Capítulo 10
Hannah se alegró de coincidir con Emma y Katie en el salón de belleza. Era una tarde calurosa y el negocio había disminuido bastante después del fin de semana del cuatro de julio. Las tres mujeres habían aprovechado aquello para acudir a la peluquería.
A Katie le lavaban el pelo mientras Jeannie Potts le cortaba el suyo a Emma. Hannah iba de silla en silla, charlando con las dos mientras esperaba su turno.
—Tengo noticias para ti, Jeannie —comentó con una sonrisa—. Sean Fitzgerald ha venido esta mañana a la tienda a buscar un regalo para su madre y me ha dicho que Blaine Spencer estuvo anoche en su bar con Susan.
—¿Susan? —repitió Emma—. Yo creía que Blaine iba en serio con Judy.
—También lo creía Judy —musitó Jeannie, con ojos brillantes—. Y puedo aseguraros que no le gusta nada que él salga con Susan, pero el doctor Spencer no está preparado todavía para asentarse con nadie.
—Debería haber imaginado que lo sabrías —musitó Hannah—. Nadie sabe tanto como tú.
—Cierto —asintió Jeannie—, pero apuesto a que Sean no te ha dicho nada sobre el romance secreto de su primita con su viejo amante. Aunque tal vez no lo sepa aún. Es bastante secreto todavía.
No se molestó en revelar cómo se había enterado. Sus fuentes eran muchas y bien informadas.
—¿Qué prima? —preguntó Hannah—. Tiene muchas.
—Me refiero a cierta pelirroja atractiva.
—¿Maureen?
—Por supuesto —afirmó Jeannie—. ¿Recuerdas lo loca que estaba hace unos años por Preston Sedgwick de Charleston? Él consiguió llevársela a la cama en la primera cita y se pasaron prácticamente el año allí. Ella estaba segura de que se casarían, pero él regresó a Charleston y se casó con una joven de sociedad de allí. Maureen se quedó destrozada.
—No me digas que vuelve a salir con él —exclamó Hannah.
—Eso es precisamente lo que te digo.
Katie abandonó la silla del lavabo y fue a sentarse al lado de Emma.
—¿Qué es lo que dices, Jeannie? —sonrió.
—Maureen ha vuelto a acostarse con esa serpiente de Preston Sedgwick —anunció la peluquera. Movió la cabeza con desaprobación—. Al parecer, está separado de su esposa. ¡Pobre Maureen!
—¿Y por qué quiere volver a salir con un hombre que la trató tan mal? —preguntó Hannah en voz alta.
—Me han dicho que no hay llama más ardiente que una llama vieja —suspiró Jeannie.
Hannah se echó a reír.
—Sería más cierto decir que no hay llama más muerta y fría que una llama vieja.
Katie observó sus uñas con mucha atención.
—¿Crees que debería hacerme hoy la manicura, Jeannie? —preguntó.
La aludida miró sus manos.
—Desde luego, encanto —volvió de inmediato a la conversación—. La teoría de Hannah sobre las llamas viejas no sirve mucho, ya que la de ella es nueva y ardiente. ¿Cómo te va con el guapísimo Matt Granger?
La joven se ruborizó. No quería hablar allí de Matthew. Su relación era demasiado intensa y privada para hablar de ella con ligereza, en especial con Jeannie, que era la gaceta de Clover.
Pero cuando aquella mujer hacía una pregunta, era buena idea darle una respuesta.
—Lleva unos días en Pensacola —repuso—. Tenía algunos asuntos que atender allí.
Matthew no había entrado en detalles sobre su viaje y ella no lo había presionado. Si quería decírselo, lo haría a su tiempo.
—Debes echarlo mucho de menos —exclamó Jeannie—. Los dos habéis sido inseparables desde que te sacó de la cola del cine para llevarte a la playa.
Su mente se llenó de recuerdos excitantes. Matthew la había cortejado desde entonces y, como decía Jeannie, habían sido inseparables hasta que él se marchó a Pensacola.
