Han pasado tres días más desde mi conversación con el profesor Yehmel, conversación que perdurará en mi memoria, porque gracias a ella conocí la más insospechada de las verdades. La verdad que me reveló mi estirpe, que abrió las puertas de mi futuro.
Confieso que cuando me levanté y me miré en un espejo me encontré raro, poseyendo sólo dos brazos. Pero a las pocas horas estaba acostumbrado a mi nuevo físico y ya me parece como si siempre hubiese sido así. Es más, comienzo a encontrar gran belleza en las mujeres de mi raza y siento cómo me atraen con una fuerza irresistible y superior a la que me producía Dusty Lust, aquel ser monsturoso de mi pasado próximo.
He de reconocer, por otra parte, que ese hechizo que emana de las mujeres humanas molesta en sobremanera a mi fiel Britta. A veces hasta creo que se pone celosa. Tendré que mostrarme particularmente afectuoso con ella, porque le estoy agradecido por su fidelidad y dedicación… y, ¡qué caramba!, porque me gusta. Sí, me gusta mucho. Me gusta hasta el punto de que cuando acabe todo esto no me extrañaría que me decidiese a pedirle que se case conmigo.
Ayer tarde celebré una nueva entrevista con el profesor Yehmel y Drakyl, los cabecillas de este magnífico movimiento libertador. Fui yo quien solicité hablarles; una vez estuvimos reunidos en una de las habitaciones contiguas a la cúpula laboratorio, les dije:
–Amigos, quiero antes que nada pediros disculpas por haberos causado tantas dificultades y haber puesto en peligro la causa con mi intento de fuga. Por fortuna, aunque con retraso, todo parece en vías de solución.
Fue Drakyl quien me interrumpió, ante la benévola sonrisa del profesor Yehmel.
–No tienes por qué disculparte, hermano Blanner -me dijo-. Obraste de la manera más natural y lógica, dados los años de acondicionamiento que debiste sufrir desde la infancia. Te repito que comprendemos tu anterior postura, como seguimos comprendiendo tu actitud actual de mantenerte en una prudente reserva y no querer hacer armas contra tus antiguos compañeros del Servicio, si es que nuestra revolución resulta cruenta, cosa que no es nuestro propósito.
Me di cuenta de que estaban interpretando mal mi actitud de los últimos días y me apresuré a aclarar las cosas.
–Un momento. Estáis equivocados los dos, de medio a medio. Yo no he dicho que no quiera unirme a vuestro movimiento libertador, ni que me sepa mal o tenga reparos de conciencia ante la perspectiva de pelear contra mis ex compañeros. No, no, no. Estoy preparado para colaborar con todo mi entusiasmo en la operación, poniendo en esta tarea todo mi leal saber y entender. Pero hay varios extremos que me gustaría aclarar.
–Exponlos con toda libertad, hermano Blanner -intervino el científico con amabilidad.
Medité un instante, antes de entrar en materia.
–Primero, quiero reafirmar una vez más que me siento orgulloso de pertenecer a la verdadera raza humana. Luego, reconocer mi inferioridad científica con respecto a vosotros. No soy más que un ex inspector especial del Servicio y mis conocimientos quedan limitados a poco más que el gobierno de una nave tipo Starship. Por este motivo consideré que actualmente mi ayuda más resultaría un estorbo que…
–¡En absoluto! – terció Drakyl-. Precisamente, esos conocimientos acerca de la navegación en Starship que tú posees son una de las más urgentes necesidades a cubrir en nuestro movimiento.
–Cierto -corroboró el profesor Yehmel-. Con la ayuda del duplicador y de las puertas, en estos momentos hay ya una veintena de navíos como el tuyo escalonados por el espacio, con una separación de tres años luz entre uno y otro; lo que nos permite alcanzar la maravillosa distancia de unos sesenta años luz. Es decir, nos hallamos a mitad de camino del corazón del Imperio Intergaláctico. La tarea de tripular, gobernar y situar estabilizadas a cada una de las naves está siendo efectuada admirablemente por tu incansable doble; es decir, por Blanner Monk Dos. Sin lugar a dudas, tu colaboración sería valiosísima…
–Entonces, estoy dispuesto a comenzar el trabajo que me asignéis -dije, no sin cierto entusiasmo en mi voz-. Me encuentro restablecido de las heridas y de la operación, así que…
Drakyl se adelantó y me estrechó la mano con un vigor expresivo de su alegría. El profesor Yehmel hizo lo propio.
