En vivo
No nos engañemos, todas las estrellas del rock queremos ser el centro de atención, y esto nos va a dar publicidad. Vamos a ser francos. De acuerdo, vamos a echar una mano, pero desde el otro punto de vista va a ser una audiencia mundial, una emisión simultánea en todas partes. También eso es asunto nuestro, y no debemos olvidarlo. Dudo que entre los artistas que van a aparecer haya nadie que no se haya dado cuenta de ello.
FREDDIE MERCURY
La música no siempre consiste en lo que uno toca. También tiene que ver con lo que uno no toca. Freddie Mercury era por lo menos tres personas distintas. Sobre el escenario, fuera del escenario y en esa zona de penumbra que hay entre ambas cosas. Él encarnaba su música. La interpretación reflejaba perfectamente cada una de las canciones.
LOUIS SOUYAVE, guitarrista de Daytona Lights
ROCK In Rio iba a ser “el mayor festival de rock que ha visto el mundo”. El espectáculo de año nuevo de 1985 duró ocho días, y también incluía a Rod Stewart, Yes, Iron Maiden, Def Leppard, Ozzy Osbourne, George Benson, James Taylor y algunos de los artistas brasileños más vendidos, y se planificó a una escala que prometía estar a la altura incluso de las expectativas de Queen. Lo que terminó de convencer al grupo fue que a cargo del evento iba a estar su propio y leal manager de giras, Gerry “Uncle Grumpy” Stickells, y que los organizadores le ofrecieron a Queen encabezar el cartel. Volvieron a partir una vez más hacia Sudamérica el domingo 6 de enero.
El séquito personal de Freddie incluía a Mary Austin, Barbara Valentin, Peter Freestone, Paul Prenter y un guardaespaldas. Entre 250.000 y 300.000 fans viajaron para pasar allí dos días o más en medio de un calor abrasador, y para formar parte del público de rock más grande de la historia.
En sus buenos tiempos, Spike Edney había participado en algunos eventos importantes, pero nada como Río:
“Yo sabía que las anteriores giras de Queen por Sudamérica habían sido aventuras pioneras, pero aquél era el concierto más grande de todos los tiempos”
Pero su recuerdo más duradero es lo apenado que se sentía por Freddie:
“Para entonces era una estrella colosal en Sudamérica. Era un dios. Love of My Life, la canción de Queen, había sido número 1 en Argentina una eternidad. Fue su Stairway to Heaven. Por consiguiente, cuando llegó allí, Freddie se convirtió en un perpetuo prisionero. No podía ir a ningún sitio, ni siquiera con guardaespaldas armados. Para él era angustioso. Es cierto que consiguió escabullirse una o dos veces, pero no valía la pena por la bronca que le montaban”.
Parte del motivo de la alucinante popularidad de Freddie, a juicio de Spike, era su apariencia física:
“Oí decir que cuando Fred se cortó el pelo y se dejó crecer el bigote, se convirtió en el epítome del hombre guapo sudamericano, una especie de Clark Gable latino. Puede que parte de la adoración que le tenían viniera de ahí”.
Habían hecho falta meses para construir el Rockódromo de la Barra da Tijuca, que incluía un gigantesco escenario semicircular con una enorme fuente a cada lado. Al final, las fuentes resultaron muy útiles para que los fans se lavaran, ya que las lluvias torrenciales convirtieron el lugar en un barrizal. Se habían instalado gigantescas tribunas de prensa, con líneas telefónicas internacionales e instalaciones de telefoto para los miles de periodistas y fotógrafos que asistieron. Por la noche, unos focos enormes surcaban el cielo, como anunciando un estreno de Hollywood. El helipuerto construido al efecto resultó ser una necesidad logística más que un lujo. Freddie ya podía ir olvidándose de su pánico a los helicópteros: no había otra forma de llegar al escenario. Todas las carreteras de acceso a la Barra llevaban días atascadas.
La primera noche a Queen le tocaba actuar después de Iron Maiden, los cabezas metálicas del barrio londinense de Leyton, pero subieron al escenario con dos horas de retraso.
“No puedo recordar un motivo en concreto”, dice Spike Edney, “puede que simplemente se retrasara todo”.
Al final Queen consiguió salir al escenario pasadas las dos de la madrugada, y para entonces el público estaba prácticamente fuera de sí.
