Capítulo 9

—¿Qué llevas ahí?

—¿A ti qué te parece? —contestó Charlotte, entrando en la oficina y arrastrando tras de sí, todo un corral.

Tex enarcó las cejas. Aquella bonita mañana de lunes, Charlotte parecía realmente malhumorada. Tex asomó la cabeza, por encima de la mesa.

—Una cabra.

—No —respondió ella, sarcástica—, es mi recompensa. Por cuidar de Daisy Mae, cuando el servicio de cuidado de mascotas falló. Te presento a Ozzie. Según parece, es demasiado joven para separarse de su madre y de su hermana, así que la señora Martkowski ha insistido, en que me las lleve a todas hasta que crezcan. ¿No es fantástico?

Daisy Mae y sus crías, trotaron y entraron en la oficina de Tex, mirando a su alrededor.

Tex echó la cabeza atrás y rió a carcajadas, observando la triste expresión del rostro de Charlotte. Era perfecto. Antes de que se diera cuenta, Charlotte sería la dueña de un verdadero zoo. Tex alzó las piernas y puso las botas sobre el escritorio, para reclinarse sobre el asiento y reír a gusto.

Charlotte bufó disgustada, cerró la puerta de la oficina de un portazo y dejó escapar varios suspiros, mientras se dirigía hacia la cafetera.

—¿Podemos saltarnos la clase, de esta mañana?

—Claro, si quieres —contestó Tex, enjugándose los ojos—. Pero, mañana por la mañana, me voy a Houston a dar una conferencia. Estaré fuera dos días, así que tendremos que saltarnos, tres clases seguidas.

—¿Que te vas? —repitió Charlotte, quedándose inmóvil—. ¿Vas a estar fuera dos días?

—Sí, ¿por qué?, ¿es que vas a echarme de menos?

Charlotte se ruborizó e hizo caso omiso de la impertinente pregunta, para contestar en cambio:

—Está bien, podemos seguir cuando vuelvas.

—Estupendo pero, ¿qué ocurre?

—Hoy he recibido una llamada, de ReadyMaid. Estoy admitida. La sucursal de por aquí, va a mandarme el equipo de iniciación esta misma tarde, y ya he hablado con la señorita Clarise. Vamos a dar nuestra primera fiesta, esta noche.

—¿Esta noche? ¿Por qué tan pronto? —continuó Tex interrogando.

—Cuanto antes, mejor.

—Bien, y ¿por qué supone eso un obstáculo, para nuestra lección?

—Porque quiero que me lleves hoy, por la mañana, a buscar piso a Hidden Valley. Tengo una oferta de compra, de la casa de Nana Dorothy, así que voy a necesitar un lugar donde dejar mis muebles. Además, ahora que tengo un empleo, no me quedan más excusas, para seguir abusando de la señorita Clarise y de Big Daddy. Quizá si me comprometo a pagar un piso, me vea obligada hacer lo que sea para que el asunto funcione —explicó Charlotte sonriendo, no del todo contenta.

De pronto, Tex había dejado de reír. Retiró los pies de la mesa y, apoyando los codos sobre el escritorio, contempló su precioso rostro.

—Así que, estás decidida a vivir sola.

Un rastro de dudas, cruzó el semblante de Charlotte, pero enseguida lo sustituyó, por una expresión resuelta.

—Sí —afirmó respirando hondo, preparándose para cualquier objeción—. Tengo una lista de apartamentos, en los que dejan tener mascotas, y quiero visitarlos y hacer unas cuantas llamadas, así que, por favor, ven conmigo. No quiero ir sola.

—¿Por qué no?

—No lo sé —se encogió de hombros Charlotte—. Sencillamente, no quiero. Jamás había hecho algo así —Tex emitió una especie de gruñido—. ¿Eso es un sí? —Tex asintió—. Entonces, nos marcharemos todos en cuanto estés listo.

—¿Todos?

—Tengo que llevar a las cabras —explicó Charlotte con naturalidad, como si se tratara de niños.

—Bien —respondió Tex, volviéndose para ocultar su risa. Quizá aún quedara esperanza—. Traeré el Jeep.

—No puedes quedarte aquí.

Charlotte miró a Tex con recelo y vio, que tenía tensos los músculos del mentón.