–Gracias, muchacho. La humanidad jamás olvidará tu contribución a la causa de su definitiva libertad -me dijo emocionado.
Momentos más tarde, me explicaban el ingenioso planteamiento del llamado Puente Sucesivo Estelar. La idea ya había sido puesta en práctica, pero a simple vista advertí varios graves inconvenientes.
El puente sucesivo estelar consistía en ir estableciendo una serie de etapas con navíos boya, a bordo de cada uno de los cuales se instalaba la puerta dos, y cuyo antecedente portaba la puerta uno, proyectando la consiguiente puerta dos de ese transportador al punto en el vacío elegido para situar el siguiente navío, cuyas piezas desmontadas tenían que recorrer la cadena sucesiva de puertas iniciadas en la cúpula.
El máximo inconveniente del sistema estribaba no sólo en el hecho del lento progreso relativo, sino en tener que mantener aquella sucesión de navíos en el espacio, naves que podrían ser de un valor infinito en el desembarco final que tendría que llevarse a cabo en Algorán.
Una idea mejor se me ocurrió, y tras madurarla consulté con el profesor Yehmel.
–¿Qué posibilidad hay de agrandar cada óvalo grisáceo, o puerta? – le pregunté de sopetón.
Me miró sorprendido.
–Pues, según los experimentos efectuados hasta ahora, el diámetro de la uno puede con facilidad sobrepasar los doscientos metros. Claro que eso redunda en perjuicio del diámetro dos, que se reduce hasta casi las proporciones del otro. ¿Por qué me haces esa pregunta?
–¡Magnífico! – exclamé, sin contestar directamente a la cuestión que su curiosidad le impelió a formularme-. Importa muy poco para mi propósito que la puerta sea oval o circular. Lo interesante es que tenga más de cien metros.
–No te entiendo, hermano Blanner -murmuró el científico.
–Verás, hermano profesor -dije entusiasmado-. Según lo que acabas de decirme se pueden ensanchar las puertas hasta permitir el paso por ellas, tanto en su entrada como en su salida, de un Starship completo, ¿verdad?
Asintió con la cabeza, todavía sin comprender el alcance de mis manifestaciones.
–Entonces, todo lo que hay que hacer es suspender el envío de piezas al espacio, que se acabe de montar la última de las naves en proceso y… aquí haremos las demás. Veinte, treinta, cincuenta o cien de ellas…
–¿Aquí?
–Naturalmente. Nuestros obreros especializados trabajarán mejor en pleno aire que en el vacío, embutidos en sus trajes espaciales.
Se me quedó mirando boquiabierto.
–¿Has perdido el juicio? Volando a la máxima velocidad, un Starship tardaría años en llegar a Algorán. Cuando llegase nuestra flota a la Galaxia Imperial, las tripulaciones habrían envejecido, si no fueran descubiertas y destruidas antes por los navíos del S.R.I. El hecho de lanzarnos a la rebelión ahora se ha debido única y exclusivamente a la posesión del transportador, que suple de manera rudimentaria los potentes motores y naves superlumínicas de que carecemos…
Corté aquel torrente de palabras con un gesto.
–Un momento, profesor Yehmel. No te precipites en tus juicios -dije, sonriendo-. Espera a conocer mi plan; entonces podrás ponerme cuantas objecciones consideres apropiadas.
Mi plan, expliqué, consistía en la instalación de los mecanismos más potentes creadores del transportador en uno de los Starship. Una vez hecho esto, utilizando el transportador de la cúpula, se enviarían los navíos montados en Hektor II a través de las puertas uno y dos al espacio exterior, donde el Starship provisto de los aparatos generadores en potencia del transportador tendrían instaladas las puertas propias uno y dos. Una vez los navíos salidos de la puerta correspondiente a la cúpula penetrasen por la perteneciente al transportador del navío nodriza, se encontrarían todos en el espacio, a seis años luz del planeta base. El último en pasar por dichas puertas sería el propio navío portador del transportador. La operación se repitiría a gran velocidad cuantas veces fuese necesario, hasta conseguir que toda la flota agrupada entrase en las regiones limítrofes de la Galaxia Imperial de Algorán.
