Capítulo 10
-Esto es como intentar cancelar el día de Acción de Gracias —se quejó Michael mientras caminaba nervioso por el despacho—. Nunca había visto a mi tía y a Bárbara tan decididas. La fiesta será el viernes por la noche, un día antes de Halloween.
—En ese caso, supongo que tendremos que ir.
Julia estaba sentada en el escritorio de Michael, y la joven agradecía que éste hubiera dejado la silla vacía. Sus zapatos nuevos, de tacón alto, no animaban a permanecer de pie durante mucho tiempo. Julia volvió a preguntarse por qué habría permitido que Kristina la convenciera de que se los comprara, y por qué había renunciado a sus cómodos mocasines en favor de aquel calzado.
Habían pasado dos semanas desde que habían anunciado su falso compromiso. Al principio, Julia no era consciente de que la posición de prometida de Michael Fortune implicaría un cambio de imagen. Pero, según Kristina, era inevitable.
—Julia, necesitas ponerte algo… ¿Cómo podría decirlo sin herir tus sentimientos? De acuerdo, seré franca: algo menos aburrido —le había comentado Kristina el quinto día de su compromiso.
—Mi ropa no tiene nada de malo —había contestado ella a la defensiva.
—Julia, tu ropa no tendría nada de malo si tuvieras cincuenta años —había replicado Kristina—. No, perdón, estoy siendo injusta con tía Erica y con mi madre, que andan ya por los cincuenta y no se pondrían esa ropa ni muertas. Tu ropa sería perfecta si tuvieras sesenta y cinco años y fueras monja.
Julia soltó una carcajada. Siempre le divertía la tendencia de Kristina a exagerar.
—De acuerdo, acepto que mi ropa de trabajo es un poco aburrida, pero creo que es apropiada para venir a la oficina. Pregúntale a Michael lo que opina de las secretarias que vienen a trabajar con minifaldas y tops.
—Yo creo que a Michael le encantaría verte correr a su alrededor con una minifalda. ¿A qué hombre le puede gustar que su prometida se vista como si tuviera sesenta y cinco años?
—Yo no soy su prometida. Nuestro compromiso es falso, ¿recuerdas?
—Sin embargo —había terciado Michael, sorprendiéndola—. Kristina tiene razón. Sólo hay cinco personas que sepan que nuestro compromiso no es real, de modo que deberías vestirte como si fueras mi prometida. Y mi prometida llevaría ropa mas… —se interrumpió de pronto.
—¡Más sexy! —había exclamado Kristina—. ¿Y quién puede culpar a Mike por querer que saques lo mejor de ti misma, Julia? Tienes una cara preciosa y un cuerpo magnífico. Vamos, Julia, nos vamos de compras.
—¡Claro que no! No necesito más ropa, tengo un armario lleno.
—Pues creo que ha llegado la hora de revisar tu armario, Julia. —Michael había sacado una tarjeta de crédito de la cartera y se la había tendido a su hermana—. Kristina, llévatela de compras.
Sentada aquella tarde en la silla de Michael y observando su irritación por la fiesta de compromiso, Julia miró su nuevo traje verde de dos piezas, uno de los tres modelos más caros y elegantes que había tenido en su vida. Los tres eran de un estilo similar, con las chaquetas ligeramente ajustadas y la falda corta, el tipo de trajes que aparecían en los catálogos presentados por modelos que no habían ido a una oficina en su vida.
Aunque Kristina había insistido en que se los comprara, además de tres pares de zapatos a juego, Julia sabía que no eran los más adecuados para una mujer trabajadora. Especialmente para una mujer que trabajaba para Michael Fortune.
Sin embargo, Michael había sido todo cumplidos y entusiasmo y la había animado a comprarse más. Julia había declinado rápidamente la oferta. Era evidente que Michael tenía criterios diferentes para su prometida, aunque fuera falsa, que para sus empleadas.
—A ti no parece importarte mucho lo de esa fiesta.
—Probablemente porque todavía faltan diez días para que se celebre y no me parece real —confesó Julia—. No puedo imaginarme a mí misma en una fiesta en la mansión Fortune. Es como si me invitaran a cenar en la Casa Blanca o algo parecido.
—La mansión Fortune. Jamás se me habría ocurrido llamarla así.