—¿Por qué no? —preguntó ella en tono beligerante. El edificio, medio derruido, era de lo mejorcito de entre lo peor, pero al menos aceptaban animales. De todo tipo, según el superintendente.

—Porque es una porquería, por eso —contestó Tex, con un brillo de ira en los ojos.

—¿Y qué? Es temporal, y es para mí.

—No, aún no.

—Será mío, así que cuanto antes firme los papeles mejor —afirmó Charlotte, bajando la voz para que el superintendente no los oyera.

Sus murmullos, no parecían haberlo asustado de momento. Aquel hombre extraño y ruidoso, los esperaba justo a las puertas del apartamento, observando cada uno de sus movimientos, sin decir una palabra.

Charlotte y Tex entraron en la pequeña sala de estar que, evidentemente, había visto tiempos mejores. La pintura se caía de las paredes a pedazos, dejando a la vista cañerías y cables. Sin embargo, el precio era muy ajustado, así que, ¿quién era ella para quejarse?

Tex estaba a punto de estallar. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas bien abiertas. Y la miraba enfadado.

—¡De ningún modo, vas a mudarte aquí!

—¡Shhhhh! —ordenó Charlotte, mirando al superintendente y volviendo la cabeza de nuevo hacia Tex—. ¿Quieres callarte ya? ¡No puedo pagar nada mejor, con mi sueldo!

—¿Qué sueldo?

—Pienso ganar algo de dinero. Pronto —explicó Charlotte, volviendo la cabeza hacia el superintendente con una amplia sonrisa—. Escucha, Tex, llevas soltándome indirectas con eso de que quiero mudarme, desde el día en que nos conocimos. Bueno, por fin ha llegado el momento, y tú no haces más que darme evasivas. ¿Qué pasa contigo?

—¿Qué quieres decir con eso, de que qué pasa conmigo? ¡Querrás decir qué pasa contigo! ¿Es que crees que quiero que te mudes? Jamás he querido que te mudaras.

—¿Jamás? —susurró ella, apenas sin aliento.

—¡No! —gritó él—. Pero desde que te trasladaste a casa de Big Daddy, no has hecho otra cosa que hablar de mudarte, de que necesitas marcharte otra maldita vez, independizarte. Tener tu maldito espacio. Probarte a ti misma, que puedes salir adelante sola.

—¡Pero es que yo, nunca he tenido verdadera libertad! —lloriqueó ella.

—¡Eso es una tontería! Escúchate a ti misma. Eres libre. Este es un país libre, Charlotte Beauchamp. Entra y sal cuanto quieras, nadie va a detenerte, y menos aún yo. Pero te diré una cosa: si crees que yo, o cualquier otro de la familia, para el caso, vamos a dejar que te mudes a un sitio como éste, es que estás loca.

El corazón de Charlotte, latía más que acelerado. Esperaba que Tex, o el hombre que los observaba por el cristal junto a la puerta de entrada, supieran algo sobre primeros auxilios.

—¿Quieres saber lo que pienso de verdad, señorita? —continuó Tex.

—¿Q.. qué?

—Creo, que te he dado demasiado espacio —gruñó Tex, con los dientes apretados.

Sus ojos, estaban fijos sobre los de ella. Charlotte creyó por un momento, que iba a parársele el corazón, pero enseguida comenzó a latir a toda velocidad, a punto de salírsele del pecho. La respiración de Charlotte comenzó a hacerse entrecortada, al observar la boca de Tex acercarse a la suya.

—Creo.. —añadió Tex, soltándole los brazos y jadeando, apoyando todo su cuerpo contra el de ella y enredando las manos en sus cabellos—.. creo.. —continuó murmurando, contra sus labios—.. que lo que necesitas es menos espacio.

Y, dicho eso, la boca de Tex reclamó la suya besándola con pasión, con una intensidad, que los arrastró a ambos igual que un tornado.

El beso se hizo cada vez más urgente. Más excitante. Charlotte arqueó el cuerpo hacia él, segura por fin de haber encontrado, lo que había echado en falta toda su vida. ¡Era eso!, pensó de pronto, en medio de la niebla de su pensamiento. Ese anhelo, ese deseo, esa inquietud que había guardado en su corazón toda su vida, por vivir algo excitante, se veía por fin cumplido, cuando siempre había creído, que solo la libertad podría satisfacerla. ¡Pero si no era eso, lo que ella quería!

