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Rueda de prensa
Gabriel llamó a María Esther para anticiparle de la convocatoria a la rueda de prensa y le pidió que se acercara al local de la campaña, en donde ésta iba a tener lugar. Cuando era alrededor de las dieciocho horas, María Esther se reunió con su novio y con Carlos, y empezaron los tres, a los que se sumó más tarde el propio candidato, a preocuparse seriamente al constatar que Rodrigo Avilés no se marchaba, y si eso continuaba así, su detención se iba a producir delante de todos los medios de comunicación que, a la hora prevista, estarían presentes. Dicho en otras palabras, su detención se podía a producir “en vivo y en directo”, lo cual significaría un momento muy desagradable para todos.
Gabriel llamó a Ramiro y le comentó lo que estaba pasando y cómo a “Cap” y a ellos les gustaría ahorrarse ese espectáculo. Decidieron que lo mejor era contactar a la secretaria de Rodrigo y hacer que lo llamara para decirle que estaba la Policía en el lugar y que necesitan hablar urgentemente con él. En efecto, pocos minutos más tarde, pudieron observar que Rodrigo contestaba el celular y que luego salía del local partidista, observación que trajo tranquilidad a todos los complotados.
A las diecinueve horas, el local estaba al explote y, de acuerdo con uno de los encargados de prensa, todavía podían llegar algunos medios radiales que no estaban presentes; eso sí, todos los canales de televisión ya habían instalado sus cámaras que eran las que más espacio ocupaban. “Cap” permanecía en su oficina, acompañado por Beatriz y Gabriel, mientras Carlos monitoreaba la situación en la sala.
Eran las diecinueve horas con quince minutos cuando Ramiro llamó a decir que Oswaldo había sido ya detenido y se esperaba sucediera lo propio, de un instante al otro, con Rodrigo. Sectores de la prensa estaban ya al tanto de la situación.
Con esta información en la mano, Alejandro Capdevila, acompañado por su Secretario Privado, Carlos Maldonado, se dirigió a la sala para dar inicio a la rueda de prensa.
Al entrar en la sala saludó con un “Buenas noches a todos”, para luego, una vez al frente y subido a una pequeña tarima que había sido colocada, continuar: “Les agradezco muy sinceramente el que hayan respondido a mi invitación. Como ustedes conocen, el día de ayer mi Secretario Particular, el licenciado Carlos Maldonado, aquí presente, hizo pública mi decisión de destituir, con efecto inmediato, a los señores Oswaldo Rojas y Rodrigo Avilés de las funciones a las que les había asignado desde el inicio de la campaña; esto es, la de Jefe de Campaña y la de Jefe de Información de la Campaña, respectivamente, por motivos que voy de inmediato a explicar.
Todos ustedes saben que una de las banderas que he levantado, quizás la más importante, ha sido la de la lucha contra la corrupción, en todos sus niveles. Esta lacra social, cual sanguijuela, ha chupado los recursos de este país que debían haber servido para satisfacer tantas y tantas necesidades de nuestro pueblo y los ha desviado hacia los sucios bolsillos de gente sin conciencia. Todo mi equipo se ha plegado a esta lucha; inclusive, se suponía, que también lo habían hecho esas dos personas que he mencionado, que tenían puestos claves en mi campaña y que, con toda seguridad, aspiraban también a tener puestos de gran importancia en mi futuro gobierno. Gracias a Dios, y muy a tiempo, se ha logrado desenmascararlos gracias a la acción valiente de colaboradores leales.
Debo informarles que esos dos ciudadanos se hallan en estos momentos detenidos, como se me acaba de informar, imputados de cargos gravísimos que no me corresponde a mí el mencionarlos. Serán las autoridades las que les comuniquen de las acusaciones precisas que pesan sobre estos dos individuos.
Quiero finalmente reiterar que Alejandro Capdevila jamás cederá un ápice en cuestiones de principios o de integridad. No obstante este golpe, que lo siento como una traición, me reconforta saber que el resto de mi equipo está formado por gente íntegra e inteligente, muchos de ellos jóvenes, cuyo concurso será de enorme importancia para el futuro del país.
