Capítulo 6
Las brillantes luces de la tienda y de la gasolinera desaparecieron de la vista cuando Alexa giró en la esquina y entró en el enorme aparcamiento, tomando el atajo que llevaba a su casa. Era una preciosa noche para pasear, con luna llena, miles de estrellas en el cielo y una brisa fresca que mecía su pelo.
Estaba de un extraño humor aquella noche. Miró hacia un avión que surcaba el cielo. Se sentía sola, inquieta y aburrida. En general le gustaban las noches tranquilas, que pasaba leyendo y viendo películas, pero aquella noche necesitaba compañía, un poco de acción, intentó llamar a algunos amigos, pero no tuvo suerte. Todos mantenían alguna relación, y ya habían quedado.
Hasta sus hermanos estaban ocupados. Alexa y Carrie estaban tan unidas como siempre, pero no se veían tanto desde que su hermana se había casado con Tyler. Un marido exigía una serie de prioridades perfectamente comprensibles. Se alegraba por ella, pero echaba de menos la posibilidad de estar con ella a cualquier hora del día o de la noche. En cuanto a Ben, había dejado un mensaje en su contestador diciendo que no estaba en casa. Llevaba una vida social muy intensa.
—En cambio, yo no tengo ninguna —pensó en alto.
De repente, aquello la molestó. Su vida social había desaparecido cuando inició su romance con Ryan, y después sólo quería estar sola. La simple idea de tener citas le parecía algo insano, un proceso de selección de candidatos a ocupar en su vida un puesto que no quería que nadie ocupase. No quería otro amante, ni deseaba enamorarse de nuevo. Era demasiado peligroso desde un punto de vista emocional.
De modo que se había mantenido fiel a su decisión, rechazando invitaciones y quedándose en casa, hasta el punto de que sus padres consideraban que vivía enclaustrada. En cuanto a Ben, haría todo lo posible por buscarle novio. Pero Alexa había centrado todas sus energías en el trabajo, ganándose fama de ser una de las mejores fisioterapeutas infantiles.
Durante los dos últimos años le había parecido suficiente, pero súbitamente su vida le parecía intolerablemente vacía. Si no salía de su casa acabaría arañando las paredes. Así que salió a comprar a la tienda unos refrescos bajos en calorías y un par de revistas.
Cuando regresaba de camino a casa, sintiendo que el paseo hubiera sido tan corto y pensando en qué podía hacer, las luces de un coche aparecieron tras ella.
De forma automática se retiró del camino, pero el vehículo se detuvo a su lado.
—¿Te has vuelto loca? —preguntó una voz.
Reconoció la voz de inmediato. Era Ryan Cassidy. Su corazón empezó a latir a toda velocidad.
—¿Qué demonios estás haciendo, caminando sola a estas horas de la noche por este barrio? —preguntó.
—Sólo son las nueve, y necesitaba unas cosas de la tienda —contestó como si no tuviera importancia.
Pretendía aparentar normalidad, pero la presencia de Ryan bastaba para incomodarla hasta el punto de afectar su respiración.
Notó que observaba su cuerpo. Se había puesto unos pantalones negros, una camiseta roja de la universidad de Maryland y unas zapatillas deportivas. Le habría gustado llevar algo más atractivo y menos funcional. Pero de todas formas, Ryan Cassidy iba a casarse, de modo que no había razón para que intentara estar atractiva con él.
—Tienes coche. ¿Por qué no lo has tomado? Esta zona es peligrosa por la noche. Es una locura.
—Pensé hacerlo —contesto—, pero no está en muy buen estado. Además, en esta zona los delincuentes se dedican a asaltar coches, no peatones.
Echó un vistazo al vehículo de Ryan, un deportivo de los años sesenta. A Ryan le gustaban los coches antiguos, igual que a su cuñado Tyler, y había aprendido un poco sobre ellos a fuerza de escucharlos.
—Tú eres el que se arriesga, llevando esa pieza de colección. ¿Qué haces aquí, por cierto? ¿Dónde está tu prometida? ¿Como se llamaba? ¿Judy?
—Entra en el coche, Alexa.
—No, gracias. Prefiero arriesgarme a que me atraquen antes de subir contigo —anadió, empezando a caminar más deprisa.
El coche de Ryan la siguió a idéntica velocidad, hasta que aparcó junto al edificio donde se encontraba su casa y la siguió al interior con una carpeta bajo el brazo.
