EPILOGO
De todos los estados. Todos los medios de comunicación del país se habían hecho eco del espeluznante y asombroso suceso del Bancroft Center. Los titulares muy expresivos. «Los muertos-vivientes del doctor Bancroft». «Zombies bebedores de sangre»... También se recogían las confesiones del doctor y sus secuaces. Las víctimas, aquellos infortunados seres utilizados por la diabólica mente del doctor, estaban siendo tratados. Posiblemente ninguno lograría sobrevivir. Afortunadamente para ellos les llegaría la muerte. Una muerte real.
—¿Aún no estás preparado, Ralph? Harold llegará de un momento a otro. Está muy entusiasmado con tu invitación para cenar en el Richmond. Incluso ha alquilado un smoking.
Skerritt sonrió.
Muy levemente.
Sus maltrechos labios y las heridas del rostro no le permitían más.
—Es lo menos que puedo hacer por él. Se puede decir que Harold me salvó la vida. Me libró de... ellos. Me tenían a su merced. Los hombres golpeándome como posesos. Las mujeres arañando...
—Fui yo quien avisó a la policía —recordó Janis, con fingido mohín de desagrado—. Es a mí a quien debes el seguir con vida. Cuando Harold salió tras de ti hacia Bancroft Center decidí avisar al teniente.
—Okay. Pero fue un coche de la Metropolitan Pólice el que acudió al Bancroft Center alertado por la sirena que Harold había hecho saltar lanzándose contra la barrera.
La muchacha abarcó con sus manos el rostro de Skerritt acariciándolo con suavidad.
—No hay duda de que eres un hombre afortunado.
—¿Afortunado? Un poco más y acaban conmigo.
—¿Qué me dices del trato recibido en Homicidios? Han echado tierra a tu visita al Wise Road, tu silencio por lo ocurrido en Black Tulip... y toda la prensa mundial te convierte en el héroe del día. Además está la oferta de la Baxter Press.
—He recibido otras. Dos importantes editoriales neoyorquinas también se han interesado para que realice la historia del doctor Bancroft en cómic.
—¿Qué piensas hacer?
Skerritt se encogió de hombros.
—Aún no lo sé, pero debo decidirme por algo. He abandonando mi... trabajo en The Lobster.
—Te felicito, Ralph.
—¿De veras? Espera a que terminen mis ahorros.
—Eres un gran dibujante, Ralph. Puedes abrirte camino en ese campo.
—¿Un cómic sobre el monstruoso doctor Bancroft? No, Janis... No lo haré. No quiero aprovecharme de tan espeluznante experiencia. Tu caso es distinto. Eres periodista y debes servir una información. Lo has hecho muy bien. Sin truculencias. Otra editorial de Nueva York ha Sido más original que las restantes. No menciona el caso Bancroft. Simplemente me ofrece seis páginas de su publicación. Tema libre. Sin censura. Sin presiones de ningún tipo. Empezaré por ahí.
—Triunfarás, Ralph. No ganarás el dinero tan fácilmente como en The Lobster, pero te sentirás mucho mejor.
—Sí. Más ligero de bolsillo.
—¡Cínico!
Janis le echó los brazos al cuello.
Aproximó sus labios. Muy suavemente. Con extremado cuidado besó los doloridos labios de Skerritt.
Ralph Skerritt se apoderó ávidamente de los gordezuelos labios femeninos. Olvidando las heridas. Olvidando la trágica aventura vivida. El siniestro comercio del doctor Bancroft. Su orgia de sangre y muerte...
Todo se borró de la mente de Skerritt.
Su atención se centró en Janis. En la esperanza de una nueva vida. Un nuevo sendero a seguir.
Sí.
Saldría triunfante.
Máxime contando con el amor y el apoyo de Janis.
FIN