Amar a Tex, le proporcionaba toda una nueva experiencia de libertad.

La respiración de él, era tan entrecortada como la suya. Tex se apartó un momento y dejó caer la frente sobre la de ella, según parecía para recobrar el aliento. Charlotte dejó caer la cabeza contra la pared y él entonces, besó su barbilla.

—No vas a mudarte aquí —gruñó él.

—No —respiró ella.

—Vas a venir a casa conmigo —añadió Tex, mientras sus labios recorrían la barbilla y todo el cuello.

—Sí —concedió Charlotte, gimiendo.

—No vas a moverte en absoluto.

—No voy a ninguna parte.

—Bien —afirmó él, tomando su cabeza con las manos y buscando su boca, una vez más. En aquel beso ambos se dieron el uno al otro, con toda la pasión que se habían negado desde el mismo momento de conocerse. Tras unos largos instantes, Tex, que aún respiraba profundamente, se apartó y la besó en la punta de la nariz—. Muy bien, porque.. —sonrió, maliciosamente—.. creo que no estoy en condiciones, de salir de aquí ahora mismo.

—No mires —rió Charlotte—, pero creo que el superintendente, nos está observando por el cristal.

—Otra razón más, para que no te mudes aquí.

—¿Por qué?, ¿es que vas a besarme otra vez?

—Siempre que tenga una oportunidad.

Aquella noche, Charlotte observó el abarrotado salón de la señorita Clarise, inmensamente agradecida de la presencia de Tex, que le prestaba confianza. Quizá celebrar la fiesta aquella noche, hubiera sido un tanto precipitado. También invitar a tanta gente había sido un error, porque estaba segura de que muchas mujeres, desde sus asientos en el vestíbulo, no podían ni ver ni oír nada. Era evidente, que se había corrido la voz. Charlotte Beauchamp quizá no vendiera nada, pero sus exhibiciones eran muy entretenidas.

Charlotte suspiró. No importaba. Quería tener un verdadero empleo, y lo quería de inmediato. Quizá no le importara ya gran cosa el tema de su independencia, desde que había vuelto a reconsiderarlo con la generosa.. ayuda de Tex de esa mañana. Pero desde luego, sí quería mantenerse por sí sola.

Hasta el momento, Tex y ella habían hecho una primera introducción y una demostración de unos cuantos productos, con más o menos éxito. Había llegado el momento de asombrarlos a todos, con la exhibición final. Charlotte respiró hondo y sonrió a la audiencia.

—EttaMae.. —dijo señalándola. EttaMae estaba sentada cerca del arco que daba a la entrada, y la miraba con una mezcla de miedo y suspicacia—.. si pudieras ir a la cocina y traernos los cacharros, con los que las cocineras y tú habéis hecho hoy la comida, podremos comenzar la demostración del lavavajillas WonderKleen.

Tex sacó el bote de lavavajillas de su caja y lo alzó, para que todo el mundo lo viera.

—Traeré lo que está más sucio —gruñó EttaMae, abriéndose paso entre la multitud.

—Mientras esperamos, Tex y yo queremos mostrarles, cómo quitar esas manchas imposibles de la alfombra, con el maravilloso WonderKleen especial alfombras.

Las hermanas de Tex, sentadas en el sofá como era habitual, se echaron a reír. Tex se colocó con los brazos en jarras y les lanzó una mirada amenazadora, que no consiguió sino hacerles reír más aún.

—¡Muéstranos cómo se limpia esa mancha, vaquero de alfombras! —gritó Ginny.

—Tengo que hacer una foto, para que lo vea mamá. Si no, jamás me creerá —comentó Georgia, adelantándose con la cámara.

Charlotte, sonriente, hizo caso omiso de las bromas y continuó:

—¿Quieres, por favor, echar un poco de esta tinta sobre, la preciosa alfombra blanca de la señorita Clarise?

—¿Tinta? —repitió Tex frunciendo el ceño, mirando dubitativo a la señorita Clarise—. ¿Seguro?

La señorita Clarise asintió dándole la aprobación. Charlotte sostuvo y sonrió con confianza.

—WonderKleen elimina las manchas de tinta y garantiza, que no quedará ni rastro. En caso contrario, te devuelven el dinero.

Tex vaciló.