—El porcentaje de atracos en esta zona ha ascendido mucho —gruñó, mientras la acompañaba al segundo piso—. ¿Por qué sigues viviendo en este barrio?
—Me gusta. De todas formas, nadie te ha pedido que salieras de tu mansión para venir.
Habían llegado a la puerta. Ryan estaba a su lado, con la misma camisa negra y los mismos vaqueros que llevaba el resto del día. Su aspecto era muy atractivo, y sexualmente peligroso.
—Márchate, Ryan —espetó con voz temblorosa mientras intentaba abrir.
Ryan tomó la llave y la metió en la cerradura al ver que ella no podía hacerlo.
—No voy a casarme, Alexa.
Abrió la puerta y entró antes de que pudiera detenerlo.
Alexa dejó la bolsa de plástico en la mesa, con las cosas que había comprado.
—¿Olvidas que he conocido a tu prometida hoy mismo? He oído que Gloria decía que teníais que hablar sobre los planes de la boda. De modo que no me insultes negando lo evidente.
—Imaginé que no me creerías, de modo que he traído pruebas. Ryan sonrió y abrió la carpeta. Sacó unos cuantos papeles, que Alexa reconoció de inmediato. Era el papel que Ryan usaba para dibujar sus viñetas antes de que las reprodujeran en el periódico.
—Judy y yo hemos pasado el día trabajando en la boda de dos de mis personajes —explicó—. Si te hubieras quedado un poco más esta mañana, te habría presentando a Judy Gold. Es la creadora de Look Both Ways. Una tira cómica, Alexa.
—Sé de sobra lo que es. Que no vea tus viñetas no quiere decir que no vea las de los demás —dijo con frialdad.
—Look Both Ways es muy divertida. Los personajes de Judy dan mucha menos controversia que los míos, y la familia de lunáticos sobre los que dibuja sale en más periódicos que mi viñeta. Además, a ella nunca la han sacado de la página del editorial —anadió con ironía, enseñándole los papeles—. Mira. Seguramente reconocerás sus personajes. Los otros son míos.
Alexa miró los dibujos, pero apartó la vista con rapidez. No estaba segura de querer verlo, porque demostraba lo que Ryan estaba diciendo. Y si Ryan no estaba comprometido con Judy, salvo desde un punto de vista profesional, su presencia empezaba a ser más peligrosa.
Estaba confusa, y no le agradaba la sensación de excitación que empezaba a experimentar.
—Esto no tiene nada que ver conmigo —dijo.
Ryan la miró de forma tan intensa que se ruborizó. Dejó los bocetos sobre la mesita, frente a su sofá floreado, azul y verde.
—Judy vive en Washington D. C. —explicó con toda tranquilidad—. Nos conocimos hace unos cuantos años y decidimos que podía ser divertido colaborar juntos algún día. El mes pasado Judy sacó un personaje secundario y los dos pensamos que podía ser ideal para uno de mis personajes. Una unión que puede resultar particularmente divertida.
—Suena como nuestra relación. Aunque la nuestra encajaría mejor en una novela de terror.
—No, ésa es más bien mi relación con Melissa. Lo tuyo y lo mío era más típico de Disneylandia. Algo así como La bella y la bestia.
Alexa lo miró, impasible, sin sonreír, sin parpadear siquiera. Ryan suspiró.
—Bueno, regresando al tema de Judy… decidimos que sería más interesante que nuestros personajes aparecieran juntos en las dos tiras, de modo que hemos estado colaborando en la historia. Acabarán casándose a finales de año. Cada viñeta ofrece versiones similares, pero desde una perspectiva diferente.
Levantó un boceto y dijo:
—Aquí están. El novio y la novia.
Alexa miró el dibujo y vio los personajes firmados por Judy Gold y Ryan Cassidy. Después levantó la vista y sus miradas se cruzaron, incrementando la tensión sexual que había entre ellos.
—A esta tira se reducen todos mis planes de matrimonio con Judy Gold, quien, por cierto, está felizmente casada y tiene dos hijos.
—Me alegro por ella —dijo—. Un feliz matrimonio, hijos, una buena carrera… Es una mujer afortunada. Pero sigo sin ver qué tiene que ver todo esto conmigo.
Ryan la observó antes de continuar explicándose.
—Dijiste que no eres la clase de mujer que se dedica a coquetear con el hombre de otra. Bueno, pues no hay otra mujer. Malinterpretaste lo que Gloria dijo sobre la boda y sobre Judy…
—No fue Gloria quien me lo dijo.
—¿Llegaste tú a esa conclusión?
