Monsieur, soy huérfana y no tengo dote, nadie esperaba que pudiera casarme.

—¿Y le agradaba a usted esa posibilidad?

La joven no supo qué responder. Ni le agradaba ni le desagradaba, sus parientes decidirían su suerte.

—Entonces ha sido afortunada al escapar de vivir encerrada rezando, una joven tan hermosa como usted ha nacido para ser la esposa de un caballero y darle hermosos niños.

—No lo sé, he vivido recluida mucho tiempo luego de morir mi tío y creo que no soy como las jóvenes de mi edad.

Estaba asustada, y su inocencia era deliciosa. Se moría por enseñarle que estaba hecha para amar y ser amada…

Pero debería esperar hasta la boda, aunque se muriera por tenerla esa misma noche no habría sido correcto, además estaba asustada.

—Bueno, la dejaré descansar, ha hecho usted muy largo viaje mademoiselle. Tal vez prefiera cenar en su habitación.

La joven asintió, pero antes de marcharse le dijo: —Le ruego que reconsidere esto Monsieur, tal vez descubra que yo no soy la esposa adecuada.

—OH, ¿por qué no habría de ser adecuada?

Ella no le respondió y Etienne pensó que antes de tocarla debería embriagarla para que no se echara a llorar o se resistiera. Bueno, eso no importaba, tendría a esa hermosa joven y la convertiría en su esposa.

Sola en su habitación Agnes no quiso cenar, solo dormir y olvidar que pronto sería la esposa de ese hombre y debería entregarse a él. Soportar que la desnudara y que le hiciera esas cosas que le había advertido su tía. Oh, moriría de vergüenza no quería siquiera pensar en eso.

***********

A la mañana siguiente despertó aturdida, sin saber dónde estaba.  La claridad del día iluminó una habitación inmensa con alfombras y bonitos muebles. Un tocador y un espejo…

Tuvo la sensación de que había dormido mil años. Se acercó para ver el día a través de la ventana y descubrió un inmenso bosque y jardines repletos de flores. El bello paisaje la dejó sin habla. Era hermoso a decir verdad, todo cuanto la rodeaba pero se sentía como una extraña y no podía evitar el deseo de escapar. Huir, pero a ¿dónde iría?

Desayunó y luego se reunió con su prometido en el salón. Él le presentó a su madre, una dama viuda de aspecto poco amigable y a su hermana casada, una joven pelirroja y ojos claros nada parecida a Etienne.

Ella procuró mantenerse serena, pues a media tarde llegaron más visitas supuso que para la boda que sería al día siguiente.

La madre de Etienne fue quién la llevó a recorrer el castillo y sus alrededores, presentándola luego a los sirvientes más importantes. Había un montón de criados, vestidos con librea y pelucas, y todos le hacían reverencias exageradas. Nunca las había recibido viviendo en Saint Denis, como si supieran que ella no era más que una parienta pobre en la que nadie reparaba.

La dama le explicó que recibían visitas casi a diario, pero que solo daban fiestas una vez a la semana. Ella debía estar presente y homenajear a los invitados y no retirarse hasta que su esposo así lo ordenara.

Tenía tanto que aprender, tanto que memorizar, la joven se sintió muy deprimida y asustada. No lo haría bien, era torpe y jamás podía defenderse. Esperaba no hacerse de enemigos en el futuro.

Mientras recorrían los jardines se unió su prometido tras descender de su caballo. La joven observo sus piernas largas y musculosas y una sensación extraña la hizo ruborizarse. Era un joven atractivo y sintió que le veía por primera vez.

—Etienne querido no es buena idea que vayas a Paris, allí las cosas no andan bien hijo.

Fue la primera vez que escuchó que había problemas en la ciudad luz. Todos hablaban maravillas de Versalles y la reina María Antonieta, ella misma soñaba con ir un día.

