EL RETORNO DEL PRÍNCIPE
La noche estaba muy avanzada cuando Elendor y los hermanos Dogrian volvían a la fortaleza del Rey Davithiam, esta vez juntos.
Los soldados que vigilaban el palacio, pese a estar extrañados por aquella inesperada visita en la madrugada, no dudaron en abrir las puertas en cuanto reconocieron al anciano.
Elendor siempre visitaba al rey de noche. No le gustaba que nadie del pueblo le viera entrando al palacio, así que siempre acudía allí bajo la oscuridad, cuando las calles estaban vacías. Nunca había hablado de su amistad con el rey, ni siquiera a sus tres ahijados. Sin embargo, había llegado la hora de que Arthuriem, Yunma y Gorgian supieran lo que estaba pasando, y lo que podría suceder si no se actuaba rápidamente.
—Esperad aquí un momento —les dijo el soldado que les guiaba, una vez que habían llegado al amplio salón de las armaduras.
Los tres hermanos contemplaban atónitos el esplendor de la estancia en la que tendrían que esperar, mientras el guardián se dirigía a avisar al capitán Meliat.
Meliat era el hombre de mayor confianza del rey dentro de aquellos muros. Su valentía y honor le habían llevado a ocupar el cargo más alto del ejército del Norte, que era el de capitán de la guardia real. Su misión principal era proteger al rey de cualquier peligro que pudiera acecharle. A su cargo estaban los hombres más fuertes y valientes del reino, varios centenares de soldados que velaban por la seguridad de Crossos.
Meliat era bastante mayor que el rey y llevaba en el palacio mucho tiempo, cuando la ciudad estaba gobernada por el padre de Davithiam, que murió de una extraña enfermedad y dejó así a su único hijo en el trono. El capitán le adiestró en la lucha con espada, así como en estrategias y algunas otras materias que ayudaron a Davithiam a convertirse en lo que fue su padre: un justo rey que buscaba siempre lo mejor para su pueblo. Ahora, preocupado por lo que estaba pasando en el Sur, el soberano estaba decidido a mandar una parte importante de su ejército hacia Estham para combatir la amenaza que se cernía sobre ellos. La unión entre los dos reinos sería necesaria si querían contener a los enemigos que estaban preparándose para la lucha.
El capitán Meliat estaba a punto de quedarse dormido sobre una silla, cuando uno de los guardias entró en la sala donde se habían reunido horas antes el rey y los caballeros del Este, que ahora se encontraban durmiendo en alguna de las numerosas habitaciones del palacio. El ruido de las puertas al abrirse le hicieron levantarse sobresaltado.
—El rey tiene visita, mi capitán. El anciano, acompañado de tres jóvenes, ha venido para hablar con él, y a juzgar por el rostro y las palabras de Elendor, se trata de un asunto urgente.
—De acuerdo —dijo Meliat, algo confuso—. Tráeles hasta aquí. Iré en busca del rey.
En poco tiempo, los cuatro visitantes se encontraban de pie en aquella sala, esperando la llegada de Davithiam, que no tardó en aparecer, acompañado por el príncipe Siul y su capitán Hadrain. Todos ellos se quedaron sorprendidos al ver a los jóvenes hermanos, aunque ninguno se atrevió a preguntar qué es lo que hacían allí.
El rey Davithiam se acercó a Elendor y le puso las manos sobre los hombros.
—Mi querido amigo. Has vuelto mucho antes de lo que dijiste. Espero que tu llegada nos traiga la luz que necesitamos en estos momentos sombríos.
—Así es, mi rey. Vengo con respuestas a los acontecimientos que están sucediendo en las tierras del Sur.
—Estaba seguro de que podía confiar en ti. ¿Quiénes son estos jóvenes que vienen contigo?
El rey miró a los tres hermanos, que no acababan de creerse que estuvieran ante el monarca de Crossos, en su palacio.
—Estos chicos son mis mejores amigos. Siempre he puesto mi confianza en ellos, y nunca me han defraudado. Gracias a ellos, he encontrado la respuesta que necesitaba.
—Si son amigos tuyos, pueden acudir a palacio siempre que lo deseen. Por favor, tomad asiento.
El capitán Meliat se disponía a retirarse para que los visitantes pudieran hablar con el rey. Las palabras de éste le hicieron detenerse.
—Capitán, no te vayas. Lo que vamos a tratar es un asunto realmente importante y quiero que estés presente. Y ahora, querido Elendor, siéntate y háblanos. ¿Qué es lo que has descubierto?
El anciano se rascó la barba, observando cómo todos los presentes en la sala le miraban y esperaban con impaciencia.
El rey y su capitán Meliat, el príncipe Siul y su capitán Hadrain, y los tres hermanos tenían sus ojos fijos en Elendor, que comenzó a hablar.
