Un columpio para abrazar el cielo
Me desperté en la cama, aunque no recordaba haber subido al dormitorio. Lo último registrado en mi memoria era Desirée en llamas. Estuve un buen rato inmóvil bajo las sábanas, empapado de sudor, como el protagonista del libro de Bosco, quien tal vez en aquel momento estaba abrazado a la que había sido mi pareja los últimos siete años.
No se podía decir que, por mi parte, fuera la manera más brillante de ingresar en la treintena.
Cuando logré levantarme, la cabeza me daba vueltas y mi corazón latía violentamente. Antes de bajar las escaleras hasta el baño, tomé una sola decisión: aquel día no acudiría al estudio. Enfundado en el albornoz, llamé a la coordinadora para comunicarle que no quería recibir recados en todo el día. Colgué sin esperar comentario alguno.
Ya bajo la ducha, me dije que tal vez la depresión estuviera más cerca de lo que me temía. Era el primer día laborable que no acudía al trabajo, aunque sólo fuera para comprobar que las tareas en curso seguían el calendario previsto. Como si el abandono de Desirée me hubiera vaciado de sentido, por primera vez en mi vida empezaba a dudar de todo.
La luz de un invierno que prometía ser duro se derramaba perezosa por el ventanal de la cocina. Mientras mordisqueaba una barrita de cereales, analicé fríamente la situación que se perfilaba en mi horizonte. De alguna manera sentía que había llegado al final de un ciclo, sin la menor idea de lo que vendría a continuación. Tenía treinta años, prestigio profesional y una bonita casa recién estrenada en la que ya nadie —ni siquiera yo— quería vivir.
Incluso después de la ducha, la resaca que me habían dejado el alcohol y las colillas era considerable. Tenía dos alternativas: volver a la cama o tumbarme en el sofá del salón a estudiar el techo. Me decanté por esta segunda opción. Sin embargo, antes de salir de la cocina con un café reparé en el paquete fino y cuadrado apoyado en la estantería de las especias.
Recordé como una nebulosa el momento en el que Marta lo había dejado allí, justo cuando yo sostenía la bandeja de las doradas a la sal. «No es necesario que lo abras ahora —había dicho—, de todos modos no conoces este disco».
Para entretener la ansiedad, retiré con cuidado la mortaja del estuche. Sabía que en el momento que emergieran a la conciencia los momentos vividos con Desirée me derrumbaría. Por pura supervivencia emocional me había impuesto la consigna de no pensar ni sentir.
Efectivamente, no conocía el disco, pero su título, Ojalá estuvieras aquí, me golpeó en lo más hondo. Dada mi situación, parecía una broma de mal gusto.
Estuve largo rato mirando la carátula. La cantante, Eva Winter, era una treintañera morena de aire desvalido. Clavaba la mirada en un cielo gris, mientras el viento levantaba ligeramente parte de su melena, dejando al descubierto la oreja derecha, pequeña y redonda. Al fondo de la imagen, un ancho río surcado por barcazas. Tal vez fuera el Sena a las afueras de París, aunque no resultaba fácil decirlo porque el fondo era muy brumoso.
Fui al salón entre bostezos. Me preguntaba si en París hacía mucho viento o si el fotógrafo había utilizado un ventilador para lograr ese efecto.
Puse el disco en el reproductor Bang & Olufsen. Lo había elegido Desirée, como casi todo lo que había en la casa. Con una suavidad casi irritante se tragó a Eva Winter, mientras yo me tumbaba en el sofá dispuesto a poner banda sonora a mi depresión.
La primera canción se inició con unos acordes de guitarra acústica, lentos y sincopados. Luego surgió la voz. Era excepcionalmente bella: tersa y diáfana, pero sin la afectación de la mayoría de las cantantes melódicas.
Estaba tan atento a aquella voz acariciante que tardé en darme cuenta de que cantaba en castellano:
Siempre deseaste tener un columpio para
abrazar el cielo ni que fuera un instante…
Cuando me desperté al mediodía, necesité un buen rato para entender qué hacía yo allí, un jueves, tirado en el sofá del salón. Al parecer me había quedado dormido mientras escuchaba música.
«Ojalá estuvieras aquí», me dije recordando súbitamente el título del disco.