«Bajo el influjo de una extraña fuerza, todos nosotros actuamos según una línea rigurosamente definida.»
I
«Sólo la oscuridad y sus gritos.»
Primero, de sus pies salen chispas, y éstas centellean y crepitan iluminando las piedras. Luego cesan los lamentos. Ella está a punto de caer, rígida, con sus polainas de plata. Pop, pop, pop. La luz aumenta, sus brazos se agitan (trato de decirme a mí mismo: «Ella ya está muerta…»), y el cuerpo oscila como una figura de papel plateado que se quema sobre un cable suspendido en el aire.
—Pensando en tu ascenso, ¿verdad?
—¿Eh, cómo? —dije, y alcé la vista mirando a Scott, quien me apuntaba con su dedo manchado. Grandes pecas de color castaño cubrían todo su cuerpo y se perdían bajo el dorado pelo rizado que cubría su pecho y su vientre.
—¿Qué se siente cuando se es jefe de sección? Hace dos años que estoy tratando de conseguirlo.
Los pecosos dedos chasquearon; luego Scott se recostó en su hamaca y metió una mano debajo de su cinturón de herramientas para rascarse el vientre.
—No, se trata de otra cosa —le contesté moviendo negativamente la cabeza—. Recordaba algo que ocurrió hace ya mucho tiempo. Nada importante en realidad.
La noche se extendía al otro lado de nuestras ventanas.
El Monstruo de Gila aceleró su marcha; la luz, tras inundar por un momento la estancia, se extinguió.
Scott se incorporó de improviso, empezó a frotarse los dedos gordos del pie, y dijo con el ceño fruncido:
—A veces presiento que voy a pasar el resto de mi vida trabajando como un simple operador de cable, de traje plateado, bailando entre esas malditas líneas —señaló con la barbilla hacia el gran plano de la sección de cruce de cables, y agregó—: Cuando cumpla los treinta y cinco años quisiera estar retirado; y faltan menos de diez años… ¿Qué podré decir entonces? ¿Que realicé bien mi trabajo? No, no lo hice lo suficientemente bien como para sacar algo en limpio. ¿Por qué un condenado tal y cual como tú llegó tres años después…, y le hicieron jefe de sección?
—Tú eres mejor operador que yo, Scott.
—No creas que no lo he pensado —contestó riéndose—. Déjame que te diga que ser un buen operador no significa que uno sea un tipo hábil. Son dos cosas diferentes, y se requieren cualidades muy distintas. Mira, Blacky, sin duda creerás, como tu amiga, que hablo demasiado. Dime, ¿cuándo abandonarás este alojamiento? Tendré que acostumbrarme a las rarezas de cualquier otro. ¿Piensas quedarte aquí, en este viejo Monstruo?
—Dijeron algo de trasladarme a Iguana. Aunque a causa del papeleo, eso no ocurrirá antes de dos semanas. Probablemente ayude a Mabel hasta entonces. Me proporcionó una habitación encima del motor; yo me quejé también de tus ronquidos, y entonces se convino que habría una mejora.
Scott se limitó a asentir con la cabeza.
Yo pensé un momento en lo que debía decir, y por fin declaré:
—Sabes que se me ha asignado un ayudante, y que puedo elegirlo…
—¡Condenación! —exclamó él, echándose de nuevo en la hamaca, de modo que sólo podía ver sus pies enfundados en blancos calcetines de lana—. Yo no soy ningún empleadillo. Vas a tenerme manejando computadoras, llevando la cuenta de lo que hagas, rellenando formularios de reclamación y buscando soluciones…, y todo ello para que me bajen el sueldo.
—Yo no te bajaría el sueldo.
—De todas formas, seguiré trepando a las alturas.
—Sabía que ibas a decir eso.
—Tú sabías que me obligarías a decirlo.
—Bueno —dije—, Mabel me ha pedido que me acerque por su oficina.
—Sí, claro —contestó Scott, más calmado—. Un demonio astuto, esa Mabel. Oye, seguramente tú vas a seleccionar entre los candidatos el que tiene que compartir conmigo esta habitación, ahora que te han dado un empujón hacia arriba. ¿No podrías hacer que viniese aquí una muchacha?