—Son muchos los libros que tratan sobre los grandes dragones. Algunos hablan sobre las propiedades de estas increíbles criaturas. La sangre del gran dragón dorado, entre otros dones, da la inmortalidad a todo aquel que la beba. Esto es algo que ya sabíamos. Sin embargo, siempre hemos pensado que cualquiera que bebiera este sagrado líquido podría morir a espada, como cualquiera de nosotros. Y hemos estado equivocados… hasta ahora. Uno de los manuscritos de los antiguos magos habla de las propiedades curativas de esta sangre, así como de sus importantes poderes. Entre ellos, habla de la inmortalidad, pero no sólo del cuerpo, sino del espíritu.
—¿Del espíritu? —preguntó el príncipe Siul.
—Exacto. El viejo manuscrito dice así: «Cuando un hombre que ha bebido sangre del dragón dorado es asesinado, el cuerpo muere con él, pero su espíritu permanece vivo en este mundo, pues al beber del sagrado líquido se crea un vínculo entre el hombre y la estirpe del dragón».
El rey interrumpió el silencio que se hizo después de aquellas palabras.
—¿Qué significa eso? ¿Acaso el espíritu de Thandor continúa en este mundo mientras quede un dragón dorado con vida?
—Exacto. El espíritu de todo aquel que bebe la sangre del dragón queda ligado a ésta, por lo que mientras existan estas criaturas, el espíritu de Thandor permanecerá vivo.
Siul se apresuró a preguntar al anciano.
—Pero siempre fuera de su cuerpo, ¿verdad? Quiero decir que… es imposible que Thandor vuelva, ¿no?
El anciano miró fijamente al príncipe del Este, que en seguida pudo comprobar que no recibiría una respuesta satisfactoria.
—Los hechizos que se guardan en el ‘Libro del dragón’ son muchos, y muy peligrosos. El cuerpo y el espíritu de Thandor permanecen en este mundo. Quién sabe si alguno de esos hechizos podrá unir a ambos elementos y devolver a Thandor a la vida.
—Una cosa parece segura —replicó el rey—. El espíritu de Thandor es quien ha mancillado el Sur y ha arrastrado a sus habitantes hacia la oscuridad y la maldad.
—¿Cómo se puede acabar con un espíritu? —inquirió Siul.
Todos los invitados empezaron a preguntar a Elendor. Todos menos tres. Los hermanos Dogrian escuchaban atentamente, pero sin atreverse a intervenir en aquella extraña conversación. Todavía no habían podido asimilar el importante papel que Elendor tenía en aquella reunión. Nunca habrían imaginado la influencia que su maestro tenía sobre las decisiones que el rey tomaba para su pueblo.
El anciano hizo un gesto con las manos y los mandó callar a todos. Cuando hubo silencio tomó de nuevo la palabra.
—Entre los escritos más importantes que se conservan en la gran biblioteca, hay uno que habla de la historia de los reinos y su formación, lo que nos aporta una valiosa información sobre nuestro pasado. Trata de lo que ocurrió después de la derrota de Thandor, y dice más o menos lo siguiente:
«Cuando el malvado príncipe fue derrotado, su espíritu quedó atrapado en su espada. Sin embargo, ésta había sido quebrada y dividida en tres partes. Ante la huida del príncipe Raifat, que debía ser el heredero de Zorac, las Tierras Antiguas fueron divididas en cuatro reinos. Y mientras que la espada Abantiem fue escondida en el reino del Norte, los restos de la espada de Thandor fueron llevados a los reinos del Sur, del Este y del Oeste. Allí serían depositados en algún lugar secreto, con el fin de que nunca volvieran a unirse, pues el espíritu de Thandor estaba ahora dividido, cautivo en los tres pedazos. Si la espada fuera forjada y llevada ante el cuerpo del príncipe, éste podría volver a la vida y formar de nuevo un gran ejército con el que se convertiría en el único señor de los Cuatro Reinos».
El príncipe Siul empezó a temer por su pueblo ante aquellas palabras. Ahora entendía el propósito de los ejércitos del Sur: hacerse con los tres pedazos de la espada para revivir a Thandor. Aquel pensamiento le hizo sentir un escalofrío recorriendo su cuerpo. Su reino sería el primero en ser invadido por los ejércitos del Sur, al ser el más cercano y accesible.
El rey se dirigió nuevamente a Elendor.
—¿Qué sucedió con el ‘Libro del dragón’? ¿Dónde se encuentra?
El anciano se quedó callado. Nada se sabía de aquel extraño libro desde hacía muchos años. El resurgimiento de los ejércitos del Sur bien podría ser una prueba de que aquel poderoso objeto ya no estaba oculto. Quizá se encontraba en algún lugar que ellos conocían.
Pensó en los grandes magos que habitaban en un escondido bosque de Northam. Ellos habían sido los encargados de guardar el libro durante mucho tiempo.
—Creo que sé quién puede ayudarnos.
—¿Quién? —preguntó Siul.
