Capítulo 11

 

Durante las tres horas que duró el viaje, terminé de convencerme. Habíamos estado equivocados respecto a Virginia. Conrado era el culpable y el cerebro de todo el plan.

 

Llevaba una hora de viaje cuando sonó mi móvil y tuve que parar en el arcén para ver quién llamaba. Era Edu. No contesté, no podía explicarle lo que estaba a punto de hacer. Después de esa primera llamada llegaron otras, pero ya no miré siquiera el teléfono. Seguí conduciendo y pensando.

 

Me equivoqué alguna que otra vez en los desvíos, pero conseguí llegar sin demasiados problemas. La casa de la montaña no parecía habitada, pero el Mercedes de Conrado estaba aparcado en la puerta. ¡Conrado estaba allí! Y parecía que no hubiera nadie más. Aparqué justo detrás y vi que su coche tenía el maletero abierto. Conrado se iba. ¿A dónde? ¿Estaba huyendo otra vez?

 

Salió cargado con dos maletas y pareció sorprendido de verme. Mientras terminaba de cargar el coche, le culpé de haber asesinado a Estanislao.

 

Él me juró que no tenía nada que ver con el asesinato.

 

–¿Y Virginia? –le acusé–. ¿Tampoco has intentado matarla a ella, para que no te delate?

 

Palideció.

 

–¿Alguien ha intentado matar a Virginia? ¿Cómo está?

 

Estaba preocupado de verdad. Lo tranquilicé en ese aspecto. A mí me había tomado el pelo, pero seguramente a Virginia la quería.

 

–Sigue grave, pero los médicos creen que se recuperará. Sin secuelas.

 

Pareció más tranquilo, pero yo tenía más cosas que decirle.

 

–Y yo, ¿qué te crees que soy? ¿Una tonta? ¿Una ingenua y una incauta? ¿Cómo pudiste ser capaz de tratarme así? ¡Cerdo insensible!

 

Mientras se metía en el coche, sonrió con su sonrisa de medio lado y me dijo:

 

–También me gustabas un poco.

 

Y volvió a insistir en que no tuvo nada que ver con ninguna muerte.

 

–Entonces, ¿por qué huyes?

 

–He tenido muchos gastos últimamente –sonrió con cierta tristeza–. Así que tomé algún dinero prestado de la empresa. Bueno, bastante dinero prestado.

 

Me lo contó todo. Dijo que merecía una explicación. Él llevaba intención de dimitir de su cargo en la empresa y trabajar para Estanislao. Seguramente sus jefes no se darían cuenta de que había cogido dinero, y si lo hacían ya no podrían demostrar que había sido él. Sonrió con descaro y me dijo que pretendía sacármelo a mí y reponerlo, pero que no tuvo tiempo porque lo descubrieron demasiado pronto. Me hubiera pedido que vendiera algunas acciones, aunque me aseguró que no me hubiera arruinado, solamente me habría esquilmado un poco. Pero tuvo que huir porque estando en el hostal de El Azahar recibió un aviso de un cómplice indicándole que lo habían descubierto y que tenía que escapar o lo meterían en la cárcel. Había pasado unos días en la casa, pero sus padres volverían pronto y no podían enterarse de sus andanzas. Tenía que largarse ya. Me lanzó un beso al aire y se fue.

 

Mientras él escapaba, me senté en los escalones de la puerta y me puse a llorar. Había pasado tanta tensión, pensando que por fin íbamos a averiguar algo, que ya no pude soportarlo más.

 

No sabía cuánto tiempo llevaba allí, cuando el sonido del motor de un coche me indicó que alguien se acercaba. Pensé que era Conrado que volvía, que habría olvidado algo, y me preparé para irme. No quería verlo otra vez. Pero no era su coche, era el de la policía. Llegaba Edu con dos agentes. Los agentes bajaron rápidamente del vehículo, sacaron su arma y rodearon la casa.

 

–No está –les expliqué–. Ha huido.

 

Edu bajó también dando un portazo, y con cara de pocos amigos.

 

–¿Te has vuelto loca? –me soltó.

 

No parecía sorprendido de encontrarme allí.

 

–¿Qué haces aquí? –quise saber yo.

 

–Arreglar tus enredos –parecía cada vez más enfadado–. ¿Te das cuenta de que has venido sola a enfrentarte a un posible asesino? ¿Se puede ser más imprudente y atolondrada?

 

–He venido a hablar con los padres de Conrado –dije enfadada–, no con él. Y además, a ti ¿qué te importa?

 

Pero como parecía preocupado, intenté explicarle mis motivos. Sin embargo Edu no estaba nada receptivo y estuvo echándome la bronca durante un buen rato. Mientras tanto, los agentes miraban por los alrededores buscando pistas, o haciendo como que las buscaban y dejándonos intimidad.

 

Cuando me pareció que se había desahogado lo bastante, le pregunté:

 

–¿Cómo sabías que estaba aquí?

