50

Una prueba ilícita

 

A las ocho en punto de la noche estaban los tres reunidos en el apartamento del Gato, en pleno  centro  de la ciudad. Nerviosos, salieron al balcón desde donde se divisaban los techos de esa maravillosa ciudad que es Quito, así como las torres iluminadas de sus iglesias coloniales, para ver si presenciaban la llegada del Mayor de Policía, Ramiro Recabarren. En efecto, pocos minutos después, un auto negro aparcó en la puerta de la casa y de allí bajó Ramiro, vestido de civil y con una bolsa en la mano.

Cuando entró, y luego de saludar a los presentes, dijo:

―Disculpen este ligero atraso, pero como me suponía que Gabriel no nos daría nada de comer y, francamente, me muero de hambre, me detuve a comprar unas hamburguesas.

―Ante todo, Ramiro, permíteme presentarte a Carlos Maldonado; alumno y amigo mío, quien, junto con María Esther, me está colaborando en el estudio que estamos llevando a cabo sobre los candidatos a la Presidencia de la  República. Bueno, Carlos que trabaja también en la campaña de Capdevila como asistente de Oswaldo Rojas y participa en las reuniones del Comité Político, hizo un descubrimiento que no quiero calificarlo y que requerimos que tú nos digas cómo proceder.

Encantado de conocerte, Carlos ―dijo  Ramiro estrechándole la mano y continuó― Pero antes de que veamos el mapa del tesoro, les propongo que despachemos estas hamburguesas, o, caso contrario me voy a poner muy, pero muy malgenio.

―A sus órdenes, mi Mayor ―dijo con una sonrisa María Esther.

En cinco minutos, lo único que atestiguaba que habían existido unas hamburguesas era el papel de sus envolturas.

―Ahora sí, díganme de qué se trata ―pidió Ramiro, luego de limpiarse boca y manos con una servilleta de papel.

―Si me permite, Mayor, quisiera explicar de qué descubrimiento  se trata.

―Adelante, Carlos. Pero antes, déjame decirte que si  eres amigo de Gabriel, eres amigo mío, y mis amigos me llaman Ramiro y no Mayor.

―Gracias, Ramiro. De veras lo aprecio. Mira, la historia es como sigue: hace algunos meses, dada mi inclinación por la política, solicité hacer una pasantía en la campaña de Alejandro Capdevila, quien me atrajo por su manera de enfocar la política como un instrumento de búsqueda del  bien común y libre de corrupción. Tuve la gran suerte de que me aceptaran y, no solamente eso, sino también de que me asignaran para trabajar como asistente del doctor Oswaldo Rojas, quien es el jefe de la  campaña. Creo que a Rojas le gustó mi forma de ser y mi trabajo y le pidió a Capdevila que me permitiera asistir a las reuniones del Comité Político; lo que vengo haciendo regularmente.

   El  candidato tiene dos asesores principalísimos: Oswaldo Rojas y Rodrigo Avilés, quien es el  estratega y comunicador de la campaña. Avilés es, para mí, un hombre brillante (bueno, los dos son brillantes) pero carente de escrúpulos. Nada lo detiene en la búsqueda de sus objetivos. No es una persona que haya sido nunca de mi agrado. En cambio Rojas es un individuo simpático, que cae bien a la gente, aunque me sospechaba que tampoco era un dechado de virtudes. Los dos individuos son diferentes el uno del otro; físicamente y en su personalidad. Por ejemplo, mientras Avilés es un dechado  del orden, Rojas es la personificación del  desorden; y esto último puede ser la explicación de mi descubrimiento. Debo anticiparte que Rojas me brindó toda su confianza y que lo que te vamos a presentar es producto de que yo haya traicionado  esa confianza.

―Bueno, debo confesar que has logrado despertar mi interés, Carlos; adelante ―dijo Ramiro con un rostro que delataba su curiosidad.

―Bien, el caso es que yo tengo una virtud o un defecto, dependiendo de quién lo mire: no soporto el desorden. Antes de ayer, cuando iba a salir del despacho de Rojas (que me deja utilizarlo cuando él no está), me di cuenta de que un cuadro, que es copia de uno famoso de Rembrandt, se hallaba movido; razón por la cual me acerqué a ponerlo recto. En  ese momento caí en cuenta de que el cuadro tenía una función adicional, y era la de ocultar una caja fuerte, que Oswaldo, la última vez que la usó, debió de olvidar de cerrar. Abrí la caja y observé que su contenido se limitaba a una pequeña grabadora digital, sus cables y un papel manuscrito, con la letra de Oswaldo, que contenía frases raras como: “Toma de decisión difícil”, “encuentro en Bogotá”, o algo así, no las puedo repetir de memoria. El hecho es que esto despertó mi curiosidad y decidí transferir a mi computadora el contenido de esas grabaciones -alzando la mano, dijo con tono firme-. Ya sé que no actué correctamente y, a lo mejor, he cometido algún delito. Si  es así, ¡estoy dispuesto a asumir las consecuencias!