Muchas gracias y estoy dispuesto a responder a unas pocas preguntas que ustedes quieran formularme”.
Los flashes de los fotógrafos no cesaban de ser disparados, encegueciendo al candidato y a Carlos. Varias manos se alzaron y el Secretario Particular anotó a los tres primeros en hacerlo.
―Oscar Guevara, de TeleNoticias ―dijo Carlos, señalando con la mano al periodista.
―Doctor Capdevila ―dijo el aludido―, ¿me podría confirmar un dato que me acaban de pasar desde el estudio?, en el sentido que Rojas y Avilés están acusados de ser los autores intelectuales de un asesinato y de estar colaborando con el Cártel de Sinaloa en el blanqueo de dinero.
―Si las autoridades han dado esa información, entonces no tengo nada que añadir.
―Pero, ¿es cierta o no esa acusación?
―Yo no soy juez. Serán las autoridades competentes las que definan el o los delitos cometidos por estos señores. Lo único que les puedo afirmar, con toda claridad, es que esos individuos no podían continuar estando junto a personas honestas como lo somos nosotros.
―Rafael Pérez, de Reuters ―dijo Carlos, dando paso a otra pregunta.
―Doctor Capdevila, ¿acepta usted que se equivocó al designar a esas personas para cargos tan importantes en su campaña?
―Por supuesto que me equivoqué. No pensé que iba a ser objeto de tamaña traición. Pero, ahora, lo importante no es si me equivoqué al designarlos, cosa que podía suceder; lo importante es que no me equivoqué al destituirlos, como lo hice ayer.
“Muy buena respuesta”, se dijo a sí mismo Gabriel. Le gustaba también el hecho de que “Cap” haya mencionado dos veces la palabra “traición”, lo que reforzaba su posición ante la opinión pública.
―Juan Fernando Villa, del periódico La Mañana ―dijo Carlos―. Esta será la última pregunta.
―Doctor Capdevila, ¿cómo cree que afectará a su campaña este incidente?
―Veo difícil calificarlo sólo como un incidente. ¡Es una tragedia! No se puede calificar de otra forma al hecho de haber convivido íntimamente, y sin saberlo, con dos alimañas. Discúlpenme lo duro de la expresión, pero me siento indignado. En cuanto a su pregunta, espero que no afecte a la campaña; antes bien, aspiro a que el pueblo lo tome como un anticipo de la manera en que enfrentaré los actos de corrupción que se llegasen a presentar. Muchas gracias, amigos. ¡Dejemos ahora que las autoridades se pronuncien! Que tengan todos muy buenas noches.
Dicho esto, Alejandro bajó del estrado y, acompañado siempre por Carlos, su flamante Secretario Privado, se dirigió a su oficina en donde le esperaba Beatriz para darle un abrazo y un beso.
Gabriel estaba contento. Pensaba que Alejandro se había batido bien y que el resultado sería positivo; María Esther estaba de acuerdo. Mañana, las encuestas dirían si sus percepciones eran las correctas. Antes de abandonar el local del Movimiento, Gabriel regresó para hablar con Alejandro.
―Alejandro ―le dijo―. Estaba dudando en darte o no esta otra noticia, pero creo que es muchísimo mejor que tú estés informado. Martín Carrión y Luis Antonio Peña, otros colaboradores cercanos tuyos, hace casi dos meses viajaron a Miami para entrevistarse con un conocido banquero que está prófugo de la justicia, y aceptaron un aporte de un millón de dólares para la campaña, no sé bajo qué condiciones. ¿Y a qué no sabes quienes fueron el vínculo con el banquero? Nada menos que tu hermano Bernardo y su amigo Raymundo Granizo.
―¿Cómo? Esto sí que es “tras piedras, palos”. Despreocúpate. Esos dos, Martín y Luis Antonio, si me compruebas lo que me acabas de decir, saldrán de mi círculo de inmediato. Al menos, a ellos, no les esperará la cárcel. Y me cuidaré de que mi hermano y su carnal Raymundo desaparezcan de la órbita de la Presidencia, Ministerios y demás instituciones públicas. Para ello, daré una orden expresa a quien corresponda.
