Capítulo 5
Los rayos de sol que entraban por el porche, al que daba la suite de Charlotte, iluminaban cientos de partículas de polvo suspendidas en el aire. Y la urgían a despertar, con su brillo. Fuera, se escuchaba la serenata de los pájaros.
Pero Charlotte, no quería despertar. Había tenido un sueño delicioso, lánguido. Tex la besaba y.. ohhh.. De callarse aquellos pájaros, podría volver a soñar.
Charlotte suspiró. Lentamente abrió los ojos y, perezosamente, se miró al espejo que había sobre el tocador, en la pared opuesta a la cama. Tenía los cabellos revueltos. Se había quedado dormida. Probablemente, porque se había pasado la noche dando vueltas y más vueltas en la cama, tratando de olvidar la dolorosa experiencia, de su lanzamiento en el mundo de los negocios.
Eso, y el beso de Tex, claro.
Tenía un aspecto desastroso, pero al menos se le habían curado los labios. La pomada que el médico les había recomendado a ella y a EttaMae, había sido milagrosa. La hinchazón había bajado, y ya no le dolía.
El médico había comentado que no era esa la primera vez, que acudía a reparar los daños causados por los productos de At-Home. Por lo que él sabía, la empresa tenía unos cuantos pleitos en los Tribunales. Según parecía, se dedicaba a hacer dinero vendiendo sus lotes de productos de iniciación, a mujeres sin experiencia que buscaban un primer empleo.
Como ella, reflexionó Charlotte quitándose el pijama y dirigiéndose al baño, a darse una ducha. Una buena ducha, para una cretina como ella.
Bueno, al menos había aprendido la lección. La próxima vez no se mostraría tan confiada, investigaría a la empresa antes de hacer su pedido y mandar el dinero.
Charlotte se duchó, se secó y se peinó los cabellos. Se puso un vestido de verano y unas sandalias. Agarró el Hidden Valley Tribune Appeal, abriéndolo por la sección de anuncios. Echó un vistazo rápido, a la lista de ofertas de empleo. No había demasiadas. De pronto un anuncio interesante, al final de la página, llamó su atención.
Según parecía, la empresa de confección Action-Adventure Clothiers Company necesitaba agentes de venta. Aquello sonaba bien. Charlotte adoraba la ropa. Si algún día conseguía independizarse, tendría que ser a base de trabajo.
Sentarse a compadecerse de sí misma, no era su estilo. Si había algo de lo que estaba orgullosa era, precisamente, de su arrojo. De su fortaleza de ánimo. A ese respecto, era tan tenaz como Toto. Encontraría el empleo que necesitaba. Era simplemente, cuestión de tiempo.
Charlotte se miró una última vez al espejo. Sus labios, seguían de color Vino de Ciruela. Llamó a Toto, que dormía a los pies de su cama, y le dio una galleta.
—¿Listo para ir a clase? —Toto gruñó—. Sí, yo tampoco tengo ganas. Me siento realmente violenta, después de lo que ocurrió anoche.
Toto la miró, restregó el hocico contra su mano y Charlotte, le dio otro trozo de croissant.
—Sí, ya sé que tú también estabas, que lo viste todo. ¿Fue tan desastroso como creo recordar? —Toto inclinó la cabeza sin dejar de mirarla, se agachó arrastrando la barriga por el suelo y se sentó sobre sus pezuñas—. ¿No? —continuó Charlotte, ladeando la cabeza y observando al cerdo—. ¿Quieres decir que te lo pasaste bien? Eres muy amable —suspiró Charlotte, sacudiendo la cabeza—. No puedo creer, que le esté hablando a un cerdo. Quizá Wally tenga razón, después de todo.
El cerdo no dejaba de mirarla. Charlotte lo observó.
—Extraño —comentó en voz alta. Toto gruñó—. No, no me refiero a ti. De todos modos, gracias por tu apoyo —añadió apartando la vista del animal, para volver a mirarse al espejo. Entonces se rozó el labio inferior con un dedo, tratando de averiguar qué habría sentido si, al besarla Tex, hubiera estado bien—. ¿Sabes, Toto? Lo mejor de la noche, fue ese beso. Es una lástima, que no sintiera nada.
Charlotte volvió a recordar, el instante en que Tex la tomó en sus brazos y posó los labios, sobre los de ella. Su cuerpo se puso tenso. Aun con los labios hinchados, aquel había sido, uno de los momentos más dulces de su vida. Guardaría aquel recuerdo siempre.
