Era del año la estación florida. . .
Góngora
Era del hombre la pasión, la vida.
Era el caballo que se eleva a hombre,
relámpago las crines, y los ojos,
rayos de lluvia enamorada.
Era…
La edad que no conoce la edad, una corriente
como una espalda rosa de mujer sonreída,
ensanchando los bosques la ladridos y ciervos.
Era, tirante, un músculo en la fija ignorancia
de la hora y el filo que pudieran cortarlo.
Un alcohol siempre alto, una espuma ebria siempre,
rota en nácares blancas y venillas azules.
Era también, preciso y girando en su aguja,
un compás siempre en punto al dibujo de un seno,
tembloroso en las yemas ansiosas de asumirlo
y escapar en la noche un levante de estrellas.
Era además. . .
¡Oh nubes!
Que los ríos no olviden esta lección de agua
que puede dislocarse trasmutando los cielos,
que recuerde la mar y apunte en su memoria
las posibilidades de amanecer sin playas,
que la tormenta piense en el riesgo que corre
de abrirse al firmamento de las alegorías,
y la Belleza bella, en un despertar súbito,
verterse en los cabellos de Diana cazadora.
¡Oh dioses,
dioses,
dioses!
Delirio de la mano por sorprender que Venus
mide igual, de hombro a hombro, que Adonis poseído,
que la cadera pálida de una ninfa en huida
tiembla el mismo color que los ojos del sátiro.
¡Dionisos! ¡Cómo estallan los enjambres de mosto
bajo tu vagabunda risa voluminosa,
cómo ufanas tu vientre circunscrito al escándalo
de las contorneadas y repletas bacantes!
Jardines. Amplias Gracias de la luz que no oculta
más pasión que extenderse desnuda por los cuerpos,
de la línea que sabe en su concreto impulso
ceder anchos espacios al color que los llene.
¡Oh pintor de mayúsculas desmedidas no escritas,
de las exclamaciones que no encontraron signo,
de la boca y los ojos que al intentar decirte
tu hermosura no pueden expresarse y se espantan!
Tú, el Amor, tú los cielos en orgía, tú el árbol
que ha cubierto el mordido pezón flotante en fuga,
la solidificada música más redonda,
tú, el tumulto del sueño en volutas de carne,
tú, en fin, ese caballo que se desborda en hombre,
hinchándole las venas el verde soplo extraño
de erigirse en los tuétanos de la mar como tromba
que lo mueve, lo empuja, lo exalta y lo eterniza.
(De A la pintura, 1967)
A ti, sonoro, puro, quieto, blando,
incalculable al mar de la paleta,
por quien la neta luz, la sombra neta
en su trasmutación pasan soñando.
A ti, por quien la vida combinando
color y color busca ser concreta;
metamorfosis de la forma, meta
del paisaje tranquilo o caminando.
A ti, armónica lengua, cielo abierto,
descompasado dios, orden, concierto,
raudo relieve, lisa investidura.
Los posibles en ti nunca se acaban.
Las materias sin términos te alaban.
A ti, gloria y pasión de la Pintura.
(De A la pintura, 1967)
Se apareció la Vida una mañana
y le suplicó:
- Píntame, retrátame
como soy realmente o como tu
quisieras realmente que yo fuese.
Mírame, aquí, modelo sometido,
sobre un punto, esperando que me fijes.
Soy un espejo en busca de otro espejo.
***
Mediodía sereno,
descansado
de la Pintura. Pleno
presente Mediodía, sin pasado.
***
Te veo en mis mañanas madrileñas,
cuando decía: Voy al Pardo, voy
a la Casa de Campo, al Manzanares…
Y entraba en el Museo.
***
… Y entraba por la puerta de tus cuadros
al encinar, al monte, al cielo, al río,
con ecos de ladridos, de disparos
y fugitivas ciervas diluidas
en el pintado azul de Guadarrama.
***
Conocía los troncos y las hojas,
la herradura en la tierra,
la huella del lebrel
y hasta esas briznas
que en las sombras no son más que el alivio
del pincel que al pasar las acaricia.
***
La majestad del cielo
sobre la melancólica
majestad de la encina que guarece
la tristeza cansada de un retrato.
***
Y también conocía
aquel azul a quien le preguntaba:
- ¿Qué es ese azul que apenas
si es montaña, si es nieve, si es azul?
***
Y su respuesta:
- Soy, pero teniendo
por pincelada y por color el aire.
***
La pintura en tu mano se serena
y el color y la Iínea se revisten
de hermosura, de aire y "luz no usada.”
***
Yo me entre -soy el aire- en el cuadrado
abierto de las telas, en los regios
salones, en las cámaras umbrías,
y allí envolví los muebles, las figuras,
revistiéndolo todo, rodeándolo
de ese vívido hálito que hoy
hace decir:
- Mojaba su tranquilo
pincel en una atmósfera oreada.
***
Dice el pincel:
- Como también soy río,
lo envuelvo todo a veces
en un vaho de plata.
***
La tenue rosa gris argentería.
***
En tu mano un cincel,
pincel se hubiera vuelto,
pincel, solo pincel,
pajaro suelto.
***
De las profundidades vaporosas
surjo denso vapor,
humana forma aérea condensada.
***
Dice el borracho:
- Tengo
noble cara de príncipe y borracho,
de príncipe borracho o de beodo
que fuera rey y borracho a un mismo tiempo.
***
Y el tonto:
- Me retratan
como a S.M. o al Conde Duque.
Soy D. Bobo Felipe de Coria y Olivares.
***
¿Quién el más noble príncipe? ¿El que alza
el arma cazadora entre sus guantes
o el perro que a sus pies mira tranquilo?
***
Sangre azul en los perros de Velázquez.
***
Habla un alano:
- Hubiera yo -no veis?-
tan bien pintado, dirigido el reino.
***
Y un lebrel:
- Si, llamadme
S.M. Felipe Lebrel IV.
***
Mas tambien los caballos le podrían
disputar a los perros la corona.
***
Hago sonar los niños como rubias
campanas repicadas de colores.
***
La Gracia se vistió, la austera Gracia;
pero de pronto se miró desnuda
Venus tranquila al fondo de un espejo.
***
Serio color fluido sin ofensa.
Severidad, mar calma, sin ataque.
***
Los negros como túmulos,
los trajes negros como monumentos.
***
La distinción le dijo ante la lámina
rigurosa y exacta de un espejo:
- Tengo un nombre. Me llamo…
Y el pintor retrató su propia imagen.
***
Nunca la línea se sintió más ágil
y menos responsable del contorno.
Soy el volumen que me da la mano
que modela el color y no la arcilla.
***
Soy en la tela un soplo,
el paso detenido de un momento.
Y en la historia del tiempo,
el ligerísimo roce fugaz de un ala perdurable.
***
Más vida, sí, más vida, y tu pintura,
de haber vivido, más que real pintura
hubiera sido pintura sugerida,
leve mancha, almo cuerpo diluido.
(De A la pintura, 1967)
La dulzura, el estupro,
la risa, la violencia,
la sonrisa, la sangre,
el cadalso, la feria.
Hay un diablo demente persiguiendo
a cuchillo la luz y las tinieblas.
De ti me guardo un ojo en el incendio.
A ti te dentelleo la cabeza.
Te hago crujir los húmeros. Te sorbo
el caracol que te hurga en una oreja.
A ti te entierro solamente
en el barro las piernas.
Una pierna.
Otra pierna.
Golpea.
¡Huir!
Pero quedarse para ver,
para morirse sin morir.
¡Oh luz de enfermería!
Ruedo tuerto de la alegría.
Aspavientos de la agonía.
Cuando todo se cae
y en adefesio España se desvae
y una escoba se aleja.
Volar.
El demonio, senos de vieja.
Y el torero,
Pedro Romero.
Y el desangrado en amarillo,
Pepe-Hillo.
Y el anverso
de la duquesa con reverso.
Y la Borbón esperpenticia
con su Borbón espertenticio.
Y la pericia
de la mano del Santo Oficio.
Y el escarmiento
del más espantajado
fusilamiento.
Y el repolludo
cardenal narigado,
narigudo.
Y la puesta de sol en la Pradera.
Y el embozado
con su chistera.
Y la gracia de la desgracia.
Y la desgracia de la gracia.
Y la poesía
de la pintura clara
y la sombría.
Y el mascarón
que se dispara
para
bailar en la procesión.
El mascarón, la muerte,
la Corte, la carencia,
el vómito, la ronda,
la hartura, el hambre negra,
el cornalón, el sueño,
la paz, la guerra.
¿De dónde vienes tú, gayumbo extraño, animal fino,
corniveleto,
rojo y zaíno?
¿De dónde vienes, funeral,
feto,
irreal
disparate real,
boceto,
alto
cobalto,
nube rosa,
arboleda,
seda umbrosa,
jubilosa
seda?
Duendecitos. Soplones.
Despacha, que despiertan.
El sí pronuncian y la mano alargan
al primero que llega.
Ya es hora.
¡Gaudeamus!
Buen viaje.
Sueño de la mentira.
Y un entierro
que verdaderamente amedrenta al paisaje.
Pintor.
En tu inmortalidad llore la Gracia
y sonría el Horror.
(De A la Pintura, 1967)
Los colores soñaban. ¡Cuánto tiempo,
oh, cuánto tiempo hacía!
