Capítulo 7
Yo solía tomarme unas horas libres por las tardes, ya que esos días había tan poco trabajo que no hacía falta que estuviera continuamente en el Playamar. Así aprovechaba para actualizar algunas ofertas del complejo; como cupones para el balneario, regalados con la estancia de una noche; una cena para dos, en caso de pasar más de una noche em el hotel, etc … Esperaba que revitalizara un poco la situación. El congreso de transportistas había ido bien, había venido mucha gente, sin embargo sólo había supuesto un pequeño respiro. Hacía falta más movimiento si queríamos salvar el Playamar.
Una tarde, Edu vino a verme a casa. Traía unas pastas. Caseras, me aclaró. Y su intención era compartirlas conmigo. Me alegré de verlo, hacía días que no lo veía y lo echaba de menos. Saqué una botella de vino blanco dulce y pusimos los pastelillos en la mesita del sofá, había pasteles de boniato, de crema y de mermelada de naranja. Nos sentamos en el salón, y esta vez no saldríamos al jardín para evitar al Club Cotilla. Los pastelitos me parecieron increíblemente buenos. Y la compañía también.
–¿Dónde los has conseguido? –le pregunté.
–Adivina quienes los han traído a la comisaría –me contestó, sonriendo.
–¿Qué? ¿A la comisaría? ¿Ellas? ¿Qué pretenden? –me preocupaba que metieran a Edu en un problema. Su jefe podría enfadarse.
Pero Edu me contó que las viejecitas del Club Cotilla últimamente estaban muy amables, incluso discretas. Que sabían muchas cosas, y querían ayudar a la policía. También me describió, algo risueño, la evolución del inspector respecto al Club Cotilla. Ahora parecían caerle bien, aunque lo disimulaba y siempre les decía que se fueran. Ellas seguían llamándole Héctor, le daban recuerdos para su padre, y lo atiborraban de dulces caseros. Pero el inspector estaba un poco mosqueado por la cantidad de cosas que sabían las ancianas. Incluso le preguntó a él, si sabía a quién se le había escapado tanta información.
–¿Sabes algo tú? –me preguntó.
Ellas sabían mucho más que yo y así se lo dije. Casi todo lo que yo sabía del caso lo sabía por ellas. El Club Cotilla me mantenía informada. De lo que Edu no se había enterado aún era de que se ponían todas ellas audífonos y se situaban junto a la ventana del despacho del inspector. Y eso que habían presumido mucho de su sistema infalible. Pero Edu me aclaró que las últimas veces que habían interrogado a alguien, había sido en la sala de reuniones, que no tenía ventanas a la calle. No habían podido utilizar los audífonos para averiguar las últimas novedades, y sin embargo las sabían.
Me estaba comiendo uno de los deliciosos pastelitos de boniato, cuando lo vi todo claro. Ya sabía cómo estaban consiguiendo la información. ¡Eran listas!
–Cuando van a la comisaría ¿cómo se comportan?, ¿qué es lo que hacen? –le pregunté.
Desde hacía unos pocos días, llegaban a la comisaría a la hora del almuerzo con pastelitos, unos días dulces, y otros salados, y los exponían sobre la mesa de la recepción. Llevaban incluso refrescos y un mantel de papel.
–Nos reunimos todos alrededor del almuerzo y, mientras estamos comiendo las viejecitas empiezan a hablar entre ellas –siguió diciendo Edu.
Hablaban de cómo iba la investigación, de quién era sospechoso y quién no, o de lo que se les ocurriera en ese momento.
–Saben muchísimo –siguió Edu–, y nadie entiende cómo lo han averiguado.
–¿Aciertan siempre? –pregunté.
–Bueno, no siempre. Pero demuestran que están al corriente de casi todo –contestó.
Esto confirmó lo que yo pensaba: mientras ellas hablaban y expresaban en voz alta sus especulaciones, algún agente las corregía cuando se equivocaban. Como los pasteles estaban deliciosos y todos estaban contentos, nadie se daba cuenta de que les estaban sonsacando. Eduardo estaba asombrado de lo listas y astutas que eran.
–Tendré que decírselo al inspector y les prohibirá la entrada en la comisaría.
–Se lo tienen merecido –dije yo–. Pero luego seguro que vendrán a contármelo todo. Así que no pasa nada si tú mismo me explicas de qué se han enterado.
