PRÓLOGO A 90 POEMAS
Rafael Alberti cumple 90 años. Casi un siglo de vida que prestigia con su nombre las mejores páginas de la literatura, de nuestra historia política y social, como un sólido ejemplo de consecuencia personal, como un roble enraizado en unas ideas que nunca han naufragado porque la savia que las alimenta ha estado siempre en continua ebullición, en constante contacto con la realidad que lo ha circundado. Y es este constante fluir sin renuncia alguna a lo esencial, uno de sus méritos más grandes y lo que hace que esté en plena actualidad el cualquier momento.
Nada más alejado de la figura de Alberti que el paternalismo. De ahí le viene, seguramente, el irresistible atractivo que su imagen tiene para le gente más joven, ese imán que atrae a quien se acerca a él, ese carisma especial que muy pocos personajes públicos contemporáneos han tenido y mucho menos los poetas que parecían aislados en su torres de marfil, alejados de los problemas de su entorno. La temprana presencia del poeta gaditano en la dinámica de su tiempo ha desmentido esta imagen, porque muy pocas cosas han quedado lejos de su pluma -uno de los de más amplios registros del siglo-, de su vigilante conciencia, alerta siempre a los acontecimientos de su época. Allá adonde va lo persigue una luz, personal y alborotada, más propia de una estrella del cine o del rock que de un solemne representante de la mítica «Generación del 27». Menos mal que él sigue comportándose con la misma asombrosa naturalidad y sencillez de siempre, con su ya peculiar incapacidad para disimular sus estados de ánimo, sean del signo que sean. Alberti atraviesa el siglo con el mismo fulgor de su cantado cometa Halley y con la levedad de esos ángeles que él tan bien conoce, dando la impresión de que nunca se mancha las alas, la blancura que lo cerca, cuando sabemos muy bien que ha estado inmerso en la tragedia más grande de nuestro pueblo y que ninguna otra, por lejana que haya acontecido, le ha sido nunca ajena.
Rafael Alberti cumple 90 años. Con el mismo ilusionado equipaje de juventud que cuando en 1917 llegó a Madrid desde su Puerto de Santa María «con un dolor de playas de amor en un costado». Con la misma frescura de aquellos versos increíblemente sabios de Marinero en tierra, La amante y El Alba del alhelí. Impregnado del áurea gongoriana y de la impetuosa vanguardia de Cal y canto, del más alto y angustiado saber poético de Sobre los ángeles y Sermones y moradas. Con la tierna e ingenua humanidad de los personajes de Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos. Con el impotente arrojo y la desolación ante la guerra de Capital de la gloria, con la certera visión política de 13 bandas y 48 estrellas, con su dolorosa toma de conciencia de exiliado de Vida bilingüe de un refugiado español en Francia y de Entre el clavel y la espada, con el sosegado, magistral, equilibrio de A la pintura. Rebosante de la incontenible nostalgia de Retornos de lo vivo lejano, compartiendo con el pueblo el pulso de su país en las Coplas de Juan Panadero, con las pupilas todavía repletas de los caballos y la inmensidad de los ríos argentinos de Baladas y canciones del Paraná, con la añoranza de su deambular trasteverino de Roma, peligro para caminantes, cercano y pleno en su cotidianeidad poética de Versos sueltos de cada día, con el insaciable y envidiado impulso vital de Canciones para Altaír.
Rafael Alberti cumple 90 años. Casi cuarenta de ellos vividos fuera de España, durante los cuales no dejó un sólo día de escribir sobre ella. El poeta estuvo separado de su país más años de los que tuvieron de vida sus admirados Jorge Manrique, Garcilaso de la Vega, Federico García Lorca o Miguel Hernández. Parece como si el destino hubiera reunido en él el tiempo que a ellos les robo tan injustamente Francia fue el primer lugar de su forzado destierro -«Mis ventanas / ya no dan a los álamos y ríos de España»-, que jamás pudo sospechar se prolongara tanto tiempo. Desde allí se dirigirá a Argentina, donde permaneció durante veinticuatro años. Su separación de ella le provocó un nuevo exilio interior, y el recuerdo de sus paisajes nunca lo abandonará. -«Dejé mi sombra en los desesperados / ojos sangrantes de la despedida»-. De América se trasladará a Italia, a Roma, en donde muy pronto se integrará en la vida de su barrio del Trastévere que, quince años después, abandonará para regresar definitivamente a España, en la que ya se había instaurado la democracia. Junto a Dolores Ibárruri, «La Pasionaria», inaugurará las primeras Cortes, presidiéndolas ambos como correspondía a los diputados de mayor edad.
Rafael Alberti cumple 90 años. Sin María Teresa León, admirable y valiente mujer con quien compartió los más dichosos y amargos momentos de su vida, y que ocupó un destacado lugar en la historia política y literaria de nuestro país que todavía no le ha sido reconocido. Sin Federico, sin Pablo, sin Miguel, sin tantos de aquellos recordados amigos que lo acompañaron y que ya forman parte de nuestra memoria colectiva. Pero en Alberti, en su palabra escrita, late el sentir de aquéllos, su corazón compartido, su sostenido amor a todo lo vivo. Sin Picasso, sin la infantil complicidad que unía a estos dos andaluces excepcionales, sin la punzante mirada de sus ojos «animales, / letales, / mortales, / umbilicales», para los que el poeta había pedido en verso la inmortalidad, asombrándose después de cómo el mundo podía seguir adelante sin la presencia del genial pintor.
Rafael Alberti cumple 90 años. Con las maletas siempre preparadas como incansable viajero del mundo que es. Con la curiosidad asomada a sus atentos e insaciables ojos que, todavía, le bailan brillantes tras las muchachas en flor.
Celebrémoslo junto a él, junto a su mágica y siempre encendida palabra reflejada en estos noventa poemas que hoy le ofrecemos en su aniversario por esos años vividos tan intensamente, repletos de las imágenes y acontecimientos más importantes del siglo xx que, como un valioso archivo, conserva en los privilegiados escenarios de su memoria.
Pocas veces una figura de talla universal se ha enredado con tal fuerza en el sentir de la gente, en el discurrir de la vida, en la historia de su país como Rafael Alberti lo ha hecho, hasta llegar a convertirse en una leyenda viva.
MARIA ASUNCIÓN MATEO
TOTORAL (CÓRDOBA, ARGENTINA) 1992