“Jim Beach había dispuesto que yo estuviera entre bastidores cuando Queen salió al escenario”, recuerda Peter Hillmore, que cubría el evento para el periódico The Observer. “Eché una ojeada afuera y vi aquel público colosal. ‘¿Qué se siente al estar ahí, en el escenario?’ le pregunté a Brian. ‘Sal y echa un vistazo’, me contestó.
”Salí al escenario. Había miles y miles de rostros mirándome fijamente, y todos gritaban pidiendo que saliera Queen. Sentí la fuerza bruta de Freddie Mercury, y saboreé lo que se siente cuando tienes delante a un cuarto de millón de personas que lo único que esperan es que tú abras la boca y te pongas a cantar. Me asusté, porque en realidad yo no podía hacer nada. Queen salió tranquilamente al escenario, y las cosas empezaron a ocurrir. Los roadies corrían por todas partes, nadie se daba siquiera cuenta de mi presencia. Me fui escabullendo hacia un lado.
”En aquel momento y lugar, lo que más quería en el mundo era estar en Queen. Quería ser Freddie Mercury. Él levantaba la mano y el público cantaba a coro con él. Bajaba la mano y se callaban, porque él lo decía. El efecto era increíble. Era como ver fisionarse el átomo en un reactor nuclear”.
Freddie era algo sobrenatural, a juicio de Hillmore:
“Por él la gente saltaba de sus coches en los semáforos, se les hacía la boca agua ante su limusina y decían; ‘¡Freddie, te queremos, eres Dios!’. Freddie y Queen tenían a toda una organización que trabajaba sin parar, y que costaba una fortuna, tan sólo para garantizar que se encontraran cómodos dondequiera que fueran, incluso antes de que se pusieran a trabajar. Nunca deshacían las maletas. Nunca tenían que preocuparse por el exceso de equipaje, ni hacer cola en los aeropuertos, ni esperar su turno en los duty frees. En todo momento disponían de una sala VIP y de vuelos transatlánticos en primera clase, mientras alguien se encargaba de todos sus caprichos. Y todo eso viene a explicar por qué, a mi juicio, es imposible que una estrella como Freddie tuviera una vida privada. Al final, todo eso acaba teniendo un efecto en la salud mental incluso de la persona más normal del mundo”.
La muy comentada “metedura de pata brasileña” de Freddie en realidad fue una exageración por parte de la prensa. Freddie salió al escenario pavoneándose vestido con el atuendo de chica que llevaba puesto en el vídeo de Break Free, y se quedó atónito con la reacción del público. Cuando la gente empezó a bombardear el escenario con latas, piedras y otros desperdicios, Freddie pensó que era en señal de protesta. Cuando un enorme trozo de cartón golpeó a Freddie, Brian retrocedió y dio varios pasos hacia atrás hasta ponerse a la altura de la tarima de la batería de Roger. Sin embargo, Freddie permaneció desafiante en el proscenio y cometió el error de perder los nervios. Malinterpretando lo que estaba ocurriendo, Freddie contraatacó provocando al público. Aunque varios periódicos informaron de que los brasileños habían adoptado Break Free como himno contra la dictadura, y que no aprobaban que lo cantara un roquero vestido de mujer, el motivo de la ira de la multitud no era ése.
Dave Hogan, que estaba fotografiando el evento para la revista You, del periódico Mail on Sunday, describió el percance como un “completo malentendido”:
“Habitualmente, en los conciertos de esa magnitud todos los fans corren para estar lo más cerca posible de las primeras filas”, contaba Hogan. “Pero en aquella ocasión, los organizadores habían construido un escenario tan alto que los que estaban justo en primera fila no se enteraban de nada. No podían ver nada de nada, todo ocurría por encima de sus cabezas. Algunos intentaron auparse hasta el borde del escenario para poder ver a Queen, pero los guardias de seguridad no paraban de asomarse y de pisotearles los dedos. Entonces salió Freddie travestido, con su peluca y sus tetas, justo en el momento en que había un montón de fans subidos en los hombros de otros espectadores para intentar ver algo. Una oleada de guardias de seguridad la emprendió a patadas, y se produjo una ofensiva de fans airados que agarraron piedras del suelo del estadio para lanzárselas a los guardias de seguridad a modo de protesta. Nadie estaba tirándole piedras a Freddie. Al contrario, la gente estaba encantada con él. Pero la prensa dijo que los fans habían abucheado y apedreado a Freddie por la forma en que iba vestido. Un periodismo imaginativo, por así decirlo, por parte de unos periodistas que lo único que buscaban era un titular. Era de esperar. Pero Freddie, tengo que decir, hizo lo habitual, y fue acogido con entusiasmo. No le apedrearon; doy fe personalmente. Yo estaba allí mismo, delante de él. Pero claro, ¡no hay que dejar que la verdad te estropee una buena noticia!”.