El rosa era quien quería
resbalar por el seno y ser cadera.
El amarillo, cabellera.
La cabellera, rosas amarillas.
El añil, diluirse entre los muslos
y ceñir hecho agua las rodillas.
El plata, ser olivo
y vino de clavel el rojo vivo.
¿Se murió el color negro?
El azul es quien canta
y se destila
en una sombra verde o lila.
Pero es el rosa el de mejor garganta.
El rosa canta junto al mar,
el ancho rosa nalga por el río,
el rosa espalda puesto a espejear
al sol y a resonar
rosa talón por el rocío.
Vibra, zumba la vida,
Y es un abejorreo de cigarras
en tu agreste pupila estremecida.
El céfiro cobalto clarinea,
el cabello azulea,
nacarea la piel y se platea
de un polvo nítido el paisaje.
Se amorata el follaje
y en la sombra verdea fresco el lila.
Pero es el rosa quien mejor titila
al desnudarse evaporado en rosa.
Pintor: en tu paleta rumorosa,
cuando vierten sus jarras los colores,
y todos son ramos de flores.
Y rosa.
(De A la Pintura, 1967)
I
Mil novecientos diecisiete.
Mi adolescencia: la locura
por una caja de pintura,
un lienzo en blanco, un caballete.
Felicidad de mi equipaje
en la mañana impresionista.
Divino gozo, la imprevista
lección abierta del paisaje.
Cándidamente complicado
fluye el color de la paleta,
que alumbra al árbol en violeta
y al tronco en sombra de morado.
Comas radiantes son las flores,
puntos las hojas, reticentes,
y el agua, discos trasparentes
que juegan todos los colores.
El bermellón arde dichoso
por desposar al amarillo
y erguir la torre de ladrillo
bajo un naranja luminoso.
El verde cromo empalidece
junto al feliz blanco de plata,
mas ante el sol que lo aquilata
renace y nuevo reverdece.
Llueve la luz, y sin aviso
ya es una ninfa fugitiva
que el ojo busca clavar viva
sobre el espacio más preciso.
Clarificada azul, la hora
lavadamente se disuelve
en una atmósfera que envuelve,
define el cuadro y lo evapora.
Diérame ahora la locura
que en aquel tiempo me tenía,
para pintar la Poesía,
con el pincel de la Pintura.
II
Y las estatuas. En mi sueño
de adolescente se enarbola
una Afrodita de escayola
desnuda al ala del diseño.
¡Inusitada maravilla!
Mi mano y Venus frente a frente
con mi ilusión de adolescente:
un papel y una carbonilla.
Ante la forma, era mi estado
de pura gracia y de blancura,
peregrinante a la ventura,
libre, dichoso y maniatado.
Incontenible, aunque indecisa,
la línea en curva se dispara
como si un pájaro jugara
con el contorno de la brisa.
Cautivo al fin que lo promueve
y al negro albor que lo sombrea,
el claroscuro redondea
la cima exacta del relieve.
Y el azabache submarino
ciñe a la hija de la espuma,
fingida en yeso, luz y bruma
de carbón, goma y disfumino.
Nada sabía del poema
que ya en mi lápiz apuntaba.
Venus tan sólo dibujaba
mi sueño prístino, suprema.
Feliz imagen que en mi vida
dio su más bella luminaria
a esta academia necesaria,
que abre su flor cuando se olvida.
III
¡El Museo del Prado! ¡Dios mío! Yo tenía
pinares en los ojos y alta mar todavía
con un dolor de playas de amor en un costado,
cuando entré al cielo abierto del Museo del Prado.
¡Oh asombro! ¡Quién pensara que los viejos pintores
pintaron la Pintura con tan claros colores;
que de la vida hicieron una ventana abierta,
no una petrificada naturaleza muerta,
y que Venus fue nácar y jazmín trasparente,
no umbría, como yo creyera ingenuamente!
Perdida de los pinos y de la mar, mi mano
tropezaba los pinos y la mar de Tiziano,
claridades corpóreas jamás imaginadas,
por el pincel del viento desnudas y pintadas.
¿Por qué a mi adolescencia las antiguas figuras
le movieron el sueño misteriosas y oscuras?
Yo no sabía entonces que la vida tuviera
Tintoretto (verano), Veronés (primavera),
ni que las rubias Gracias de pecho enamorado
corrieran por las salas del Museo del Prado.
Las sirenas de Rubens, sus ninfas aldeanas
no eran las ruborosas deidades gaditanas
que por mis mares niños e infantiles florestas
nadaban virginales o bailaban honestas.
Mis recatados ojos agrestes y marinos
se hundieron en los blancos cuerpos grecolatinos.
Y me bañé de Adonis y Venus juntamente
y del líquido rostro de Narciso en la fuente.
Y -¡oh relámpago súbito!- sentí en la sangre mía
arder los litorales de la mitología,
abriéndome en los dioses que alumbró la Pintura
la Belleza su rosa, su clavel la Hermosura.
¡Oh celestial gorjeo! De rodillas, cautivo
del oro más piadoso y añil más pensativo,
caminé las estancias, los alados vergeles
del ángel que a Fra Angélico cortaba los pinceles.
Y comprendí que el alma de la forma era el sueño
de Mantegna, y la gracia, Rafael, y el diseño,
y oí desde tan métricas, armoniosas ventanas
mis andaluzas fuentes de aguas italianas.
Transido de aquel alba, de aquellas claridades,
triste «golfo de sombra», violentas oquedades
rasgadas por un óseo fulgor de calavera,
me ataron a los ímprobos tormentos de Ribera.
La miseria, el desgarro, la preñez, la fatiga,
el tracoma harapiento de la España mendiga,
el pincel como escoba, la luz como cuchillo
me azucaró la grácil abeja de Murillo.
De su célica, rústica, hacendosa, cromada
paleta golondrina María Inmaculada,
penetré al castigado fantasmal verdiseco
de la muerte y la vida subterránea del Greco.
Dejaba lo espantoso español más sombrío
por mis ojos la idea lancinante de un río
que clavara nocturno su espada corredora
contra el pecho elevado, naciente de la aurora.
Las cortinas del alba, los pliegues del celaje
colgaban sus clarísimos duros blancos al traje
del llanamente monje que Zurbarán humana
con el mismo fervor que el pan y la manzana.
¡Oh justo azul, oh nieve severa en lejanía,
trasparentada lumbre, de tan ardiente, fría!
La mano se hace brisa, aura sujeta el lino,
céfiro los colores y el pincel aire fino;
aura, céfiro, brisa, aire, y toda la sala
de Velázquez, pintura pintada por un ala.
¡Oh asombro! ¡Quién creyera que hasta los españoles
pintaron en la sombra tan claros arreboles;
que de su más siniestra charca luciferina
Goya sacara a chorros la luz más cristalina!
Mis oscuros demonios, mi color del infierno
me los llevó el diablo ratoneril y tierno
del Bosco, con su químico fogón de tentaciones
de aladas lavativas y airados escobones.
Por los senderos corren refranes campesinos.
Patinir azulea su albor sobre los pinos.
Y mientras que la muerte guadaña a la jineta,
Brueghel rige en las nubes su funeral trompeta.
El aroma a barnices, a madera encerada,
a ramo de resina fresca recién llorada;
el candor cotidiano de tender los colores
y copiar la paleta de los viejos pintores;
la ilusión de soñarme siquiera un olvidado
Alberti en los rincones del Museo del Prado;
la sorprendente, agónica, desvelada alegría
de buscar la Pintura y hallar la Poesía,
con la pena enterrada de enterrar el dolor
de nacer un poeta por morirse un pintor,
hoy distantes me llevan, y en verso remordido,
a decirte, ¡oh Pintura!, mi amor interrumpido.
(De A la pintura, 1945-1967)
Pis.
Sigo estando en París.
El perro se hace pis,
los perros se hacen pis,
todos los perros se hacen pis.
Sobre sus dos zapatos, caballero.
Sobre sus finas medias, madame.
Pipiadero.
Pis a la puerta del Printemps,
pis al pie de la estatua de Danton,
pis sobre la Revolución
y los Derechos del Hombre.
Pis reaccionario,
pis burgués,
pis de pacto de Munich,
muniqués.
El Sena -¡por Dios!-, pis,
y pis la Tour Eiffel.
Señora:
¿ha dado usted a luz un perro?
Pis.
¿Se salvará París?
(De Vida bilingüe de un refugiado español en Francia, 1942)
Creyeron que aquel toro ya tenía
rotas las astas, el testuz vencido;
que hasta cuando bramaba, su bramido
ni en el viento se oía.
Creyeron que su oscuro
dolor era agonía;
que el poder de su antigua reciedumbre
para el golpe mortal estaba ya maduro;
que su furor dormía doblado de mansedumbre.
Pero, de pronto un día, un día…
¿Qué sucede, qué sucede?
¿Qué pasa, que en la mañana
hay verdor de acometida,
despertar de sangre brava?
El toro del pueblo sube,
rebosa el toro de España.
Por las calles crece, hambriento,
se empina furioso, salta.
Es un ciclón de hermosura,
tromba de rayos y llamas.
Vive el toro, vuelve el toro.
No hay ruedo, para él no hay plaza,
barreras que lo limiten,
hierros que le pongan trabas.
El toro seco del campo,
el de metal de las fábricas,
el de carbón de las minas,
el níveo de las montañas,
el ciego del mar, el toro
blanco y azul de las playas.
