LA DEFENSA DEL ESTE
Después de varias jornadas de viaje, caminando de nuevo en dirección al Norte, los hermanos Dogrian y Elendor llegaron a la entrada a Crossos, donde se encontraban las granjas y campos que rodeaban la ciudad. Allí, sus afanados campesinos realizaban sus tareas habituales, ajenos a lo que estaba sucediendo en el resto de reinos.
—¿Crees que el rey habrá enviado soldados al Este? —preguntó Gorgian.
—Si no lo ha hecho todavía, después de que hablemos con él no tendrá otra opción, si es que quiere detener la maldad que se extiende hacia nuestras tierras. Mucho me temo que nuestra estancia en Crossos será corta. Estoy convencido de que tendremos que partir en breve.
—¿En dirección al Este? —inquirió Arthuriem.
—No hacia donde vosotros estáis pensando.
—¿No vamos a ir a Crótida, con el resto de hombres? —insistió.
—Quizá en un principio acompañemos a nuestros soldados. Pero, antes de llegar a la capital del Este, nuestro camino nos llevará más hacia el norte, hacia un lugar perdido que los hombres no conocen.
—¿Y qué hay en ese lugar?
Elendor sonrió ante la curiosidad de Gorgian y sus dos hermanos, que se desesperaban por las palabras del mago, que no concretaba cuál sería su próximo destino.
—Si lo que vi hace mucho tiempo sigue allí, creo que será un viaje interesante… y necesario. Pero antes tenemos que ver a nuestro rey. Daos prisa —dijo, mientras aceleraba el paso.
Al entrar en la capital, observaron que había un gran revuelo. Numerosos hombres a caballo se dirigían hacia la parte más alta, a la plaza. El sonido del trote de los animales retumbaba entre las murallas, repletas de gente que caminaba en todas las direcciones.
—¿Qué está pasando? —preguntó Yunma.
—Creo que nuestro rey lleva tiempo reuniendo tropas. Mirad.
Elendor señaló a un grupo de hombres con armadura y vestidos de color amarillo. Portaban estandartes de diferentes lugares, y todos iban armados con sus espadas y escudos.
—El rey ha llamado a soldados de pueblos cercanos. Espero que podamos hablar con Davithiam antes de que estos ejércitos abandonen la ciudad.
—¿Nos uniremos a ellos?
—Espero que así sea, Gorgian. Todavía están demasiado dispersos, así que es probable que tarden algún tiempo en partir. El rey nos aclarará lo que tiene pensado hacer y lo que ha sucedido en nuestra ausencia.
—¿Qué crees que habrá pasado en las Acadias?
Al escuchar aquella pregunta, Elendor se acordó del momento en que se habían separado de Meliat, Hadrain y Édargas. Sabía que iban a contar con una gran ayuda por parte de los centauros y los hombres que defendían el paso, pero algo en su interior le decía que sus sospechas se habían confirmado. Estaba convencido de que la fortaleza no había resistido el ataque. «Con un poco de suerte, habrán salvado sus vidas», se dijo.
Los hermanos, viendo que no respondía, adivinaron sus pensamientos. Su entristecido rostro les hizo preocuparse.
Elendor, sonriendo, intentó animar a sus ahijados.
—Nunca se debe perder la esperanza, hijos. Y mucho menos en los momentos difíciles que os ha tocado vivir. Simplemente, pensad que pronto nos encontraremos con ellos, estoy seguro. Y aunque tengamos que luchar por vivir, recuperaremos la libertad que ahora empieza a desaparecer. Mirad a vuestro alrededor, a todos estos hombres que han acudido ante la llamada del rey. También muchos de ellos se preguntan qué es lo que ocurrirá cuando lleguen a su destino, si tendrán que luchar… y morir por salvar nuestras tierras de la destrucción. Es probable que muchos caigan si entran en combate. Pero estoy convencido de que todos ellos piensan que merece la pena luchar… por un mundo mejor, por la destrucción del mal, por un lugar donde vivir en paz.
—¿Crees que algún día estas murallas serán derribadas? —preguntó Arthuriem.
—Tal vez. Pero mientras queden hombres que no se dejen vencer por la maldad, las murallas podrán ser levantadas de nuevo, como así ha ocurrido durante años. No os preocupéis, nuestro reino es fuerte. Venceremos a Thandor.
Al llegar a lo alto de la ciudad, observaron cómo la plaza estaba llena de caballeros, algunos de los cuales acababan de salir del palacio real. Precisamente allí, en la entrada, Davithiam daba instrucciones a algunos de sus hombres que se disponían a partir. Si el rey lo consideraba oportuno, Elendor y los chicos acompañarían a sus soldados.
Mientras tanto, lejos de allí, el príncipe Siul avanzaba por las tierras de su reino, intentando reunir lo antes posible un buen grupo de hombres con el que pudiera contar llegado el momento. Estaba convencido de que serían muchos los soldados dispuestos a defender la capital. Al mismo tiempo, el príncipe esperaba el retorno de su capitán Hadrain, que sería el encargado de convocar y dirigir el ejército.
Goncias y Gildas se encaminaban hacia tierras perdidas, en busca de ayuda.
En el Sur, Gérodas ultimaba los detalles de su viaje hacia Oestham, desconociendo los peligros que allí le aguardaban.
Todos ellos preparaban la batalla que, de forma inminente, oscurecería las tierras del rey Edmont. Tal y como Elendor pensaba, la guerra contra Thandor no había hecho más que empezar.
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