CAPÍTULO 7
—Parece que tu regreso a casa ha traído consigo algunos nubarrones más que el de la tormenta de esta tarde.
Dan miró a su interlocutor e hizo una mueca. Había aceptado reunirse esa noche para cenar con el doctor y su esposa. Noah había insistido en que lo hiciese y dejase a un lado el pensamiento de esa inesperada aparición, pero había sido incapaz de hacerlo. Desde que Abigail había aparecido en su presente, su pasado parecía hacerse todavía más oscuro e incierto.
La manera en que esa muchacha había reaccionado al verle, el obvio reconocimiento y el horror que había visto en sus ojos cuando le dijo que no la reconocía chocaban estrepitosamente con la enorme metedura de pata que había cometido al follársela.
—Me encontré con alguien que pertenece a mi pasado.
O eso era lo que creía, especialmente ante el reconocimiento de su lobo, ya que la chica se había negado a decirle una sola palabra. Su necesidad de huir había sido tan grande como la pena e impotencia que vio en sus ojos cuando le dijo que no sabía quién era.
El encuentro había sido del todo inesperado, por más que lo intentaba era incapaz de recordarla y, a pesar de ello, no podía negar que su presencia había removido una enorme cantidad de cosas en su interior, empezando por su cuerpo y terminando con su alma.
Era un hombre y tenía necesidades, pero sus esporádicos encuentros sexuales no tenían nada que ver con lo que esa desconocida había encendido en él al punto de desatar a su lobo.
—¿Ah sí? —se interesó el doctor—. Eso es una buena señal. Quizá pueda ayudarte a esclarecer esos años perdidos.
Se frotó la nuca y resopló.
—Dudo mucho que esté dispuesta a hacer algo más que desaparecer tan rápidamente como ha llegado. —Especialmente después de cómo se había portado con ella.
El hombre lo miró con interés.
—¿Una mujer?
Asintió y suspiró su nombre.
—Abigail.
—¿Abigail qué?
Hizo una mueca al comprender que ni siquiera había preguntado su apellido. ¿Acaso podía ser más gilipollas?
—Solo Abigail —resopló—. Bajita, pelo castaño claro, ojos claros…
Los labios del médico se curvaron en una mueca similar a la suya.
—Ese podría ser el retrato de la mitad de la población femenina del condado.
—¿Abigail, has dicho?
Ambos se giraron al escuchar la voz de la esposa del doctor, quién venía secándose las manos en el delantal.
—¿Te suena el nombre, querida?
Los rosados y llenos labios se curvaron de manera pensativa.
—Esta tarde, en la tienda de Betty, Jessica hizo un comentario sobre la llegada de Daniel —comentó la mujer al tiempo que le miraba con cariño—. Es un pueblo pequeño, ya sabes que las novedades vuelan, especialmente cuando se trata de la vuelta a casa de un hijo pródigo.
Puso los ojos en blanco.
—No me consideraría tal cosa —replicó con suavidad—. Mi tiempo aquí es limitado, tengo que volver a la ciudad antes del viernes, tengo negocios que atender.
Y ese era otro jodido motivo por el que necesitaba encontrar respuestas y a la mayor brevedad posible.
—Sí, sí, por ello me hace muy feliz que aceptases venir a cenar esta noche con nosotros —aseguró la mujer con la misma jovialidad y cariño que recordaba. Siempre había sido una dama hogareña, buena amiga de su madre. El verla, le recordaba un poco a ella—. El caso es que también estaba la abuela de Lucy, ¿la recuerdas, Edgar?
El doctor asintió.
—Cómo olvidarla —dejó escapar un resoplido—. Creo que todo el pueblo llevamos sus gritos atravesados en los oídos.
Dan miró de uno a otro sin comprender.
—La señora Smith sufre de esquizofrenia —le aclaró rápidamente—. Cuando tiene alguna crisis, pega unos gritos que se escuchan al otro lado de la montaña.
Sacudió la cabeza.
—¿Y qué tiene que ver ella con…?
Mary lo interrumpió.
—Cuando oyó tu nombre empezó uno de sus conocidos monólogos —prosiguió la mujer—, y creo recordar que, entre toda esa verborrea que soltó y a la que no le hicimos demasiado caso, pronunció el nombre de Abigail.
—Eso puede ser sencillamente una coincidencia —comentó su marido.
Su mujer chasqueó la lengua.
—Es posible, pero me quedé escuchándola un momento y me pareció bastante coherente mientras hacía mención al desgraciado accidente de Anna y Alexander —continuó ella—. También comentó que, tras el funeral, Daniel se había marchado solo para regresar después con una señorita de ciudad.
—¿Señorita de ciudad? —sonrió de medio lado ante la elección de palabras la cual solo podía hacer referencia a su esposa—. A Cathy le habría gustado escucharse llamar así.
La mano femenina se posó sobre su brazo en un mudo gesto de consuelo.
—Eso es lo que me llamó la atención, la abuela Smith mencionó a una tal Abigail —explicó—, creo que dijo algo así como: