Miércoles 12 de diciembre. No partió aqueste día, por la misma causa del viento contrario dicha. Puso una gran cruz a la entrada del puerto de la parte del Oueste, en un alto muy vistoso, «en señal (dice él) que Vuestras Altezas tienen la tierra por suya, y principalmente por señal de Jesucristo Nuestro Señor y honra de la Cristiandad»; la cual puesta, tres marineros metieron por el monte a ver los árboles y hierbas, y oyeron un gran golpe de gente, todos desnudos como los de atrás, a los cuales llamaron e fueron tras ellos, pero dieron los indios a huir. Y, finalmente tomaron una mujer, que no pudieron más, porque yo (él dice) les había mandado que tomasen algunos para honrallos y hacelles perder el miedo y si hobiesen alguna cosa de provecho, como no parece poder ser otra cosa según la fermosura de la tierra; y así trujeron una mujer muy moza y hermosa a la nao, y habló con aquellos indios, porque todos tenían una lengua. Hízola el Almirante vestir y diole cuentas de vidrio y cascabeles y sortijas de latón y tornóla enviar a tierra muy honradamente, según su costumbre; envió algunas personas de la nao con ella, y tres de los indios que llevaba consigo, porque hablasen con aquella gente. Los marineros que iban en la barca, cuando la llevaban a tierra, dijeron al Almirante que ya no quisiera salir de la nao sino quedarse con las otras mujeres indias que había hecho tomar en el puerto de Mares de la isla Juana de Cuba. Todos estos indios que venían con aquella india diz que venían en una canoa, que es su carabela, en que navegan de alguna parte, y cuando asomaron a la entrada del puerto y vieron los navíos, volviéronse atrás y dejaron la canoa por allí en algún lugar y fuéronse camino de su población. Ella mostraba el paraje de la población. Traía esta mujer un pedacito de oro en la nariz, que era señal que había en aquella isla oro.

 

Jueves 13 de diciembre. Volvieron los tres hombres que había enviado el Almirante con la mujer a tres horas de la noche, y no fueron con ella hasta la población, porque les pareció lejos o porque tuvieron miedo. Dijeron que otro día vernían mucha gente a los navíos, porque ya debían de estar asegurados por las nuevas que daría la mujer. El Almirante, con deseo de saber si había alguna cosa de provecho en aquella tierra, y por haber alguna lengua con aquella gente por ser la tierra tan hermosa y fértil, y tomasen gana de servir a los Reyes, determinó de tornar a enviar a la población, confiando en las nuevas que la india habría dado de los cristianos ser buena gente, para lo cual escogió nueve hombres bien aderezados de armas y aptos para semejante negocio, con los cuales fue un indio de los que traía.

Éstos fueron a la población que estaba cuatro leguas y media a Sueste, la cual hallaron en un grandísimo valle y vacía, porque, como sintieron ir los cristianos, todos huyeron, dejando cuanto tenían, la tierra dentro. La población era de mil casas y de más de mil hombres. El indio que llevaban los cristianos corrió tras ellos dando voces, diciendo que no hobiesen miedo, que los cristianos no eran de Cariba, mas antes eran del cielo, y que daban muchas cosas hermosas a todos los que hallaban. Tanto les imprimió lo que decía, que se aseguraron y vinieron junto de ellos más de dos mil, y todos venían a los cristianos y les ponían las manos sobre la cabeza, que era señal de gran reverencia y amistad, los cuales estaban todos temblando hasta que mucho los aseguraron.

Dijeron los cristianos que, después que ya estaban sin temor, iban todos a sus casas, y cada uno les traía de lo que tenía de comer, que es pan de niames, que son unas raíces como rábanos grandes que nacen, que siembran y nacen y plantan en todas sus tierras, y es su vida, y hacen de ellas pan y cuecen y asan y tienen sabor propio de castañas, y no hay quien no crea comiéndolas que no sean castañas. Dábanles pan y pescado y de lo que tenían. Y porque los indios que traía en el navío tenían entendido que el Almirante deseaba tener algún papagayo, parece que aquel indio que iba con los cristianos díjoles algo de esto, y así les trujeron papagayos y los daban cuanto les pedían sin querer nada por ello. Rogábanles que no se viniesen aquella noche y que les darían otras muchas cosas que tenían en la sierra. Al tiempo que toda aquella gente estaba junta con los cristianos vieron venir una gran batalla o multitud de gente con el marido de la mujer que había el Almirante honrado y enviado, la cual traían caballera sobre sus hombros, y venían a dar gracias a los cristianos por la honra que el Almirante le había hecho y dádivas que le había dado. Dijeron los cristianos al Almirante que era toda gente más hermosa y de mejor condición que ninguna otra de las que habían hasta allí hallado; pero dice el Almirante que no sabe cómo puedan ser de mejor condición que las otras, dando a entender que todas las que habían en las otras islas hallado era de muy buena condición.

Cuando a la hermosura, decían los cristianos que no había comparación, así en los hombres como en las mujeres, y que son blancos más que los otros, y que entre los otros vieron dos mujeres mozas tan blancas como podían ser en España. Dijeron también de la hermosura de las tierras que vieron que ninguna comparación tienen las de Castilla las mejores en hermosura y en bondad, y el Almirante así lo vía por las que ha visto y por las que tenía presentes, y decíanle que las que vía ninguna comparación tenían con aquellas de aquel valle, ni la campiña de Córdoba llegaba aquélla con tanta diferencia como tiene el día de la noche. Decían que todas aquellas tierras estaban labradas y que por medio de aquel valle pasaba un río muy ancho y grande que podía regar todas las tierras. Estaban todos los árboles verdes y llenos de fruta y las hierbas todas floridas y muy altas; los caminos muy anchos y buenos los aires eran como en abril en Castilla, cantaba el ruiseñor y otros pajaritos como en el dicho mes en España, que dicen que era la mayor dulzura del mundo. Las noches cantaban algunos pajaritos suavemente; los grillos y ranas se oían muchas; los pescados como en España. Vieron muchos almácigos y linaloe y algodonales; oro no hallaron, y no es maravilla en tan poco tiempo no se halle. Tomó aquí el Almirante experiencia de qué horas era el día y la noche y de sol a sol; halló que pasaron veinte ampolletas, que son de a media hora, aunque dice que allí puede haber defecto, porque o no la vuelven presto o deja de pasar algo. Dice también que halló por el cuadrante que estaba de la línea equinocial treinta y cuatro grados.

 

Viernes 14 de diciembre. Salió de aquel Puerto de la Concepción con terral, y luego desde a poco calmó, y así lo experimentó cada día de los que por allí estuvo. Después vino viento Levante; navegó con él al Nornordeste, llegó a la isla de la Tortuga, vido una punta de ella que llamó la Punta Pierna, que estaba al Lesnordeste de la cabeza de la isla, y habría doce millas, y de allí descubrió otra punta que llamó la Punta Lanzada, en la misma derrota del Nordeste, que habría diez y seis millas. Y así desde la cabeza de la Tortuga hasta la Punta Aguda habría cuarenta y cuatro millas, que son once leguas al Lesnordeste. En aquel camino había algunos pedazos de playa grandes. Esta isla de la Tortuga es tierra muy alta, pero no montañosa, y es muy hermosa y muy poblada de gente como la de la isla Española, y la tierra así toda labrada, que parecía ver la campiña de Córdoba. Visto que el viento le era contrario y no podía ir a la isla Baneque, acordó tornarse al Puerto de la Concepción, de donde había salido, y no pudo cobrar un río que está de la parte del Leste del dicho dos leguas.

 

Sábado 15 de diciembre. Salió del puerto de la Concepción otra vez para su camino, pero, en saliendo del puerto, ventó Leste recio su contrario, y tomó la vuelta de la Tortuga hasta ella, y de allí dio vuelta para ver aquel río que ayer quisiera ver y tomar y no pudo, y de esta vuelta tampoco lo pudo tomar, aunque surgió media legua de sotaviento en una playa, buen surgidero y limpio. Amarrados sus navíos, fue con las barcas a ver el río, y entró por un brazo de mar que está antes de media legua, y no era la boca. Volvió, y halló la boca que no tenía aún una braza, y venía muy recio; entró con las barcas por él, para llegar a las poblaciones que los que antier había enviado habían visto, y mandó echar la sirga en tierra, y, tirando los marineros de ella, subieron las barcas dos tiros de lombarda, y no pudo andar más por la reciura del corriente del río. Vido algunas casas y el valle grande donde están las poblaciones, y dijo que otra cosa más hermosa no había visto, por medio del cual valle viene aquel río. Vido también gente a la entrada del río, más todos dieron a huir. Dice más, que aquella gente debe ser muy cazada, pues vive con tanto temor, porque en llegando que llegan a cualquier parte, luego hacen ahumadas de las atalayas por toda la tierra, y esto más en esta isla Española y en la Tortuga, que también es grande isla, que en las otras -90- que atrás dejaba. Puso nombre al valle Valle del Paraíso, y al río Guadalquivir, porque diz que así viene tan grande como Guadalquivir por Córdoba, y las veras o riberas de él playa de piedras muy hermosas, y todo andable.

 

Domingo 16 de diciembre. A la media noche, con el ventezuelo de tierra, dio las velas por salir de aquel golfo, y viniendo del bordo de la isla Española yendo a la bolina, porque luego a hora de tercia ventó Leste, a medio golfo halló una canoa con un indio solo en ella, de que se maravillaba el Almirante cómo se podía tener sobre el agua siendo el viento grande. Hízolo meter en la nao a él y su canoa, y halagado, diole cuentas de vidrio, cascabeles y sortijas de latón y llevólo en la nao hasta tierra a una población que estaba de allí diez y seis millas junto a la mar, donde surgió el Almirante y halló buen surgidero en la playa junto a la población, que parecía ser de nuevo hecha, porque todas las casas eran nuevas. El indio fuese luego con su canoa a tierra y da nuevas del Almirante y de los cristianos, por ser buena gente, puesto que ya las tenían por lo pasado de las otras donde habían ido los seis cristianos, y luego vinieron más de quinientos hombres, y desde a poco vino el rey de ellos, todos en la playa junto a los navíos, porque estaban surgidos muy cerca de tierra.

Luego uno a uno, y muchos a muchos, venían a la nao sin traer consigo cosa alguna, puesto que algunos traían algunos granos de oro finísimo en las orejas y en la nariz, el cual luego daban de buena gana. Mandó hacer honra a todos el Almirante, y dice él porque son la mejor gente del mundo y más mansa; y sobre todo, que tengo mucha esperanza en Nuestro Señor que Vuestras Altezas los harán todos cristianos, y serán todos suyos, que por suyos los tengo. Vido también que el dicho rey estaba en la playa, que todos le hacían acatamiento. Envióle un presente el Almirante, el cual diz que recibió con mucho estado, y que sería mozo de hasta veintiún años, y que tenía un ayo viejo y otros consejeros que le aconsejaban y respondían, y que él hablaba muy pocas palabras. Uno de los indios que traía el Almirante habló con él, le dijo que cómo venían los cristianos del cielo, y que andaba en busca de oro y quería ir a la isla de Baneque; y él respondió que bien era, y que en la dicha isla había mucho oro, el cual amostró al alguacil del Almirante que le llevó el presente, el camino que había de llevar, y que en dos días iría de allí a ella, y que si de su tierra había menester algo lo daría de muy buena voluntad. Este rey y todos los otros andaban desnudos como sus madres los parieron, y así las mujeres, sin algún empacho, y son los más hermosos hombres y mujeres que hasta allí hobieron hallado: harto blancos, que si vestidos anduviesen y guardasen del sol y del aire, serían cuasi tan blancos como en España, porque esta tierra es harto fría y la mejor que lengua puede decir.

Es muy alta, y sobre el mayor monte podrían arar bueyes, y hecha toda a campiñas y valles. En toda Castilla no hay tierra que se pueda comparar a ella en hermosura y bondad. Toda esta isla y la de la Tortuga son todas labradas como la campiña de Córdoba. Tienen sembrado en ellas ajes, que son unos ramillos que plantan, y al pie de ellos nacen unas raíces como zanahorias, que sirven por pan, y rallan y amasan y hacen pan de ellas, y después tornan a plantar el mismo ramillo en otra parte y torna a dar cuatro o cinco de aquellas raíces que son muy sabrosas, propio gusto de castaña. Aquí las hay más gordas y buenas que había visto en ninguna parte, porque también diz que de aquellas había en Guinea. Las de aquel lugar eran tan gordas como la pierna, y aquella gente todos diz que eran gordos y valientes y no flacos, como los otros que antes había hallado, y de muy dulce conversación, sin secta. Y los árboles de allí diz que eran tan viciosos que las hojas dejaban de ser verdes y eran prietas de verdura. Era cosa de maravilla ver aquellos valles y los ríos buenas aguas, y las tierras para pan, para ganados de todas suertes, y de que ellos no tienen alguna, para huertas y para todas las cosas del mundo que el hombre sepa pedir.

Después a la tarde vino el rey a la nao. El Almirante le hizo la honra que debía y le hizo decir cómo era de los Reyes de Castilla, los cuales eran los mayores príncipes del mundo. Mas ni los indios que el Almirante traía, que eran los intérpretes, creían nada, ni el rey tampoco, sino creían que venían del cielo y que los reinos de los reyes de Castilla eran en el cielo y no en este mundo. Pusiéronle de comer al rey de las cosas de Castilla y él comía un bocado y después dábalo todo a sus consejeros y al ayo y a los demás que metió consigo.

«Crean Vuestras Altezas que estas tierras son en tanta cantidad buenas y fértiles y en especial estas de esta isla Española, que no hay persona que lo sepa decir, y nadie lo puede creer si no lo viese. Y crean que esta isla y todas las otras son así suyas como Castilla, que aquí no falta, salvo asiento y mandarles hacer lo que quisieren, porque yo con esta gente que traigo, que no son muchos, correría todas estas islas sin afrenta, que ya he visto sólo tres de estos marineros descender en tierra y haber multitud de estos indios y todos huir, sin que les quisiesen hacer mal. Ellos no tienen armas, y son todos desnudos y de ningún ingenio en las armas y muy cobardes, que mil no aguardarían tres, y así son buenos para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo otro que fuere menester y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres».

 

Lunes 17 de diciembre. Ventó aquella noche reciamente, viento Lesnordeste, no se alteró mucho la mar porque lo estorba y escuda la isla de la Tortuga que está frontero y hace abrigo. Así estuvo allí aqueste día. Envió a pescar los marineros con redes; holgáronse mucho con los cristianos los indios y trujéronles ciertas flechas de los de los Caniba o de los Caníbales, y son de las espigas de cañas, y exigiéronles unos palillos tostados y agudos, y son muy largos. Mostráronles dos hombres que les faltaban algunos pedazos de carne de su cuerpo y hiciéronles entender que los caníbales los habían comido a bocados; el Almirante no lo creyó. Tornó a enviar ciertos cristianos a la población, y a truque de contezuelas de vidrio rescataron algunos pedazos de oro labrado en hoja delgada.

Vieron a uno que tuvo el Almirante por gobernador de aquella provincia, que llamaban cacique, un pedazo tan grande como la mano de aquella hoja de oro, y parecía que lo quería resgatar; el cual se fue a su casa y los otros quedaron en la plaza. Y él hacía hacer pedazuelos de aquella pieza, y trayendo cada vez un pedazuelo resgatábalo. Después que no hobo más, dijo por señas que él había enviado por más y que otro día lo traerían. Estas cosas todas y la manera de ellos y sus costumbres y mansedumbre y consejo, muestra de ser gente más despierta y entendida que otros hasta allí hobiese hallado, dice el Almirante.

En la tarde vino allí una canoa de la isla de la Tortuga con bien cuarenta hombres, y, en llegando a la playa, toda la gente del pueblo que estaba junta se asentaron todos en señal de paz, y algunos de la canoa y cuasi todos descendieron en tierra. El cacique que se levantó sólo, y con palabras que parecían de amenaza los hizo volver a la canoa y les echaba agua, y tomaba piedras de la playa y las echaban en el agua; y después que ya todos con mucha obediencia se pusieron y embarcaron en la canoa, él tomó una piedra y la puso en la mano a mi alguacil para que les tirase, al cual yo había enviado a tierra y al escribano y a otros para ver si traían algo que aprovechase, y el alguacil no les quiso tirar. Allí mostró mucho aquel cacique que se favorecía con el Almirante. La canoa se fue luego, y dijeron al Almirante después de ida que en la Tortuga había más oro que en la isla Española, porque es más cerca de Baneque.

Dijo el Almirante que creía que en aquella isla Española ni en la Tortuga hobiese minas de oro, sino que lo traían de Baneque, y que traen poco, porque no tienen aquéllos qué dar por ello, y aquella tierra es tan gruesa que no ha menester que trabajen mucho para sustentarse ni para vestirse, como anden desnudos. Y creía el Almirante que estaba muy cerca de la fuente, y que Nuestro Señor le había de mostrar dónde nace el oro. Tenía nueva que de allí al Baneque había cuatro jornadas, que podrían ser treinta o cuarenta leguas, que en un día de buen tiempo se podían andar.

 

Martes 18 de diciembre. Estovo en aquella playa surto este día porque no había viento y también porque había dicho el cacique que había de traer oro, no porque tuviese en mucho el Almirante el oro, diz, que podía traer, pues allí no había minas, sino por saber mejor de dónde lo traían. Luego en amaneciendo mandó ataviar la nao y la carabela de armas y banderas por la fiesta que era este día de Sancta María de la O o conmemoración de la Anunciación. Tiráronse muchos tiros de lombardas, y el rey de aquella isla Española (dice el Almirante) había madrugado de su casa, que debía de distar cinco leguas de allí, según pudo juzgar, y llegó a hora de tercia a aquella población donde ya estaban algunos de la nao que el Almirante había enviado para ver si venía oro; los cuales dijeron que venían con el rey más de doscientos hombres y que lo traían en unas andas cuatro hombres, y era mozo como arriba se dijo.

