Cuando estuve aquí
el año pasado... -comenzó a decir sir Henry
Clithering, pero se detuvo. Su anfitriona, Mrs.
Bantry, le miraba con curiosidad. El ex
comisionado de Scotland Yard se hallaba pasando
unos días en casa de unos viejos amigos suyos, el coronel y Mrs.
Bantry, quienes vivían cerca de St. Mary
Mead.
Mrs. Bantry, con la
pluma en ristre, acababa precisamente de pedirle
consejo sobre a quién invitar a cenar aquella
noche.
-¿Sí? -le dijo Mrs.
Bantry animándole-. Cuando estuvo usted aquí el año
pasado...
-Dígame -preguntó
sir Henry-, ¿conoce a miss
Marple?
Mrs. Bantry se
sorprendió. Era lo último que hubiera
esperado.
-¿Que si la
conozco? ¡Y quién no! Es la típica solterona de
las comedias. Encantadora, pero pasada de moda.
¿Quiere decir que le gustaría que la invitara a cenar a
ella?
-¿Le
sorprende?
-Un poco, debo
confesarlo. Nunca hubiera dicho que usted... Pero
supongo que debe de haber una explicación.
-La explicación es
bastante sencilla. Cuando estuve aquí el año
pasado teníamos la costumbre de discutir casos misteriosos que
habían ocurrido. Éramos cinco o seis. Raymond
West, el novelista, fue quien lo propuso. Cada
uno de nosotros debía contar una historia de la
que conociera la solución y los demás debían ejercitar sus
facultades deductivas para ver quién se aproximaba más a la
verdad.
-¿Y
bien?
-Pues, igual que en
esa vieja historia, apenas nos dimos cuenta de
que miss Marple estaba entre nosotros, pero nos mostramos muy
amables y la dejamos participar en el juego para no herir sus
sentimientos. Y ahora viene lo mejor. ¡Ella nos
ganó todas las veces!
-¿Qué?
-Se lo aseguro, iba
directa a la verdad como una paloma mensajera de
regreso al palomar.
-¡Es
extraordinario! ¡Vaya, si la anciana miss Marple apenas ha salido
de St. Mary Mead!
-¡Ah! Pero según
ella ha tenido ilimitadas oportunidades de observar la naturaleza
humana, prácticamente al
microscopio.
-Supongo que tiene
razón -concedió Mrs. Bantry-. Es inevitable que
se llegue a conocer el lado mezquino de las personas. Pero no creo
que tengamos criminales interesantes en este
rincón del mundo. Después de cenar le contaremos
la historia del fantasma de Arthur. Le
agradecería que encontrase la
solución.
-No sabía que
Arthur creyese en fantasmas.
-¡Oh! Claro que no
cree. Eso es lo que más le preocupa. Y le ocurrió
a un amigo suyo, George Prit-chard, una persona
sumamente prosaica. En realidad fue bastante
trágico para el pobre George. O bien su extraordinaria historia es cierta o bien...-,
-¿O bien
qué?
Mrs. Bantry no
contestó, mas al cabo de un par de minutos
dijo:
-A mí me gusta
George, y a todo el mundo también. No es posible
creer que él... pero la gente hace cosas tan
extraordinarias.
Sir Henry asintió.
Conocía mejor que Mrs. Bantry las cosas que la gente es capaz de
hacer.
De modo que aquella
noche, cuando Mrs. Bantry miró a sus comensales
(estremeciéndose un tanto, ya que su comedor,
como la mayoría de los comedores ingleses, era
extremadamente frío), sus ojos se fijaron en la
anciana sentada muy erguida a la derecha de su esposo. Miss Marple vestía de negro con mitones de
encaje. Una pañoleta de encaje antiguo cubría sus
hombros y un gorrito también de encaje antiguo
rodeaba sus cabellos blancos. Estaba charlando
animadamente con el anciano doctor Lloyd del
orfanato y de las supuestas negligencias de las
enfermeras del distrito.
Mrs. Bantry volvió
a maravillarse. Incluso se preguntaba si sir
Henry no le habría gastado una broma, aunque no
veía motivo para ello. Era increíble que fuera
cierto lo que le había
contado.