Lo echaba mucho de menos. Los días sin él se le hacían eternos.
—¿Cuándo regresa, Hannah? —preguntó Emma.
—No estoy segura —repuso la joven, tratando de fingir que no le importaba no saberlo.
Sí le importaba. Matthew le había dicho que no sabía cuántos días estaría fuera y no la había llamado desde que se marchara.
La joven no esperaba en realidad que lo hiciera. Conocía la aversión de él al teléfono. Sabía que no llamaba a nadie si podía evitarlo. Cuando lo llamaban a él, hacía muecas y abreviaba la conversación todo lo posible. No, Matthew Granger no era un hombre que mantuviera un romance por teléfono.
Sonrió. Cada vez lo conocía mejor. Y estaba profundamente enamorada de él. ¡Si pudiera estar segura de que él también la amaba! Pero Matthew no había dicho ni una palabra sobre el tema.
No habían vuelto a hacer el amor. Hannah seguía resistiéndose. Esperaba no estar haciendo el tonto. Tal vez él quería hacerlo antes de decirle que la quería y ella estaba esperando a que se lo dijera antes de hacerlo.
—Bueno, espero que no haga como Preston Sedgwick y regrese tres años después esperando continuar donde lo dejó —comentó Jeannie—. Sólo estoy bromeando, Hannah. Ningún nombre te plantaría nunca a ti.
La joven resistió el impulso de tocar madera para conjurar el peligro que acababan de expresar las palabras de la esteticista. Ella también tenía ese miedo. Y no le ayudaba pensar que se había acostado con Matthew en su primera cita igual que había hecho Maureen con aquel odioso Preston.
—Hannah no volvería a aceptarlo si lo hiciera —intervino Emma—. Estoy de acuerdo con ella. Lo que ha terminado, ha terminado.
—A veces es difícil olvidar a un hombre —musitó Jeannie—. O quizá Maureen esté desesperada. Va a cumplir los treinta años y desea tener hijos. Para eso se necesita a un hombre, a menos que una quiera ir a un laboratorio y…
—¡Jeannie, por favor! No empieces otra vez con eso —intervino Hannah, con una mueca—. Hablemos del color del pelo. ¿Qué hace Alexandra Wyndham para conseguir ese tono oscuro?
—Ni idea —musitó la peluquera—. Alexandra Wyndham no se rebaja a venir aquí. Prefiere ir a los salones de Charleston. Y hablando de los Wyndham, Hannah, ¿es cierto que Justine rechazó a tu hermano Bay?
—Absolutamente cierto —replicó la joven.
No añadió que Bay seguía pasando mucho tiempo en casa de los Wyndham con Alexandra. Por primera vez en su vida, habría podido darle una noticia a la otra, pero se contuvo.
Jeannie volvió al tema de Maureen Fitzgerald, que parecía fascinarle.
—Apuesto a que a Maureen le gustaría tener más de un pretendiente como tú, Emma —dijo, animosa—. ¿Qué tal está el apuesto Michael?
—Si te refieres a Michael Flint, no tengo ni idea —replicó la joven, cortante.
Jeannie sonrió.
—Vamos. No disimules con nosotras. Todas sabemos que ese guapo capitán está loco por ti.
Emma pareció algo molesta por la insistencia de Jeannie. Hannah la comprendió muy bien.
—Estoy segura de que ella no piensa en él —dijo acudiendo en ayuda de su amiga—. Está demasiado ocupada con Kenneth Drake.
—El jugador de golf del club de campo —musitó Jeannie, decepcionada—. ¿Sigues saliendo con él, Emma?
—Puesto que tú estás al tanto de todo lo que ocurre en Clover, sabes que sí, Jeannie —dijo Hannah.
—Sí, lo sé —la esteticista frunció el ceño—. Pero siempre he pensado que Emma y Michael harían muy buena pareja. Y tienen mucho en común. El padre de Emma es capitán de barco de pasajeros como Michael. Y, desde luego, Drake no puede compararse físicamente con él.
