Laura

Me abraso.

Me quemo por dentro.

Sus caricias no han sofocado el infierno que arde en mi interior. Al contrario, lo han avivado. ¿Acaso se cree que con sobarme un poco es suficiente? Pues se equivoca. Y mucho. Ahora quiero más. Y no tengo modo de conseguirlo a no ser que pise el freno, conduzca de regreso a su casa y tras volverme a colar en ella, le viole. ¡Y por Dios que estoy tentada a hacerlo!

—Solo yo controlo mi placer —murmuro imitándole burlona a la vez que piso el acelerador, estoy deseando llegar a mi casa—. No puedes tocarme, no puedes follarme, no puedes obligarme a desearte... Oh, claro que puedo, ratoncito. Ya me deseas, y ya te he tocado... solo es cuestión de tiempo que te folle.

Entro en mi diminuto piso, me ducho con agua fría para calmarme un poco, y tras ponerme una camiseta y unas bragas, tomo una botella de agua helada de la nevera. Me la bebo mientras paseo rabiosa por mi pequeño refugio meditando sobre cuál será mi próximo paso. Me detengo al sentir a Pixie enredándose en mis pies, espero a que trepe hasta mis hombros y luego continúo dando vueltas a la vez que acaricio su suave pelaje.

—Me desea, lo sé —le digo sin dejar de recorrer mi diminuto piso—. Y me quiere solo para él, eso ha quedado claro en la mesa cuando he intentado jugar con el pelirrojo. Pero aun así, me ha rechazado. ¡Malditos sean él y su jodido control! Pero no es control, es miedo.

Me detengo en mitad del piso, dejo a Pixie en el suelo y me siento frente al ordenador. Lo enciendo.

Me desea, pero no quiere desearme. Lo he visto en sus ojos, en su rabia al acariciarme. Me desea y a pesar de eso, me rechaza. Me rechaza, y a la vez me exige que vuelva a verle, pero solo en el centro comercial. ¿Por qué? ¿Qué hay en el centro comercial que le hace olvidar sus reparos? Abro la página web del centro comercial y paso con vertiginosa rapidez por los enlaces a sus tiendas. Mirar la pantalla del ordenador me calma, ese es mi mundo, el lugar en el que soy dios. Las imágenes pasan ante mis ojos y solo veo lo que he visto siempre, gente, tiendas, cafeterías, hombres, mujeres y niños paseando...

—Está claro que ser mala malísima no me exime de ser estúpida —musito al darme cuenta de lo que no he sabido ver hasta ahora mismo.

No hemos estado jugando al gato y al ratón. Él nunca ha sido mi presa. Yo siempre he sido la suya. Me ha estado persiguiendo, escudando su deseo tras la seguridad que le dan las personas anónimas que le impiden perder su amado control y lanzarse sobre mí.

¿Por qué tiene miedo de desearme?