—Debo hacerlo madre, pero esperaré un tiempo.—la mirada del joven se posó en su prometida y su madre comprendió por qué se había prometido con esa joven a tontas y locas. Era hermosa, y no había hombre que pudiera resistir la belleza en una damisela. Otras cualidades importaban más y notó cierta torpeza en la joven que miraba el castillo como un ratón asustado. Le faltaba clase y hablaba con un acento que solo podía tildar de poco elegante.  Cuando supo que no sabía leer ni escribir se horrorizó, ignorante como una campesina… Y criada en un castillo. Bueno al parecer su benefactora no se había molestado por la joven huérfana pero ella enmendaría ese error.

Regresaron juntos al castillo cuando su hijo decidió llevar a la joven al lago de los patos, un lugar escondido y apartado.

—Os agradará mucho ese lugar Agnes.

Ella lo siguió sin sospechar nada, estaba encantada por ese lago rodeado de sauces y árboles, descubrió que le encantaba ese lugar. Sin embargo él la condujo a un escondite, cerca de los arbustos para atraparla y robarle un beso. La joven supo lo que ocurría pero fue tan rápido que no pudo hacer nada y de pronto sintió como abría su boca y le daba un beso húmedo.  Nunca la habían besado así, Rennes solo le había dado un beso a escondidas, pero había sido un tímido roce en sus labios y ese beso era profundo, parecía saborear sus labios.

—Suélteme, ¿qué hace? Dijo que me enseñaría el lago no que me besaría de esa forma—dijo ella apartándola. Estaba algo asustada, agitada, confundida.

El joven sonrió deleitándose con ese beso y su turbación.

—Mañana será mi esposa, ¿me dejará besarla entonces?—le preguntó sin dejar de sonreír.

La joven se sonrojó y le dio la espalda diciendo que quería volver al castillo. Etienne notó que la había confundido y por ese día sería suficiente. Pero mientras regresaban Agnes le dijo:

—Tal vez descubra que no soy la esposa apropiada Monsieur… Usted debió casarse con mi prima, ella es una mademoiselle distinguida y rica, sabe escribir y lee libros.

—No iba a casarme con su prima, mademoiselle Guerine

La joven detuvo sus pasos y lo miró intrigada.

—Rosaline es una joven hermosa, y su dote es…

—Estaba destinada a mi primo y yo recibí su herencia, que no incluía a su prometida. ¿Es de mala suerte sabe? Casarse con la prometida de un pariente muerto en circunstancias algo trágicas…

—Oh, lo lamento.

Etienne no lo lamentaba, había sido uno de los nobles más odiados de la región y había muerto apuñalado por sus campesinos. 

—No importa, usted me agradaba más que su prima por eso la escogí.

Agnes se estremeció.

—Pero temo que no fui educada para ser condesa, mi tía iba a enviarme a un convento y dijo que allí me enseñarían a leer y a escribir.

—Eso no importa mademoiselle, mi madre le enseñará todo lo que deba saber y yo le enseñaré a ser mi esposa. Solo espero que quiera aprender… No creo que desee regresar con sus parientes, temo que no han sido muy buenos con usted.

Ese día la joven olvidó que mañana debía casarse y compartir la intimidad que tanto le asustaba. Al castillo llegaron más parientes y fue un día muy alegre, todos la saludaban con una exagerada reverencia y a la hora del baile se disputaban su compañía.

Etienne observaba el baile con ceño fruncido, no le agradaba que su prometida bailara con otros hombres, la quería solo para sí y pensó que tal vez debía aplazar la boda. La joven parecía algo asustada y nerviosa, y había querido persuadirle de que tal vez ese matrimonio fuera un error.

Pero no tenía tiempo, debía casarse, engendrarle un hijo y luego ir a Paris.

Había revueltas en la ciudad, los campesinos y sirvientes se habían vuelto insolentes.  Sus espías le habían informado que había quienes alentaban esa insolencia y el desprecio por los nobles. El mismo no confiaba en sus sirvientes y prefería mantenerles vigilados. No olvidaba que uno de ellos, que ahora estaba prófugo había matado a su tío. Si tan solo encontrara las malditas joyas que escondió el malnacido en su castillo… Debían valer una fortuna.