—No. Ya te he dicho que alguien me lo contó, pero no fue Gloria.
—Y te pusiste celosa —espetó, encantado con la idea.
Alexa notó que se ruborizaba.
—¡No es cierto! Yo solo…
—Alexa, no pasa nada.
Ryan se colocó ante ella, tan cerca que podía notar el calor que emanaba de su cuerpo y su deseo. Evocaba en ella demasiados recuerdos sensuales, y cientos de imágenes.
Para protegerse necesitaba levantar alguna barrera, y hacerlo deprisa. Estaba tan incómoda que pensó que cualquier ataque sería mejor que una retirada. Y la mejor forma de animar las hostilidades era sacar a colación a la persona con quien peor se llevaba.
—¿No quieres saber quién me lo dijo?
Ryan le acarició una mejilla.
—¿Quién?
Alexa permaneció inmóvil, sintiendo el contacto de sus manos. Sus dedos acariciaron la parte posterior de su cuello con maestría. Debía hacer algo para escapar de aquella situación.
—Creo que es importante, Ryan —continuó—. Fue Melissa.
Alexa observó con satisfacción a su oponente. Ryan entrecerró los ojos y apretó los labios. Había acertado. Se abrazó a sí misma, preparándose para la posible discusión.
—No sé si Melissa te habrá malinterpretado o si la habrás mentido para conseguir algo, pero…
—¿Y por qué iba a hacer tal cosa?
—Ella no dijo nada de Judy. Yo llegué a esa conclusión por mi cuenta. Pero Melissa está convencida de que vas a casarte para quedarte con la custodia de Kelsey.
—Típico de ella. Paranoica e histérica.
—No es más que una madre asustada ante la perspectiva de perder a su hija a manos de un hombre rico y con contactos que puede permitirse un abogado caro para obtener lo que desea, sea justo o no.
Ryan suspiró.
—Veo que Melissa ha tenido éxito. Ha conseguido venderte la imagen de que soy un perfecto villano.
—Claro, a fin de cuentas estamos confabuladas —dijo, esperando que estallara.
Pero no lo hizo. Lo miró con curiosidad.
—Estoy admitiendo que Melissa y yo tenemos una especie de confabulación contra tu persona. ¿Es que no te vas a enfadar? ¿No vas a estallar?
—¿Como si fuera un volcán? No.
—Sé que prefieres exorcizar tus fantasmas en las viñetas, pero cuando quieres, también eres capaz de estallar. Lo sé por experiencia.
—Sí, eres muy capaz de molestarme. Y no sólo consigues enfadarme, sino desequilibrar mis emociones —dijo con ironía—. Durante los años que siguieron a mi divorcio intenté mantener una vida tranquila. Y entonces te conocí. Una virgen idealista, optimista, emocional y apasionada. Una mujer cálida que me hizo sentir cosas y que rompió mi vacío. Fue demasiado para mí. Me asustó tanto que tuve que separarme de ti.
Alexa lo miró con ojos asombrados.
—Me echaste de tu vida porque te cansaste de mí. Querías ser libre para estar con otras mujeres.
—Sí, eso fue lo que dije. Pero estaba mintiendo. Te mentía a ti y me mentía a mí mismo. No he estado con nadie desde que nos separamos.
—Oh, vamos. No mientas con algo que es tan fácil de desmontar. Te he visto en las revistas con tus numerosas mujeres, apareciendo siempre en las reuniones sociales más importantes de Washington.
—Que aparezca en fotografías no significa que esté con una mujer diferente todas las noches. He vivido como un monje estos dos últimos años.
Alexa rió con amargura.
—¿Y qué monje asistiría a las famosísima fiestas anuales de Luje Minteer acompañado por una rubia espectacular llamada Storm? No intentes negarlo, porque mi propio hermano te vio en esa fiesta.
—Si en lugar de dedicarse toda la noche a atacarme, como hizo, me hubiera prestado un poco de atención, le habría presentado a mi hermanastra Storm. Es exactamente como la has descrito, pero la conozco desde que tenía doce años, y mis sentimientos hacia ella son estrictamente filiales.
Alexa abrió los ojos con curiosidad.
—¿Es la hermanastra con la que se casó tu padre?
—¿Lo sabías? —preguntó—. Supongo que te lo habrá dicho Melissa. No, Storm es hija de mi última madrastra. La que se casó con mi padre es Summer. Tenía trece años el año en que mi padre se casó con su madre, Nadine. La pequeña, Sky, tenía diez.