Hoy, estando el Almirante comiendo debajo del castillo, llegó a la nao con toda su gente. Y dice el Almirante a los Reyes: «Sin duda pareciera bien a Vuestras Altezas su estado y acatamiento que todos le tienen, puesto que todos andan desnudos. Él, así como entró en la nao, halló que estaba comiendo a la mesa debajo del castillo de popa, y él a buen andar se vino a sentar a par de mí y no me quiso dar lugar que yo me saliese a él ni me levantase de la mesa, salvo que yo comiese. Yo pensé que él ternía a bien de comer de nuestras viandas; mandé luego traerle cosas que él comiese.

»Y, cuando entró debajo del castillo, hizo señas con la mano que todos los suyos quedasen fuera, y así lo hicieron con la mayor priesa y acatamiento del mundo, y se asentaron todos en la cubierta, salvo dos hombres de una edad madura, que yo estimé por sus consejeros y ayo, que vinieron y se asentaron a sus pies, y de las viandas que yo le puse delante tomaba de cada una tanto como se toma para hacer la salva, y después luego lo demás enviábalo a los suyos, y todos comían de ella; y así hizo en el beber, que solamente llegaba a la boca y después así lo daba a los otros, y todo con un estado maravilloso y muy pocas palabras, y aquellas que él decía, según yo podía entender, eran muy asentadas y de seso, y aquellos dos le miraban a la boca y hablaban por él y con él y con mucho acatamiento.

»Después de comido, un escudero traía un cinto, que es propio como los de Castilla en la hechura, salvo que es de otra obra, que él tomó y me lo dio, y dos pedazos de oro labrado que eran muy delgados, que creo que aquí alcanzan poco de él, puesto que tengo que están muy vecinos de donde nace y hay mucho. Yo vide que le agradaba un arambel que yo tenía sobre mi cama; yo se lo di y unas cuentas muy buenas de ámbar que yo traía al pescuezo y unos zapatos colorados y una almatraja de agua de azahar, de que quedó tan contento que fue maravilla; y él y su ayo y consejeros llevan grande pesar porque no me entendían ni yo a ellos. Con todo, le cognocí que me dijo que si me cumpliese algo de aquí, que toda la isla estaba a mi mandar. Yo envié por unas cuentas mías adonde por un señal tengo un excelente de oro en que están esculpidos Vuestras Altezas y se lo amostré y le dije otra vez como ayer que Vuestras Altezas mandaban y señoreaban todo lo mejor del mundo y que no había tan grandes príncipes; y le mostré las banderas reales y las otras de la Cruz, de que él tuvo en mucho; y que grandes señores serían Vuestras Altezas, decía él contra sus consejeros, pues de tan lejos y del cielo me habían enviado hasta aquí sin miedo. Y otras cosas muchas se pasaron que yo no entendía, salvo que bien vía que todo tenía a grande maravilla».

Después que ya fue tarde y él se quiso ir, el Almirante le envió en la barca muy honradamente y hizo tirar muchas lombardas, y, puesto en tierra, subió en sus andas y se fue con sus más de doscientos hombres; y a su hijo le llevaban atrás en los hombros de un indio, hombre muy honrado. A todos los marineros y gente de los navíos donde quiera que los topaba les mandaba dar de comer y hacer mucha honra. Dijo un marinero que le había topado en el camino y visto, que todas las cosas que le había dado el Almirante y cada una de ellas llevaba delante del rey un hombre, a lo que parecía de los más honrados. Iba su hijo atrás del rey buen rato, con tanta compañía de gente como él, y otro tanto un hermano del mismo rey, salvo que iba el hermano a pie y llevábanlo del brazo dos hombres honrados. Éste vino a la nao después del rey, al cual dio el Almirante algunas cosas de los dichos resgates, y allí supo el Almirante que al rey llamaban en su lengua cacique.

En este día se resgató diz que poco oro; pero supo el Almirante, de un hombre viejo, que había muchas islas comarcanas a cien leguas y más, según pudo entender, en las cuales nace muy mucho oro, y en las otras, hasta decirle que había isla que era todo oro, y en las otras que hay tanta cantidad que lo cogen y ciernen como con cedazos y lo funden y hacen vergas y mil labores: figuran por señas la hechura. Este viejo señaló al Almirante la derrota y el paraje donde estaba; determinóse el Almirante de ir allá, y dijo que, si no fuera el dicho viejo tan principal persona de aquel rey, que lo detuviera y llevara consigo, o si supiera la lengua que se lo rogara, y creía, según estaba bien con él y con los cristianos, que se fuera con él de buena gana. Pero, porque tenía ya aquellas gentes por de los Reyes de Castilla y no era razón de hacelles agravio, acordó de dejallo. Puso una cruz muy poderosa enmedio de la plaza de aquella población, a lo cual ayudaron los indios mucho, y hicieron diz que oración y la adoraron, y, por la muestra que dan espera en Nuestro Señor el Almirante que todas aquellas islas han de ser cristianas.

 

Miércoles 19 de diciembre. Esta noche se hizo a la vela por salir de aquel golfo que hace allí la isla de la Tortuga con la Española, y siendo de día tornó el viento Levante, con el cual todo este día no pudo salir de entre aquellas dos islas, y a la noche no pudo tomar un puerto que por allí parecía. Vido por allí cuatro cabos de tierra y una grande bahía y río, y de allí vido una angla muy grande y tenía una población, y a las espaldas un valle entre muchas montañas altísimas, llenas de árboles, que juzgó ser pinos, y sobre los dos Hermanos hay una montaña muy alta y gorda que va de Norte al Sudueste, y del cabo de Torres al Lesueste está una isla pequeña, a la cual puso nombre Santo Tomás, porque es mañana su vigilia. Todo el cerco de aquella isla tiene cabos y puertos maravillosos, según juzgaba él desde la mar. Antes de la isla de la parte del Oueste hay un cabo que entra mucho en la mar alto y bajo, y por eso le puso nombre Cabo Alto y Bajo. Del camino de Torres al Leste cuarta del Sueste hay sesenta millas hasta una montaña más alta que otra que entra en la mar, y parece desde lejos isla por sí por un degollado que tiene de la parte de tierra; púsole nombre Monte Caribata, porque aquella provincia se llamaba Caribata. Es muy hermoso y lleno de árboles verdes y claros, sin nieve y sin niebla, y era entonces por allí el tiempo, cuanto a los aires y templanza, como por marzo en Castilla, y en cuanto a los árboles y hierbas como por mayo; las noches diz que eran de catorce horas.

 

Jueves 20 de diciembre. Hoy, al poner el sol, entró en un puerto que estaba entre la isla de Santo Tomás y el Cabo de Caribata, y surgió. Este puerto es hermosísimo y que cabían en él cuantas naos hay en cristianos: la entrada en él parece desde la mar imposible a los que no hobiesen en él entrado, por unas restringas de peñas que pasan desde el monte hasta cuasi la isla, y no puestas por orden, sino unas acá y otras acullá, unas a la mar y otras a la tierra; por lo cual es menester estar despiertos para entrar por unas entradas que tienen muy anchas y buenas para entrar sin temor, y todo muy fondo de siete brazas, y pasadas las restringas dentro hay doce brazas. Puede la nao estar con una cuerda cualquiera amarrada contra cualesquiera vientos que haya. A la entrada de este puerto diz que había un cañal, que queda a la parte del Oueste de una isleta de arena, y en ella muchos árboles, y hasta el pie de ella hay siete brazas; pero hay muchas bajas en aquella comarca, y conviene abrir el ojo hasta entrar en el puerto; después no hayan miedo a toda la tormenta del mundo. De aquel puerto se parecía un valle grandísimo y todo labrado, que desciende a él del Sueste, todo cercado de montañas altísimas que parece que llegan al cielo, y hermosísimas, llenas de árboles verdes, y sin duda que hay allí montañas más altas que la isla de Tenerife en Canaria, que es tenida por de las más altas que puede hallarse. De esta parte de la isla de Santo Tomás está otra isleta a una legua, y dentro de ella otra, y en todas hay puertos maravillosos; mas cumple mirar por las bajas. Vido también poblaciones y ahumadas que se hacían.

 

Viernes 21 de diciembre. Hoy fue con las barcas de los navíos a ver aquel puerto; el cual vido ser tal que afirmó que ninguno se le iguala de cuantos haya jamás visto, y excúsase diciendo que ha loado los pasados tanto que no sabe cómo lo encarecer, y que teme que sea juzgado por manificador excesivo más de lo que es verdad. A esto satisface diciendo: que él trae consigo marineros antiguos, y éstos dicen y dirán lo mismo, y todos cuantos andan en la mar; conviene a saber, todas las alabanzas que ha dicho de los puertos pasados ser verdad, y ser éste muy mejor que todos ser asimismo verdad. Dice más de esta manera:

«Yo he andado veintitrés años en la mar, sin salir de ella tiempo que se haya de contar, y vi todo el Levante y Poniente, que hice por ir al camino de Septentrión, que es Inglaterra, y he andado la Guinea, mas en todas estas partidas no se hallaría la perfección de los puertos [...] fallado siempre lo [...] mejor que el otro, que yo con buen tiento miraba mi escrebir, y torno a decir que afirmo haber bien escripto, y que agora éste es sobre todos y cabrían en él todas las naos del mundo, y cerrado que con una cuerda la más vieja de la nao la tuviese amarrada».

Desde la entrada hasta el fondo habrá cinco leguas. Vido unas tierras muy labradas, aunque todas son así, y mandó salir dos hombres fuera de las barcas que fuesen a un alto para que viesen si había población, porque de la mar no se vía ninguna; puesto que aquella noche, cerca de las diez horas, vinieron a la nao en una canoa ciertos indios a ver al Almirante y a los cristianos por maravilla, y les dio de los resgates, con que se holgaron mucho. Los dos cristianos volvieron y dijeron dónde habían visto una población grande, un poco desviada de la mar. Mandó el Almirante remar hacia la parte donde la población estaba hasta llegar cerca de tierra, y vio unos indios que venían a la orilla de la mar, y parecía que venían con temor, por lo cual mandó detener las barcas y que les hablasen los indios que traía en la nao, que no les haría mal alguno.

Entonces se allegaron más a la mar, y el Almirante más a tierra; y después que del todo perdieron el miedo, venían tantos que cobrían la tierra, dando mil gracias, así hombres como mujeres y niños; los unos corrían de acá y los otros de allá a nos traer pan que hacen de niames, a que ellos llaman ajes, que es muy blanco y bueno, y nos traían agua en calabazas y en cántaras de barro de la hechura de las de Castilla, y nos traían cuanto en el mundo tenían y sabían que el Almirante quería, y todo con un corazón tan largo y tan contento que era maravilla; «y no se diga que porque lo que daban valía poco por eso lo daban liberalmente -dice el Almirante-, porque lo misma hacían y tan liberalmente los que daban pedazos de oro como los que daban la calabaza de agua; y fácil cosa es de cognocer -dice el Almirante- cuándo se da una cosa con muy deseoso corazón de dar».

Estas son sus palabras: «Esta gente no tiene varas ni azagayas ni otras ningunas armas, ni los otros de toda esta isla, y tengo que es grandísima: son así desnudos como su madre los parió, así mujeres como hombres, que en las otras tierras de la Juana y las otras de las otras islas traían las mujeres delante de sí unas cosas de algodón con que cobijan su natura, tanto como una bragueta de calzas de hombre, en especial después que pasan de edad de doce años, mas aquí ni moza ni vieja; y en los otros lugares todos los hombres hacían esconder sus mujeres de los cristianos por celos, mas allí no, y hay muy lindos cuerpos de mujeres, y ellas las primeras que venían a dar gracias al cielo y traer cuanto tenían, en especial cosas de comer, pan de ajes y gonza avellanada y de cinco o seis maneras frutas», de las cuales mandó curar el Almirante para traer a los Reyes.

No menos diz que hacían las mujeres en las otras partes antes que se ascondiesen, y el Almirante mandaba en todas partes estar todos los suyos sobre aviso que no enojasen a alguno en cosa ninguna y que nada les tomasen contra su voluntad, y así les pagaban todo lo que ellos recibían. Finalmente -dice el Almirante- que no puede creer que hombre haya visto gente de tan buenos corazones y francos para dar y tan temerosos que ellos se deshacían todos por dar a los cristianos cuanto tenían, y en llegando los cristianos luego corrían a traerlo todo.

Después envió el Almirante seis cristianos a la población para que la viesen qué era, a los cuales hicieron cuanta honra podían y sabían y les daban cuanto tenía, porque ninguna duda les queda sino que creían el Almirante y toda su gente haber venido del cielo: lo mismo creían los indios que consigo el Almirante traía de las otras islas, puesto que ya se les había dicho lo que debían de tener. Después de haber ido los seis cristianos, vinieron ciertas canoas con gente a rogar al Almirante, de parte de un señor, que fuese a su pueblo cuando allí se partiese. Canoa es una barca en que navegan, y son dellas grandes y dellas pequeñas. Y visto que el pueblo de aquel señor estaba en el camino sobre una punta de tierra, esperando con mucha gente al Almirante, fue allá, y antes que se partiese vino a la playa tanta gente que era espanto, hombres y mujeres y niños, dando voces que no se fuese sino que se quedase con ellos.

Los mensajeros del otro señor que había venido a convidar, estaban aguardando con sus canoas porque no se fuese sin ir a ver al señor, y así lo hizo, y, en llegando que llegó el Almirante adonde aquel señor le estaba esperando, y tenían muchas cosas de comer, mandó asentar toda su gente; manda que lleven lo que tenían de comer a las barcas donde estaba el Almirante, junto a la orilla de la mar. Y como vido que el Almirante había recebido lo que le habían llevado, todos o los más de los indios dieron a correr al pueblo, que debía estar cerca, para traerle más comida y papagayos y otras cosas de lo que tenían, con tan franco corazón que era maravilla. El Almirante les dio cuentas de vidrio y sortijas de latón y cascabeles, no porque ellos demandasen algo, sino porque le parecía que era razón, y sobre todo -dice el Almirante- porque los tiene ya por cristianos y por de los Reyes de Castilla más que las gentes de Castilla; y dice que otra cosa no falta, salvo saber la lengua y mandarles, porque todo lo que se les mandare harán sin contradicción alguna.

Partióse de allí el Almirante para los navíos, y los indios daban voces, así hombres como mujeres y niños, que no se fuesen y se quedasen con ellos los cristianos. Después que se partían venían tras ellos a la nao canoas llenas de ellos, a los cuales hizo hacer mucha honra y dalles de comer y otras cosas que llevaron. Había también venido antes otro señor de la parte del Oueste, y aun a nado venían muy mucha gente, y estaba la nao más de grande media legua de tierra. El señor que dije se había tornado, envióle ciertas personas para que le viesen y le preguntasen de estas islas; e los recibió muy bien, y los llevó consigo a su pueblo para dalles ciertos pedazos grandes de oro, y llegaron a un gran río, el cual los indios pasaron a nado: los cristianos no pudieron y así se tornaron.

En toda esta comarca hay montañas altísimas que parecen llegar al cielo, que la de la isla de Tenerife parece nada en comparación de ellas en altura y en hermosura, y todas son verdes, llenas de arboledas que es una cosa de maravilla. Entre medio de ellas hay vegas muy graciosas, y al pie de este puerto al Sur hay una vega tan grande que los ojos no pueden llegar con la vista al cabo, sin que tenga impedimento de montaña, que parece que debe tener quince o veinte leguas, por la cual viene un río, y es toda poblada y labrada y está tan verde agora como si fuera en Castilla por mayo o por junio, puesto que las noches tienen catorce horas y sea la tierra tanto septentrional. Así, este puerto es muy bueno para todos los vientos que puedan ventar, cerrado y hondo y todo poblado de gente muy buena y mansa y sin armas buenas ni malas, y puede cualquiera navío estar sin miedo en él que otros navíos que vengan de noche a le saltear, porque, puesto que la boca sea bien ancha de más de dos leguas, es muy cerrada de dos restringas de piedra que escasamente la ven sobre agua, salvo una entrada muy angosta en esta restringa, que no parece sino que fue hecho a mano y que dejaron una puerta abierta cuanto los navíos puedan entrar. En la boca hay siete brazas de hondo hasta el pie de una isleta llana que tiene una playa y árboles al pie de ella; de la parte del Oueste tiene la entrada y se puede llegar una nao sin miedo hasta poner el bordo junto a la peña. Hay de la parte del Norueste tres islas y un gran río a una legua del cabo de este puerto; es el mejor del mundo; púsole nombre el Puerto de la Mar de Santo Tomás, porque era hoy su día: díjole mar por su grandeza.

 

Sábado 22 de diciembre. En amaneciendo, dio las velas para ir su camino a buscar las islas que los indios le decían que tenían mucho oro y de algunas que tenían más oro que tierra; no le hizo tiempo y hobo de tornar a surgir, y envió la barca a pescar con la red. El señor de aquella tierra, que tenía un lugar cerca de allí, le envió una grande canoa llena de gente y en ella un principal criado suyo a rogar al Almirante que fuese con los navíos a su tierra y que le daría cuanto tuviese. Envióle con aquél un cinto que, en lugar de bolsa, traía una carátula que tenía dos orejas grandes de oro de martillo y la lengua y la nariz. Y, como sea esta gente de muy franco corazón que cuanto le piden dan con la mejor voluntad del mundo, les parece que pidiéndoles algo les hacen grande merced: esto dice el Almirante.