Su mirada fue a
detenerse afectuosamente en su esposo, de rostro
sonrosado y anchas espaldas, que hablaba de
caballos con Jane Helier, la hermosa y popular
actriz. Jane, más hermosa, si cabe, vista de cerca que en el
escenario, abría sus enormes ojos azules y
murmuraba de vez en cuando: «¿De veras? ¡Oh, sí! ¡Qué
extraordinario!». No entendía nada de caballos y le interesaban aún
menos. Arthur -dijo Mrs. Bantry-, estás
aburriendo a la pobre Jane. Deja ya los caballos y cuéntale mejor
tu historia de fantasmas. Ya sabes, la de George Pritchard.
-¿Dolly? ¡Oh! No sé
si...
-Sir Henry desea
oírla también. Le he hablado de ella esta mañana.
Y sería interesante oír las opiniones de
todos.
-¡Oh, hágalo! -dijo
Jane-. ¡Me encantan las historias de
fantasmas!
-Bueno... -el
coronel Bantry vacilaba-, nunca he creído en lo sobrenatural. Pero
esto... No creo que ninguno de ustedes conozca a George Pritchard.
Es una excelente persona. Su esposa, que ahora ya ha muerto, pobre mujer, no le dio un momento de descanso mientras vivió. Era una de esas personas
semi-inválidas. Creo que realmente estaba
enferma, pero fuera cual fuese su mal lo explotaba a conciencia.
Era caprichosa, exigente e insoportable y se
quejaba de la mañana a la noche. George tenía que
servirle de pies y de manos, y aun así todo lo
que hacía lo encontraba mal y encima le
reprendía. Estoy convencido de que cualquier otro
hombre le hubiera abierto la cabeza con un hacha
mucho antes. ¿No te parece, Dolly?
-Era una mujer
terrible -respondió Mrs. Bantry con convicción-.
Si George Pritchard la hubiese matado con un
hacha y hubiera habido alguna mujer en el jurado,
lo hubiesen absuelto.
-No sé bien cómo
empezó todo. George se mostraba muy vago sobre el
asunto. Pero deduje que Mrs. Pritchard tuvo
siempre debilidad por los adivinos, los quirománticos y las clarividentes. A George no le
importaba. Con tal de que me su esposa encontrase
alguna diversión todo le parecía estupendo, pero
él se negaba a participar y eso era otro de los muchos agravios que
tenía que soportar de
ella.
»Por la casa
desfilaron un sinfín de enfermeras, pues Mrs.
Pritchard solía cansarse de ellas al cabo de pocas semanas. Una enfermera joven supo ser muy hábil en lo
de la predecirle el futuro y, durante un tiempo, le tuvo gran
afecto. Luego, de pronto se cansó también de ella
e insistió en que se marchara. Volvió a tomar a
una mujer ya de edad, experimentada y con mucha
mano derecha para tratar con neuróticos, que ya la había asistido
anteriormente. La enfermera Copling, según
George, era una buena persona, muy sensata, con
la que daba gusto hablar y que soportaba los ataques de nervios de
Mrs. Pritchard con absoluta
indiferencia.
»Mrs. Pritchard
siempre comía arriba, en su habitación, y por lo general, durante
el almuerzo, George y la enfermera organizaban la
tarde. En teoría la enfermera salía de dos a
cuatro, pero algunas veces, cuando George deseaba
tener libre la sobremesa, tomaba sus horas libres
después del té. En aquella ocasión anunció que pensaba ir a Golders
Green a visitar a una hermana suya y que tal vez
regresaría un poco tarde. George se contrarió ya
que había quedado para ir a jugar una partida de
golf, pero la enfermera Copling le
tranquilizó:
»-No nos echará de
menos, Mr. Pritchard -sus ojos brillaron-. Mrs.
Pritchard va a tener una compañía mucho más
excitante que la nuestra. »—
¿Quién?
»—Espere un segundo
-a la enfermera Copling le brillaron los ojos más que nunca-. Déjeme decírselo bien: Zarida,
adivinadora del porvenir.»
-¡Cielo santo! -rugió mi
amigo-. ¿Ésa es nueva, no?
«-Completamente nueva.
Creo que la envía mi predecesora, la enfermera
Carstairs. Mrs. Pritchard aún no la ha visto. Ha
hecho que yo le escribiera para fijar una cita
para esta tarde.
«-Bueno, de todas
maneras no pienso perderme mi partido de golf -exclamó George, y se
marchó con un sentimiento de gratitud hacia
Zarida, la adivinadora del
porvenir.