Una vez allí, los navíos serían dispersados para el ataque conjunto por diversos sectores de dicha Galaxia, desde los que convergerían hacia el planeta sede del S.R.I.
Una vez al corriente de mi idea, el profesor Yehmel demostró su entusiasmo dándome unas palmadas amistosas en la espalda.
–Bien, muchacho -exclamó-. Magnífica idea, y factible además. Ahora mismo daremos las órdenes oportunas para proceder según tu concepto. ¿Quieres ayudarnos?
–¡Con mucho gusto! – exclamé.
Drakyl y los demás técnicos también acogieron mi idea con muestras de júbilo. Se decidió no tocar en absoluto a las cuadrillas que trabajaban ya en el último de los navíos puente. Se convino, pues, en recoger a aquellos hombres una vez el grueso de la flota hubiese alcanzado aquel lugar del espacio.
Mi idea, según corroboró Drakyl, tenía otra gran ventaja. Si el ataque fracasaba y nuestra flota quedaba destruida por las naves del Imperio, no destruirían en represalia inmediata los núcleos humanos del Laktor III y Hektor II y similares. Entre la derrota y el envío de una expedición investigadora y de castigo, transcurriría el tiempo suficiente para que los ánimos se calmaran y no se hiciese víctima de las represalias al grupo de mujeres y niños que no habían tenido más intervención que su parentesco con nosotros, los rebeldes.
En el transcurso de los cinco días siguientes, con el duplicador trabajando sin cesar, se construyó una cantidad de navíos verdaderamente increíble. La flota no se compuso, como yo había supuesto, de cien o de ciento cincuenta naves. Se logró construir y montar, duplicando también las cuadrillas de expertos, más de un millar de navíos.
La cifra exacta nunca llegué a conocerla. Lo único que recuerdo es que el profesor suspendió la fabricación de naves cuando se presentó el problema del adiestramiento de pilotos. Algunos de ellos, enseñados durante el transcurso de aquellos días por mi doble, Blanner Monk Dos, fueron centuplicados para dar abasto a la necesidad de personal experto. Sin embargo, pese al automatismo de los navíos tipo Starship hay operaciones de navegación que deben efectuarse personalmente, utilizando la pericia que se adquiere al cabo de largos meses de prácticas en la base de adiestramiento. Por ese motivo, según comprendí, los pilotos neófitos sólo servirían para gobernar la masa de naves una vez dentro de los límites de la Galaxia Imperial, para hacer lo que podría catalogarse como un alarde de fuerza que impresionase a los opresores y les hiciese rendir los mundos sin entablar combate.
Los navíos pilotados por neófitos difícilmente habrían podido tomar tierra sin sufrir algún accidente de graves consecuencias, dada la poca pericia de aquellos hombres en las maniobras necesarias. Por ello, las negociaciones o los aterrizajes superficiales en Algorán, si era necesario recurrir a tal cosa, los realizaríamos sólo dos navíos: el de mi hermano, Blanner Monk Dos, y el mío. Tanto él como yo éramos capaces de toda clase de maniobras, incluso en la atmósfera densa y terrestre de Algorán.
Así quedó establecido en el consejo de guerra que tuvo lugar momentos antes de la partida de la Flota. El profesor Yehmel y Drakyl, junto con mi fiel y querida Britta, embarcaron en mi nave. Holkist, regresado del espacio a toda prisa, quedó al mando del Starship transportador, cuya misión era efectuar la maniobra de instalación de las puertas movibles en el espacio.
La operación se efectuó con el mayor orden y sin incidentes. Cada una de las naves quedó, al fin, instalada en el interior de la Galaxia Imperial.
Fue allí cuando recibimos la mayor sorpresa de nuestra vida. Una sorpresa que estuvo a punto de causarnos la derrota total.