Freddie era el centro de atención, instalado a lo grande en la suite presidencial del hotel Copacabana Palace de Río.
“Su habitación era donde se alojaban todos los presidentes estadounidenses”, recuerda David Wigg. “Me pidió que subiera a tomar una copa. Llovía mucho, y había barro por todas partes, pero la actitud de Freddie siempre era que ‘el espectáculo tiene que continuar’. Aquella noche fui a cenar por invitación suya. Estaba Mary Austin; siempre se sentaba a su izquierda, mientras que el novio de turno lo hacía a su derecha. Después nos fuimos todos a una discoteca (Alaska, la discoteca gay más popular de Río en aquellos tiempos). Allí estuvimos pasando la velada, hasta aproximadamente las cuatro de la madrugada. Yo tenía que escribir mi artículo para el Express, y pensé que lo mejor era dormir un poco. Me acerqué a Freddie para felicitarle y darle las gracias antes de marcharme. ‘¿Dónde vas?’, me dijo. ‘Me voy a ir andando hasta mi hotel’, le contesté. ‘¡No, ni en broma!’, me respondió. Chasqueó los dedos. ‘¡Steve! Lleva a David a su hotel en mi coche, y no le dejes en la calle, acompáñale hasta que esté dentro del hotel’. Freddie tenía muy buenos modales, era muy sensible y considerado. Toda su familia era así, sus padres, su hermana, todos ellos. Era un británico de la vieja escuela, cosa muy insólita para una estrella de rock”.
A Paul Prenter le correspondía el dudoso honor de elegir a hombres que pudieran ser del gusto de Freddie. Muy pocos se resistían a la invitación a “acompañar a Freddie Mercury en su fiesta privada personal en la suite de su hotel”. La mayoría de los testigos estaban de acuerdo en que las obligaciones de Prenter habían asumido una dimensión sórdida. No sólo era responsable de reunir a los elegidos —habitualmente eran jóvenes chaperos, llamados taxi boys—, sino también de suministrar ingentes cantidades de alcohol y cocaína.
Un antiguo taxi boy, un judío rubio y de ojos azules llamado Patricio, asistió a las fiestas privadas de Freddie en varias ocasiones. Patricio, que había viajado desde Buenos Aires a Río para probar suerte como actor, había acabado cayendo en la prostitución por culpa de la indigencia y la desesperación. Posteriormente realizaría otro viaje aún más significativo: hasta Israel, para morir de sida allí. Patricio, según su propio testimonio, tuvo numerosos encuentros sexuales con Freddie:
“Los chicos que eran elegidos se reunían con Freddie en la privacidad de la suite de su hotel, que era muy lujosa y con vistas a la piscina del hotel”, recordaba Patricio. “Primero bebíamos, luego esnifábamos cocaína —había una mesita baja de madera, con rayas de coca ya hechas, todo preparado— y a continuación nos quitábamos la ropa y entrábamos en el dormitorio de Freddie, donde nos recibía vestido tan sólo con una bata. A lo largo de todo el asunto, Paul (Prenter) permanecía totalmente vestido. Freddie entablaba relaciones sexuales con uno después de otro, delante de los demás. Cuando Freddie se cansaba, Prenter pagaba a los chicos y nos pedía que nos marcháramos. Freddie siempre era pasivo. Cuando uno empieza a ser gay, suele ser activo. Pero si eres popular y todo el mundo quiere ir contigo, te vuelves pasivo, ya que es la forma más fácil de divertirse. Actuar como “el hombre” es muy cansado. La mayoría de los hombres gays acaban prefiriendo el papel ‘de mujer’”.
Freddie se había vuelto adicto a la promiscuidad. Según Patricio, a Freddie aquello ni siquiera le excitaba la mayor parte de las veces. Cuanto más salvaje se ponía la velada, más impasible parecía mostrarse Freddie: “Ni siquiera daba la impresión de estar pasándoselo bien. Simplemente repetía una rutina”.
