16

—Deberías sentarte —dijo Justine, temerosa—. Te traeré agua. Estás…

Justine se interrumpió. Con solo una mirada vio que estaba cachondo. Realmente cachondo. Desde luego no se trataba de un efecto secundario de una poción de desaliento. Atónita, Justine cogió la segunda copa de vodka y le dio un sorbito, apenas se mojó los labios con él.

De pronto la inundó un sofoco desde los pies hasta la cabeza que le cortó la respiración. Sintió un fuego que recorría sus venas. Y entre los muslos, una fuerte e íntima palpitación. Apenas era capaz de pensar a través de la neblina de deseo y confusión. Y todo eso por un sorbito de vodka.

Y Jason se había tomado un trago entero.

—¡Es lo opuesto a lo que pretendía! —exclamó Justine, frustrada—. ¿Qué ha podido ir mal?

Jason cogió un puñado de hielo de la bandeja y lo apretó contra su nuca. El hielo se derritió como si hubiera caído sobre una sartén caliente. Unos brillantes riachuelos serpenteaban alrededor de su cuello y se metían por debajo de su camiseta. Respiraba entre dientes, jadeante, tembloroso.

—Lo siento mucho —dijo Justine, afligida, y alargó la mano para tocarlo, y para retirarla acto seguido al ver su torva mirada—. Nunca pretendí… Debería haber… ¿Qué podría hacer para remediarlo? ¿Más hielo? ¿Quieres una ducha de agua fría?

Jason no parecía haber oído nada. Se frotó la cara y la mandíbula con sus manos húmedas y frías. Las crestas de sus altos pómulos resplandecían, sus largas y negras pestañas estaban cubiertas de gotitas de agua. Se arrancó el polo y lo hizo un ovillo, dejando así al descubierto su cuello y hombros húmedos. Por un instante, Justine solo pudo mirarlo a él y nada más.

—Lo siento —volvió a decir—. No hago más que empeorar las cosas.

Los largos músculos de su espalda se contrajeron cuando Justine lo tocó, como si incluso el más suave roce fuera una tortura para él. Arrepentida, apretó la mejilla contra su ardiente piel.

Jason se volvió lentamente, como si un movimiento brusco fuera a romper el frágil hilo del que pendía su autocontrol. La cogió entre sus brazos. Justine sintió la dura y hambrienta tensión de un leopardo listo para saltar.

—Seguí la fórmula punto por punto —consiguió decir—. Debería funcionar.

Jason bajó la boca hasta el punto donde se unían su cuello y su hombro y lo frotó bruscamente.

—Una reacción paradójica —dijo Jason.

—¿Quieres decir como cuando un antidepresivo provoca sentimientos suicidas en alguna gente, o…? —empezó a decir Justine cuando de pronto sintió sus manos deslizándose hasta la cremallera de sus tejanos, desabrochaban el botón y la bajaban con un sonoro siseo—. O cuando un analgésico les da dolor de cabeza a algunos…

Un jadeo escapó de su garganta cuando la mano de Jason se deslizó por dentro de sus pantalones y por debajo de sus braguitas.

—Te deseo —masculló Jason contra su piel—. Y espero que el sentimiento sea mutuo.

—Sí, pero…

—Porque no vas a salir de esta habitación sin antes haber follado.

Los ojos de Justine se abrieron como platos. Era incapaz de pensar con claridad con él frotándose contra ella, su boca y manos navegando por su cuerpo, exigiéndole con insistencia. Estaba estupefacta por las cosas que él le decía entre jadeo y jadeo. Jason quería besar y tocar y poseer cada parte de su cuerpo; quería que ella le suplicara, quería que se corriera con tanta fuerza que llegara a creer que le había dado la vuelta, desde dentro hacia fuera.

—Y yo quería todo eso, maldita sea —masculló entre dientes—, incluso antes de que me dieras un estimulante.