El toro español ha vuelto.
Su ruedo ya es toda España.
Si es de furia y pedernales
de chispas que no se apagan,
¿qué no ha de prender, qué nieblas
van a enfrentarle su espada?
Si ayer saltó en Barcelona,
si en Madrid ayer saltara,
mañana lo hará en Sevilla,
lo hará en Asturias mañana.
Levantará hasta los muertos
por donde quiera que vaya.
Su paso será una hoguera,
su arremetida una bala.
No habrá oscuros que lo lidien,
no habrá picas, ni habrá capas,
banderillas que lo doblen,
estocadas que lo hagan
morder el polvo, mulillas
que lo arrastren. ¡No habrá nada!
Sólo su hervor y una nueva
lumbre en los montes de España.
(De Signos del día, 1945-1955)
Han descuajado un árbol. Esta misma mañana,
el viento aún, el sol, todos los pájaros
lo acariciaban buenamente. Era
dichoso y joven, cándido y erguido,
con una clara vocación de cielo
y con un alto porvenir de estrellas.
Hoy, a la tarde, yace como un niño
desenterrado de su cuna, rotas
las dulces piernas, la cabeza hundida,
desparramado por la tierra y triste,
todo deshecho en hojas,
en llanto verde todavía, en llanto.
Esta noche saldré -cuando ya nadie
pueda mirarlo, cuando ya esté solo-
a cerrarle los ojos y a cantarle
esa misma canción que esta mañana
en su pasar le susurraba el viento.
(De Poemas de Punta del Este, 1945-1956)
A mi madre, que nos unía a todos en la música de su viejo piano.
Era en el comedor, primero, era en el dulce
comedor de los seis: Agustín y María, Milagritos, Vicente, Rafael y Josefa.
De allí me viene ahora, invierno aquí, distantes,
casi perdidos ya, desvanecidos míos,
hermanos que no puede llevar a mi estatura;
de allí que viene ahora este acorde de agua,
de allí también ahora,
esta nocturna rama de arboleda movida,
esta orilla de mar, este amor, esta pena
que hoy, velados en lágrimas, me juntan a vosotros
a través unas manos dichosas que se fueron.
Era, luego, en la sala del rincón en penumbra,
lejos del comedor primero de los seis,
y aunque cerca también de vosotros, perdido,
casi infinitamente perdido me sentíais,
muy tarde, ya muy tarde,
cuando empieza a agrandarse la llegada del sueño,
un acorde de agua, una rama nocturna,
una orilla, un amor, una pena a vosotros
dulcemente me unían
a través de una manos cansadas que se fueron.
Y es ahora, distante,
más infinitamente que entonces, desterrado
del comedor primero, del rincón en penumbra
de la sala, es ahora,
cuando aquí, tembloroso,
traspasado de invierno el corazón, María,
Vicente, Milagritos, Agustín y Josefa,
uno, el seis, Rafael, vuelve a unirse a vosotros,
por la rama, el amor, por el mar y la pena,
a través de unas manos lloradas que se fueron.
(De Retornos de lo vivo lejano, 1948-1956)
Cuando tú apareciste,
penaba yo en la entraña más profunda
de una cueva sin aire y sin salida.
Braceaba en lo oscuro, agonizando,
oyendo un estertor que aleteaba
como el latir de un ave imperceptible.
Sobre mí derramaste tus cabellos
y ascendí al sol y vi que eran la aurora
cubriendo un alto mar de primavera.
Fue como si llegara al más hermoso
puerto del mediodía. Se anegaban
en ti los más lucidos paisajes:
claros, agudos montes coronados
de nieve rosa, fuentes escondidas
en el rizado umbroso de los bosques.
Yo aprendí a descansar sobre tus hombros
y a descender por ríos y laderas,
a entrelazarme en las tendidas ramas
y a hacer del sueño mi más dulce muerte.
Arcos me abriste y mis floridos años,
recién subidos a la luz, yacieron
bajo el amor de tu apretada sombra,
sacando el corazón al viento libre
y ajustándolo al verde son del tuyo
Ya iba a dormir, ya a despertar sabiendo
que no penaba en una cueva oscura,
braceando sin aire y sin salida.
Porque habías al fin aparecido.
(De Retornos de lo vivo lejano, 1948-1956)
Esta mañana, amor, tenemos veinte años.
Van voluntariamente lentas, entrelazándose
nuestras sombras descalzas camino de los huertos
que enfrentan los azules de mar con sus verdores.
Tú todavía eres casi la aparecida,
la llegada una tarde sin luz entre dos luces,
cuando el joven sin rumbo de la ciudad prolonga,
pensativo, a sabiendas el regreso a su casa.
Tú todavía eres aquella que a mi lado
vas buscando el declive secreto de las dunas,
la ladera recóndita de la arena, el oculto
cañaveral que pone
cortinas a los ojos marineros del viento.
Allí estás, allí estoy contra ti, comprobando
la alta temperatura de las odas felices,
el corazón del mar ciegamente ascendido,
muriéndose en pedazos de dulce sal y espumas.
Todo nos mira alegre, después, por las orillas.
Los castillos caídos sus almenas levantan,
las algas nos ofrecen coronas y las velas,
tendido el vuelo, quieren cantar sobre las torres.
Esta mañana, amor, tenemos veinte años.
(De Retornos de lo vivo lejano, 1948-1956)
1
La caja de mi guitarra
no es caja, que es calabozo,
penal donde pena España.
2
Las paredes de la cárcel
son de madera, madera
de donde no sale nadie.
3
Las cuerdas son los barrotes,
la ventanita de hierro
por donde pasan mis voces.
4
Y las clavijas, ¿qué son
sino las llaves que aprietan
la luz de mi corazón?
5
Ahora me pongo a cantar
coplas que llevan más sangre
que arenas lleva la mar.
6
¡SANGRE de los guerrilleros,
minero y campesinos,
soldados y marineros!
7
¡Toda la España leal,
la España de los caminos
que van a la Libertad!
8
¡Guerrilleros de Galicia,
de Asturias y de Levante,
de Aragón y Andalucía!
¡Valientes de todas partes!
9
Canto ahora a los caídos,
a los que estando en la tierra
ya están naciendo en el trigo.
10
¿A qué llorar, si la pena
sólo al corazón le pone
más grillos y más cadenas?
11
Mi mejor luto será
echarme un fusil al hombro
y al monte irme a pelear.
12
Y allí por descanso, el suelo;
y allí por llanto, las balas,
y el corazón por pañuelo.
13
Que nada me desalienta,
que un guerrillero es un toro
en medio de una tormenta.
14
Y no me vengan a mí
diciendo que un guerrillero
no es un toro hasta el morir.
15
Me hirieron, me golpearon
y hasta me dieron la muerte…
¡pero jamás me doblaron!
16
Que yo cien vidas daría
y otras tantas que tuviera
y el mismo morir tendría.
17
Ahora yo quiero nombrar,
no mi nombre, porque el mío
es como el de los demás.
18
¿A quién nombraré primero?
Nadie es segundo en mi lengua
cuando es de acero el acero.
19
Si uno es glorioso, en glorioso
al otro no hay quien le gane.
Si digo Gómez Gayoso,
ya estoy diciendo Seoane.
20
Canto fuerte, camaradas,
compañeros, canto fuerte,
aunque esta copla es de muerte
sin la garganta apretada.
21
¡Sangre de Gómez Gayoso,
sangre pura, sangre brava,
sangre de Antonio Seoane,
de Diéguez, de Larrañaga,
de Roza, Cristino y Vía,
valles de sangre, montañas!
22
¡Sangre de Agustín Zoroa!
¡Mar de sangre derramada!
¡Sangre de Manuela Sánchez…!
¡Sangre preciosa de España!
23
No quiero seguir nombrando
más sangre, pues mi guitarra
también se está desangrando.
24
Más aunque su voz se muera,
su voz seguirá cantando
a la España guerrillera.
25
Siempre seguirá cantando
y seguirá maldiciendo
hasta que el gallo del alba
grite que está amaneciendo.
26
Ya remontó la mañana.
¡Ya el aire se está poniendo
banderas republicanas!
(De Coplas de Juan Panadero, 1949-1953)
¡Si yo hubiera podido, oh Cádiz, a tu vera,
hoy, junto a ti, metido en tus raíces,
hablarte como entonces,
como cuando descalzo por tus verdes orillas
iba a tu mar robándole caracoles y algas!
Bien lo merecería, yo sé que tú lo sabes,
por haberte llevado tantos años conmigo,
por haberte cantado casi todos los días,
llamando siempre Cádiz a todo lo dichoso,
lo luminoso que me aconteciera.
Siénteme cerca, escúchame
igual que si mi nombre, si todo yo tangible,
proyectado en la cal hirviente de tus muros,
sobre tus farallones hundidos o en los huecos
de tus antiguas tumbas o en las olas te hablara.
Hoy tengo muchas cosas, muchas más que decirte.
Yo sé que lo lejano,
sí, que lo más lejano, aunque se llame
Mar de Solís o Río de la Plata,
no hace que los oídos
de tu siempre dispuesto corazón no me oigan.
Por encima del mar voy de nuevo a cantarte.