Toparon la barca y dieron el cinto a un grumete, y vinieron con su canoa a bordo de la nao con su embajada. Primero que los entendiese, pasó alguna parte del día; ni los indios que él traía los entendían bien, porque tienen alguna diversidad de vocablos en nombres de las cosas. En fin, acabó de entender por señas su convite. El cual determinó de partir el domingo para allá, aunque no solía partir de puerto en domingo, sólo por su devoción y no por superstición alguna; pero con esperanza, dice él, que aquellos pueblos han de ser cristianos por la voluntad que muestran y de los Reyes de Castilla, y porque los tiene ya por suyos y porque le sirvan con amor, les quiere y trabaja hacer todo placer. Antes que partiese hoy envió seis hombres a una población muy grande, tres leguas de allí de la parte del Oueste, porque el señor de ella vino el día pasado al Almirante y dijo que tenía ciertos pedazos de oro.

En llegando allá los cristianos, tomó el señor de la mano al escribano del Almirante, que era uno de ellos, el cual enviaba el Almirante para que no consintiese hacer a los demás cosa indebida a los indios, porque como fuesen tan francos los indios y los españoles tan codiciosos y desmedidos, que no les basta que por un cabo de agujeta y aun por un pedazo de vidrio y de escudilla y por otras cosas de no nada les daban los indios cuanto querían; pero, aunque sin dalles algo se lo querrían todo haber y tomar, lo que el Almirante siempre prohibía, y aunque también eran muchas cosas de poco valor, si no era el oro, las que daban a los cristianos; pero el Almirante, mirando al franco corazón de los indios, que por seis contezuelas de vidrio darían y daban un pedazo de oro, por eso mandaba que ninguna cosa se recibiese de ellos que no se les diese algo en pago. Así que tomó por la mano el señor al escribano y lo llevó a su casa con todo el pueblo, que era muy grande, que le acompañaba, y les hizo dar de comer, y todos los indios les traían muchas cosas de algodón labradas y en ovillos hilado.

Después que fue tarde, dioles tres ánsares muy gordas el señor y unos pedacitos de oro, y vinieron con ellos mucho número de gente y les traían todas las cosas que allá habían resgatado, y a ellos mismos porfiaban de traellos a cuestas, y de hecho lo hicieron por algunos ríos y por algunos lugares lodosos. El Almirante mandó dar al señor algunas cosas, y quedó él y toda su gente con gran contentamiento, creyendo verdaderamente que había venido del cielo, y en ver los cristianos se tenían por bienaventurados. Vinieron este día más de ciento y veinte canoas a los navíos, todas cargadas de gente, y todos traen algo, especialmente de su pan y pescado y agua en cantarillos de barro y simientes de muchas simientes que son buenas especias: echaban un grano en una escudilla de agua y bébenla, y decían los indios que consigo traía el Almirante que era cosa sanísima.

 

Domingo 23 de diciembre. No pudo partir con los navíos a la tierra de aquel señor que lo había enviado a rogar y convidar, por falta de viento; pero envió, con los tres mensajeros que allí esperaban, las barcas con gente y al escribano. Entretanto que aquéllos iban, envió dos de los indios que consigo traía a las poblaciones que estaban por allí cerca del paraje de los navíos, y volvieron con un señor a la nao con nuevas que en aquella isla Española había gran cantidad de oro y que a ella lo venían a comprar de otras partes, y dijéronle que allí hallaría cuanto quisiese. Vinieron otros que confirmaban haber en ella mucho oro, y mostrábanle la manera que se tenía en cogello. Todo aquello entendía el Almirante con pena; pero todavía tenía por cierto que en aquellas partes había grandísima cantidad de ello y que, hallando el lugar donde se saca, habrá gran barato de ello, y según imaginaba que no por nada. Y torna a decir que cree que debe haber mucho, porque en tres días que había que estaba en aquel puerto había habido buenos pedazos de oro, y no puede creer que allí lo traigan de otra tierra. «Nuestro Señor, que tiene en las manos todas las cosas, vea de me remediar y dar como fuere su servicio», éstas son palabras del Almirante.

Dice que aquella hora cree haber venido a la nao más de mil personas y que todas traían algo de lo que poseen; y antes que lleguen a la nao, con medio tiro de ballesta, se levantan en sus canoas en pie y toman en las manos lo que traen diciendo: «Tomad, tomad». También cree que más de quinientos vinieron a la nao nadando por no tener canoas, y estaba surta cerca de una legua de tierra. Juzgaba que habían venido cinco señores, hijos de señores, con toda su casa, mujeres y niños, a ver los cristianos. A todos mandaba dar el Almirante, porque todo diz que era bien empleado, y dice: «Nuestro Señor me aderece, por su piedad, que halle este oro, digo su mina, que hartos tengo aquí que dicen que la saben», éstas son sus palabras. En la noche llegaron las barcas, y dijeron que había gran camino hasta donde venían, y que al monte de Caribatan hallaron muchas canoas con muy mucha gente que venían a ver al Almirante y a los cristianos del lugar donde ellos iban. Y tenía por cierto que si aquella fiesta de Navidad pudiera estar en aquel puerto, viniera toda la gente de aquella isla, que estimaba ya por mayor que Inglaterra, por verlos; los cuales se volvieron todos con los cristianos a la población, la cual diz que afirmaban ser la mayor y la más concertada de calles que otras de las pasadas y halladas hasta allí, la cual diz que es de parte de la Punta Santa, al Sueste cuasi tres leguas.

Y como las canoas andan mucho de remos, fuéronse delante a hacer saber al cacique, que ellos llamaban allí. Hasta entonces no había podido entender el Almirante si lo dicen por rey o por gobernador. También dicen otro nombre por grande que llaman nitayno; no sabía si lo decían por hidalgo o gobernador o juez. Finalmente, el cacique vino a ellos, y se ayuntaron en la plaza, que estaba muy barrida, todo el pueblo, que había más de dos mil hombres. Este rey hizo mucha honra a la gente de los navíos, y los populares cada uno les traía algo de comer y de beber. Después el rey dio a cada uno unos paños de algodón que visten las mujeres, y papagayos para el Almirante y ciertos pedazos de oro: daban también los populares de los mismos paños y otras cosas de sus casas a los marineros, por pequeña cosa que les daban, la cual, según la recibían, parecía que la estimaban por reliquias. Ya a la tarde, queriendo despedir, el rey les rogaba que aguardasen hasta otro día; lo mismo todo el pueblo. Visto que determinaban su venida, vinieron con ellos mucho del camino, trayéndoles a cuestas lo que el cacique y los otros les habían dado hasta las barcas, que quedaban a la entrada del río.

 

Lunes 24 de diciembre. Antes de salido el sol, levantó las anclas con el viento terral. Entre los muchos indios que ayer habían venido a la nao, que les habían dado señales de haber en aquella isla oro y nombrado los lugares donde lo cogían, vido uno parece que más dispuesto y aficionado o que con más alegría le hablaba, y halagólo rogándole que se fuese con él a mostralle las minas del oro. Este trujo otro compañero o pariente consigo, los cuales, entre los otros lugares que nombraban donde se cogía el oro dijeron de Cipango, al cual ellos llaman Civao, y allí afirman que hay gran cantidad de oro, y que el cacique trae las banderas de oro de martillo, salvo que está muy lejos al Leste.

El Almirante dice aquí estas palabras a los Reyes «Crean Vuestras Altezas que en el mundo todo no puede haber mejor gente, ni más mansa. Deben tomar Vuestras Altezas grande alegría porque luego los harán cristianos y los habrán enseñado en buenas costumbres de sus reinos, que más mejor gente ni tierra puede ser, y la gente y la tierra en tanta cantidad que yo no sé ya cómo lo escriba; porque yo he hablado en superlativo grado la gente y la tierra de la Juana, a que ellos llaman Cuba; mas hay tanta diferencia de ellos y de ella a ésta en todo como del día a la noche, ni creo que otro ninguno que esto hobiere visto hobiese hecho ni dijese menos de lo que yo tengo dicho, y digo que es verdad que es maravilla las cosas de acá y los pueblos grandes de esta isla Española, que así la llamé y ellos le llaman Bohío, y todos de muy singularísimo tracto amoroso y habla dulce, no como los otros que parece cuando hablan que amenazan, y de buena estatura hombres y mujeres, y no negros. Verdad es que todos se tiñen, algunos de negro y otros de otra color, y los más de colorado. He sabido que lo hacen por el sol, que no les haga tanto mal, y las casas y lugares tan hermosos, y con señorío en todos como juez o señor de ellos, y todos le obedecen que es maravilla, y todos estos señores son de pocas palabras y muy lindas costumbres, y su mando es lo más con hacer señas con la mano, y luego es entendido que es maravilla». Todas son palabras del Almirante.

Quien hobiere de entrar en la mar de Santo Tomé, se debe meter una buena legua sobre la boca de la entrada sobre una isleta llana que en el medio hay, que le puso nombre la Amiga, llevando la proa en ella. Y después que llegare a ella con el ot. de una piedra, pase de la parte de Oueste y quédele ella al Leste, y se llegue a ella y no a la otra parte, porque viene una restringa muy grande del Oueste, e aun en la mar fuera de ella hay unas tres bajas, y esta restringa se llega a la Amiga un tiro de lombarda, y entremedias pasará y hallará a lo más bajo siete brazas y cascajos abajo, y dentro hallará puerto para todas las naos del mundo y que estén sin amarras. Otra restringa y bajas vienen de la parte del Leste a la dicha isla Amiga, y son muy grandes y salen en la mar mucho y llega hasta el cabo cuasi dos leguas; pero entre ellas pareció que había entrada a tiro de dos lombardas de la Amiga, y al pie del Monte Garibatan de la parte del Oueste hay un muy buen puerto y muy grande.

 

Martes 25 de diciembre, día de Navidad. Navegando con poco viento el día de ayer desde la mar de Santo Tomé hasta la Punta Santa, sobre la cual a una legua estuvo así hasta pasado el primer cuarto, que serían a las once horas de la noche, acordó echarse a dormir, porque había dos días y una noche que no había dormido. Como fuese calma, el marinero que gobernaba la nao acordó irse a dormir, y dejó el gobernario a un mozo grumete, lo que mucho siempre había el Almirante prohibido en todo el viaje, que hobiese viento o que hobiese calma: conviene a saber, que no dejasen gobernar a los grumetes. El Almirante estaba seguro de bancos y de peñas, porque el domingo, cuando envió las barcas a aquel rey, habían pasado al Leste de la dicha Punta Santa bien tres leguas y media, y habían visto los marineros toda la costa y los bajos que hay desde la dicha Punta Santa al Leste bien tres leguas, y vieron por dónde se podía pasar, lo que todo este viaje no hizo.

Quiso Nuestro Señor que a las doce horas de la noche, como habían visto acostar y reposar el Almirante y vían que era calma muerta y la mar como en una escudilla, todos se acostaron a dormir, y quedó el gobernalle en la mano de aquel muchacho, y las aguas que corrían llevaron la nao sobre uno de aquellos bancos. Los cuales, puesto que fuese de noche, sonaban que de una grande legua se oyeran y vieran, y fue sobre él tan mansamente que casi no se sentía. El mozo, que sintió el gobernalle y oyó el sonido de la mar, dio voces, a las cuales salió el Almirante y fue tan presto que aún ninguno había sentido que estuviesen encallados. Luego el maestre de la nao cuya era la guardia, salió; y díjoles el Almirante a él y a los otros que halasen el batel que traían por popa y tomasen un ancla y la echasen por popa, y él con otros muchos saltaron en el batel, y pensaba el Almirante que hacían lo que les había mandado.

Ellos no curaron sino de huir a la carabela que estaba a barlovento media legua. La carabela no los quiso recebir haciéndolo virtuosamente, y por esto volvieron a la nao; pero primero fue a ella la barca de la carabela. Cuando el Almirante vido que se huían y que era su gente, y las aguas menguaban y estaba ya la nao la mar de través, no viendo otro remedio, mandó cortar el mástel y alijar de la nao todo cuanto pudieron para ver si podían sacarla; y como todavía las aguas menguasen no se pudo remediar, y tomó lado hacia la mar traviesa, puesto que la mar era poco o nada, y entonces se abrieron los conventos y no la nao.

El Almirante fue a la carabela para poner en cobro la gente de la nao en la carabela, y, como ventase ya ventecillo de la tierra y también aún quedaba mucho de la noche, ni supiesen cuánto duraban los bancos, temporejó a la corda hasta que fue de día, y luego fue a la nao por de dentro de la restringa del banco. Primero había enviado el batel a tierra con Diego de Arana, de Córdoba, alguacil del Armada, y Pedro Gutiérrez, repostero de la Casa Real, a hacer saber al rey que lo había enviado a convidar y rogar el sábado que se fuese con los navíos a su puerto, el cual tenía su villa adelante obra de una legua y media del dicho banco; el cual como lo supo dicen que lloró, y envió toda su gente de la villa con canoas muy grandes y muchas a descargar todo lo de la nao.

Y así se hizo y se descargó todo lo de las cubiertas en muy breve espacio: tanto fue el grande aviamiento y diligencia que aquel rey dio. Y él con su persona, con hermanos y parientes, estaban poniendo diligencia así en la nao como en la guarda de lo que se sacaba a tierra, para que todo estuviese a muy buen recaudo. De cuando en cuando enviaba uno de sus parientes al Almirante llorando a lo consolar, diciendo que no recibiese pena ni enojo, que él le daría cuanto tuviese. Certifica el Almirante a los Reyes que en ninguna parte de Castilla tan buen recaudo en todas las cosas se pudiera poner sin faltar un agujeta. Mandólo poner todo junto con las casas entretanto que se vaciaban algunas cosas que quería dar, donde se pusiese y guardase todo. Mandó poner hombres armados en rededor de todo, que velasen toda la noche.

«Él con todo el pueblo lloraban tanto -dice el Almirante-, son gente de amor y sin codicia y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras Altezas que en el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra: ellos aman a sus prójimos como a sí mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo y mansa, y siempre con risa. Ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parieron. Mas, crean Vuestras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente que es placer de verlo todo, y la memoria que tienen, y todo quieren ver, y preguntan qué es y para qué». Todo esto dice el Almirante.

 

Miércoles 26 de diciembre. Hoy, a salir del sol, vino el rey de aquella tierra que estaba en aquel lugar a la carabela Niña, donde estaba el Almirante, y cuasi llorando le dijo que no tuviese pena, que él le daría cuanto tenía, y que había dado a los cristianos que estaban en tierra dos muy grandes casas, y que más les daría si fuesen menester y cuantas canoas pidiesen cargar y descargar la nao y poner en tierra cuanta gente quisiese; y que así lo había hecho ayer, sin que se tomasen una migaja de pan ni otra cosa alguna; tanto -dice el Almirante- son fieles y sin cudicia de lo ajeno, y así era sobre todos aquel rey virtuoso. En tanto que el Almirante estaba hablando con él, vino otra canoa de otro lugar que traía ciertos pedazos de oro, los cuales quería dar por un cascabel, porque otra cosa tanto no deseaban como cascabeles. Que aún no llega la canoa a bordo cuando llamaban y mostraban los pedazos de oro, diciendo chuq chuq por cascabeles, que están en puntos de se tornar locos por ellos.

Después de haber visto esto, y partiéndose estas canoas que eran de los otros lugares, llamaron al Almirante y le rogaron que les mandase guardar un cascabel hasta otro día, porque él traería cuatro pedazos de oro tan grandes como la mano. Holgó el Almirante de oír esto, y después un marinero que venía de tierra dijo al Almirante que era cosa de maravilla las piezas de oro que los cristianos que estaban en tierra resgataban por no nada; por una agujeta daban pedazos que serían más de dos castellanos, y que entonces no era nada al respecto de lo que sería dende a un mes. El rey se holgó mucho con ver al Almirante alegre, y entendió que deseaba mucho oro, y díjole por señas que él sabía cerca de allí adonde había de ello muy mucho en grande suma y que estuviese de buen corazón, que él daría cuanto oro quisiese, y de ello diz que le daba razón, y en especial que lo había en Cipango, a que ellos llamaban Civao, en tanto grado que ellos no le tienen en nada, y que él lo traería allí, aunque también en aquella isla Española, a quien llaman Bohío, y en aquella provincia Caribata lo había mucho más. El rey comió en la carabela con el Almirante, y después salió con él en tierra, donde hizo al Almirante mucha honra y le dio colación de dos o tres maneras de ajes y con camarones y caza y otras viandas que ellos tenían, y de su pan que llamaban cazavi, donde lo llevó a ver unas verduras de árboles junto a las casas, y andaban con él bien mil personas, todos desnudos. El señor ya traía camisa y guantes que el Almirante le había dado, y por los guantes hizo mayor fiesta que por cosa de las que le dio. En su comer, con su honestidad y hermosa manera de limpieza, se mostraba bien ser de linaje. Después de haber comido, que tardó buen rato estar a la mesa, trujeron ciertas hierbas con que se fregó mucho las manos: creyó el Almirante que lo hacía para ablandarlas, y diéronle aguamanos.

Después que acabaron de comer, llevó a la playa al Almirante, y el Almirante envió por un arco turquesco y un manojo de flechas, y el Almirante hizo tirar a un hombre de su compañía, que sabía de ello; y el señor, como no sepa qué sean armas, porque no las tienen ni las usan, le pareció gran cosa; aunque diz que el comienzo fue sobre habla de los de Caniba, que ellos llaman caribes, que los vienen a tomar, y traen arcos y flechas sin hierro, que todas aquellas tierras no había memoria de él y de acero ni de otro metal, salvo de oro y de cobre, aunque cobre no había visto sino poco el Almirante. El Almirante le dijo por señas que los Reyes de Castilla mandarían destruir a los caribes y que a todos se los mandarían traer las manos atadas.