—Lo haré, si puedo —dije sonriendo, y salí de la estancia.
Las entrañas del Monstruo de Gila…
Un kilómetro y medio de pasillos (mucho menos que la longitud de algunos transatlánticos de lujo); dos salas de máquinas que proporcionan energía a las bandas de rodamiento que nos llevan por la tierra y por el mar; cocina, cafeterías, una sala de electricidad, cuartos de navegación, taller de reparaciones, etcétera. Con todo eso en el vientre, el Monstruo de Gila avanza en la noche a una velocidad de crucero de ciento cincuenta kilómetros por hora, olfateando a lo largo de los grandes cables (cortesía de la Comisión Mundial de Energía) que cubren con su red el mundo en una actividad que se prolonga desde el amanecer hasta la noche, desde el anochecer al amanecer, y del ayer al mañana.
—Pasa, Blacky —dijo Mabel, contestando a los golpecitos que di en su puerta con los nudillos.
Se echó hacia atrás el plateado cabello sobre el cuello de metal (el pelo era natural), y cerró la puerta plegadiza. Luego agregó:
—Según parece, tendremos que detenernos justamente en la frontera canadiense.
—¿Has elegido la nueva compañera de Scott? —le pregunté yo.
—Es la cadete de Energía, Susan Suyaki, de diecisiete años. Se licenció con el número tres de su promoción el verano pasado.
—¿Diecisiete años? A Scott va a gustarle eso.
—Habría preferido que tuviese alguna experiencia. Los buenos alumnos salen de la escuela demasiado engreídos.
—Yo no era así.
—Tú lo sigues siendo.
—Bueno, Scott prefiere compañías que posean cierto espíritu.
—La llevarán en helicóptero hasta el lugar de nuestro próximo trabajo.
—¿Qué línea se ha roto?
—No es una rotura, sino una conversión.
—Notable experiencia para la novel señorita Suyaki —dije alzando las cejas—. Yo sólo tuve una ocasión similar; fue durante mis dos primeros meses en Salamandra. De eso ya hace mucho tiempo.
Mabel me observó de soslayo con mirada terriblemente cínica y dijo:
—Tú no llevas mucho tiempo en el Cuerpo de Energía. Eres sólo un miembro distinguido, y eso lo dice todo.
—De cualquier forma, para mí ya hace mucho tiempo. No todos poseemos tus treinta años de experiencia, señora.
—Yo siempre pensé que la experiencia podía ser suplida ampliamente por otras cualidades —manifestó, mientras se arreglaba las uñas con una lima—. De otra forma nunca te hubiera recomendado para un ascenso.
Sí, Mabel es un ser endiablado.
—Bien, gracias, gracias —declaré al tiempo que tomaba asiento y observaba el mapa del techo—. Una conversión… Recuerdo que el servicio de Salamandra cubría la mayor parte de Mongolia. Había que conectar una pequeña aldea del Tíbet con las líneas de energía eléctrica. Colocamos el cable horadando una capa rocosa condenadamente dura. En el pueblo se había desencadenado una epidemia que provocaba grandes ampollas supurantes, y el personal médico trató de solucionar todo al mismo tiempo. Trabajamos veinticuatro horas al día durante tres jornadas, tendiendo líneas, colocando tomas de corriente y conectando material. Tres días para traer al siglo XXI aquel primitivo lugar formado por cuevas y chozas de piel de carnero. No había allí nada parecido a un calefactor, y estaba nevando cuando llegamos.
Mabel se acarició la barbilla y comentó:
—Y pensar que habían estado viviendo de ese modo durante los últimos tres mil años.
—En realidad vivían así desde hacía sólo poco más de un siglo. La aldea fue fundada por refugiados de la guerra chino-japonesa. De todas formas, creo comprender tu punto de vista.
—¿Se sentían felices cuando os marchasteis?
—Se sentían algo más felices —repuse—. De todas formas, cuando uno mira los mapas del trazado mundial de tendidos eléctricos, se hace difícil creer que aún existan algunos lugares que no han sido convertidos.