Fue muy interesante. Los primos de Bernardo habían llegado y estaban colaborando todo lo que podían. No veían mucho a su tío, pero los tres lo apreciaban. Le previnieron en contra de Virginia, y no porque fueran a perder su herencia, sino porque ella no les parecía de fiar. No les gustaba que se casara con Estanis por su dinero. Ellos veían desde el primer momento que Virginia era una farsante y que su afecto por su tío era simulado, que fingía que lo quería para casarse con él porque era rico. También habían llegado a un acuerdo con su tío, y éste había hecho un testamento nuevo.
–Parece que habían conseguido que don Estanislao desconfiara de Virginia –continuó diciéndome–. Habían contratado un detective para que la investigara.
Y el detective la había fotografiado cenando con hombres jóvenes, mientras se suponía que don Estanislao y ella eran novios. También había hablado con una amiga de Virginia que, creyendo que el detective era un novio despechado, intentó consolarlo aclarándole que Virginia sólo se casaría con un hombre muy rico. A partir de los datos aportados por el detective, don Estanislao había decidido que se casaría con ella, pero que no sería su heredera. De hecho pensaba decírselo al declararse: le iba a pedir que se casara con él pero indicándole que no recibiría nada cuando él falleciera. Así, si se casaba con él, estaba claro que no era por su dinero. Y si el dinero era fundamental para casarse, en cuanto le dijera que no lo heredaría, ella no querría casarse con él y todo quedaría claro también. Después de haber llegado tan lejos con sus negocios, no pensaba dejarse tomar el pelo. Me pareció muy inteligente por parte de don Estanislao. No en vano había conseguido hacerse tan rico. No sabía Virginia con quién estaba jugando. También me contó que uno de los sobrinos, Carlos, tenía muchas ganas de venir a El Azahar, porque tenía a su novia trabajando en el pueblo.
Pero yo seguía preocupada. Todo eso estaba muy bien, pero si el crimen no se resolvía pronto, no volveríamos a tener clientes. Edu intentó animarme.
–¡Y decíamos que las del Club Cotilla eran astutas! Tú también me has sonsacado toda la información. Eres tan peligrosa como ellas.
Me reí y me comí otro pastelito. Él sonrió también.
Le dije que no habían descubierto datos relevantes de la investigación y que, en realidad, compensaba que se hubieran enterado de algo a cambio de esos maravillosos pasteles.
–Estos pastelitos están increíbles –dije–. Todos. Y para la próxima vez podrías pedirlos salados –sugerí–. Y quiero la receta. Si las abuelas pueden investigar, nosotros también.
Fui a la cocina a preparar café y Edu se vino conmigo para hacerme compañía. Había estado tantas veces sentado en la silla de la cocina cuando éramos pequeños, y también siendo adolescentes, que era como si formara parte de la casa.
Mientras enchufaba la cafetera, le pedí que me contara lo del testamento nuevo. Porque, cuando hablé con Virginia, ella estaba muy convencida de que era la heredera. Los sobrinos dijeron que en el último testamento, el que se firmó en Carmona al día siguiente de su llegada a El Azahar, don Estanislao repartía casi toda su fortuna por partes iguales entre todos los miembros de su familia, y dejaba una pequeñísima parte a Virginia. A ella sólo le correspondía una pequeña renta procedente del alquiler de un piso en Carmona. Pero ni siquiera el piso era suyo. Únicamente tenía derecho a recibir el alquiler, aunque éste era suficiente para vivir con cierto desahogo. Y también confirmaron que si no aceptaba casarse en esas condiciones, pues que no se casarían. Don Estanislao no era tan tonto como ella pensaba. Cada uno de ellos tenía una copia del testamento. Y el notario guardaba el original en su protocolo.
Nos tomamos el café en la cocina y Edu me ayudó a meter las tazas en el friegaplatos. Antes de irse, me cogió de la mano y me miró con una intensidad que me sorprendió.
–Cuídate –me dijo–, y no te preocupes. Resolveremos el crimen pronto y recuperaréis la clientela del restaurante.
¡Qué bien lo habíamos pasado! Al rato, caí en la cuenta, tal vez demasiado complacida, del chasco que se llevaría Virginia cuando se enterara de que apenas heredaba nada. ¡Bien! ¡Ja, ja!
