Capítulo IX
EL sol era abrasador para cuando conseguimos volver al dhow. David y Jalil se habían turnado a los remos y en varias ocasiones habíamos tenido que meternos en la orilla, amarrar el bote y dejarlos descansar.
April vigilaba ansiosa las aguas cuando finalmente viramos y nos metimos en el afluente.
Subimos a bordo y David anunció, “Voy a dormir un par de horas, luego hablamos. Mientras tanto, Sechnaf, quiero que nos lleves a la playa y ordenes a tus hombres que empiecen a recoger juncos secos, hierba, hojas de palmera, cualquier cosa que arda bien. Llenad el barco. Dejad sólo sitio suficiente para que la tripulación pueda manejar los remos.”
“¿Qué estamos haciendo, Almirante?” preguntó Christopher.
“Algo que leí en un libro de Patrick O’Brian. Se llama barco en llamas.” Levantó una mano, anticipándose al interrogatorio. “No más preguntas, estoy echo polvo.”
Y con eso se derrumbó en un rincón oscuro sobre algunos cojines y empezó a roncar en cuestión de minutos. Sentí como pasaba a través de mí en su camino hacia el mundo real.
“¿Barco en llamas?” repitió Christopher. “Eso se explica por sí sólo. Creo que me iré a esperar a la orilla.”
Encontré a Sechnaf dando órdenes a sus hombres. Había aceptado la autoridad de David. Quizá seguía instrucciones directas de Sobek. Pero también era cierto que David había adquirido el hábito de mandar y esperar que le obedecieran. Era una especie de magia natural. Cuanto más te acostumbras a dar órdenes, más fácil resulta. Los humanos son como ovejas a las que les encanta que las guíen.
Había elegido bien a David. De hecho, lo estaba haciendo mejor de lo que pensaba. Y aunque ya no estuviera completamente bajo mi control siempre acababa haciendo lo que yo quería. Me sentía bastante satisfecha.
Aún así, llegaría el momento en que tuviera que desacreditarlo. El peón que cruza el tablero entero puede convertirse en reina. No es un título que a David le fuera a gustar mucho, pero el mensaje está claro: sólo hay un líder en este grupo, y esa soy yo.
Me senté sobre los cojines y bebí de un vaso de hidromiel muy aguada. Había acabado gustándome esa bebida. Era miel fermentada, demasiado dulce y demasiado fuerte, pero disuelta en suficiente agua como para que no quedara un sabor demasiado intenso.
Dejé vagar la mente, ignorando las idas y venidas de los egipcios que cargaban con fajos de hierba y hojas y ramas. Mientras trabajaban tarareaban una melodía repetitiva y meditabunda, un rezo a algunos de sus dioses.
¿Cómo sería eso de volver a ver a mi madre? ¿Qué le diría? ¿Cómo reaccionaría ella? ¿Qué actitud tomaría? ¿Qué escena representaríamos? ¿La hija pródiga? ¿La heredera vengativa?
Una cosa estaba clara: tenía que ir con mucho cuidado. Ella era fuerte, o de lo contrario no estaría en Eternia. Había cruzado aquella noche en la oficina de mi padre. Había retorcido la realidad para abrir un portal hacia Eternia, sin dejar tras ella nada más que a mí y a mi pálido y patético padre.
Y peor aún, era una sacerdotisa de Isis. Había leído todo lo que pude encontrar sobre esa diosa. Se le atribuían grandes poderes. Como todas las deidades egipcias su rol había cambiado con el tiempo adaptándose las necesidades de la sociedad. Era una diosa madre, una sacerdotisa, la esposa de su hermano Osiris.
Osiris había sido asesinado por Seth, un dios del caos, una especie de Loki egipcio. A pesar de estar muerto, Osiris se había hecho con el gobierno del Inframundo y se las había arreglado, con ayuda de la poderosa magia de Isis, para preñarla. Ésta tuvo un hijo, Horus, de su hermano/ marido muerto. Era el dios del cielo y de las aves de presa.