(De Ora marítima, 1953)
Diestra en adoptar posturas lascivas al son de las castañuelas de la Bética y en cimbrearse siguiendo los ritmos de Cádiz, capaz de restituir el vigor a los miembros temblorosos de Pelias y de excitar al esposo de Hécuba junto a la hoguera de Héctor, Telethusa tortura y consume a su antiguo amo: él la vendió en otro tiempo como esclava y hoy la rescata como querida. ( Marcial. Epigramas)
Cuántas veces, Oh Cádiz, te habré visto
unida al coro blanco de tus puertos,
casi en el aire, cimbrearte toda,
sobre el óvalo azul de tu bahía.
Bailan desnudos tus antiguos hombros,
bailan desnudos tus combados brazos,
bailan desnudas tus caderas largas,
tu grácil vientre y tus preciosas piernas.
Ven, Telethusa, romana de Cádiz,
ven a bailar bajo el sol marinero,
ven por la sal y las dunas calientes,
por las bodegas y los verdes lagares.
Diestra en quebrar la delgada cintura,
en repicar los palillos sonoros,
diestra en volar sin dormirte en el vuelo,
en no pesar al pisar en la tierra.
Ven que te sueñan tus gracias remotas.
Las gaditanas sonrisas no han muerto.
Del barandal de los finos balcones
cantan abiertas sus sales floridas.
Ven, Telethusa, los patios profundos,
sus emparrados secretos te esperan:
las Alegrías, el Polo, la Caña,
la Soledad y el Olé gaditano.
Hondas gargantas dolidas susurran,
lentas crepitan guitrarras murientes.
Cádiz te ciñe, sus olas te abrazan.
Tú eres el mar y la espuma de Cádiz.
(De Ora marítima, 1953)
Hoy las nubes me trajeron,
volando, el mapa de España.
¡Qué pequeño sobre el río,
y qué grande sobre el pasto
la sombra que proyectaba!
Se le llenó de caballos
la sombra que proyectaba.
Yo, a caballo, por su sombra
busqué mi pueblo y mi casa.
Entré en el patio que un día
fuera una fuente con agua.
Aunque no estaba la fuente,
la fuente siempre sonaba.
Y el agua que no corría
volvió para darme agua.
(De Baladas y canciones del Paraná, 1954)
Perdido está el andaluz
del otro lado del río.
- Río, tú que lo conoces:
¿quién es y por qué se vino?
Vería los olivares
cerca tal vez de otro río.
- Río, tú que lo conoces:
¿qué hace siempre junto al río?
Vería el odio, la guerra,
cerca tal vez de otro río.
- Río, tú que lo conoces:
¿qué hace solo junto al río?
Veo su rancho de adobe
del otro lado del río.
No veo los olivares
del otro lado del río.
Sólo caballos, caballos,
caballos solos, perdidos.
¡Soledad de un andaluz
del otro lado del río!
¿Qué hará solo ese andaluz
del otro lado del río?
(De Balada y canciones del Paraná, 1953-1954)
A la soledad me vine
por ver si encontraba el río
del olvido.
Y en la soledad no había
más que soledad sin río.
Cuando se ha visto la sangre,
en la soledad no hay río
del olvido.
Lo hubiera, y nunca sería
el del olvido.
(De Baladas y canciones del Paraná, 1953-1954)
¡Qué lejos por mares, campos y montañas!
Ya otros soles miran mi cabeza cana.
Nunca fui a Granada.
Mi cabeza cana, los años perdidos.
Quiero hallar los viejos, borrados caminos.
Nunca fui Granada.
Dadle un ramo verde de luz a mi mano.
Una rienda corta y un galope largo.
Nunca entré en Granada.
¿Qué gente enemiga puebla sus adarves?
¿Quién los claros ecos libres de sus aires?
Nunca fui a Granada.
¿Quién hoy sus jardines aprisiona y pone
cadenas al habla de sus surtidores?
Nunca vi Granada.
Venid los que nunca fuisteis a Granada.
Hay sangre caída, sangre que me llama.
Nunca entré en Granada.
Hay sangre caída del mejor hermano.
Sangre por los mirtos y aguas de los patios.
Nunca fui a Granada.
Del mejor amigo, por los arrayanes.
Sangre por el Darro, por el Genil sangre.
Nunca vi Granada.
Si altas son las torres, el valor es alto.
Venid por montañas, por mares y campos.
Entraré en Granada.
(De Baladas y canciones del Paraná, 1953-1954)
¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora?
¿Qué miran los poetas andaluces de ahora?
¿Qué sienten los poetas andaluces de ahora?
Cantan con voz de hombre, ¿pero dónde los hombres?
con ojos de hombre miran, ¿pero dónde los hombres?
con pecho de hombre sienten, ¿pero dónde los hombres?
Cantan, y cuando cantan parece que están solos.
Miran, y cuando miran parece que están solos.
Sienten, y cuando sienten parecen que están solos.
¿Es que ya Andalucía se ha quedado sin nadie?
¿Es que acaso en los montes andaluces no hay nadie?
¿Que en los mares y campos andaluces no hay nadie?
¿No habrá ya quien responda a la voz del poeta?
¿Quién mire al corazón sin muros del poeta?
¿Tantas cosas han muerto que no hay más que el poeta?
Cantad alto. Oiréis que oyen otros oídos.
Mirad alto. Veréis que miran otros ojos.
Latid alto. Sabréis que palpita otra sangre.
No es más hondo el poeta en su oscuro subsuelo.
encerrado. Su canto asciende a más profundo
cuando, abierto en el aire, ya es de todos los hombres.
(De Baladas y canciones del Paraná, 1954)
Creemos el hombre nuevo
cantando.
El hombre nuevo de España,
cantando.
El hombre nuevo del mundo,
cantando.
Canto esta noche de estrellas
en que estoy solo, desterrado.
Pero en la tierra no hay nadie
que esté solo si está cantando.
Al árbol lo acompañan las hojas,
y si está seco ya no es árbol.
Al pájaro, el viento, las nubes,
y si está mudo ya no es pájaro.
Al mar lo acompañan las olas
y su canto alegre los barcos.
Al fuego, la llama, las chispas
y hasta las sombras cuando es alto.
Nada hay solitario en la tierra.
Creemos el hombre nuevo,
cantando.
(De Baladas y canciones del Paraná, 1954)
Se abran ya todas las flores,
y que revele el poeta,
libre y al fin sin temores,
hasta la flor más secreta
de sus campos interiores.
Se abran ya todas las flores
Se abran ya todas las flores
y canten por los jardines,
enguirnaldados y fieles,
los más opuestos colores:
el blanco de los jazmines
el rojo de los claveles.
Se abran ya todas las flores
Y una múltiple armonía
enlace por las corrientes
de los arroyos mejores,
en un alto mediodía,
la voz de todas las fuentes.
Se abran ya todas las flores
(De Sonríe China, 1958)
Era alta y verde. Tenía
Largas ramas por cabellos,
Con hojas rubias, perennes.
Toda ella
Siempre andaba en primavera.
Me pregunto ahora, lejos,
Perdido entre tantos muertos:
¿Habrá llegado el otoño?
Y si la alta y verde era siempre,
¿cómo
podrá ser ella en otoño?
(De Abierto a todas horas, 1960-1963)
Quisiera aquí esta noche y en tercetos
al itálico modo y mano a mano,
rotos diques, murallas, parapetos,
libre la lengua sobre campo llano,
decir como a ningún santanderino
nunca le tuvo miedo un gaditano.
Este ha sido estos años mi destino:
no callar y seguir abiertamente,
entre flores y espadas, mi camino.
Asi te digo, Eduardo, claramente,
que cuando vine aquí yo no sabía
si ibas a degollar a un inocente,
si tu facón relampaguearía
un responso en honor de un adversario
o una Oda en honor de la Alegría.
No porque sea ya un sexagenario,
que alza bien alto su cabeza cana,
he de pedir incienso al incensario.
Prefiero la verdad más lisa y llana
el preciso aguijón y hasta la ofensa,
Al aire vano de la flor ufana.
No suscito ninguna recompensa.
Sólo el amor que por lo humano siento,
del odio duro y triste me compensa.
Yo nunca he sido un viento contra viento,
pero si un huracán quiere tumbarme,
resistiré mi desmoronamiento.
El que me busque siempre ha de encontrarme,
claro en la luz si viene por la vida
y también en la luz, si por matarme.
No tengo yo la culpa que me pida
el duro tiempo que tocó a mi suerte
tener el alma por un pelo asida,
ni de que cada día me despierte
centrado entre el clavel y entre la espada,
la vida en vilo al filo de la muerte.
No quisiera vivir en escapada,
no me fuera posible aunque quisiera,
yo soy un hombre de la madrugada,
comprometido con la luz primera.
Me pide el sol que cante en cada aurora,
y yo no puedo al sol decirle espera.
Y si mi canto a veces se demora
y no le ayuda a conseguir el día,
yo me siento morir en cada hora,
ciego en lo oscuro de la sombra mía,
solo y perdido, triste y desterrado
del centro de mi propia poesía.
Gracias, Eduardo, por haberme dado
réplica, sin saber tu pensamiento,
y por ser un posible degollado
de tu facón, sobre mi cuello atento.
Gracias por todo, por tu lira plena,
alta morada sin allanamiento,
y por estos tercetos en cadena,
que al muy difícil modo italiano,
con llama que consume y no da pena,
hizo a un santanderino un gaditano.