—Todos los que no son Fortune lo hacen —le aseguró Julia—. En Minneapolis es una referencia de tamaño y lujo. La gente dice cosas del estilo: «bueno, esta casa es bonita, pero no es tan grande como la mansión Fortune». Llevo años oyendo hablar de ese lugar. Parte de mí, está deseando conocerla —admitió.
—Podrías haberla visto ya si hubieras querido. La semana pasada te invité en dos ocasiones a conocerla y te negaste. —Michael frunció el ceño, todavía disgustado por su rechazo. Julia había planteado con firmeza que durante los fines de semana no pensaba representar el papel de prometida y no había conseguido convencerla de lo contrario.
—Los fines de semana no estoy libre, Michael —le había contestado cada vez que le extendía una de sus invitaciones.
—¿Por qué no? —la había presionado él.
—No puedo decírtelo.
Michael la miraba frustrado. ¿Qué clase de sacrosantos deberes podía tener Julia los fines de semana? Por supuesto, no se molestó en preguntarse a sí mismo por qué tenía tanto interés en pasar los sábados y los domingos con su falsa prometida, o por qué quería que confiara en él.
Su irritación y su frustración aumentaban cuando imaginaba lo que Julia hacía durante los fines de semana. ¿Estaría viendo a otro hombre? ¿Un hombre que no tendría que pagarla para que pasara el tiempo en su compañía?
La idea le resultaba tan desagradable que bloqueaba inmediatamente aquel tipo de pensamientos. Se negaba a cavilar sobre Julia y su fantasma.
Hundió las manos en los bolsillos y fijó la mirada en Julia, que estaba cómodamente sentada en la silla. Aquel día llevaba un traje verde oscuro que marcaba sus curvas de una forma deliciosa. La chaqueta ajustada le permitía imaginar el perfil de sus senos, firmes y redondos. Y recordar cómo había podido saborearlos durante aquellos minutos de éxtasis que habían compartido en su despacho.
Aquel recuerdo incendió su sangre. Sintió que la frente se le empapaba de sudor y comenzó a caminar otra vez.
Julia, por su parte, parecía fría y tranquila, pensó resentido. Era evidente que no se moría de ganas de acariciarlo, o de ser acariciada por él. De hecho, desde la noche que lo había llevado al festival de los artistas, no habían vuelto a tocarse. Julia se había mantenido en todo momento fuera de su alcance. Cada vez que intentaba tocarla, retrocedía. Sus movimientos eran lentos, sutiles, pero conseguía mantener cuidadosamente las distancias. El hecho de que pasaran numerosas tardes juntos empeoraba la situación, porque cuanto más estaba con ella, más ganas tenía de tocarla.
Las cenas y los almuerzos que compartían eran estrictamente platónicos. Hablaban como buenos amigos, pero no había nada ni remotamente parecido al amor entre ellos.
Lo cual era lógico y conveniente, puesto que no eran amantes y tampoco iban a serlo. Michael intentaba recordárselo varias veces al día. Y también se decía a sí mismo que se alegraba de que Julia fuera tan sensata. Nada podría haber sido peor que una falsa prometida que hubiera querido borrar las líneas que separaban la realidad de la fantasía.
—Voy a ir al gimnasio —anunció Michael de pronto, giró sobre los talones y salió como si estuviera siendo perseguido por las hordas del infierno.
Julia se quedó mirando la puerta con expresión pensativa. Se levantó lentamente y volvió a su propia oficina. Por mucho que Michael odiara la idea de una fiesta de compromiso, ella disfrutaba de las conversaciones que mantenían diariamente para comentar el acontecimiento.
Le gustaba estar con Michael, fuera por la razón que fuera, admitió Julia en silencio. Le gustaba mucho. Tanto que no confiaba en sí misma lo suficiente como para atreverse a acercarse mucho a él. Dedicaba demasiado tiempo a revivir las veces que la había acariciado, e igual número de horas a anhelar nuevos recuerdos.
Pensó en sus últimas citas. Para Michael, debían formar solamente parte de su acuerdo, pero para ella, estar compartiendo con él una cena a la luz de las velas, disfrutando de una comida deliciosa y un vino excelente, era peligrosamente tentador.
Tenía que ser fuerte. Tenía que ignorar las chispas de deseo que se encendían cada vez que Michael estaba cerca de ella. Tenía que recordar que la química y la camaradería entre ellos eran tan efímeras como un sueño.
