Capítulo 11
-Por fin están tocando algo decente.
Sterling Foster permanecía en la terraza, observando bailar a la pareja a través de las ventanas. Estaba escondido detrás de los arbustos que bordeaban uno de los extremos de la casa. A su lado estaba Kate Fortune que, aunque su familia no lo supiera, estaba perfectamente viva. Kate había sobrevivido al accidente de avión, pero había decidido ser dada por muerta durante algún tiempo. El accidente de avión tenía todos los indicios de haberse producido por un sabotaje y tanto Kate como Sterling creían que, hasta que no se descubriera quién había sido el responsable, Kate estaba más a salvo muerta que viva.
—Hacen una pareja encantadora, ¿verdad, Sterling? Nunca había visto a Michael mirando a una mujer de esa forma. Está enamorado, Sterling. Y yo estoy encantada.
—Desgraciadamente, tu nieto es un burro.
—Eso no es justo, Sterling —lo regañó Kate—. Mike es extremadamente brillante y…
—Oh, es un genio para los negocios, pero en lo relativo a mujeres, no es capaz de diferenciar entre la escoria y el oro. Sé que tienes muchas esperanzas puestas en esta pareja, pero tendrás que prepararte para sufrir una decepción, Kate, porque no creo que eso vaya suceder. Al menos mientras continúe cerniéndose ese contrato entre ellos.
Kate suspiró.
—Por lo que me has dicho, tengo que reconocer que el contrato que Mike te hizo redactar quizá sea insultante…
—No, quizá no. Es profundamente insultante. Si lo hubieras leído… Es todo un ejemplo de desconfianza y cinismo y, si yo hubiera sido Julia, jamás lo habría firmado. Pero, por supuesto, ella no tuvo otra opción porque se está haciendo cargo del cuidado de su pobre hermana.
—Me comentaste que habías ido a ese centro de rehabilitación a comprobar cómo estaba la situación —le recordó Kate—. ¿No pretendías comprobar si su historia era cierta? Y eres tú el que acusa a Mike de ser cínico y desconfiado…
—Como abogado, tengo que hacer mi trabajo —se defendió Sterling—. Y he podido comprobar que todo lo que dijo Julia es cierto. Su hermana pequeña se rompió prácticamente todos los huesos en ese accidente de coche. Depende únicamente de Julia, que está removiendo cielo y tierra para proporcionarle los mejores cuidados. El personal del hospital no podía haber hablado mejor de la entrega de Julia hacia su hermana.
—Pobres chicas, con lo jóvenes que son, han tenido que sufrir una gran tragedia —musitó Kate—. Decididamente, Julia es una mujer fuerte y encantadora. La mujer perfecta para mi nieto.
—Es un auténtico ángel, pero Michael la trata como si fuera una sórdida combinación de su madre y Delilah De Silva. Quizá con el tiempo se dé cuenta de lo que vale Julia. Quizá incluso admita que la ama, pero ya será demasiado tarde. Además de todas las cualidades que has mencionado, Julia también es muy orgullosa y no permitirá que nadie la maltrate.
—¿Pero qué ocurriría si ella estuviera enamorada de él, Sterling?
—A veces el amor no es suficiente, Kate. Estoy de acuerdo en que Julia podría ser lo mejor que le ha pasado a Mike, pero él se está comportando como un misógino receloso y no creo que ella pueda…
—Tienes una muy pobre opinión sobre Michael. —Kate frunció el ceño—. Pero yo pienso que a pesar del daño que le hizo el divorcio de sus padres y la actitud de Sheila, Mike tiene mucho amor que dar y…
—Éstas leyendo demasiadas novelas, Kate. Michael es un hombre amargado y es muy poco probable que sea redimido por el verdadero amor.
—No pienso oír otra palabra negativa sobre mi nieto, Sterling. —Kate se cruzó de brazos y miró hacia Michael y Julia.
Continuaban bailando muy muy pegados, y Kate observó con deleite que Julia rodeaba el cuello de Michael con los brazos, proporcionando a sus cuerpos incluso más intimidad.
—Creo que este compromiso va a hacerse real antes de que te des cuenta y Mike te pedirá que rompas ese contrato. Estoy segura —añadió con una determinación que Sterling conocía perfectamente.