»A su regreso,
encontró a Mrs. Pritchard en un estado de gran agitación, sentada
en su sillón de inválida como casi siempre y con
un frasquito de sales en la mano que aspiraba
frecuentemente.
«-George -exclamó
al verle-. ¿Qué te dije yo de esta casa? ¡Desde
el momento que entré en ella sentí que aquí había
algo raro! ¿Acaso no te lo dije
entonces?
«Conteniendo su
deseo de contestarle «Siempre lo dices», George
replicó: »-No lo
recuerdo.
»-Tú nunca
recuerdas nada que tenga que ver conmigo. Los hombres sois
extraordinariamente insensibles, pero creo que tú
lo eres incluso más que la mayoría.
»-Oh, vamos, Mary,
querida, eso no es justo.
«-Bueno, como te
decía, esa mujer lo supo
en seguida. Casi retrocedió al
pisar el umbral de esta puerta y dijo: «Puedo sentir el mal aquí,
sí, el mal y el peligro. Lo
presiento».
«George se echó a
reír con muy poco tacto.
»-Vaya, parece que
esta tarde sí has obtenido algo por tu
dinero.
»Su esposa cerró
los ojos y aspiró profundamente el frasquito de
sales.
»-¡Cómo me odias! ¡Te
burlarías y reirías de mí aunque me estuviera
muriendo!
»George protestó y,
al cabo de unos instantes, su esposa se dispuso a
continuar:
«-Puedes reírte,
pero voy a contártelo todo. Esta casa es
peligrosa para mí, esa mujer me lo ha
dicho.
»Los sentimientos
de gratitud que George sintiera anteriormente
hacia Zarida sufrieron un cambio, pues sabía que
su esposa era bien capaz de pretender que se
trasladasen a una casa nueva si se encaprichaba.
»-¿Qué más te ha
dicho? -le preguntó.
»-No pudo decirme
mucho. ¡Estaba tan trastornada! Sólo me dijo una
cosa. Yo tenía unas violetas en un vaso y las
señaló exclamando: «Sáquelas de aquí. Nada de
flores azules, no tenga nunca flores azules. Las
flores azules son fatales
para usted, recuérdelo». Y ya sabes -agregó Mrs. Pritchard- que siempre te he dicho que
el azul es un color que me repele. Siento como una especie de
prevención natural hacia
el
color
azul.
»George era
demasiado inteligente para hacerle observar que nunca le había oído
decir semejante cosa y, en lugar de eso, le
preguntó cómo era la misteriosa Zarida, y Mrs.
Pritchard tuvo gran placer en describírsela con
todo detalle.
»-Tiene el pelo
negro, y lo lleva recogido en dos rodetes sobre
las orejas, los ojos semicerrados con grandes
ojeras oscuras, y se cubre la boca y la barbilla
con un velo negro, habla con voz melodiosa, con marcado acento extranjero, español, según
creo.
»-En resumen, el
aspecto más comercialmente adecuado -dijo mi
amigo alegremente.
»Su esposa cerró
los ojos inmediatamente.
»-Me siento muy mal
-dijo-. Llama a la enfermera. La falta de
comprensión me afecta mucho y tú lo sabes
demasiado bien.
«Dos días más tarde
la enfermera Copling se acercó a George con el rostro
grave.
»-¿ Quiere usted
venir a ver a la señora, por favor? Acaba de
recibir una carta que la ha afectado
mucho.
«Encontró a su
esposa con la carta en la mano y al verle se la
alargó.
«-Lee -le
dijo.
«George la leyó.
Estaba escrita en un papel muy perfumado y las
letras eran grandes y negras:
He visto el porvenir. Actúe antes de que sea
demasiado tarde. Tenga
cuidado cuando llegue la Luna llena. La primavera Azul significa
Aviso; la Malva Azul,
Peligro; y el Geranio Azul simboliza la
muerte.
«Cuando estaba a
punto de soltar una carcajada, George captó la
mirada de la enfermera Copling, que le hizo un rápido gesto de
advertencia, y dijo bastante
sorprendido:
»-Esa mujer trata
de asustarte, Mary. De todas formas, no existen
primaveras ni geranios azules.
«Mas Mrs. Pritchard
empezó a llorar y a decir que sus días estaban
contados. La enfermera Copling salió al pasillo
con George.
«-Esto es una
estupidez -exclamó mi amigo.
«-Supongo que
sí.