En Río se celebraron muchas fiestas de ese tipo, y todas acababan igual. La búsqueda de placeres por parte de Freddie había ido más allá de lo que era capaz de controlar. Seguía ansiando lo escandaloso, aunque sólo fuera por el escándalo en sí. Su insaciable abuso de todo tipo de excesos sólo venía a demostrar una cosa: que estaba cansado. Podía conseguir cualquier cosa que pudiera comprarse con dinero, pero cada vez tenía que trabajar más y más para conseguir placer. El sexo sin amor estaba muy bien, pero la excitación se había desvanecido. Resulta difícil imaginar que en ocasiones Freddie no se despreciara a sí mismo por semejante exceso, pero parecía que algo le empujaba a ello. No podía parar. Algo, muy pronto, iba a tener que reventar.
“Cuando Freddie tenía cerca tanto a Paul como a Barbara”, admite Peter Freestone, “surgía una competición a ver quién podía ofrecer el espectáculo más escandaloso, hasta que todo llegó al punto del no va más. Hacía mucho tiempo que Freddie había perdido el interés, pero era demasiado amable como para decir nada. Antiguamente Freddie siempre se lo había pasado muy bien haciendo ese tipo de cosas, y por supuesto la gente no esperaba que hubiera cambiado”.
Se celebró una gigantesca fiesta para los artistas el 12 de enero en el hotel Copacabana Beach. Fue un evento tumultuoso, televisado a millones de espectadores de toda Sudamérica, durante el cual incluso el habitualmente circunspecto Brian acabó en la piscina. Queen volvió a actuar el 19 de enero para clausurar el festival. Queen había vuelto a hacer historia, y no sería la última vez.
El grupo llegó a Auckland el 5 de abril para el comienzo de su gira por Nueva Zelanda. Fueron recibidos por manifestantes anti-apartheid, todavía indignados por el fiasco de Sun City, que protestaron en el aeropuerto y en el exterior del hotel donde se alojaban. Freddie apenas les prestó atención, preocupado como estaba por la publicación en el Reino Unido de su segundo single en solitario, extraído de su primer álbum en solitario, que muchos creían que nunca llegaría a ver la luz. Aunque el disco consiguió llegar al número 11 en el Reino Unido, su impacto en Estados Unidos fue nulo. Los cuatro miembros del grupo empezaron a enfrentarse al peor de sus miedos: que probablemente su reinado en Estados Unidos ya había tocado a su fin.
Hubo otro motivo de perturbación durante la gira de Nueva Zelanda en la persona de Tony Hadley, el nuevo amigo del alma de Freddie. Spandau Ballet acababa de concluir una gira de dos meses por Europa y estaban a punto de empezar otra gira por Oceanía. Debido a problemas con los promotores, se había cancelado la serie de conciertos en Nueva Zelanda, con pérdidas económicas para muchos de los implicados. En Auckland, Tony había recibido órdenes estrictas de su manager, Seve Dagger, de pasar desapercibido, una actitud que no era algo natural para Tony, sobre todo si Freddie, su colega de borracheras, estaba en la ciudad.
“Era verdaderamente insólito que Freddie saliera borracho al escenario”, decía Spike Edney. “El primer concierto de Queen en el estadio Mount Smart de Auckland, después de que Freddie pasara una tarde de escándalo con Hadley, fue una de las contadas ocasiones”.
Tony apareció por allí para darle una sorpresa al grupo. “Me registré en su hotel, me dejé caer por las pruebas de sonido, charlamos un rato, y después Freddie y yo volvimos juntos al hotel, y acabamos tomándonos una copa en el bar. Lo siguiente fue que Freddie dijo: “Vamos a pedir una botella de Stolichnaya”. Nos sentamos a arreglar el mundo, intercambiándonos anécdotas del rock and roll, y mientras tanto nos ventilamos toda la botella de vodka. A palo seco. Entonces recuerdo que Freddie dijo: ‘Ven, cariño, a mi habitación. Tengo una botella de oporto gran reserva’.