Mandó el Almirante tirar una lombarda y una espingarda, y viendo el efecto que su fuerza hacían y lo que penetraban, quedó maravillado. Y cuando su gente oyó los tiros cayeron todos en tierra. Trujeron al Almirante una gran carátula que tenía grandes pedazos de oro en las orejas y en los ojos y en otras partes, la cual le dio con otras joyas de oro que el mismo rey había puesto al Almirante en la cabeza y al pescuezo; y a otros cristianos que con él estaban dio también muchas. El Almirante recibió mucho placer y consolación de estas cosas que vía, y se le templó el angustia y pena que había recibido y tenía de la pérdida de la nao, y conoció que Nuestro Señor había hecho encallar allí la nao porque hiciese allí asiento.

«Y a esto (dice él), vinieron tantas cosas a la mano, que verdaderamente, no fue aquél desastre, salvo gran ventura. Porque es cierto (dice él) que si yo no encallara, que yo fuera de largo sin surgir en este lugar, porque él está metido acá dentro en una grande bahía y en ella dos o tres restringas de bajas. Ni este viaje dejara aquí gente, ni aunque yo quisiera dejarla no les pudiera dar tan buen aviamento ni tantos pertrechos ni tantos mantenimientos ni aderezos para fortaleza. Y bien es verdad que mucha gente de esta que va aquí me habían rogado y hecho rogar que les quisiera dar licencia para quedarse. Agora tengo ordenado de hacer una torre y fortaleza, todo muy bien, y una grande cava, no porque crea que haya esto menester por esta gente, porque tengo dicho que con esta gente que yo traigo sojuzgaría toda esta isla, la cual creo que es mayor que Portugal, y más gente al doblo; mas son desnudos y sin armas y muy cobardes fuera de remedio.

»Mas es razón que se haga esta torre y se esté como se ha de estar, estando tan lejos de Vuestras Altezas, y porque conozcan el ingenio de la gente de Vuestras Altezas y lo que pueden hacer, porque con amor y temor le obedezcan; y así terminan tablas para hacer todas las fortalezas de ellas y mantenimientos de pan y vino para más de un año y simientes para sembrar y la barca de la nao y un calafete y un carpintero y un lombardero y un tonelero y muchos entre ellos hombres que desean mucho, por servicio de Vuestras Altezas y me hace placer, de saber de la mina adonde se coge el oro. Así que todo es venido mucho a pelo para que se faga este comienzo. Y sobre todo, que cuando encalló la nao fue tan paso que quasi no se sintió ni había ola ni viento».

Todo esto dice el Almirante. Y añade más para mostrar que fue gran ventura y determinada voluntad de Dios que la nao allí encallase porque dejase allí gente, que si no fuera por la traición del maestre y de la gente, que eran todos o los más de su tierra, de no querer echar el ancla por popa para sacar la nao, como el Almirante los mandaba, la nao se salvara, y así no pudiera saberse la tierra (dice él) como se supo aquellos días que allí estuvo, y adelante por los que allí entendía dejar, porque él iba siempre con intención de descubrir y no parar en parte más de un día si no era por falta de los vientos, porque la nao diz que era muy pesada y no para el oficio de descubrir. Y llevar tal nao diz que causaron los de Palos, que no cumplieron con el Rey y la Reina lo que le habían prometido: dar navíos convenientes para aquella jornada, y no lo hicieron.

Concluye el Almirante diciendo que de todo lo que en la nao había no se perdió una agujeta, ni tabla ni clavo, porque ella quedó sana como cuando partió, salvo que se cortó y rajó algo para sacar la vasija y todas las mercaderías, y pusiéronlas todas en tierra y bien guardadas, como está dicho; dice que espera en Dios que a la vuelta que él entendía hacer de Castilla, había de hallar un tonel de oro que habrían resgatado los que había de dejar y que habrían hallado la mina del oro y la especiería, y aquello en tanta cantidad que los Reyes antes de tres años emprendiesen y aderezasen para ir a conquistar la casa santa, «que así -dice él- protesté a Vuestras Altezas que toda la ganancia de esta mi empresa se gastase en la conquista de Jerusalén, y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía, y que sin esto tenían aquella gana». Palabras del Almirante.

 

Jueves 27 de diciembre. En saliendo el sol, vino a la carabela el rey de aquella tierra, y dijo al Almirante que había enviado por oro y que lo quería cobrir todo de oro antes que se fuese, antes le rogaba que no se fuese; y comieron con el Almirante el rey e un hermano suyo y otro su pariente muy privado, los cuales dos le dijeron que querían ir a Castilla con él. Estando en esto, vinieron cómo la carabela Pinta estaba en un río al cabo de aquella isla; luego envió el cacique allá una canoa y en ella el Almirante un marinero, porque amaba tanto al Almirante que era en maravilla. Ya entendía el Almirante con cuánta priesa podía por despacharse para la vuelta de Castilla.

 

Viernes 28 de diciembre. Para dar orden y priesa en el acabar de hacer la fortaleza y en la gente que en ella había de quedar, salió el Almirante en tierra y parecióle que el rey le había visto cuando iba en la barca, el cual se entró presto en su casa disimulando, y envió a un su hermano que recibiese al Almirante y llevólo a una de las casas que tenía dadas a la gente del Almirante, la cual era la mayor y mejor de aquella villa. En ella le tenían aparejado un estrado de camisas de palma, donde le hicieron asentar. Después el hermano envió un escudero suyo a decir al rey que el Almirante estaba allí, como que el rey no sabía que era venido, puesto que el Almirante creía que lo disimulaba por hacelle mucha más honra. Como el escudero se lo dijo, dio el cacique diz que a correr para el Almirante, y púsole al pescuezo una gran plasta de oro que traía en la mano. Estuvo allí con él hasta la tarde, deliberando lo que había de hacer.

 

Sábado 29 de diciembre. En saliendo el sol, vino a la carabela un sobrino del rey muy mozo y de buen entendimiento y buenos hígados (como dice el Almirante); y como siempre trabajase por saber a dónde se cogía el oro, preguntaba a cada uno, porque por señas ya entendía algo, y así aquel mancebo le dijo que a cuatro jornadas había una isla al Leste que se llamaba Guarionex, y otras que se llamaban Mocorix, Mayonic, Fuma, Cibao y Coroay, en las cuales había infinito oro, los cuales nombres escribió el Almirante y supo esto que le había dicho un hermano del rey, e riñó con él, según el Almirante entendió. También otras veces había el Almirante entendido que el rey trabajaba porque no entendiese dónde nacía y se cogía el oro, porque no lo fuese a resgatar o comprar a otra parte. Mas es tanto y en tantos lugares y en esta mesma isla Española (dice el Almirante), que es maravilla. Siendo ya de noche le envió el rey una gran carátula de oro, y envióle a pedir un bacín de aguamanos y un jarro. Creyó el Almirante que lo pedía para mandar hacer otro, y así se lo envió.

 

Domingo 30 de diciembre. Salió el Almirante a comer a tierra, y llegó a tiempo que habían venido cinco reyes subjetos a aqueste que se llamaba Guacanagari, todos con sus coronas, representando muy buen estado, que dice el Almirante a los Reyes que Sus Altezas hubieran placer de ver la manera de ellos. En llegando en tierra, el rey vino a recibir al Almirante, y lo llevó de brazos a la misma casa de ayer, a do tenía un estrado y sillas en que asentó al Almirante; y luego se quitó la corona de la cabeza y se la puso al Almirante, y el Almirante se quitó del pescuezo un collar de buenos alaqueques y cuentas muy hermosas de muy lindos colores, que parecía muy bien en toda parte, y se lo puso a él, y se desnudó un capuz de fina grana, que aquel día se había vestido, y se lo vistió, y envió por unos borceguíes de color que le hizo calzar, y le puso en el dedo un grande anillo de plata, porque habían dicho que vieron una sortija de plata a un marinero y que había hecho mucho por ella. Quedó muy alegre y muy contento, y dos de aquellos reyes que estaban con él vinieron a donde el Almirante estaba con él y trujeron al Almirante dos grandes plastas de oro, cada uno la suya. Y estando así vino un indio diciendo que había dos días que dejara la carabela Pinta al Leste en un puerto. Tornóse el Almirante a la carabela, y Vicente Anos, capitán de ella, afirmó que había visto ruibarbo y que lo había en la isla Amiga, que está a la entrada de la mar de Santo Tomé, que estaba seis leguas de allí, e que había cognocido los ramos y raíz. Dicen que el ruibarbo echa unos ramitos fuera de tierra y unos frutos que parecen moras verdes cuasi secas, y el palillo que está cerca de la raíz es tan amarillo y tan fino como la mejor color que puede ser para pintar, y debajo de la tierra hace la raíz como una grande pera.

 

Lunes 31 de diciembre. Aqueste día se ocupó en mandar tomar agua y leña para la partida a España por dar noticia presto a los Reyes para que enviasen navíos que descubriesen lo que quedaba por descubrir, porque ya el negocio parecía tan grande y de tanto tomo que es maravilla -dijo el Almirante-, y dice que no quisiera partirse hasta que hobiere visto toda aquella tierra que iba hacia el Leste y andarla toda por la costa, por saber también diz que el tránsito de Castilla a ella, para traer ganados y otras cosas. Mas, como hobiese quedado con un solo navío, no le parecía razonable cosa ponerse a los peligros que le pudieran ocurrir descubriendo. Y quejábase que todo aquel mal e inconveniente1 haberse apartado de la carabela Pinta.

 

Martes 1 de enero de 1493. A media noche despachó la barca que fuese a la isleta Amiga para traer el ruibarbo. Volvió a vísperas con un serón de ello; no trujeron más porque no llevaron azada para cavar: aquello llevó por muestra a los Reyes. El rey de aquella tierra diz que había enviado muchas canoas por oro. Vino la canoa que fue a saber de la Pinta y el marinero y no la hallaron. Dijo aquel marinero que veinte leguas de allí habían visto un rey que traía en la cabeza dos grandes plastas de oro, y luego que los indios de la canoa le hablaron se las quitó, y vido también mucho oro a otras personas. Creyó el Almirante que el rey Guacanagari debía de haber prohibido a todos que no vendiesen oro a los cristianos, porque pasase todo por su mano. Mas él había sabido los lugares, como dije antier, donde lo había en tanta cantidad que no lo tenían en precio. También la especería que (como dice el Almirante) es mucha y más vale que pimiento y manegueta. Dejaba encomendados a los que allí quería dejar que hobiesen cuanta pudiesen.

 

Miércoles 2 de enero. Salió de mañana en tierra para se despedir del rey Guacanagari e partirse en el nombre del Señor, e diole una camisa suya y mostróle la fuerza que tenían y efecto que hacían las lombardas, por lo cual mandó armar una y tirar al costado de la nao que estaba en tierra, porque vino a propósito de platicar sobre los caribes, con quien tienen guerra, y vido hasta dónde llegó la lombarda y cómo pasó el costado de la nao y fue muy lejos la piedra por la mar. Hizo hacer también un escaramuza con la gente de los navíos armada, diciendo al cacique que no hubiese miedo a los caribes aunque viniesen. Todo esto diz que hizo el Almirante porque tuviese por amigos a los cristianos que dejaba y por ponerle miedo que los temiese. Llevólo el Almirante a comer consigo a la casa donde estaba aposentado y a los otros que iban con él. Encomendóle mucho el Almirante a Diego de Arana y a Pedro Gutiérrez y a Rodrigo Escovedo, que dejaba juntamente por sus tenientes de aquella gente que allí dejaba, porque todo fuese bien regido y gobernado a servicio de Dios y de Sus Altezas. Mostró mucho amor el cacique al Almirante y gran sentimiento en su partida, mayormente cuando le vido ir a embarcarse. Dijo al Almirante un privado de aquel rey, que había mandado hacer una estatua de oro puro tan grande como el mismo Almirante y que dende a diez días la habían de traer. Embarcóse con propósito de se partir luego, mas el viento no le dio lugar.

Dejó en aquella isla Española, que los indios diz que llamaban Bohío, treinta y nueve hombres con la fortaleza, y diz que muchos amigos de aquel rey Guacanagari, e sobre aquellos, por sus tenientes, a Diego de Arana, natural de Córdoba, y a Pedro Gutiérrez, repostero de estrado del Rey, criado del despensero mayor, e a Rodrigo de Escovedo, natural de Segovia, sobrino de Fr. Rodrigo Pérez, con todos sus poderes que de los Reyes tenía. Dejóles todas las mercaderías que los Reyes mandaron comprar para los resgates, que eran muchas, para que las trocasen y resgatasen por oro, con todo lo que traía la nao. Dejóles también pan bizcocho para un año y vino y mucha artillería, y la barca de la nao para que ellos, como marineros que eran los más, fuesen, cuando viesen que convenía, a descubrir la mina de oro, porque a la vuelta que volviese el Almirante hallase mucho oro, y lugar donde se asentase una villa, porque aquel no era puerto a su voluntad; mayormente que el oro que allí traían venía diz que del Leste, y cuanto más fuesen al Leste tanto estaban cercanos de España. Dejóles también simientes para sembrar, y sus oficiales, escribano y alguacil, y un carpintero de naos y calafate y un buen lombardero, que sabe bien de ingenios, y un tonelero y un físico y un sastre, y todos diz que hombres de la mar.

 

Jueves 3 de enero. No partió hoy porque anoche diz que vinieron tres de los indios que traía de las islas que se habían quedado, y dijéronle que los otros y sus mujeres venían al salir del gol. La mar también fue algo alterada, y no pudo la barca estar en tierra; determinó partir mañana, mediante la gracia de Dios. Dijo que si él tuviera consigo la carabela Pinta tuviera por cierto de llevar un tonel de -118- oro, porque osara seguir las costas de estas islas, lo que no osaba hacer por ser solo, porque no le acaeciese algún inconveniente y se impidiese su vuelta a Castilla y la noticia que debía dar a los Reyes de todas las cosas que había hallado. Y si fuera cierto que la carabela Pinta llegara a salvamento en España con aquel Martín Alonso Pinzón, dijo que no dejara de hacer lo que deseaba; pero porque no sabía de él y porque ya que vaya podrá informar a los Reyes de mentiras porque no le manden dar la pena que él merecía como quien tanto mal había hecho y hacía en haberse ido sin licencia y estorbar los bienes que pudieran hacerse y saberse de aquella vez, dice el Almirante, confiaba que Nuestro Señor le daría buen tiempo y se podría remediar todo.

 

Viernes 4 de enero. Saliendo el sol, levantó las anclas con poco viento con la barca por proa el camino del Norueste para salir fuera de la restringa, por otra canal más ancha de la que entró, la cual y otras son muy buenas para ir por delante de la Villa de Navidad, y por todo aquello el más bajo fondo que halló fueron tres brazas hasta nueve, y estas dos van de Norueste al Sueste, según aquellas restringas eran grandes que duran desde el Cabo Santo hasta el Cabo de Sierpe, que son más de seis leguas, y fuera en la mar bien tres y sobre el Cabo Santo bien tres, y sobre el Cabo Santo a una legua no hay más de ocho brazas de fondo, y dentro del dicho cabo, de la parte del Leste, hay muchos bajos y canales para entrar por ellos, y toda aquella costa se corre Norueste Sueste y es toda playa, y la tierra muy llana hasta bien cuatro leguas la tierra adentro. Después hay montañas muy altas y es toda muy poblada de poblaciones grandes y buena gente, según se mostraba con los cristianos. Navegó así al Leste, camino de un monte muy alto que quiere parecer isla, pero no lo es, porque tiene participación con tierra muy baja, el cual tiene forma de un anfaneque muy hermoso, al cual puso nombre Monte-Cristi, el cual está justamente al Leste del Cabo Santo, y habrá diez y echo leguas. Aquel día, por ser el viento muy poco, no pudo llegar al Monte-Cristi con seis leguas.

Halló cuatro isletas de arena muy bajas, con una restringa que salía mucho al Norueste y andaba mucho al Sueste. Dentro hay un grande golfo que va desde dicho monte al Sueste bien veinte leguas, el cual debe ser todo de poco fondo y muchos bancos, y dentro de él en toda la costa muchos ríos no navegables, aunque aquel marinero que el Almirante envió con la canoa a saber nuevas de la Pinta, dijo que vido un río en el cual podían entrar naos. Surgió por allí el Almirante seis leguas de Monte-Cristi en diez y nueve brazas, dando la vuelta a la mar por apartarse de muchos bajos y restringas que por allí había, donde estuvo aquella noche. Da el Almirante aviso que el que hobiere de ir a la Villa de la Navidad, que cognociere a Monte-Cristi, debe meterse en la mar dos leguas, etc.; pero porque ya se sabe la tierra y más por allí no se pone aquí. Concluye que Cipango estaba en aquella isla y que hay mucho oro y especería y almáciga y ruibarbo.

 

Sábado 5 de enero. Cuando el sol quería salir, dio la vela con el terral; después ventó Leste, y vido que de la parte del Susueste del Monte-Cristi, entre él y una isleta, parecía ser buen puerto para surgir esta noche, y tomó el camino al Lesueste, y después al Sursueste bien seis leguas a cerca del monte; y halló, andadas las seis leguas, diez y siete brazas de hondo y muy limpio, y anduvo así tres leguas con el mismo fondo. Después abajó a doce brazas hasta el morro del monte, y sobre el morro del monte a una legua halló nueve, y limpio todo arena menuda. Siguió así el camino hasta que entró entre el monte y la isleta, adonde halló tres brazas y media de fondo con baja mar, muy singular puerto adonde surgió. Fue con la barca a la isleta, donde halló fuego y rastro que habían estado allí pescadores. Vido allí muchas piedras pintadas de colores, o cantera de piedras tales de labores naturales muy hermosas diz que para edificios de iglesia o de otras obras reales, como las que halló en la isleta de San Salvador. Halló también en esta isleta muchos pies de almáciga.