Y gracias porque en suelo ya tan mío
como tuyo se puede ser hermano
y hablar sin que la sangre llegue al río.
(De Abierto a todas horas, 1960-1963)
- Lo que le digo: el pueblo
aún no está preparado.
¡Esa gente, esa gente!
¡Ay, esa pobre gente!
Le falta educación.
Aún no está preparada
Mire allá: un albañil
Es lo que yo le digo:
le falta educación
Aún no está preparado.
Mire acá: un campesino.
Le falta educación.
Aún no está preparado.
Mire allí: un carpintero…
Un obrero cualquiera…
Da igual…Lo que le digo:
Le falta educación.
Aún no está preparado.
¡Son tantísimos, ay,
con la misma desgracia!
Podrían educarse.
Podrían prepararse.
¿Pero cómo educarlos,
si no están preparados?
No vendrán, no se apure.
Puede dormir tranquilo,
pues no están preparados.
Les falta… ya lo sabe…
lo que le digo…
Pero…
Mire, mire, allí vienen. ¿A dónde irán?
Son muchos con la misma desgracia…
Se acercan… ¡Pobres gentes!
Me conocen, me estiman…
Puedo hablares… ¡Señores!
Se acercan más…
¡Amigos! Más, más, más…
¡Camaradas!
¿Que dice usted? ¿Yo miedo?
¿Miedo yo? ¿Por qué miedo?
Les falta educación…
¿Cómo? ¿Qué estoy temblando?
¡Atrás, atrás! ¡Socorro!
¡Aún no estoy preparado!
¡Yo tengo educación!
Ya estoy muerto, Dios mío.
¡No estaba preparado!
(De El matador (Poemas escénicos), 1965)
- Aquí está el general.
¿Qué quiere el general?
- Una espada desea el general.
- Ya no existen espadas, general.
¿Qué quiere el general?
- Un caballo desea el general.
- Ya no existen caballos, general.
¿Qué quiere el general?
- Otra batalla quiere el general.
- Ya no existen batallas, general.
¿Qué quiere el general?
- Una amante desea el general.
- Ya no existen amantes, general.
¿Qué quiere el general?
- Un gran tonel de vino desea el general.
- Ya no hay tonel ni vino, general.
¿Qué quiere el general?
- Un buen trozo de carne desea el general.
- Ya no existen ganados, general.
¿Qué quiere el general?
- Comer yerbas desea el general.
- Ya no existen los pastos, general.
¿Qué quiere el general?
- Beber agua desea el general.
- Ya no existe más agua, general.
¿Qué quiere el general?
- Dormir en una cama desea el general.
- Ya no hay cama ni sueño, general.
¿Qué quiere el general?
- Perderse por la tierra, desea el general.
- Ya no existe la tierra, general.
¿Qué quiere el general?
- Morirse como un perro desea el general.
- Ya no existen los perros, general.
¿Qué quiere el general?
¿Qué quiere el general?
Parece que está mudo el general.
Parece que no existe el general.
Parece que se ha muerto el general,
que ya, ni como un perro, se ha muerto el general,
que el mundo destruido, ya sin el general,
va a empezar nuevamente, sin ese general.
(De El matador, (Poemas escénicos), 1965)
Están de nuevo ahí, acechándote, haciéndote
imposible la noche,
el largo sueño en paz, tan deseado.
Son los mismos de siempre. Los conoces
desde que te dijiste un día oscuro: «¡Basta!
Reclamo simplemente la luz.» Y ése es tu crimen.
- Pasen, señores, pasen. (Soy un mudo.
Mi lengua no se hizo,
no se me fue poblando de palabras
- ¡oh, como lo quisieran!- para ustedes,
aunque sí acumulando fue saliva,
esa densa saliva que de pronto
tiene fuerza de bala y mortalmente
da, veloz, en el blanco. Pero ahora…)
- Sigan, señores. Estos son mis libros…
(mi corazón de todos, desvelados;
son mis versos del mar, mis pobres ángeles
malheridos, mi patria ensangrentada,
mi destierro sin fin… - ¿Aquellos otros?-
¡Esos, esos! (Peligro. No los toquen.
La destrucción de ustedes estalla en cada letra.)
- Se los pueden llevar. . . (¡Ah, pero ahora,
no lo piensen, que no llegó el instante
todavía! Me callo. Ni una silaba.
Me he prohibido hablar y escupir esta noche.)
- ¿Se llevan esas cartas amarillentas? (Bueno.)
¿La máquina también? (Aunque les digo
que ella no escribe sola…) ¿Ese retrato?
(No es el que buscan, pero…Es un poeta
desgraciado y terrible. ¿No ven? ¡Qué bello rostro!
¡Pero ustedes qué saben! Y está muerto.
Gritaría. Me hiere
el doble filo de mi lengua… Rompan,
corten los cueros de los muebles, rajen
el cielo raso, arranquen, desentierren
las plantas del balcón… (De las redondas
bocas de las macetas ya vacías
sólo saldrán hormigas y gusanos.)
¿Qué más, qué más, señores? (¡No! Silencio.
Me he partido la lengua…Entre los dientes
la contengo, caída, como un trapo
de hebras sanguinolentas,
agitada entre espumas y vocablos… Podría
vomitarla de súbito, lanzarla, seguro de inundarles los ojos.
¡Qué momento esperado y preciso
para su oscuro empleo
su triste profesión uniformada!
Pero, no… Continúen) ¿Ya está todo?
(Yo soy un libro más.)
Señores, vamos.
(De El matador. (Poemas escénicos), 1965)
ESCENA I
- Monseñor, ya lo sabe.
- No es posible, señora.
- Ésa es mi condición.
- No es posible, señora.
- Adiós. Beso su anillo…
- No se vaya, señora.
- Monseñor, no es posible…
- Sí es posible, señora.
- Monseñor, Monseñor…
- Señora, mi señora…
- ¿Qué busca Monseñor?
- Su licencia, señora.
- Sabe mi condición.
- No es posible, señora.
- Monseñor, ¡esa mano!
- Señora, mi señora.
- Sabe mi condición.
- No es posible, señora.
- ¡Monseñor, Monseñor!
- ¿Qué pasa a mi señora?
- Monseñor, ¡esos labios!
- Señora, mi señora.
- Sabe mi condición.
- No es posible, señora.
- ¡Monseñor, Monseñor!
- Cálmese, mi señora.
- Monseñor, que se pierde.
- Señora, mi señora.
- Sabe mi condición…
- No es posible, señora.
- Váyase, Monseñor…
- No me voy, mi señora.
- ¡Echen a Monseñor! -
- Volveré, mi señora.
- Sabe mi condición
- Volveré, mi señora
ESCENA II
- ¿Quién llama?
- Monseñor.
- No puede entrar
- Señora…
- Sabe mi condición.
- Ábrame, mi señora.
- ¡Monseñor, Monseñor!
- ¡Señora, mi señora!
- ¡Bello está Monseñor!
- ¡Bella está mi señora!
- Pase mi Monseñor.
- Desnúdese, señora
- Hágalo Monseñor.
- Señora, mi señora.
- Hermoso es Monseñor.
- Hermosa es mi señora.
- Gloria es mi Monseñor.
- Edén es mi señora.
- ¡Monseñor, Monseñor!
- ¡Señora, mi señora!
- ¡Ay amor, Monseñor!
- ¡Ay amor, mi señora!
- Vístase, Monseñor.
- Usted no, mi señora.
- El alba, Monseñor.
- ¡Ay amor, mi señora!
- Mi Monseñor, el cíngulo.
- ¡Ay amor, mi señora!
- La estola, Monseñor.
- ¡Ay amor, mi señora!
- Monseñor, el manípulo.
- ¡Ay amor, mi señora!
- La capa, Monseñor.
- ¡Ay amor, mi señora!
- La mitra, Monseñor.
- ¡Ay amor, mi señora!
- Mi Monseñor, el báculo.
- ¡Ay amor, mi señora!
- Adiós, mi Monseñor.
- Ite misa est, señora.
(De El matador (Poemas escénicos), 1965)
Ahí cchi nun vede sta parte de monno Nun za nnemmanco pe eche ccosa é nnato.
G G. Belli
Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.
Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.
Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.
Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.
(De Roma, peligro para caminantes, 1967)
Stavo a ppissia jjerzera lli a lo scuro.
G. G. BELLI
Verás entre meadas y meadas,
más meadas de todas las larguras:
unas de perros, otras son de curas
y otras quizá de monjas disfrazadas.
Las verás lentas o precipitadas,
tristes o alegres, dulces, blandas, duras,
meadas de las noches más oscuras
o las más luminosas madrugadas.
Piedras felices, que quien no las mea,
si es que no tiene retención de orina,
si es que no ha muerto es que ya está expirando.
Mean las fuentes… Por la luz humea
una ardiente meada cristalina…
y alzo la pata… Pues me estoy meando.
(De Roma, peligro para caminantes, 1967)
Di, Jesucristo, ¿por qué
me besan tanto los pies?
Soy San Pedro, aquí sentado,
en bronce inmovilizado,
no puedo mirar de lado
ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados,
como ves.
Haz un milagro, Señor.
déjame bajar al río,
volver a ser pescador,
que es lo mío.
(De Roma, peligro para caminantes, 1967)
(Poema escénico)
Me aburro.
Me aburro.
Me aburro.
¡Cómo en Roma me aburro!