Michael estaba compartiendo aquellos momentos con ella para dar credibilidad a la ilusión de su compromiso. Y ella había asumido aquel compromiso por el bien de Joanna. Aquélla era la fría realidad y no debía olvidarla. Por mucho que deseara hacerlo.
* * *
La mansión Fortune resplandecía mientras una continua corriente de invitados llegaba hasta ella para celebrar el compromiso entre Michael Fortune y Julia Chandler. Había una orquesta tocando en la enorme habitación en la que tendría lugar el baile.
Michael mantenía el brazo alrededor de la cintura de Julia mientras caminaba con ella entre los invitados, presentándole a personas de las que Julia había oído hablar, pero a las que nunca había aspirado a conocer.
Y Julia, una vez más, se había convertido en una actriz representando el papel de prometida de Michael.
Cada vez era más fácil representar aquel papel. Sobre todo delante de un público con el que comenzaba a familiarizarse. Saludó a los anfitriones de la fiesta, Jake, Erica, Nate y Bárbara, con una naturalidad propia de la verdadera prometida de Michael.
Para Michael, la fiesta era una repetición de los incontables acontecimientos sociales a los que había asistido durante años. Pero en medio de las presentaciones y las conversaciones, estaban también los sentimientos que experimentaba hacia Julia.
—Odio las fiestas. No soporto tantas conversaciones sin sentido —frunció el ceño—. Preferiría tener que cenar algodón de azúcar a tener que estar aquí —anunció, mientras rechazaba una tartaleta de espárragos que le ofreció uno de los camareros que circulaban bandeja en mano por la sala. Pero sí aceptó una copa de champaña.
Julia le observó bebería a pequeños tragos y dejarla después sobre una bandeja. No era la primera copa que Michael bebía aquella noche. No estaba segura de si era la tercera o la cuarta, pero decidió que, si prefería estar en el Festival de los Artistas que allí, el alcohol lo estaba afectando definitivamente.
—Por lo menos en el festival había artistas esculpiendo con una motosierra. —Michael le dirigió una sonrisa—. Encuéntrame aquí algo parecido.
—Bueno, para ti todo esto puede ser normal, pero yo me siento como si estuviera en una película.
—La Mansión de los Fortune, primera toma. Rodando.
Michael podía encontrar divertida la comparación, pero Julia hablaba en serio. Aquélla no era la vida que ella conocía. Antes de que llegaran los invitados, Michael la había llevado a recorrer aquella impresionante mansión, en la que había al menos una docena de dormitorios. El apartamento que compartía con sus amigas debía ser más pequeño que el cuarto de baño del dormitorio principal.
Una vez más, Julia se dijo que aquel falso compromiso era ridículo. Michael y ella pertenecían a clases sociales diferentes. Procedían de dos mundos completamente distintos. ¿Cómo podría creerse nadie que habían llegado a comprometerse de verdad?
Cuando Erica y Bárbara le habían preguntado por las personas a las que le gustaría invitar a la fiesta, Julia no había sido capaz de decirles ninguna, y no había dado explicaciones. La verdad, por supuesto, era que no quería enredar a nadie más en aquella farsa. Pero nadie había cuestionado su decisión de no invitar a nadie. Y nadie ponía en duda la validez de su compromiso.
Julia tomó la copa de champaña que Michael le ofrecía. Era la segunda.
—Creo que se me va a resquebrajar la cara de tanto sonreír —gruñó Michael mientras se alejaban de otro grupo de invitados—. Y si alguien vuelve a compararnos con el cuento de Cenicienta, no me hago responsable de mis actos.
—Todo el mundo está siendo muy amable. Pero si hay que comparar esta situación con algún cuento de hadas, yo creo que se parecería más a Alicia en el País de las Maravillas. Aunque, pensándolo bien, también nuestra historia tiene algo de Cenicienta. Tu tarjeta de crédito ha sido como la varita mágica que ha sido capaz de conjurar este vestido.
Bajó la mirada hacia el vestido corto de color rubí que llevaba. Michael había insistido en que proporcionar un vestido para la fiesta de compromiso a Julia era responsabilidad suya.
—Estás espectacular con ese vestido —dijo con voz ronca, recorriéndola con la mirada como lo había estado haciendo durante toda la noche.
El plan de Kristina había sido centrar la atención en la sortija de rubí, realzando su color con el del vestido, para, de esa manera, mantener el recuerdo de su abuela en un lugar especial durante toda la noche.