Este Monte-Cristi diz que es muy hermoso y alto y andable, de muy linda hechura, y toda la tierra cerca de él es baja, muy linda campiña, y él queda así alto que viéndolo de lejos parece isla que no comunique con alguna tierra. Después del dicho monte, al Leste, vido un cabo a veinticuatro millas, al cual llamó Cabo del Becerro, desde el cual hasta el dicho monte pasa en la mar bien dos leguas unas restringas de bajos, aunque le pareció que había entre ellas canales para poder entrar; pero conviene que sea de día y vaya sondando con la barca primero. Desde el dicho monte al Leste hacia el Cabo del Becerro las cuatro leguas es todo playa y tierra muy baja y hermosa, y lo otro es todo tierra muy alta y grandes montañas labradas y hermosas, y dentro de la tierra va una sierra de Nordeste al Sueste, la más hermosa que había visto, que parece propia como la sierra de Córdoba. Parecen también muy lejos otras montañas muy altas hacia el Sur y del Sueste y muy grandes valles y muy verdes y muy hermosos y muy muchos ríos de agua; todo esto en tanta cantidad apacible que no creía encarecerlo la milésima parte. Después vido, al Leste de dicho monte, una tierra que parecía otro monte, así como aquel de Cristi en grandeza y hermosura. Y dende a la cuarta del Leste al Nordeste es tierra no tan alta, y habría bien cien millas o cerca.

 

Domingo 6 de enero. Aquel puerto es abrigado de todos los vientos, salvo de Norte y Norueste, y dice que poco reinan por aquella tierra, y aun de éstos se pueden guarecer detrás de la isleta: tiene tres hasta cuatro brazas. Salido el sol, dio la vela por ir la costa delante, la cual toda corría al Leste, salvo que es menester dar resguardo a muchas restringas de piedra y arena que hay en la dicha costa. Verdad es que dentro de ellas hay buenos puertos y buenas entradas por sus canales. Después de medio día ventó Leste recio, y mandó sobir a un marinero al topo del mástel para mirar los bajos, y vido venir la carabela Pinta con Leste a popa, y llegó al Almirante, y porque no había donde surgir por ser bajo, volvióse el Almirante al Monte-Cristi a desandar diez leguas atrás que había andado, y la Pinta con él.

Vino Martín Alonso Pinzón a la carabela Niña, donde iba el Almirante, a se excusar diciendo que se había partido de él contra su voluntad, dando razones por ello; pero el Almirante dice que eran falsas todas, y que con mucha soberbia y cudicia se había apartado aquella noche que se apartó de él, y que no sabía (dice el Almirante) de dónde le hobiesen venido las soberbias y deshonestidad que había usado con él aquel viaje, las cuales quiso el Almirante disimular por no dar lugar a las malas obras de Satanás, que deseaba impedir aquel viaje como hasta entonces había hecho, sino que por dicho de un indio de los que el Almirante le había encomendado con otros que lleva en su carabela, el cual le había dicho que en una isla que se llamaba Baneque había mucho oro, y como tenía el navío sotil y ligero se quiso apartar y ir por sí dejando al Almirante.

Pero el Almirante quísose detener y costear la isla Juana y la Española, pues todo era un camino del Leste. Después que Martín Alonso fue a la isla Baneque diz que no halló nada de oro, y se vino a la costa de la Española por información de otros indios que le dijeron haber en aquella isla Española, que los indios llamaban Bohío, mucha cantidad de oro y muchas minas, y por esta causa llegó cerca de la Villa de la Navidad, obra de quince leguas, y había entonces más de veinte días; por lo cual parece que fueron verdad las nuevas que los indios daban, por las cuales envió el rey Guacanagari la canoa, y el Almirante el marinero, y debía de ser ida cuando la canoa llegó. Y dice aquí el Almirante que resgató la carabela mucho oro, que por un cabo de agujeta le daban buenos pedazos de oro del tamaño de dos dedos y a veces como la mano, y llevaba el Martín Alonso la mitad y la otra mitad se repartía por la gente.

Añade el Almirante diciendo a los Reyes: «Así que, Señores Príncipes, que yo conozco que milagrosamente mandó quedar allí aquella nao Nuestro Señor, porque es el mejor lugar de toda la isla para hacer el asiento y más cerca de las minas del oro». También diz que supo que detrás de la isla Juana, de la parte del Sur, hay otra isla grande, en que hay muy mayor cantidad de oro que en ésta, en tanto grado que cogían los pedazos mayores que habas, y en la isla Española se cogían los pedazos de oro de las minas como granos de trigo. Llamábase diz que aquella isla Yamaye. También diz que supo el Almirante que allí, hacia el Leste, había una isla adonde no había sino solas mujeres, y esto diz que de muchas personas lo sabía. Y que aquella isla Española, o la otra isla Yamaye, estaba cerca de tierra firme diez jornadas de canoa, que podía ser sesenta o setenta leguas, y que era la gente vestida allí.

 

Lunes 7 de enero. Este día hizo tomar una agua que hacía la carabela y calafetalla, y fueron los marineros en tierra a traer leña y diz que hallaron muchos almácigos y linaloe.

 

Martes 8 de enero. Por el viento Leste y Sueste mucho que ventaba no partió este día, por lo cual mandó que se guarneciese la carabela de agua y leña y de todo lo necesario para todo el viaje, porque, aunque tenía voluntad de costear toda la costa de aquella Española que andando el camino pudiese, pero, porque los que puso en las carabelas por capitanes eran hermanos, conviene a saber Martín Alonso Pinzón y Vicente Anes, y otros que le seguían con soberbia y cudicia estimando que todo era ya suyo, no mirando la honra que el Almirante les había hecho y dado, no habían obedecido ni obedecían sus mandamientos, antes hacían y decían muchas cosas no debidas contra él, y el Martín Alonso lo dejó desde el 21 de noviembre hasta el 6 de enero sin causa alguna ni razón sino por su desobediencia, todo lo cual el Almirante había sufrido y callado por dar buen fin a su viaje, así que, por salir de tan mala compañía, con los cuales dice que cumplía disimular aunque gente desmandada y aunque tenía diz que consigo muchos hombres de bien, pero no era tiempo de entender en castigo, acordó volverse y no parar más, con la mayor priesa que le fue posible. Entró en la barca y fue al río, que es allí junto, hacia el Sursudoeste del Monte-Cristi una grande legua, donde iban los marineros a tomar agua para el navío, y halló que el arena de la boca del río, el cual es muy grande y hondo, era diz que toda llena de oro y en tanto grado que era maravilla, puesto que era muy menudo.

Creía el Almirante que por venir por aquel río abajo se desmenuzaba por el camino, puesto que dice que en poco espacio halló muchos granos tan grandes como lentejas; mas de lo menudito diz que había mucha cantidad. Y, porque la mar era llena y entraba el agua salada con la dulce, mandó subir con la barca el río arriba un tiro de piedra: hincheron los barriles desde la barca y, volviéndose a la carabela hallaban metidos por los aros de los barriles pedacitos de oro, y lo mismo que en los aros de la pipa. Puso por nombre el Almirante al río el Río del Oro, el cual de dentro pasada la entrada muy hondo, aunque la entrada es baja y la boca muy ancha, y de él a la villa de la Navidad diez y siete leguas. Entremedias hay otros muchos ríos grandes; en especial tres, los cuales creía que debían tener mucho más oro que aquél, porque son más grandes, puesto que éste es cuasi tan grande como Guadalquivir por Córdoba; y de ellos a las minas del oro no hay veinte leguas. Dice más el Almirante: que no quiso tomar de la dicha arena que tenía tanto oro, pues Sus Altezas lo tenían todo en casa y a la puerta de su Villa de la Navidad, sino venirse a más andar por llevalles las nuevas y por quitarse de la mala compañía que tenía y que siempre había dicho que era gente desmandada.

 

Miércoles 9 de enero. A media noche levantó las velas con el viento Sueste y navegó al Lesnordeste; llegó a una punta que llamó Punta Roja, que está justamente al Leste del Monte-Cristi sesenta millas. Y al abrigo de ella surgió a la tarde, que serían tres horas antes que anocheciese. No osó salir de allí de noche, porque había muchas restringas, hasta que se sepan, porque después serán provechosas si tienen, como deben tener, canales, y tienen mucho fondo y buen surgidero seguro de todos vientos. Estas tierras, desde Monte-Cristi hasta allí donde surgió, son tierras altas y llanas y muy lindas campiñas, y a las espaldas muy hermosos montes que van de Leste a Oueste, y son todos labrados y verdes, que es cosa de maravilla ver su hermosura, y tienen muchas riberas de agua. En toda esta tierra hay muchas tortugas, de las cuales tomaron los marineros en el Monte-Cristi que venían a desovar en tierra, y eran muy grandes como una grande tablachina.

El día pasado, cuando el Almirante iba al Río de Oro, dijo que vido tres serenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras veces vido algunas en Guinea, en la costa de la Manegueta. Dice que esta noche, con el nombre de Nuestro Señor, partiría a su viaje sin más detenerse en cosa alguna, pues había hallado lo que buscaba, porque no quiere más enojo con aquel Martín Alonso hasta que Sus Altezas supiesen las nuevas de su viaje y de lo que ha hecho; «y después no sufriré -dice él- hechos de malas personas y de poca virtud, las cuales contra quien les dio aquella honra presumen hacer su voluntad con poco acatamiento».

 

Jueves 10 de enero. Partióse de donde había surgido, y al sol puesto llegó a un río, al cual puso nombre Río de Grecia; dista de la parte del Sueste tres leguas. Surgió a la boca, que es buen surgidero, a la parte del Leste. Para entrar dentro tiene un banco, que no tiene sino dos brazas de agua y muy angosto: dentro es buen puerto cerrado, sino que tiene mucha bruma, y de ella iba la carabela Pinta, donde iba Martín Alonso, muy maltratada, porque diz que estuvo allí resgatando diez y seis días, donde resgataron mucho oro, que era lo que deseaba Martín Alonso. El cual, después que supo de los indios que el Almirante estaba en la costa de la misma isla Española y que no lo podía errar, se vino para él. Y diz que quisiera que toda la gente del navío jurara que no habían estado allí sino seis días. Mas diz que era cosa tan pública su maldad, que no podía encobrir. El cual, dice el Almirante, tenía hechas leyes que fuese para él la mitad del oro que se resgatase -125- o se hubiese. Y cuando hobo de partirse de allí, tomó cuatro hombres indios y dos mozos por fuerza, a los cuales el Almirante mandó dar de vestir y tornar en tierra que se fuesen a sus casas; «lo cual -dice- es servicio de Vuestras Altezas, así de esta isla en especial como de las otras. Mas, aquí donde tienen ya asiento Vuestras Altezas se debe hacer honra y favor a los pueblos, pues que en esta isla hay tanto oro y buenas tierras y especería».

 

Viernes 11 de enero. A media noche salió del Río de Grecia con el terral; navegó al Leste, hasta un cabo que llamó Belprado, cuatro leguas; y de allí al Sueste está el monte a quien puso Monte de Plata, y dice que hay ocho leguas. De allí al cabo del Belprado al Leste, cuarta del Sueste, está el cabo que dijo del Ángel, y hay diez y ocho leguas; y de este cabo al Monte de Plata hay un golfo y tierras las mejores y más lindas del mundo, todas campiñas altas y hermosas, que van mucho la tierra adentro, y después hay una sierra, que va a Leste a Oueste, muy grande y muy hermosa; y al pie del monte hay un puerto muy bueno, y en la entrada tiene catorce brazas, y este monte es muy alto y hermoso, y todo esto es poblado mucho. Y creía el Almirante debía haber buenos ríos y mucho oro. Del Cabo del Ángel al Leste, cuarta del Sueste, hay cuatro leguas, a una punta que puso del Hierro; y al mismo camino, cuatro leguas, está una punta que llamó la Punta Seca; y de allí al mismo camino, a seis leguas, está el cabo que dijo Redondo; y de allí al Leste está el cabo Francés, y en este cabo, de la parte de Leste, hay una ancla grande, mas no le pareció haber surgidero. De allí una legua está al Cabo del Buen tiempo; de éste al Sur cuarta del Sueste hay un cabo que llamó Tajado, una grande legua; de éste hacia el Sur vido otro cabo, y parecióle que habrían quince leguas. Hoy hizo gran camino, porque el viento y las corrientes iban con él. No osó surgir, por miedo de los bajos, y así estuvo a la corda toda la noche.

 

Sábado 12 de enero. Al cuarto del alba navegó al Leste con viento fresco y anduvo así hasta el día, y en este tiempo veinte millas y en dos horas después andaría veinticuatro millas. De allí vido al Sur tierra, y fue hacia ella, y estaría de ella cuarenta y ocho millas, y dice que, dado resguardo al navío, andaría esta noche veintiocho millas al Nornordeste. Cuando vido la tierra, llamó a un cabo que vido el Cabo de Padre e Hijo, porque a la punta de la parte del Leste tiene dos farallones, mayor el uno que el otro. Después, al Leste dos leguas, vido una grande abra y muy hermosa entre dos grandes montañas, y vido que era grandísimo puerto, bueno y de muy buena entrada; pero, por ser muy de mañana y no perder camino, porque por la mayor parte del tiempo hace por allí Lestes y entonces le lleva Nornorueste, no quiso detenerse más. Siguió su camino al Leste hasta un cabo muy alto y muy hermoso y todo de piedra tajado a quien puso por nombre Cabo del Enamorado, el cual estaba al Leste de aquel puerto a quien llamó Puerto Sacro, treinta y dos millas; y, en llegando a él, descubrió otro muy más hermoso y más alto y redondo, de peña todo, así como el Cabo de San Vicente en Portugal, y estaba del Enamorado al Leste doce millas. Después que llegó a emparejarse con el del Enamorado, vido, entremedias de él y de otro, vido que se hacía una grandísima bahía que tiene de anchor tres leguas, y en medio de ella está una isleta pequeñuela, el fondo es mucho a la entrada hasta tierra. Surgió allí en doce brazas, envió la barca en tierra por agua y por ver si habían lengua, pero la gente toda huyó. Surgió también por ver si toda era aquella una tierra con la Española; y lo que dijo ser golfo sospechaba no fuese otra isla por sí. Quedaba espantado de ser tan grande la isla Española.

 

Domingo 13 de enero. No salió de este puerto por no hacer terral con que saliese. Quisiera salir por ir a otro mejor puerto, porque aquél era algo descubierto, y porque quería ver en qué paraba la conjunción de la Luna con el Sol, que esperaba a 17 de este mes, y la oposición de ella con Júpiter y conjunción con Mercurio y el Sol en opósito con Júpiter, que es causa de grandes vientos. Envió la barca a tierra en una hermosa playa para que tomasen de los ajes para comer, y hallaron ciertos hombres con arcos y flechas, con los cuales se pararon a hablar, y los compraron dos arcos y muchas flechas y rogaron a uno de ellos que fuese a hablar al Almirante a la carabela; y vino, el cual diz que era muy disforme en el acatadura más que otros que hobiesen visto. Tenía el rostro todo tiznado de carbón, puesto que en todas partes acostumbran de se teñir de diversos colores. Traía todos los cabellos muy largos y encogidos y atados atrás y después puestos en una rebecilla de plumas de papagayos, y él así desnudo como los otros. Juzgó el Almirante que debía ser de los caribes que comen los hombres, y que aquel golfo que ayer había visto que hacía apartamiento de tierra y que sería isla por sí. Preguntóle por los caribes y señalóle al Leste, cerca de allí, la cual diz que ayer vio el Almirante antes que entrase en aquella bahía, y díjole el indio que en ella había muy mucho oro, señalándole la popa de la carabela, que era bien grande, y que pedazos había tan grandes. Llamaba al oro tuob y no entendía por caona, como le llaman en la primera parte de la isla, ni por nozay, como lo nombran en San Salvador y en las otras islas. Al alambre o a un oro bajo llaman en la Española tuob. De la isla de Matinino dijo aquel indio que era toda poblada de mujeres sin hombres, y que en ella hay mucho tuob, que es oro o alambre, y que es más al Leste de Carib. También dijo de la isla de Goanin, adonde hay mucho tuob.

De estas islas dice el Almirante que por muchas personas hace días había noticia. Dice más el Almirante; que en las islas pasadas estaban con gran temor de Carib, y en algunas le llamaban Caniba, pero en la Española Carib; y que debe de ser gente arriscada, pues andan por todas estas islas y comen la gente que pueden haber. Dice que entendía algunas palabras, y por ellas diz que saca otras cosas, y que los indios que consigo traía entendían más, puesto que hallaba diferencia de lenguas por la gran distancia de las tierras. Mandó dar al indio de comer, y diole pedazos de paño verde y colorado y cuentezuelas de vidrio, a que ellos son muy aficionados, y tornóle a enviar a tierra y díjole que trujese oro si lo había, lo cual creía por algunas cositas suyas que él traía.

En llegando la barca a tierra, estaban detrás los árboles bien cincuenta y cinco hombres desnudos, con los cabellos muy largos, así como las mujeres los traen en Castilla. Detrás de la cabeza traían penachos de plumas de papagayos y de otras aves, y cada uno traía su arco. Descendió el indio en tierra e hizo que los otros dejasen sus arcos y flechas, y un pedazo de palo que es como un [...] muy pesado que traen en lugar de espada; los cuales después se llegaron a la barca, y la gente de la barca salió a tierra y comenzáronles a comprar los arcos y flechas y las otras armas, porque el Almirante así lo tenía ordenado. Vendidos dos arcos, no quisieron dar más; antes se aparejaron de arremeter a los cristianos y prendellos. Fueron corriendo a tomar sus arcos y flechas donde los tenían apartados y tornaron con cuerdas en las manos para diz que atar a los cristianos.