Echó un vistazo al reloj. Eran casi las diez. El corazón le palpitó en el pecho.
¿Por qué la lección de aquella mañana, la ponía tan nerviosa? Habían dado ya docenas de ellas. Quizá, por la extraña forma en que había acabado la noche anterior. Tex la había acompañado hasta su cuarto. La pomada del doctor había comenzado a surtir efecto, y Charlotte esperaba con ansiedad, el momento de besar a Tex por segunda vez. Devolverle el beso. Llevaba un buen rato esperando a que él hiciera el menor movimiento, pero en lugar de ello la abrazó como un hermano y desapareció por el pasillo.
Aquel primer beso, había sido un desastre. Y encima, tenía que volver a enfrentarse a él. Se haría la dura. Era evidente que él lo prefería así, a juzgar por el abrazo fraternal. No deseaba volver a besarla. Charlotte se ruborizó.
—Vamos, cerdo —lo llamó, saliendo a la luz del nuevo día.
Todo era tan extraño, como había supuesto. Tex observó a Charlotte, que parecía excesivamente animada, mostraba excesivo buen humor. Como si lo ocurrido la noche anterior entre ellos, hubiera sido solo un error.
Tex sabía, que no debería haber besado a Charlotte. No podían hacerse ningún bien, el uno al otro.
—He traído las ofertas de empleo.
—¿Sí?
—Sí, y tengo aquí una interesante. Si te parece, quisiera llamar al Better Business Bureau para investigar un poco sobre esta empresa, antes de llamar.
—Buena idea —contestó Tex, arrellanándose en su asiento—. ¿De qué empresa se trata?
—De una de ropa. Moda.
—¿Y cómo se llama?
—Action-Adventure Clothiers.
—Jamás había oído hablar de ella.
—No es una empresa local.
—¿Quiere eso decir, que tendrás que trasladarte? —inquirió Tex, con el corazón en un puño.
—Estoy pensándolo.
Charlotte no había entendido su pregunta, la había interpretado mal, pensó Tex.
—No, me refería a si tendrás una oficina en la ciudad, o algo por el estilo.
Fuera donde fuera, sería demasiado lejos, recapacitó.
—No, se trata de hacer fiestas en casa —contestó Charlotte. Tex frunció el ceño—. Tex, no todas las empresas con las que se trabaja en la casa, son un fraude. Por ejemplo la Tupperware, pongamos por caso. Es una empresa de éxito.
—Y ¿por qué no te dedicas a vender tarteras?
—Puede ser, pero primero quiero probar esto. Me encanta la ropa, creo que podría ser mi vocación.
—Bien, entonces buena suerte.
—Gracias.
Al otro lado de la habitación, se escuchó un bufido. Charlotte se sobresaltó y miró a Tex, con los ojos como platos.
—¿Qué ha sido eso?
Tex señaló una bolsa de viaje, que servía para llevar animales de un lado a otro.
—Ha debido ser Kitty, que se ha despertado.
—¿Kitty?
—¿Quieres conocer a Kitty?
—¿Tengo otra alternativa? —inquirió a su vez, Charlotte.
Tex abrió la bolsa y sacó de ella, algo que parecía una bola de lana. Charlotte se encogió de hombros.
—No sé mucho sobre animales, pero eso no parece un gato.
—No, esta chiquitina es un perro perdiguero, una mascota. De vez en cuando, me ofrezco voluntario para criar perros para un amigo mío, que tiene una escuela de perros guía en Dallas. Kitty solo tiene ocho semanas de vida. Se pasará un año entero, siguiéndome a todas partes, y después estará lista para la instrucción, en la escuela de Dallas. Luego, le buscarán un lugar con algún ciego o con una persona, con problemas de vista.
—Y ¿por qué no la entrenas tú?
—Podría hacerlo, lo he hecho otras veces. Pero ahora mismo, mi negocio está creciendo muy rápidamente, y no tengo tiempo. Algún día volveré a hacerlo, espero —añadió Tex alargando la mano, para ofrecerle a Charlotte la bola de pelo—. ¿Quieres sostenerla?
—Oh, no, gracias.
—Venga, vamos. Hazme el favor. Sujétala un momento, mientras voy a por su desayuno.
Tex dejó caer la bola de pelo, sobre el regazo de Charlotte y desapareció. Toto se acercó a husmear, a la nueva mascota. Charlotte acunó torpemente al animal, que la miraba a los ojos.