—¡Espera un momento! ¿Sky, Summer, y Storm? Estás tomándome el pelo. No pretenderás convencerme de que tienes tres hermanastras que se llaman Cielo, Verano y Tormenta.
—Ojalá fuera una broma. Pero no me inventaría una historia tan perversa. Yo tenía veinte años cuando mi padre se casó con Nadine, y consideraba que sus hijas sólo eran niñas. ¿Cómo se puede sentir atracción por una mujer a la que se ha visto crecer? Supuse que mi padre no sería capaz de tal cosa, hasta que se casó con Summer hace dos años.
Evidentemente, encontraba muy desagradable aquel incidente. Alexa lo sintió por él.
—Bueno, ya no es ninguna niña —aceptó—. Summer es un año mayor que yo. Es una adulta. Su verdad carece de importancia. Mi padre fue también el suyo durante años, por no mencionar entonces que seguía casado con su madre. La pobre Nadine dudaba entre asesinarlo o suicidarse. Fue una época terrible.
—Hace dos años —murmuró ella—. Nos estábamos viendo, pero nunca mencionaste nada.
—No podía hacerlo. Tu familia y tú sois tan encantadores y normales que podríais aparecer como ejemplo de virtudes. El lío entre mi padre y Summer me hizo un poco más cínico de lo que ya era, hasta el punto de que no confiaba en nada ni en nadie.
—¿Ni siquiera en mí?
La mirada de Ryan se oscureció.
—Sé que es injusto, pero en parte te culpé por despertar en mi la rabia que mi propio padre no había conseguido despertar. Había intentado controlar mis emociones durante años, hasta que conseguí no sentir dolor. Pero en cuanto apareciste destruiste todo lo que había construido. Su voz se quebró y permanecieron varios segundos mirándose.
—Odiaba sentir amor o sentir odio. Me recordaba la época de mi infancia, y no quería recordarlo. Además, estaba Kelsey. Me sentía culpable por no habértelo dicho y dejé de verla porque estaba contigo. Pero cuando me encontraba con ella estaba tan contenta por el nacimiento del hijo de Melissa… Hablaba todo el tiempo sobre Kyle, sobre Melissa y sobre Jack, y yo estaba muy enfadado. Estaba perdiendo a mi propia hija. ¿Qué podía hacer?
Se encogió de hombros y continuó hablando.
—Seguí la tradición de los Cassidy, y conseguí empeorar una situación ya bastante mala. Rompí mi relación contigo, la única persona que me amaba y con la que…
—No, no pienso aceptar tu versión de los hechos. Puede que en parte sea verdad, pero no estás contándolo todo. Para empezar, ¿qué hay de tu amiga la decoradora? La que diseñó el interior de tu casa. Dijiste que…
—Nadine, la esposa de mi padre y madre de Summer. Fue ella quien decoró la casa. Nadine quería dedicarse a la decoración y mi mansión fue su primer trabajo. Aunque le ha resultado muy difícil conseguir más clientes. Un simple vistazo a mi casa creo que basta para encontrar la explicación.
Alexa lo miró. Todo aquello empezaba a tener sentido, y aquello la asustaba. Si comenzaba a comprenderlo, comenzaría a perdonarlo. Y perdonarlo y con prenderlo después del daño que le había hecho era algo demasiado terrible, algo que la hacía sentirse más vulnerable. Había levantado muchos muros a su alrededor para protegerse, y la imagen de un Ryan manipulador convenía a sus propósitos.
—¿Por qué me cuentas todo esto ahora? —preguntó—. Debes tener algún motivo. ¿Es parte de un movimiento calculado para llevarme a la cama?
No sabía qué otra cosa podía ser.
—Cariño, yo…
—¿Cariño? —preguntó indignada.
Hasta entonces, nunca la había llamado de aquel modo. Le pareció una prueba más que suficiente.
—¡Basta! No puedo creer que haya tardado tanto tiempo en darme cuenta. No puede decirse que seas muy sutil. Tú visita sorpresa, tu afán por demostrarme tu inocencia, las cándidas revelaciones sobre tu familia e incluso tu moderación con Melissa… Has venido aquí para seducirme y estás dispuesto a decir cualquier cosa con tal de conseguirlo.
Ryan gimió.
—Estás decidida a interpretar todo lo que hago de la peor forma posible.
—Pero es cierto, ¿no?
—Te he echado de menos, Alexa. No me había dado cuenta de lo mucho que te echaba de menos hasta que regresaste a mi vida.