Viéndolos venir corriendo a ellos, estando los cristianos apercibidos, porque siempre los avisaba de esto el Almirante, arremetieron los cristianos a ellos, y dieron a un indio una gran cuchillada en las nalgas y a otro por los pechos hirieron con una saetada, lo cual, visto que podían ganar poco aunque no eran los cristianos sino siete y ellos cincuenta y tantos, dieron a huir que no quedó ninguno, dejando uno aquí las flechas y otro allí los arcos. Mataran diz que los cristianos muchos de ellos si el piloto que iba por capitán de ellos no lo estorbara.

Volviéronse luego a la carabela los cristianos con su barca, y, sabido por el Almirante, dijo que por una parte le había pesado y por otra no, porque hayan miedo a los cristianos, porque sin duda (dice él) la gente de allí es diz que de mal hacer y que creía que eran los de Carib y que comiesen los hombres, y porque, viniendo por allí la barca que dejó a los treinta y nueve hombres en la fortaleza y Villa de la Navidad, tengan miedo de hacerles algún mal. Y que si no son de los caribes, al menos deben ser fronteros y de las mismas costumbres y gente sin miedo, no como los otros de las otras islas, que son cobardes y sin arenas fuera de razón. Todo esto dice el Almirante y que querría tomar algunos de ellos. Diz que hacían muchas ahumadas como acostumbraban en aquella isla Española.

 

Lunes 14 de enero. Quisiera enviar esta noche a buscar las casas de aquellos indios por tomar algunos de ellos, creyendo que eran caribes, y por el mucho Leste y Nordeste y mucha ola que hizo en la mar; pero, ya de día, vieron mucha gente de indios en tierra, por lo cual mandó el Almirante ir allá la barca con gente bien aderezada, los cuales luego vinieron todos a la popa de la barca, y especialmente el indio que el día antes había venido a la carabela y el Almirante le había dado las cosillas de resgate. Con éste diz que venía un rey, el cual había dado al indio dicho unas cuentas que diese a los de la barca en señal de seguro y de paz. Este rey, con tres de los suyos, entraron en la barca y vinieron a la carabela. Mandóles el Almirante dar de comer bizcocho y miel y diole un bonete colorado y cuentas y un pedazo de paño colorado, y a los otros también pedazos de paño, el cual dijo que traería mañana una carátula de oro, afirmando que allí había mucho, y en Carib y en Matinino. Después los envió a tierra bien contentos. Dice más el Almirante: que hacían agua mucha las carabelas por la quilla, y quéjase mucho de los calafates que en Palos las calafatearon muy mal y que cuando vieron que el Almirante había entendido el defecto de su obra y los quisiera constreñir a que la enmendaran, huyeron; pero, no obstante, la mucha agua que las carabelas hacían, confía en Nuestro Señor que le trujo, le tornará por su piedad y misericordia, que bien sabía Su Alta Majestad cuánta controversia tuvo primero antes que se pudiese expedir de Castilla, que ninguno otro fue en su favor sino Él, porque Él sabía su corazón, y después de Dios Sus Altezas, y todo lo demás le había sido contrario sin razón alguna. Y dice más así: «y han seído causa que la Corona Real de Vuestras Altezas no tenga cien cuentos de renta más de la que tiene después que yo vine a les servir, que son siete años agora a 20 días de enero este mismo mes, y más lo que acrecentado sería de aquí en adelante. Mas aquel poderoso Dios remediará todo». Estas son sus palabras.

 

Martes 15 de enero. Dice que quiere partir porque ya no aprovecha nada detenerse, por haber pasado aquellos desconciertos (debe decir del escándalo de los indios). Dice también que hoy ha sabido que toda la fuerza del oro estaba en la comarca de la Villa de la Navidad de Sus Altezas, y que en la isla de Carib había mucho alambre y en Matinino, puesto que será dificultoso en Carib, porque aquella gente diz que come carne humana, y que de allí se parecía la isla de ellos y que tenía determinado de ir allá, pues está en el camino, y a la de Matinino que diz que era poblada toda de mujeres sin hombres, y ver la una y la otra y tomar diz algunos de ellos.

Envió el Almirante la barca a tierra, y el rey de aquella tierra no había venido, porque diz que la población estaba lejos; mas envió su corona de oro, como había prometido, y vinieron otros muchos hombres con algodón y con pan de ajes, todos con sus arcos y flechas. Después que todo lo hobieron resgatado, vinieron diz que cuatro mancebos a la carabela, y pareciéronle al Almirante dar tan buena cuenta de todas aquellas islas que estaban hacia el Leste en el mismo camino que el Almirante había de llevar, que determinó de traer a Castilla consigo. Allí diz que no tenían hierro ni otro metal que se hobiese visto, aunque en pocos días no se puede saber de una tierra mucho, así por la dificultad de la lengua, que no entendía el Almirante, sino por discreción, como porque ellos no saben lo que él pretendía en pocos días. Los arcos de aquella gente diz que eran tan grandes como los de Francia e Inglaterra; las flechas son propias como las azagayas de las otras gentes que hasta allí había visto, que son de los pimpollos de las cañas cuando son simiente, que quedan muy derechas y de longura de una vara y media y de dos, y después ponen al cabo un pedazo de palo agudo de un palmo y medio, y encima de este palillo, algunos le injieren un diente de pescado y algunos y los más le ponen allí hierba, y no tiran como en otras partes, salvo por una cierta manera que no pueden mucho ofender. Allí había muy mucho algodón y muy fino y luengo y hay muchas almácigas, y parecíale que los arcos eran de tejo, y que hay oro y cobre.

También hay mucho ají, que es su pimienta, della que vale más que pimienta, y toda la gente no come sin ella, que la halla muy sana: puédense cargar cincuenta carabelas cada año en aquella Española. Dice que halló mucha hierba en aquella bahía, de la que hallaban en el golfo cuando venía al descubrimiento, por lo cual creía que había islas al Leste hasta en derecho de donde las comenzó a hallar: porque tiene por cierto que aquella hierba nace en poco fondo junto a tierra, y dice que si así es muy cerca estaban estas Indias de las islas de Canaria, y por esta razón creía que distaban menos de cuatrocientas leguas.

 

Miércoles 16 de enero. Partió antes del día tres horas del golfo que llamó el Golfo de las Flechas, con viento de la tierra, después con viento Oueste, llevando la proa al Leste cuarta del Nordeste para ir diz que a la isla de Carib, donde estaba la gente de quien todas aquellas islas y tierras tanto miedo tenían, porque diz que con sus canoas sinnúmero andaban todas aquellas mares y diz que comían los hombres que pueden haber. La derrota diz que le había mostrado unos indios de aquellos cuatro que tomó ayer en el Puerto de las Flechas. Después de haber andado a su parecer sesenta y cuatro millas, señaláronle los indios quedaría la dicha isla al Sueste: quiso llevar aquel camino y mandó templar las velas, y, después de haber andado dos leguas, refrescó el viento muy bueno para ir a España. Notó en la gente que comenzó a entristecerse por desviarse del camino derecho, por la mucha agua que hacían ambas carabelas, y no tenían algún remedio salvo el de Dios. Hobo de dejar el camino que creía que llevaba de la isla y volvió al derecho de España, Nordeste cuarta del Leste, y anduvo así hasta el sol puesto cuarenta y ocho millas, que son doce leguas. Dijéronle los indios que por aquella vía hallaría la isla de Matinino, que diz que era poblada de mujeres sin hombres, lo cual el Almirante mucho quisiera por llevar diz que a los Reyes cinco o seis de ellas; pero dudaba que los indios supiesen bien la derrota, y él no se podía detener, por el peligro del agua que cogían las carabelas; más, diz que era cierto que las había, y que cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Carib, que diz que estaba de ellas diez o doce leguas, y si parían niño enviábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo. Dice el Almirante que aquellas dos islas no debían distar de donde había partido quince o veinte leguas, y creía que eran al Sueste, y que los indios no le supieron señalar la derrota. Después de perder de vista el cabo que nombró de San Theramo, de la isla Española, que le quedaba al Oueste diez y seis leguas, anduvo doce leguas al Oeste cuarta del Nordeste. Llevaba muy buen tiempo.

 

Jueves 17 de enero. Ayer, al poner del sol calmóle algo el viento; andaría catorce ampolletas, que tenía cada una media hora o poco menos, hasta el rendir del primer cuarto, y andaría cuatro millas por hora, que son veintiocho millas. Después refrescó el viento y anduvo así todo aquel cuarto, que fueron diez ampolletas, y después otras seis, hasta salido el sol, ocho risillas por hora, y así andaría por todas ochenta y cuatro millas que son veintiuna leguas al Nordeste cuarta del Leste, y hasta el sol puesto andaría más cuarenta y cuatro millas, que son once leguas al Leste. Aquí vino un alcatraz a la carabela y después otro, y vido mucha hierba de la que está en la mar.

 

Viernes 18 de enero. Navegó con poco viento esta noche al Leste cuarta del Sueste cuarenta millas, que son diez leguas, y después al Sueste cuarta del Leste treinta millas, que son siete leguas y media, hasta salido el sol. Después de salido el sol navegó todo el día con poco viento Lesnordeste y Nordeste y con Leste más y menos, puesta la proa a veces al Norte y a veces a la cuarta del Nordeste y al Nornordeste; y así, contando lo uno y lo otro, creyó que andaría sesenta millas, que son quince leguas. Pareció poca hierba en la mar; pero dice que ayer y hoy pareció la mar cuajada de atunes, y creyó el Almirante que de allí debían de ir a las almadrabas del Duque de Conil y de Cáliz. Por un pescado que se llama rabiforcado, que anduvo alrededor de la carabela y después se fue la vía del Sursueste, creyó el Almirante que había por allí algunas islas. Y al Lesueste de la isla Española dijo que quedaba la isla de Carib y la de Matinino y otras muchas.

 

Sábado 19 de enero. Anduvo esta noche cincuenta y seis millas al Norte cuarta del Nordeste y sesenta y cuatro al Nordeste cuarta del Norte. Después del sol salido, navegó al Nordeste con el viento Lesueste, con viento fresco, y después a la cuarta del Norte, y andaría ochenta y cuatro millas, que son veintiuna leguas. Vino la mar cuajada de atunes pequeños: hobo alcatraces, rabos de juncos y rabiforcados.

 

Domingo 20 de enero. Calmó el viento esta noche, y a ratos ventaba unos balcos de vientos y andaría por todo veinte millas al Nordeste. Después del sol salido, andaría once millas al Sueste, después al Nornordeste treinta y seis millas, que son nueve leguas. Vido infinitos atunes pequeños: los aires diz que muy suaves y dulces, como en Sevilla por abril o mayo, y la mar, dice, a Dios sean dadas muchas gracias siempre muy llana. Rabiforcados y pardelas y otras aves muchas parecieron.

 

Lunes 21 de enero. Ayer, después del sol puesto, navegó al Norte cuarta del Nordeste, con el viento Leste y Nordeste: andaría ocho millas por hora hasta media noche, que serían cincuenta y seis millas. Después anduvo al Nornordeste ocho millas por hora, y así serían, en toda la noche, ciento y cuatro millas, que son veintiséis leguas, a la cuarta del Norte de la parte del Nordeste. Después del sol salido, navegó al Nornordeste con el mismo viento Leste, y a veces a la cuarta del Nordeste, y andaría ochenta y ocho millas en once horas que tenía el día, que son veintiuna leguas, sacada una que perdió porque arribó sobre la carabela Pinta por hablalle. Hallaba los aires más fríos, y pensaba diz que hallarlos más cada día cuanto más se llegase al Norte, y también por las noches ser más grandes por la angostura de la esfera. Parecieron muchos rabos de juncos y pardelas y otras aves; pero no tantos peces, diz que por ser el agua más fría. Vido mucha hierba.

 

Martes 22 de enero. Ayer, después del sol puesto, navegó al Nornordeste con viento Leste y tomaba del Sueste: andaba ocho millas por hora hasta pasadas cinco ampolletas, y tres de antes que se comenzase la guardia, que eran ocho ampolletas. Y así, habrían andado setenta y dos millas, que son diez y ocho leguas. Después anduvo a la cuarta del Nordeste al Norte seis ampolletas, que serían otras diez y ocho millas. Después cuatro ampolletas de la segunda guarda al Nordeste, seis millas por hora, que son tres leguas al Nordeste. Después, hasta el salir del sol, anduvo al Lesnordeste once ampolletas, seis leguas por hora, que son siete leguas. Después al Lesnordeste, hasta las once horas del día, treinta y dos millas. Y así calmó el viento y no anduvo más en aquel día. Nadaron los indios. Vieron rabos de juncos y mucha hierba.

 

Miércoles 23 de enero. Esta noche tuvo muchos mudamientos en los vientos; tanteado todo y dado los resguardos que los marineros buenos suelen y deben dar, dice que andaría esta noche, al Nordeste cuarta del Norte, ochenta y cuatro millas, que son veintiuna leguas. Esperaba muchas veces a la carabela Pinta, porque andaba mal de la bolina, porque se ayudaba poco de la mesana por el mástel no ser bueno; y dice que si el capitán de ella, que es Martín Alonso Pinzón, tuviera tanto cuidado de proveerse de un buen mástel en las Indias, donde tantos y tales había, como fue cudicioso de se apartar de él, pensando de hinchir el navío de oro, él lo pusiera bueno. Parecieron muchos rabos de juncos y mucha hierba: el cielo todo turbado estos días; pero no había llovido, y la mar siempre muy llana como en un río, a Dios sean dadas muchas gracias. Después del sol salido, andaría al Nordeste franco cierta parte del día treinta millas, que son siete leguas y media, y después lo demás anduvo al Lesnordeste otras treinta, que son siete leguas y media.

 

Jueves 24 de enero. Andaría esta noche toda, consideradas muchas mudanzas que hizo el viento al Nordeste, cuarenta y cuatro millas, que fueron once leguas. Después de salido el sol hasta puesto, andaría al Lesnordeste catorce leguas.

 

Viernes 25 de enero. Navegó esta noche al Lesnordeste un pedazo de la noche, que fueron trece ampolletas, nueve leguas y media; después anduvo al Nornordeste otras seis millas. Salido el sol todo el día, porque calmó el viento, andaría al Lesnordeste veintiocho millas, que son siete leguas. Mataron los marineros una tonina y grandísimo tiburón, y diz que lo habían bien menester, porque no traían ya de comer sino pan y vino y ajes de las Indias.

 

Sábado 26 de enero. Esta noche anduvo al Leste, cuarta del Sueste, cincuenta y seis millas, que son catorce leguas. Después del sol salido, navegó a las veces al Lesueste y a las veces al Sueste; andaría hasta las once horas del día cuarenta millas. Después hizo otro bordo, y después anduvo a la relinga, y hasta la noche anduvo hacia el Norte veinticuatro millas, que son seis leguas.

 

Domingo 27 de enero. Ayer, después del sol puesto, anduvo al Nordeste y al Norte, y al Norte cuarta del Nordeste, y andaría cinco millas por hora, y en trece horas serían sesenta y cinco millas, que son diez y seis leguas y media. Después del sol salido, anduvo hacia el Nordeste veinticuatro millas, que son seis leguas hasta mediodía, y de allí hasta el sol puesto andaría tres leguas al Lesnordeste.

 

Lunes 28 de enero. Esta noche toda navegó al Lesnordeste, y andaría treinta y seis millas, que son nueve leguas. Después del sol salido, anduvo hasta el sol puesto al Lesnordeste veinte millas, que son cinco leguas. Los aires halló templados y dulces. Vido rabos de juncos y pardelas y mucha hierba.

 

Martes 29 de enero. Navegó al Lesnordeste y andaría en la noche con Sur y Sudueste treinta y nueve millas, que son nueve leguas y media. En todo el día andaría ocho leguas. Los aires muy templados, como en abril en Castilla; la mar muy llana: peces que llaman dorados vinieron a bordo.

 

Miércoles 30 de enero. En toda esta noche andaría siete leguas al Lesnordeste. De día corrió al Sur, cuarta al Sueste, trece leguas y media. Vido rabos de juncos y mucha hierba y muchas toninas.

 

Jueves 31 de enero. Navegó esta noche al Norte cuarta del Nordeste, treinta millas, y después al Nordeste treinta y cinco millas, que son diez y seis leguas. Salido el sol, hasta la noche anduvo al Lesnordeste trece leguas y media. Vieron rabos de junco y pardelas.

 

Viernes 1 de febrero. Anduvo esta noche al Lesnordeste diez y seis leguas y media. El día corrió al mismo camino veintinueve leguas y un cuarto; la mar muy llana a Dios gracias.

 

Sábado 2 de febrero. Anduvo esta noche al Lesnordeste cuarenta millas, que son diez leguas. De día, con el mismo viento a popa, corrió siete millas por hora; por manera que en once horas anduvo setenta y siete millas, que son diez y nueve leguas y cuarta; la mar muy llana, gracias a Dios, y los aires muy dulces. Vieron tan cuajada la mar de hierba que si no la hobieran visto temieran ser bajos. Pardelas vieron.