”Para entonces ambos llevábamos una buena cogorza”, cuenta Tony con una mueca de dolor. “Entonces Freddie dice: ‘Tienes que salir esta noche al escenario’. ‘No quiero imponerme’, dije yo, aunque en el fondo estaba por la labor. ‘No, no, no’, insistía él, ‘va a ser fabuloso’. Llamó por teléfono a Roger y a John. ‘Tony va a salir esta noche al escenario con nosotros, ¿de acuerdo, queridos? Maravilloso’. Daba la impresión de que a ellos les pareció bien. ‘El único problema podría ser Brian’, confesó Freddie. ‘Suele ponerse bastante nervioso con este tipo de cosas’. De modo que telefoneó a Brian, y se puso en plan diplomático: ‘Brian, querido, Tony va a salir con nosotros al escenario esta noche, y vamos a tocar Jailhouse Rock, ¿de acuerdo? Tony, cariño, Brian dice que sí, y está absolutamente encantado con ello’. Y entonces caí en la cuenta: ‘Colega, no tengo ni puta idea de la letra’, le dije. ‘No importa’, dijo Freddie, tan contento. ‘¡Yo tampoco tengo ni puta idea!’.
Los dos borrachos se sentaron e intentaron aprenderse la canción. Se inventaron la mitad de las palabras, y el resto lo adivinaron. A continuación Tony fue tambaleándose a dormir un rato.
“Aquella noche llegué al concierto, y todo el mundo me decía: ‘¿Qué demonios le has hecho a Freddie? ¡Se ha vuelto loco!’ ‘Bueno’, dije yo, ‘hemos estado bebiendo a lo bestia’. Todos se miraron entre sí frunciendo el ceño. ‘¡Pero si Freddie no bebe nunca antes de salir al escenario!’ dijo alguien”.
Nunca resultó más difícil conseguir que Freddie se preparara para salir al escenario.
“En aquella época todo el mundo llevaba aquellas zapatillas de boxeo Adidas, con un montón de cordones, que se anudan muy arriba, porque son muy cómodas y excelentes para correr y dar saltos por el escenario”, cuenta Spike. “Aquella noche tumbaron a Freddie en el sofá de la zona de camerinos. Tony Williams, uno de los ayudantes de vestuario, y Joe Fanelli estaban vistiendo entre los dos a Fred, porque Fred estaba demasiado ido como para hacerlo solo. Le pusieron la ropa y después las botas. Pero cuando Freddie se puso de pie y quiso andar hacia adelante, no podía. Llegó el anuncio: ‘¡Acaban de poner la cinta!’, momento en el que se suponía que todos teníamos que estar junto al escenario. Y Freddie se puso a gritar: ‘¡Estúpidos gilipollas, me habéis puesto las medias al revés!’. Un segundo después estaba tumbado en el suelo, como un escarabajo, con las piernas por el aire, con Tony y Joe como posesos intentando aflojar aquellos cordones, para poder quitarle las botas y las medias. Por fin consiguieron ponerlo todo en su sitio y bajamos a trompicones las escaleras cuando terminaba la cinta de introducción y el escenario estaba lleno de humo. Llegamos a tiempo por los pelos.
”Fred, pobre, estaba tan borracho que iba a un palmo del suelo”, añade Spike. “Improvisaba, se inventaba cosas, cantaba cosas absurdas, y así estuvo la primera media hora del concierto. Roger tenía la cabeza gacha, no podía mirar a nadie. Brian tenía una mirada feroz, como diciendo ‘¿Pero qué coño está pasando aquí?’. Llegados a la mitad del concierto, Freddie se había serenado un poco. A partir de aquel momento las cosas fueron muy bien, sorprendentemente. Hasta que salió Hadley”.
Tony, escocido por una conversación telefónica con su manager, que estaba enfadado porque se había enterado de que Tony no estaba pasando precisamente desapercibido, se moría de ganas de ponerse delante del público.
“Yo estaba de pie a un lado del escenario mientras Queen tocaba y seguía intentando acordarme de la dichosa letra de Jailhouse Rock”, dice entre risas.
“Freddie cruzó el escenario y se acomodó encima del piano de Spike, diciendo entre dientes: ‘Hadley, cabrón, estoy muy cabreado’ delante de 45.000 personas. Y allí estaba yo, farfullando para el cuello de mi camisa como un idiota, con unas pocas palabras garabateadas en la mano: alcaide… cárcel del condado… fiesta… rock.. de la prisión”. No conseguía meterme la letra en la cabeza. Por fin Freddie dijo: ‘¡Damas y caballeros, Mr. Tony Hadley!’. La multitud enloqueció, yo entré corriendo, y me lancé a cantar el trozo ‘bob-bop’ de Tutti Frutti. ¡Me equivoqué de canción! Y Freddie decía: ‘¡Sí, muy bien!’, y Brian decía: ‘¿Qué demonios es esto?’. Los demás simplemente se partían de risa. A Freddie y a mí no nos importaba nada, simplemente estábamos dando todo lo que teníamos. Simulábamos hacer el amor con la guitarra de Brian mientras tocaba, y cosas por el estilo”.