Más que nunca me aburro.
Estoy muy aburrido.
¡Qué aburrido estoy!
Quiero decir de todas las maneras
lo aburrido que estoy.
Todos ven en mi cara mi gran aburrimiento.
Innegable, señor.
Es indisimulable.
¿Está usted aburrido?
Me parece que está usted aburrido.
Dígame, ¿adónde va tan aburrido?
¿Que usted va a las iglesias con ese aburrimiento?
No es posible, señor; que vaya a las iglesias
con ese aburrimiento.
¿Que a los museos -dice-siendo tan aburrido?
¿Quién no siente en mi andar lo aburrido que estoy?
¡Qué aire de aburrimiento!
A la legua se ve su gran aburrimiento.
Mi gran aburrimiento.
Lo aburrido que estoy.
Y sin embargo… ¡Oooh!
He pisado una caca…
Acabo de pisar -¡Santo Dios!-una caca…
Dicen que trae suerte el pisar una caca…
Que trae mucha suerte el pisar una caca…
¿Suerte, señores, suerte?
¿La suerte… la… la suerte?
Estoy pegado al suelo.
No puedo caminar.
Ahora sí que ya nunca volveré a caminar.
Me aburro, ay, me aburro.
Más que nunca me aburro.
Muero de aburrimiento.
No hablo más…
Me morí.
(De Roma, peligro para caminantes, 1967)
Mátanme los ojos de aquel andaluz.
GÓNGORA
I
Pablo Picasso nació en Málaga
y halló un palito en el Perchel
que se le convirtió en pincel.
Al pincel le salió una hoja,
a la hoja le salió una flor,
a la flor le salió un pintor,
al pintor le salió un toro
que era por más señas de oro,
pero del que cagó el moro,
que era por más señas de plata,
pero de la que cagó la gata.
¿De qué plata y de qué oro
era a fin de cuentas el toro
que le salió al pintor
que salió de una flor
que salió de una hoja
que salió de un pincel
que salió de un palito
que halló Pablo Picasso en el Perchel?
Puedes preguntárselo a él.
II
Pablo Picasso nació en Málaga
y yendo por la orilla del mar
halló un gran caracol para soplar.
Del caracol salió un azul,
del azul salió un mendigo,
del mendigo un arlequín,
del arlequín una cabra,
de la cabra una pipa,
de la pipa una guitarra,
de la guitarra un caballo,
del caballo una nariz,
de la nariz salió un falo,
salió un falo patituerto,
patilludo, patilargo.
¿De quién este patilludo,
patituerto patifalo
que salió de una nariz
que salió de un caballo
que salió de una guitarra
que salió de una pipa
que salió de una cabra
que salió de un mendigo
que salió de un azul
que salió de un caracol
que yendo por la orilla del mar
Pablo Picasso halló para soplar?
Sólo a él se lo puedes preguntar.
III
Pablo Picasso nació en Málaga
y ya muy lejos del Perchel
y de la orilla del mar
halló todo lo que quiso encontrar.
Y todo lo que encontró
de detrás de los ojos se lo sacó.
Y tanto sacó
que con todo casi acabó.
Y gritó rabiosa la luz
al sentirse morir de tanta luz:
Mátanme los ojos
de aquel andaluz.
¿Quién este andaluz
que al sentirse morir la luz de tanta luz
hizo gritar rabiosa a la luz
y que todo lo que encontró
de detrás de los ojos se lo sacó
y que tanto sacó
que con todo casi acabó
y que ya muy lejos del Perchel
y de la orilla del mar
halló todo lo que quiso encontrar?
Sólo Pablo Picasso te puede contestar.
(De Los 8 nombres de Picasso, 1966-1970)
A Jaqueline que vive siempre dentro de los ojos del monstruo.
El ojo humano, el ojo luz, el ojo caos, el ojo universo, el ojo eternidad…
VICENTE HUIDOBRO
Siempre es todo ojos.
No te quita los ojos.
Se come las palabras con los ojos.
Es el siete ojos.
Es el cien mil ojos en dos ojos.
El gran mirón
como un botón marrón
y otro botón.
El ojo de la cerradura
por el que se ve la pintura.
El que te abre bien los ojos
cuando te muerde con los ojos.
El ojo de la aguja
que sólo ensarta cuando dibuja.
El que te clava con los ojos
en un abrir y cerrar de ojos.
El ojo avizor,
agresor,
abrasador,
inquisidor.
El ojo amor.
El ojo en vela,
centinela,
espuela,
candela,
el que se rebela y revela.
No cierra los ojos.
No baja los ojos.
Te quita los ojos.
Te arranca los ojos
y te deja manco
o te deja cojo.
Luego te compone
o te descompone,
la nariz te quita,
luego te la pone,
después te la quita
o te pone dos.
Ojo que te espeta,
que te desjarreta,
te agranda las tetas,
te achica las tetas,
te hace la puñeta,
te levanta el culo,
te deja sin culo,
te vuelve un alambre,
te ensarta en estambre,
te ve del revés,
todo dividido,
tundido, partido,
cosido, raído, zurzido, fluido.
Ojos animales,
letales,
mortales,
umbilicales.
Ojos cataclismo,
temblor,
terremoto,
maremoto,
abismo,
flor.
Ojos toro azul,
ojos negro toro,
ojos toro rojo.
Ojos.
Son el con y es sin,
son el sin y el con.
Con esto y sin esto,
traspuestos, opuestos,
crueles, molestos,
el sumo y el resto.
El mundo tranquilo
pendía de un hilo.
Él le partió el hilo
y el desbarajuste
de la gran baraja
cortó con su filo
su pincel navaja.
Salta el mundo, vuela.
Hecho añicos canta,
relincha, arde en vela,
se espanta.
¡Afuera esos ojos!
¡Quítenme esos ojos!
¿Quién trajo esos ojos?
Yo quiero ser flor.
Pero soy un pez.
Yo quiero ser pez.
Pero soy manzana.
Quiero ser sirena.
Pero soy un gallo.
Quiero ser la noche
y soy la mañana.
Mátenme esos ojos,
virojos,
pintojos,
ojos trampantojos.
Aquí la matanza,
aquí la esperanza,
el fusilamiento,
el derrumbamiento,
la paz, la bonanza.
Ojo, que remonto plato.
Ojo, que salto hecho jarra.
Ojo, que giro paloma.
Ojo, que remonto cabra.
Vivan esos ojos.
Luz para esos ojos.
Líneas y colores
para esos dos ojos.
Todo el amor para esos ojos.
El cielo entero para esos ojos.
El mar entero para esos ojos.
La tierra entera para esos ojos.
La eternidad para esos ojos.
(De Los 8 nombres de Picasso, 1966-1970)
Federico.
Voy por la calle del Pinar
para verte en la Residencia.
Llamo a la puerta de tu cuarto.
Tu no estás.
Federico.
Tú te reías como nadie.
Decías tú todas tus cosas
como ya nadie las dirá.
Voy a verte a la Residencia.
Tú no estás.
Federico.
Por estos montes del Aniene,
tus olivos trepando van.
Llamo a sus ramas con el aire.
Tú sí estás.
(De Canciones del alto valle del Aniene, 1967-1972)
Para Izko, Uñarte, Larena, Gorostidi, Onaindía y Dorronsoro, condenados a muerte en el proceso de Burgos.
Si los condenas a muerte
si los matas,
ellos serán los seis clavos
de tu caja,
los seis clavos de tu vida,
los últimos, si los matas.
Ellos serán los seis clavos,
los últimos, de esa España
que solo sabe de muerte,
triste España
que solo existe en el mundo
cuando de la muerte habla,
cuando sólo
por ti la mano levanta
para matar, pues la muerte
es la vida de esa España.
Pero los mates o no,
tu muerte está ya cercana.
Ya estás muerto, muerto, muerto,
ya en la tapa
de tu ataúd hay seis clavos
que la clavan,
que para siempre la clavan.
(De Desprecio y maravilla, 1972)
Estampo esta palabra para empezar: España
dulce y terrible: España.
España, dulce caña,
alta y verde espadaña,
braña,
entraña,
cabaña,
mar, llanura, montaña,
España
soterraña,
fina titiritaña,
ciega aventura extraña.
Dura España terrible,
temible,
aborrecible,
rostro desapacible,
obstinada infalible,
irascible,
insufrible,
España inamovible,
imposible,
impasible,
locura inextinguible.
Luz y sombra, ancho ruedo,
donde no cabe el miedo,
valentía, denuedo.
España alumbradora,
negro toro que honora
la hora cegadora
en que el viento se dora
su frente embestidora,
toro negro que ignora
la espada traidora
la mano de la muerte entregadora.
¿Qué sangriento,
violento,
truculento,
ceniciento,
macilento,
virulento,
tramó tu derrumbamiento?
Todo el mundo lo señala
con el dedo que lo empala,
lo acorrala,
lo desala,
lo viste a la funerala
y le cala
y desembala
la mano que lo apuntala.
Suba de nuevo a la arena,
sacudiendo su cadena
el toro de la condena.
El postrer clarín ya suena.
Va a comenzar la faena
y a armar la marimorena.
El toro de las prisiones,
el cansado de sermones,
de eslabones,
de baldones,
de aflicciones,
de tantas genuflexiones.
Trae más largos los pitones
e hinchados los campañones.
