En garde
CHARLIE me contó que la travesía fue relativamente tranquila, pues los hombres supusieron que la Compañía había enviado órdenes desde Holanda para realizar algún tipo de ruta alternativa a la original… No obstante, había un par de cosas que escamaban a la tripulación: una de ellas era la reticencia del capitán a revelarles el destino al que se dirigían, y la otra, la presencia de ese extraño noruego que había embarcado en Calcuta y que se pasaba los días encerrado en el camarote del capitán y las noches fumando en cubierta, mirando al horizonte con un catalejo propio, como si esperase que algo surgiera de la oscuridad del mar.
Marlow vio cómo Sigerson chapurreaba algo de holandés cuando hablaba con algún marinero… Sólo preguntaba cosas técnicas relativas a la navegación, como si tuviera interés en este o aquel detalle, aunque Charlie lo sorprendió una vez interrogando a uno de sus hombres —un tipo que ya era prácticamente un anciano— acerca de un grupo anarquista que hipotéticamente había atentado contra la Familia Real de Holanda.
—Ese caballero ha pertenecido al menos a un par de sociedades bastantes discutibles —explicó Sigerson cuando Marlow le preguntó por el particular—. Pero parece que se trata únicamente de errores de juventud, de modo que no debe usted tenérselo muy en cuenta.
—De acuerdo, señor Sigerson, pero ¿cómo se lo ha sonsacado usted al viejo Vogt?
—Fíjese bien —y señaló al individuo en cuestión—: Esa marca que luce en el antebrazo izquierdo, ahí, sí, ¿lave?, esa que parece un antojo de nacimiento… Pues es un tatuaje borrado por medios bastante expeditivos, yo diría que con ácido y papel de lija. Nuestro hombre no ha logrado disimular completamente esa forma parecida a una araña… que en realidad era un escorpión, amigo mío. Para entrar a formar parte de cierta hermandad de delincuentes que utiliza dicho arácnido como seña de identidad, hay que pasar antes por otras agrupaciones de menor enjundia… En fin, Marlow, nada de lo que preocuparse a estas alturas, se lo aseguro.
El único conflicto real con Sigerson surgió cuando ya andaban muy cerca de Sumatra y Charlie se percató de la presencia de un barco que se hallaba a una distancia considerable. No obstante, el ojo clínico del marino le decía que la embarcación le resultaba familiar, y cuando al día siguiente volvió a avistarlo a lo lejos, decidió comunicárselo a su jefe en funciones, que se encontraba en su diminuto camarote.
—Nos vienen siguiendo —le dijo a Sigerson.
El noruego de pega, que en ningún momento se había molestado en simular acento alguno, le respondió:
—Concretamente desde Calcuta, capitán.
Marlow se encogió de hombros y esbozó media sonrisa escéptica.
—Solamente he visto el barco ayer y hoy, y se encuentra a bastante distancia —dijo el capitán.
—Eso es porque sólo se ha acercado a nosotros durante la noche y su gobernante se ha cuidado mucho de no encender todas las luces. Lo vislumbré en la oscuridad durante la segunda jornada y desde entonces no nos ha perdido el rastro. ¿Quiere que le diga una cosa, Marlow? Se diría que esa gente sabe exactamente adonde nos dirigimos.
Charlie guardó silencio durante unos segundos.
—¿Está usted intentando decirme algo, Sigerson?
—En realidad, sí —respondió—. Me gustaría saber si, antes de que partiéramos, le contó algo relacionado con nuestra misión a alguien. A su segundo, por ejemplo.
—Mire —dijo Marlow bastante alterado—, si pretende insinuar que O’Rourke…
—No insinúo nada, capitán. Es muy importante que me diga la verdad.
Charlie no se amilanaba fácilmente, eso lo puede atestiguar cualquiera que lo haya conocido, pero ese Sigerson estaba hablando muy en serio.
No le di ningún detalle —capituló al fin—; sólo le dije que teníamos a alguien a bordo, y que partíamos en misión de rescate, nada más. Ni un solo detalle. Además, Sigerson, Orcival O’Rourke es mi hombre de confianza en este barco.
Sigerson sacó su pipa, la encendió con parsimonia, dio varias caladas y finalmente dijo:
—Llámelo, por favor.
—¿Perdón?
—Dígale al señor O’Rourke que venga al camarote para que pueda charlar con él.
Marlow salió del cuarto y se dirigió a la cabina de mando, donde encontró al gigantesco yanqui y le pidió que lo acompañara.
—¿Algún problema? —le preguntó O’Rourke a su capitán.