—No nos has dicho por qué ha vuelto Preston Sedgwick a Clover —intervino Hannah, que veía a Emma a punto de gritar—. ¿Ha venido específicamente para ver a Maureen? ¿Y dónde para? ¿En casa de su tía como la última vez?
Estaba segura de que la mujer podría responder a sus preguntas. Y así fue, se lanzó en el acto a una narración detallada sobre el regreso de Preston a Clover. Emma lanzó a Hannah una mirada de agradecimiento.
Cuando terminó de cortarse el pelo, le cedió la silla a la otra.
—Si quieres esperarme, sólo tardaré unos minutos —le dijo Hannah—. Jeannie me va a cortar el pelo en seco y sólo quiero que lo recorte un centímetro.
—¿Sólo un centímetro? —preguntó la otra—. De acuerdo, como quieras.
—Te esperaré —asintió Emma.
—Ahora mismo empiezo contigo, Hannah —le prometió Jeannie—. Voy a mojar las uñas de Katie mientras espera. ¡Oh, Dios mío, Katie! Por poco se me olvida decírtelo. No te imaginas lo que me contaron ayer.
—No me lo imagino, así que dímelo —sonrió Katie.
—¡Luke Cassidy ha tenido un hijo!
Katie pareció quedarse paralizada. Pero fue solo un instante. Casi enseguida sonrió con placidez y murmuró:
—¡Qué bien! Oh, a propósito, quería preguntarte por el nuevo champú acondicionador que anuncian en la droguería…
—¿Ese espanto? No te atrevas a comprarlo. Más que champú, parece pegamento.
Jeannie se lanzó a una diatriba sobre el champú y no volvió a mencionar a Luke Cassidy o a su hijo.
Pero Hannah no había olvidado la mirada de Katie cuando oyó aquel nombre. Cuando salieron del salón de belleza, le murmuró a Emma:
—Katie salió con Luke Cassidy, ¿verdad?
La otra asintió.
—Se marchó del pueblo, creo. Me parece que no he oído a Katie mencionar su nombre desde entonces.
—Yo tampoco. Y, si tiene un hijo, eso quiere decir que hay otra mujer en su vida —frunció el ceño—. Me pregunto qué ocurriría entre ellos.
—Es obvio que Jeannie no lo sabe tampoco, o ya nos habríamos enterado todas —comentó Emma, con sequedad.
Fueron paseando hasta el restaurante mientras comentaban el caso de Maureen y Preston.
* * *
—Vaya, Hannah, estás muy nerviosa —observó su abuela, al verla pasear por la estancia—. ¿Te ha alterado la llamada de teléfono de Justine?
Hannah se mordió el labio inferior. Justine la había llamado antes de la cena para preguntarle si sabía algo de Matthew.
—Mi madre y yo llevamos dos días tratando de llamarlo, pero sólo sale el contestador —le explicó la muchacha—. Hemos dejado mensajes, pero no ha llamado en respuesta. Hoy ha contestado al teléfono una mujer y ha dicho que él no estaba. Pero, entonces, ¿qué hacía ella allí? ¿Sabes tú lo que pasa, Hannah?
La joven tragó saliva al recordar el nudo que se le puso en la garganta al oír las palabras de Justine. Aquella sensación de miedo no había hecho más que aumentar a lo largo de la tarde y se sentía a punto de explotar.
—Justine quería hablar con Matthew para decirle que los resultados de los análisis del A. D. N. habían llegado ya del laboratorio —repuso a su abuela—. Las pruebas muestran una probabilidad del 99,9 por cien de que Alexandra y Matthew sean madre e hijo. Eso se considera una certeza absoluta, tanto médica como legalmente.
—¿Y qué piensa hacer Alexandra con la información? —preguntó Lydia con curiosidad—. ¿Va a reconocer públicamente a su hijo?
—Justine no lo sabe. Dependerá en gran parte de lo que quiera Matthew.