―El dato le llegó a la Policía; de acuerdo con lo que me acaba de decir mi amigo, el Mayor Recabarren, hace muy poco, a través de Interpol. A ese empresario lo tiene vigilado la Policía de Florida, por sospechas de lavado de dinero. Por ello, creo que será fácil comprobar la noticia.
―Bien. Te repito que si me lo compruebas, les echaré con una patada en el fondillo. Aunque me digan que lo hicieron, desesperados, por falta de aportaciones a la campaña. ¡No pueden jugar con mi integridad!
Rodrigo necesitaba hablar con Oswaldo y el muy pendejo no contestaba. “Carajo, ¿qué diablos estaba pasando?”. Sintonizó la radio del coche y el mundo se le vino abajo. Oswaldo había sido detenido y de acuerdo con el reportero, se esperaba que de un momento a otro se produjera la suya.
“No puedo regresar a mi oficina ni permanecer en mi apartamento”, se dijo. “Obviamente, Oswaldo no me contestó antes de que lo detengan porque esto lo tomó de sorpresa. Estoy convencido de que ese maricón al primer síntoma de peligro, me hubiera llamado o me hubiera buscado. ¡Carajo, esto me huele mal!”, se dijo muy intranquilo.
¿Qué hacer? Esa era la pregunta que Rodrigo se formulaba a sí mismo con insistencia. Su cerebro, normalmente frío y analítico, funcionaba ahora a cinco mil revoluciones por minuto. Lo único que tenía claro era que no podía ir a su oficina pero, en cambio, debía ir a su apartamento; tenía que ir, claro que por breves minutos, y tendría que hacerlo rápido antes de la Policía se acercara por allí. Ahí había una buena cantidad de dinero en efectivo en la caja fuerte, que le permitiría alejarse lo suficiente, hasta poder salir del país y, quién sabe, pedir asilo en algún país aduciendo persecución política.
Llegó a su apartamento con el corazón en la boca. No se veían señales de presencia policial en los alrededores, lo que lo tranquilizó un poco. Dejó el coche estacionado en la calle y esperó con impaciencia la llegada del ascensor. Atropelladamente, abrió la puerta de su vivienda y se dirigió rápidamente a su dormitorio. En una esquina del ropero estaba la caja fuerte a la que abrió con alguna dificultad, dado que por su nerviosismo se equivocó en dos ocasiones con la clave. De allí extrajo cuarenta y cinco mil dólares en billetes de cien y su pasaporte. Metió todo en un portafolio grande, salió fugazmente del apartamento rumbo a la calle y se subió a su automóvil, sin examinar si alguien lo seguía.
¿A dónde ir? Esa era la pregunta para la que todavía no tenía respuesta. Alejarse de Quito era primordial y urgente. Llenó el tanque de su coche en la primera estación de combustibles que encontró y decidió salir para Mindo, un hermoso lugar situado en un bosque nublado, a unas dos horas de viaje al noroccidente de la capital -un sitio muy visitado por observadores de aves y que posee una gran biodiversidad. Pero ninguna de estas razones fue el motivo para que él escogiera dirigirse a ese lugar. Lo fundamental era que ese sitio estaba al norte, más cerca de Colombia, país al que de un momento a otro había escogido, por cercanía geográfica, para tratar de ingresar. Estaría apenas una noche ya que por la hora no podría viajar más. Al día siguiente trataría de llegar a la frontera.
Le surgió otra preocupación: la Agencia Nacional de Tránsito, a pedido de la Policía y a través del 911, debía ya haber pedido se localizara su coche a todas las estaciones de Policía del país. Por ende, debía abandonar su automóvil en algún lugar y viajar en transporte público.
Llegó a una conocida hostería en Mindo y, luego de dar una buena propina al encargado de la recepción, se alojó en la misma bajo un nombre falso. Más tarde, fue en su automóvil al pueblo, y en una calle apartada lo abandonó sin dejar un solo papel que indicara quién era su propietario. Caminó al centro y alquiló un taxi que lo llevó de regreso a la hostería.
Ya un poco más tranquilo, pidió que le llevaran una botella de refresco y un emparedado a su habitación. Luego de consumirlos, vestido como estaba, procuró conciliar el sueño.