—Conque te llamas Kitty, ¿eh? Y ¿quién te ha puesto ese estúpido nombre? —la mascota bostezó—. Mmm.. eres un encanto —sonrió Charlotte, alzando al animal para verlo mejor. Entonces, la perra comenzó a mover las patas y se lanzó sobre ella. Charlotte rió—. No, cosita bonita, devuélveme mi nariz.
Charlotte acostó a la mascota sobre su regazo, como si fuera un niño. Las patas del animal, almohadilladlas, le arañaron las muñecas. Kitty era redonda, y tenía una barriga rosada, a la que era imposible resistirse y no acariciar. El animal se tumbó contento y miró a su alrededor.
—Eres muy bonita, pero no le digas a Tex que te lo he dicho. Lo negaré todo. Sí, eres preciosa. ¿A que esta chica es preciosa, Toto?
Al oír su nombre, Toto metió la nariz en el regazo de Charlotte y husmeó a la mascota, oliéndola con el hocico.
—No te confundas —advirtió Charlotte, al cerdo—, tú eres mi único hijo, y siempre será así.
Mientras Charlotte acunaba a la mascota, Tex se escondió en el almacén y estuvo un rato espiándola, por el ojo de la cerradura. Una sonrisa alumbró su rostro, de oreja a oreja. Charlotte Beauchamp, la mujer de hielo en cuanto a los animales se refería, comenzaba a derretirse.
Sí, le gustaba hacerse la dura, pero, por dentro, era todo corazón.
Tex había notado que, Charlotte, había ido ablandándose progresivamente, en su trato con Toto. Bueno, no lo mimaba, pero habían llegado a mostrarse amables, el uno con el otro. Incluso a ser amigos. Quizá aún cupiera una esperanza, musitó en silencio.
Tex salió del almacén y dejó el saco de comida para perros, sobre una estantería. Miró por la ventana, sin mencionar en ningún momento el hecho de que, Charlotte, hubiera estado hablando con los animales, y señaló el jardín.
—Parece que Big Daddy, está preparando una fiesta para esta noche.
Habían llegado unos cuantos camiones y habían aparcado, junto al prado. Un ejército de hombres iba descargando, mientras otros instalaban enormes toldos blancos y colocaban mesas, para los invitados.
Charlotte se levantó de la silla, tomó a la perra en brazos y observó la actividad por la ventana, junto a Tex.
En medio del prado, recién segado, habían ensamblado e instalado una tarima de madera enorme, que serviría de pista de baile. Luego llegó una furgoneta y unos cuantos hombres, comenzaron a sacar equipos de audio e instrumentos, colocándolos junto al granero. Sobre los arbustos, enredadas en las vallas e incluso en el granero, colgaron miles de luces parpadeantes. Y también luces fijas, para alumbrar la noche. Big Daddy, lo hacía siempre todo a lo grande.
—Será divertido —comentó Charlotte, sonriendo.
—Sí —respondió Tex, mirándola y llegando a la conclusión, de que no había nadie en el mundo tan atractivo como ella, cuando sonreía. Luego tragó y pensó en la posibilidad, de invitarla a la fiesta—. Yo voy a ir —añadió esperanzado.
—Yo también. Hunt me ha invitado.
Tex sintió que el corazón se le partía, que vagaba a la deriva. Aquello lo resolvía todo. Charlotte asistiría con Hunt. Había esperado demasiado tiempo, para pedírselo.
—Ah, entonces supongo que nos veremos allí.
—Claro —respondió ella con excesiva alegría, volviendo la vista hacia la ventana.
—Vamos, cerdo —lo llamó Tex, saliendo al campo de entrenamiento, haciéndose reproches en silencio.
Aquella fiesta, igual que el resto de las fiestas que celebraba Big Daddy, fue todo un éxito. Había coches aparcados a los dos lados del camino, hasta la entrada, y el prado, que daba a la parte posterior del establo, parecía el aparcamiento de un centro comercial. Multitud de luces iluminaban el cielo negro, como si estuvieran en Hollywood. El personal contratado dirigía a los invitados hacia los toldos, para que tomaran refrescos y aperitivos, y después hacia el granero, preparado especialmente para la fiesta.
Charlotte entró en el prado recién segado, del brazo de Hunt. Toto los seguía de cerca. Se quedaron a las puertas del granero, tratando de acomodar los ojos a tanta luz. Todo estaba preparado y en marcha.