 

Me lo explicó. Un poco a regañadientes, pero me lo contó todo. El Club Cotilla había ido a verle y le había sugerido que viniera.

 

Por supuesto. Ellas tenían que ser. Al verme salir por la mañana y no decirles a donde iba, habían sospechado algo raro. No era normal que yo saliera de casa tan temprano. Sabían que el día anterior había estado toda la tarde en el despacho, así que fueron allí y encendieron la pantalla del ordenador. Yo había salido con tanta prisa que no había apagado el portátil, y me dejé abierto el navegador con el mapa de la ruta. Así que había sido fácil deducir hacia dónde me dirigía. Lo difícil fue relacionar la ruta trazada con Conrado. Pero ellas eran astutas como ardillas: descartaron a todos los demás sospechosos, igual que yo, y concluyeron que el asesino era Conrado. Pensaron que había ido a buscarlo porque era el único sospechoso posible y para resolver el crimen de una vez. No sabían nada de los padres de Conrado y pensaron que era él quién estaba allí.

 

Acertaron. De casualidad, pero allí estaba él. Y si era el culpable, entonces podía ser peligroso. Se preocuparon inmediatamente, porque si había envenenado a Estanislao y había intentado matar a Virginia, yo podía estar en peligro. ¡Y me había ido sola! Así que fueron a avisar a Edu y se lo esplicaron todo. Él también creía que Conrado era el asesino, de modo que, en cuanto el Club Cotilla le dijo cuáles eran mis intenciones, vino corriendo a buscarme. Por eso estaba tan enfadado. Se había preocupado de lo que pudiera ocurrirme.

 

Le expliqué que no pensaba que Conrado estuviera allí, sino que estarían sus padres. Pero que me lo había encontrado justo cuando se iba y que, después de hablar con él, pensaba que tal vez no fuera el asesino. Que me había asegurado que no tenía nada que ver ni con el crimen ni con el intento de asesinato de Virginia. Y que parecía sincero. Le expliqué también todo lo que me había contado sobre la sustracción de dinero a su empresa y que se había visto obligado a huir. Yo ya no tenía ni idea de quién podía ser el asesino.

 

Cuando Edu se enteró de que había hablado con Conrado porque estaba en la casa cuando llegué, volvió a enfadarse. Había venido a rescatarme, pero no estaba nada contento. Me echaba la culpa de algo. No sabía de qué, pero de algo. Y no creía que fuera sólo por mi imprudencia, que no era tal, porque yo ignoraba que Conrado estaba allí. Así que también estaba empezando a enfadarme. ¿Quién se creía que era?

 

–¿Es que estás celoso? –dije intentando distraerlo. Si lo picaba un poco, tal vez dejaría de reñirme.

 

Estuvo refunfuñando un buen rato. No paraba de protestar y sugerir que decía tonterías. Pero que parecía celoso y yo fui la primera sorprendida.

 

–Podrías dejar que me centre en el caso. ¡Y has venido sola a ver a tu ex! ¿Lo echas de menos, acaso?

 

No podía imaginar que Edu estuviera interesado en mí realmente. Y parecía que sí. En los últimos días, se había establecido una dinámica distinta entre nosotros, pero no me imaginaba ni en sueños que él tuviera verdadero interés hacia mí.

 

Le aclaré que en absoluto echaba de menos a Conrado. Que incluso cuando lo pillé con Virginia, me había sentido liberada. Un poco ofendida también, desde luego, pero sobre todo libre y segura de que no me convenía.

 

Cómo él seguía enfurruñado, intenté fustigarlo un poco y ponerle más celoso, o tal vez espantarlo del todo. Le hablé del chico macizo que corría por las mañanas.

 

–Desde luego, ese no ha de parar porque le duelen los zapatos –le aclaré con tonillo de chanza.

 

–¿Tienes algo con ese corredor? –me dijo con un tono de voz extraño.

 

–Desde luego que no.

 

–A lo mejor es gay –me dijo ya más risueño.

 

–Seguro que no lo es. Se le ve muy masculino cuando corre. Sería una pena que fuera gay.

 

–El último día te sacó una buena ventaja ¿eh? –Edu seguía sonriendo–. Si no comieras tantos dulces, te pesaría menos el culo y podrías alcanzarlo.

 

–Oye … –empecé a decir muy ofendida.

 

–Ja, ja, no te ofendas, era broma –me aclaró, ya más tranquilo–. Además me encanta tu culo.

 

Lo miré sorprendida, pero él continuó:

 

–Espero que la próxima vez puedas acelerar y pasarme. Así podré mirarte ese fantástico trasero mientras corres –dijo sin mirarme.

 

¿Era posible? Me quedé algo desorientada. Nunca me lo hubiera imaginado. Y estaba encantada también. ¡Los dos chicos que me gustaban eran el mismo!