«Algo en el tono de
la enfermera le sorprendió y la contempló
extrañado.
»-No irá usted a
creer...
»-No, no, Mr.
Pritchard. No creo en las adivinadoras, es una tontería. Lo que no entiendo es qué puede
significar todo esto. Las adivinadoras suelen
hacer estas cosas para ver qué sacan. Pero esta
mujer parece querer asustar a Mrs. Pritchard y no
veo en qué puede beneficiarle eso. No, no acabo
de entenderlo. Y hay otra
cosa.
»-¿Sí?
»-Mrs. Pritchard
dice que esa Zarida le era ligeramente
familiar.
»-¿Y
qué?
»-Pues que no me
gusta, Mr. Pritchard, eso es todo.
»-No sabía que
fuera usted tan supersticiosa, Mrs. Copling.
»-No soy
supersticiosa, pero sé cuando una cosa no tiene
explicación.
»Cuatro días
después tuvo lugar el primer incidente. Para que
lo vean mejor voy a describirles la habitación de Mrs.
Pritchard.
-Será mejor que lo
haga yo -le interrumpió Mrs. Bantry-. Tenía las
paredes empapeladas con esos papeles en los que se aplican grupos
de flores formando una cenefa. El efecto es casi
como estar en un jardín, aunque desde luego las
flores no tienen lógica. Quiero decir que en la realidad no sería
posible que florecieran todas al mismo
tiempo.
-No te dejes llevar
por tu afición a la horticultura, Dolly -le dijo
su esposo-. Todos sabemos que eres una jardinera
vocacional.
-Bueno,
es absurdo -protestó Mrs. Bantry- tener campanillas azules, narcisos,
altramuces, malvas y margaritas de san Miguel
reunidos en un solo grupo.
-No es nada
científico -dijo sir Henry-, pero siga con su
historia.
-Bien, entre esos
grupos de flores había primaveras amarillas y
rosadas y... oh, pero sigue tú, Arthur, es tu historia . .
.
El coronel Bantry
retomó el hilo del relato.
-Una mañana, Mrs.
Pritchard hizo sonar el timbre violentamente. El
servicio acudió corriendo, pensando que estaba
in extremis, pero en absoluto. La encontraron muy excitada y señalando el
papel de las paredes. Allí, desde luego, se veía
una primavera azul
en medio de las
otras.
-¡Oh! -exclamó miss
Helier- ¡Qué horrible!
-La cuestión era:
¿Había estado siempre allí? Eso fue lo que
sugirieron George y la enfermera, pero Mrs.
Pritchard no se dejó convencer de ninguna manera. Ella no la había
visto hasta aquella misma mañana y la noche anterior había habido
luna llena. Estaba muy
preocupada.
-Aquel mismo día
encontré a George Pritchard y me lo contó -dijo Mrs. Bantry-. Fui a
visitar a Mrs. Pritchard e hice cuanto pude por ridiculizar aquel
asunto, pero sin éxito. Regresé realmente
preocupada y recuerdo que encontré a Jean Instow
y se lo expliqué. Jean es una muchacha extraña y
me dijo: «¿De modo que está muy preocupada?». Yo
le contesté que la creía capaz de morir de terror ya que era
extraordinariamente
supersticiosa.
«Recuerdo que Jean
me sobresaltó al responderme: «Bueno, eso sería lo mejor, ¿no le
parece?». Y lo dijo en un tono tan frío y extraño
que, la verdad, me chocó. Claro que ahora se
estila ser franco y brusco, pero nunca me acostumbro a ello. Jean
me sonrió de un modo extraño y me dijo: «A usted
no le gusta que lo diga, pero es cierto. ¿Para
que le sirve la vida a Mrs. Pritchard? Para nada
en absoluto. Además convierte en un infierno la
de su esposo. Lo mejor que podría ocurrirle a él
es que su mujer se muriera de miedo». Yo le
respondí: «George es siempre muy bueno con ella
siempre». Y me contestó: «Sí, se merece un premio
el pobrecito. Es una persona muy atractiva,
George Pritchard. Eso pensaba la última enfermera, aquella tan mona, ¿cómo se llamaba? Carstairs. Ésa
fue la causa de la pelea entre ella y Mrs.
Pritchard».
»No me gustó que
Jean dijera eso. Aunque una no puede evitar
preguntarse...
Mrs. Bantry movió
la cabeza e hizo una pausa significativa.
-Si, querida
-comentó miss Marple plácidamente-. Uno siempre
se pregunta cosas. ¿Esa Jane Instow es bonita? Y
supongo que jugará al golf.
-Sí, es una gran
deportista, y muy atractiva, muy rubia, de cutis
blanco y con unos preciosos ojos azules. Desde
luego, siempre hemos pensado que ella y George
Pritchard hubieran hecho muy buena pareja, es decir, si hubieran
sido otras las
circunstancias.
-¿Y eran amigos?
-preguntó miss Marple con interés.
-Oh, sí, grandes
amigos.
-¿Crees que podrás
dejarme continuar mi historia, Dolly? -dijo el
coronel Bantry en tono plañidero e infantil.
-Arthur -dijo Mrs.
Bantry con aire resignado- desea volver a sus
fantasmas.
-Supe el resto de
lo ocurrido por el propio George -continuó el
coronel-. Ni que decir tiene que Mrs. Pritchard
armó un gran revuelo a finales del mes siguiente.
Marcó en el calendario el día en que iba a haber luna llena y aquella noche hizo que la enfermera y su
esposo permanecieran en su habitación estudiando
atentamente el papel de las paredes. Había
narcisos rojos, pero ninguno azul. Luego, cuando
George salió de su dormitorio, ella cerró la puerta con
llave.
-Y a la mañana
siguiente había un gran narciso azul -dijo miss
Helier en tono alegre.
-Cierto -replicó el
coronel Bantry-. O por lo menos casi ha acertado.
Una flor de uno de los narcisos, la que estaba
precisamente encima de su cabeza, se había vuelto
azul. Aquello asustó a George y claro, cuanto más
se asustaba, menos quería tomarlo en serio e insistió en que todo aquello tenía que ser una broma. Hizo
caso omiso de la evidencia de que la puerta había
estado cerrada con llave y de que Mrs. Pritchard
hubiera descubierto el cambio antes de que nadie,
ni siquiera la enfermera Copling, entrara en su
habitación.
«George estaba
asustado y se comportó de un modo irracional. Su esposa deseaba
abandonar la casa y él no quiso permitírselo. Por primera vez se
sentía inclinado a creer en lo sobrenatural, pero no estaba
dispuesto a admitirlo. Por lo general dejaba que su esposa se
saliera siempre con la suya, pero aquella vez no
lo consentiría. Mary no debía ponerse en
evidencia y dijo que todo aquello era una tontería. »Y así transcurrió rápidamente otro mes. Mrs.
Pritchard protestó menos de lo que era de
esperar. Creo que era lo bastante supersticiosa
para creer que no podría escapar a su destino, y se repetía una y
otra vez: «La primavera azul, aviso. El narciso
azul, peligro. El geranio azul, muerte». Y
contemplaba durante horas y horas el grupo de
geranios rosados y rojos más cercano a su
cama.
«Aquel asunto iba
alterando los nervios de todos, de tal modo que
incluso la enfermera se contagió y fue a ver a
George dos días antes de la luna llena para suplicarle que se llevara de allí a Mrs. Pritchard.
George se puso
furioso.
«-¡Aunque todas las
flores de esa condenada pared se volvieran azules
no podrían de ningún modo matar a nadie!
-gritó.
»-Sí que pueden.
Muchas personas han muerto de shock antes de
ahora.
«-Tonterías
-contestó George.
»George había sido
siempre un poco testarudo. Era imposible
manejarlo. Creo que albergaba la secreta idea de que su esposa era
la autora de aquellos cambios de color y que
formaba parte de alguno de sus histéricos y
morbosos planes.
»Pues bien, llegó
la noche fatal. Mrs. Pritchard cerró la puerta
con llave como de costumbre. Estaba muy
tranquila, pero con una calma extraña. La enfermera se sentía muy preocupada por su estado de ánimo. Quería darle un estimulante, una inyección de
estricnina, pero Mrs. Pritchard se negó. Creo que
en cierto modo aquello le divertía. Por lo menos
eso dijo George.
-Creo que es muy
posible -dijo Mrs. Bantry-. Para ella debía tener
una especie de extraño encanto.
-A la mañana
siguiente no sonó violentamente el timbre. Mrs. Pritchard solía
despertarse a las ocho. Como a las ocho y media
no había dado aún señales de vida, la enfermera golpeó con fuerza
la puerta de su habitación y, al no obtener
respuesta, fue a buscar a George e insistió en
que la echaran abajo. Al fin lograron abrirla con
un escoplo.