—Nada me gustaría más, pero…
—Nada de peros. Los dos… Oh. —Kate se escondió rápidamente—. Creo que Michael me ha visto.
—¿Qué? Dios mío, Kate, te advertí que no vinieras esta noche, que corríamos el riesgo de que alguien te viera, ¿pero me hiciste caso? ¡No!
—Calla, Sterling, y tranquilízate. Estás empezando a ponerte rojo y no te sienta bien.
—¡Tienes que irte de aquí ahora mismo, Kate! —Sterling la agarró del brazo y corrió con ella entre los arbustos, procurando alejarse de las ventanas.
—¡No seas tan exagerado, Sterling! Y me alegro de haber venido esta noche. Ha merecido la pena correr el riesgo. Y espero equivocarme y que Michael no me haya visto. Si ha sido así, sólo el cielo sabe lo que puede estar pensando.
En el interior del salón, Michael permanecía visiblemente asombrado y completamente quieto. Otras parejas continuaban bailando y, hasta segundos antes, también lo estaba haciendo él… ¡Hasta que había visto el rostro de su abuela en la ventana!
—Michael, ¿qué te ocurre? —le preguntó Julia con voz ronca.
Continuaba rodeándole el cuello con los brazos. Los había puesto allí a petición del propio Michael que, en cuanto había empezado a bailar con Julia, había olvidado su malhumor. Estaba cansado de luchar, cansado de desearla y no tenerla. Y estar tan cerca de ella había resultado paradójicamente tranquilizante y excitante al mismo tiempo. Estimulante y relajante… Pero de pronto había visto a su abuela en la ventana. Observándolo mientras bailaba con Julia.
—Michael, ¿estás bien? —Julia se separó ligeramente de él y lo miró.
—¿Tengo el aspecto de haber visto un fantasma? —Michael se pasó la mano por el pelo y sacudió la cabeza—. Creo que he bebido más de lo que pensaba.
—Has bebido varias copas de champaña, y muy rápido además —murmuró Julia—. ¿Estás mareado?
—No, mareado no. Tengo la sensación de haberme vuelto loco —tragó saliva—. Me ha parecido ver a mi abuela en la ventana.
Por lo menos Julia no lo miraba como si hubiera perdido el juicio.
—Todavía no has superado la pérdida de tu abuela y la banda estaba tocando una canción que te recuerda a tus abuelos. Además has bebido mucho…
—No estoy borracho… Bueno, quizá un poco —volvió a mirar a la ventana para ver si continuaba allí su abuela, pero, por supuesto, ya no la vio.
Una repentina oleada de tristeza lo invadió. Segundos antes, había visto a su abuela sonriéndole, y parecía muy complacida mientras los miraba. Michael pensó en lo que habría pasado si su abuela hubiera estado viva y hubiera podido asistir a aquella fiesta. Era una mujer tan enérgica, tan entusiasta. Cuánto la echaba de menos.
Julia apartó las manos de su cuello, se cruzó de brazos y observó atentamente a Michael.
—Creo que deberías comer algo. Y tomarte un café.
—No, ahora no —sacudió la cabeza. Estaba demasiado afectado como para pensar en algo tan mundano como la comida—. No puedo seguir aquí, Julia. Necesito un poco de tranquilidad. Hay demasiada gente, demasiado ruido. Vámonos —la agarró de la mano y salió con ella del salón.
Julia pensó al principio que se dirigían hacia la terraza. El frío del otoño seguramente lo ayudaría a despejar la cabeza. Sin embargo, Michael la condujo hacia una enorme escalera.
Comenzó a subir, pero de pronto se tambaleó. Julia se acercó instintivamente y lo abrazó para sujetarlo.
—Me gustaría que fuera verdad, Julia. Ojalá hubiera estado mi abuela asomada a esa ventana…
Julia vio el dolor que reflejan sus ojos y su corazón se estremeció por él. Ella sabía demasiado bien lo que era perder a un ser querido.
—Quizá la hayas visto de verdad. Quizá esté aquí en espíritu y tú has sido capaz de verla. La…
—Si mi abuela hubiera decidido aparecer convertida en fantasma, te aseguro que no se habría limitado a asomarse a una ventana. Conociéndola, estoy convencido de que habría hecho algo espectacular, como tirar platos por el aire o algo parecido. Tenía un gran sentido del humor —sonrió, aferrándose a los buenos recuerdos.