—Me pregunto qué pensará Baylor —dijo Lydia con malicia—. Tiene a Alexandra en un pedestal y supongo que el enterarse de que tuvo un hijo con un Polk le sorprendería mucho.
—Creo que preferiría tener a Alexandra en su cama antes que en un pedestal —dijo la joven con rudeza—. A lo mejor la noticia lo anima a avanzar en esa dirección.
—La situación se vuelve más curiosa por momentos —sonrió su abuela—. ¿Te imaginas si tu hermanito se convierte también en tu suegro? Esto parece un culebrón.
—Eso suponiendo que yo me case con Matthew y Bay con Alexandra, abuela. ¿Crees que es muy probable?
—¿Bay y Alex? Dudoso. ¿Matthew y tú? Apostaría lo que fuera.
Hannah pensó que su abuela era mucho más optimista que ella.
—Matthew lleva cinco días fuera y no he tenido noticias de él desde que se marchó —dijo—. Su propia madre y su hermana no consiguen localizarlo tampoco. Por lo que sabemos, puede haber decidido olvidarnos a todos.
—Bueno, es una lástima que no llame, pero estoy segura de que volverá pronto.
—Apuesto a que la abuela de Maureen Fitzgerald le dijo lo mismo el día que se marchó Preston Sedgwick —murmuró—. Creo que voy a dar un paseo.
Miró una vez más por la ventana. Era una noche oscura y sin luna.
—Buena idea, querida. Esta noche estás llena de energía.
Hannah se puso un par de sandalias y se dirigió hacia la puerta. Su abuela lo llamaba energía, pero sabía que era más bien tensión nerviosa.
Se alejó de la casa siguiendo un sendero bien delimitado que conducía hacia el bosque. Aunque no solía pasear de noche, no tenía miedo. Sus pensamientos estaban demasiado ocupados por Matthew y por la terrible posibilidad de perderlo para asustarse de la oscuridad.
Llevaba unos diez minutos andando cuando oyó el ruido de un coche. Pensó que se trataría de sus padres o de Bay y continuó andando.
No mucho después, el brillo de unos faros iluminó el bosque. Hannah se sobresaltó. No solía haber tráfico en aquel camino. Era un sendero privado que no conducía a ninguna parte en concreto.
El ruido del coche se acercó más y más. Hannah salió del camino y se escondió detrás de unos árboles.
Vio detenerse una furgoneta y Matthew salió de ella.
—Sé que estás por aquí, pequeña —gritó—. ¿Piensas salir o vamos a jugar al escondite?
Hannah salió al camino con el corazón golpeándole en el pecho. Matthew estaba de pie al lado de su furgoneta, ataviado con los tejanos y la camiseta negros que llevaba la noche que lo conoció.
—Has vuelto —dijo, sintiéndose absurdamente tímida. Deseaba correr hacia él, pero se sentía pegada al suelo.
—Tu abuela me ha dicho que habías tomado este camino. ¿Qué diablos haces corriendo por el bosque a estas horas?
—Me gusta pasear por aquí de noche —mintió ella—. Es muy relajante.
—También es una estupidez. Y está a punto de llover. Sube al coche.
—No va a… —La interrumpió un trueno seguido de varias gotas de agua.
—En un minuto empezará a diluviar —predijo Matthew.
Abrió la puerta trasera de la furgoneta y subió al colchón de aire. Se sentó allí y le sonrió.
Hannah lo observó. Estaba encantada de que hubiera vuelto y furiosa de que hubiera aparecido sin decir una palabra y esperara que ella le diera la bienvenida.
—Tengo algo para ti —dijo él con voz seductora.
La joven se estremeció.
—Te apuesto a que adivino de qué se trata.
—No lo adivines. Ven a verlo.
Hubo un relámpago seguido de otro trueno y comenzó a llover con fuerza. Hannah saltó al interior de la furgoneta.
—La noche que nos conocimos también llovía —comentó Matthew—. Es simbólico, ¿no crees? —Cerró las puertas y la furgoneta quedó en penumbra, iluminada débilmente por la luz de los faros delanteros.