Pero a Michael el color rubí no le evocaba recuerdos de su abuela. Su mente estaba demasiado llena de Julia. De pensamientos obsesivos y lascivos sobre Julia.
—Allí está tu tía Rebecca —dijo Julia, agarrándolo del brazo. Se alegraba de ver un rostro familiar—. ¿Está allí, la ves?
Michael sintió una intensa oleada de calor. Aquélla era la primera vez que Julia lo tocaba desde hacía semanas y sentir sus dedos sobre la piel le hacía recordar el momento en el que Julia los había posado sobre una parte mucho más íntima de su cuerpo. El deseo serpenteaba peligrosamente en su vientre. En aquel momento, no le apetecía acercarse a hablar con su tía. Lo único que le apetecía era mantener una conversación privada con Julia…
Pero Julia ya había hecho contacto visual con Rebecca y su tía estaba sonriendo y acercándose a ellos. A su lado caminaba Gabriel Devereax, un detective alto y atlético al que Rebecca había contratado para que investigara el accidente de avión de Kate.
—Julia —exclamó Rebecca con calor—. Estás tan guapa que…
—Por favor, ninguna referencia a Cenicienta —le advirtió Michael—. Ya hemos tenido suficientes esta noche.
—Jamás se me ocurriría —le prometió Rebecca—. Creo que tu historia se parece más a La Bella y la Bestia.
Rebecca presentó a Gabe a Julia, dejando muy claro que no era su cita de aquella noche. Julia se quedó estupefacta.
—Ya entiendo. ¿Y esta noche ha venido a trabajar, señor Devereax?
—En realidad no. —Devereax se encogió de hombros.
Era un hombre de pocas palabras y no empleó muchas con la pareja. Después de intercambiar algunos cumplidos con Rebecca, Julia y Michael se alejaron lentamente.
—Esta noche no está siendo tan terrible como me imaginaba. Recuerdo una cita terrible, en la que el hombre con el que salí no fue capaz de decir nada en toda la noche. —Julia rió divertida—. Me saludó cuando vino a buscarme y no volvió a decir una sola palabra durante el resto de la noche. Yo tuve que hablar por los dos y ya sabes que no soy una gran conversadora.
—¿Ah no? Pues conmigo no has tenido nunca ningún problema para hablar.
—Oh, eso es diferente. —Julia se terminó la copa de champaña—. Tú eres mi jefe. Y esto no es realmente una cita. Así que, bueno, no me siento presionada.
—¿Los tipos con los que te citas, suelen presionarte sexualmente? —Aquella idea lo indignó.
—¡No! —Las mejillas de Julia se pusieron del mismo color que el vestido—. No pretendía insinuar eso. Me refería a una presión social, ya sabes, para mantener la conversación…
—Michael, ¿cuándo piensas presentarme a la que va a ser tu mujercita? —La inconfundible voz de Sheila Fortune sonó tras ellos.
—Oh, oh. —Michael bajó la voz—. Hablando de presión, prepárate para una buena dosis.
Julia y Michael se volvieron hacia ella con una falsa sonrisa en el rostro.
—Ya conoces a Julia, mamá —dijo Michael entre dientes—. La has visto muchas veces cuando has ido a la oficina.
—Esa chica que trabajaba en la oficina era como un ratón de biblioteca —dijo Sheila, recorriendo a Julia con la mirada de los pies a la cabeza—. Ni siquiera me acuerdo del aspecto que tenía.
Sheila Fortune continuó recorriendo a Julia con la mirada.
—Hola, señora Fortune —la saludó Julia, manteniendo la sonrisa. Sabía que Sheila insistía en ser llamada así incluso después de su divorcio—. Soy Julia Chandler.
Sheila inclinó la cabeza hacia atrás y preguntó bruscamente:
—¿Estás embarazada?
—¡Mamá! ¡Por todos los…!
—No, claro que no —respondió Julia rápidamente.
—A mí no tienes por qué mentirme. No soy Erica o Bárbara, que fingen ser tan dulces y sinceras y actúan como si esa idea jamás se les hubiera pasado por la cabeza. ¡Ja! Todo el mundo lo ha pensado, pero yo soy la única que se atreve a preguntarlo. ¿Por qué si no iba a casarse Michael con su secretaria? No pretendo ser maliciosa, sólo quiero saber cuándo va a nacer el bebé.