En comparación, los conciertos de Melbourne fueron apacibles. La noticia de que Elton John estaba en la ciudad hizo aún más placenteros los cuatro conciertos en el Sydney Entertainment Centre a finales de abril, a los que seguirían otros seis conciertos en Japón. Freddie, Elton y Roger no perdieron tiempo a la hora de irse de juerga, como anticipo a las celebraciones del lanzamiento del álbum en solitario de Freddie.
“Freddie Mercury era capaz de superarme en materia de fiestas, lo que no es ninguna tontería”, comentaba Elton. “Nos quedábamos despiertos noches enteras, ahí sentados a las once de la mañana, todavía con un buen pedo. Se suponía que Queen tenía que tomar un avión, y Freddie seguía diciendo: ‘Venga, joder, ¿otra raya, querido?’. Sus apetitos eran insaciables”.
Se dio la circunstancia de que el último concierto de Queen en Sidney fue también la fecha elegida por Columbia Records para el lanzamiento de Mr. Bad Guy. Una vez más, Freddie mostraba abiertamente sus sentimientos en sus canciones. Con un sonido flash y funkie que se apartaba del sonido original de Queen, los temas más reveladores del disco eran Living On My Own, There Must Be More To Life Than This, y la lastimera balada Love Me Like There’s No Tomorrow, que Freddie había compuesto para Barbara Valentin.
Aunque el álbum entró en las listas del Reino Unido en el número 6, en Estados Unidos fue un desastre sin paliativos. Mientras I Was Born To Love You tuvo un éxito aceptable, Made in Heaven no fue a ninguna parte, a pesar del vídeo promocional, llamativamente pomposo, dirigido por David Mallet. En el vídeo, que se presentaba como una actuación de ballet en un escenario formal, con telón, Freddie aparecía vestido con ropa roja y negra estilo bondage con una fina capa roja de pie en lo alto de una enorme roca. Unos bailarines ligeros de ropa iban escalando la roca subidos unos encima de otros para conseguir llegar hasta Freddie, hasta que la roca se partía y de su interior surgía un hermoso Planeta Tierra dando vueltas.
Una vez concluida la gira de The Works, Brian se quedó en Australia con su familia para disfrutar de unas vacaciones, John y Roger se retiraron a la nueva casa de Roger en Ibiza, y Freddie se fue directamente a Munich para seguir pasándoselo bien y portándose mal con sus amantes.
Gracias a Dios que tenían que actuar en Live Aid. “Fue una cagada”, dice Francis Rossi, recordando la valiente actuación de Status Quo con la que dio comienzo el concierto de Londres, el 13 de julio. “Rematadamente mal. No habíamos ensayado lo suficiente. A decir verdad, no habíamos ensayado nada. Si nos hubiéramos informado un poco más de lo que iba aquello, y nos hubiéramos dado cuenta de que íbamos a tener una audiencia mundial, habríamos ensayado. Queen por supuesto, acababa de volver de una gira, y estaban tan a punto como el que más. Y además ensayaron.
”Puede que Bowie fuera de los mejores, pero nadie destaca tanto en la memoria como Queen. Bono salta del escenario, bueno, ¿y qué? Fue el día de Queen, no cabe duda. Lo que hay que recordar es que, en aquel momento, nadie se dio cuenta de que aquello iba a ser tan grande como resultó ser. Bob era sólo un tipo irlandés, bocazas y advenedizo, que fanfarroneaba sobre lo que iba a hacer. Y lo consiguió. Por supuesto, resulta difícil mantener completamente al margen los egos. Porque somos estrellas, cariño. Pero aquel día no hubo mucho de eso.