—Yo no te he dado un estimulante —protestó Justine—. Preparé una poción de desaliento para… para que no me desearas.

Jason aplastó los labios contra el cuello de Justine en un beso largo y duro.

—¿Esto a ti te parece desaliento? —preguntó, y le bajó los tejanos por debajo de las caderas agarrándola de las nalgas con las dos manos.

Justine entornó los ojos y echó la cabeza hacia atrás cuando él la atrajo contra su poderosa y tentadora erección.

—No —consiguió decir débilmente—. Si quieres puedo buscar un antídoto.

—Ya tengo uno en mente.

Jason le quitó la camiseta por encima de la cabeza y agarró el cierre de su sujetador. Justine sintió cómo sus tejanos se deslizaban hasta el suelo y salió de ellos torpemente. Después de retirarle la ropa interior, Jason se quitó los tejanos. Clavó la mirada en ella como si esperara que fuera a echarse a correr. No iban a hablar primero, bajar la luz, cerrar la ventana, dejar la ropa que se habían quitado sobre una silla. Era más que probable que ni siquiera llegaran a la cama.

La atrajo hacia sí, cara a cara, y le dio un beso interminable. Su boca se mostraba alternativamente suave y salvaje. El calor de su cuerpo resultaba insoportable; la piel de su vientre, de su pecho y de sus ingles ardía. Justine apartó los labios de los suyos, jadeante. El aire estaba tan caldeado como en una sauna y abrasaba sus pulmones. Jason alargó la mano que tenía detrás y buscó a tientas el hielo picado. Cogió un puñado y lo restregó contra los pechos y el torso de Justine, que se estremeció y jadeó, aliviada. El agua que recorría su piel le puso el vello de punta. La boca de Jason atrapó el brote a punto de estallar de su pezón y succionó su humedad. Estiró la mano por detrás de Justine para coger más hielo, lo extendió por su propio pecho y por el vientre y luego se llevó una parte a la boca.

Ardiente y desorientada, Justine se agarró al borde de la mesa que tenía a sus espaldas al tiempo que Jason se agachaba hasta sus caderas. Justine bajó la cabeza y su cabellera cayó en serpentinas alrededor de su rostro. Sintió las frías manos de Jason en lo alto de sus muslos, cómo sus pulgares se deslizaban hacia arriba, donde la piel era fina y dolorosamente sensible. Sus dedos separaron los tímidos pliegues sonrojados y los mantuvieron abiertos. Justine se estremeció con un sonido confuso al sentir el súbito frío de su boca, su lengua contra la delicada carne dibujaba círculos alrededor de la protuberante cima. Sollozaba con cada respiración, mientras luchaba por mantenerse quieta, pero era del todo imposible. Se tapó la boca con una mano para ahogar un grito y empujó salvajemente su oscura cabeza.

Un lento y descarado lengüetazo sobre el delicado punto donde se concentraba el dolor, un ronco susurro y entonces Jason se incorporó. La empujó contra la cama, pero las piernas de Justine estaban demasiado tensas para caminar. Entonces la levantó del suelo con una facilidad sorprendente, la llevó en brazos hasta el colchón y la depositó boca arriba.

Sus muslos se abrieron en un movimiento lascivo, indefensa; sus brazos se doblaron sobre su cabeza. Estaba al borde del clímax, ruborizada y aturdida. Levantó los brazos hacia él, lo acercó a su cuerpo y atrajo su cabeza. Él la besó introduciendo su lengua hasta las profundidades de su boca y Justine sintió tal placer que ya no pudo ahogar los gemidos. Jason separó sus muslos con las rodillas y la penetró de un solo impulso. Sus rodillas subieron y su cuerpo se retorció bajo el delicioso y masculino peso de su cuerpo.