—No voy a tener ningún bebé. Ni siquiera nos hemos acostado —respondió Julia, y avergonzada por su propia respuesta, se llevó las manos a las mejillas.
—¿Así que es esa tu estrategia? ¿Hacerte la difícil? Oh, eres mucho más inteligente de lo que pensaba, Julie.
—Mamá, cállate —le ordenó Michael con firmeza—. Y mi prometida se llama Julia, no Julie.
—No pienso callarme hasta que diga lo que tengo que decir. Soy tu madre y tengo derecho a hacerlo —fulminó a su hijo con la mirada—. Así que la recatada Julia tendió la caña y tú has mordido el anzuelo, ¿eh? ¡Oh, Michael! Aunque tengo que reconocer que cuando no se viste con esas antiguallas que lleva a la oficina es una chica atractiva —añadió a regañadientes—. Ese vestido que lleva debe haberte costado una fortuna. Oh, sí, ya sé que se lo has comprado tú. Esa bobalicona de Kristina le ha contado a Jane que ha salido de compras con Julie y que tú lo has pagado todo. Francamente, estoy asombrada. Recuerdo que después de lo de Delilah te juraste no volver a hacer regalos a las mujeres.
—Eso fue hace mucho tiempo, mamá, y no tiene nada que ver con mi situación actual —dijo Michael a la defensiva.
—Quizá sí, quizá no. —Sheila se encogió de hombros y le dirigió a Julia una dura mirada—. Has conseguido integrarte en la familia, ¿verdad, Julia? Incluso llevas la sortija de la abuela sin haber cruzado siquiera la puerta del dormitorio. Y estoy segura de que no la cruzarás hasta que no lleves una alianza de matrimonio en el dedo.
—Mamá, lo estás malinterpretando todo —dijo Michael muy tenso—. Quiero que le pidas disculpas inmediatamente a Julia y…
—¿Disculpas por qué? —Sheila elevó la voz—. Creo que estoy siendo muy amable con la chica. Y desde luego, ella es mucho más astuta que tú, Michael.
—¡Tía Sheila! Cuánto me alegro de verte. —Rocky Fortune se acercó hasta el trío y abrazó a Sheila, teniendo mucho cuidado de no estropearle el maquillaje—. Estás guapísima. Como siempre, por supuesto.
Rocky les guiñó el ojo a Julia y a Michael por encima del hombro de su tía. Había advertido la tensión que había entre ellos y se había acercado con intención de aplacarla.
—Tía Sheila, ese color te sienta maravillosamente —exclamó con entusiasmo—. Nadie es capaz de llevar tantos tonos de azul como tú.
—El azul es el color que mejor me sienta. Y tú también estás preciosa esta noche, tan juvenil y natural. He visto a tu hermana gemela y creo que el vestido que lleva es demasiado glamouroso para una fiesta familiar. Pero tú estás preciosa, Rocky. Y apuesto a que te has comprado el vestido en cualquier almacén. ¡Seguro que en las rebajas! Eres tan práctica. Es algo que siempre he admirado de ti, porque yo, con mis gustos y preferencias, no soy capaz de ahorrar.
—Gracias, tía Sheila —respondió Rocky con expresión angelical—. Ahora quiero que me cuentes a qué te dedicas. No he sabido nada de ti desde que me fui a Wyoming.
—Wyoming —repitió Sheila con un suspiro—. Ahora vives allí, ¿verdad, querida? No entiendo qué atractivo puede tener ese lugar. Kyle también se fue allí y desde entonces es como si se lo hubiera tragado la tierra. Me indigna que no se haya molestado siquiera en venir a Minnesota para el compromiso de su hermano y…
—Kyle está muy ocupado con el rancho, mamá —la interrumpió Michael—. Me llamó para explicármelo y yo lo comprendo.
—Pues yo no. Y me molesta que tu hermanastro tampoco haya sido capaz de venir a celebrar tu compromiso. ¿Él tampoco puede dejar su rancho? —Miró a Julia—. ¿Sabes que Michael tiene un hermanastro que se llama Grant McClure? Es hijo de Bárbara y de su primer marido.
—Sí, lo sabía —respondió Julia incómoda.