—¿Ah, sí? —preguntó, arqueando las cejas.
Su falta de confianza era irritante. Y aún peor era su cinismo, tan extraño en la encantadora mujer que había conocido. Respiró profundamente y deseó poder tocarla.
—Alexa, hay algo más. Mucho más. Es como si hubiera estado atrapado en una telaraña negativa. No me permití aceptar lo solo y vacío que me encontraba sin ti. Seguí viviendo, comiendo, trabajando e incluso asistiendo a reuniones sociales, pero sin sacar ningún placer de ello. No sentía nada. Tú eras la única persona que me hacia sentirme vivo. Cuando estaba contigo sentía alegría, enfado y dolor. Y no sabía qué hacer, Alexa. Desde el día que murió mi madre…
—Ryan, no va a funcionar. Esta vez no conseguirás convencerme. Sé que siempre he sido muy sensible a las historias tristes, pero también sé que eres capaz de utilizar tus traumas para conseguir lo que pretendes.
—¿De verdad lo crees? Yo diría que es todo lo contrarío. Nunca hablo de mi vida con los demás. Eres la única persona en la que he confiado, Alexa.
—¡Ya! Y ahora querrás convencerme de que el príncipe Carlos y lady Di siguen viviendo juntos y felices.
—He venido esta noche para decirte que quiero que vuelvas conmigo, Alexa —espetó de repente.
Alexa notó la determinación de su mirada y la tensión que irradiaba su cuerpo. Su corazón empezó a latir más deprisa y notó que sus piernas apenas la sostenían. Odiaba que tuviera tanta influencia sobre ella.
Recordó las lágrimas que había derramado cuando él dio por finalizada su relación dos años atrás. Recordó el dolor y las largas noches en las que su cuerpo lo echaba de menos. Pero no regresó con ella, la dejó sufrir y ni siquiera la llamó una sola vez por teléfono.
A pesar de todas las excusas no la había llamado en dos años, y ahora pretendía que volviera con él. Una intensa rabia empezó a latir en ella.
—Quieres recuperarme —dijo en tono de burla—. Vienes aquí, después de mantenerme en el olvido durante dos años, y pretendes que volvamos a estar juntos. ¿Y cómo quieres que reaccione, Ryan? ¿De verdad piensas que voy a arrojarme en tus brazos?
Ryan permaneció muy quieto, sin apartar la mirada.
—Supongo que esperaba que dijeras que tú deseas lo mismo.
—Sí, tu ego es tan desmesurado que estoy segura de que verdaderamente lo creías —espetó con voz furiosa.
—Podrías verlo de una forma más positiva. Podrías interpretar que mi ego no es tan fuerte como para no admitir el error que cometí al dejar que te marcharas.
—¿Dejar que me marchara? ¡Me echaste de tu vida!
—Lo sé —admitió con amargura.
Recordó la noche en que se separaron. Recordó la terrible ambivalencia que sentía mientras intentaba convencerse de lo correcto de su actuación. Recordaba su rostro pálido mientras hablaba, y la acritud dura que había mantenido sólo para no arrojarse en sus brazos. Pero creía que aún podía deshacer aquel trágico error.
—Alexa, quiero arreglar las cosas contigo. Quiero que llegues a perdonarme por todo el dolor que te he causado, por los dos años que hemos perdido y…
—No puedo creer lo que estoy oyendo. ¿De verdad crees que podemos continuar como si no hubiera transcurrido todo este tiempo?
Ryan no contestó de inmediato. Parecía estar calculando las palabras.
—¿Estás diciendo que es demasiado tarde? —preguntó con lentitud—. ¿Que mantienes una relación con otra persona?
Aquella posibilidad no se le había ocurrido hasta entonces. Su orgullo casi esperaba que contestara de forma afirmativa.
—Todo ha terminado entre nosotros. Hace mucho tiempo que terminó. ¡Y por supuesto que hay alguien más! ¿Crees que he pasado dos años pensando en ti? —mintió.
—¿De quién se trata?
—¿Quieres de verdad que te diga su nombre?
—Sí.
—¿Por qué? No es asunto tuyo, ni comprendo por qué motivo querrías saberlo.
Estaba atrapada en su propia trampa. Ni siquiera se le ocurría un nombre ficticio.
—¿Por qué no me contestas? —insistió él.
—Porque no es asunto tuyo.
—Yo creo que sí lo es.
—Siento oírlo, aunque creo que mientes. No creo tu súbito interés.
