Prólogo
Cuarenta y seis

No sé por qué me acuerdo hoy de Fernando Pessoa, de un largo poema suyo en el que alguien vive en un cuarto que da a la calle y mira a la gente pasar desde la ventana. Y al ir más allá de su vista la muerte los engulle, y fue sólo una ilusión su paso, un esfuerzo, cierta magia del que se inclina en la ventana. Gran fortuna pasar frente a un poeta. Saldremos de la muerte brevemente.

No sé por qué me acuerdo hoy de los libros, los montones de libros de Rey apilados sobre una cama esperando que la madre los haga desaparecer dentro de las cajas de cartón. Ella siempre a punto de llorar, pero que nunca llora.

No sé por qué me siento hoy tan seguro al pensar que los pueblos no existen, a no ser en las proclamas esclavizadoras y estupidizantes del dictador de turno. Existimos tú y yo y el otro de más allá, y aquél... pero eso de los pueblos...

No sé por qué me acuerdo de la nueva Constitución Socialista, de la nueva farsa, de la legalización de la ilegalidad. Que todos aprobamos unánimemente.

El mango frente a la casa ha echado todas las hojas nuevas, blandas. Comestibles. Es un buen mango. Da buenos frutos. Cumple sin aspavientos con su tarea de árbol. Comerse un mango es más importante que cualquier filosofía.

Día 29

¿Qué será de Antonelli? Hace días que no lo veo.

Día 30

Cada día es más desagradable la existencia. No escribo nada y estoy extremadamente deprimido. Eso que nos dispersa no deja un instante de asediarme. Y tú allá en la prisión, y no se puede hacer nada. Creo que mi cuerpo se ha detenido. Hace semanas que lo siento. Las cosas pasan a mi lado y continúan. Entran en la muerte. Como en el poema de Pessoa.

Sé que esta dictadura merece que la despreciemos, que escribamos contra ella, que seamos contra ella, que nos comportemos decentemente contra ella, que no nos convirtamos en mierdas, tal y como dice mi madre, por cuenta de ella. Pero hoy lo he visto muy claro: nuestro conflicto es con la muerte.