”Cuando llegamos a Wembley aquel día para el concierto, Freddie me aclaró muchas cosas, si se me permite la expresión”, prosigue Francis. “Recuerdo que nos trasladaron a una zona de espera para los artistas, y todos estábamos enredando por allí. Pero de repente ocurrió algo. Yo no tengo ningún problema con los gays: sería imposible, porque tengo dos primos gays y un hijo gay. Pero yo siempre había sido uno de esos tíos heterosexuales que creen que los gays no son tan viriles como los demás. ¿Se puede estar más equivocado? Freddie y yo nos enzarzamos en una especie de lucha para reírnos un poco, cuando de repente me inmovilizó con una llave half Nelson, y yo no podía moverme. Era muy fuerte. En aquel momento un montón de información inundó mi mente. Fue un aprendizaje instantáneo. Incluso ahora me acuerdo de la cara que puse —y de la que puso él—. Me quedé mirándole. Era la persona más fuerte que había conocido en mi vida. ‘No te preocupes, cariño’, me dijo con su risa malvada, ‘si quisiera poseerte, lo haría’, así sin más.
”Conozco a mucha gente que cree que los homosexuales —en realidad yo prefiero la palabra ‘maricones’, y no andarme con medias tintas— no saben pelear. Como esos gilipollas que salen por la tele y pontifican sobre por qué no debería haber gays en el ejército: ¿y qué creen que ha habido toda la vida? Nuestra industria está llena de gays. La gente amanerada me parece maravillosamente divertida, y casi siempre resulta más fácil de tratar que los demás. Rick (Parfitt), en sus buenos tiempos, era amanerado a tope. Muchos de nosotros lo éramos. A menudo pienso que los gays están más adaptados que los demás. No tienen más remedio que estarlo, en primer lugar, para lidiar con todo lo que tienen que aguantar. En eso, no había nadie mejor que Freddie. Él sabía quién era; por lo menos entonces lo sabía. Sin lugar a dudas Live Aid fue el día de Freddie y de nadie más. Y le aprecié muchísimo por ello”.
“El mérito es de todos ellos por aquella actuación memorable”, dice Paul Gambaccini. “Cuando Queen salió a escena, yo estaba en el backstage, entrevistando a los artistas para la emisión por televisión. Se pudo sentir el escalofrío. Todos los artistas dejaron de conversar entre ellos, dejaron de hacer lo que estaban haciendo y se volvieron hacia el escenario. Todo el mundo supo, en el momento que sucedía, que Queen se estaba llevando el concierto de calle. Freddie estaba haciendo su baile con el cámara, en lo que fue una actuación con una manifiesta carga sexual. Habían ensayado, estaban listos, eran unos profesionales de los pies a la cabeza. Pensamos: ‘Oh, Dios mío, así es como tiene que sonar una buena actuación de rock en vivo’. Queen fue lo mejor. Cuando uno se acuerda de quién más estaba en aquel cartel, parece increíble. Queen parecían estar acabados. Sus buenos tiempos habían quedado atrás. Y sin embargo, allí estaban, reinventándose a sí mismos, y a toda marcha, ante nuestros ojos. Todavía me estremezco cuando me acuerdo. Freddie Mercury ofreció la mejor actuación de un cantante solista que se ha visto jamás”.
Animados por la experiencia de Live Aid, los miembros de Queen se dieron cuenta de que necesitaban reflexionar. Puede que se estuvieran armando de valor para afrontar una conclusión natural de su trayectoria profesional, en su mayoría impresionante. No podían seguir adelante indefinidamente, ¿verdad? Los grupos que hacen eso corren el riesgo de ir encogiéndose hasta convertirse en una caricatura de sí mismos. El estatus de leyenda se logra retirándose a tiempo. Cada uno de los miembros de Queen había buscado una salida en sus respectivos proyectos en solitario, con resultados diversos, aunque sólo Freddie había tenido un mínimo éxito. Ahora se veían obligados a aceptar que estaban mejor juntos que cada uno por su lado, sobre todo en aquel momento de sus vidas, y decidieron posponer el final y seguir adelante. Live Aid les había brindado una nueva oportunidad. Ningún grupo que se preciara podía dejarla escapar. Queen estaba impaciente por volver a salir de gira. La gira europea de 1986 sería la más ambiciosa de su carrera.
Pero primero estaba la fiesta por el 39º cumpleaños de Freddie, un desmesurado baile en blanco y negro que le costó 50.000 libras en Henderson’s, uno de sus clubs favoritos de Munich. La fiesta incluía un rodaje para la creación del vídeo de Living On My Own. En él figuraron 300 amigos de Freddie, entre ellos Barbara Valentin e Ingrid Mack, esposa de Reinhold. Muchos de los extras vinieron en avión desde Londres, y la mayoría eran hombres vestidos de mujer, excepto Freddie, que iba vestido con medias arlequinadas, chaqueta militar con charreteras y guantes blancos, y Mary Austin, que aparecía como una alumna del colegio St. Trinian[21]. Brian era una bruja, Peter Freestone era una gitana. El vídeo resultante era como un viaje de LSD —hedonista, alucinante, con las nalgas al aire, vibrante— y nunca llegó a emitirse en Estados Unidos. En el Reino Unido, el single sólo consiguió llegar al número 50 de las listas.