—¡Vamos! —lo urgió Charlotte, volviendo a sonreír con confianza hacia el público.

Ante aquella orden, Tex se inclinó y derramó un buen chorro de tinta, sobre la alfombra turca, de incalculable valor. Hubo gritos, sobresaltos y murmullos entre la audiencia, y unas cuantas mujeres se asomaron a ver el desaguisado.

—Bien, y ahora —continuó Charlotte leyendo las instrucciones de uso—, se frota simplemente, con una cucharadita del disolvente WonderKleen y la mancha desaparecerá como por arte de magia.

Charlotte le tendió a Tex la cucharita del disolvente. EttaMae, cargada con cacerolas y fuentes, volvió de la cocina y se abrió camino hasta el podio.

—Dijiste que te trajera los cacharros sucios, así que aquí están —dijo alargando las fuentes y cacerolas, que chorreaban suciedad.

—Eh.. gracias, EttaMae.

Unas cuantas gotas de salsa cayeron al suelo, manchando otro poco más la fabulosa alfombra.

—¡Ooops! Bueno, es una suerte que tengamos bastante disolvente WonderKleen —observó Charlotte, mientras Tex restregaba y restregaba.

—Y vamos a ver, ¿es normal que salga humo? —preguntó EttaMae, frunciendo el ceño.

Tex se puso en pie de golpe y los tres se inclinaron, a examinar el extraño fenómeno. EttaMae tenía razón. De la alfombra salía un ligerísimo humo, que pronto se convirtió en un humo espeso que llenó el aire.

—Parece, como si estuviera agujereando la alfombra —declaró EttaMae—. ¡Claro, así es como funciona! Pues no creo que te devuelvan el dinero —añadió mirando a Charlotte—. Como dice ahí, la mancha se ha quitado —hubo gritos de asombro de la audiencia—. Ese producto es demasiado fuerte, te quema hasta las narices —continuó EttaMae, tosiendo.

Charlotte, angustiada, miró a Tex. EttaMae, que no dejaba de toser, parecía estar a punto de ahogarse. Charlotte le ofreció un vaso de agua, que había en el podio.

El espeso humo que salía de la alfombra, tenía un olor repugnante, casi tóxico. Charlotte, cada vez más inquieta, trató de apagar a zapatazos lo que casi parecía ya fuego. Al ver que no funcionaba, le quitó el vaso de agua a EttaMae y lo derramó sobre la alfombra.

La señorita Clarise, siempre tan oportuna, anunció un intermedio y guió a las señoras hacia la rosaleda. Volverían, prometió, en cuanto el departamento de Control de Productos Tóxicos, tuviera controlada la situación.

—Me gustaría, que no tuvieras que marcharte.

—A mí también —respondió Tex, terminando de cargar en el Jeep la maleta, el maletín y el ordenador portátil, con el transformador y la presentación, que había preparado Wally para él—, pero será solo por una noche. Volveré mañana por la tarde.

Aquella era la mañana siguiente, a la fiesta de presentación de los productos ReadyMaid. Aunque había sido también un desastre, Charlotte se sentía más cerca de Tex que nunca. Como siempre, él se había mostrado maravillosamente comprensivo, y le había servido de gran apoyo. Charlotte no acababa de comprender, cómo era posible que hubiera vivido tantos años sin él. Y, de pronto, justo cuando se estaban descubriendo el uno al otro, él tenía que marcharse para dar una conferencia en Houston. Se marchaba solo para un día, pero se le haría eterno.

Sentir sus brazos rodeándola, era una bendición. ¿Por qué había luchado contra ese paraíso en la tierra, durante tanto tiempo? Apoyó la mejilla sobre la camisa de Tex y escuchó, los serenos latidos de su corazón. Él se echó atrás por una fracción de segundo y alzó su barbilla.

—¿Me llamarás? —susurró ella.

Tex dio unos golpecitos, sobre su teléfono móvil, que llevaba en el bolsillo.

—¿Guardarás tú el fuerte por mí?

—Supongo, ya que al menos la mitad de los animales son míos.

—Vigila a Wally —añadió Tex, echándose a reír.

—¿Vigilarlo?

—Sí, pero no te dejes tentar por la seductora mirada, de su comunicación silenciosa.

—Imposible —respondió Charlotte, con un gesto de desprecio.