Hannah se arrodilló en el colchón y lo observó. La oleada de deseo que la embargó la hizo estremecerse.
—¿Simbólico de qué? —preguntó con voz trémula.
—No importa. Ya te lo contaré después —sus ojos oscuros brillaron en la penumbra—. Pero lo primero es lo primero. Y lo primero es que quiero que me digas lo mucho que te alegras de verme. Y después quiero que me lo demuestres.
Hannah tardó menos de un segundo en decidir que ella quería lo mismo.
—Me alegro mucho de verte, Matthew —dijo sin aliento.
Se acercó más a él, le puso las manos en los hombros y acercó sus labios a los de él.
Matthew la atrajo hacia sí de inmediato. La besó con pasión.
Hannah respondió en igual medida. Separó los labios y le recibió en el interior de su boca. Sentía la excitación de él contra su cuerpo.
—Es el mismo vestido que llevabas la noche de la playa —musitó el hombre. Le metió las manos bajo el vestido y le acarició los muslos—. El viento lo subió y llevo semanas soñando con lo que vi —le rozó las braguitas—. Quería hacer esto —dijo, bajándoselas.
La besó de nuevo y ella respondió con todo el amor y deseo que albergaba en su interior.
—Te quiero, Matthew —confesó, sin aliento—. No puedo seguir fingiendo que no es así. Tengo que decírtelo aunque tú no me quieras.
—Claro que te quiero —le bajó las hombreras del vestido y dejó sus pechos al descubierto—. Amo todo lo tuyo. Todo —le besó los pechos y ella dio un respingo y pronunció su nombre.
El vestido resbaló hacia abajo, dejándola desnuda en sus brazos, perdida en un sueño sensual. Se atrevió a colocar una mano sobre el miembro viril y Matthew puso una mano sobre la de ella y la miró a los ojos.
—Te amo, Hannah —murmuró—. No lo dudes nunca.
—¿Ni siquiera cuando desaparezcas cinco días y no me llames ni una vez para decirme si piensas volver? —Apretó la mano contra él.
Matthew gimió de placer.
—¿No hemos hablado ya de las llamadas telefónicas?
Hannah sonrió.
—Tal vez después de esta noche no tenga que preocuparme por eso. Tal vez me sienta lo bastante segura para llamarte yo, puesto que yo no siento aversión al teléfono.
—Te prometo que después de esta noche estarás completamente segura de que estoy verdaderamente…
La joven posó sus muslos desnudos sobre los de él.
—No digas atrapado —susurró.
Matthew le acarició los muslos hasta llegar a su punto de unión.
—No se me ocurriría nunca. Iba a decir que estoy verdaderamente enamorado de ti.
Se besaron y acariciaron con ansia. Hannah, que se sentía mareada y delirante de deseo, lo observó desnudarse con rapidez. Se tumbó luego a su lado y momentos después estaba dentro de ella.
La joven se arqueó bajo él, sujetándolo en lo más profundo de su interior y disfrutando de su unión. Eran un solo ser, unidos en cuerpo, alma y espíritu.
—Te amo, Matthew —gritó, en el momento del clímax.
—Eres mía, preciosa —repuso él, antes de dejarse arrastrar por el éxtasis—. Mía para siempre.
* * *
Yacieron juntos largo rato después, desnudos y relajados, escuchando el sonido de la lluvia contra el techo de la furgoneta.
—Ha sido mejor que ninguna fantasía que haya tenido nunca —dijo ella, con un suspiro de satisfacción.
Matthew le besó la sien.
—Me alegro, preciosa —enarcó las cejas—. Espero no tener que esperar tanto para repetirlo.
—De eso nada. Yo también quiero repetirlo —levantó la cabeza para mirarlo—. ¿Entiendes por qué quería que aprendiéramos a conocernos antes de… antes de…?
—Lo entiendo —sonrió él. Se incorporó sobre un codo—. Y ahora, tengo algo para ti.
Hannah lo acarició con dedos juguetones.