—Nuestro invitado cree que te fuiste de la lengua en Calcuta, muchacho.
Orc O’Rourke soltó un gruñido y dijo:
—Se va a enterar ese pisaverde…
Los dos marinos entraron en el camarote de Marlow y encontraron a Sigerson sentado tranquilamente a la mesa y fumando.
—¿Qué quiere de mí? —preguntó el americano con muy malas pulgas.
—Como no nos hemos presentado, le diré que mi nombre es Sigerson; el suyo ya lo conozco, señor O’Rourke. Espero que el capitán Marlow no lo haya alarmado.
—¿Qué quiere de mí? —repitió.
—Nada importante, señor. Solamente saber si ha traicionado usted la excesiva confianza de su capitán.
—¡Oiga! —gritó O’Rourke—. ¡No tiene derecho a…!
—¿A llamarlo traidor? ¿Y sólo porque un barco nos viene siguiendo desde Calcuta? En absoluto, señor O’Rourke. Pero resulta sugerente pensar que usted es la única persona, salvando a un senador y a su capitán, que tenía constancia de nuestro viaje.
Charlie se percató de que O’Rourke se estaba poniendo colorado… y eso era una muy mala señal para aquel que lo hiciera enfadar.
—Muy bien, señor Sigerson —dijo—: ¿Podría usted defender esa acusación con los puños?
Sigerson pareció meditarlo durante unos segundos, y luego dijo:
—¿Cree que eso nos ayudaría en algo?
—A usted no sé, señor, pero yo estoy deseando darle una buena lección —respondió O’Rourke mientras se golpeaba la palma de la mano izquierda con el puño derecho.
Marlow me contó que lo que vino a continuación fue una de las escenas más lamentables (aunque en realidad quería decir “divertidas”, de eso estoy seguro) que recordaba haber visto en un barco: a pesar de las quejas de Charlie, ni siquiera se molestaron en salir del camarote.
Sigerson se puso en pie, dejó la pipa sobre la mesa, se quitó la chaqueta, se remangó y puso los puños en posición de en garde. Orc lo tanteó sin lograr colocar un solo golpe, pues el tal Sigerson, incluso en un habitáculo tan reducido, era todo juego de piernas… o eso parecía.
Entonces, y sin previo aviso, comenzó la lluvia de puñetazos sobre O’Rourke. Charlie apenas podía ver por dónde estaba pegando Sigerson, y el americano tardó un buen rato en reaccionar… Pero claro, era inevitable que su momento llegara: el primer izquierdazo de Orc O’Rourke dio con Sigerson en el suelo.
—¡Arriba! —le gritó el yanqui—. ¡Ya le he tomado la medida, Sigerson!
—Y creo que yo también a usted, ¿sabe? —le respondió mientras se incorporaba—. Pero es suficiente por hoy, señor O’Rourke. Tendrá usted muchas obligaciones y yo también, de modo que será mejor que dejemos para otro día el siguiente asalto… si le parece bien.
—Cuando y donde usted quiera.
Charlie acompañó a O’Rourke a la cabina de mando. Por el camino, el americano se detuvo de pronto, miró a Marlow y le dijo:
—Capitán, me parece que ese tipo podría haberme dado una buena tunda.
Charlie no podía creer lo que estaba oyendo.
—Pero si lo has tumbado a la primera, hombre…
—Es bueno para su peso, capitán, y no se ha empleado a fondo conmigo. No es ningún novato, y que me aspen si lo he visto venir una sola vez.
Aún así, Ore, has encajado muy bien sus golpes.
O’Rourke se echó a reír.
—¿Y cree usted que es así como se gana un combate?
Marlow regresó de nuevo al camarote; Sigerson estaba de pie y recompuesto, mirando por el ojo de buey y con un pañuelo teñido de rojo bajo la nariz.
—¿Y ahora qué piensa de lo que he dicho de Ore? —dijo Charlie.
—Demonio de hombre —dijo Sigerson mientras se guardaba el pañuelo en un bolsillo. Contra todo pronóstico, se estaba riendo—. La última vez que recibí un golpe así fue en la estación de Charing Cross… Un tipo llamado Matthews me saltó un colmillo… En fin, Marlow, me siento inclinado a creerle. El señor O’Rourke no es precisamente un prototipo de espía, y me tienta descartar esa posibilidad… Pero ojalá esté equivocado.
—¿Por qué?
Porque si su segundo no se ha ido de la lengua en el puerto, significa que las órdenes que me envió Mycroft fueron violadas en algún momento del trayecto entre Londres y Calcuta. Y eso implica que hay topos en el Club Diógenes.