El brillo del sudor confería a su piel un lustre metálico y la luz doraba los senderos que dibujaban las venas en sus brazos y su cuello. Sus ojos se habían cerrado y sus cejas se fruncieron como si le doliera algo. Se movía dentro de ella con un ritmo acelerado y violento, sin contenerse, y Justine tampoco quería que lo hiciera. Le devolvía las embestidas levantando el cuerpo, cada vez más alto, apretando su carnosidad alrededor de su miembro henchido hasta que los dos gimieron y se estremecieron de placer, con punzadas que convulsionaban cada uno de sus nervios. Jason la penetró hasta el fondo y se detuvo, y Justine sintió el calor de la descarga en su interior.

Al final, Jason rodó hacia un lado y se la llevó consigo. Su respiración se había calmado, los movimientos de su pecho eran regulares y uniformes. Todavía estaban unidos, sus miembros entrelazados, las pulsiones y los temblores de su carne secretaron en lo más profundo del cuerpo de Justine.

Iba a arrepentirse más tarde, pero en ese momento no podía siquiera pensar en ello. Justine jadeó cuando él se retiró.

—¡Oh! Todavía estás…

—Sí. —Su tono de voz era seco—. Nunca he tomado Viagra, pero por lo que a mí respecta, puedo decir que has conseguido improvisar un tremendo sustituto.

—Lo siento mucho. De veras, no pretendía hacerte esto. —Al ver que él no decía nada, preguntó vacilante—: ¿Estás enfadado conmigo?

—Sí. Pero me resulta difícil concentrarme en ello cuando me estoy ahogando en endorfinas.

Justine sonrió levemente y se relajó contra su cuerpo.

Jason deslizó el dorso de su mano perezosamente por la parte alta de su pecho.

—¿Sigues protegida?

Justine asintió con la cabeza.

—Rompimos tu norma acerca de los condones. Lo siento mu…

—No tienes por qué seguir disculpándote —dijo Jason, y cogió el pezón de su pecho entre los nudillos y lo estiró suavemente.

Nadie la había abrazado durante tanto tiempo después de acostarse con ella, ni ella había querido que nadie lo hiciera. Pero las manos de Jason eran complacientes cuando la persuadieron para que diera rienda suelta al placer en su interior a borbotones.

—Todo esto está bien mientras no me enamore de ti —se oyó decir a sí misma.

—Pero lo harás.

Sus palabras bastaron para arrancarla de su estado de euforia. Justine se incorporó sobre el codo y frunció el ceño.

—No, no lo haré. La única razón por la que estoy en la cama contigo es que estás sufriendo por culpa de uno de esos episodios de priapismo que se prolongan durante cuatro horas y de los que tanto hablan en la tele.

—Por tu culpa —señaló Jason.

—Sí, y estoy intentando ayudarte. Pero te agradecería que no pretendieras convertir esto en algo romántico o cargado de significado.

La respuesta de Jason fue amablemente desabrida.

—¿Qué te gustaría que hiciera?

Justine se quedó pensativa por un instante.

—Contarme lo peor de ti. Haz de ti mismo el hombre menos atractivo del mundo, para que no haya manera de que me enamore de ti.

Jason le lanzó una mirada escéptica y la echó de la cama.

Justine lo siguió hasta el baño.

—Cuéntame alguna de tus malas costumbres —insistió—. ¿Dejas toallas mojadas en la cama? ¿Te cortas las uñas en la sala de estar?

—No.

Jason se metió en la ducha y le hizo un gesto para que lo siguiera.

—Entonces, ¿qué? —Justine se colocó a su lado y se estremeció de placer al sentir el agua caliente cayendo sobre su cuerpo—. No eres perfecto. Tiene que haber algo.

Jason cogió una pastilla de jabón e hizo espuma entre las manos.

