XVIII
—¿Sos vos, Morales? Aquí estoy, en tu propia pieza, desde quién sabe cuándo.
Abrió la puerta y al encontrarse con Leiva sentado en su cama, tuvo un disgusto que no quiso ocultar.
—Estoy deshecho de cansancio. No veo el momento de echarme a dormir.
—De acuerdo, pero vamos por partes. Primero, nosotros dos tenemos que hablar largo y tendido. Traigo noticias de la mayor importancia.
—Mañana las oigo. Ahora me harás el favor de irte y dejarme dormir.
—¿Qué te pasa?
Morales se sentó en el borde de la cama.
—¿Te acordás de un rufiancito, del que te hablé, uno que me atacó días pasados, con una sevillana? Hace un rato, con la misma sevillana, se me vino encima en el zaguán.
—¿Te hirió?
—Lo esquivé y cambió de idea.
—La manga está cortada a la altura del hombro y se ve un poco de sangre. A ver, mostrame.
—No es nada. Un rasguño. El tipo trepó al techo como un mono.
—¿Lo dejaste escapar?
—Lo seguí. Lo corrí, pero no pude alcanzarlo.
—Menos mal.
—¿Por qué menos mal?
—A lo mejor esta vez no lo vencías.
—¿Lo decís para darme ánimo?
—Hablé con Apes.
Morales se apretó la cabeza con las manos: se incorporó. Preguntó:
—¿El ayudante de Nemo? Mañana te oigo.
—Ahora déjame dormir. —Tomó un envión y se tiró de espaldas en la cama.
—Oíme bien. ¿Te digo lo que siento? ¿Te hacés el dormido o estás durmiendo? Por favor, oíme esto: se acabó la protección. No hay más.
Finita.
—Yo no busqué la protección de nadie.
—No digo que la buscaras. Sin ir más lejos, en Avellaneda, la otra noche…
—Querían volcarme el Rambler.
—Pusiste fuera de combate a media docena de tipos.
—A cuatro.
—A cuatro y un enano. ¿Te cansaste como hoy? En alguna de tus peleas ¿te cansaste como hoy?
—Me parece que no, pero eso ¿qué prueba?
¿Que no siempre uno está igual? Ya lo sabíamos.
—Apes me dio otra explicación. De paso, te prevengo: con sus medias palabras, porque no quería hablar, confirmando todo lo que yo supuse.
—Mira qué bien.
—No tan bien. Pero siquiera estás prevenido: ya se te acabó la protección de esos dos.
—¿Qué protección?
—¿Cómo? ¿No sospechas? No me vas a decir que nunca sospechaste. No te creo.
—Mira: no sé si quiero saber de qué estás hablando.
—¿Por qué no querés saber? ¿Porque lo sabés demasiado?
—Porque me muero de sueño.