»Una mirada a la
figura inmóvil que yacía en la cama fue
suficiente para la enfermera Copling. Envió a
George a telefonear al médico, pero era demasiado tarde. Mrs.
Pritchard, según dijo, debía llevar muerta por lo
menos ocho horas. El frasco de sales estaba sobre la cama junto a
su mano y en la pared uno
de los geranios rosados
había adquirido un intenso color azul.
-¡Horrible! -exclamó
miss Helier con un estremecimiento.
Sir Henry meditaba
con el entrecejo fruncido.
-¿No hay algún otro
detalle que podamos conocer? El coronel Bantry
negó con la cabeza, mas su esposa intervino
rápidamente.
-El
gas.
-¿Qué sucede con el
gas? -quiso saber sir Henry.
-Cuando llegó el
médico, se olía ligeramente a gas y en la
chimenea un hornillo de gas estaba ligeramente abierto, pero tan
poco que no pudo haberle ocasionado la
muerte.
-¿Lo notaron Mr.
Pritchard y la enfermera cuando entraron por
primera vez?
-La enfermera dijo
que notó un ligero olor y George que no olió a
gas, pero sí a algo que le hizo sentirse
incómodo. Lo atribuyó a la sorpresa y probablemente fue eso. De
todas formas no murió por causa del gas y el olor
era casi imperceptible.
-¿Y éste es el
final de la historia?
-No, no lo es. El
asunto suscitó muchos rumores. Comprendan, los criados habían oído
cosas. Por ejemplo, que Mrs. Pritchard dijo a su
esposo que él la odiaba y que se alegraría y se
reiría aunque ella se estuviera muriendo. Y
también algunos comentarios más recientes. Un día
había dicho, a propósito de su negativa para que
abandonara la casa: «Muy bien, cuando haya muerto
espero que la gente comprenda que tú me has matado». Y dio la mala
suerte de que él había estado preparando un
líquido matahierbas para el jardín el día
anterior. Uno de los criados jóvenes lo vio y luego le vio llevarle
un vaso de leche caliente a su
esposa.
»Las habladurías
seguían circulando. El médico puso en el
certificado, aunque no sé exactamente en qué
términos, que había muerto de shock, de síncope, fallo cardiaco o algo parecido. Sin embargo, la pobre
mujer no llevaba aún un mes en la tumba cuando se
solicitó una orden de exhumación, que fue
concedida.
-Y recuerdo que el
resultado de la autopsia fue negativo -dijo sir
Henry en tono grave-. Por una vez, hubo humo sin
fuego.
-Todo el asunto es
realmente extraño -dijo Mrs. Bantry-. Por
ejemplo, la adivinadora, Zarida... ¡En la dirección que dio nunca habían oído hablar de
ella!
-Apareció de
pronto, como por arte de magia -dijo su esposo-,
y como por arte de magia se desvaneció.
¡Tiene
gracia!
-Y lo que es más
-continuó Mrs. Bantry-, la enfermera Carstairs, que se suponía que
fue quien la recomendó, nunca había oído hablar
de ella.
Se miraron unos a
otros.
-Es una historia
misteriosa -dijo el doctor Lloyd-. Se pueden
hacer mil conjeturas, pero adivinar la verdad...
Meneó la
cabeza.
-¿Se ha casado Mr.
Pritchard con miss Instow? -preguntó miss Marple
con su dulce voz.
-¿Por qué lo pregunta?
-quiso saber sir Henry. Miss Marple abrió
desmesuradamente sus ojos azules.
-Me parece importante
-explicó-. ¿Se han casado?
El coronel Bantry
meneó la cabeza.
-Lo cierto es que
esperábamos que ocurriera, pero ya han transcurrido dieciocho meses
y no creo ni siquiera que se vean a
menudo.
-Eso es importante
-dijo miss Marple-, muy importante.
-Entonces piensa
usted lo mismo que yo -intervino Mrs. Bantry-.
Usted cree...
-Vamos, Dolly -la
atajó su esposo-. Lo que vas a decir no tiene
justificación. No podemos acusar a la gente sin
tener la más leve prueba.