Se acercó a su joven novia y tomó su mano, odiaba que bailara con ese joven libertino, pariente de su madre, ni que este la mirara o esperara seducirla. Jamás habría tolerado semejante conducta. Aunque para sus pares fuera una costumbre corriente, él habría matado a quien se atreviera a seducir a su esposa luego de retarle a duelo. El duelo era un deporte que  él había practicado con frecuencia años atrás y había afinado su puntería, con espada o pistolas…

—Creo que debes ir a tu habitación querida, necesitarás descansar, mañana nos casaremos en la mañana—dijo él escoltándola hasta su habitación.

Agnes se preguntó si habría cometido alguna falta porque notó enojado a su prometido y de pronto sus miradas se encontraron y él se atrevió a entrar a su habitación.

Se miraron un instante y el avanzó hacia ella y cerró la puerta despacio.

—¿Qué está haciendo usted Monsieur?—balbuceó la joven asustada mientras retrocedía asustada—Usted no puede estar aquí.

Esperó hasta que no había donde escapar, la había arrinconado contra una pared y la miraba de forma extraña.

—No me haga daño, por favor…

Él la miró deleitándose con su miedo, se preguntó si le diría lo mismo mañana cuando fuera su esposa. Oh, cuánto deseaba a esa chiquilla, no podría esperar a convencerla.

—Tranquila, no le haré nada mademoiselle. Solo quise escoltarla hasta su habitación y le ruego que no haga amistad con mis primos, no son de fiar. —miró sus labios, debía besarlos, lo haría.

Pero ella lo apartó y corrió, Etienne fue más rápido y cerró la puerta antes de que pudiera escapar.

Agnes lo miró desesperada, no sabía si gritar o echarse a llorar, ese joven la asustaba.

—No es necesario que huya, la dejaré descansar, mañana no podrá escapar de mí mademoiselle—le dijo sonriéndole antes de marcharse.

Ella gimió pensando que deseaba escapar, ese joven la asustaba… Pero ¿a dónde iría?

La joven no podía dormirse, y mañana sería su boda y él le haría esas cosas horribles que le hacían a su tía… Ella no entendía como una mujer decente aceptaba esas cosas tan anti naturales. Podía comprender la cópula, era necesario para la procreación pero por qué un hombre debía hacer esas otras cosas cuyo recuerdo la llenaban de repugnancia.  Madame de Ferbes no tuvo reparos en decirle que ella no podía negarse a que su marido la tomara por la fuerza si le apetecía,  y que si se negaba sufriría el escarnio, la vergüenza de verse repudiada como le ocurrió a una antepasada suya…

Y luego le habló del dolor insoportable, sangraría y se imaginaba un calvario espantoso.

Ahora comprendía por qué ansiaban casarla con ese joven, porque sabía que no estaba hecha para el matrimonio y sufriría. Su tía la odiaba y su prima también, y debían estar disfrutando al verse libre de ella. Tenían planes muy ambiciosos, su prima no dejaba de decir que irían a la corte de Versalles y le conseguirían un esposo muy rico y noble para ella.

Sus pasos la llevaron a los pisos subterráneos, no conocía el castillo pero buscaría un refugio donde esconderse.  Como cuando jugaba al escondite con su prima siendo niñas, debía buscar un sitio seguro para esconderse y luego… Escaparía.  Actuó por impulso, pensando en huir de ese joven y una boda que no deseaba sin temer las consecuencias, sabiendo que era una locura pero sin poder evitarlo.

De pronto se vio rodeada por la oscuridad, una oscuridad sombría y fría, húmeda.  Algo rozó su hombro y chilló, pero allí no había nadie. Parecía una habitación deshabitada y había una cama con una manta. Allí estaría a salvo un buen tiempo, demorarían en encontrarla y luego… No quiso pensar en el mañana en esos momentos estaba tan desesperada que no le importaba el mañana, acababa de salir de una triste prisión para caer en otra.

***********

Cuando la doncella entró en la habitación de la joven prometida y la encontró vacía se alarmó. La buscó por todas partes pero descubrió que la cama estaba tendida, como si no hubiera dormido en ella… Oh, non mon Dieu! ¡Cuando madame condesa lo supiera!