—Creí que ya me lo habías dado.
—Compórtese, señorita Farley. He ensayado esta escena y no permitiré que me la estropees.
Le tomó la mano izquierda y le colocó un anillo de diamantes en el dedo anular.
Hannah abrió mucho los ojos. Miró el anillo y a Matthew.
—Era de mi madre verdadera, la mujer que me crió —dijo él con suavidad—. Sé que ella te habría querido mucho —respiró hondo—. ¿Quieres casarte conmigo, Hannah?
—¡Oh, sí! ¡Sí, Matthew! —La joven lo abrazó con lágrimas en los ojos.
El hombre la apretó contra sí como si no quisiera soltarla nunca; la besó en la boca con pasión y ternura para sellar su compromiso.
La intensidad emocional de su abrazo suscitó de nuevo su deseo y volvieron a amarse con urgencia, en una unión que los vinculaba para siempre.
Mucho más tarde, después de vestirse, afrontaron la perspectiva de pasar la noche en camas distintas de casas distintas y decidieron que no podían soportar la idea de separarse aquella noche.
—Diré a mi abuela y a mis padres que voy a pasar la noche con Katie Jones —comentó ella, cuando puso en marcha la furgoneta.
Matthew sonrió.
—Y tu abuela, por supuesto, adivinará la verdad.
—Por supuesto. Y le diré que nos hemos prometido. Le encantará. Ya sabes lo mucho que le gustas.
—Lo sé. ¿Cómo se lo tomará el resto de tu familia?
Hannah frunció el ceño.
—Probablemente les dará mucho miedo publicar el anuncio del compromiso en el periódico. Mamá me advertirá que la ruptura de otro compromiso conllevará una humillación fatal para los Farley y papá dirá…
—Les aseguraremos que este compromiso no se romperá —dijo él con firmeza.
—Desde luego que no. —Hannah le colocó una mano sobre el muslo—. Porque por primera vez en mi vida estoy locamente enamorada de mi prometido. Y esta vez me he comprometido con razón.
—Ya era hora —gruñó Matthew—. Tu historial es suficiente para hacer que un hombre quiera saltarse el compromiso y casarse cuanto antes.
—Me casaré contigo cuando quieras y donde quieras. Si quieres que nos fuguemos esta noche, estoy dispuesta.
Pararon en un semáforo y Matthew se inclinó a besarla.
—Lo sé, preciosa. Pero quiero que tengas la boda que tu familia ha querido darte siempre. No quiero que te prives de nada.
—Tendremos fiesta de compromiso y despedidas de solteros.
—Exacto —la luz se puso verde y pisó el acelerador—. ¿Sabes? Yo no soy el único valiente al comprometerme contigo —dijo con ligereza—. Tú tienes mucho coraje al casarte con un Polk. Si alguna vez hago pública mi identidad, la vergüenza también te alcanzará a ti.
—Si alguna vez haces pública tu identidad, estaré orgullosa de ser la esposa del hijo de Jesse Polk.
—No olvides que también serás la nuera de Alexandra Wyndham —se burló él.
—La primera vez que un Farley se casa con un Wyndham en los tres últimos siglos —sonrió ella—. Si lo hacemos público, Bay se pondrá inconsolable.
Los dos se echaron a reír.
Cuando Katie los vio en la puerta de la posada, iban tomados de la mano. La joven les hizo pasar a la sala de estar.
—Os he oído fuera —dijo—. Es agradable tenerte de vuelta, Matthew —sonrió—. Y ya veo que Hannah se alegra de verte.
—¡Mira, Katie! —La joven le mostró su anillo impulsivamente.
El rostro de su amiga se iluminó.
—¡Os habéis prometido! ¡Qué maravilla! —Abrazó primero a Hannah y luego a Matthew—. Me alegro mucho por los dos. Casi me siento como una casamentera, después de todo, os conocisteis aquí.
—Donde la señorita Farley no tardó en decidir que no era trigo limpio —les recordó él.
Hannah sonrió.