Llegaron al final de la escalera y caminaron por un largo pasillo.
—¿Sabes adonde vamos? —le preguntó Julia.
—Sí, a la habitación que utilizo cuando me quedo a dormir aquí —la condujo hacia un dormitorio pequeño, decorado en tonos azules, verdes y amarillos.
Julia cruzó la habitación para encender la luz de la mesilla de noche. Mientras lo hacía, Michael cerró la puerta tras él.
—¿Sabes? Al ver a la abuela esta noche, o al creer que la he visto —se corrigió rápidamente— he recordado algo más. Una de las cosas más importantes sobre ella, algo que mi abuela intentó infundirnos a todos y cada uno de nosotros.
—¿Y qué es? —le preguntó Julia con delicadeza.
—La forma en la que hacía que las cosas sucedieran. Cuando mi abuela quería algo, iba por ello. No permitía que las dudas o los miedos la detuvieran. Si hubiera estado aquí esta noche, me habría dicho: «Mike, ya sabes lo que quieres, así que ve a por ello».
—No creo que hubiera tenido ninguna queja sobre ti en ese aspecto —le aseguró Julia—. Tú has seguido su ejemplo y eres un ejecutivo de primera.
—Sé que te sorprenderá, pero no estoy hablando de negocios. —Michael se sentó en la cama y se quitó los zapatos—. Ni siquiera estaba pensando en ello.
Julia asintió, pero estaba mirando el teléfono que había en la mesilla de noche. La champaña le había desatado la lengua a Michael, pero era mejor que se tumbara y durmiera.
—Mientras te tumbas, voy a llamar a un taxi para que me lleve a casa. Esperaré a que te duermas. Esta noche hay tanta gente que no creo que nadie se dé cuenta de que hemos abandonado la fiesta.
—Considero esta fiesta como un acontecimiento en el que mi presencia es completamente superflua, además de una pérdida de tiempo. —Michael se quitó la chaqueta y comenzó a aflojarse el nudo de la corbata.
Los calcetines y el cinturón los siguieron. Julia alargó entonces la mano hacia el teléfono.
—¿Tengo que pedir línea como en un hotel o…? ¡Ay!
Michael le quitó el auricular de la mano y lo dejó de nuevo en su lugar.
—No te vayas Julia —le dijo con voz ronca. Julia abrió los ojos como platos. Michael estaba empezando a desabrocharse la camisa.
—Michael, de verdad no pienso que…
—Estupendo. Porque yo también estoy harto de pensar. Voy a volverme loco de tanto pensar —le tomó ambas manos y la colocó entre sus piernas—. Hagamos un trato. No pensemos más.
—¿Un trato? ¿Deberíamos llamar a Sterling para que redacte un documento y lo hagamos oficial? —Intentaba mantener un tono divertido, pero el corazón le latía a toda velocidad.
—Olvídate de Sterling. Olvídate de todo, salvo de nosotros dos.
Sintió el calor de sus piernas contra ella y un estremecimiento atravesó su cuerpo. Michael la abrazó y Julia se retorció ligeramente. No lo suficiente como para liberarse. Ni tampoco lo bastante como para persuadirlo de que quería que la soltara. Admitió para sí misma que no quería separarse de Michael.
—Por favor, Julia. —Michael la estrechó contra él y buscó con los labios su cuello.
Julia sabía lo que Michael deseaba. Lo miró, dejándose arrastrar por el poderoso deseo que reflejaban sus ojos. El problema era que ella quería lo mismo y no sabía qué hacer al respecto.
—No estás borracho —musitó—. Y no vas a desmayarte.
—¿Eso es lo que te has dicho cuando has subido conmigo? ¿Que estabas ayudando a un borracho indefenso? —Le rozó los labios—. La noble y leal Julia.
Inclinó la cabeza y la besó con tal meticulosidad que la dejó sin respiración. Julia posó la mano en su pecho. En su pecho desnudo. Sintió el calor de su piel y la aspereza del vello oscuro que cubría sus músculos. Descubrió sus pezones y los dibujó suavemente con los dedos, impulsada por una sensual y salvaje curiosidad. En aquel momento deseaba explorar todos y cada uno de los rincones de su cuerpo.