—¿No?
—No.
Ryan la tomó del brazo y ella intentó liberarse, pero no lo consiguió. La tomó también del otro y la obligó a mirarlo.
—No he sabido nada de ti durante dos años. Y de repente vienes y dices que estás interesado en mí otra vez. Sólo eres un canalla posesivo —espetó—. No tiene sentido. Además, sería una estúpida si te creyera.
Ryan encajó aquella declaración como algo muy doloroso. Sin embargo, había dicho demasiadas cosas queriendo decir en realidad cosas distintas. Comprendía que no lo creyera. Era una especie de instinto de protección adoptado durante su infancia, que desafortunadamente ya no le servía de nada. Ahora lo veía con claridad.
—Nada había tenido sentido en mi vida hasta ahora, Alexa —dijo, tomándola por los hombros.
Alexa respiró profundamente. Había cometido un gran error al dejar que se aproximara tanto en el estado en que se encontraba.
—Márchate —ordenó, golpeándolo en el pecho. Pero de algún modo, dejó de golpearlo en poco tiempo. Su olor y su calor la intoxicaban. Inhaló su fragancia masculina y todo su cuerpo reaccionó ante su contacto.
Su cercanía tenía un efecto similar en Ryan. Estaban tan cerca, rozándose, que quería acercarse aún más, de manera más posesiva. Empezó a acariciar sus brazos de arriba abajo, lenta y sensualmente.
—No quiero marcharme. Y tú no quieres que me marche.
Entonces la besó en el cuello y Alexa se estremeció.
En su interior empezaba a latir un deseo apremiante. Sus párpados pestañearon mientras la boca de Ryan continuaba su asalto físico. Era como si su cuerpo no obedeciera los dictados de su mente, e incluso su mente empezaba a debilitarse. De repente ya no lo veía como algo amenazador. Notaba su deseo, y al saber que ella era la causante sentía cierta satisfacción. La excitante satisfacción de saberse deseable. Ryan la deseaba. No cabía duda de ello.
Sus grandes manos se introdujeron por debajo de su jersey y sus palmas empezaron a acariciar su espalda. Alexa contuvo la respiración cuando llegó a la barrera de su sostén, y soltó un pequeño gemido al notar que se lo quitaba.
Estaba de puntillas, apretada contra él, deseando sentir su cuerpo y sintiendo la fuerza de sus brazos alrededor. Sus bocas se encontraron apasionadamente y sus lenguas comenzaron a juguetear. Ryan gimió mientras la besaba, llevándola a un punto de devastadora intimidad. Sintió la respuesta de Alexa y la atrajo hacía sí para que ambos pudieran tener la maravillosa sensación que producía el contacto de sus senos contra su pecho.
Alexa pensó de forma bastante vaga que tal vez debía resistirse. Pero no podía detenerse. Ryan había sido su primer y único amante, y el amor que habían compartido había sido lo mas grande y hermoso de su vida. Hacer el amor con Ryan significaba repetir la experiencia más placentera que hubiera vivido, y su cuerpo deseaba unirse a él.
—Dime que puedo quedarme, Alexa —rogó. Sus manos acariciaron sus senos desnudos.
Alexa sintió un escalofrío. Se sentía viva, completamente viva. Sabía que podía echarlo, pero al hacerlo estaría negándose el placer.
—¿Quieres quedarte conmigo? ¿Esta noche?
—Sí, sí —contestó agitado.
Alexa podía sentir la fuerza de sus músculos bajo las manos, casi tocar la pasión que irradiaba. Se preguntó si sería tan malo volver a sentir la pasión que habían compartido, aunque sólo fuera una vez más. Ryan se apartó un poco de ella y la miró.
—No lo sé —susurró ella, contestando sus propias y silenciosas preguntas—. No lo sé.
Entonces se alejó de Ryan.
—Dame una oportunidad para convencerte. La tomó por la mano, con suavidad.
—No quieres convencerme, sino seducirme —corrigió—. Aunque sólo sea por una vez, seamos sinceros el uno con el otro.
—Si hemos de ser sinceros, entonces admite que no tengo que seducirte. Hace tiempo que dejamos atrás ese punto, Alexa.
Sus ojos oscuros brillaron. Ryan sentía un intenso fuego interior, violento y apasionado. Lo estaba llevando a un punto en el que deseaba más y más. Quería llevarla a las cimas más altas del placer, escuchar sus gemidos y notar su éxtasis. No podía echarlo ahora.
—Por favor, Alexa.