-No seas tan... tan
masculino, Arthur. Los hombres siempre tenéis
miedo a decir cualquier
cosa. De todas formas, esto
queda entre nosotros. Es sólo una fantástica idea
que se me ha ocurrido, que Jean Instow pudo haberse disfrazado de
adivinadora. Tal vez lo hiciera para gastarle una broma. No creo ni
por un momento que tuviera intención de
ocasionarle daño alguno. Pero, si lo hizo y Mrs. Pritchard fue lo
bastante tonta como para morirse de miedo...
bueno, eso es lo que ha querido decir miss
Marple, ¿no es
cierto?
-No, querida, no
exactamente -replicó miss Marple-. Mire, si yo
fuera a matar a alguien, lo cual, por supuesto,
no imagino ni por un momento porque sería una
maldad y además no me gusta matar, ni siquiera a
las avispas, aunque sé
que debe hacerse y estoy segura
de que los jardineros lo hacen tan humanamente
como es posible. Pero veamos, ¿que estaba
diciendo?
-Que si usted fuera
a matar a alguien... -le recordó sir
Henry.
-Oh, sí. Bien, si
quisiera hacerlo, no me contentaría con asustar.
Leemos a menudo que la gente fallece de terror,
pero considero que es un método un tanto incierto y las personas
más nerviosas son mucho más valientes de lo que
uno cree. Preferiría algo definitivo y seguro, y trazaría a
conciencia un buen plan para ponerlo en
práctica.
-Miss Marple -dijo
sir Henry-, me asusta usted. Espero que nunca se le ocurra
eliminarme. Su plan sería demasiado
bueno.
Miss Marple le miró
con aire de reproche.
-Creí haber dejado
bien patente que nunca sería capaz de una maldad
semejante -exclamó miss Marple-. No, sólo
intentaba situarme en el lugar de... de cierta
persona.
-¿Se refiere a
George Pritchard? -preguntó el coronel Bantry-.
Yo nunca creí que George... aunque, si quiere
saber la verdad, hasta la enfermera lo cree. Fui a verle un mes después, cuando la exhumación. Ella
ignoraba cómo lo hizo, la verdad es que no dijo
nada en absoluto, pero era evidente que creía que
George era responsable de la muerte de su esposa. Estaba
convencida.
-Bueno -comentó el
doctor Lloyd-, tal vez no anduviera muy
equivocada. Permítame que le diga que una
enfermera puede saber esas cosas. Quizá no pueda
decir nada concreto, ni tenga pruebas, pero lo sabe.
Sir Henry se
inclinó hacia delante.
-Vamos, miss Marple
-le dijo en tono persuasivo-. Está usted perdida en sus
pensamientos. ¿Por qué no nos los cuenta?
Miss Marple se
sobresaltó y se puso muy colorada.
-Le ruego me
perdone -replicó-, estaba pensando en la enfermera de nuestro
distrito. Un caso muy difícil.
-¿Mas difícil que el
problema del geranio azul?
-En realidad todo
depende de las primaveras -dijo miss Marple-.
Quiero decir que Mrs. Bantry dijo que eran
amarillas y rosadas. Si la que se volvió azul era de color rosa, desde luego encaja perfectamente, pero
si fue una de las
amarillas...
-Fue una de las
rosadas -respondió Mrs. Bantry. Todos miraron a
miss Marple.
-Entonces todo
encaja -explicó la anciana moviendo la cabeza con
pesar-. La estación de las avispas y todo lo
demás. Y desde luego el gas.
-Supongo que le
recordará incontables tragedias ocurridas en el
pueblo -dijo sir Henry.
-Tragedias no
-contestó miss Marple-. Y desde luego nada criminal. Pero sí me
recuerda ciertas complicaciones que hemos tenido con la enfermera
del distrito. Después de todo, las enfermeras son seres humanos y, a pesar de tener que ser tan
correctas y de llevar esos cuellos tan
incómodos... bueno, ¿puede uno extrañarse de que
a veces ocurran ciertas cosas?
Una tenue lucecita
iluminó la mente de sir Henry.
-¿Se refiere a la
enfermera Carstairs?
-Oh, no, a la
enfermera Copling. Mire, ella ya había estado
antes en la casa y apreciaba a Mr. Pritchard, que según ustedes es
un hombre atractivo. Yo diría que la pobre
pensó... bueno, no es necesario entrar en
detalles. No creo que supiera lo de miss Instow
y, cuando lo descubrió, quiso revolverse y ocasionarle todo el daño posible. Claro que la carta la
delata, ¿no le
parece?