Michael gimió y volvió a besarla otra vez. En aquella ocasión fue un beso maravilloso, rebosante de dulzura y pasión. Michael deslizaba las manos por su espalda, muy lentamente. Y Julia deseó sentir sus manos sobre su piel desnuda.
Como si le hubiera leído el pensamiento, Michael le desabrochó el vestido y se lo deslizó por los hombros. Besó entonces el hueco de su cuello, siguió la delicada línea de su clavícula y bajó hasta la curva de sus senos.
Julia gimió suavemente mientras él posaba la boca sobre el sujetador, también de color rojo. Con la punta de la lengua acarició el pezón, rodeándolo hasta hacer gemir a Julia de incontenible placer.
Cuando Julia volvió a abrir los ojos, estaban los dos tumbados en la cama, prácticamente desnudos. Ella sólo llevaba puesta la ropa interior y las medias; él únicamente los calzoncillos. La cabeza le daba vueltas con una fiera y vertiginosa excitación. Estaba tan absorta en el placer de las caricias y los besos, que apenas se acordaba de haberse desprendido de la mayor parte de su ropa. Todo le parecía tan natural, tan normal. Estar allí con Michael, besándolo, acariciándolo…
—Eres tan hermosa —susurró Michael. Posó las manos sobre sus senos, miró fijamente la lechosa suavidad que llenaba sus palmas y rozó los rosados pezones con el pulgar.
Julia dejó escapar un gemido ahogado, se arqueó contra él y movió las manos por sus hombros desnudos, aprendiendo la textura de sus músculos, el calor de su piel. Haciendo gala de una audacia impropia de ella, descendió por su pecho hasta su vientre, siguiendo el camino que marcaba su vello.
Michael sentía el delicado roce de su mano y veía cómo todos sus intentos de controlarse comenzaban a hacerse estragos. Sus emociones se imponían a su razón. Por fin estaban juntos. Por fin podía verla, tocarla, acariciarla tal y como había deseado verla y tocarla durante toda una vida…
Posó la mano lentamente sobre su vientre. Exploraba su ombligo con el pulgar mientras el resto de sus dedos descansaba en el inicio de sus bragas. Julia contuvo la respiración. Esperaba, desesperadamente, que Michael continuara bajando la mano. Y lo deseaba con una urgencia que la estremecía.
—Así que hoy has optado por un solo color —dijo con voz ronca, jugueteando con el inicio de sus medias—. Todo va a juego con la sortija.
—Yo misma me he comprado la lencería. —Julia se sonrojó violentamente. Estaba segura de que en aquel momento hasta su piel había adquirido el mismo tono—. Ya me pareció mal que me compraras el vestido, pero no habría estado bien que pagaras…
—A mí me apetece comprarte cosas —le dijo—. Quiero que tengas cosas bonitas. Quiero darte todo lo que quieras.
—Oh, Michael —los ojos se le llenaron de lágrimas de emoción—. Sólo te quiero a ti…
Porque estaba enamorada de él. Julia lo comprendió en aquel momento. Deseaba poder decírselo. Quería hacerlo. Pero conociendo a Michael como lo conocía, sabía que él no querría oírlo. Era demasiado pronto. Sabía que se sentiría agobiado por su amor, atrapado por él. De modo que lo único que podía hacer era demostrárselo. Los hechos siempre eran más elocuentes que las palabras. Lo besó, expresándole en su beso todo lo que no se atrevía a confesarle.
Michael deslizó la mano por el interior de sus bragas. Julia se estremeció al sentir que sus dedos acariciaban el vello que cubría su sexo y continuaban descendiendo. Aunque la avergonzaba que Michael la encontrara húmeda y dispuesta para el amor, se retorcía contra su mano mientras él la estrechaba contra los pliegues de su feminidad, buscando sus más secretos y sensibles rincones. Y gemía de placer ante la exquisita presión de sus dedos.
—¡Michael, por favor! —susurró. No sabía si le estaba pidiendo que detuviera aquel delicioso tormento o si le estaba suplicando que no lo hiciera.
