SOL

Mi amigo el sol bajó a la aldea

a repartir su alegría entre todos,

bajó a la aldea y en todas las cosas

entró y alegró los rostros.


Avivó las miradas de los hombres

y prendió sonrisas en sus labios,

y las mujeres enhebraron hilos de luz en sus dedos

y los niños decían palabras doradas.


El sol se fue a los campos

y los árboles rebrillaron y uno a uno

se rumoraban su alegría recóndita.

Y eran de oro las aves.


Un joven labrador miró el azul del cielo

y lo sintió caer entre su pecho.

El sol, mi amigo, vino sin tardanza

y principió a ayudar al labriego.


Habían pasado los nublados días,

y el sol se puso a laborar el trigo.

Y el bosque era sonoro. Y en la atmósfera

palpitaba la luz como abeja de ritmo.


El sol se fue sin esperar adioses

y todos sabían que volvería a ayudarlos,

a repartir su calor y su alegría

y a poner mano fuerte en el trabajo.


Todos sabían que comerían el pan bueno

del sol, y beberían el sol en el jugo

de las frutas rojas, y reirían el sol generoso,

y que el sol ardería en sus venas.


Y pensaron: el sol es nuestro, nuestro sol

nuestro padre, nuestro compañero

que viene a nosotros como un simple obrero.

Y se durmieron con un sol en sus sueños.


Si yo cantara mi país un día,

mi amigo el sol vendría a ayudarme

con el viento dorado de los días inmensos

y el antiguo rumor de los árboles.


Pero ahora el sol está muy lejos,

lejos de mi silencio y de mi mano,

el sol está en la aldea y alegra las espigas

y trabaja hombro a hombro con los hombres del campo.