En la pista, había un montón de parejas listas para bailar. Un anciano de aspecto frágil, pero con una energía insospechada, los dirigía dando palmadas y golpeando con el zapato, en el suelo. Y la orquesta, compuesta de personas igualmente ancianas, tocaba una melodía que hacía temblar y retumbar la pista.
Había luces indirectas, enfocadas hacia fardos de heno, globos, y otros utensilios antiguos de rancho. Sobre las paredes del granero había imágenes proyectadas, de manadas de ovejas y cowboys. Del suelo, bajo el cual se ocultaba una maquinaria sofisticada, salía una especie de humo seco como la niebla. Aquel, era un mundo mágico de verdad. Excepto por una cosa. Charlotte aún no había visto a Tex.
Una intensa emoción, embargaba su corazón. Por un lado, se alegraba de no tener que soportar el penetrante examen, a que Tex la había sometido aquella mañana, mirándola de arriba abajo. Por el otro, llevaba todo el día impaciente, esperado con ansiedad ese escrutinio de su mirada. Charlotte, se había arreglado el pelo y había escogido un vestido a propósito, pensando en Tex.
Miró atentamente a su alrededor, buscándolo, pero fue inútil. Y comenzó a desanimarse. Llegaría más tarde, pensó. De un momento a otro.
La señorita Clarise, en el otro extremo del granero, sacudió la mano en su dirección. Entonces comprobó que, muchas de las mujeres que habían asistido a su demostración, estaban también presentes en el baile.
Unas cuantas la saludaron amablemente con la mano, y Charlotte sonrió. Se sentía como una estúpida, a pesar de que nadie se burlara de ella. Además, la mayor parte de aquellas mujeres volvería a asistir a su nueva fiesta, que se celebraría muy pronto. Charlotte saludó con la mano, pero Hunt se la llevó en otra dirección, hacia la mesa en la que se servía el ponche.
En secreto, Charlotte siguió buscando a Tex con la mirada. Cuatro de sus hermanas, Ginny, Mary, Carolina y Georgia, estaban con sus novios. Otras bailaban, y otras se mezclaban con la gente. Todas saludaron a Charlotte y la invitaron a participar. Hasta Wally asistía a la fiesta y le lanzaba miraditas seductoras, desde el extremo opuesto del granero.
Pero, por desgracia, Tex no estaba con él. No se lo reprochaba, desde luego. Charlotte respiró hondo y trató de olvidar, la desazón que comenzaba a invadirla. Tex había dicho que asistiría, así que era cuestión de tiempo.
Charlotte miró a Hunt y se encogió de hombros. Se dejó arrastrar hasta la pista de baile y dio vueltas hasta marearse. Toto trotaba incansable tras de ellos, atrayendo las miradas divertidas de los demás danzarines, que se echaban a un lado y sorteaban al cerdo por la pista. Charlotte lo había vestido, con bandanna al cuello y un sombrero. Solo por esa noche. Toto sacaba las orejas por un agujero que había en la parte de arriba del sombrero, y todos convinieron, en que tenía mucho garbo.
—Vamos, cerdo —lo llamó Charlotte, al verlo detenerse confuso.
Toto la alcanzó, agitando la cola, y entonces Charlotte, sacó unos trozos de zanahoria que llevaba en el bolsillo de la voluminosa falda roja.
Sí, Toto era la atracción de la fiesta. Y la comida estaba deliciosa. La música, maravillosa, el ambiente, estupendo. Y Hunt era guapo y atento: le ofrecía ponche y conversaba. Pero para Charlotte faltaba algo esencial, y sospechaba que Hunt se había dado cuenta.
Tex subió las escaleras, que daban al prado recién segado, hasta llegar al descansillo, y desde allí escuchó la música.
Aquel era, precisamente, el último lugar del planeta en el que deseaba estar. Aquella noche, observando a Charlotte y a Hunt juntos, sería una tortura. Pensó incluso en darse media vuelta y marcharse, pero le había prometido a la señorita Clarise y a Big Daddy, que asistiría.
Justo cuando iba a marcharse, vio a un cerdito bajando las escaleras. Miró para arriba y reconoció a Toto, que saltaba de puro contento, solo de verlo. Aquello lo echaba todo a perder. Charlotte corría tras él, toda colorada y con los cabellos revueltos. Para Tex, jamás había estado tan preciosa.
—¡Toto! —gritó Charlotte. Al agarrar al cerdo de la bandanna lo vio a él, en mitad de las escaleras, y se quedó helada—. Hola.
Charlotte respiraba deprisa, debido al ejercicio.