Michael la besó. Hundió la lengua en su boca al mismo tiempo que deslizaba los dedos en el interior de su feminidad. El corazón de Julia irradiaba una tensión, un calor, que se extendía por todo su cuerpo. La joven nunca había sentido nada parecido. Era como si en su interior se estuviera desatando una tormenta de fuerzas tempestuosas. Y, de pronto, se produjo un estallido de fuego líquido. Explotó dentro de ella un placer tan fascinante que lo único que pudo hacer fue aferrarse a Michael mientras su cuerpo palpitaba mecido en aquellas oleadas de embeleso.
Michael la estrechaba con fuerza, acunándola posesivamente entre sus brazos. Besaba su frente, sus mejillas, su cuello. El placer la sacudía una y otra vez, como si se hubiera desatado una sensación en cadena. Al final, Julia se relajó, flácida y débil contra él. Cerró los ojos y los abrió lentamente, hasta encontrarse con los penetrantes ojos azules de Michael.
Julia contuvo la respiración. ¡Había estado mirándola! Ella siempre había sido tan reservada que no se imaginaba capaz de una respuesta tan salvaje… Y Michael lo había estado viendo todo.
—Oh, Dios mío —volvió la cabeza—. Nunca me había pasado nada igual… No sé qué decir.
—No tienes que decir nada, cariño. Y no tienes por qué avergonzarte —la abrazó con fuerza. Se sentía como si estuviera en la cumbre del mundo. La tomó por la barbilla y le hizo alzar la cabeza—. Ha sido maravilloso verte, cariño. Eres tan sexy, tan apasionada… —deslizó la mano entre sus piernas con una ardiente caricia.
Julia sintió que comenzaba a quitarle las medias y, aunque parecía absurdo que pudiera sentir vergüenza después de que Michael hubiera presenciado su orgasmo, se sentía expuesta y vulnerable mientras él terminaba de desnudarla.
El cuerpo de Michael palpitaba de deseo.
—No puedo esperar ni un segundo más, cariño —aun así, fue capaz de esperar el tiempo suficiente para ponerse un preservativo que sacó del cajón de la mesilla de noche.
Julia lo observaba atentamente, demasiado intrigada para desviar la mirada. ¿Debería comentarle a Michael que él iba a ser su primer amante? Estaba segura de que ella no era la primera mujer con la que Michael hacía el amor. Cada uno de sus gestos revelaba una gran experiencia.
Julia tomó una decisión mientras le abría los brazos a Michael, permitiéndole el acceso a su cuerpo. Lo amaba y aquella noche ella no era la vulgar Julia Chandler, sino la protagonista de un moderno cuento de hadas que por fin tenía la oportunidad de expresarle su amor al hombre del que estaba enamorada.
—No quiero esperar más, Michael —susurró—. Ven ya, por favor.
No tuvo que pedírselo dos veces. Michael comenzó a llenarla lentamente al tiempo que le alzaba las caderas para permitir que su cuerpo se encontrara con su fuerte y firme embestida. Julia tomó aire, obligándose a relajarse. La intimidad que compartían era tan física, tan elemental, tan diferente a todo lo que había experimentado hasta entonces… No podía imaginarse aquella unión, aquella entrega con nadie que no fuera Michael, el hombre al que amaba.
Y aunque no creía posible que Michael pudiera elevar su deseo al nivel que lo había hecho la vez anterior, pronto comprendió lo equivocada que estaba. Sus caricias lentas y profundas pronto reavivaron su pasión. Michael marcaba el ritmo con el que iban bañándola olas de constante placer hasta que una explosión de éxtasis y deseo la sacudió.
Escalaron juntos las ardientes cumbres de la pasión y alcanzaron la cima para terminar flotando en un mundo íntimo y relajante con una total sensación de paz y satisfacción.
Tiempo después, Julia oyó la respiración acompasada de Michael y supo que se había dormido. No le importó. Ella tampoco tenía ganas de conversación. Asomó a sus labios una pequeña sonrisa.
Aquella noche era especial y no le hacían falta concienzudos análisis. Aquella noche, Michael y ella eran amantes y Julia sabía que, ocurriera lo que ocurriera, jamás se arrepentiría de lo que había hecho. De lo que Michael y ella habían compartido.