—Cuando me pongo enfermo —se aventuró— tengo la personalidad de un bull terrier furioso. —Jason empezó a lavarla, sus enormes y resbaladizas manos recorrían su cuerpo en largas y suaves pasadas—. Cuando veo una película siempre comento los errores en la trama mientras todo el mundo está intentando seguirla. —Al advertir la sonrisa incipiente de Justine, Jason inclinó la cabeza para robarle un beso—. A veces, en medio de una discusión saco el teléfono móvil para buscar información que demuestre que tengo razón y retomo la conversación cuando ya no es pertinente. —Hizo una pausa—. Dejo envases vacíos en la nevera. Cada vez que alguien pone un plato con frutos secos sobre la mesa me como las almendras y los anacardos y dejo los cacahuetes para los demás. Y a veces, cuando no puedo dormir por la noche, corrijo al azar las páginas de otros en Wikipedia. —Su boca se pegó a la de Justine y absorbió el sonido de su risa como si pudiera saborearla—. Cuéntame tus lados oscuros.

Justine se colocó detrás de él y empezó a enjabonar su espalda, al tiempo que admiraba su poderoso contorno.

—Suelo silbar mientras paso el mocho o el aspirador. Sobre todo el principio de la canción de los Black Keys que tanto suena en los anuncios. Un día la silbé con tal insistencia que Zoë acabó persiguiéndome con una espátula en alto. —Hizo una pausa al oír la risa ahogada de Jason—. Cuando estoy aburrida —prosiguió— compro cosas en Internet que no necesito. Y puedo dejar un juego, cualquier juego, a medias y no volver nunca más a él.

—¿De veras? ¿Cómo puedes hacerlo?

Jason parecía sinceramente desconcertado.

—Capacidad de concentración baja. También me encanta dar consejos a la gente sin que me los hayan pedido. —Justine lo rodeó con el brazo, su mano enjabonada se deslizó por su ingle para agarrar su erguida y pesada verga—. Y como has podido comprobar recientemente, suministro afrodisíacos a los huéspedes desprevenidos de mi posada.

Jason tenía una erección y su respiración se entrecortaba.

—¿Es una costumbre que tienes? —consiguió preguntar.

—De hecho, eres el primero.

—Y seré el último.

Los dedos de Justine se tensaron y se deslizaron a lo largo de su miembro.

—¿Cómo quieres que lo haga? —susurró contra la espalda de Jason—. ¿Así? ¿O así?

—Es… —Jason tuvo que inspirar hondo—. Dios mío. Sí. Así.

Bajó la cabeza y afirmó las manos contra la pared, su pecho subía y bajaba sin parar.

Justine se curvó sobre la espalda de Jason y lo acarició mientras el agua caía con fuerza sobre los dos y el vapor blanco subía en espirales. Jason masculló unas palabras, animándola, maldiciéndola, mientras Justine se embebía de su excitación. Ahora lo empuñaba con insistencia, su mano bombeaba y lo preparaba, hasta que el calor se concentró, duro y veloz. Jason se corrió con un jadeo bajo e indefenso y Justine canturreó y le arrancó el placer. Disfrutaba de sus espasmos duros y masculinos.

Jason cerró el grifo de la ducha y los secó a los dos con una gruesa toalla blanca.

—Ahora te toca a ti.

Justine sacudió la cabeza.

—No necesito nada.

Jason la cogió de la nuca con cuidado y acercó la boca a su oreja.

—Necesitas lo que estoy a punto de darte —susurró, y todo el vello de su cuerpo se erizó. Se la llevó de vuelta a la cama, retiró los edredones y la echó sobre las sábanas.

Se colocó sobre ella y pasó las puntas de los dedos por su cuerpo, cartografiando los nervios más sensibles. Justine se retorció y le susurró que fuera más rápido. Pero las cosas se harían a su ritmo, lentamente, como el crepúsculo estival. Él insistió hasta que ella se quedó inmóvil y silenciosa. Respiró hondo. El calor se propagaba hasta la superficie de su piel cada vez que los labios de Jason la tocaban, cada vez que apretaba su cuerpo contra ella.