-¿Qué
carta?
-Bueno, fue ella
quien escribió a la adivinadora a petición de
Mrs. Pritchard y la adivinadora acudió al parecer
como respuesta a la carta. Pero más tarde descubrieron que en aquella dirección no existía semejante
persona. Por lo tanto, eso demuestra que la enfermera Copling
únicamente simuló escribirla, de manera que, ¿no es muy probable
que fuese ella misma la
adivinadora?
-No me había fijado
en el detalle de la carta -comentó sir Henry-. Y
desde luego es un dato muy importante.
-Un paso muy
arriesgado -dijo miss Marple-, ya que Mrs. Pritchard pudo haberla
reconocido a pesar de su disfraz. Aunque, de
haber sido así, la enfermera hubiera dicho que se
trataba de una broma.
-¿Qué quiso
significar al decir que si usted fuera cierta persona no hubiera
confiado sólo en asustar? -preguntó sir
Henry.
-No se puede estar
seguro de esa manera -replicó miss Marple-. No,
yo creo que la amenaza y las flores azules
fueron, si me permite emplear un término militar, camuflaje -se rió
satisfecha.
-¿Y lo
auténtico?
-Sé -dijo miss
Marple a modo de disculpa- que tengo metida en la cabeza la idea de
las avispas. Pobrecillas, son destruidas a miles
y, por lo general, en días de verano tan
herniosos como éste. Pero recuerdo haber pensado
al ver a un jardinero mezclando cianuro de
potasio en una botella con agua que se parecía mucho a las sales. Y
si se coloca en un frasco de sales sustituyéndolo
por éstas... La pobre señora tenía la costumbre
de utilizar su frasquito de sales y dicen que lo
encontraron junto a su mano. Luego, mientras Mr.
Pritchard fue a telefonear al médico, la enfermera lo cambiaría por el frasco auténtico y abriría un
poco el gas para disimular el olor a almendras
amargas. Siempre he oído decir que el cianuro no
deja rastro si se espera lo suficiente. Pero es
posible que me equivoque y tal vez puso algo
completamente distinto en la botella, pero eso no
tiene importancia,
¿verdad?
Miss Marple hizo
una pausa para cobrar aliento.
Jane Helier,
inclinándose hacia delante, dijo:
-Pero, ¿y el
geranio azul y las otras flores?
-Las enfermeras
siempre tienen papel tornasol, ¿no es cierto? -exclamó miss
Marple-, para... para hacer pruebas. No es un tema muy agradable y
no vamos a entrar en detalles. Yo he hecho
también de enfermera.
-Enrojeció ligeramente-.
El azul se vuelve rojo por la acción de un ácido
y el rojo azul por la de un álcali. Fue fácil
pegar un pedazo de papel tornasol rojo encima de
una flor roja, cerca de la cama desde luego, y
después, cuando la pobre señora destapara su
frasquito de sales, las emanaciones del fuerte álcali volátil la transformaron en azul. Realmente muy
ingenioso. Claro que el geranio no sería azul la
primera vez que entraron en la habitación. Nadie
se fijó en él hasta después. Cuando la enfermera
cambió las botellas, acercó la de las sales
alcalinas a la pared durante un
minuto.
-Parece como si
hubiera estado presente, miss Marple -dijo sir
Henry.
-Los que me
preocupan -continuó miss Marple-son Mr. Pritchard
y esa muchacha tan encantadora, miss Instow.
Probablemente sospecharían el uno del otro y por
ello se han ido distanciando, y la vida es tan
corta.
Meneó la
cabeza.
-No necesita
preocuparse -replicó sir Henry-. A decir verdad,
yo ya sospechaba algo. Acaba de ser detenida una
enfermera acusada de haber asesinado a un anciano
paciente suyo que le había dejado su herencia.
Para ello sustituyó las sales de su frasco por cianuro de potasio. La enfermera Copling quiso
repetir el mismo truco. Miss Instow y Mr.
Pritchard ya no pueden tener dudas sobre cuál es
la
verdad.
-¿No es estupendo?
-exclamó miss Marple-. No me refiero al nuevo
crimen, desde luego. Es muy triste y demuestra la
maldad que hay en el mundo y que, cuando se
tropieza una vez... eso me recuerda que debo terminar mi
conversación con el doctor Lloyd acerca de la enfermera de mi
pueblecito.