 

Me contó el corte que le hicimos pasar cuando Lisa le piropeó. Creyó que nos habíamos dado cuenta de que era él y que queríamos avergonzarlo.

 

–Después no podía mirarte a la cara –me explicó.

 

¡Que mono!

 

Debía ser cuando arreglaba folios y no me miraba. De repente se acercó y me besó.

 

–Hablaremos cuando todo esto acabe –me dijo mirándome intensamente–. Y no vuelvas a darme otro susto de estos.

 

Me quedé atónita y maravillada.

 

Pero volvieron los agentes y le dijeron a Edu que no habían encontrado nada. Estuvieron hablando los tres y comprobé que no estaban de acuerdo conmigo respecto a Conrado. Yo empezaba a dudar de que fuera el asesino, pero estaba hecha un lío y ellos estaban seguros de que sí que lo era. No les parecía suficiente motivo que Conrado hubiera huido por el asunto de las deudas. No sabía qué pensar. Por un momento me había convencido de su inocencia, pero recordando cómo me había engañado al fingirse mi novio, empecé a dudar de mis convicciones. Al fin y al cabo ellos eran los profesionales.

 

Llamaron a la comisaría para informar al inspector.

 

–¿Sabes dónde ha podido escapar esta vez? –me preguntó uno de los agentes.

 

No lo sabía. Pero describí su coche, un Mercedes azul marino, y aunque no sabía el modelo, les apunté el número de su matrícula. Ellos avisaron a las patrullas de la zona, pero no hubo suerte. Al cabo de una hora, encontraron su coche vacío, pero ni rastro del dueño. Había conseguido escapar.

 

Los agentes se fueron en el coche de la policía y Edu se quedó conmigo. Estuvimos hablando de las posibilidades que teníamos de resolver el crimen. Mi principal preocupación en aquellos momentos era que yo tal vez había dejado escapar al culpable y hasta que se resolviera este enredo seguiríamos sin clientes en el restaurante. Pero también tenía otras cosas en mi cabeza, como el beso de Edu y lo que pudiera significar. No podía quitármelo de la cabeza, aunque estaba convencida de que no podría involucrarme en ninguna relación seria. Sin embargo con Edu … tal vez mereciera la pena arriesgarse.

 

Sonó el móvil. Era la tía Caro. Las cuatro ancianas estaban inquietas y querían saber cómo había ido todo y si yo estaba a salvo. Les dije que me la habían jugado, pero que todo estaba en orden.

 

–Dile que aproveche la situación con Edu –dijo una voz algo distorsionada, puede que fuera la de La tía Cris.

 

¡Habían puesto el altavoz! Seguro que estaban todas al otro lado de la línea. Hice como si no oyera.

 

–No tengáis prisa en volver –me dijo la tía Caro con picardía–. Podríais ir a comer a un restaurante que tenéis por ahí cerca, se llama “La Langosta”.

 

–No sé –contesté–. No creo que sea el mejor momento.

 

–Guau, guau, –se oyó como sonido de fondo.

 

–No seas melindrosa, los dos necesitáis un respiro –era Sole.

 

–Aquí no hacéis falta –siguió Elenita–. Hemos hablado con Héctor y nos ha dicho que Edu puede acudir mañana a la comisaría. Que hoy ya no tiene nada que hacer allí.

 

–Sergio, Elenita. Siempre te equivocas.

 

–Da lo mismo. El año pasado fuimos un día a comer a “La Langosta” –era la tía Cris atacando de nuevo–. La comida nos pareció exquisita y el servicio impecable. Os gustará. Además encontraréis ambiente romántico y todo eso.

 

–Vale, ya veremos.

 

Colgué y se lo conté a Edu. Nos reímos un rato. Eran incombustibles, fisgonas y mandonas. Pero imaginé lo preocupadas que habrían estado y decidí que más tarde iría a verlas para cotillearles todo. No era ningún secreto de investigación, nadie me había pedido que no contara nada. Y ellas estaban acostumbradas a desenredar embrollos, seguro que aportaban algunas ideas para atrapar a Conrado.

 

Me mandaron un WhatsApp con la dirección y el teléfono de “La Langosta” y fuimos a comer al dichoso restaurante. Las ancianitas tenían razón, la comida era casera y exquisita, y el ambiente relajado. Por supuesto pedimos el plato estrella, langosta. Estaba recién capturada y no era de criadero. Me apunté varias ideas para comentarlas con Antoine y con el abuelo, entre otras, la posibilidad de imitar aquella receta. Me encantó el restaurante.

 

Después de comer, dejé que Edu llevara mi coche de vuelta a El Azahar. Le gustaba conducir y yo estaba muy cansada. Llegamos hacia las seis de la tarde. Estaba agotada, pero tranquila y contenta. No sabía por qué. No habíamos resuelto el crimen, pero estaba feliz. Incomprensible. O puede que no tanto …