 

Domingo 3 de febrero. Esta noche, yendo a popa con la mar muy llana, a Dios gracias, andarían veintinueve leguas. Parecióle la estrella del Norte muy alta, como en el Cabo de San Vicente. No pudo tomar el altura con el astrolabio ni cuadrante, porque la ola no le dio lugar. El día navegó al Lesnordeste su camino, y andaría diez millas por hora, y, así, en once horas veintisiete leguas.

 

Lunes 4 de febrero. Esta noche navegó al Leste cuarta del Nordeste; parte anduvo doce millas por hora y parte diez, y así anduvo ciento treinta millas, que son treinta y dos leguas y media. Tuvo el cielo muy turbado y llovioso y hizo algún frío, por lo cual diz que cognocía que no había llegado a las islas de los Azores. Después del sol levantado, mudó el camino y fue al Leste. Anduvo en todo el día setenta y siete millas, que son diez y nueve leguas y cuarta.

 

Martes 5 de febrero. Esta noche navegó al Leste; andaría toda ella cincuenta y cuatro millas, que son catorce leguas menos media. El día corrió diez millas por hora, y, así, en once horas fueron ciento diez millas, que son veintisiete leguas y media. Vieron pardelas y palillos, que era señal que estaban cerca de tierra.

 

Miércoles 6 de febrero. Navegó esta noche Leste; andaría once millas por hora. En trece horas de la noche andaría ciento cuarenta y tres millas, que son treinta y cinco leguas y cuarta. Vieron muchas aves y pardelas. El día corrió catorce millas por hora, y, así, anduvo aquel día ciento cincuenta y cuatro millas, que son treinta y ocho leguas y media; de manera que fueron, entre día y noche, setenta y cuatro leguas, poco más o menos. Vicente Anes dijo que hoy por la mañana le quedaba la isla de Flores al Norte y la de la Madera al Leste. Roldán dijo que la isla del Fayal o la de San Gregorio le quedaba al Nornordeste y el Puerto Santo al Leste. Pareció mucha hierba.

 

Jueves 7 de febrero. Navegó esta noche al Leste; andaría diez millas por hora, y, así, en trece horas ciento y treinta millas, que son treinta y dos leguas y media; el día ocho millas por hora, en once horas ochenta y ocho millas, que son veintidós leguas. En esta mañana estaba el Almirante al Sur de la isla de Flores sesenta y cinco leguas, y el piloto Pedro Alonso, yendo al Norte, pasaba entre la Tercera y la de Santa María, y al Leste pasaba de barlovento de la isla de la Madera doce leguas de la parte del Norte. Vieron los marineros hierba de otra manera que la pasada, de la que hay mucha en la isla de los Azores. Después se vido de la pasada.

 

Viernes 8 de febrero. Anduvo esta noche tres millas por hora al Leste por un rato, y después caminó a la cuarta del Sueste; anduvo toda la noche doce leguas. Salido el sol, hasta mediodía corrió veintisiete millas; después, hasta el sol puesto, otras tantas, que son trece leguas al Sursueste.

 

Sábado 9 de febrero. Un rato de esta noche andaría tres leguas al Sursueste; después al Sur cuarta del Sueste; después al Nordeste, hasta las diez horas del día, otras cinco leguas, y después, hasta la noche, anduvo nueve leguas al Leste.

 

Domingo 10 de febrero. Después del sol puesto navegó al Leste toda la noche ciento treinta millas, que son treinta y dos leguas y media; el sol salido, hasta la noche anduvo nueve millas por hora, y, así, anduvo en once horas noventa y nueve millas, que son veinticuatro leguas y media y una cuarta.

En la carabela del Almirante carteaban o echaban punto Vicente Yáñez y los dos pilotos Sancho Ruiz y Pedro Alonso Niño y Roldán, y todos ellos pasaban mucho adelante de las islas de los Azores al Leste por sus cartas; y, navegando al Norte, ninguno tomaba la isla de Santa María, que es la postrera de todas las de los Azores. Antes, serían delante cinco leguas, o fueran en la comarca de la isla de la Madera o en el Puerto Santo. Pero el Almirante se hallaba muy desviado de su camino, hallándose mucho más atrás que ellos, porque esta noche le quedaba la isla de Flores al Norte, y al Leste iba en demanda a Nafe en África, y pasaba a barlovento de la isla de la Madera de la parte del Norte leguas. Así que ellos estaban más cerca de Castilla que el Almirante con ciento cincuenta leguas. Dice que, mediante la gracia de Dios, desque vean tierra se sabrá quién andaba más cierto. Dice aquí también que primero anduvo doscientas sesenta y tres leguas de la isla del Hierro a la venida que viese la primera hierba, etc.

 

Lunes 11 de febrero. Anduvo esta noche doce millas por hora a su camino, y, así, en toda ella contó treinta y nueve leguas, y en todo el día corrió diez y seis leguas y media. Vido muchas aves, de donde creyó estar cerca de tierra.

 

Martes 12 de febrero. Navegó al Leste seis millas por hora esta noche, y andaría hasta el día setenta y tres millas, que son diez y ocho leguas y un cuarto. Aquí comenzó a tener grande mar y tormenta: y, si no fuera la carabela diz que muy buena y bien aderezada, temiera perderse. El día correría once o doce leguas, con mucho trabajo y peligro.

 

Miércoles 13 de febrero. Después del sol puesto hasta el día, tuvo gran trabajo del viento y de la mar muy alta y tormenta; relampagueó hacia el Nornordeste tres veces; dijo ser señal de gran tempestad que había de venir de aquella parte o de su contrario. Anduvo a árbol seco lo más de la noche; después dio una poca de vela y andaría cincuenta y dos millas, que son trece leguas. En este día blandeó un poco el viento; pero luego creció y la mar se hizo terrible y cruzaban las olas que atormentaban los navíos. Andaría cincuenta y cinco millas, que son trece leguas y media.

 

Jueves 14 de febrero. Esta noche creció el viento y las olas eran espantables, contraria una de otra, que cruzaban y embarazaban el navío que no podía pasar adelante ni salir de entremedias de ellas y quebraban en él: llevaba el papahigo muy bajo, para que solamente lo sacase algo de las ondas: andaría así tres horas y correría veinte millas. Crecía mucho la mar y el viento; y, viendo el peligro grande, comenzó a correr a popa donde el viento lo llevase, porque no había otro remedio.

Entonces comenzó a correr también la carabela Pinta, en que iba Martín Alonso, y desapareció, aunque toda la noche hizo faroles el Almirante y el otro le respondía; hasta que parece que no pudo más por la fuerza de la tormenta y porque se hallaba muy fuera del camino del Almirante. Anduvo el Almirante esta noche al Nordeste, cuarta del Leste, cincuenta y cuatro millas, que son trece leguas. Salido el sol, fue mayor el viento, y la mar cruzando más terrible: llevaba el papahigo solo y bajo, para que el navío saliese de entre las ondas que cruzaban, porque no lo hundiesen. Andaba el camino de Lesnordeste, y después a la cuarta hasta el Nordeste; andaría seis horas así, y en ellas siete leguas y media.

Él ordenó que se echase un romero que fuese a Santa María de Guadalupe y llevase un cirio de cinco libras de cera y que hiciesen voto todos que al que cayese la suerte cumpliese la romería, para lo cual mandó traer tantos garbanzos cuantas personas en el navío venían y señalar uno con un cuchillo haciendo una cruz y metellos en un bonete bien revueltos. El primero que metió la mano fue el Almirante y sacó el garbanzo de la cruz, y así cayó sobre él la suerte y desde luego se tuvo por romero y deudor de ir a complir el voto. Echóse otra vez la suerte para enviar romero a Santa María de Loreto, que está en la marca de Ancona, tierra del Papa, que es casa donde Nuestra Señora ha hecho y hace muchos y grandes milagros, y cayó la suerte a un marinero de Puerto de Santa María, que se llamaba Pedro de Villa, y el Almirante le prometió de le dar dineros para las costas. Otro romero acordó que se enviase a que velase una noche en Santa Clara de Moguer e hiciese decir una misa, para lo cual se tornaron a echar los garbanzos con el de la cruz, y cayó la suerte al mismo Almirante. Después de esto, el Almirante y toda la gente hicieron voto de, en llegando a la primera tierra, ir todos en camisa en procesión a hacer oración en una iglesia que fuese de la invocación de Nuestra Señora. Allende los votos generales o comunes, cada uno hacía en especial su voto, porque ninguno pensaba escapar, teniéndose todos por perdidos, según la terrible tormenta que padecían.

Ayudaba a acrecentar el peligro que venía el navío con falta de lastre, por haberse alivianado la carga, siendo ya comidos los bastimentos y el agua y vino bebido, lo cual, por cudicia del próspero tiempo que entre las islas tuvieron, no proveyó el Almirante, teniendo propósito de lo mandar lastrar en la isla de las Mujeres, adonde lleva propósito de ir. El remedio que para esta necesidad tuvo fue, cuando hacerlo pudieron, henchir las pipas que tenían vacías de agua y vino, de agua de la mar, y con esto en ella se remediaron.

Escribe aquí el Almirante las causas que le ponían temor de que allí Nuestro Señor no quisiese que pereciese y otras que le daban esperanza de que Dios lo había de llevar en salvamento, para que tales nuevas como llevaba a los Reyes no pereciesen. Parecíale que el deseo grande que tenía de llevar estas nuevas tan grandes y mostrar que había salido verdadero en lo que había dicho y proferídose a descubrir, le ponía grandísimo miedo de no lo conseguir, y que cada mosquito diz que le podía perturbar e impedir. Atribúyelo esto a su poca fe y desfallecimiento de confianza de la Providencia Divina. Confortábale, por otra parte, las mercedes que Dios le había hecho en dalle tanta victoria, descubriendo lo que descubierto había y complídole Dios todos sus deseos, habiendo pasado en Castilla en sus despachos muchas adversidades y contrariedades. Y que como antes hobiese puesto su fin y enderezado todo su negocio a Dios y le había oído y dado todo lo que le había pedido, debía creer que le daría cumplimiento de lo comenzado y le llevaría en salvamento. Mayormente que, pues le había librado a la ida, cuando tenía mayor razón de temer de los trabajos que con los marineros y gente que llevaba, los cuales todos a una voz estaban determinados de se volver y alzarse contra él haciendo protestaciones, y el eterno Dios le dio esfuerzo y valor contra todos y otras cosas de mucha maravilla que Dios había mostrado en él y por él en aquel viaje, allende aquellas que Sus Altezas sabían de las personas de su casa; así que dice que no debiera temer la dicha tormenta. Mas, su flaqueza y congoja -dice él- no me dejaba asentar la ánima.

Dice más, que también le daba gran pena dos hijos que tenía en Córdoba al estudio, que los dejaba huérfanos de padre y madre en tierra extraña, y los Reyes no sabían los servicios que les había en aquel viaje hecho y nuevas tan prósperas que les llevaba para que se moviesen a los remediar. Por esto y porque supiesen Sus Altezas cómo Nuestro Señor le había dado victoria de todo lo que deseaba de la Indias y supiesen que ninguna tormenta había en aquellas partes, lo cual dice que se puede cognocer por la hierba y árboles que están nacidos y crecidos hasta dentro en la mar, y porque si se perdiese con aquella tormenta los Reyes hobiesen noticia de su viaje, tomó un pergamino y escribió en él todo lo que pudo de todo lo que había hallado, rogando mucho a quien lo hallase que le llevase a los Reyes. Este pergamino envolvió en un paño encerado, atado muy bien, y mandó traer un gran barril de madera y púsolo en él sin que ninguna persona supiese qué era, sino que pensaron todos que era alguna devoción; y así lo mandó echar en la mar. Después, con los aguaceros y turbionadas, se mudó el viento al Oueste, y andaría así a popa sólo con el trinquete cinco horas con la mar muy desconcertada; y andaría dos leguas y media al Nordeste. Había quitado el papahigo de la vela mayor, por miedo que alguna onda de la mar no se lo llevase del todo.

 

Viernes 15 de febrero. Ayer, después del sol puesto, comenzó a mostrarse claro el cielo de la banda del Oueste, y mostraba que quería de hacia allí ventar. Dio la boneta a la vela mayor: todavía era la mar altísima, aunque iba algo bajándose. Anduvo al Lesnordeste cuatro millas por hora y en trece horas de noche fueron trece leguas. Después del sol salido vieron tierra: parecíales por proa al Lesnordeste; algunos decían que era la isla de la Madera, otros que era la Roca de Cintra en Portugal, junto a Lisboa. Saltó luego el viento por proa Lesnordeste, y la mar venía muy alta del Oueste; habría de la carabela a la tierra cinco leguas. El Almirante, por su navegación, se hallaba estar con las islas de los Azores, y creía que aquélla era una de ellas: los pilotos y marineros se hallaban ya con tierra de Castilla.

 

Sábado 16 de febrero. Toda esta noche anduvo dando bordos por encabalgar la tierra que ya se cognocía ser isla. A veces iba al Nordeste, otras al Nornordeste, hasta que salió el sol, que tomó la vuelta del Sur por llegar a la isla que ya no vían por la gran cerrazón, y vido por popa otra isla que distaría ocho leguas. Después del sol salido, hasta la noche anduvo dando vueltas por llegarse a la tierra con el mucho viento y mar que llevaba. Al decir la Salve, que es a boca de noche, algunos vieron lumbre de sotavento, y parecía que debía ser la isla que vieron ayer primero; y toda la noche anduvo barloventeando y allegándose lo más que podía para ver si al salir del sol vía alguna de las islas. Esta noche reposó el Almirante algo, porque desde el miércoles no había dormido ni podido dormir, y quedaba muy tollido de las piernas por estar siempre desabrigado al frío y al agua y por el poco comer. El sol salido, navegó al Sursudueste, y la noche llegó a la isla y por la gran cerrazón no pudo cognocer qué isla era.

 

Lunes 18 de febrero. Ayer, después del sol puesto, anduvo rodeando la isla para ver dónde había de surgir y tomar lengua. Surgió con una ancla que luego perdió. Tornó a dar la vela y barloventeó toda la noche. Después del sol salido, llegó otra vez de la parte del Norte de la isla, y donde le pareció surgió con un ancla y envió la barca en tierra y hobieron habla con la gente de la isla, y supieron cómo era la isla de Santa María, una de las de los Azores, y enseñáronles el puerto donde habían de poner la carabela; y dijo la gente de la isla que jamás habían visto tanta tormenta como la que había hecho los quince días pasados y que se maravillaban cómo habían escapado; los cuales diz que dieron muchas gracias a Dios y hicieron muchas alegrías por las nuevas que sabían de haber el Almirante descubierto las Indias. Dice el Almirante que aquella su navegación había sido muy cierta y que había carteado bien, que fuesen dadas muchas gracias a Nuestro Señor, aunque se hacía algo delantero. Pero tenía por cierto que estaba en la comarca de las islas de los Azores, y que aquélla era una de ellas. Y diz que fingió haber andado más camino por desatinar a los pilotos y marineros que carteaban, por quedar él señor de aquella derrota de las Indias, como de hecho queda, porque ninguno de todos ellos traía su camino cierto, por lo cual ninguno puede estar seguro de su derrota para las Indias.

 

Martes 19 de febrero. Después del sol puesto, vinieron a la ribera tres hombres de la isla y llamaron. Envióles la barca, en la cual vinieron y trujieron gallinas y pan fresco, y era día de Carnestolendas, y trujeron otras cosas que enviaba el capitán de la isla, que se llamaba Juan de Castañeda, diciendo que lo conocía muy bien y que por ser noche no venía a vello; pero en amaneciendo vendría y traería más refresco, y traería consigo tres hombres que allá quedaban de la carabela, y que no los enviaba por el gran placer que con ellos tenía oyendo las cosas de su viaje.

El Almirante mandó hacer mucha honra a los mensajeros, y mandóles dar camas en que durmiesen aquella noche, porque era tarde y estaba la población lejos. Y porque el jueves pasado, cuando se vido en la angustia de la tormenta, hicieron el voto y votos susodichos y el de que en la primera tierra donde hobiese casa de Nuestra Señora saliesen en camisa, etc., acordó que la mitad de la gente fuese a complillo a una casita que estaba junto con la mar como ermita, y él iría después con la otra mitad.

Viendo que era tierra segura, y confiando en las ofertas del capitán y en la paz que tenía Portugal con Castilla, rogó a los tres hombres que se fuesen a la población y hiciesen venir un clérigo para que les dijese una misa. Los cuales, idos en camisa, en cumplimiento de su romería, y estando en su oración, saltó con ellos todo el pueblo a caballo y a pie con el capitán y prendiéronlos a todos. Después, estando el Almirante sin sospecha esperando la barca para salir él a cumplir su romería con la otra gente hasta las once del día, viendo que no venían, sospechó que los tenían o que la barca se había quebrado, porque toda la isla está cercada de peñas muy altas. Esto no podía ver el Almirante porque la ermita estaba detrás de una punta. Levantó el ancla y dio la vela hasta en derecho de la ermita, y vido muchos de caballo que se apearon y entraron en la barca con armas, y vinieron a la carabela para prender al Almirante.

Levantóse el capitán en la barca y pidió seguro al Almirante: dijo que se lo daba; pero ¿qué inovación era aquélla que no vía ninguna de su gente en la barca?, y añadió el Almirante que viniese y entrase en la carabela, que él haría todo lo que él quisiese. Y pretendía el Almirante con buenas palabras traello por prendello para recuperar su gente, no creyendo que violaba la fe dándole seguro, pues él, habiéndole ofrecido paz y seguridad, lo había quebrantado. El capitán, como diz que traía mal propósito, no se fió a entrar.