—Me pregunto si sabes también que Grant decidió quedarse a vivir con su padre en Wyoming cuando era niño. Sí, no quiso venir a vivir con su madre y con Nate. ¿No te parece triste que un niño decida que no quiere vivir con su madre, Julie? Yo no soy capaz de imaginármelo. Mis hijos vivieron conmigo, por supuesto.
—Wyoming es un estado precioso, tía Sheila —intervino Rocky—. Espero que vengas conmigo a visitarlo algún día —se volvió hacia Michael y Julia—. ¿Por qué no dais una vuelta por la fiesta mientras yo me quedo charlando con la tía Sheila?
—Sí, Rocky tiene razón —musitó Michael mientras se alejaban.
—A tu madre parece gustarle Rocky —comentó Julia. Rara, ella había sido una sorpresa; creía que no había nadie que le gustara.
—Rocky siempre ha sido muy amable y mi madre nunca ha tenido ningún motivo para envidiarla. Cuando era niña Rocky era independiente y aventurera y ahora se dedica a pilotar aviones. Es Allie la que la fastidia, porque siempre ha llamado la atención de los hombres y ha triunfado como modelo. Algo imperdonable a los ojos de Sheila Fortune.
—Algunas mujeres ven a otras como competidoras, independientemente de su edad.
—¿Y tú? —preguntó Michael bruscamente.
—No, claro que no.
—¿Entonces no eres una mujer competitiva y celosa? ¿No te importaría que otra mujer se me insinuara?
Julia pestañeó sorprendida. Aquella conversación estaba tomando un rumbo muy extraño.
—No tendría por qué importarme —le recordó—. Pero supongo que si eso ocurriera esta noche, a los invitados les resultaría de lo más extraño, puesto que ésta es nuestra fiesta de compromiso.
Su intento de mejorar el repentinamente sombrío humor de Michael fue inútil. Michael frunció el ceño y desvió la mirada. Julia no sabía qué decir.
—¡Eh, vosotros! —Kristina se reunió con ellos—. Acabo de ver que os habéis librado de Sheila gracias a nuestra Rocky. ¿Ha sido Sheila desagradable contigo?
—En realidad ha sido muy amable —intentó sonreír—. Sheila dice que soy mucho más astuta que Michael.
Kristina soltó una carcajada.
—Caramba, Julia, deberías sentirte orgullosa —pero advirtió que Michael continuaba muy serio—. ¿Qué te pasa, Michael? Deberías estar encantado de que tu engaño esté funcionando tan bien. Pero pareces estar de peor humor que…
—Odio la música que está tocando la orquesta —la interrumpió Michael—. He oído alarmas de coches que sonaban mejor. ¿Quién la ha contratado, por cierto? ¿Eres consciente de que han tocado dos veces Electric Slide en menos de una hora? ¡Es una tortura!
Kristina elevó las manos al cielo en un exagerado gesto de paciencia.
—De acuerdo, de acuerdo, hermanito, esta noche tus deseos son órdenes. Ahora mismo voy a ir a hablar con la orquesta.
Cuando Kristina se fue, Michael y Julia continuaron lado a lado en completo silencio. Julia lo miró de reojo. Michael permanecía con la mirada perdida en el espacio, con expresión distante e inescrutable. Julia estaba segura de que su actitud no solamente se debía a la orquesta. Se mordió el labio mientras se devanaba los sesos intentando encontrar algo que decir.
—Pareces una de esas citas incómodas de las que me estabas hablando antes —dijo de pronto Michael en tono burlón—. ¿Es la presión social la que te mantiene callada? ¿Te parece que no soy capaz de mantener una conversación fluida?
—Digamos que es una conversación que me está costando seguir. Creo que estas enfadado conmigo, pero no sé por qué.
No tuvo oportunidad de responder. Porque una voz atronó de pronto desde el micrófono:
—Acaban de decirme que el novio ha hecho una petición especial. Así que, para Mike y para Julia.
La orquesta comenzó a tocar la melodía de un antiguo tema de Jerome Kern, All The Things You Are. Y en medio de bromas y palabras de aliento, Julia y Michael fueron instados a salir a la pista de baile.
—Voy a matar a Kristina por hacerme esto —musitó Michael.
—Podría ser peor —le recordó Julia—. Imagínate que hubieran vuelto a tocar Electric Slide.
Michael hizo un sonido que estaba a medio camino entre la risa y el gruñido. Condujo a Julia hasta el centro de la pista y la estrechó en sus brazos.