* * *
Antes de cenar recibí otra visita. El Club Cotilla, acompañando a Sir Lucas, que volvían de dar un paseo. Esta vez iban casi discretas, todas de blanco intenso. La tía Caro llevaba un vestido por la rodilla, con un cinturón verde pistacho. La tía Cris llevaba un vestido largo y vaporoso, con un cinturón lila. Elenita llevaba unos piratas y una camiseta blancos con un cinturón magenta. Y Sole lucía un pantalón largo con un blusón ligero, también blancos, y un cinturón turquesa. Un detalle más: Sir Lucas llevaba una correa de color naranja sobre su pelo blanco. Seguro que todos las miraban por el paseo. Y más aún cuando iban con Sir Lucas. Parecía como si hubieran contratado recientemente a algún asesor de imagen. Tal vez fuera eso, estaban fantásticas.
Se habían encontrado con Edu cuando salía de mi casa y venían a husmear. También querían contarme todo lo que sabían y, por supuesto, sonsacarme lo que sabía yo. Empezaron con Virginia.
–Es una buscona que no merecía a Estanis –empezó Elenita.
–Y Estanis otro que tal. Menudo asno –siguió tía Caro.
–No puedo entender que, después de fijarse en alguien como tú –dijo tía Cris dirigiéndose a Sole con cariño–, terminara con alguien como ella.
–Eso fue hace muchos años –aclaró Sole con tranquilidad–. Pero yo nunca fui tan superficial, interesada y falsa como “esa”.
–¡Y también eras más guapa! –Dijeron las otras tres a la vez.
–Mis padres tenían razón. Me costó aceptarlo en su momento, pero Estanis era bastante simple, a pesar de su habilidad para los negocios. ¡De buena me libre!
Aún no había retirado los restos de mi merienda con Edu, y cuando los vieron sobre la mesita del sofá, se lanzaron al ataque. Eran unas viejas astutas. Cuando querían que te enteraras de algo que ellas consideraban importante, se lo decían unas a otras y no te lo decían directamente.
–¡Mira! –la tía Cris estaba encantada–. Quedan restos de los pastelitos de esta mañana.
–¿Los de la comisaría? –preguntó innecesariamente Sole.
–Sí, sí, y están sobre la misma bandeja –explicó la tía Caro.
–Si hubiéramos sabido que Edu iba a compartirlos con ella habríamos hecho más –Elenita me miraba risueña–,¿verdad?
–¡Qué bien que los haya probado Susana! –exclamó la tía Caro–. Así nos dará su opinión de experta.
–Y qué bien que hayan pasado la tarde juntos –dijo la tía Cris–. Ya eran horas.
Se sentaron tranquilamente en el sofá y me pidieron agua. Obviamente no podía echarlas, así que saqué unas botellas de agua y unos refrescos, los puse en una bandeja junto con unos vasos que me había regalado la tía Caro, añadí unas aceitunas y unas almendras fritas, y lo saqué todo al salón. Sir Lucas era un buen perrito, se comió dos aceitunas y se durmió al lado del sofá.
Ellas, por su parte habían investigado muchas más cosas desde que salieron de la comisaría. Cosas que no sabía Edu.
Fueron a la notaría donde se firmó el último testamento. Y no sé cómo, pero averiguaron todo lo que querían, confirmaron la existencia del testamento nuevo, y averiguaron su contenido.
Hablaron con Bernardo, que sabía que se había firmado ese último testamento, pero que no se le ocurrió decirlo a la policía. Era tonto, pero ahora no parecía tan culpable. Sin embargo tampoco se le veía inocente del todo.
–Aún tiene muchas cosas que explicar –estaba advirtiendo Elenita–, sobre todo su presencia en el pueblo y cerca del hotel en el momento del crimen.
También habían visitado a Virginia. La habían pillado comiendo en la terraza y se sentaron con ella. No me explicaron sus artimañas, pero averiguaron muchas cosas interesantes. Como que Virginia y Conrado eran amantes desde hacía tiempo, y que se habían puesto de acuerdo en que ella se ligara al viejo para quedarse con su dinero cuando muriera. Sabían que era bastante mayor y propietario de grandes extensiones de tierra en esta zona, cuyo valor iba en alza. Que también tenía ganado, fábricas, con cientos de trabajadores, y varias casas señoriales.
Virginia consiguió que le presentaran a Estanis en una fiesta de recaudación de fondos de una ONG. Se hizo la modosita y, hábilmente asesorada por Conrado, consiguió que se fijara en ella. Después de hablar un rato con él y, debido a sus comentarios agudos, ya lo tuvo en el bote. Stanislao creía realmente que Virginia se había fijado en él por su personalidad, no por su dinero. Que Virginia estaba encantada de sus opiniones maduras y sensatas, y creía que no estaba cómoda con jóvenes de su edad. Virginia y Conrado decidieron que ella le propondría al viejo un viaje de una semana a El Azahar, le diría que era un lugar muy romántico. Así sería fácil suponer de antemano que él se enternecería y le propondría matrimonio en esa ocasión.