A esas alturas, Jason ya sabía demasiado de ella y lo estaba utilizando, jugaba con ella. Se desplazó hasta llegar a sus muslos y la lamió entre los labios de su sexo, tironeando del suave reborde, y cuando el deseo se tornó demasiado crudo, Justine gimoteó y empujó su cabeza. Pero Jason cogió sus manos y las sujetó firmemente, la obligó a quedarse quieta, la obligó a aceptarlo. La sensación se propagó hasta lo alto de su cráneo. Se estremecía con cada caricia, se derretía, el placer corría por sus venas, las chispas se desataban y entrechocaban. Sus piernas se separaron y los dedos de sus pies se encogieron cuando sintió el principio de la descarga, pero entonces Jason se detuvo y la recostó en la cama.

La fijó deliberadamente a la cama ayudándose del peso de su cuerpo, penetrándola con un movimiento deslizante e intenso. Atrapó sus brazos por encima de su cabeza y la miró con aquellos oscuros y penetrantes ojos mientras movía las caderas en círculos monótonos y ponderados, excitándola sin compasión. Justine murmuró y se retorció en una agónica tensión, jadeó y soltó palabras inconexas:

—¡Oh, por favor, ahora!

Y oyó su queda risa mientras le hacía el amor con una lentitud medida, lanzándola hacia unos espasmos impotentes.

Avanzada la noche, Justine se despertó de nuevo con sus manos sosteniéndola, su boca pegada a su pecho. Gimió cuando él se deslizó dentro de ella y su cabeza retrocedió contra el brazo que la sujetaba. Una oleada de sensaciones se propagó a través de su cuerpo y las oleadas se convirtieron en olas y la intensidad de las olas aumentó sin que pareciera que fueran a tener fin.

Las horas se confundieron en una larga y oscura fantasía. Nunca sospechó que el placer pudiera ser tan diverso, tan intenso. Y luego estaban las conversaciones soñolientas entremedio, echados sobre la cama, saboreando las palabras como si fueran besos.

—¿Qué tal era la vida en el monasterio? —susurró Justine, ávida por saber más acerca de una experiencia que le resultaba completamente ajena—. ¿Te gustó la estancia allí?

Jason pasó la mano lentamente por su espalda.

—No. Pero lo necesitaba.

—¿Por qué?

—Estaba harto de sentir que nada importaba. De llevar una vida rutinaria, mecánica. El pensamiento zen te enseña que todo es importante. Incluso vale la pena realizar bien una tarea tan sencilla como limpiar un cuenco. Te ayuda a tomar conciencia para que los días y las semanas de tu vida no se te escapen sin que siquiera te des cuenta.

Justine posó la cabeza sobre su hombro y extendió la mano suavemente sobre el latido de su corazón.

—¿Tuviste que meditar mucho?

—Por las noches. El día empezaba a las cuatro de la mañana con una lectura común. Después tomábamos el desayuno seguido de trabajo que solía consistir en desmalezar el jardín o en cortar leña. Por la tarde, cada discípulo tenía una reunión privada con el superior del monasterio, el Roshi. Y luego, después de la cena, la meditación. El Roshi nos asignó una pregunta a cada uno de nosotros. Mientras reflexionabas sobre ella debías intentar silenciar tu mente y comprender su significado. Hay gente que lucha durante años para encontrar la respuesta.

Los dedos de Jason descubrieron la fina cadena alrededor del cuello de Justine y la siguieron suavemente mientras retomaba su relato.

—Una noche tuve una visión mientras meditaba. Me encontraba en un templo y caminaba hacia una sombra que tenía mi misma forma. Me di cuenta de que yo era el templo y que la sombra era el espacio vacío donde tendría que haber habido un alma.

Justine sintió un escalofrío de malestar mezclado con lástima.

—¿Se lo contaste al Roshi?

Jason asintió con la cabeza.

—No le pareció que la falta de alma fuera algo que tuviera que preocuparme. Me recomendó que lo aceptara. El vacío es un concepto clave en la filosofía budista. Es parte del sendero que conduce a la iluminación. —El tono de voz de Jason se tornó irónico—. Desgraciadamente, resultó que yo era un pésimo budista.