¡Salga el toro del toril,
salga el toro del chiquero
y de su oscuro cubil
salga el senil, el servil
reptil botarga pandero,
que el toro es hoy el torero
justiciero,
y el público del tendido,
el sufrido, malcomido
pueblo entero,
que vocingla, vocinglero:
Cáscara
Gárgara
Máscara
Gárgola
Jácara
Pájara
Ciática
Sátrapa
Trápala
Lápida
Cánula
Cápsula
Crápula
Fámula
Glándula
¡Aquí, el abolsado,
el achaparrado,
el abotijado,
el alcachofado,
el amondongado,
el acuartelado!
Embista el experto
autor patituerto
de un millón de muertos,
el desmemoriado.
Bárbaro
Plátano
Rábano
Sábalo
Vándalo
Sádico
Drástico
Emplástico
Pálido
Impávido
Cáustico
Látigo
Trágico
Entra en pica,
quien hasta el aire fornica,
que esta pica
se te aplica
por matador de Guernica.
¡Entra en pica!
La pica se multiplica:
por los fusilados,
los encarcelados,
por los olvidados,
por los desterrados,
los muertos afuera
en tierra extranjera.
¡Entra en pica!
Ya para ti no hay botica.
Ciénaga
Déspota
Pécora
Rémora
Légamo
Tébano
Tétano
Bélico
Hético
Fétido
Pérfido
Pésimo
Tétrico
Arráncate en cuclillas,
antes de que te arrastren las mulillas,
que vas a recibir las banderillas,
por lo que acaudillas
y descaudillas.
¡Aquí, carambola,
gayola,
pistola,
bola,
tercerola,
retaco que inmola
la tierra española
a la coca-cola!
Cínico
Ilícito
Ínfimo
Lívido
Mísero
Nítrico
Rígido
Hígado
Ríspido
Íncubo
Fístula
Fécula
Lóbrego
Óvalo
Sótano
Cuádrate, necrofílico sirviente,
que el gran toro de España está impaciente
por enviarte fulminantemente
al Infierno delante de la gente.
Mas, óyeme un momento atentamente:
¿Qué ves? El vacío.
Sombra y desvarío.
La sangre hasta el río.
Un sueño baldío.
Cuádrate, marrajo,
triste renacuajo,
El Arriba España
salió para Abajo.
Muere cabizbajo.
Todo era mentira.
El Azul Imperio
paró en cementerio
que el turista admira.
Muere, cerradura,
censura, captura,
tortura, locura,
y no te alborotes
si los sacerdotes,
que moliste a azotes,
te niegan la oscura
sagrada hendidura
de la sepultura.
Con tu propia espada,
de miedo orinada,
te mandó al Infierno
donde el fuego eterno
quemará con saña
el sueño terrible
del rostro de España
más aborrecible.
Bólido
Cólico
Cómico
Atómico
Crónico
Hórrido
Óxido
Pólipo
Sórdido
Tóxico
Vómito
Lóbulo
Búfalo
Húmero
Fúnebre
Úlcera
Pútrido
Púlpito
Súcubo
Túmulo
Gori Gori Gori
Entre campanillas
llevan las mulillas
tras un par de botas
unas bragas rotas
todas amarillas.
Gori Gori Gori
Ya el toro de España,
libre de alimaña,
en el ruedo brilla.
Y el pueblo sin miedo
en medio del ruedo
baila a maravilla.
¡Júbilo! ¡Júbilo! ¡Júbilo!
¡Júbilo!
Lúcida Fúlgida Música
Rústica Única
¡Júbilo!
Pétalo Cándida Álamo
Cántico Sándalo
Cántaro Hálito
¡Júbilo!
Náutica Pánica Mágica
Fábula
¡Júbilo!
Cálida
Dádiva
Anima
¡Jubilo! ¡Júbilo! ¡Júbilo!
(De Desprecio y maravilla, 1972)
No pasan los años, no,
aunque sí la vida pasa.
Hoy en Roma, allá en mi casa
de Madrid te siento yo.
Eran tus Poemas puros
- Carranza es una levita…-
y en una angustia infinita,
mis años más inseguros.
Ya el viento te sacudía
y en tu veleta cantaba:
Lo que Marta laboraba
se lo soñaba María.
Hoy te jubilan ¿de qué?
si los años no han pasado,
si aquí te siento a mi lado,
vivo en todo lo que fue.
Oh alegre melancolía
de aquella engañosa flor
que tu desconsolador
lamento me repetía:
¡Ay, Lucía, mi primer amor!
¡Ay mi dulce, mi amada Lucía,
se ha casado con un profesor
de otorrinolaringología!
No pasan los años, no.
Hoy te jubilan ¿de qué?
¡Qué se yo!
Roma, marzo de 1969 (De Fustigada luz, 1978)
No los creais, cubría
su rostro la misma máscara.
La lealtad en la boca,
pero en la mano una bala.
Al fin, los mismos en Chile
que en España.
Ya se acabó. Mas la muerte,
la muerte no acaba nada
¡Mirad! Han matado a un hombre.
Ciega la mano que mata
Cayó ayer. Pero su sangre
hoy ya mismo se levanta.
(De Fustigada luz, 1978)
No dormiréis, malditos de la espada,
cuervos nocturnos de sangrientas uñas,
tristes cobardes de las sombras tristes,
violadores de muertos.
No dormiréis.
Su noble canto, su pasión abierta,
su estatura más alta que las cumbres,
con el cántico libre de su pueblo
os ahogarán un día.
No dormiréis.
Venid a ver su casa asesinada,
la miseria fecal de vuestro odio,
su inmenso corazón pisoteado,
su pura mano herida.
No dormiréis.
No dormiréis porque ninguno duerme.
No dormiréis porque su luz os ciega.
No dormiréis porque la muerte es solo
vuestra victoria.
No dormiréis jamás porque estáis muertos.
(De Fustigada luz, 1978)
Es un poeta.
Es un buen poeta.
Es un gran poeta.
Es un grandísimo poeta.
Sin igual.
Genial.
Se puede decir que ya inmortal.
Aunque a mí me parece desigual.
Yo diría que ahora un carcamal.
El mejor del llamado grupo del 27.
Decir eso,señor, le compromete.
No es más que un simple sonsonete,
un metesaca, un saca y mete,
un pirotécnico, un cohete.
Hábleme usted sólo de Lorca,
de Lorca, Lorca, Lorca, Lorca.
De Federico García Lorca.
Ése sí.
¿Por qué afirma usted que sí?
Pues porque sí, que sí, que sí
Eso no me lo parece a mí.
Es un poeta que está bien.
Yo diría que no tan bien
en la generación Lorca-Guillén.
Más de Lorca que de Guillén.
Si me lo dice usted, amén.
Pues yo, señor, lo considero
un poeta de cuerpo entero,
que se las echa de torero,
el más juncal y volandero.
Aunque de tanto en tanto, un mal coplero.
En un buen son, un buen tin-tin.
Es un columpio, un balancín,
un volapié, un bailarín.
Y como dijo Bergamín
- porque así entonces le parecía -
el Joselito de la poesía,
la sal, la gracia, la alegría,
lo mejor de la Andalucía.
No paso por eso.
El se ha creído siempre eso.
La cosa cae por su propio peso.
Ahí están Jiménez, los Machado,
Aleixandre, Cernuda, Altolaguirre, Prados,
andaluces por los cuatro costados.
¿Qué tiene eso que ver?
¡Déjese, por Dios, de joder!
Lo tiene usted que comprender.
Es multiforme, el más diverso.
Maneja como nadie el verso.
Poeta de todo el Universo.
Es usted tan tonto como perverso.
Fue el más perfecto gongorino.
El mejor de todos sus trinos.
Hoy a distancia un gran cretino.
Y luego se metió en política.
Que era como prendarse de una tía sifilítica.
Ahí comienza a volverse su musa paralítica.
¡Qué me va usted a decir!
Todos lo hubimos de sufrir.
Para mí dejó de existir.
Un despistado soberano,
que dejó pronto de ser republicano.
Y que de popular, de vanguardista,
de ocasionístico surrealista,
acabó, como tantos, también en comunista.
Un poetastro al fin comprometido.
Yo diría que hoy perfectamente corrompido,
al oro ruso vendido.
Desde entonces, ¡cómo ha vivido!
Eso se da por archisabido.
Se sacó el Premio Lenin de la Paz.
Los millones para amasar.
¡Qué me va usted a contar!
Sería el cuento de nunca acabar.
Vive mejor que el Papa en Roma,
cada día se come una paloma.
Ser Premio de la Paz no es una broma.
Ahí dice usted una verdad.
A pesar de su mucha edad
Es un poeta de la libertad.
Y demuéstreme usted que no es verdad.
Aquí le cojo,
es un rojo,
es un poeta completamente rojo.
Es decir, desde entonces, un molestísimo piojo.
Es así.
No es así.
¡Qué me va usted a decir a mí!
Un cuentero.
Como comprometido, un fácil coplero.
Más bien diría yo un buen aleluyero.
Pero su obra muestra lo contrario.
Es un poeta multimillonario
en nuevos ritmos, en canciones,
en versos libres a montones,
conocido en todas las naciones.
Haga usted el favor de tocarme los compañones.
¿Qué me dice usted de su pintura?
Que tiene mucha rima: impostura,
ignorancia segura,
pura
y huera escritura,
mala literatura.