O lo había sido. Si Sobek decía la verdad, Horus también estaba muerto. E Isis llevaba enfadada con Sobek más de un siglo.
Pero nada de eso me decía exactamente lo que me iba a encontrar cuando viera a mi madre. Los dioses egipcios no eran como los griegos. Los dioses griegos escribían historietas con la sensibilidad occidental. Podían resultar extrañas a veces, pero los mitos griegos se interpretaban de forma lienal: de A a B y luego a C. Los egipcios eran menos directos. Cada dios tenía una docena de caras, una docena de formas, una docena de atributos, a menudo emparejados de forma bizarra. O al menos esa era la historia que contaban los jeroglíficos milenarios descifrados.
¿La verdad? Pronto lo veríamos.
La perspectiva me emocionaba. Pero también me sentía intranquila. Incluso asustada.
Una parte de mí, una parte bastante grande, sólo quería lanzarse sobre esa bruja y gritarle, “Mamá, ¿por qué? ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué me dejaste en un mundo donde nunca podría encajar? ¿Por qué me abandonaste con un padre que me temía, una madrastra que despreciaba lo que yo representaba y una hermana cuyo odio iría creciendo durante toda mi infancia? ¿Por qué?”
Bueno, pues no haría nada de eso. No le daría esa satisfacción.
Había sobrevivido. Había escapado del mundo real con un poco de ayuda involuntaria de Loki y su hijo Fenrir. Y ahora, mamá, ahora tu pequeña va de camino a convertirse en un gran poder por sí sola.
Sí, la pequeña Senda es un camino, de acuerdo. Su propio camino.
Cerré los ojos y saboreé las posibilidades. Me vi en mi propio templo, en lo alto de una montaña, al aire, por encima de las nubes.
Veía a los dioses griegos tan reducidos que lo único que podían hacer era ofrecerme su poder para mis propósitos. Veía al monstruo Ka Anor exterminado y a su horroroso enjambre arrasado. Veía a Merlín atrapado en una prisión de la que no había escapatoria, ahogándose en su impotencia y rogándome que le permitiera una audiencia conmigo. ¿Y Loki? Loki me serviría como una útil herramienta.
Yo poseería todos los reinos con verdadero poder, haría que los dioses se enfrentaran entre sí, los humillaría, los engañaría y los usaría del mismo modo que ellos usan a los mortales.
Ellos me veían como una bruja. Un portal. Un monstruo mutante que vive en ambos universos a la vez. Para los dioses yo era una herramienta o un obstáculo. Pero no me tenían miedo, oh, aún no. No me tenían miedo porque no lo entendían. No eran capaces de ver el punto crucial.
Claro que lo dioses no lo entendían, ¿cómo iban a hacerlo? Cuando abandonaron el viejo mundo, los humanos aún llevaban espadas y palos afilados. ¿Cómo podrían siquiera suponer cuán atrás se habían quedado?
Pero Jalil habría podido adivinarlo si hubiera abierto un poco su mente. April tenía un reproductor de CD en la mochila. Las pilas aún funcionaban. El diminuto láser aún leía los invisibles baches codificados del CD y la música aún podía sonar.
Si un reproductor de CD podía funcionar…
¿Aún no has pensado en ello, verdad que no, Jalil? ¿Aún no lo has adivinado, chico listo? ¿Crees que quiero liberar a todos estos monstruos en el mundo real? ¿Con qué propósito, imbécil engreído? ¿Qué ganaría con eso?
Ah, chico listo, chico listo… has pasado por alto el hecho crucial: un portal puede abrirse en ambas direcciones.
Me reí felizmente en silencio. Oh sí, todo sería para mí. Sólo tenía que permanecer con vida el tiempo suficiente para preparar el terreno.
Y entonces, a por Jalil. Luego a por mi madre. A por mi hermana. A por todos ellos. A por todos.