—En algún lugar oculto entre los bosques de Northam, los más poderosos magos de nuestro reino se reúnen cuando ocurre algo que ponga en peligro el equilibrio que existe o, mejor dicho, existía en todas las tierras. Ellos fueron los encargados de velar por el libro antes de que Thandor se hiciera con él. Quizá sepan qué es lo que ha pasado con ese objeto.
—¿Tenemos alguna otra opción? —inquirió el capitán Hadrain.
—Me temo que no —respondió Elendor. Si nuestros enemigos consiguen hacerse con el ‘Libro del dragón’ y reúnen los tres pedazos de la espada, nuestros pueblos desaparecerán para siempre.
—¿Conoces el lugar donde se ocultan los magos?
—Sí, mi rey. Creo recordar el viejo camino que conduce al espeso bosque donde se reúnen. Si lo consideráis oportuno, partiré de inmediato en su busca. Sólo su sabiduría y su poder pueden ayudarnos a recuperar el libro y descubrir qué es lo que está sucediendo. Quizá también puedan ayudarnos a encontrar al dragón dorado, cuyos restos descubristeis en aquella cueva.
—No puedo permitir que vayas solo, mi querido Elendor. Llevas mucho tiempo sin salir de esta ciudad, y quizás desconozcas los peligros que hay más allá de nuestros bosques. Es demasiado arriesgado.
—Nosotros iremos contigo.
Todos miraron sorprendidos a Gorgian, que acababa de hablar, pensando más con el corazón que con la cabeza.
—No puedo poneros en peligro —replicó Elendor.
—Si ese libro llega a manos de nuestros enemigos, tarde o temprano todos estaremos en peligro.
Arthuriem defendía la idea de su hermano. Los Dogrian no estaban dispuestos a dejar marchar a su maestro sin contar con ellos.
Los intentos de Elendor por cambiar la opinión de sus ahijados no dieron fruto, y al final tuvo que aceptar la decisión que habían tomado.
El príncipe Siul no sabía qué decir ni qué hacer. Quería ir con el anciano y los chicos, pero no podía abandonar a su padre y a su reino. Si los sureños empezaban a invadir el Este, tenía que estar allí para defender a su pueblo. Finalmente, creyó haber dado con la solución más adecuada.
—Mi capitán Hadrain irá con vosotros. Él os protegerá de cualquier peligro que encontréis. Yo debo partir con urgencia hasta mi pueblo. Hablaré con mi padre para que reúna nuestros ejércitos.
El capitán Hadrain, aceptando la decisión que había tomado Siul, se dirigió a Elendor.
—Si así lo quiere mi príncipe, partiré con vosotros. Si ésta es la mejor forma de ayudar a mi pueblo, pondré a vuestro servicio mi espada, y mi vida si fuera necesario.
El anciano le agradeció sus palabras.
—Los hombres del Este son nobles, sin duda. Aceptamos tu compañía con gratitud, capitán Hadrain.
Entonces habló Meliat, mirando fijamente a su rey.
—Mi señor, permitidme que acompañe al anciano y comparta su suerte.
Davithiam dudó. Meliat era su mejor hombre. No quería dejarle partir hacia lo desconocido. Seguramente, necesitaría de su ayuda, aunque no por el momento. Miró a Elendor, impresionado por el valor que había demostrado al tomar la decisión de ir más allá de los bosques en busca de los sabios magos. Entonces comprendió que su capitán debía marchar con ellos.
—De acuerdo, Meliat. Acompañarás a Hadrain, Elendor y los tres hermanos. Partiréis mañana, cuando el sol se encuentre en lo más alto. Si queréis, ordenaré a algunos de mis guardias que os escolten.
—No es necesario —repuso Elendor—. Nuestra presencia debe pasar lo más desapercibida posible. Las sendas que conducen al bosque de los magos son estrechas y peligrosas.
—Entonces creo que no tenemos más que hablar. Será mejor que nos retiremos a dormir, pues se avecinan días difíciles para todos. Príncipe Siul, mañana una parte de mi ejército os acompañará al Este para defender a vuestro pueblo. Cualquier otra cosa que necesitéis…, no tenéis más que decírmelo y haré todo lo posible por ayudaros.
—Bien, gran rey. En nombre de mi pueblo, os doy las gracias por todo lo que estáis haciendo por Estham.
Mientras Siul terminaba de hablar, Elendor, tras hacer una pequeña reverencia al rey, incitó a sus ahijados a abandonar la sala y el palacio.
—Adiós, mi querido Elendor. Una vez más, el destino de nuestro pueblo queda en tus manos. Sé que guiarás sabiamente a tus compañeros. Por favor, quedaos a dormir en el palacio. Es muy tarde y estaréis cansados.
El rey hizo entrar a uno de sus sirvientes para que acompañara a Elendor y los hermanos hasta una de las habitaciones, donde pasarían la noche.