La doncella dio la voz de alarma y avisó a los sirvientes, debían encontrar a la joven antes de que todos supieran que había huido.

Buscaron en las habitaciones y en los pisos superiores, pero la joven no estaba por ningún lado, como si se la hubiera tragado la tierra.

Debieron avisar a madame de inmediato.

Etienne se preparaba para su boda cuando supo que la novia había desaparecido, miró a su madre perplejo, no podía ser. ¿Es que esa joven había perdido el juicio? ¿A dónde pudo ir? No podía entenderlo.

Luego recordó la pasada noche y pensó que estaba asustada por la boda… Había sido un tonto al hacerle esa broma, la había asustado.

Se reunió con sus criados y luego debieron avisarle al capellán que habría un retraso y la boda se celebraría más tarde. Nadie cuándo por supuesto.

Los invitados se enteraron de lo ocurrido y sonrieron, una novia escapando del conde Pinaud, era insólito.

Pasaron las horas y no quedó habitación sin registrar, Etienne fue con su caballo a recorrer los alrededores pensando que no había podido llegar muy lejos.  Debía estar perdida y asustada y rezaba para que nada malo le hubiera pasado maldiciendo en silencio esa desgracia el día de su boda. Se convertiría en un hazmerreír si su prometida no aparecía, pero eso no era lo que más le angustiaba y lo sabía.

Se hizo la noche Agnes seguía sin aparecer.

Sombríos pensamientos lo asaltaron y fue a interrogar a ese primo lascivo llamado Guillaume de Toulouse. El joven palideció ante su acusación.

—¿Me creéis tan ruin primo Etienne? Si volvéis a agraviarme con esa acusación me veré obligado a retaros a duelo. Nunca he hecho daño a una joven inocente, y mucho menos tratándose de la prometida de un pariente mío.

Hablaba en serio, pero Etienne no le creyó, era un lascivo, siempre lo había sido y la noche anterior había estado bailando con su prometida. Tal vez le hizo promesas y prometió rescatarla de su boda…

—Etienne por favor, todos estamos nerviosos. Tranquilízate, aparecerá, no pudo ir muy lejos.—le dijo su madre al oído.

Estaba muy disgustada con ese asunto pero procuraba disimularlo. No podía creer lo que estaba pasando su hijo por causa de esa joven que había tenido la feliz idea de escapar el día antes de su boda. Rogaba al señor para que apareciera cuanto antes.

Tres días duró la búsqueda y a medida que pasaban las horas se perdían las esperanzas de encontrarla con vida. Pudo caer, no conocía el castillo y había ciertos lugares peligrosos…

Los nervios del joven novio estaban destrozados, bebió una copa de vino para darse fuerzas, no podía creer que la bella dama que lo había cautivado hubiera escapado. Prefería creer que lo había hecho a pensar que había sufrido un accidente o algún sirviente o espía de sus enemigos la había raptado.  No quería ni siquiera imaginar que sufriría toda clase de tormentos en manos de esos hombres.

Habían recorrido todo el castillo, cada rincón, habitación y también los pisos subterráneos, las antiguas mazmorras… Revisaron las horribles trampas y salas de tortura donde su pariente llevó a cabo algunos hechos macabros.  Su padre lo había criado como noble,  pero no era un hombre cruel y en ocasiones le avergonzaba ese parentesco.

Y cuando creyó que todo estaba perdido regresó con una antorcha a las mazmorras, cuatro criados le acompañaban siguiendo un extraño impulso.  Tal vez no habían buscado bien, ella debía estar en el castillo, en algún lugar…

Al descender un frío intenso lo hizo tiritar, olía a rancio, era un sitio espantoso, como si las almas de sus enemigos estuvieran atrapadas en esas horribles mazmorras.

De pronto escuchó un sollozo ahogado, apenas audible a través de las paredes. No podía ser…

—Monsieur, está atrapada en la mazmorra—dijeron sus criados al oír el sollozo.

