Epílogo

Epílogo

—¿No ocurrió nada excitante mientras estábamos fuera? —Kate cortó el pan recién horneado en la cocina.

—No. —Eso era algo bueno de vivir en la calle, pensó Julie. Aprendes a mentir mientras tus ojos brillaban con sinceridad—. Y ni siquiera menciones mi tiempo impresionante. Llegaste a través de la puerta y había pan ya horneado para ti.

Detrás de Kate, Curran la miró. Él había llamado a Derek sobre los Ives, así que lo sabía, pero Kate claramente no. Tendrían que contárselo, pero no esta noche. Esta noche estaba cansada y hambrienta, y la mirada en su cara cuando bajó las escaleras después de tomar una ducha para lavar toda la sangre fue demasiado relajante. Julie sonrió a Curran. Eso esperará.

—Gracias por el pan. ¿Segura que no ocurrió nada? —Kate arqueó una ceja.

Julie recordó acabar con Adams, ver a Derek caer cuando se convirtió en humano otra vez, y luego correr demasiado rápido hacia Pillar Rock. Había caído de rodillas y puso su cabeza en su pecho, y cuando había oído el fuerte latido de su corazón, había llorado y luego besó sus labios gentilmente, porque él estaba dormido y nunca lo sabría. La había asustado mucho.

Estúpido lobo. Su lobo estúpido.

Kate no lo comprendería y no necesitaba saberlo.

—No ocurrió nada.

—Eso es extraño. Nos dejamos caer en la oficina de camino a casa y hay un cheque de Luther en la caja de pago. Un gran cheque.

—Le vendí una flecha mágica —dijo—. Era muy vieja. La punta era de piedra. Pregúntale si no me crees.

Kate la miró fijamente.

Era el momento de practicar una precipitada retirada antes de que llegaran más preguntas. Julie se dirigió a la puerta de la cocina.

—¿Adónde vas?

—Le daré a Peanut su zanahoria de todas las noches.

Salió y cerró la puerta detrás. Fuga consumada.

El aire era agradablemente frío. Una noche temprana había caído, el cielo era un profundo morado tachonado con estrellas. Ellas le guiñaban mientras caminaba.

Sigue guiñando. Tanto como te quedes allí arriba, no tendremos ningún problema.

Abrió la puerta del establo, agarró una zanahoria de la bolsa de regalo que colgaba de un gancho, y caminó hacia la cabina de Peanut. El caballo alcanzó la bolsa, los suaves y aterciopelados labios acariciaron su palma.

Una presencia apareció detrás de ella. La sintió, un nudo de poder arcano, quemando por dentro, como estar de pie de espaldas a una estufa, si el calor fuera mágico. Así era cómo los viejos reactores nucleares debían ser. Un potencial inimaginable para la destrucción concentrado en un pequeño espacio.

Finalmente usaste tu poder, dijo el mago inmortal. Ella no se giró.

—Sí.

¿Cómo lo sentiste, Heraldo?

El recuerdo del poder rasgando de ella en un torrente surgió en su mente, seguido por un pico de dolor cuando dijo la palabra de poder después de que su encantamiento hubiera allanado el camino. Oyó el sonido de los huesos de Adams rompiéndose y la nariz de Peanut se agitó.

¿Cómo se sintió?

El Heraldo de Atlanta sonrió.

—Se sintió bien.