LA PREGUNTA ES CUESTIONABLE

Brenda Navarro

Nadie me creyó cuando les dije que Rosalía no se había muerto. Me miraron extrañados y ni se asomaron a la ventana. El problema aquel día es que la mitad de los que estábamos en la fiesta estaban drogados; la otra mitad, drogados y tomados. Pero todos habíamos visto que Rosalía se había aventado de la ventana y antes de que reaccionáramos, escuchamos el golpe de su cuerpo golpeándose con el piso.

Yo me levanté un poco mareada y cuando me asomé a ver el incidente, vi cómo Rosalía se paraba del piso y caminaba hacia la acera de enfrente. Fue cuando grité que estaba viva y que no lo podía creer. Pero nadie me hizo caso, todos siguieron alarmados por lo sucedido, llamaron a una ambulancia y a los papás de Rosalía.

Antes de que llegara la ambulancia, varias de las muchachas que estaban ahí se pusieron a tomar café para que se les bajara la borrachera, los hombres entre el juego y el apuro comenzaron a echarse agua fría para despertar. Yo no hice nada. Me quedé sentada en el sillón hasta que sonó el timbre. Los papás de Rosalía habían llegado.

A nadie se le ocurrió ir a ver el cuerpo de Rosalía. Así que, como era de esperarse, sus padres nos quisieron regañar y comenzaron a decir lo irresponsables que éramos. Fue la mamá de Rosalía la que localizó a su hija por medio del teléfono celular, ella le contestó desde su casa. Todos nos mirábamos desconcertados.

A la mañana siguiente, la mayoría de los que habíamos ido a la fiesta estábamos castigados y encerrados en casa por hacer una broma tan pesada. No nos pudimos comunicar los unos con los otros. Parecía que esta vez nos habíamos pasado de la raya y nuestros papás no estaban para juegos. Yo quería saber qué había pasado con Rosalía.

El lunes, en la escuela, fui a buscarla. Era imposible que sobreviviera a una caída de tantos pisos. Cuando Rosalía me vio se puso pálida, sonreí, pensé que sabía que yo la había visto y que tenía miedo que descubriera qué sucedía en realidad. Se echó a correr. Me reí de ella para hacerla sentir mal. Era el puerquito de todos, no tenía por qué cambiar eso.

Comencé a dudar de mi. ¿Realmente estaba tan azotada en la fiesta? No podía creerlo, siempre me he cuidado de no pasarme de porros o de chelas. Rosalía era la que estaba mal, la que ocultaba algo.

La seguí varios días. Nada diferente. Rosalía siempre ha sido una niña depresiva y aburrida, por eso no fue extraño que en la fiesta amenazara a todos con quitarse la vida y que nadie se preocupara de ello. De hecho, recuerdo que Ramón la alentó y le dijo que tenía que hacerlo antes de que siguiera robándonos más oxígeno del necesario. Rosalía se echó a llorar y encendió un cerillo, queriendo demostrar quién sabe qué cosa. Lo demás me parecía que ya era historia, porque lo único que yo recordaba era que se había aventado por la ventana. Sus dramas me fastidiaban, casi nunca le ponía atención.

Pasaron varios días para que olvidara el tema. Comencé a sentirme fuera de lugar y entendí que mi preocupación no le interesaba a nadie. Incluso pensé que comenzaba a parecerme a Rosalía, tan teta, mensa, insoportable. Después de todo, ¿a quién le importaba Rosalía y sus poderes mágicos? Dejé la historia en paz.

Sin embargo, el viernes, en clase de literatura, Rosalía al verme volvió a ignorarme. Se sentó en la última fila hasta adelante y fingió no verme más. Me molesté un poco, era cierto que todos la haciamos sentir mal, que nos burlábamos de ella, pero yo no era especialmente mala onda, así que el hecho de que me ignorara me molestó. La seguí después de clase. Incluso la correteé porque no quería escucharme. La detuve casi al llegar a su casa.

—¡Dejame, dejame! —gritó como loca.

—¿Qué te pasa, yo qué te hice?

—¡Estás muerta, estás muerta, déjame en paz!

Uf, me sentí personaje de Night Shyamalan, tal cual. Lo recordé todo. Rosalía saltó del edificio porque nos quemábamos, ella inició el fuego y nosotros estábamos tan ebrios y pendejos que ni nos movimos. Ahí quedamos muertos, la única que se salvó fue la teta, la mensa, la que no quería vivir.