Barbara Valentin organizó el menú en blanco y negro de la fiesta:
“Caviar y puré de patatas —la comida favorita de Freddie—, una tarta en forma de piano de cola y botellas magnum de champán Cristal, que la gente se llevaba a su casa bajo el brazo. Todo el mundo le robaba cosas a Freddie”, suspiraba Barbara, “incluso desaparecieron dos cajones que contenían sus regalos de cumpleaños”.
A continuación vino un compromiso con Russell Mulcahy, socio de David Mallet y Scott Millaney en MGMM, para crear la música de su próxima película, Highlander, protagonizada por Christopher Lambert. Una vez más, Queen consiguió suscitar las iras de la prensa con la publicación del single One Vision. Queen —al que la prensa reprochaba que “estaba haciendo caja aprovechándose de su éxito en Live Aid” con un “tema descaradamente oportunista” que llegó al Top 10— estaba indignado. En realidad, replicaba Roger, que era el compositor del tema, la canción se inspiraba en el famoso discurso que Martin Luther King, el líder de los derechos civiles, pronunció en 1963 en las escalinatas del monumento a Lincoln, y no en Live Aid. La canción destaca por su fragmento cantado inicial, que se interpretó al revés, y cuya letra resulta comprensible cuando se reproduce hacia adelante: “Dios obra de formas misteriosas… formas misteriosas…”
A modo de desplante, el grupo decidió rodar un minidocumental de Queen para utilizarlo como vídeo promocional del disco. Era la primera vez que trabajaban con Rudi Dolezal y Hannes Rossacher (cuyo nombre artístico era Torpedo Twins), pero no iba a ser la última. En 1987, ambos realizaron una antología visual de la trayectoria profesional de Queen titulada Magic Years.
En el evento Fashion Aid for Ethiopia, celebrado en el Royal Albert Hall el 5 de noviembre de 1985, y en el que participaron dieciocho de los mejores diseñadores del mundo, como Yves St. Laurent, Giorgio Armani, Calvin Klein y Zandra Rhodes, Freddie interpretaba al elegante novio de una ruborizada novia, Jane Seymour. Ambos llevaban vestidos diseñados por David y Elizabeth Emmanuel, que habían creado el vestido de novia de Lady Diana Spencer para su boda con el príncipe de Gales.
A continuación, Freddie se puso a disposición de su amigo Dave Clark, antiguo cantante y baterista del grupo The Dave Clark Five, de los años sesenta. Dave estaba escribiendo y produciendo un nuevo e innovador musical que iba a estrenarse en el teatro Dominion, en Tottenham Court Road. Se titulaba Time, y lo protagonizaba Cliff Richard; estaba también Sir Laurence Olivier, quien aparecía en forma de holograma. Freddie colaboró en un par de temas para un álbum en el que también figuraron Stevie Wonder, Dionne Warwick y Julian Lennon, y participó de forma excepcional en una representación de la obra.
Mientras tanto, EMI estaba cosechando beneficios de una recopilación de lujo de los álbumes de Queen (con unas cuantas omisiones flagrantes). A pesar de todo, Freddie no estaba consiguiendo el éxito en solitario que tanto anhelaba. Love Me Like There’s No Tomorrow, el quinto single extraído de Mr. Bad Guy, y que era la balada que había compuesto para Barbara, ni siquiera llegó a entrar en las listas.
La banda sonora de Queen para Highlander iba a ser su nuevo álbum. Tras actuar en el Festival de Rock de Montreux, el grupo empezó a ensayar para su gira europea. La gira arrancó en Estocolmo, alcanzó su momento culminante en el estadio de Wembley y en Knebworth Park, y recaudó más de 11 millones de libras a lo largo de veintiséis conciertos. Con aquella gira, Queen rompió el récord absoluto de público en el Reino Unido, ya que actuó ante más de 400.000 fans. ¿Acaso los asistentes tenían algún tipo de corazonada de que aquélla iba a ser su última oportunidad de experimentar en directo la magia de Freddie?