Epílogo

Los pocos hombres que quedaban con vida en la mansión tuvieron que rendirse, al amenazar Milton O’Brien con volarle la cabeza a Francis Murray si no arrojaban sus armas.

Avisado Anthony Farlow de que el oro de Fort Knox había sido recuperado, tomó inmediatamente las medidas oportunas para que los lingotes fueran devueltos a Fort Knox.

Francis Murray y su gente fueron trasladados también a Estados Unidos y encarcelados.

Milton decidió quedarse un par de días más en Acapulco, y el jefe del Servició Secreto norteamericano no se opuso a ello, ya que por el momento no tenía ninguna otra misión que encomendarle.

Después de hacer el amor con Sabrina Clayton, en la habitación 312 del hotel Pacífico, el agente dijo:

—Quiero que vengas conmigo a Miami, Sabrina.

—¿Lo dices en serio?

—Sí, deseo tenerte a mi lado.

—Hasta que te canses de mí, ¿no?

—Será difícil que yo me canse de ti, Sabrina —respondió el agente, acariciándole los pechos.

—¿Por qué?

—Sencillamente, porque te quiero.

Los ojos de Sabrina Clayton brillaron con intensidad.

—¿Estás seguro, Milton?

—Si no lo estuviera, no te lo habría dicho.

Sabrina le echó los brazos al cuello.

—Iré contigo a Miami, Milton, porque yo también te quiero.

El agente secreto la besó con vehemencia.

Ella le abrazó con renacido deseo.

Y mientras Milton y Sabrina se amaban de nuevo, abajo, en recepción, Lorenzo leía en los periódicos de la mañana que otros once hombres habían aparecido muertos en una lujosa mansión ubicada en las afueras de la ciudad.

—¡Y van veintitrés! —exclamó, con ojos dilatados.

Estuvo tentado de subir a la habitación 312, para hablar con Milton O’Brien, pero desistió.

—Me da en la nariz que el reportero ya lo sabe —murmuró, con una leve sonrisa.

Y es que el recepcionista empezaba a sospechar que Milton O’Brien era algo más que un simple reportero internacional.

FIN