—Yo sería aún peor que tú. Odio las preguntas que no tienen una respuesta clara. —Justine levantó la cabeza para mirarlo—. Así pues, ¿nunca llegaste a aceptarlo? ¿A aceptar que no tienes alma?

—¿Tú lo aceptarías? —preguntó él secamente.

Justine titubeó y movió la cabeza. No. Seguramente mantendría la misma actitud que él e intentaría llenar el vacío en su interior.

La mañana siguiente fue espantosa, naturalmente.

Justine se despertó temprano por costumbre y consiguió vestirse y salir a hurtadillas antes de que Jason hubiera abierto los ojos. Estaba dolorida y se sentía torpe por culpa del cansancio, y casi enferma de preocupación. Entre maldiciones y traspiés se fue a su casa y se dio la ducha más caliente que pudo soportar.

Una breve inspección en el espejo reveló que tenía ojeras oscuras y los ojos inyectados de sangre. Una marca borrosa engalanaba su cuello. Con un quejido se recogió el pelo en una coleta alta y se cubrió la tez con una crema hidratante con color.

Después de beberse una taza de café junto con un par de ibuprofenos, cogió el teléfono y marcó el número de Sage. Había pocas personas en el mundo a las que se atrevería a llamar a esas horas, pero Sage solía levantarse temprano.

—Buenos días —dijo Sage en su habitual tono alegre—. ¿Cómo estás, Justine?

—Bien. ¿Y tú?

—Estupendamente. Pasamos el día de ayer cogiendo bayas de saúco. La próxima vez que nos visites comeremos panqueques con sirope de saúco.

—Suena fantástico. —Justine se frotó la frente, cansada—. Disculpa que te moleste tan temprano, pero…

—¡Oh, no te preocupes, no me molestas en absoluto!

—Tengo una pregunta con la que espero que me puedas ayudar. Ayer preparé una poción que no funcionó y necesito saber por qué.

—Cuéntamelo todo.

La alquimia era la especialidad de Sage, no había nada que le gustara más que preparar y mezclar fórmulas mágicas. En el pasado, había dado clases sobre aceites esenciales, polvos, elixires, ungüentos y lociones. Sabía perfectamente qué ingredientes podían sustituirse y cuáles podían añadirse para aumentar el poder de una poción.

—Era una poción de desaliento —dijo Justine—. Decidí dársela a Jason ayer.

—Muy buena idea.

—También fue lo que pensé. Pero no funcionó.

—¿Estás segura? Deberías permitir que pase un tiempo prudencial para que surta efecto.

—Estoy bastante segura —dijo Justine, y se retorció un poco al recordar la gimnasia sexual de la noche anterior.

—¿Estás segura de la calidad de los ingredientes que utilizaste? ¿Hiciste el ritual previo de purificación de la estancia?

—Sí. —Justine describió con todo lujo de detalles el procedimiento que había utilizado y enumeró los distintos elementos de la fórmula—. ¿Es posible que sea porque se lo di en un chupito de vodka? ¿Puede haberla estropeado el alcohol?

—No —dijo Sage, pensativa—, no debería significar nada.

—¿A lo mejor es porque no soy virgen?

Silencio total.

—Requería lágrimas de doncella —dijo Justine—, pero no creí que fuera a cambiar nada si yo no era, ya sabes, inocente, así que…

—Justine, ¿me estás diciendo que añadiste lágrimas a la poción, literalmente? ¿Te provocaste el llanto?

—Bueno, pues sí. He visto ingredientes incluso más raros en tus pociones. La verdad es que no lo pensé demasiado.

El tono de Sage era ligeramente áspero cuando dijo:

—Las lágrimas de doncella son una planta, querida.

—¿Una planta?

—Una hierba, también conocida como garikota. Está recogida en el manual de herbología que te regalé. Me prometiste que lo leerías de cabo a rabo.