—Hola.
—Estaba empezando a pensar, que no venías.
—Eso mismo pensaba yo.
—Ah.. —Charlotte se recogió una horquilla que se le estaba cayendo y se echó el pelo hacia atrás, apartándoselo de los ojos—. ¿Vas a quedarte?
—Un rato.
—Estupendo. Es decir, me alegro. Bueno.. yo estoy.. estábamos allí.. —hizo un gesto—.. Hunt y yo, en medio de la pista. Espero verte por aquí, ¿verdad?
—Pues no esperes demasiado.
—Ah, bien.
Charlotte se alejó entre el gentío, por la pista, con Toto.
Era demasiado tarde para echarse atrás, así que Tex subió el resto de las escaleras y se dirigió hacia su tía y sus hermanas, quedándose con ellas un rato. Luego estuvo con los rancheros, con sus primos y con algunos vecinos, pero en ningún momento apartó la vista de Charlotte.
De vez en cuando, veía por un instante sus larguísimas piernas, mientras la falda volaba y daba vueltas, levantándose para enseñar la rígida combinación. Aquella sí que era una chica bonita. Era una muñeca, todo ojos brillantes, con la cabeza echada hacia atrás, riendo de algo divertido que Hunt debía haber dicho. Parecían estar pasándolo muy bien. En ese momento, Wally se le acercó y se sentó sobre un fardo de heno.
—Hola, jefe.
—Hola, Wally.
Aquello empeoraba por momentos. Wally señaló, en dirección a Charlotte.
—Si tu prima dejara de bailar con ese, le pediría que bailara conmigo.
—No es mi prima.
—Lo que tú digas.
—Wally, viejo amigo, si consigues despegarla de su novio, seguro que se siente obligada a bailar contigo.
Obligada, esa era la palabra.
—¿Su novio? —repitió Wally—. Observa esto —añadió, mirando a Charlotte fijamente.
Charlotte se volvió hacia él y sonrió, como si hubiera notado el peso de su mirada en la espalda. Entonces, Wally se adelantó y, antes de que Tex pudiera darse cuenta, la arrastró por la pista quitándosela a su pareja.
Tex, incrédulo, se quedó mirando. Aquello, sencillamente, era demasiado como para soportarlo.
Él se marchaba. Charlotte sintió, que el corazón se le paraba. Mientras bailaba con Hunt, sus ojos seguían los movimientos de Tex por el granero. Primero se despidió de sus hermanas, y después de sus tíos. Entonces se dirigió hacia las escaleras. Charlotte se tambaleó, y Hunt la sujetó. No podía creer, que fuera a marcharse tan deprisa, ni siquiera le había pedido que bailara una sola vez.
—¿Ocurre algo? —inquirió Hunt.
Charlotte levantó la cabeza y lo miró, con expresión de culpabilidad, sabiendo que era incapaz de fingir alegría.
—No, es solo que.. no sé, supongo que estoy cansada.
—Y ¿no tendrá eso alguna relación, con el hecho de que alguien acaba de marcharse? —preguntó Hunt, de buen humor.
—¿Quién? —preguntó ella, fingiendo inocencia.
—Antes o después, tendrás que admitirlo —rio Hunt.
—¿Tan evidente es?
—Bueno, yo no quería creerlo, como es natural, pero creo que sí lo es para los demás.
Charlotte suspiró hondo y sonrió.
—Tienes razón, espero no haberte arruinado la noche.
—Me lo he pasado bien. Toto y tú, sois la mejor pareja de baile que haya tenido jamás —Charlotte echó atrás la cabeza y rió—. ¿Quieres irte a casa?
—Sí, pero no hace falta que me acompañes. Hay cientos de guardias de seguridad por todas partes, por no mencionar a Toto —sonrió Charlotte.
—¿Seguro?
—Sí —respondió ella, observando a unas chicas en una esquina—. Creo que una de las hermanas de Tex, ha estado observándote toda la noche.
—¿A mí? —preguntó él sorprendido—. No, no puede ser.
—Sí, a ti.
—Será, porque no había visto nunca bailar a un cerdo.
Charlotte se echó a reír. Era una lástima, que las cosas hubieran salido mal aquella noche. Hunt era un buen chico, pero tenía razón. No podía olvidar a Tex, y sin él, la fiesta había perdido todo su encanto.