—¡Vaya una noche! Tú bajaste furioso en mitad de la fiesta de Abby y Ben porque había goteras en tu cuarto.
—No me lo recuerdes —gimió Katie—. He arreglado el tejado, pero todavía tengo miedo de que no resista una tormenta —un trueno sonó en aquel momento en la distancia—. Me parece que lo averiguaremos esta noche.
—Katie, hay algo que quiero pedirte —dijo Hannah—. Y espero que aceptes. ¿Quieres ser una de mis damas de honor? No sé cuándo será la boda, probablemente en el otoño y, desde luego, antes de Navidad. ¿Aceptas, Katie? ¡Por favor!
—Me encantará —repuso su amiga—. Gracias por pedírmelo.
—Me alegro de que lo hayáis arreglado. —Matthew le pasó el brazo a Hannah por los hombros—. Vámonos arriba, pequeña.
—Sí, amor mío.
El hombre la tomó en brazos y la transportó escaleras arriba.
Katie se dejó caer en el sofá y miró al frente. Unas lágrimas rodaron por sus mejillas y, poco después, lloraba con ganas.
Hannah entró en la estancia un segundo después.
—Katie, odio tener que molestarte, pero necesito… —Vio las lágrimas de su amiga y se interrumpió—. ¿Qué te pasa? —preguntó, sentándose a su lado.
—Nada —trató de sonreír la otra.
—Katie… ¿se trata de Luke?
—¿Luke?
—Luke Cassidy —aclaró Hannah.
—Eso ocurrió hace mucho tiempo —dijo Katie con sencillez—. Yo no lloraría por él a estas alturas. Sólo me sentía algo… sentimental. Abby y tú os casáis y yo seré dama de honor de las dos. Supongo que me he emocionado.
Hannah la miró con incredulidad, pero no la contradijo.
—Bueno, si alguna vez quieres hablar de Luke…
—No quiero —le aseguró Katie. Se puso en pie—. ¿Qué es lo que necesitabas?
Hannah nombró unos cuantos artículos personales, que Katie se apresuró a darle. Luego corrió a la habitación 206. Matthew ya estaba en la cama.
—Cierra la puerta y ven aquí —ordenó con voz seductora.
Hannah obedeció. Se sentó en el borde de la cama.
—He adivinado lo que querías dar a entender al decir que era simbólico que hoy estuviera lloviendo como el día en que nos conocimos.
—Eres muy lista, preciosa. Suponía que lo adivinarías —comenzó a desnudarla.
—Hoy has vuelto de Pensacola con intención de pedirme que me casara contigo.
Matthew la besó.
—Muy lista.
La joven se metió en la cama con él.
—¿Quién era la mujer que le dijo a Justine que no estabas en casa? —preguntó.
—Probablemente la agente de la inmobiliaria. He puesto el apartamento en venta y lo tengo todo en marcha para trasladarme a Clover. Tengo otra cosa para ti en mi maleta, pero te la daré mañana. Es la muñeca antigua de mi madre. Puedes quedártela o venderla en la tienda.
—¡Yo jamás vendería la muñeca de tu madre! —lo riñó Hannah—. Tendrá un lugar de honor en nuestra casa y no le dejaré a Eden Lydia que la toque. Tendrá otras muñecas para jugar.
—¿Quién es Eden Lydia?
—Nuestra hija. Así es como quiero que se llame: Eden Lydia Granger. Y nuestro hijo se llamará Jesse Galen. Tú puedes ponerle el nombre al tercero.
—Da la impresión de que has pensado mucho en ello, Hannah Raye. Estabas muy segura de mí, ¿verdad?
—Y tú debías estar muy seguro de mí para poner en venta tu apartamento y arreglarlo todo para mudarte a Clover sin ni siquiera haberte molestado en llamarme en cinco días.
—Sí, creo que lo estaba. Ahora bésame.
—¿Quieres que te demuestre que nuestro compromiso no es un acuerdo insípido y asexuado?
—Todos los días de la semana, pequeña.
FIN