Y si no fuera el poeta que es: una basura.
Y ahora hablemos de su destierro.
Precisamente no llevó una vida de perro.
¿Por qué tenía que ser de perro?
Hubiera usted querido ver su entierro.
Y al fin le tocó regresar.
Cuando es más viejo que un palmar.
Pero ama su tierra, ama su mar.
Es una España de llorar.
Aunque él vuelve para cantar.
No me hable de su venida.
Es una mentira podrida.
Una publicidad muy bien urdida.
Ni que fuera el Cid desterrado.
Ni el Rey Fernando el Deseado.
Ni la mejor despechugada
Sofía Loren ni la alada
Giralda fiel que derrotada
hubiera vivido exiliada.
Primero dijo que vendría
para un tal «Adefesio» que en Madrid exhibía
María Casares, la gran María
y toda su magnífica compañía.
María Casares, esa francesa,
esa galaica-portuguesa.
Que si viene, que si no viene,
que si esa fecha le conviene,
que si esa otra no le conviene.
Y así un día.
Y así otro día, que la amnistía,
que si la amnistía.
Que por eso se fue a Roma a ver al Rey.
Que ahora es su Dios, que ahora es su Ley.
Que agachó la cabeza como un buey.
Que al fin no viene.
Que al fin viene.
Que al fin no viene porque tiene,
porque es que tiene mucho miedo.
A esto responde con un pedo.
Que puede ser sonoro o quedo
según a quien se lo dirija.
Que puede tal vez ser a un hijo o hija
de ese que afila la navaja
y que después se raja o naja.
Al fin llegó a España con su gran perro «El Chico».
Que más que perro es un pobre mico.
Valdrá no más de diez pesetas y pico.
Se volverá con él un poeta rico.
Irá de la Cibeles hasta el Museo del Prado,
y se sentirá «El Chico» al fin salvado.
Y él un viejo poeta afortunado.
Aspirante además a Diputado.
Esa es la cosa.
La cosa más maravillosa.
Yo diría que desastrosa.
A Diputado comunista.
No iba usted a pensar que aliancista
popularista.
Siempre fue un militante comunista.
Por orden alfabético el primero de la lista.
Le digo a usted que Cádiz ha perdido la pista.
Un gran poeta, por favor, Diputado.
Eso en España nunca jamás se ha dado.
Será seguramente ni carne ni pescado.
Pero él todo lo tiene bien pensado.
Cantando irá a las elecciones.
España necesita de canciones.
El pueblo está cansado de sermones
y de tantas genuflexiones.
Pero ahora se marcha su persona
mucho más vanidosa que una mona
a hacerse la publicidad en Barcelona.
Es un pobre pelafustán.
Con algo de comerciante catalán.
Ya que en Castilla las cosas literarias tan bien no le van
y allí siempre le han ido y sabe que le irán.
Y qué me dice usted de aquel jaleo de las mejores galerías de arte?
En Cataluña eso es un punto y aparte.
Abierto y generoso cuando quiere alabarte.
Tanto ruido de nueces en su honor.
Que si es un poeta y a la vez un pintor.
Yo diría que en esto, siempre un imitador.
Pues yo señor más bien diría
que más que hacer pintura hace caligrafía.
Un arábigo-chino del sol de Andalucía.
Su amigo Joan Miró quizás lo aprobaría.
Dice que está dispuesto allí cada mañana
a bailar con el pueblo catalán la sardana.
Que él la convertiría en una sevillana.
O en unas alegrías con la sal gaditana.
Mas vedme aquí de veras y en paz.
Dadme la mano
abierta del hermano.
De un andaluz.
De un gaditano.
Que blandiendo la hoz y el martillo
en ese instante en que la luz empieza
no confunde la hoz con un cuchillo
y menos el martillo con un rompecabezas.
Y gracias, gracias, gracias, mil gracias voladoras
por tantos homenajes sin fin a todas horas
en los grandes diarios y en las ilustradoras
revistas entre bellas y desnudas señoras.
Puedo pensar amigos que llegué al Paraíso
Terrenal en el día, en el punto preciso
en que el pueblo de España no quiere ser sumiso.
Y aquí está mi palabra, el cántico empeñado
de un poeta que sabe todo lo que ha ganado
saliendo por las Cortes de Cádiz Diputado.
Mayo de 1977 (De Fustigada luz, 1978)
Aquí, como los toros, tal vez a morir vienes
a la bella querencia de los cuadros antiguos,
en el descenso lento de la tarde,
cuando el museo va a quedarse solo
y tú vas a fijar dentro de tu mirada
las vívidas figuras que más te acompañaron,
inmortales de nuevo
para los nuevos ojos que las sigan mirando.
Tú, no, tú ya declinas,
te doblas dulcemente, tranquilo, atravesado
como por una espada sin rencor,
mientras oyes la música callada, silenciosa,
el adiós, el aplauso
de todas las escenas, retratos y paisajes
de los cuadros que tanto te quisieron
y de cerca o distantes siempre te acompañaron.
(De Versos sueltos de cada día, 1982)
Algunos se complacen en decirme:
Estás viejo, te duermes,
de pronto, en cualquier parte.
Llevas raras camisas,
cabellos y chaquetas estentóreos.
Pero yo les respondo
como el viejo poeta Anacreonte
lo hubiera hecho hoy
- Sí, sí, pero mis cientos de viajes por el aire,
mi presencia feliz, tenaz, arrebatada
delante de mi pueblo,
mi voz viva con eco
capaz de alzar el mar a cimas de oleaje,
y las bellas muchachas y los valientes jóvenes
que me bailan en corro
y el siempre sostenido, ciego amor,
más allá de la muerte…
(De Versos sueltos de cada día, 1982)
No era flor
la que aquella noche vi,
la que olí,
la que amé.
No era flor
la que aquella noche amé,
flor la que mordí.
Aquella noche tenía alas,
tenía alas
y no volaba.
Abierta muy al amanecer,
cantaba.
Cantando, yo la miraba.
¡Qué hondamente la besaba!
Al dar la aurora se cerró,
se cerró al alba.
Cerrada, yo la miraba.
Y ella en sueños me miraba.
Y, sin embargo, no era flor,
pero tenía alas.
Aquella noche tenía alas
Para vivir, me basta desearos. Lope de Vega
(De Golfo de sombra, 1986)
Esta tarde larguísima de otoño que me lleva
con tanto invierno helado perdido entre los huesos,
yo quisiera llorar sin que nadie me viese,
sin que ninguno osara preguntarme:
¿Sabes adónde vas, puedes decirnos
si vas hacia algún fin o hacia la nada?
¿Sabes si al detenerte de pronto has terminado,
si perderás los ojos o el habla para siempre?
Yo sé que algo terrible me espera allá a lo lejos,
adonde ciegamente hoy me están empujando.
Llegaré de seguro y tantos cuando llegue
dirán: ¿Eres tú acaso el mismo que esperábamos?
(De Los hijos del drago y otros poemas, 1986)
Y al fin el accidente inesperado,
el golpe oscuro de la desventura,
el ciego encontronazo, la segura,
clara certeza de que te han matado.
El tiempo recorrido, el resbalado
de la vida entramada a la locura,
la noche abierta, el cielo sin mesura,
con la certeza de que te han matado.
Venir del aire, el mar, de los jardines,
de atravesar dichoso los confines
y siempre en vilo el alma confiado.
Verterse en tierra, ya vencido el viento,
entrando al cotidiano pavimento
con la certeza de que te han matado.
(De Accidente, Poemas del Hospital, 1987)
Para algo llegaste, Altair, descendiste
de tu constelación en pleno día.
Nunca bajó una estrella
a enramarse del sol de los olivos,
ni la cal de los pueblos
pasó del blanco puro a ser más blanca
ni el viento de esa noche
a prolongar su canto más allá de la aurora.
Nunca se vio una estrella a pie por los caminos,
ni pararse de pronto, detenerse,
señalando, prendiendo, iluminando
algo que no esperaba.
Para algo Altair descendió desgajándose
de su constelación aquella noche.
(De Canciones para Altair, 1989)
Subes del mar, entras del mar ahora.
Mis labios sueñan ya con tus sabores.
Me beberé tus algas, los licores
de tu más escondida, ardiente flora.
Conmigo no podrá la lenta aurora,
pues me hallará prendido a tus alcores,
resbalando por dulces corredores.
a ese abismo sin fin que me devora.
Ya estás del mar aquí, flor sacudida,
estrella revolcada, descendida
espuma seminal de mis desvelos.
Vuélcate, estírate, tiéndete, levanta,
éntrate toda entera en mi garganta,
y para siempre vuélame a tus cielos.
(De Canciones para Altair, 1989)
A Asunción Mateo
Sabes tanto de mí, que yo mismo quisiera
repetir con tus labios mi propia poesía,
elegir un pasaje de mi vida primera:
un cometa en la playa, peinado por Sofía.
No tengo que esperar ni que decirte espera
a ver en la “memoria de la melancolía”,
los pinares de Ibiza, la escondida trinchera,
el lento amanecer sin que llegara el día.
Y luego, amor, y luego ver que la vida avanza
plena de abiertos años y plena de colores
sin fin y no cerrada al sol por ningún muro.
Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza,
que los años en mí no son hojas, son flores,
que nunca soy pasado, sino siempre futuro.
(De Canciones para Altair, 1989)