Virginia era muy decidida, pero no era demasiado lista y, necesitaba en todo momento el consejo de Conrado, además de una visión masculina de la situación. Conrado siempre andaba cerca cuando Virginia estaba con Estanis, y no había problema mientras estaban en Madrid. Pero en un pueblo pequeño era necesario justificar una estancia prolongada antes de comenzar la temporada estival. No valía decir que era un turista común, porque tendría que estar cerca de Virginia con frecuencia. Entonces, a Conrado se le ocurrió hacerse novio de una chica del pueblo y así tendría justificación para estar allí. Estudió la posibilidad de ligarse a Lisa, pero ella era más impredecible que yo, así que decidió que yo era mejor. Porque mi casa estaba más cerca del hotel, porque era más fácil conocerme y conquistarme, ya que por entonces aún vivía en Madrid, o porque yo era más tonta. Por lo que fuera. Yo ya pasaba algunos fines de semana y parte de mis vacaciones en el pueblo, así que era una buena candidata. Recordé que Conrado había empezado a mostrar mucho interés por el pueblo.
¡Que tonta, qué tonta y qué rematadamente tonta!
Hacía dos meses que nos habíamos hecho novios, y así él ya tenía su excusa para poder vigilar. Pero las cosas mejoraron aún más para ellos, puesto que yo había empezado a trabajar aquí. Así que a partir de ese momento, pusieron en marcha todo el plan. Este plan incluía que Conrado conociera a Estanis a través del hotel y como mi novio, así no despertaría sospechas. Posteriormente intentaría trabajar en alguna de las empresas que tenía. Y luego, a saber hasta donde podrían haber llegado. Parece que, antes de dejarme, también pretendía desplumarme a mí, haciéndome vender mis acciones, las que me había dejado la abuela. ¡Cerdo miserable!
Sir Lucas interrumpió la conversación cuando sacó al salón una de mis zapatillas de ir por casa. Parecía pensar que era un magnífico juguete y no podíamos quitársela.
Cuando pudimos reanudar nuestra conversación, después de comprobar los destrozos sufridos por mi zapatilla, no quisieron decirme cómo habían averiguado todo. Pero deduje que Virginia, que no era muy lista, cuando empezaron a halagarla y a decirle lo inteligente que era, y lo buena pareja que hacía ella con Conrado, debió presumir de sus logros y les contó todo. ¡Qué tías!
Después de soltarme semejantes bombas informativas, el Club Cotilla se llevó a Sir Lucas y se fueron tranquilamente a casa, dejándome agotada física y psíquicamente, y con la zapatilla destruida.
* * *
Pasé una mala noche. Me sentía tonta y utilizada. Conrado me había tomado el pelo.
Al día siguiente llamé a Edu para contarle todo lo que habían averiguado las ancianitas y me dijo que vendría a verme al salir del trabajo. Ese día yo no fui a trabajar, estaba fatal.
Edu llegó a las seis con una tarrina de helado de chocolate negro. Mi favorito. Durante el invierno se reducía la oferta de helados en el restaurante del Playamar, así que hacía meses que no lo probaba. Edu había pasado por allí y, al verlo, pensó que me convenía tomarme una buena ración.
–Para subirte le moral –me dijo sonriendo.
Lo serví en unos cuencos y lo tomamos en la cocina. Mientras nos atiborrábamos de helado, me puso al día de las investigaciones de la policía. Después de todo lo que había averiguado el Club Cotilla, ellos creían que Virginia y Conrado eran culpables. Los dos. Y estaban buscando a Conrado antes de detener a Virginia para no levantar sospechas. Yo estaba deseando que los detuvieran por muchas razones. Y no todas eran nobles.
Al poco rato oímos alegres ladridos junto con voces femeninas: el Club Cotilla estaba paseando a Sir Lucas por la calle de atrás.
–Ahora Susana necesita todo el apoyo posible –decía la tía Cris a voz en grito.
–Pero no lo pide. Es un poco cabezota –le contestó la tía Caro.
–Y no os olvidéis de que sigue preocupada por el Playamar –dijo Elenita–. Soporta mucha presión.
–Hemos de hacer algo –continuó Sole.
¡Qué majas eran! Pero estaban vociferando mi vida privada. Y siguieron así durante un buen rato.