—Bien —dijo Tex volviendo a besarla con pasión, para apartarse después con la respiración acelerada—. Tengo que irme.

El teléfono sonó. Charlotte gritó a toda la tropa de animales, para que se apartaran de sus pies y corrió tambaleándose, desde el dormitorio hasta el saloncito de su suite. Se lanzó sobre el sofá, agarró el auricular y saludó, apenas sin aliento.

—Hola.

—¿Charlotte?

Era Tex. Habían pasado solo dos horas, desde que él se había ido, pero habían sido las horas más largas y solitarias de su vida.

—¡Tex! ¿Qué ocurre?

—Bueno, acabo de registrarme en el hotel, y se supone que debería estar repasando las notas de Wally para mi presentación, pero prefería hablar contigo.

—¿Acaso valgo más que la investigación, sobre la comunicación silenciosa de la mirada?

El trío de cabras rodeó la mesita de café, tratando de escalar, buscando comida.

—¡Abajo, túmbate! —gritó Charlotte, haciendo un gesto con la mano.

—Me encanta, cuando te pones mandona.

—No, no te lo decía a ti. Era para la granja. Están todos aquí. Toto dice, que te echa de menos.

—¿Tienes a cinco animales en tu habitación?

—Me siguen a donde quiera que vaya —suspiró Charlotte, pesadamente.

—Al menos, no estás sola.

—Lo estoy yo, también —contestó Charlotte, tomando a Kitty y poniéndola en su regazo, para acariciar su lomo—. ¿Qué vas a hacer ahora?

—Registrarme para la conferencia, comer y después volver aquí, para revisar los papeles de Wally, de la presentación de mañana. Es su oportunidad para redimirse. Si falla esta vez, lo echarán.

—Y ¿no podrías darle algo más de margen? Está enamorado, ya sabes.

—Sí, bueno, yo también lo estoy, pero no voy por ahí haciendo el tonto —Charlotte se quedó helada. No sabía cómo responder, a aquella declaración. Por suerte, él no pareció exigir respuesta alguna, y continuó hablando—. ¿Qué vas a hacer hoy?

Charlotte se aclaró la garganta y trató de concentrarse, a pesar de los acelerados latidos de su corazón.

—Bueno, probablemente lea algún manual más, sobre entrenamiento de perros para ciegos. Intentaré conseguir que Kitty se siente y se quede quieta. Creo que acabará prestando, un servicio maravilloso a un ciego. Supongo que es imposible entrenar a Toto, para que haga el mismo servicio, ¿no?

—¿Un cerdo para ciegos? —rió Tex—. No, no funcionaría. El cerebro de los cerdos, es muy diferente.

—Pero Toto es muy listo —lo defendió Charlotte.

—Entonces, ¿vas a pasarte el día entero, trabajando con los animales?

—Sí, pero primero voy a ver el vídeo que encontré, en la caja fuerte de Nana Dorothy y a revisar algunos de sus papeles. Luego daré de comer a los animales y vigilaré a Wally.

—Se supone que Wally, debe trabajar hoy toda la noche. No lo dejes que se escabulla, para marcharse con Mona. Y cierra bien la puerta de la clínica y las jaulas. La gente entra y sale de Circle BO constantemente, y algunos de esos perros, tienen un valor incalculable.

—Entendido, jefe.

—Charlotte..

—¿Hmm?

—Te echo mucho, mucho de menos.

—Y yo —susurró ella—. Y yo.

Una hora más tarde, Charlotte seguía cómodamente sentada en el sofá, en el saloncito de su suite de la mansión de los Brubaker, con el mando a distancia del vídeo en una mano. Desparramados sobre la mesita del café, los papeles que acompañaban a la cinta de vídeo en el sobre, que había encontrado en la caja fuerte.

—¡Maldita sea! —murmuró Charlotte, mientras la imagen sonriente de Nana Dorothy, desaparecía de la pantalla de televisión.

Al finalizar la cinta, el aparato de vídeo la rebobinó, produciendo un zumbido. En la televisión, apareció una niebla blanca.

Charlotte se quedó mirando el vacío, mientras recapacitaba sobre las últimas palabras de su bisabuela. Según parecía, la buena de Nana Dorothy, había mantenido su carácter bromista hasta el final.

De pronto, Charlotte comprendió la ironía de la situación y se reclinó sobre el sofá, riendo a carcajadas.