Visto que no se llegaba a la carabela, rogóle que le dijese la causa porque detenía su gente y que de ello pesaría al Rey de Portugal, y que en tierra de los Reyes de Castilla recebían los portugueses mucha honra y entraban y estaban seguros como en Lisboa, y que los Reyes habían dado carta de recomendación para todos los príncipes y señores y hombres del mundo, las cuales le mostraría si se quisiese llegar; y que él era su Almirante del mar Océano y Visorrey de las Indias, que agora eran de Sus Altezas, de lo cual mostraría las provisiones firmadas de sus firmas y selladas con sus sellos, las cuales le enseñó de lejos, y que los Reyes estaban en mucho amor y amistad con el Rey de Portugal y le habían mandado que hiciese toda la honra que pudiese a los navíos que topase de Portugal, y que, dado que no le quisiese darle su gente, no por eso dejaría de ir a Castilla, pues tenía harta gente para navegar hasta Sevilla, y serían él y su gente bien castigados, haciéndoles aquel agravio.

Entonces respondió el capitán y los demás no conocer acá Rey e Reina de Castilla, ni sus cartas, ni le habían miedo; antes les darían a saber qué era Portugal, cuasi amenazando. Lo cual oído, el Almirante hobo mucho sentimiento, y diz que pensó si había pasado algún desconcierto entre un reino y otro después de su partida, y no se pudo sufrir que no les respondiese lo que era razón. Después tornóse diz que a levantar aquel capitán desde lejos y dijo al Almirante que se fuese con la carabela al puerto, y que todo lo que él hacía y había hecho, el Rey su Señor se lo había enviado a mandar; de lo cual el Almirante tomó testigos los que en la carabela estaban, y tornó el Almirante a llamar al capitán y a todos ellos y les dio su fe y prometió, como quien era, de no descender ni salir de la carabela hasta que llevase un ciento de portugueses a Castilla y despoblar toda aquella isla. Y así se volvió a surgir en el puerto donde estaba primero, porque el tiempo y viento era muy malo para hacer otra cosa.

 

Miércoles 20 de febrero. Mandó aderezar el navío y hinchir las pipas de agua de la mar por lastre, porque estaba en muy mal puerto y temió que se le cortasen las amarras, y así fue; por lo cual dio la vela hacia la isla de San Miguel, aunque en ninguna de la de los Azores hay buen puerto para el tiempo que entonces hacía, y no tenía otro remedio sino huir a la mar.

 

Jueves 21 de febrero. Partió ayer de aquella isla de Santa María para la de San Miguel, para ver si hallaba puerto para poder sufrir tan mal tiempo como hacía, con mucho viento y mucha mar, y anduvo hasta la noche sin poder ver tierra una ni otra por la gran cerrazón y oscurana que el viento y la mar causaban. El Almirante dice que estaba con poco placer, porque no tenía sino tres marineros solos que supiesen de la mar, porque los que más allí estaban no sabían de la mar nada. Estuvo a la corda toda esta noche con muy mucha tormenta y grande peligro y trabajo, y en lo que Nuestro Señor le hizo merced fue que la mar o las ondas de ella venían de sola una parte, porque si cruzaran como las pasadas, muy mayor mal padeciera. Después del sol salido, visto que no vía la isla de San Miguel, acordó tornarse a la Santa María por ver si podía cobrar su gente y la barca y las amarras y anclas que allá dejaba.

Dice que estaba maravillado de tan mal tiempo como había en aquellas islas y partes, porque en las Indias navegó todo aquel invierno sin surgir, e había siempre buenos tiempos y que una sola hora no vido la mar que no se pudiese bien navegar, y en aquellas islas había padecido tan grave tormenta, y lo mismo le acaeció a la ida hasta las Islas de Canaria; pero, pasada de ellas, siempre halló los aires y la mar con gran templanza. Concluyendo, dice el Almirante que bien dijeron los sacros teólogos y los sabios filósofos que el Paraíso Terrenal está en el fin de Oriente, porque es lugar temperadísimo. Así que aquellas tierras que agora él había descubierto es -dice él- el fin del Oriente.

 

Viernes 22 de febrero. Ayer surgió en la isla de Santa María en el lugar o puerto donde primero había surgido, y luego vino un hombre a capear desde unas peñas que allí estaban fronteras, diciendo que no se fuesen de allí. Luego vino la barca con cinco marineros, dos clérigos y un escribano: pidieron seguro, y, dado por el Almirante, subieron a la carabela; y porque era noche durmieron allí, y el Almirante les hizo la honra que pudo. A la mañana le requirieron que les mostrase poder de los Reyes de Castilla para que a ellos les constase cómo con poder de ellos había hecho aquel viaje. Sintió el Almirante que aquello hacían por mostrar color que no habían en lo hecho errado, sino que tuvieron razón, porque no habían podido haber la persona del Almirante, la cual debieran de pretender coger a las manos, pues vinieron con la barca armada, sino que no vieron que el juego les saliera bien, y con temor de lo que el Almirante había dicho y amenazado, lo cual tenía propósito de hacer y creyó que saliera con ello. Finalmente, por haber la gente que le tenían, hobo de mostralles la carta general de los Reyes para todos los príncipes y señores de encomienda y otras provisiones; y dioles de lo que tenía y fuéronse a tierra contentos, y luego dejaron toda la gente con la barca, de los cuales supo que si tomaran al Almirante nunca lo dejaran libre; porque dijo el capitán que el Rey su Señor se lo había así mandado.

 

Sábado 23 de febrero. Ayer comenzó a querer abonanzar el tiempo; levantó las anclas y fue a rodear la isla para buscar algún buen surgidero para tomar leña y piedra para lastre, y no pudo tomar surgidero hasta horas de completas.

 

Domingo 24 de febrero. Surgió ayer en la tarde para tomar leña y piedra, y, porque la mar era muy alta no pudo la barca llegar en tierra, y, al rendir de la primera guardia de noche, comenzó a ventar Oueste y Sudueste. Mandó levantar las velas por el gran peligro que en aquellas islas hay en esperar el viento Sur sobre el ancla, y en ventando Sudueste luego vienta Sur. Y, visto que era buen tiempo para ir a Castilla, dejó de tomar leña y piedra y hizo que gobernasen al Leste; y andaría hasta el sol salido, que habría seis horas y media, siete millas por hora, que son cuarenta y cinco millas y media. Después del sol salido hasta el ponerse, anduvo seis millas por hora, que en once horas fueron sesenta y seis millas, y cuarenta y cinco y media de la noche fueron ciento once y media, y, por consiguiente, veintiocho leguas.

 

Lunes 25 de febrero. Ayer, después del sol puesto, navegó al Leste su camino cinco millas por hora: en trece horas de esta noche andaría sesenta y cinco millas, que son diez y seis leguas y cuarta. Después del sol salido hasta ponerse, anduvo otras diez y seis leguas y media con la mar llana, gracias a Dios. Vino a la carabela un ave muy grande que parecía águila.

 

Martes 26 de febrero. Ayer, después del sol puesto, navegó a su camino al Leste, la mar llana, a Dios gracias: lo más de la noche andaría ocho millas por hora; anduvo cien millas, que son veinticinco leguas. Después del sol salido, con poco viento, tuvo aguaceros; anduvo obra de ocho leguas al Lesnordeste.

 

Miércoles 27 de febrero. Esta noche y día anduvo fuera de camino por los vientos contrarios y grandes olas y mar, y hallábase ciento veinticinco leguas del Cabo de San Vicente y ochenta de la isla de la Madera y ciento y seis de la Santa María. Estaba muy penado con tanta tormenta, agora que estaba a la puerta de casa.

 

Jueves 28 de febrero. Anduvo de la mesma manera esta noche con diversos vientos al Sur y al Sueste, y a una parte y a otra, y al Nordeste y al Lesnordeste, y de esta manera todo este día.

 

Viernes 1 de marzo. Anduvo esta noche al Leste cuarta al Nordeste, doce leguas; de día corrió al Leste cuarta del Nordeste, veintitrés leguas y media.

 

Sábado 2 de marzo. Anduvo esta noche a su camino al Leste cuarta del Nordeste, veintiocho leguas; y el día corrió veinte leguas.

 

Domingo 3 de marzo. Después del sol puesto navegó a su camino al Leste. Vínole una turbiada que le rompió todas las velas, y vídose en gran peligro, mas Dios los quiso librar. Echó suertes para enviar un peregrino diz que a Santa María de la Cinta en Huelva, que fuese en camisa, y cayó la suerte al Almirante. Hicieron todos también voto de ayunar el primer sábado que llegasen a pan y agua. Andaría sesenta millas antes que se le rompiesen las velas; después anduvieron a árbol seco, por la gran tempestad del viento y la mar que de dos partes los comía. Vieron señales de estar cerca de tierra. Hallábanse todo cerca de Lisboa.

 

Lunes 4 de marzo. Anoche padecieron terrible tormenta, que se pensaron perder de las mares de dos partes que venían y los vientos que parecía que levantaban la carabela en los aires y agua del cielo y relámpagos de muchas partes; plugo a Nuestro Señor de lo sostener, y anduvo así hasta la primera guardia, que Nuestro Señor le mostró tierra, viéndola los marineros. Y entonces, por no llegar a ella hasta conocella, por ver si hallaba algún puerto o lugar donde se salvar, dio el papahigo por no tener otro remedio y andar algo, aunque con gran peligro, haciéndose a la mar; y así los guardó Dios hasta el día que diz que fue con infinito trabajo y espanto.

Venido el día, conoció la tierra, que era la Roca de Cintra, que es junto con el río de Lisboa, adonde determinó entrar, porque no podía hacer otra cosa: tan terrible era la tormenta que hacía en la villa de Cascaes, que es a la entrada del río. Los del pueblo diz que estuvieron toda aquella mañana haciendo plegarias por ellos, y, después que estuvo dentro, venía la gente a verlos por maravilla de cómo habían escapado; y, así, a hora de tercia vino a pasar a Rastelo dentro del río de Lisboa, donde supo de la gente de la mar que jamás hizo invierno de tantas tormentas y que se habían perdido veinticinco naos en Flandes y otras estaban allí que había cuatro meses que no habían podido salir. Luego escribió el Almirante al Rey de Portugal, que estaba a nueve leguas de allí, cómo los Reyes de Castilla le habían mandado que no dejase de entrar en los puertos de Su Alteza a pedir lo que hobiese menester por sus dineros, y que el Rey le mandase dar lugar para ir con la carabela a la ciudad de Lisboa, porque algunos ruines, pensando que traía mucho oro, estando en puerto despoblado, se pusiesen a cometer alguna ruindad, y también porque supiese que no venía de Guinea, sino de las Indias.

 

Martes 5 de marzo. Hoy, después que el patrón de la nao grande del Rey de Portugal, la cual estaba también surta en Rastelo y la más bien artillada de artillería y armas que diz que nunca nao se vido, vino el patrón de ella, que se llamaba Bartolomé Díaz de Lisboa, con el batel armado a la carabela, y dijo al Almirante que entrase en el batel para ir a dar cuenta a los hacedores del Rey e al capitán de la dicha nao. Respondió el Almirante que él era Almirante de los Reyes de Castilla y que no daba él tales cuentas a tales personas, ni saldría de las naos ni navíos donde estuviese si no fuese por fuerza de no poder sufrir las armas. Respondió el patrón que enviase al maestre de la carabela. Dijo el Almirante que ni al maestre ni a otra persona si no fuese por fuerza, porque en tanto tenía el dar persona que fuese como ir él, y que ésta era la costumbre de los almirantes de los Reyes de Castilla, de antes morir que se dar ni dar gente suya. El patrón se moderó y dijo que, pues estaba en aquella determinación, que fuese como él quisiese; pero que le rogaba que le mandase mostrar las cartas de los Reyes de Castilla si las tenía. Al Almirante plugo de mostrárselas, y luego se volvió a la nao e hizo relación al capitán, que se llamaba Álvaro Dama, el cual, con mucha orden, con atables y trompetas y añafiles, haciendo gran fiesta, vino a la carabela y habló con el Almirante y le ofreció de hacer todo lo que le mandase.

 

Miércoles 6 de marzo. Sabido cómo el Almirante venía de las Indias, hoy vino tanta gente a verlo y a ver los indios, de la ciudad de Lisboa, que era cosa de admiración, y las maravillas que todos hacían, dando gracias a Nuestro Señor y diciendo que, por la gran fe que los Reyes de Castilla tenían y deseo de servir a Dios, que Su Alta Majestad los daba todo esto.

 

Jueves 7 de marzo. Hoy vino infinitísima gente a la carabela y muchos caballeros, y entre ellos los hacedores del Rey, y todos daban infinitísimas gracias a Nuestro Señor por tanto bien y acrecentamiento de la Cristianidad que Nuestro Señor había dado a los Reyes de Castilla, el cual diz que apropiaban porque Sus Altezas se trabajaban y ejercitaban en el acrecentamiento de la religión de Cristo.

 

Viernes 8 de marzo. Hoy recibió el Almirante una carta del Rey de Portugal con D. Martín de Noroña, por la cual le rogaba que se llegase adonde él estaba, pues el tiempo no era para partir con la carabela; y así lo hizo por quitar sospecha, puesto que no quisiera ir, y fue a dormir a Sacanben. Mandó al Rey a sus hacedores que todo lo que hobiese el Almirante menester y su gente y la carabela se lo diese sin dineros y se hiciese todo como el Almirante quisiese.

 

Sábado 9 de marzo. Hoy partió de Sacanben para ir adonde el Rey estaba, que era el valle del Paraíso, nueve leguas de Lisboa: porque llovió no pudo llegar hasta la noche. El Rey le mandó recibir a los principales de su casa muy honradamente, y el Rey también les recibió con mucha honra y le hizo mucho favor y mandó sentar y habló muy bien, ofreciéndole que mandaría hacer todo lo que a los Reyes de Castilla y a su servicio compliese complidamente y más que por cosa suya; y mostró haber mucho placer del viaje haber habido buen término, y se haber hecho, más que entendía que en la capitulación que había entre los Reyes y él que aquella conquista le pertenecía. A lo cual respondió el Almirante que no había visto la capitulación ni sabía otra cosa sino que los Reyes le habían mandado que no fuese a la mina ni en toda Guinea, y que así se había mandado a pregonar en todos los puertos del Andalucía antes que para el viaje partiese. El Rey graciosamente respondió que tenía él por cierto que no habría en esto menester terceros. Diole por huésped al prior del Clato, que era la más principal persona que allí estaba, del cual el Almirante recibió muy muchas honras y favores.

 

Domingo 10 de marzo. Hoy, después de misa, le tornó a decir el Rey si había menester algo que luego se le daría, y departió mucho con el Almirante sobre su viaje, y siempre le mandaba estar sentado y hacer mucha honra.

 

Lunes 11 de marzo. Hoy se despidió del Rey, e le dijo algunas cosas que dijese de su parte a los Reyes, mostrándole siempre mucho amor. Partióse después de comer, y envió con él a D. Martín de Noroña, -153- y todos aquellos caballeros le vinieron a acompañar y hacer honra buen rato. Después vino a un monasterio de San Antonio, que es sobre un lugar que se llama Villafranca, donde estaba la Reina; y fuele a hacer reverencia y besarle las manos, porque le había enviado a decir que no se fuese hasta que la viese, con la cual estaba el Duque y el Marqués, donde recibió el Almirante mucha honra. Partióse de ella el Almirante de noche, y fue a dormir a Llandra.

 

Martes 12 de marzo. Hoy, estando para partir de Llandra para la carabela, llegó un escudero del Rey que le ofreció de su parte que si quisiese ir a Castilla por tierra que aquél fuese con él para lo aposentar y mandar dar bestias y todo lo que hobiese menester. Cuando el Almirante de él se partió, le mandó dar una mula y otra a su piloto, que llevaba consigo, y diz que al piloto mandó hacer merced de veinte espadines, según supo el Almirante. Todo diz que se decía que lo hacía porque los Reyes lo supiesen. Llegó a la carabela en la noche.

 

Miércoles 13 de marzo. Hoy a las ocho horas, con la marea de ingente y el viento Nornorueste, levantó las anclas y dio la vela para ir a Sevilla.

 

Jueves 14 de marzo. Ayer, después del sol puesto, siguió su camino al Sur, y antes del sol salido se halló sobre el Cabo de San Vicente, que es en Portugal. Después navegó al Leste para ir a Saltes, y anduvo todo el día con poco viento hasta agora que está sobre Furón.

 

Viernes 15 de marzo. Ayer, después del sol puesto, navegó a su camino hasta el día con poco viento, y al salir del sol se halló sobre Saltes, y a hora de medio día, con la marea de montante, entró por la barra de Saltes hasta dentro del puerto de donde había partido a 3 de agosto del año pasado. Y así dice él que acababa agora esta escriptura, salvo que estaba de propósito de ir a Barcelona por la mar, en la cual ciudad le daban nuevas que Sus Altezas estaban, y esto para les hacer relación de todo su viaje que Nuestro Señor le había dejado hacer y le quiso alumbrar en él. Porque ciertamente, allende que él sabía y tenía firme y fuerte sin escrúpulo que Su Alta Majestad hace todas las cosas buenas y que todo es bueno salvo el pecado y que no se puede abalar ni pensar cosa que no sea con su consentimiento, «esto de este viaje conozco -dice el Almirante- que milagrosamente lo ha mostrado así, como se puede comprender por esta escriptura por muchos milagros señalados que ha mostrado en el viaje, y de mí que ha tanto tiempo que estoy en la Corte de Vuestras Altezas con opósito y contra sentencia de tantas personas principales de vuestra casa, los cuales todos eran contra mí poniendo este hecho que era burla. El cual espero en Nuestro Señor que será la mayor honra de la Cristianidad que así ligeramente haya jamás aparecido».

Estas son finales palabras del Almirante D. Cristóbal Colón de su primer viaje a las Indias y al descubrimiento de ellas.