—Leí algunas partes por encima —admitió Justine—. Me cuesta mantenerme despierta cuando leo sobre plantas.

—Si pretendes practicar la magia, incluso en el grado más bajo, Justine, tendrás que estudiar y prepararte a fondo. Nada de leer por encima. Nada de aventurarse a lo loco. Espero que la poción no tuviera el efecto opuesto en Jason. ¿O sí?

Justine estaba demasiado cansada para decírselo con delicadeza:

—¿Me preguntas si lo puso más cachondo que el salido más salido?

—¡Oh, querida! —Una pausa de desconcierto—. ¿Piensas preparar una nueva poción?

—No, Jason se va mañana por la mañana.

—¡Alabado sea Hécate! —fue la respuesta inmediata de Sage.

—Sí, nunca debería haber roto el maleficio, Sage. No tenía ni idea de que con ello abriría la caja de Pandora.

—No fue culpa tuya. Después de un pequeño examen de conciencia, me arrepiento de la decisión que tomamos en tu nombre hace ya mucho tiempo. Fue un error, cometido con la mejor de las intenciones, pero aun así un error. —Sage añadió, arrepentida—: El Círculo de Crystal Cove es una hermandad excepcionalmente prodigiosa, pero no puedo decir que el estudio de la ética mágica haya sido nuestro fuerte.

—Siempre me has dicho que la magia está bien, siempre y cuando no haga daño a nadie. Me dijiste que ésa era la razón por la que muchos conjuros acaban con un «Y si no haces daño a nadie…».

—Sí, es cierto. Pero ¿cómo podemos saber si un conjuro hará o no daño a alguien? Nunca podemos estar al tanto de todas las repercusiones. Ése fue el dilema con el que nos enfrentamos cuando Marigold nos pidió que te lanzáramos un maleficio. Pero nos convenció de que te ahorraría mucho sufrimiento.

—Es posible que tuviera razón —dijo Justine, apenada.

Sage soltó un suspiro.

—¡Oh, Justine! Durante todo el día de ayer estuve recordando cómo me sentí al perder a Neil. Incluso ahora hay veces que se me corta la respiración cuando recuerdo que se ha ido para siempre. Pero hay dones que solo podemos recibir a través del dolor.

—No quiero pensar en los posibles beneficios del dolor —dijo Justine—. Lo único que quiero es que Jason esté a salvo.

—¿Y lo estará?

Justine sabía que lo que Sage quería decir en realidad era: ¿Estás enamorada de él?

—No lo sé. —Justine agarró el teléfono con fuerza—. Tengo miedo. No estoy muy segura de hasta dónde llegan mis sentimientos. No dejo de repetirme a mí misma que no puede ocurrir tan rápido. Quiero decir, no puedo enamorarme de alguien que apenas acabo de conocer.

—Por supuesto que puedes —dijo Sage suavemente—. Hay gente cuyo corazón es muy eficiente en este aspecto.

La garganta de Justine se cerró.

—Lo he puesto en peligro, tendré que arreglarlo —dijo—. Tiene que haber una respuesta en el Triscaideca. Tiene que haber algo que pueda hacer.

—Mi pobre niña, ¿acaso crees que no lo intenté todo para salvar a Neil? ¿No crees que tu madre buscó la manera de salvar a tu padre? Hagas lo que hagas, solo conseguirás empeorar las cosas. La naturaleza de la maldición es de carácter expiatorio e implica el sacrificio.

Un sacrificio humano. ¿Cuál era el precio del amor para alguien como ella?

—Una vez me dijiste que no hay nada imposible en la magia, solo improbable.

—Sí. Pero también te dije que nunca debemos intentar lo improbable. Nada de juguetear con la vida y la muerte. Eso le corresponde a la Magia Ceremonial que está más allá de nuestros poderes. Sería asumir un papel divino con propósitos humanos. Y eso nunca podría acabar bien.