―Dejemos esas conclusiones para después. Creo que lo mejor es que ahora continúes ―dijo Gabriel.

―Bueno, Ramiro. Creo que la introducción está dada. Lo conveniente es que escuches esas grabaciones.

Carlos se levantó e hizo funcionar el reproductor de su computadora portátil. Interrumpió sólo cuando debió indicarle a Ramiro cuál voz correspondía a quién.

Los ojos del investigador policial se iban abriendo conforme pasaba la grabación. Cuando ésta terminó dijo:

―Perdónenme la expresión; pero haré que estas mierdas terminen en la cárcel, que es adonde pertenecen. Con estas grabaciones muchísimas cosas se aclaran Gato: quién mató a Emir Barro, cómo y por qué. No abrigo ninguna duda de que la voz desconocida es la del  famoso “Don José”; este empresario de sicarios colombiano. Ya el Teniente Coronel Jairo Londoño, de la Policía de Colombia, a quien tú conoces, me lo podrá corroborar. Quedaría tan sólo por dilucidar por qué mataron a Mortiño.

―Bueno, Ramiro, ¿y qué hay de mí? ―preguntó inquieto Carlos.

―Amigo, te voy a prometer una cosa: que tu nombre no aparezca para nada en este embrollo. Evidentemente, lo mínimo de que se te puede acusar es de abuso de confianza. Pero duerme tranquilo. Nada te pasará. Más aún, te debo decir que estamos en deuda contigo.

―Ramiro, ¿estas grabaciones pueden servir de prueba? ―preguntó Gabriel.

―Creo que fácilmente pueden ser calificadas como “prueba ilícita”, dado que se obtuvieron como fruto  de una ilicitud. Pero  déjenme hablar con mi amigo, el Fiscal General Subrogante y vamos a lograr una orden de allanamiento del despacho de Oswaldo Rojas; a fin de obtener, ahí sí, de manera lícita, esas grabaciones. Pero necesito, Carlos, que me des una copia de las mismas, para hacerlas escuchar al Fiscal.

―Mira, sabía que me lo ibas a pedir. Aquí la tienes ―dijo, entregándole una memoria flash.

―Perfecto. Me pongo en acción de inmediato.

Ramiro sacó su  teléfono celular y marco el número muy privado del Fiscal General Subrogante.

―Vladimiro, ¿cómo estás? Necesito verte lo más pronto posible. ¿Cuándo puedo ir a verte? Mañana, trece horas. De acuerdo. Te mando un abrazo.

―Ramiro―, le dijo Gabriel, cuando aquél estaba ya en la puerta–, quisiera pedirte que no solo protejamos a Carlos, sino a Capdevila, que va a terminar siendo una suerte de víctima inocente.

―Gabriel ―, le contestó―, de lo primero me encargo yo; de lo segundo, me parece que serás tú y los medios de la prensa los que se encarguen.

Festín de buitres
titlepage.xhtml
part0000_split_000.html
part0000_split_001.html
part0000_split_002.html
part0000_split_003.html
part0000_split_004.html
part0000_split_005.html
part0000_split_005_0001.html
part0000_split_006.html
part0000_split_007.html
part0000_split_008.html
part0000_split_008_0001.html
part0000_split_009.html
part0000_split_010.html
part0000_split_011.html
part0000_split_011_0001.html
part0000_split_012.html
part0000_split_013.html
part0000_split_014.html
part0000_split_015.html
part0000_split_015_0001.html
part0000_split_016.html
part0000_split_017.html
part0000_split_018.html
part0000_split_019.html
part0000_split_020.html
part0000_split_021.html
part0000_split_022.html
part0000_split_023.html
part0000_split_024.html
part0000_split_024_0001.html
part0000_split_024_0002.html
part0000_split_024_0003.html
part0000_split_025.html
part0000_split_026.html
part0000_split_026_0001.html
part0000_split_026_0002.html
part0000_split_026_0003.html
part0000_split_026_0004.html
part0000_split_026_0005.html
part0000_split_027.html
part0000_split_028.html
part0000_split_029.html
part0000_split_029_0001.html
part0000_split_030.html
part0000_split_031.html
part0000_split_031_0001.html
part0000_split_031_0002.html
part0000_split_031_0003.html
part0000_split_032.html
part0000_split_032_0001.html
part0000_split_032_0002.html
part0000_split_033.html
part0000_split_033_0001.html
part0000_split_033_0002.html
part0000_split_033_0003.html
part0000_split_034.html
part0000_split_035.html
part0000_split_036.html
part0000_split_037.html
part0000_split_038.html
part0000_split_038_0001.html
part0000_split_038_0002.html
part0000_split_039.html
part0000_split_039_0001.html
part0000_split_040.html
part0000_split_041.html
part0000_split_042.html
part0000_split_043.html