Etienne se acercó y tiró de la palanca que cerraba herméticamente esa horrible celda, un hueco por el que apenas se podía respirar… Era un milagro si la encontraba viva, los prisioneros que caían en esa horrible celda morían en cuestión de días…

Una luz cegadora alumbró a la joven con el cabello suelto  que cubría su rostro con las manos y sollozaba aterrada esperando que su muerte. Días había estado en ese horrible lugar sin poder salir, gritando sin que nadie escuchara sus gritos…

Etienne la abrazó a tiempo de que cayera desplomada en el suelo. Estaba muy débil pero respiraba, debía llevarla a un lugar donde poder atenderla… Debían llamar a un médico. Pero estaba viva.

—Gracias a Dios, oh, pero ¿cómo fue  a dar a ese lugar?—la condesa palideció.

Solo quienes habitaban el castillo podían llegar a las mazmorras, y esa en particular se llegaba a través de una puerta trampa que se cerraba por fuera. Alguien debió encerrarla y lo hizo por una razón… Impedir esa boda.

Etienne tenía enemigos y sabía quién heredaría si algo le ocurría a su hijo.

************

Agnes fue atendida, tenía una herida en las rodillas como si hubiera caído en el piso de piedra, pero no eran graves. Necesitaba descansar y beber agua, y descansar los nervios.

Una copa de vino la ayudó a dormir esa noche.

Él no se despegó de su lado, acarició su cabello y se quedó observándola preguntándose qué demonios había pasado. Pudo morir, ese lugar estaba aislado, escondido…

Días después la joven fue capaz de hablar de lo ocurrido.

—Iba a escapar Monsieur, yo… Estaba asustada  —declaró.

—¿Y a dónde hubiera ido mademoiselle Guerine? ¿Esperaba morir de hambre en las mazmorras? Cómo llegó a ese lugar.

Ella lo miró atormentada.

—Yo solo quería esconderme y luego, escapar…

— ¿Y a dónde hubiera ido? ¿Tiene usted parientes en Provenza?

—No Monsieur.

—Fue afortunada mademoiselle, pudo morir. ¿Tan espantosa le parecía su vida para hacer eso?

—Tenía miedo.

— ¿Me teme usted? ¿Me teme más que a su muerte?

—No… —derramó unas lágrimas que se apuró a secar evitando su mirada.

—Mademoiselle lo que hizo fue una imprudencia y una locura, pudo morir y creo que no está preparada para tomar una decisión semejante.  Pero hay algo más. Usted no pudo encerrarse en ese lugar, alguien la encerró. ¿Vio usted a alguien?

Agnes vaciló.

—Yo entré en una habitación y vi un camastro con una manta y pensé que podría quedarme allí y me dormí pero al despertar estaba en un lugar oscuro espantoso y no había una cama, la busqué pero no había nada… solo la dura piedra.

—Alguien debió seguirla.

—¿Pero quién querría hacerme eso? No comprendo, nadie me conoce aquí llegué hace unos días…

—Tengo enemigos mademoiselle, y criados en los que no confío plenamente pero que necesito tener muy cerca para poder vigilarles. Le ruego que no vuelva a hacer esa locura Agnes Guerine. Aplazaré la boda unos días, no más que eso, le daré tiempo para que se recupere.

Agnes secó sus lágrimas y pensó que había sido una tonta. Nada había sido tan malo en su vida como enfrentar su propia muerte y no poder hacer nada. Días la habían buscado, tres días que parecían una eternidad…

Etienne fue a reunirse con su madre para intercambiar información, el castillo estaba repleto de parientes y amistades, pero no se fiaba de los primeros ni de la lealtad de los segundos.

Debían encontrar al traidor, pero tal vez llevara tiempo.

En ese castillo podía estar el asesino de su tío, quien nunca fue encontrado, o un pariente ansiando heredar… Si algo le ocurría su primo lascivo se quedaría con el castillo.

Y vio la ocasión propicia para deshacerse de la joven mientras huía. Luego dirían que había errado el camino y había muerto encerrada en la mazmorra.  Pero ellos sabían que nadie podía quedar encerrado allí, esa puerta no la cerraba el viento sino por una palanca desde afuera.