—Yo no soy tan soñadora como tú. Cada dos años aproximadamente, Gila o Iguana dan con una pequeña parcela del mundo que ha conseguido quedar al margen de la red. Y lo mismo ocurrirá, posiblemente, dentro de un siglo. Ciertas gentes se aferran a su atraso.
—Tal vez; pero, ¡en la frontera del Canadá…!
—Mira, muchacho, yo he dicho a todo el mundo lo competente que eres, y he procurado recomendar tu ascenso…
—Mabel, ¿cómo puede ser necesaria una conversión en la frontera del Canadá? Eso ocurre en aldeas de Anatolia Superior, en islotes perdidos del océano Índico, en el Tíbet. Pero en Norteamérica ya no hay más sitio donde tender un cable. ¿Es posible que haya allí una población que requiera ser enlazada con la red mundial de energía eléctrica?
Mabel asintió con la cabeza.
—No me gustan las conversiones —añadí—. Siempre me parecieron algo catastrófico. Si uno fuera a hacer caso de los libros, se diría que es una de las operaciones más fáciles.
—Ya me conoces, nunca me he guiado demasiado por los libros.
—Es cierto, muñeca. Tampoco a mí me gustan mucho. Cuando realizamos en Mongolia aquella conversión de la que te hablaba, tuvimos un accidente.
Mabel me interrogó con la mirada.
—Una persona quemada —proseguí diciendo—. En plena noche, una mujer se encontraba en el pozo, para arreglar las nuevas conexiones, cuando llegó la energía. Quedó como una polilla calcinada.
—¿Quién era ella? —inquirió Mabel.
—Mi esposa.
—Ah —se limitó a contestar, y luego agregó—: Eso de las personas quemadas es desagradable. Aunque sólo sea por la energía que se desperdicia. Cambiemos de tema. Me pregunto por qué elegiste ser compañero de habitación de Scott cuando llegaste al Monstruo de Gila, en lugar de elegir a Jane, Judith, o…
—Julia era la única mujer de mi vida por aquellos tiempos.
—Tú y tu mujer debisteis salir juntos de la academia, ¿no es así? Debió ser terrible…
—Tienes razón.
—Yo no sabía eso —declaró Mabel con aire sincero.
—¿Acaso no lo habías imaginado?
—No bromees; bueno, bromea, si quieres.
Mabel es una gran mujer, indudablemente. Después de una pausa, agregó, mientras movía la cabeza:
—Una conversión en la frontera con el Canadá… Blacky, tú y yo vamos a tener problemas.
—¿Por qué, señora?
—Me explicaré: tú vas a tener un problema conmigo, y yo lo tendré contigo.
—Sigo sin entender, amable dama.
—Tú eres un jefe de sección, lo mismo que yo. Tú llevas menos de seis horas en el cargo, y yo llevo más de dieciséis años. Pero según los reglamentos ambos tenemos igual posición y autoridad.
—Mi excelsa dama —dije sonriendo—, a fe mía que estáis un poco trastornada, creedme.
—Eres uno de los pocos que no se guían por los textos, igual que yo. El poder y la autoridad divididos entre dos personas es algo que no resulta conveniente.
—Para que no te preocupes, te diré que aún te considero mi jefe. El mejor jefe que he tenido nunca. Y por si fuera poco, te tengo afecto.
Mabel miró al exterior, donde los rayos de la luna aún iluminaban las paredes y dijo:
—Blacky, hay algo ahí fuera, al otro lado de la frontera, que yo conozco mejor que tú. Tú piensas que se trata sólo de una conversión, y te extraña el lugar. Quiero advertirte esto: tú querrás llevar el asunto de una forma, y yo de otra distinta.
—Entonces lo haremos a tu manera.
—Lo malo es que no estoy segura de estar en lo cierto.
—Mabel…
—Marchaos, moreno caballero. Nos encontraremos más allá de la frontera canadiense para celebrar el duelo.
Ella se puso en pie, procurando parecer más seria.
—Bien, si así lo quieres… —dije.
—Te veré por la mañana, Blacky.
Abandoné el despacho soñando con justas y torneos. Al llegar a mi cuarto comprobé que Scott estaba roncando, así que estuve leyendo hasta que la oscuridad exterior adquirió un tono grisáceo.