Tex no tenía ganas de estar con nadie, pero tampoco de volver a su cabaña, para sentarse solo a compadecerse de sí mismo. Por eso se dirigió hacia la cocina de la mansión, en donde asaltó la nevera y se preparó un sándwich, escuchando la música de la fiesta. A oscuras. Y compadeciéndose de sí mismo.
El ritmo de la música había variado. Tocaban una serie de canciones lentas, que Tex canturreó a solas, con ánimo triste, a la escasísima luz de la nevera.
Era un perdedor. Cerró el refrigerador con la bota y sonrió, lastimeramente. De nuevo se hizo la oscuridad en la cocina, una oscuridad a tono con su estado de ánimo.
Un completo perdedor.
Un perdedor solitario, que solo deseaba que Charlotte abandonara la fiesta y fuera en su busca. Pero tenía pocas probabilidades, de que eso ocurriera.
Tex dio un mordisco al enorme sándwich de salami, queso suizo, tomate, lechuga y pavo. Entonces creyó ver a Charlotte en la lejanía, saliendo del granero y dirigiéndose en su dirección.
No. Imposible. Sus ojos lo engañaban. Se trataba solo de un deseo. Se inclinó hacia adelante y miró atentamente, por la ventana.
Aquella falda. Aquellas piernas. El escote. El cerdo.
Tex, la observó acercarse hipnotizado. Era Charlotte. Y se dirigía hacia la mansión. Hacia la cocina, precisamente. Y allí estaba él, el gran perdedor, de pie con los labios manchados de leche. ¿Dónde diablos estaban las servilletas? Tex, se limpió la boca con la manga.
No podía dejar que lo encontrara en ese estado, ahogando sus penas en una botella de leche. Además, no tenía interés por escuchar lo bien que se lo estaba pasado con Hunt. Lo había visto con sus propios ojos.
Miró a su alrededor. Tenía que esconderse.
Agarró el sándwich y se agachó, entre la nevera y el mueble isla, de acero inoxidable. Echó un vistazo rápido, por encima del hombro y comenzó a reptar, hacia la puerta que daba al comedor. Sus rodillas empezaron a tamborilear, a causa de la posición. Tex se detuvo, pero enseguida continuó. Pop. Pop. Pop, sonaron sus rodillas. ¿Por qué tenían que delatarlo, precisamente en ese momento? Trató de arrastrarse más despacio, pero antes de que pudiera llegar a la puerta del comedor, las luces de la cocina se encendieron y la dulce voz de Charlotte, invadió la estancia.
—Bien, cerdo —dijo ella. Tex se quedó helado—. Solo un aperitivo. ¿Chocolate, dices? Hmm.. No. El azúcar y la cafeína, te mantendrían despierto toda la noche. Y si tú estás despierto, yo estoy despierta.
Las pisadas de los tacones de Charlotte y de las pezuñas de Toto, se fueron acercando. Se dirigían hacia la nevera, donde él estaba escondido.
Cielos. Las cosas iban cada vez peor.
Tex rodeó el mueble isla, con las rodillas tamborileando. Justo a tiempo. Contuvo el aliento.
—¿Y qué te parece una manzana? —preguntó Charlotte, mientras buscaba en el cajón de las frutas de la nevera. Tex la escuchó cerrarla por fin—. Vaya, alguien ha estado aquí, y lo ha dejado todo sucio —musitó, abriendo un cajón para buscar un cuchillo.
Toto bufó y gruñó, y dio la vuelta a la isla.
Tex cerró los ojos. Alguien bufaba a su espalda. Era Toto, saltando de contento. Tex lo agarró y le lanzó una de las miradas, silenciosas y significativas de Wally, como diciendo: «Cállate, no me delates, o haré salchichas contigo».
Pero Toto no pareció entenderlo. La teoría de Wally, se había venido abajo. Entonces, Tex sacó el sándwich.
—Vete —murmuró.
—¿Toto? —lo llamó Charlotte—. Ven aquí, cerdo —Toto se comió el sándwich, en un tiempo récord y buscó más con el hocico, por entre las ropas de Tex—. ¿Qué estás haciendo?
Las faldas de Charlotte crujieron, al lanzarse en pos del cerdo. De pronto, sonó un terrible grito. Charlotte se llevó las manos al pecho, que subía y bajaba agitado, y dio un paso atrás asustada, contra la nevera.
Tex se levantó y la agarró.
—¡Charlotte, soy yo!
—¿Tex?
—Sí.
Tras el susto, ambos se dejaron caer, golpeando con la espalda la nevera y deslizándose por ella, hasta el suelo.